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El Ksar-el-Acabir, por D. Teodoro de Cuevas

Francisco Coello



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Muy difícil es emitir informe sobre la Memoria que lleva por título El Ksar-el-Acabir no ha reemplazado ni á la Cerne, capital de la Atlántida de Platón, ni á la Cerne de los Libios ni al Oppidum Novum de los Romanos, obra de nuestro digno correspondiente D. Teodoro de Cuevas, vicecónsul de España en El Araix ó Larache. Escrita para cumplir un encargo de esta Real Academia, que le había sido hecho á petición de otro ilustrado correspondiente, D. Joaquín Costa, autor del importante trabajo sobre las Islas libicas Cyranis, Cerne y Hesperia, la Memoria que me ha tocado examinar se compone de partes muy distintas. Según lo indica ya su título, no está conforme con las soluciones propuestas por el Sr. de Costa, y sería muy largo, hasta el punto de hacerse necesario copiar la mayor parte de uno y otro folleto, el dar cuenta de las razones aducidas en el segundo. En su primera parte, se hacen consideraciones generales sobre asuntos de geografía física, pretendiendo sostener cuán difícil es la demostración, para todos los casos, de aquellas ideas universalmente admitidas, y tomando esto como base para juzgar de la real existencia de la Atlántida, en la cual no cree, y mucho menos que hubiese estado en aquella parte del África. Se ocupa también   —354→   de lo relativo á CERNE, citando los textos de los diferentes geógrafos antiguos y analizándolos extensamente, aunque interpretándolos según sus propias convicciones, y de tal manera que le conducen al extremo de suponer que la antigua CERNE solo pudo estar en las cuencas de los ríos Ziz ó Guir, que bajan desde el Atlas hacia el Sur para perderse en el desierto, y más bien sobre el primero y en el oasis de Tafilet, donde se alzaba la antigua Siyilmesa, es decir, á 600 km. del mar, en línea recta, y cuando menos, sin que pueda llegarse hasta allí de otro modo que cruzando elevadas cordilleras ó inmensas planicies arenosas, lo cual, mucho más que la distancia, la haría incompatible con la CERNE de Hannón.

Analiza luego los periplos de este y de Scylax con bastante detención, esforzándose en señalar las circunstancias que, á su juicio, hacen imposibles las soluciones propuestas por el Sr. Costa para el LÍXVS y CERNE, aconsejando muy juiciosamente que se prescinda del afán de querer interpretarlo ó explicarlo todo, y mucho más de trastornar los textos, pero sin advertir que él mismo lo hace más de una vez. Viene después un largo capítulo, que el autor confiesa pueda ser oportuno, más bien que indispensable, sobre el sistema seguido para fundar las colonias fenicias, griegas, cartaginesas o romanas, en el que da pruebas de notable erudición, pero que sirve poco para aclarar la cuestión que se discute. Alternando con esta parte, se ocupa de las colonias y poblaciones romanas inmediatas al río LÍXVS, y especialmente de BABBA, BANASA, FRIGIDAE y ÓPPIDVM NÓVVM; á esta última la han colocado generalmente los modernos autores en El Ksar-el-Kebir, como lo hace el mismo Costa, quien la iguala además con CERNE. El señor de Cuevas da algunos detalles interesantes sobre la situación de esas antiguas poblaciones, los cuales demuestran su conocimiento de todo aquel territorio, aunque parece confunde la posición de FRÍGIDIS, perteneciente á distinto itinerario del que designa.

En un nuevo capítulo analiza la falta de vestigios de construcciones antiguas ó romanas con el actual emplazamiento de El Ksar-el-Kebir, y la situación que ocupó la primitiva población árabe, aunque tampoco allí vió restos de fábrica romana, sino de   —355→   las de ladrillo y tapial exclusivamente. Señala también la carencia de restos del puente sobre el Lúkkus en el mismo Al Ksar, si bien indica varios parajes en el río y dos principalmente, aguas arriba y abajo de la población, donde hay vestigios indudables de antiquísimos puentes. Uno de ellos debió dar paso á la vía romana en que se hallaba ÓPPIDVM NÓVVM, y acaso el inferior correspondía á la más occidental que iba por LIX COLONIA y FRÍGIDIS. De todos modos, aunque precisamente en el mismo emplazamiento del actual Ksar-el-Kebir no haya estado la antigua población líbica ó la romana, tampoco invalida la certeza de que en sus inmediaciones debió hallarse ÓPPIDVM NÓVVM y la posibilidad de que pudo estar la CERNE de Hannón. La naturaleza del río Lúkkus, antiguo LÍXVS, la circunstancia de llegar la marea hasta cerca de El Ksar y de ser el terreno bajo y pantanoso, en alguna, parte de sus orillas, permiten suponer que antes de haberse colmado en gran parte el lecho el río, y aun su valle, con las arenas llevadas del mar ó los arrastres del terreno superior, fuese más expedita la navegación y pudieran existir allí una ó más islas formadas por brazos del estero ó río. Casi lo son hoy los violentos tornos que existen próximos á la desembocadura, y cerca de uno de los cuales se ven los restos de la antigua LÍXVS, autorizando sus formas la hipótesis del Sr. Costa de que los tres fosos circulares, que rodeaban á la CERNE de la dudosa ATLÁNTIDA, pudieron ser tres anillos sucesivos formados por islas en el río, antes de la misma población. Estos violentos recodos aumentarían, no solo la distancia en otros sentidos, sino el tiempo necesario para la navegación, y la CERNE del Periplo pudo estar más inmediata á la costa que lo está la actual población de El Ksar-el-Kebir.

Un último capítulo, á mi juicio el más interesante y utilizable de su erudita Memoria, dedica el Sr. de Cuevas á describir la cuenca del Lúkkus, las ruinas y lápidas que se encuentran en sus cercanías y las tumbas llamadas de los Gigantes. Hay en esta parte multitud de datos importantes y detalles muy útiles sobre la composición geológica del terreno, que constituyen una descripción topográfica bien completa de la comarca, ilustrada además con un croquis. Adquiere todavía mayor importancia por el   —356→   señalamiento de todos los puntos en que, según los indígenas, existen restos de obras antiguas ó lápidas, habiendo visitado y comprobado nuestro dignísimo vicecónsul algunos de aquellos, deteniéndose bastante en la descripción de las antiguas tumbas ó túmuli.

Esto es lo más importante y que me ha parecido necesario decir respecto al estudio del Sr. D. Teodoro de Cuevas. ¿Se ha resuelto con él ó se ha adelantado, por lo menos, en la solución del problema que movió al Sr. D. Joaquín Costa á solicitar de nuestra Real Academia que le encomendara aquel encargo? No lo cree el que suscribe; los nuevos detalles, verdaderamente seguros y muy apreciables, respecto de la topografía del territorio, ni autorizan ni menos invalidan las hipótesis del Sr. Costa, más que los otros datos presentados por él. Lo mismo sucede con la interpretación de los textos y su aplicación al territorio, que parece muy aventurada en algunos casos, sobre todo en el de llevar la CERNE nada menos que al oasis de Tafilet, tan lejos de las columnas de Hércules y de la costa. Las soluciones del Sr. de Costa, aunque muy en contradicción con las del digno vicecónsul y de otros muchos autores notables, nos parecen posibles, por más que algo les perjudica el empeño de querer explicarlo todo y la circunstancia de presentarse aglomeradas, en tan corto espacio de terreno, las referentes á los problemas del periplo cartaginés, de la debatida ATLÁNTIDA de Platón y de la isla HESPERIA; pero no le incumbe al que suscribe intervenir en esa cuestión bajo ningún concepto, debiendo limitarse al análisis, ya hecho, de la Memoria del ilustrado vicecónsul de Larache.

Antes de terminar, debo hacer alguna advertencia respecto á la publicación de este trabajo, á la que parece aludir su autor en carta particular á nuestro dignísimo Secretario. Aunque no se acepten las conclusiones del Sr. de Cuevas, la Academia nada arriesga con darles publicidad, puesto que de aquellas responde quien las ha escrito, y hay ciertamente en la Memoria detalles cuyo conocimiento es muy útil, al lado de otros que, el mismo autor, no considera indispensables, además de aquellos para cuya inteligencia sería preciso reproducir también el impugnado texto del Sr. D. Joaquín Costa. La Memoria ha sido ya impresa   —357→   en Tánger, el mismo año en que se escribió; pero estaba tan llena de erratas que, según parece, el autor no ha querido poner en circulación los ejemplares del folleto. Á mi juicio, podría publicarse en nuestro BOLETÍN toda la parte descriptiva y geográfica, que ofrece datos muy importantes, prescindiendo de muchos detalles sobre interpretación de los textos ó acerca de la fundación de colonias y otros asuntos de menor interés. La Academia, con su ilustración muy superior, acordará lo más conveniente; pero, de todos modos, parece indispensable dar las más expresivas gracias á nuestro digno correspondiente por el celo que ha demostrado para satisfacer los deseos de esta corporación.

Madrid, 15 de Marzo de 1890.

FRANCISCO COELLO.





El Ksar-el-Acabir Árabe no ha reemplazado ni á la Cerne, capital de la Atlántida de Platón, ni á la Cerne de los Libios, ni al Oppidum Novum de los Romanos1.


- I -

La Atlántida de Platón y la Cerne de los Libios


La Real Academia de la Historia se ha dignado confiarme una misión por demás honrosa. D. Joaquín Costa, socio correspondiente de aquella ilustre corporación, publicó en la Revista de Geografía comercial2 un trabajo importante. Trata en él muy á fondo dos cuestiones que vienen, desde hace mucho tiempo, alimentando la controversia geográfica referente á las regiones visitadas ó colonizadas por el cartaginés Hannón en el África occidental. El Sr. Costa, con elegante estilo y profunda y razonada erudición, fija la situación de Cyranis, isla citada por el padre de la historia, en la península de Dajla Árabe3 ó Río de Oro; toma realmente el Líxus de Plinio y de Strabón por el de Hannón,   —358→   y extremando sus razonamientos cree haber descubierto, no tan solamente el verdadero asiento de la Cerne ó capital de los Etíopes Atlantes, sino la Cerne metrópoli de la Atlántida de Platón, que no forman en su concepto más que una, si bien vacila entre colocarla en la península ó gezira4 del Shemmish, que es el propio Líxus, ó en la ciudad de Alcazar El-acabir5, inclinando á esta última versión.

A inquirir por el estudio del terreno y de la historia la posibilidad de que, en el emplazamiento mismo del que M. Tissot supone á su vez haber sido el antiguo Oppidum novum, se hubiese alzado cualquiera de las dos famosas Cerne, ó el convencimiento de que sea preciso desechar tal suposición, deberá reducirse nuestro cometido.

En el terreno de las objeciones diremos cuatro palabras acerca de Cerne, capital de los Libios, cuya situación no nos presenta duda alguna. El Sr. Costa cita textos convincentes y tan claros, que no necesitan grandes manipulaciones. Con tomarlos en su recto sentido basta.

Dice Plinio (VI, 31-36): Polybus in extrema Mauritania contra montem Atlantem à terra stadia octo abesse prodidit Cernem. Avieno (V, 328): Terminus Aetiopum populus adet ultima Cerne. Strabón (t. I, p. 474)6: Lixus está situada á la extremidad occidental de la Mauritania; esto es, no en los últimos confines meridionales de tal región.

Strabón (t. I, p. 212): Los Etiopes son los pueblos mas meridionales de la Libia. Debajo de ellos (es decir, hacia el Septentrión y enumerando de levante á poniente), se encuentran los Garamantes, los Pharusios y los Nigritas. -Más abajo, los Gétulos; los Maurusios, pueblos nómadas, cazadores y pastores, vienen luego. -Entre los Pharusios y los Maurusios (t. III, p. 473), media el desierto, que aquellos atraviesan llevando odres llenos de agua suspendidos debajo del vientre de sus caballos. -La distancia   —359→   que separa á los Pharusios del Lyxus romano (t. III, p. 469), es de treinta días de camino.

Por último, al relatar, el primero de los referidos autores, la expedición de Suetonio Paulino dice (t. I, p. 128), que, salido este del Lixus con algunas tropas romanas, llegó en diez días de marcha al Atlas. Después de atravesar tan fragoso monte, encontró el río Guir. Pondera Plinio la profundidad de las selvas que desde allí en adelante se extienden; hace observar que están pobladas de fieras y habitadas por los Canarii y advierte que la nación de los Etiopes pororsos no está lejos de aquellos extremos países: junctam Aetiopum gentem quos Pororsos vocant, satis constat (VI, 14-16.)

Aquí haremos mención del anónimo de Ravena citado por M. Tissot. Según el desconocido autor de aquel manuscrito, la costa que se extiende desde el Estrecho hasta el Sus se denominaba Mauritania Egel, y la correspondiente al Uad Nun y al Sahara, Mauritania Pororsis vel Salinarum.

De las autorizadas citas que anteceden, se desprende sin esfuerzo alguno el siguiente razonamiento:

1.º El Atlas, el Dyris de los antiguos, el Chebel Idraren de los Braber, se encontraba á diez días de marcha al Sur del Lixus romano, dato exacto. Tengamos presente que la cordillera atlántica arranca de la costa oceánica del Sus.

2.º En la extrema Mauritania, enfrente del propio monte y próxima al país de los Etiopes, estaba Cerne, capital de los Lybios.

3.º Los Etiopes Pororsos (probablemente la gente de color de los grandes oásis del Tuat), lindaban con las selvas habitadas por los Canarii.

De paso haremos la observación de que la multitud de perros, que por necesidad han de tener todas las tribus nómadas para defender los ganados, y con objeto de dar la voz de alarma durante la noche á los dormidos pastores, pudo ser la causa de que se diese la denominación de Canarii á los pueblos visitados por Paulino al Sur del Atlas; á no ser que, equivocado el nombre, hubiese querido Plinio designar á los habitantes de Cerne. Añadamos que los Pharusios llegaban desde la comarca de los Pororsos al mar, según Plinio el naturalista.

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Cerne debió, pues, subsistir en la comarca en que tales selvas había. Esta región no puede ser más que la del Uad Guir ó la del Uad Ziz, que enfrente del Atlas se encuentran. Pero en la cuenca del primero de dichos ríos, se buscarían en vano indicios de grandes y antiguas ciudades. Además, la historia no registra en sus anales la existencia de población alguna de importancia en aquellos sitios. Por el contrario, los campos bañados por el Uad Ziz, son ricos en tradiciones históricas. Allí se levantan hoy día los pueblos y alcazabas de Tafilet, la patria de los Sherifes. Pero, ¿sobre qué se alzaron tales construcciones? Sobre el emplazamiento de la famosa ciudad de Sigilmesa, que á su vez pudo haber reemplazado á la Cerne de los Lybios.

Buscar las ruinas de esta misteriosa ciudad allí ó en otra parte, sería inútil. Cualquiera que conozca el especialísimo sistema de construcción que desde inmemorables tiempos vienen empleando los pueblos del Atlas, los montañeses de todo el Moghreb y los habitantes de ciertos oasis saharianos comprenderá por qué hayan podido desaparecer hasta los menores vestigios de la jamás encontrada metrópoli lybica. Si los monumentos de la antigua Roma, labrados con el duro granito, no han podido resistirá las injurias del tiempo ó á la ira destructora del bárbaro, y aún menos á la del hombre civilizado, si la acción de las aguas ha borrado las inscripciones que recordaban triunfos y glorias de venturosos caudillos, si el polvo ha sepultado los labrados pedruscos que los constituyeron, y si los musgos y los matorrales los han cubierto con un manto de verdura, ocultándolos así á nuestras investigaciones, ¿cómo extrañar el derrumbamiento y la pulverización de murallas y edificios formados de arcilla ó de tierra amasada con paja y cocida al sol? Tales debieron ser las casas y los palacios, si los tuvo, de la antigua Cerne. Tales también los que tenía Sigilmesa que á Cerne debió reemplazar para á su vez desaparecer. Si alguna cantería tuvieron entrambas poblaciones, debe haber sido aprovechada después para la edificación de las alcazabas de Tafilet. Ningún otro centro de población pudo, en nuestro concepto, reunir como Sigilmesa las condiciones de situación geográfica que Avieno y Polybio atribuyen á Cerne.

Por lo demás, los Pororsos del gran Sáhara, los Pharusios del   —361→   extremo Sus y del Draa y los Nigritas del Sudán, han venido en parte á poblar al Moghreb. Las invasiones almoravides, almohades y merinidas y el advenimiento al trono de los Sherifes Saadia y de los Alani, hicieron cambiar de asiento á numerosas y fuertes tribus, trayéndolas, desde las abrasadas regiones tropicales, á las zonas templadas del Atlas septentrional y á las montañas que se extienden desde el Sebú al Mediterráneo. Con sólo inquirir la procedencia de cada una de estas tribus, se vendría en conocimiento de la época precisa de su establecimiento en el país; hecho que ha ido realizándose desde la última invasión arábiga.

No terminaremos el presente capítulo sin consignar una circunstancia hasta hoy de muchos desconocida, y cuya investigación legamos á los filólogos.

Los judíos del reino de Fez llaman Phalusiin á los habitantes de las montañas comprendidas entre el Rif, por la parte de la sierra de Gomara, y el Atlántico. El singular de tal denominación es phalus. En las referidas montañas phalus significa aldea cerrada, es decir, rodeada de cualquier valla ó rústica defensa construida por medio de espinos, piedras, estacas, zanjas, etc. Por tchar ó mejor dchar, se entiende una aldea montañosa abierta, y la aldea montañosa está invariablemente compuesta de habitaciones fijas. Si phalus se refiere á una sola aldea circunvalada, phalusiin designa la pluralidad de pueblos que en igual disposición se encuentran. De phalusiin á pharusii, salva la terminación arabizada en in, bien corta es la diferencia y muy cercana se nos antoja la analogía. Si en estas regiones llaman los hebreos phalus al montañés á causa de la costumbre, que en las tribus serranas radica, de fortificar á su manera los respectivos lugares, hemos de recordar que también en no pocas ocasiones designaban los antiguos á muchos pueblos con nombres apropiados á sus usos nacionales más salientes ¿Por qué los Pharusii fueron así llamados? ¿Sería por haber observado en ellos los antiguos geógrafos esa misma tendencia á fortificar el recinto de sus poblaciones? ¿Cómo se explica la coincidencia de llamarles montañeses phalus y phalusiin á sus aldeas cerradas, y de designar los libros mosaicos con idénticas denominaciones á las tribus montañesas   —362→   habitantes en poblaciones fijas, diferenciándose así de los philistiin que, según aquellos textos, vivían debajo de la tienda del nómada?




- II -

Periplos de Hannon y de Scylax


Conociendo perfectamente el terreno, podemos confirmar la opinión de M. Tissot en la parte que se refiere á la situación del golfo de Cotes junto al cabo Espartel; la de la ciudad de Pontion á orillas del mismo y á las del lago Cephisias á que alude Scylax y del que restan como recuerdo los pantanos formados por el Maharhar. El golfo ha desaparecido igualmente, á consecuencia de la acumulación de las arenas marinas. Pero en lo que disentimos de tan estimable autor es en creer que el promontorio Hermeo corresponda á el Kuás, así llamado á causa de los arcos ruinosos que allí se encuentran y no por líbica etimología.

Para fijar de una manera definitiva este punto, empecemos por asegurar que, habiendo recorrido en toda su extensión el Uad el Garifa, nos hemos convencido de que siempre ha sido de escasísimo caudal; que su fondo rocoso y escaso no ha sufrido alteración y no ha podido en ningún tiempo consentir la navegación, y que entre el Kuás, punto en donde termina su curso, y el mar falta el espacio para colocar no solo el gran lago, en donde hace Scylax desaguar el Anides, sino una laguna de mediana extensión. Por consiguiente, el moderno Garifa ó el Kuás no puede ser el antiguo Anides. Lo cual nos obliga á buscar más al septentrion el promontorio Hermeo. Este debió consistir en una eminencia harto considerable para que el mismo Scylax la hubiese puesto en parangón con el que hoy conocemos por cabo de San Vicente. Desde el Kuás al cabo Espartel, en la divisoria de los valles del Maharhar y del Meshrá el Hashef, y adelantándose en lo antiguo hacia el mar, existen las altas mesetas de El Recláu, que arrancando de Gebel-el-Habib van á terminar en un verdadero promontorio sobre lo que actualmente forma la ría de Tahaddart. Desde El Recláu á cabo Espartel existieron indudablemente el golfo de Cotes con Pontion y su lago Cephisias. El Recláu era el   —363→   promontorio Hermeo libyo cuya falda meridional estaba bañada por el otro gran lago en donde desembocaba, algo más al Levante de la Garbía, el río Anides, el actual Uad el Jarrob. El fondo del lago fué levantándose á consecuencia de los depósitos sedimentarios hasta llegar á constituir una gran llanura, dejando entre esta y las faldas de El Recláu un cauce por donde corre aquel río con el nombre de Meshrá el Hashef que trueca en el de Tahaddart así que reune su caudal con el del Maharhar.

En materias de topografía antigua y de etimologías, es necesario proceder más que con prudencia con recelo sumo. Hay que desechar la fe para creer únicamente lo tangible. En nuestros días, en que impera la manía de explicarlo todo, no vacilan los autores más verídicos en echar mano hasta de los fantasmagóricos recursos de las piezas de gran espectáculo. Estórbales una montaña, la suprimen; háceles falta una isla, un cabo, los inventan. Y entre hundimientos y emersiones trastornan de tal suerte la razón y la materia que concluye uno por no saber á qué atenerse. En asuntos etimológicos empiezan otros por desechar el recto sentido de un texto que constituye autoridad. Cuando no, pretenden desentrañar cuál fué la verdadera intención del autor; á menudo aseguran que no quiso decir este lo que dijo, sino que precisa atribuirle una versión completamente opuesta, y cuando nada de esto les sea dable hacer, proceden á demoler letra por letra los nombres propios, añadiendo, quitando ó sustituyendo con gran arte, con gran copia de razonamientos, hasta que transformados de una manera radicalísima vengan aquellos á responder al objeto que el desnaturalizado comentador se propusiera.




- III -

Colonias fenicias, griegas, cartaginesas y romanas


Cumple á nuestro propósito fijar la atención en Claudio, porque en el reinado de este Emperador la Mauritania fué declarada provincia romana y dividida en Cesariense y Tingitana. De las colonias establecidas en esta última recordaremos la del Lixus, de la cual debieron depender como prœfecturcœ, Babba ó Iulia Campestris,   —364→   cuyas ruinas llamadas Debna por los naturales, existen junto á la villa de Sáhara en la montaña de Beni Górfed dominando el collado por donde se abre paso el Uad El Mjazen.

Oppidum Novum ó castillo nuevo, cuya verdadera situación se ignora; otra que es actualmente conocida con el nombre de Brija ó el fortín sobre el Luccus al pie septentrional de la sierra de Arjona, cuya parte meridional tiene otras ruinas no romanas, las de Ashején que Mármol escribe Ezagen y que nosotros hemos visitado. Por último, debía ser prœfectura de este distrito, Frigidœ probablemente Fuara (los surgidores de agua), á orillas del Emda y Banasa colonia á la otra parte del Sebú, en Sidi Ali Bu Jenun.

No estará demás observar que, únicamente á consecuencia de incorrecciones ortográficas, ha podido el nombre de Brija ser confundido con el de Naranjia7, desconocido entre los indígenas, pero citado desde Mármol por muchos autores. Brija fué destruída por los portugueses, que en sus incursiones llegaban hasta cerca del sitio en donde se encuentra Uasán.

Si á algún punto conviene aplicar la denominación de Frigidœ, es seguramente á Fuara en donde los manantiales de frescas aguas brotan del suelo con extraordinaria abundancia. Fuara, como Frigidœ, se encuentra en el antiguo itinerario de Oppidum Novum á Volúbilis y á unas dos horas de camino de El Ksar-el-acabir. Mucho más natural es que busquemos á Frigidœ en aquella dirección que en la de Suáir, como pretende M. Tissot; toda vez que Suáir, por su pequeñez y situación, indica no haber sido más que un puesto militar (castellum) aislado en el centro del Garb y perdido entre los inmensos encinares que, en aquellos tiempos, ocupaban todo el territorio comprendido entre el Luccus y el Sebú.

Antojásenos igualmente errónea la opinión de los que creen ver en las ruinas de Besra, de puro origen africano, á la antigua colonia ó prœfectura de Tremulœ. Semejante denominación inspira   —365→   como cierta idea de una enseña marcial tremolada al viento; hecho que, con mayor propiedad, pudiera convenir á un sitio prominente como es el arruinado y antiquísimo castillo, por nosotros visitado, en la cima del cono central del Sarsar8, que á Besra, cuyas derruídas torres albarranas se encuentran sobre dos oteros en el eje de un valle semicircular formado por el propio Sarsar, la sierra de Masamoda y Jebel farsin, ó monte del helecho.




- IV -

El Ksar-el-acabir. Oppidum Novum


No en balde nos hemos extendido en referir el sistema empleado por los romanos en sus establecimientos coloniales. Si á las reglas aducidas añadimos la costumbre que aquel pueblo tenía de establecer en el punto culminante de las nuevas ciudades el castrum ó ciudadela, destinado á refugio y defensa de los habitantes, y que tanto este castrum como los principales edificios públicos de la República y del Imperio estaban construídos ó revestidos por lo menos con el saxum quadratum, habremos completado el diseño de las líneas generales y características de toda colonia romana.

Si lo fue Alcazar El-acabir ¿cómo no conserva de ella, ni el más ligero trazo? Ninguna de sus calles se encuentra en la consagrada dirección N.-S. del cardo maximus; ninguna en la E.-O. del decumanus maximus cuyo punto de intersección con aquel hubiera debido corresponder al tradicional forum. ¿En dónde podemos suponer que estuviera situado el castrum? ¿En el recinto de la ciudad? Difícil se hace creerlo. Toda ella es llana. En   —366→   ninguno de sus barrios existen cuestas ni desigualdades apreciables; el nivel de las actuales calles concuerda perfectamente con el de las entradas de las casas y sobre todo con el de las mezquitas, algunas de las cuales cuentan con más de seiscientos años de existencia; de suerte que el terreno, que va suavemente subiendo desde la alta margen del río, se halla á igual altura que en la época en que la ciudad fué fundada ó simplemente rodeada de muros por Yacub el Mansur.

El único punto en que hubiera debido en todo caso existir el castrum, sería en el cerrillo denominado Emsal-la, al NE. de la ciudad. Pero allí hemos buscado inútilmente vestigios romanos. Lo único que existe, casi al pié de la altura, es el cimiento de una casa ó de una atalaya cuadrilonga, pero hecha de fuerte tapia que nada tiene de común con la paries formaceus. Y al O. de la Emsal-la, en plena llanura, dominando el camino de Larache y perdido entre los sembrados, puede seguirse á flor de tierra el trazado de otro fuerte de tapia de cien metros de lado, orientado N.-S. Los viejos muros de Muley Yacub el Mansur, lo propio que las paredes El Hara, derruído hospital de leprosos, son igualmente de tapia, género de construcción importado en el Magreb por los Beni Merines, cuyos cimientos han de ser necesariamente de sólida piedra. No es de creer, sin embargo, que los moros hayan empleado la cantería romana en tales fundaciones. Mejor hubieran levantado con ella paredes de vistosos edificios. Para la cimentación tienen en el Gebel Gani, á 2 km. de distancia, una cantera inagotable que todavía explotan con idéntico objeto.

El que no conozca á Alcázar; el que haya oído hablar de las lagunas y de los pantanos que la circundan; el que algo haya leído de las inundaciones anuales con que el río la castiga, podría muy bien suponer que aquel suelo ha debido por fuerza irse levantando á consecuencia de los sedimentos en él depositados por las esparcidas aguas. Y sin embargo, se equivocaría en absoluto. Desde el pié de las estribaciones septentrionales del Gebel Sarsar, en la orilla derecha del Luccus, hasta el Meshra el Neshma ó el Vado de la Estrella, territorio que conocemos, ningún cenagal, ninguna charca, ningún pantano se ve. Alcázar se encuentra en sitio seco y perfectamente á cubierto de toda inundación. El río   —367→   pasa encajonado entre márgenes de más de 10 metros de altura que nunca rebasa. La misma horizontalidad del plano, levemente inclinado, que desde el río conduce hasta el pie de El Emsal-la, unida á la inalterabilidad del nivel del piso con respecto á los edificios, hace incurrir en sospecha al observador. Pero cesa toda admiración al saber que la inundación es producida artificialmente por cuestión de policía y de higiene, para purificar la atmósfera y el suelo de la pestilencia de las letrinas, cuyo asqueroso producto circula al aire libre, y con objeto de estercolar sin coste alguno las huertas y los olivares que al poniente de la ciudad ocupan una extensa zona. Así, pues, las aguas del Luccus no penetrarían tierra adentro por su derecha margen, si la mano del hombre no hubiese practicado á 1 km. más arriba de Alcázar una cortadura que los naturales llaman sud, palabra árabe que ha dado indudablemente origen á la voz castellana azud. El sud tiene su nivel 3 m. más alto que el de las aguas fluviales. Cuando estas exceden de tal medida van entrando por aquella brecha de la cual arranca un cáuce de 5 m. de ancho por 4 de altura, que, desembocando en el zoco, inunda á Alcázar, barre las inmundicias, las transporta á las huertas y á las plantaciones de olivos, para volver al Luccus por otro ancho caño llamado cántara de Bujuts, que es en nuestro sentir resto del antiguo lecho del desviado río. Así, aquellos naturales hacen producir en pequeño á esta corriente, un efecto parecido al que en Egipto ocasiona el Nilo.

En donde realmente se encuentran los pantanos es en la orilla izquierda. Llámanse colectivamente lagunas de Sidi Salema. Empiezan algo más arriba del paralelo de Alcázar, para terminar á la altura del cementerio israelita, en un punto denominado Menatiin, en donde en tiempo de avenidas establece la administración una lancha de pasaje. ¿No pone esto ya en evidencia la inverosimilitud de la leyenda que León el Africano, y Mármol luego, refieren respecto al novelesco incidente que diera lugar á la fundación de tan famosa ciudad? Si las circunstancias que dejamos apuntadas siembran la duda en el ánimo, el relato de la tradición local, apoyada en algunos vestigios materiales, completa la convicción.

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En efecto, ¿cuál de los habitantes de Alcázar ignora en qué sitio estuvo antiguamente situada la ciudad? Ninguno. Todos os señalarán con la mano el horizonte hacia el E. en la falda de un monte cercano al río, en frente de Gebel Gani. Todos pronunciarán el mismo nombre, El Duámar. Media hora de camino hecho á caballo, os transportará á una especie de ager. Allí, buscando entre la hierba, encontraréis indicios de haber existido en otros tiempos extensas construcciones. Pero son de tapia merinida, anguladas con piedra é hileras de ladrillos idénticos á los que hoy produce la industria alcazarreña, cimentado el todo por medio de cal. En aquel sitio, completamente falto de vestigios romanos, fué fundada, pues, la antigua Alcázar. Pero á medida que iba avanzando la obra, observábase que las herramientas de los operarios desaparecían misteriosamente durante la noche y eran encontradas al siguiente día en el sitio en que hoy se levanta la mezquita del barrio de la Cheriá. Repetido el hecho muchas veces, fué considerado como secreto aviso del cielo, y así fueron las obras abandonadas para proceder á fundar la ciudad en su actual emplazamiento. Mas la simple inspección del terreno demuestra que el santo autor del milagro debió ser un hábil estratégico. En el Alcázar de Duámar, el castillo ó población tendría probablemente por objeto impedir las carreras y consiguientes depredaciones de los montañeses de las opuestas orillas, al paso que dominaba un vado al pie de Gebel Gani, en el cual se nos antoja reconocer el cimiento de varios pilones de un antiquísimo puente, entre cuyas ruinas hay tres pedruscos que á primera vista parecen cubiertos de extraños dibujos como de entrelazadas ramas, y que muy bien pudieran ser resultado de la descomposición de la caliza corroida por la acción de las aguas. Más arriba del río, junto á su derecha orilla, entre Duámar Árabe y Querárua Árabe se ve otra piedra parecida. La experiencia debió demostrar que muy bien podía prescindirse del puente para cruzar el Luccus por otro punto más occidental que era la verdadera llave del camino del Garb. Este sitio es el del actual Alcázar, cuyos fundadores debieron derrocar aquel cómodo viaducto para quitar facilidades á la invasión enemiga.

Además del nivel del suelo, que no puede haber cambiado por   —369→   las razones aducidas, en Alcázar todo es de ladrillo, las casas, las mezquitas, los minaretes. El saxum quadratum forma una excepción tan extraordinaria, tan rara, que sólo se hace notar en los ángulos del alminar de la gran aljama. En uno de ellos puede el transeunte ver la inscripción funeraria griega de que hablamos en nuestro Estudio del Bajalato de Larache. Pero, ¿quién podría asegurar de una manera positiva que el tal monumento epigráfico haya sido encontrado en aquellos sitios? ¿No pudieron haberlo transportado, con otras piezas de cantería, desde el Luccus por el río?

No debemos, en absoluto, fijarnos, sin embargo, en la no existencia del saxum quadratum en Alcázar. Los romanos empleaban igualmente el cementum, la piedra sin labrar para construir las murallas de sus ciudades fortificadas, género que apellidaban cementicia structura antiqua. Pero de haber encontrado los indígenas en aquellos sitios la abundancia de tosca piedra que sería de suponer, si allí hubiese habido una población romana de la importancia de Oppidum Novum, algo parecería en los edificios públicos ó particulares que, por el contrario, presentan unánimes, y al desnudo las acumuladas hileras de ladrillo de que se componen. Además, en antiguos cimientos descarnados por la acción de las aguas, y en otros que el propietario mandaba abrir de nuevo para darles mayor profundidad, hemos observado que la piedra, en unos y otros empleada, no es el saxum quadratum, sino el cementum, la piedra irregular sacada de las inagotables canteras del Gebel Gani.

Así, pues, faltan en absoluto las pruebas materiales de que la ciudad de que tratamos haya reemplazado á una colonia romana, y existe, por el contrario, la convicción apoyada en testimonios materiales de que el antiguo asiento de Alcázar no fué el que actualmente ocupa. Difícil es, por lo tanto, creer, que el famoso Oppidum Novum, plaza fuerte y silla episcopal, circunstancias que hacen suponer una población relativamente considerable, y la existencia de templos, circo y otros edificios públicos inseparables de tales fundaciones, sea ese mismo. El Ksar-el-acabir, cuya historia verdadera no ha sido escrita todavía, y cuyos ladrillos y arcillosos paredones y agudos tejados, diseminados en   —370→   estrechas y tortuosas callejuelas, ofrecen, en su conjunto, el aspecto de una de las grandes tchora ó aldeas de las mauritanas montañas.

Y si Alcázar El-acabir hubiese reemplazado á Oppidum Novum y esta á Cerne, capital de los Libios atlantes, ¿cómo no hicieron mención de tan memorabilísima circunstancia ni Plinio el mayor ni el joven Plinio, siendo así que vivieron en el primer siglo de nuestra Era, época en que el imperio romano, declarando provincia suya á la Mauritania, desarrolló en ella su sistema de colonias militares?

Para no dejar incontestada cualquiera objeción que pudiera sernos presentada, combatiremos un error de etimología, que no es de Costa ni de Tissot, sino de Mármol, y que de dejarlo subsistir, fácil sería que sirviese de punto de apoyo á los que insisten en que en el emplazamiento del actual Alcázar El-acabir se había alzado una fundación romana.

En la mayor parte de las ciudades marroquíes existe la calle ó barrio llamado Alcaicería. También hubo alcaicerías en España, y, según nuestros autores, eran casi exclusivamente vendidas en ellas las sedas en rama. En las del Magreb son expendidos pluralidad de artículos, entre los cuales predominan los tejidos de toda clase. Mármol quiere hacer derivar Al-caiseria Árabe de Al-caisar, Árabe nombre que los árabes, como los alemanes, dan al que nosotros, tal vez con menos razón que ellos, pronunciamos César. Y así Al-caiseria siempre, según el referido escritor, significaría el sitio de la ciudad en donde se pagaba el tributo al romano emperador, al César ó Caisar.

Nosotros opinamos que no debe buscarse la etimología de aquel nombre fuera del idioma árabe que le ofrece indubitable. Cáis Árabe indica medida en volumen, en profundidad, en altura, en capacidad y demás. Esta medida puede referirse igualmente por extensión al peso, ya que nadie duda de que el peso es una medida aplicada á artículos de difícil medición. Por lo tanto, Al-caiseria significa en realidad el barrio del Comercio, en donde los efectos son expendidos por medida, como los paños, telas y sederías, ó por peso, como las piedras preciosas, los perfumes, el té, el azúcar y todo otro objeto considerado como de lujo, á los cuales   —371→   se van de día en día agregando otros de distinta naturaleza.

Esto explicará, cómo teniendo Alcázar una-Al-Caiseria, no deriva el nombre de tal barrio de haberse pagado de antiguo en él tributo al César, sino de la necesidad, que en las ciudades mahometanas ha dejado siempre sentirse, de concentrar en sitios cerrados é independientes del domicilio particular, y en puntos de fácil y común acceso, custodiado de noche por la fuerza pública, toda la actividad comercial. Y debe ser así, por cuanto vemos establecidas alcaicerías en todas las ciudades fundadas por árabes y berberiscos muchos siglos después de la dominación romana. Sirvan de ejemplo Tetuán, Fez, Rabat, Marruecos, etc., sitios en los cuales, no habiendo existido antes centros habitados por los antiguos conquistadores del mundo, jamás pudo el César tener edificios ocupados por el Censor encargado de recaudar los caudales acumulados por la tributación, ni el aerarium en donde depositarlos.

Recapitulando las materias tratadas, creemos haber aducido los suficientes datos para que claramente resulte probado que Al-Ksar-el-acabir no pudo ser, por imposibilidad material absoluta, la Cerne de la famosa Atlantida Platoniana, ni por su situación septentrional y lejana de la verdadera región del Atlas, la Cerne de los Libios Atlantes; así como el hecho de haber sido otro su primitivo asiento y la absoluta carencia de vestigios romanos en su actual recinto y en las inmediaciones, hacen indudable que allí tampoco existió Oppidum Novum.

Creemos necesario dar fin á nuestra tarea diciendo algo referente á la parte geográfica de la región que nos ocupa, siquiera no sea más que para hacer inteligible el tosco croquis que acompañamos.




- V -

Cuenca del Luccus. Ruinas y lápidas. Las tumbas de los gigantes


Ya estamos enfrente de la barra del Luccus. ¡Magnífico panorama se despliega á nuestra vista! En primer término Larache con su cintura de viejos y almenados murallones, único vestigio de la dominación española, con sus blanquecinas casas, con su   —372→   alto y esbelto minarete, con sus fortalezas coronadas de redondas cúpulas, con su venerado santuario de Lalla-Menona-Mesebajia y su ropaje de verdes naranjales cargados de azahar, cuyas suaves emanaciones, transportadas en alas de la brisa, embalsaman el ambiente. En la opuesta orilla, áridas y extensas dunas, constituídas por tenues y voladoras arenas que el mar arroja constantemente á la costa. Más adentro, á una legua de distancia y entre los cerros de Lixus y de Sidi Uaddar, avanzados como bastidores de inmenso escenario, un fondo de azules montañas, las de Halserif, y allá en la región de las nubes el elevado picacho de Sarsar, que, mirado de perfil desde el Océano, tiene la forma de un pilón de azúcar, pero que visto de frente desde el Garb se asemeja con su triple cono á un águila enorme, desplegadas las alas y baja la cabeza en ademán de ir á lanzarse sobre invisible presa.

El espacio comprendido entre las referidas montañas y el mar lo constituye un plano inclinado en cuya parte media superior se encuentran Alcázar y las onduladas y célebres llanuras que tres siglos atrás presenciaron la destrucción de un ejército lusitano y la muerte de su heroico caudillo el malogrado rey D. Sebastián. Tal disposición topográfica da por resultado que las que contempladas desde el mar eran altísimas sierras, pierden de su importancia á medida que se sube hacia ellas, hasta el extremo de que al llegar á su falda parecen haberse achicado y reducido á poco considerables cerros. En la mitad inferior del plano de inclinación corre la plateada corriente del Luccus engrosada, con el caudal del Uad Elmjázen Árabe y del Uarur Árabe. Allí empieza el Luccus á describir sinuosas circunvoluciones, ciñendo á uno y otro lado extensas penínsulas levantadas por sucesivos aluviones del fondo de las aguas marinas que indudablemente cubrieron siglos antes de la Era cristiana la cuenca inferior del propio río desde la península de Sidi Embárec Árabe hasta el Océano.

Y en efecto. Abstracción hecha de los terrenos de aluvión que en el centro de la cuenca del Luccus se miran, la configuración de entrambos lados de la misma, constituídos por alturas que desde abajo parecen montañas y que resultan en lo alto extensos   —373→   y accidentados llanos arenosos, evoca en la imaginación como la idea de haber existido allí una gran bahía, en una extensión de más de dos leguas tierra adentro por una escasa de anchura, espacio hoy ocupado por las cenagosas penínsulas del Gelich Árabe Zuada el Adir Árabe y una que otra isleta, intrincado laberinto de que se escapa el río corriendo veloz hacia su desembocadura.

La configuración de la inmediata costa exterior entre el cabo Cenitoso9 al N. y la punta del Molino de Viento10 SO. es la de un sinus de cuatro leguas de abertura, en cuyo vértice se encuentra la cuenca del Luccus. La extremidad septentrional de la antigua bahía está erizada de rocas areniscas y calcáreas. Los indígenas la apellidan El Emcásera11.

En la extremidad meridional se encuentra construída Larache sobre enormes moles de areniscas y calcáreas cimentadas por capas arcillosas de gran profundidad. Bañando las murallas de la población, la ría, y entre la ría y la Emcásera las dunas que van subiendo progresivamente hasta alcanzar igual elevación que las alturas vecinas. Á pesar de los muchos siglos transcurridos desde que las arenas empezaron á obstruir la boca de la bahía, oponiendo su fuerza de inercia á la acción de las mareas que iban arrastrando los aluviones fluviales, facilitando así el depósito de los sedimentos actuales, su blanco color contrasta con el de la roja arenisca de la región septentrional contigua, que es la de Sáhel, y que desde las márgenes del Luccus va estrechándose hasta llegar más allá de Arzila. De la Emcásera al Shammish Árabe ó Lixus corren las mesas del Sáhel, de la propia arenisca todas hasta su base, cuyo borde extremo, de algunos metros de ancho, lo forman los barros depositados por el río. Lo cual demuestra que entre ambos puntos no ha invadido este gran cosa los terrenos. Á igual distancia de ambas localidades el tchar   —374→   Árabe ó aldea de Racada Árabe12, con su centenar de chozas de pajizo y puntiagudo techo y de terrosas paredes y sus estériles huertos cercados con el espinoso chumbal. En vano se busca entre el pueblo y el Luccus cualquier pequeña elevación que nos indique la existencia del islote de Racada citado por M. Tissot, como sustentando un templo del sol, y suponiendo que en sus flancos debió florecer el famoso jardín de las Hespérides, á pesar de que ya en remotísimos tiempos, según el relato de Scylax, se le consideraba situado más arriba de Phycus sinus, al poniente de Cyrene13. Pasmado quedará el lector cuando sepa que se trata de un simple montón de tierra en cuya parte superior se ven unos como cimientos de cierta construcción cuadrada de un centenar de metros de lado. Aun suponiendo que el aluvión hubiese llegado á depositar en torno sus barrizales sobre fondo arenoso con un espesor de 2 m., circunstancia que parece desmentir el terreno cretáceo é intacto de Biada Árabe punto blanco y visible de la propia orilla situado entre el islote y el Shammish Árabe y otro punto fijo constituido por las rocas calcáreas que se alzan entre el mismo islote y las dunas, no alcanzaría aquel á cuatro estaturas de un hombre regular. El cieno se eleva poquísimos piés sobre el antiguo nivel de las aguas marinas, á idéntica altura del puerto del Lixus, cuyo muelle es todavía visible entre el barrizal y el pantano mencionado por el P. Aldrete, que hoy merece ya casi el nombre de península. Trabajo le habría de costar al Sr. Tissot encontrar en lo que él titula el islote de Racada espacio suficiente que le permitiese replantar de una manera presentable, no ya la selva que debió existir en el jardín de las manzanas de oro, mala aurea, sino siquiera algunas docenas de los árboles que tan maravillosa fruta producían, y que no pudieron ser naranjos. El naranjo es originario de la China, de donde lo importaron los portugueses algunos años después de la famosa expedición de Vasco de Gama, es decir en el siglo XVI.

  —375→  

El Shammish ó Lixus ocupa un cerro compuesto de tierras cretáceas cubiertas de espesa vegetación, cuyo verde oscuro se destaca de una manera notable sobre la que produce la arenisca roja vecina. Jamás ha sido una verdadera isla. Así lo demuestra la pequeña loma que á modo de istmo la enlaza por su parte septentrional con las mesetas del Sáhel. Antes que el cieno cegase el puerto del Lixus, que cae al oriente del cerro, y de que formase el llano que hoy se extiende á su pie hasta la opuesta orilla, donde se encuentra Sidi Uaddar, llano interrumpido por el sinuoso Luccus, debió aparecer como un promontorio avanzando sobre las aguas de la bahía.

Rodeando el Lixus E. y ESE., hay un valle con un pequeño cáuce de arroyo en su centro, en cuyas márgenes se ven restos como de antigua cañería. Por ella venían las aguas de Ain Hammam Árabe abundante manantial que nace en el tchar del Gemis Árabe, á una hora del Lixus. La parte inferior de este valle debió estar ocupado por las aguas cuando el Shammish era península, pero fue enalteciéndose su suelo á medida que iban acumulándose los barros en la cuenca del río. No obstante, la presencia de los restos de acueductos hacen presumir que ya en tiempo de los romanos el valle debió encontrarse fuera del ordinario nivel de las aguas fluviales.

Al poniente del Shammish hay un cerro aislado de inclinada base y casi tan elevado como el monte de las ruinas. Los naturales, que en todo creen ver la intervención de los jenn Árabe, refieren una corta leyenda, según la cual estos genios formaron el referido montículo con los materiales que sobraron después de construido el Shamnish. La forma especial del cerro y su aislamiento nos hacen sospechar en él uno de esos tumuli tan frecuentes en el país. Si en efecto fuese un tumulus, sus extraordinarias dimensiones indicarían ser aquella la sepultura de algún ilustre personaje. Por algunos ladrillos circulares encontrados en lo alto, se deduce que debió haber sido erigida allí una columna. No creemos que sea este el famoso sepulcro de Anteo, del cual dice Mela, citado por Tissot: «Collis modicus resupini hominis imagine jacentis». Una colina regular presenta el aspecto de   —376→   un hombre tendido boca arriba. Si en vez de presenta pudiésemos decir recuerda, no solamente tendríamos el sepulcro de Anteo á la disposición de nuestros lectores, sino una serie de enormes tumuli que en una de nuestras expediciones al Garb descubrimos hace algunos años, y que la tradición local atribuye á cierta familia de gigantes. De tales monumentos prehistóricos daremos detallada cuenta al finalizar el presente capítulo.

La base de la opuesta orilla desde Larache á Sidi Uaddar, y aun hasta cerca de Al Ksar-el-acabir Árabe, es la arcilla, sobre la cual descansan rocas areniscas que á su vez sustentan la capa de piedras calcáreas, cuya masa, en vez de ser compacta, se presenta como perforada por aberturas circulares ú ovales, que más bien se asemejan á tubos ó chimeneas perpendiculares establecidas á propósito para ayudar, por medio de forzadas corrientes de aire, al enfriamiento y á la cristalización de la corteza terrestre. El todo se encuentra cubierto por las arenas rojizas que ocupan las mesas de entrambas márgenes del Luccus, pues el cáuce con los llanos colaterales lo constituye sin excepción la clase de terreno llamada dajsh Árabe. Nosotros traducimos dajsh por bujeo, tierra arcillosa extraordinariamente fértil, por lo mucho que conserva la frescura y la humedad, á pesar de que sean escasas las lluvias. Si remontando la derecha orilla se ven sucesivamente los escarpes del Sáhel Árabe, del Shammish, de Rejiin Árabe, de Sidi Embárec, de Busafi Árabe, de Uad Emjazem, del Uarur, de Ulad Ushej Árabe, de las colinas de Duámar Árabe y de los montes de Halserif del Otá ÁrabeÁrabe, al descender por la margen izquierda notamos en las estribaciones del Gebel Sarsar Árabe los propios montes de Halserif, el Gebel Gani Árabe, los desfiladeros de Má el Báred Árabe, las colinas de Siar Árabe, dominadas al S. por las onduladas alturas de Drisa Árabe, línea divisoria de las cuencas del Emdá Árabe y del Luccus, los cerros de Muyahedin Árabe, los de Ulad Amar Árabe y Braktsa Árabe,   —377→   entre los cuales y el llano vecino al río bajan las mesas inferiores de Sidi Gueddar Árabe, Shelejats Árabe, Simi del Má Árabe, Bushárem Árabe, Ulad Gammi Árabe, Sidi Uaddar, y por último las huertas de Larache y la población del mismo nombre. Remontando el Luccus desde su desembocadura, encontramos entre las huertas y el Lixus dos penínsulas: el Gelish Árabe, á menudo inundada por las aguas del mar, y la del Shammish. Después de esto, y frente á Sidi Uaddar, á levante, otra llamada Zuada Árabe, en pos de la cual, y dividida por el arroyo llamado el Jolsh del Cántara el baida Árabe que desemboca á poniente de Sidi Embárec, en donde hay una dehesa del imperial patrimonio, casi enfrente de un islote de más de 100 pasos de largo por el tercio en anchura; de semejante extensión, viene el Adir Árabe, otra gran dehesa del Sultán enfrente del río Busafi. Subiendo siempre por el Adir se encuentra un caño formado por las aguas venidas de Busharem Árabe, que se cruza por un sitio que, á pesar de ser designado con el nombre de Cántara del Lebén Árabe, no tiene puente alguno. Más allá corre otro riachuelo que, venido de Simi del Má, va á dar igualmente en el Luccus por un sitio denominado Majajiba Árabe. Entre ambos puntos se encuentran en medio del río, á flor de agua, los cimientos de varios pilares de un gran puente desaparecido, probablemente el puente por donde pasaba la vía romana de Lixus á la región del Subur. Algo más allá desembocan frente al mismo Adir, antes de llegar al vado de Meshra el Neschma Árabe, el arroyo Busafi y los ríos Uad Emjazem y Uarur. Sigue Sidi Gueddar, en donde y hacia el S. empieza el llano Mujiddin, en el cual hay muchos silos de trigo, y que termina en otra dehesa del Sultán denominada Taccayud Árabe. Taccayud llega á su vez hasta las lagunas de Sidi Zalema Árabe, y estas desaparecen un poco más arriba del paralelo de Alcázar, después de haberse extendido algún tanto en dirección   —378→   de Siar Árabe. Ya hemos hablado de los vestigios de otro puente, que se ven en el recodo que el Luccus forma al pie de Gebel Gani, enfrente de los Duámar Árabe, con aquellas piedras que parecen cubiertas de misteriosos diseños. Un tercer puente debió existir en el propio río al N. del vado de la Merisa Árabe; pero allí se limitan los vestigios á algunos ladrillos diseminados en la escarpa de la derecha orilla.

Daremos fin á esta reseña geográfica señalando algunos puntos en donde, al decir de los indígenas, se encuentran lápidas con caracteres para ellos desconocidos, ó ruinas de ignorado origen. No obstante tales indicaciones, dúdese siempre de la exactitud de la noticia, pues bien á menudo nos ha sucedido, después de cuatro ó cinco horas de trabajoso camino por despoblados ó de trepar á lo alto de escarpadas montañas con un sol abrasador, encontrarnos con que la piedra escrita era un pedazo de peñasco lleno de grietas ocasionadas por la inclemencia. Lo propio acontece con las ruinas. Bástale á un moro ver algunos pedruscos amontonados á consecuencia de cualquier fenómeno geológico, para suponer que aquel sitio debió haber sido ocupado por una ciudad de los Rumi.

Hé aquí, aunque en parte nos repitamos, un resumen de tales antigüedades, cuya busca recomendamos á las personas competentes.

En la cumbre del Sarsar Árabe existe un castillo arruinado, y en él un pozo cuya boca cubre una lápida con una inscripción.

En el aduar de Querárua Árabe (jolot) Árabe, detrás del monte Duámar, sobre el Luccus, una piedra llamada El Arosa Árabe «la novia». Parece que en aquel mismo sitio hubo antes un pequeño puente.

En Gebel Gani, estribación NO. del Sarsar, se dice existir un peñasco con una inscripción.

Al pie de este monte, en el recodo que forma el Luccus para entrar en el llano de Alcázar, llaman la atención dos piedras cubiertas al parecer de extraños dibujos, junto á los derribados pilares   —379→   de otro antiguo puente. Otra piedra parecida está 2 km. más arriba en la orilla derecha del mismo río.

En Alcázar la inscripción funeraria griega en el alminar de la gran mezquita; las derruídas murallas merinidas de tapia y los cimientos de otros fuertes pertenecientes á la propia época.

Cerca del vado de la Merisa, entre el río y el aduar de los Ulad Ushej Árabe, dos piedras, denominada la mayor el jayera emzuca Árabe y situada en medio de un campo. La pequeña se encuentra junto á un pozo.

A 100 pasos más abajo de la Merisa una multitud de ladrillos diseminados en la escarpa de la derecha margen del Luccus parece acreditar la opinión de los indígenas, que suponen haber allí subsistido un antiquísimo puente, á pesar de que ningún otro indicio lo compruebe.

Más abajo, entre Meshrá Neshma Árabe y Sidi Embárec, la corriente del Luccus espumea al chocar con los cimientos, á flor de agua, del antiguo y desaparecido puente romano.

En último lugar señalaremos el Lixus con su tumulus, y una hora más allá, hacia levante, el Gemis, cuya fuente del Hammam, ó del baño, llevaba antiguamente sus frescos cristales á la colonia del emperador Claudio, por medio de un acueducto algo tosco, que ha dejado marcada huella en el valle intermedio de Rejiin Árabe.

Por otro lado, en Beni Górfed Árabe, encima de la villa de Sáhara Árabe, en el desfiladero por donde sale al llano el Uad el Emjázen, hay las ruinas de una antiquísima población. Los montañeses la llaman Debna Árabe, pero su situación al E. de Lixus nos hace suponer que sea la colonia Babba de los romanos. De Beni Górfed á Sarsar corren las montañas de Halserif del jebel y Halserif del Otá, y además otros montes del Jolot. En uno de estos, situado á la derecha del Luccus y en el Tchar maállem Árabe, ciertas ruinas de un fuerte, en forma de cuadrilátero, y constituídas por sólido tapial, indican haber sido aquellos sitios expuestos á los incursiones de los pueblos montaraces de Arjona Árabe.

  —380→  

Entre la sierra de Masamoda Árabe y los montes de Uasán Árabe pueden verse unas lápidas inscriptas en el pequeño zoco de Erbia de Aúf Árabe, no lejos de Tenin de Jorf el Meljá Árabe.

Al pié septentrional de Arjona están indicadas las ruinas de Brija Árabe que, según hemos ya visto, varios autores leen Naranjia Árabe; mientras que á la falda meridional de la propia sierra, muy cerca de Uasán, vastas ruinas de muros hechos de tapia revelan que allí existió la Ezagen de Mármol, hoy Ashejen Árabe.

Continuemos.

Al SO. del Sarsar, en el centro del valle del Emda Árabe, formado por aquel monte, la sierra de Masamoda, Gebel Farsiu ÁrabeÁrabe, Gebel Biban Árabe y sus estribaciones, por un lado, y las onduladas alturas y dependencias de Drisa Árabe, se alzan los restos de la antigua ciudad edrisita de Besra Árabe. El referido valle, que conocemos bastante, está completamente cerrado por la parte del Luccus. Bekri y M. Tissot afirman lo contrario.

Al O. de Besra, la fuente de las perlas, Ain johar Árabe, brinda con su fresco manantial al sediento viandante.

En igual dirección, y media hora más lejos, hay las ruinas de la Caria del Gerishi Árabe, antiguo bajá del Garb, anterior á la también desaparecida familia de Ben Auda.

Al S. del valle de Besra, en un monte rodeado de manantiales y minado de cuevas, denominado Gebel de Ain Quivir ÁrabeÁrabe, á dos horas de Gad Cored Árabe, hay el aduar de Ulad Bezaz Árabe. En él me han señalado una lápida antigua, que yo no he podido encontrar. Otra debe existir enfrente de la vertiente septentrional de Gebel Biban, no lejos del aduar de los Ulad Aisa Árabe, Según las indicaciones obtenidas, nada de particular tendría que este monumento epigráfico perteneciese á la época fenicia.

Más allá del Sebú Árabe, en el aduar de Sidi Ali Bu Jenum, podemos señalar una inscripción, cuya copia remitimos hace algún   —381→   tiempo á la Real Academia de la Historia, y que habíamos indicado á M. Tissot cuando efectuó su viaje á Rabat en 1872.

Se asegura que en Gad Chillul Árabe se ven antiguos vestigios. En Mulay Buselaam Árabe, dominando la laguna, y en los Suair, enseñoreando el paso del arroyo, hay otros; fenicios aquellos, romanos los últimos, al paso que en Gebel Dal Árabe el desfiladero de Bab el-gador Árabe ó Bab enserani ?Árabe, puerta de la traición ó del cristiano, y el bir ensarani ?Árabe ó pozo del cristiano, que en medio del no lejano bosque de El Gerisi Árabe se encuentra, parecen perpetuar el recuerdo de algunas incursiones que por aquella parte efectuaban los españoles de la Mehedia Árabe.

Al O. de Gebel Dal, y sobre un cerro, se mira un alminar medio derrumbado, el Sma emgarja Árabe, resto de cierta villa arábiga fundada por los Sherifes Mesabajiin ÁrabeÁrabe de la Meca.

Una de las exploraciones más interesantes, y que daría tal vez resultados de consideración para la ciencia arqueológica, sería la de las tumbas prehistóricas del Garb.

Muchos son los tumuli diseminados por aquella región, pero en ningún punto de Marruecos se encuentran agrupados en tanto número y de tan colosales dimensiones como los que, entre los aduares de Ulad jarrai Árabe y el Bedaua el farja ÁrabeÁrabe, alimentan la supersticiosa credulidad del vulgo. Si el sepulcro de Anteo pudo haber existido en alguna parte, ha de ser precisamente allí en cualquiera de aquellas tumbas de los gigantes, el Cobor el johal Árabe, según las apellidan los naturales.

Hé aquí lo que respecto á los tumuli de la comarca referida decimos en nuestro inédito libro El Garb y el Jebel Árabe:

«Después de las ruinas fenicias, romanas y árabes del Garb, justo será decir dos palabras acerca de los tumuli ó sepulturas   —382→   que podemos llamar prehistóricas, y que en diferentes puntos de la propia región hemos encontrado.

»Los tumuli ofrecen el aspecto de pequeños montículos de tierra de uno á cuatro metros de altura, por cuatro á seis de diámetro.

»Abunda esta clase de monumentos funerarios entre el Luccus y Tánger.

»En el Garb Árabe son menos numerosos, pero algunos de ellos más notables por sus dimensiones. Tales son los nueve tumuli llamados Cobor johal Árabe ó sepulcros de los gigantes, situados al O. y junto al aduar de Bedaua el farja, y quince minutos al NE. de Ulad jerray Árabe, en un dilatadísimo claro antiguamente ocupado por los encinares del bosque mismo de Jebila Árabe y á la derecha del camino que conduce desde la Caria de Benrremosh Árabe, actual gobernador de los Sfian Árabe, al soco de Jumaa de Taganaut Árabe, tan largos que se asemejan á pequeñas colinas por lo general desnudas de toda vegetación.

»Los Cobor el johal ostentan una forma común á todos ellos. Consisten en altos terraplenes á guisa de caballetes cuadrilongos con redondeados extremos, anchos en su base y deprimidos en lo alto, en donde hoy quedan plataformas más ó menos extensas, según la magnitud del respectivo monumento. Por lo que puede colegirse de uno de ellos, situado sobre cierta colina á la parte NNO. de la colección, y en el que la vegetación ha impedido hasta cierto punto el arrastre y esparcimiento de tierras, se adivina que las dos caras del paralelógramo, subiendo en escarpa, debieron quedar unidas por lo alto como prolongada loma. La acción de las aguas las han planificado algún tanto, truncando aquellas especies de pirámides y dejándolas reducidas á poco más de la mitad de su primitiva elevación.

»Los nueve tumuli están uniformemente colocados en dirección longitudinal de E. á O., como las tumbas fenicias de piedra que se encuentran cerca de Tánger, pero son de diferentes magnitudes. El más meridional de todos ellos, que se alza en medio de una meseta baja y algo extensa, es el más considerable, pues   —383→   mide próximamente 400 pasos de circunferencia por 60 de diámetro transversal, y de 7 á 8 metros de altura. El que en el mismo llano le sigue en orden hacia el NE. tiene 252 por 50 y 7; otro, al N. de este último, 300, 55 y 7, etc., etc.

»La tradición local es de que aquellos tumuli encierran los esqueletos de una familia de hombres de hercúleas fuerzas y descomunal talla que antiguamente poblaba el país; que en sus guerras con otros desaforados gigantes solían desarraigar las montañas para arrojarlas contra sus enemigos, y que al atravesar en su mayor profundidad los mares, llevando por báculo altísimas palmeras, el agua les alcanzaba únicamente á los tobillos.

»Dejando á un lado estas ficciones, que parecen reminiscencia de la fábula de los Titanes, vista la respectiva situación de los tumuli y examinada la topografía de aquellos lugares, nos inclinaremos á creer que allí habrá tenido lugar en remotas edades alguna gran batalla entre los aborígenes y algún pueblo conquistador, tal vez el fenicio ó el cartaginés. Este pueblo debió triunfar, y dueño del campo proceder al sepelio de los muertos. Esparcidos estos en un espacio de más de una legua cuadrada, fueron acumulados en nueve puntos diferentes á que corresponden los nueve tumuli existentes. Orientados, según hemos hecho ya observar, debieron ser los montones de cadáveres cubiertos con las pirámides de tierra que á nuestra vista todavía se ofrecen, y cuyo objeto debió ser sin duda defender los inanimados restos de los guerreros contra la voracidad de las bestias feroces que, en número considerable y de variadas especies, pululaban entonces por las mauritanas selvas, al propio tiempo que la escarpada vertiente de los tumuli tenía la ventaja de impedir hasta cierto punto la filtración de las aguas pluviales y la diseminación de las tierras. De haber ganado la batalla los Mauri, los muertos hubieran sido sepultados aisladamente en su particular fosa, según costumbre inmemorial conservada por las cabilas de las montañas del Magreb.

»¿Se encontrará acaso en estos tumuli la sepultura del famoso gigante Anteo, mandada abrir por Sartorio cuando fuera á Tingis con objeto de destronar á Ascalis, rey de la Mauritania, según   —384→   Plutarco nos refiere en la vida de aquel celebérrimo caudillo?

»De todos modos, los tumuli de Cobor-el-johal deben encerrar más de un secreto arqueológico interesante y de gran importancia para la historia de las razas que en los tiempos prehistóricos poblaron esta parte del africano continente.

»Tanto los tumuli de Ulad Jerrai, que son los más notables de la Mauritania, como los que se encuentran entre Sidi Ali Bujenun Árabe y la Caria del Jabbasi Árabe, entre el Arba de Sidi Aisa Árabe y el Biban Árabe, en el monte de Jad Cored y en las inmediaciones de Besra, etc., etc., son objeto de religiosa superstición por parte de los indígenas que, temerosos de incurrir en la cólera y en la venganza de algún sér sobrenatural, especie de genius loci de todo sitio solitario y de toda ruina, no se atreven á hacer en ellos excavación de ninguna clase, ni á pasar junto aquellos fúnebres monumentos cuando, ausente la lumbre solar, queda nuestro hemisferio envuelto entre las sombras de la noche».



Hasta aquí llega nuestro relato. De él pueden aprovecharse cuantos tengan ocasión de explorar estas provincias marroquíes. Mas si quieren evitar contratiempos por parte de las gentes del campo, y tal vez vejaciones por la de las autoridades, les aconsejaremos que nada intenten sin llevar consigo un firman imperial. De lo contrario, serían infructuosos sus esfuerzos.







Larache 6 de Junio de 1887.

TEODORO DE CUEVAS



 
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