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El latín en Hispania: la romanización de la Península Ibérica. El latín vulgar. Particularidades del latín hispánico

Jorge Fernández Jaén






1. La Romanización de la Península Ibérica

El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.

Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido.

La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio.

Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.

En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.




2. El latín vulgar


¿Qué es el latín vulgar?

El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).

A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.




Fuentes para el conocimiento del latín vulgar

Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para conocer el latín vulgar.

a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, mensa non mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar que muchas palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la normativa.

b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a este tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber).

c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades, proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón.

d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de charlatanes vulgares y obscenos.

e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de vulgarismos.

f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594); el Chronicarum libri IV, de Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género.

g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de correcciones que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de documentos relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes.

h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más piadoso que literato.

i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar.

Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se encontraban cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base para que surgieran las lenguas románicas.




Características del latín vulgar

El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín vulgar.

a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada.

b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas.

c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo.

d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma > jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar). También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja).

e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en -issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún perdura en la actualidad.

f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín clásico.

g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría).

h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos sonidos.

i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.

Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?






3. La fragmentación del latín y el surgimiento de las lenguas romances

Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos factores:

a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare.

b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello conlleva.

c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.

d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia sustratística.

Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.





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