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El liberalismo es pecado. Estudio preliminar y edición

Solange Hibbs-Lissorgues




ArribaAbajoEstudio preliminar: El integrismo católico

Esta edición crítica se sitúa en el marco de un trabajo de investigación emprendido hace varios años sobre la Iglesia española y la historia religiosa y cultural de España de los siglos XIX y XX (1850-1910). Nuestro interés por la obra y la figura del eclesiástico Sardà i Salvany ha sido suscitado por su papel omnipresente de propagandista católico y de escritor apologético durante el periodo estudiado. Sin lugar a dudas ha sido un actor destacado de la intermediación religiosa y cultural de su época. En un momento en que la Iglesia emprende una campaña de reconquista religiosa y ofensiva social con el apoyo cada vez más amplio de los seglares para luchar contra la creciente secularización y «descristianización», Sardà se convierte, desde Cataluña, en uno de los mediadores más eficaces de esta estrategia de recatolización. Para el eclesiástico catalán, la acción pastoral tiene que desbordar el marco religioso, extenderse al conjunto de la vida comunitaria y convertirse en educación popular. La acción propagandística del que fue uno de los publicistas católicos más populares del siglo se extendió a todos los ámbitos de la comunicación social: prensa, literatura impresa, redes de difusión mediante la creación de librerías e imprentas, apostolados de la buena prensa y de los buenos libros, espacios públicos de lectura, bibliotecas, asociaciones y academias. La obra de Sardà, con amplia difusión dentro y fuera de España, particularmente en la América hispánica, constituye un testimonio imprescindible para adentrarse en la historia política y religiosa de los españoles: una historia enfocada no solamente desde una perspectiva cronológica y de actuaciones concretas de la Iglesia sino también como la expresión de comportamientos, opciones ideológicas y vivencias de la fe.

El presente estudio está centrado en una de las obras más conocidas de Sardà, una de las obras más polémicas del siglo XIX. En el tenso clima político-religioso de la Restauración, la publicación del folleto de Sardà El liberalismo es pecado agudizó el debate sobre algunas de las cuestiones más controvertidas del catolicismo. ¿Podían los católicos aprovechar las libertades modernas y las nuevas instituciones políticas para la defensa de la Iglesia? ¿Podía y debía intervenir la Iglesia en la filiación política de los fieles? ¿Eran compatibles formas distintas de vivir la fe sin estar sometido a la tutela incondicional de la institución eclesiástica?

La obra de Fèlix Sardà i Salvany constituyó el marco teórico en el que se elaboró la doctrina integrista que tanta influencia iba a tener en el clero catalán y en algunos sectores del catolicismo español y europeo. El integrismo se convirtió en un modo de ser católico impulsado por acontecimientos claves como el Syllabus (1864) y el Concilio Vaticano I (1870) y para llegar a una valoración histórica coherente de lo que significó, hay que tener en cuenta la configuración intelectual, social y política de los hombres que lo representaban.

La doctrina integrista que difundió Sardà era heredera del pensamiento tradicionalista y contrarrevolucionario que se había extendido en Europa desde finales del siglo XVIII, habiendo surgido ante todo como una oposición radical a las experiencias revolucionarias y al proceso que conllevaban: secularización, pérdida de la influencia política de la Iglesia en la sociedad y separación de la Iglesia y del Estado, penetración de las ideas ilustradas y liberales. Los planteamientos doctrinales del eclesiástico catalán defienden un orden teocrático con la superioridad de la Iglesia sobre la sociedad civil, un orden jerárquico inmutable, la existencia de una verdad absoluta encarnada por un Cristo y su Iglesia, la identificación de la fe religiosa con el carácter nacional. La superioridad de esta dogmática verdad justifica, por lo tanto, la intransigencia doctrinal y la total cerrazón ante cualquier intento de vivencia autónoma de la fe y de conciliación con la sociedad moderna. Este radicalismo religioso que había sido capaz de mudar la intolerancia en un valor básico de la vida intelectual también fue instrumentalizado por los grupos de presión dentro y fuera de la Iglesia. Dentro de esta espiritualidad de signo ultramontano, la religión era un medio para encauzar a las masas, preservar la cohesión social y controlar las conciencias. El integrismo que consideraba la política como un medio, y no como un fin, era más que un mero partido confesional o una agrupación política: los principios religiosos de los integristas llegaron a tener tanto peso político como para favorecer la instauración de un auténtico contrapoder dentro y fuera de la Iglesia. Las debilidades del catolicismo liberal español que no había permitido, como en Francia y en Bélgica, que se fraguaran alternativas para la conciliación de los católicos con la sociedad liberal reflejan la persistencia a nivel estructural e ideológico de este radicalismo religioso cuyos principios están paradigmáticamente expresados en El liberalismo es pecado. La casi ausencia de una línea católico-liberal en España puede explicarse por varios motivos, oportunamente subrayados por algunos historiadores: la confesionalidad del Estado, la prohibición legal de la libertad de cultos, el peso de la jerarquía y de la enseñanza católica. También habría que señalar la dificultad para la minoría que lo intentó, entre los que se encontraban los krausistas, de defender la primacía de la conciencia frente a la sumisión ciega a la autoridad de la Iglesia y de compatibilizar religión y libertad. La doctrina integrista llegó a constituir un verdadero fundamentalismo religioso que ha resurgido en la Iglesia desde la crisis modernista hasta el Concilio Vaticano II. Como lo demuestran investigaciones recientes sobre la Iglesia en la España contemporánea, este absolutismo doctrinal y el militantismo católico exacerbado y excluyente han perdurado hasta bien entrado el siglo XX: conformaron la ideología de la mayoría de los obispos españoles durante la Guerra Civil y la actitud de determinados sectores de la Iglesia del tardofranquismo.

El propósito de esta edición crítica de un texto que se consideró «la biblia del integrismo» es ver cómo el fundamentalismo religioso se expresa a través de un discurso y de un lenguaje puestos al servicio de una Iglesia encerrada en la ciudadela de sus dogmas y dispuesta a la violencia ante cualquier amenaza de su integridad.




ArribaAbajoNota biográfica

Fèlix Sardà i Salvany nació en la ciudad de Sabadell el 23 de mayo de 1841. Provenía de una familia pudiente vinculada a la industria textil. El hecho de que Sabadell, llamada la «Manchester Catalana», fuese en aquellos años una ciudad bastante industrializada tiene relevancia ya que Sardà i Salvany, muy preocupado por la condición de las clases populares y de los obreros, fundó la primera mutua obrera, una caja de socorros, en 1882, así como el Bazar del pobre en 18981.

Después de cursar la enseñanza primaria en el colegio de los escolapios de Sabadell, ingresó en el Seminario Conciliar de Barcelona en 1856. En este seminario dirigido por jesuitas tuvo como condiscípulos a Casañas, Morgades, Català y Torras i Bages, destacadas personalidades dentro de la Iglesia española2. En 1846, se licenció en teología en el Seminario de Valencia y fue ordenado sacerdote en 1865. De 1866 a 1868, desempeñó la cátedra de latinidad y humanidades en el seminario de Barcelona. Después del cierre del seminario con la revolución de 1868 volvió a Sabadell y ocupó un beneficio en la iglesia parroquial de Sant Fèlix3. Durante su estancia en el seminario de Barcelona, trabó relaciones duraderas con los padres jesuitas Costa y Medina a quienes debía lo esencial de su formación literaria y eclesiástica.

Sardà era un miembro representativo del clero secular nutrido por el absolutismo religioso que prevalecía en muchos seminarios jesuitas de la segunda mitad del siglo XIX. Durante la Restauración, los jesuitas se implicaron claramente a favor del integrismo. Pueden mencionarse las amistades que tenía Sardà con miembros de la Compañía de Jesús como el Padre Goberna, trasladado al seminario de Valencia en 1884, el Padre Rinaldi, firme defensor en un momento polémico de la obra El liberalismo es pecado, y el Padre Urráburu que era, desde Roma, un apoyo para los integristas catalanes. En su valiosísimo estudio sobre la Compañía de Jesús en la España contemporánea, Manuel Revuelta González ha indicado el papel determinante de algunos jesuitas en la defensa de El liberalismo es pecado. Destaca el protagonismo del Padre Urráburu así como del Padre Manuel Cadenas. La Civiltà Cattolica (1850), redactada por los jesuitas y bajo la supervisión del Vaticano, brindó un apoyo unánime a Sardà en el momento de la publicación del fallo de 1887 de la Congregación del índice4.

Poco antes de la publicación de El liberalismo es pecado, los padres jesuitas Joaquín Caries y Jaume Nonell intervinieron en la lectura y revisión del libro. La fidelidad del director de la Revista Popular (1871-1928) a los jesuitas fue constante. La Civiltà Cattolica, principal órgano de difusión de los jesuitas en Roma y portavoz del sector ultramontano que rodeaba a Pío IX, fue una referencia frecuente para Sardà que reprodujo muchos artículos de aquella revista en la Revista Popular, en sus folletos y libros. La línea de conducta intransigente de este eclesiástico era el reflejo de la ideología defendida por una gran mayoría del clero. Su integrismo doctrinal era la regla en muchos seminarios catalanes.

Otro jesuita, íntimo amigo de Sardà y uno de los más asiduos colaboradores en la Revista Popular, fue el eclesiástico Celestí Matas quien había ingresado en la Compañía de Jesús en 1872. Era el autor de las primeras cartas «Al obrero católico», publicadas en la revista barcelonesa desde 1871. Contribuyó a dar a este semanario su carácter de apologética popular para un público obrero. Esta orientación era la continuación lógica de las Hojas de Propaganda Católica publicadas por la Asociación Católica de Amigos del Pueblo, fundada por Sardà y Primitiu Sanmartí5.

También fue un fundador y un colaborador activo de varias asociaciones católicas. Colaboraba con la Juventud Católica y con la Pía Unión de San Miguel Arcángel. Existían en la década de 1870 academias de la Juventud Católica en Gerona, Solsona, Manresa, Sabadell, Manlleu y Berga y la mayor parte de estas asociaciones se adherían al catolicismo intransigente ostentado en el semanario de Sardà. Llegaron a constituir un núcleo del integrismo en Cataluña y entre sus miembros había conocidas personalidades neocatólicas como Ramón y Cándido Nocedal, Gabino Tejado, Navarro Villoslada, Lluís Maria de Llauder y Josep de Palau i Huguet, este último director de la revista integrista Dogma y Razón. En 1870 se constituyó, bajo la iniciativa de Sardà, la Juventud Católica de Sabadell o Academia Católica cuyo objetivo era la propaganda católica y «el fomento de la vida católica entre sus socios»6.






ArribaAbajoUn apologista popular y militante

Escritor prolífico, periodista acérrimo y militante, Sardà fue uno de los publicistas católicos más conocidos del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX. Este «Balmes del Vallès», como se lo denominaba entonces, desempeñó una labor apostólica que se difundió fuera de España, y le valió el reconocimiento de la jerarquía católica7. Su obra compuesta por una abundantísima producción periodística, de folletos, sermones, conferencias, formaba, como escribió J. L. Carreras, su discípulo y sucesor en la Academia Católica de Sabadell, «un cuerpo orgánico de teología popular»8.

De hecho, el conjunto de los escritos de este eclesiástico catalán refleja sus preocupaciones por temas de índole muy varia relacionados con la fe, la cuestión social, la religión y la política. Su voluntad por organizar una amplia catequesis, una apologética integral que abarcara todos los aspectos de la vida de los fieles, se inscribía en una línea de recristianización de la sociedad impulsada por apologistas católicos como el Padre Palau y el Padre Claret9. Estos eclesiásticos promueven desde la década de 1840 la fundación de instituciones de incipiente proyección social como escuelas obreras y dominicales10. En un contexto religioso donde los distintos estamentos de la Iglesia deploraban la secularización y la descristianización de la sociedad, tanto Antoni Mara Claret como el Padre Palau, fundador de la Escola de la Virtut, abogaron por la incorporación de seglares en el campo apologético y promovieron una acción pastoral que, extendida al conjunto de la vida comunitaria, se convertiría en una auténtica educación popular11.

Desde 1868, debido a las especiales circunstancias políticas en las que se trata de defender por todos los medios la Iglesia y la religión, Sardà explica en qué consiste la propaganda católica. Frente a los cambios sociales, culturales y políticos acarreados por la revolución y que amenazaban la integridad religiosa, había que buscar espacios de actuación nuevos ya que la predicación y los sermones no eran suficientes.

En un significativo artículo que resumía lo que iban a ser la filosofía y la conducta del integrismo, el director de la revista definía a la vez la misión de una publicación «auténticamente» católica y el compromiso militante de los defensores eclesiásticos y laicos de la religión:

«La Religión no invade jamás el terreno de la política; la política, sí, es quien invade a menudo el campo de la Religión. Cuando tal sucediere, defenderemos nuestro puesto hasta donde sea posible a nuestras fuerzas la defensa; sostendremos con brío el ataque; procuraremos rechazar de nuestro terreno a los enemigos»12.



Este lenguaje defensivo que iba a ser la tónica de la mayor parte de los escritos de Sardà se justificaba a sus ojos por el contexto revolucionario y las medidas contrarias a la Iglesia adoptadas durante el Sexenio. Hasta el año 1916, año de su fallecimiento, nunca abandonó este compromiso militante basado en la intransigencia doctrinal y el exclusivismo religioso.

El folleto El Apostolado seglar o sea Manual del propagandista católico en nuestros días, publicado en 1885, es un significativo compendio de los deberes de los propagandistas católicos y de los medios de los que pueden valerse para emprender esta obra de reconquista religiosa de la sociedad. Este manual de Instrucción del recluta o el manual del guerrillero describe los ámbitos en los que el propio Sardà i Salvany tomó posiciones. Con un lenguaje de combate propio de una fe católica intransigente define la propaganda católica como una «milicia» en la que «soldados de la fe cristiana [...] organizan una ofensiva contra el error» como en los tiempos de las antiguas cruzadas y de la Guerra de la Independencia.

Los valores políticos y religiosos sustentados por Sardà en este escrito son los de la teología de la guerra, una teología que es propia, como lo afirma en El liberalismo es pecado, de una nación de tradición cristiana que siempre ha luchado contra las herejías de dentro y de fuera. Como se señalará más adelante con unas referencias a textos y discursos posteriores de la jerarquía y de la Iglesia católicas, esta reivindicación de una fe intolerante y defensiva es la que conforma la ideología del nacional-catolicismo del siglo XX13. Son las «necesidades religiosas del día» que ha puesto en circulación la propaganda católica. Estas necesidades, es decir, «la descristianización del mundo, el destronamiento de Cristo y la reivindicación del género humano para la libertad del mal» convergen en una visión apocalíptica que recuerda las descripciones dramáticas de Donoso Cortés vaticinando los peores males para la Iglesia después de la revolución:

«Que es éste un rebato general contra la Iglesia contra la cual anda hoy todo el infierno y todos los amigos de él en recia y desaforada batalla, más recia y desaforada porque va tal vez a ser la última y decisiva [...]. Es un nuevo paganismo que pretende nada menos que un desquite de la derrota que sufrió el antiguo hace diez y seis siglos»14.



Para Sardà es herejía toda doctrina opuesta a la doctrina católica y «el santo amor a Dios se confunde con el odio no menos santo al pecado». Este odio no es abstracto y la defensa de la verdad contra el error supone una «vida cristiana en acción» mediante la prensa, el impreso, las públicas manifestaciones, el asociacionismo y la educación.

El objetivo de Sardà es pues la propaganda por todos los medios. En El apostolado seglar, recuerda las directrices de Pío IX y León XIII para difundir las obras del apostolado cristiano. El apostolado y la propaganda católica son multiformes: periódicos e impresos, academias de juventud, asociaciones de católicos, círculos de obreros, redes de bibliotecas y librerías, literatura apologética, escuelas y talleres.


ArribaAbajoLa prensa, «el principal campo de batalla»

La completa libertad de prensa que trajo consigo la revolución permitió a los católicos tomar una serie de iniciativas que se beneficiaron tanto del apoyo de la jerarquía religiosa y del clero como de las distintas asociaciones católicas que se organizaron a partir de 1869. En la línea de un periodismo apologético iniciado en las primeras décadas del siglo por periodistas como Roca i Cornet, director de La Religión (1837-1841), y La Revista Católica (1842-1872), Sardà i Salvany fue un destacado publicista católico cuya actividad se extendió desde 1868 hasta el primer tercio del siglo XX.

Aunque comparte la visceral desconfianza de la Iglesia hacia el impreso y más particularmente hacia la prensa, género «del que abominaba y que consideraba como el charlatanismo erigido en institución social», reconoce que la imprenta es «el principal campo de batalla» y que el militantismo combativo de la Iglesia tiene que expresarse mediante el periodismo15. En este respecto merecen destacarse algunas afirmaciones de Sardà i Salvany con respecto al periodismo y la propaganda sui generis que propugna. Existe una abundantísima producción de artículos y escritos del director de la Revista Popular sobre la «buena» prensa que caracteriza como «uno de los principales y más activos elementos propagandistas»16.

La distinción radical establecida entre la prensa católica «intolerante como la verdad y arma noble» y la mala, «arma vil de facinerosos», prevalece hasta bien entrado el siglo XX. Se justificaba según Sardà y el sector integrista por la amenaza de una revolución de signo social que suponía no sólo una profunda reorganización de la sociedad civil sino también un cambio de comportamiento y de mentalidad con respecto a la religión. Lo que interesa destacar es la continuidad ideológica dentro de esta línea radical e intransigente entre las publicaciones a cargo de Sardà, los escritos apologéticos y las distintas iniciativas de reconquista religiosa en el ámbito social. El fin justifica los medios y esta declaración de principios es la que reivindica Sardà con obstinada intransigencia doctrinal. El lenguaje belicista que impregna las páginas de El liberalismo es pecado está presente en todos los textos definidores de la propaganda católica:

«La división por lo mismo de la prensa periódica en prensa buena y en prensa mala es la primera que ocurre al estudiar esta institución. Es prensa buena la que sirve a la defensa y Propaganda de la verdad y del bien, en cualquiera de las esferas de la vida social y privada; es prensa mala la que en ellas sirve a la defensa y Propaganda del error y del mal [...]. Criterio absoluto y trascendental y luminosísimo que, aplicado a todos los ramos así al de la ciencia, como al de la política, como al de la moral, como al de la economía, deja muy expedito y franco el camino de la elección a los espíritus sinceros para que nadie pueda alegar error de buena fe en materia tan clara y perfectamente deslindada»17.



Precisamente los objetivos prioritarios de una de las publicaciones católicas que más afán militante demostró a lo largo de sus cuarenta años de vida fueron la defensa de la verdad católica «íntegra», el adoctrinamiento religioso y el magisterio moral. La Revista Popular, que sale en Barcelona en el año 1871, anunciaba su finalidad defensiva con la exhortación significativa de Pío IX «Batallad las batallas del Señor». Encabezadas por una viñeta representando el frontispicio del Vaticano y en años posteriores, por san Pedro bendiciendo a los lectores, estas palabras reflejaban la incondicional adhesión de su director al catolicismo ultramontano y a su máximo representante Pío IX.

Este semanario prolongaba el magisterio moral y la propagación de las verdades religiosas en las clases populares de la Biblioteca Popular, una publicación barcelonesa dirigida por Primitiu Sanmartí que difundía hojas de propaganda católica desde 186918. La mayoría de estas hojas destinadas a contrarrestar los efectos de la propaganda protestante y de la 1.ª Internacional eran redactadas por Fèlix Sardà i Salvany. También escribían Coll i Vehí y Milà i Fontanals, colaboradores de la Revista Popular. Es esta Biblioteca Popular la que «a partir de 1871 se denominaría Revista Popular, convirtiéndose en un semanario ilustrado, de instrucción, de piedad y de recreo [...]. Mientras Sanmartí y su amigo Guillen aportaron el capital, Sardà i Salvany se encargó de la parte literaria de la nueva publicación»19.

Merece subrayarse este vínculo entre la Biblioteca Popular y el nuevo semanario ya que ambas iniciativas reflejan preocupaciones por las clases populares y más específicamente la clase obrera. El mismo título de la revista popular indica cuál es el público al que se dirige preferentemente: en las columnas de la Revista Popular se trata de organizar una cátedra para la moralización y educación del pueblo. Dirigiéndose al «amigo lector», al «querido pueblo», a la mujer «alma de la familia», el director de la revista revela en los primeros editoriales el papel de guía moral que le atribuye:

«Hoy más que nunca es indispensable trabajar en favor de esta clase tan incauta y desprevenida como traidoramente halagada y lisonjeada por falsos amigos. Hay que tenerla al corriente de cuanto pueda interesarle al hombre como católico [...], hay que indicarle sin cesar lo que debe opinar católicamente acerca de cada una de las cuestiones que ante sus ojos ve plantearse todos los días»20.



A lo largo del Sexenio se repetirían las comparaciones del pueblo con un niño desvalido e inmaduro que convenía llevar por la senda de la ortodoxia más intachable. El adoctrinamiento religioso y la visión defensiva de un catolicismo íntegro pretendían alcanzar otros grupos sociales considerados como «víctimas del liberalismo» y que convenía encauzar mediante un modelo de comportamiento cristiano rigurosamente codificado. Las exhortaciones a practicar un catolicismo radical se dirigen a todos los públicos: «Voy a hablar de la piedad y a exhortarte a ser piadoso a ti trabajador o amo, estudiante o militar, bullicioso joven»21.

Para defender la fe del pueblo es preciso desde la revista proponer una apologética integral, organizar una «amplísima catequesis»22. La Revista Popular se erige en fiel consejera de la moral doméstica y social y recomienda la creación de una «liga o confederación de familias españolas para que sean cristianas en todos sus actos»23. Se sacan lecciones de catolicismo puro de todos los temas que afectan a la vida diaria del creyente: diversiones y costumbres, educación, hogar cristiano, fiestas y ritos, virtudes y trabajo. Se trata de difundir «el espíritu popular católico» e incitar «las ciudades y las aldeas, el clero y el pueblo, los ricos y los pobres, a armarse para la cruzada pacífica con tanto esplendor iniciada»24.

Indudablemente la cuestión obrera preocupó hondamente a Sardà i Salvany, que en su revista proponía una doctrina social basada en la apología de la resignación y de la desigualdad natural. Se trataba de captar a un público que podría dejarse seducir, en el contexto del Sexenio, por las nuevas doctrinas igualitarias y revolucionarias, por el liberalismo y las libertades modernas. Por ello se publican desde el año 1871 las cartas Al obrero católico y en los años posteriores en la sección Cuestiones de actualidad un sinfín de artículos dedicados a la cuestión social. Aunque se admite la existencia de clases desheredadas y se reconocen las quejas de las clases humildes, la sensibilización por la cuestión social procedía más de una reacción de defensa del orden existente que de una voluntad de buscar una alternativa doctrinal válida. En una serie de artículos titulados «La Restauración obrera», publicados en 1871, el director de la Revista Popular enfatiza la gravedad del indiferentismo religioso de la clase trabajadora y subraya la relación entre la fuerte industrialización de algunas provincias y la descristianización y «ruina de las buenas costumbres obreras». Al comentar el título de su revista, Sardà explica a sus lectores que pretende ser tan popular como la Religión ya que «nada es más nivelador, más amigo de la igualdad en el mejor sentido de la palabra que la Religión [...]. Porque la Religión aunque acata y venera las distinciones sociales, tiene, no obstante, por principio fundamental la igualdad de las almas»25.

La reconquista social, la obra de regeneración religiosa de la clase trabajadora, es tanto más urgente que esta clase representa «un poder formidable, un poder que nuestros enemigos quieren utilizar para el mal y que por lo mismo nosotros hemos de procurar aprovechar para el bien»26.

Como buen apologista católico, Sardà propone con la Revista Popular un catolicismo «práctico» y una auténtica «cruzada» para reforzar la religiosidad del pueblo. Para llegar a ser una publicación auténticamente popular y alcanzar públicos distintos, se ofrecía la revista a los obreros de la ciudad de Barcelona a mitad de precio (cuatro cuartos) y se incitaba a personas caritativas pudientes que contribuyesen a la mayor difusión del semanario.

Por otra parte, se suponía que la estricta observancia de las fiestas religiosas y de los días festivos así como la revitalización de devociones populares podían contribuir a frenar los estragos de la industrialización. De hecho, estas fiestas y las públicas manifestaciones de piedad (romerías, peregrinaciones) representan un medio de control sobre el pueblo ya que «marcan el termómetro» de la religiosidad de los fieles. Frente a los krausistas y liberales que denigran las fiestas y tradiciones religiosas, se insiste en restaurar la primitiva fe cristiana de la que el pueblo es depositario:

«¡No toquéis las dobles fiestas! ¡No pongáis obstáculos a su voluntaria celebración! Permitid que en ellas se oree vuestro taller y, más aún, que se oree el corazón de vuestros trabajadores. Haced que éste se abra de par en par a la benéfica influencia que ha de lanzar de él los miasmas revolucionarios que lo envenenan. ¡Dichoso pueblo que celebra bien sus fiestas!»27



La visión de una religión familiar, sentimental, que une los fieles al sacerdote y a la Iglesia impregna todas las páginas de la Revista Popular y es reveladora de la voluntad de borrar la distancia cada vez mayor que separaba a las masas de una institución con la que no se identificaban. Por ello se justifica también el tono de complicidad paternal de Sardà con sus lectores, a quienes propone un código de comportamiento que abarca la vida entera del creyente. Lo que no lograban el cura párroco y el confesor, lo pretendía una publicación como la Revista Popular.

Aunque pretendía permanecer alejado del campo de la política, el semanario acabaría practicando religión política y creando opinión católica. Después de 1875, este activismo católico sería llevado hasta sus últimas consecuencias ya que el integrismo tendría suficiente peso como para obstruir la voluntad conciliadora del episcopado de distintos sectores del catolicismo moderado28.

La evidente finalidad de la Revista Popular de guiar al lector en todos los aspectos de esta política católica fue indudablemente una de las razones de su éxito. El semanario ofrecía un amplio abanico de secciones variadas. En todos los números y durante toda su larga andadura, el semanario proponía una sección doctrinal, una sección piadosa, ecos del Vaticano, correspondencia, variedades, leyendas y tradiciones, informaciones provenientes de la prensa nacional e internacional, poesía, crónica general, cuestiones de actualidad y bibliografía.

En la sección doctrinal se elaboraba una moral penitenciaria, impregnada por una visión pesimista de la naturaleza humana. La conciencia individual estaba totalmente condicionada y encauzada por una serie de códigos y sanciones. La vida entera del creyente se organizaba dentro de un universo regido por el dogma y los preceptos. El «verdadero» católico no tenía derechos sino obligaciones: «Además como sé que la ley de Dios, no sólo me obliga en lo exterior sino que alcanza hasta los actos más secretos de mi conciencia, pongo especial cuidado en faltar en lo más mínimo ni aun en un mal deseo»29.

El «desquiciamiento social» que el catolicismo más íntegro enarbolaba como una constante amenaza en su enfrentamiento con la cultura liberal empezaba con los desbordamientos de la razón y de las pasiones. Sólo una sociedad rigurosamente estratificada y cuyos fundamentos son la religión y la autoridad puede evitar la subversión del orden establecido. Con perseverante firmeza la sección piadosa propone a los lectores modelos de comportamientos y de virtudes: el hombre cristiano ha de ser «de una pieza», debe servir a Dios en perfecta integridad lo mismo en la intimidad de su espíritu como en su hogar y la manifestación pública y social del ciudadano.

Con un tono abiertamente inquisitorial, la Revista Popular recalca la necesidad de una total impregnación moral y religiosa que no deja resquicio para la libertad personal. La inmersión en la práctica diaria de la fe, la adhesión incondicional a los dogmas son una protección contra el mundo exterior y contra la sociedad liberal: «Ser católico es serlo en todas partes, en el hogar doméstico, en la plaza pública, en el despacho de los negocios, en el uso de los derechos políticos, en el goce de las mismas profanas diversiones»30.

Para destilar esta teología popular de la fe, Sardà recurre a un lenguaje llano y vivaz, con imágenes, metáforas y ejemplos sugestivos para un público más acostumbrado al estilo oral que a demostraciones abstractas. Muchas veces estas lecciones de piedad se ofrecen bajo la forma de sugestivas conversaciones entre el director de la revista y sus lectores, a los que tutea con familiar complicidad. El conjunto de los artículos publicados en estas secciones durante casi cuarenta años ilustra la variedad de las cuestiones que abarca esta apologética.

En la sección de noticias en la que se daba cuenta de las actividades religiosas en las distintas poblaciones españolas y catalanas se elaboraba un cristianismo popular basado en las tradiciones religiosas regionales: romerías, peregrinaciones, festividades religiosas. Muchas de estas noticias se centraban también en Roma y los acontecimientos que afectaban al papa. El Concilio Vaticano I había reforzado la especial sensibilidad de los católicos españoles con respecto a la cuestión romana.

Tanto en las secciones doctrinal y piadosa como en las de leyendas y tradiciones y en la crónica general, la Revista Popular, que pretendía ser el fiel intérprete de las tradiciones católicas del pueblo español, elaboraba en sus páginas una historia de España basada en la pureza de la fe y de la raza española. Se exaltaba la piedad del creyente con el relato de la férrea y secular resistencia de una Iglesia universal contra los embates del error. Esta historia providencialista y con un marcado contenido apologético justificaba un catolicismo intransigente. Con acentos firmes y exaltados, Sardà rescata todos los ejemplos de lucha abierta de la Iglesia católica contra la heterodoxia, desde la Reconquista hasta la época moderna.

En varios artículos de esta crónica se exalta la «santa cruzada» ejemplar de los antiguos soldados de la fe, se buscan parentescos entre pontífices que son símbolos de resistencia contra la herejía. Esta cruzada contra la revolución de 1868, heredera de los principios perversos de la Revolución Francesa, es tan ejemplar como la batalla de Lepanto31. Frente a la decadencia presente se buscan ejemplos de grandeza pasada cuando se unían religión y patria.

Con la conmemoración de santos, apóstoles y centenarios se exaltaba la ideología nacionalista de la Iglesia: mediante convicciones firmes y verdades tajantes había que convertir a todo «verdadero católico» en soldado intransigente de la fe.

Aunque justificaba esta identificación entre fe católica y carácter nacional por el contexto revolucionario del Sexenio, Sardà desarrolló esta tesis durante la Restauración para demostrar que no podían aceptarse la transacción ni la caridad para recuperar a los católicos inficionados de liberalismo. La apología de la intolerancia y de la intransigencia que tanta violencia iba a adquirir ulteriormente en obras como El liberalismo es pecado ya estaba en germen en las páginas de la revista en aquellos años. En una serie de artículos titulados significativamente «La santa virtud del odio» y «La gran tesis española» antes de que saliera a la luz el polémico folleto contra el liberalismo, Sardà i Salvany presentaba una visión integrista y nacionalista de la historia de España que años más tarde harían suya los ideólogos del nacional-catolicismo.

Otro logro de la Revista Popular que le aseguró un éxito duradero fue su poder de convocatoria sobre los fieles en el momento de organizar sonadas manifestaciones religiosas. En su preocupación por que las conmemoraciones religiosas no perdiesen su carácter íntegramente español, el director de la Revista Popular incitaba a los fieles a practicar «la religión de la calle». Se reivindicaba la organización exclusiva de centenarios y romerías. Durante el Sexenio y la Restauración la prensa neocatólica e integrista se convirtió en un instrumento de captación del poder político y por su función de organizadora activa de las masas católicas supo suscitar la adhesión de los fieles a una sólida fe nacional32.

Desde 1876, las primeras peregrinaciones organizadas en apoyo al pontífice o en honor de santa Teresa, adquirieron un cariz político y constituyeron una manifestación pública del militantismo ofensivo del integrismo. En esta recuperación de las manifestaciones y festividades religiosas fue notorio el protagonismo de asociaciones como la Juventud Católica de Barcelona o la Asociación de San Miguel Arcángel, en las que colaboradores del semanario de Sardà como Luis de Cuenca y de Pessino desempeñaban cargos relevantes.

Con esta línea de conducta de constante movilización político-religiosa, la Revista Popular llegó a ser un eficiente instrumento de difusión ideológica33. Como las demás publicaciones militantes y ofensivas del catolicismo íntegro, se benefició de la colaboración del clero. Fue especialmente el caso en Cataluña donde el clero, integrista en su gran mayoría, ejerció un notable protagonismo en la difusión de la doctrina íntegra. La difusión de la revista fue bastante importante ya que en 1895 las tiradas superaban los ocho mil ejemplares. Los beneficios se invertían en la Tipografía Católica, que tenía imprenta propia y contribuyó a la publicación y distribución de la literatura religiosa.

La recuperación de las fiestas religiosas para propiciar la restauración cristiana frente a la descristianización y la desaparición de los símbolos religiosos externos impuesta por la tradición revolucionaria fue uno de los principales cometidos de la prensa íntegra, en la que están incluidas tanto las publicaciones carlistas como neocatólicas o integristas. La Revista Popular era una referencia constante para periódicos y revistas como La Convicción (1870-1873), diario carlista de tendencia integrista, El Correo Catalán (1876), La Hormiga de Oro (1884), publicaciones dirigidas todas por Ll. M. de Llauder34, El Siglo Futuro (1875-1936), periódico integrista de Cándido y Ramón Nocedal, y El Zuavo del Papa (1872), revista dirigida por el eclesiástico Antoni Riba i Aguilera, con las que llegó a constituir una plataforma logística respaldada por las asociaciones católicas.

En 1873, Sardà i Salvany había redactado el Manual del Apostolado de la Prensa para establecer las reglas de funcionamiento del periodismo católico. Por otra parte, empezó a publicar en 1872 una revista mensual, el Almanaque de los Amigos de Pío IX (1872-1978), que era una réplica española de la revista francesa L'Almanach des Vrais Amis de Pie IX y cuya finalidad defensiva y proselitista se anunció desde las primeras páginas. Una vez más se proponía el código del «perfecto católico íntegro» y se reivindicaba un exclusivismo religioso definido en un artículo explícito titulado «O con el Papa o contra el Papa»35. Después de la escisión entre carlistas y integristas en 1888, dirigió el Diado de Cataluña, que organizó campañas de adhesión al integrismo y propugnaba las tesis de El liberalismo es pecado.

Indudablemente, esta red de publicaciones que difundían la doctrina del integrismo y, al mismo tiempo, lo utilizaban como arma de poder dentro de la Iglesia es un factor determinante para la influencia de un semanario como la Revista Popular y la notoriedad de Sardà como apologista y periodista tanto dentro como fuera de España.

A través de la sección bibliográfica de la revista se puede observar cómo se iba tejiendo esta red de publicaciones entre las que Sardà destacaba sólo las que reflejaban una intachable ortodoxia católica. Con incansable afán propagandístico, el director de la Revista Popular recomienda los periódicos y las revistas que defienden en España «la buena causa del catolicismo puro y neto, sin ribetes liberales». Son las palabras elogiosas dedicadas en 1878 a La Veu de Montserrat, periódico «católico rancio a toda prueba y hermano gemelo por lo mismo de la presente Revista» o La Ilustración Católica de Madrid36.

Dentro de esta línea, apoya con entusiasmo el proyecto de una pía unión de periodistas católicos para que se forme en España una federación de publicaciones religiosas cuyo vínculo sagrado sea la Corte que adora y defiende la soberanía de Dios. Este proyecto, que surge en 1879, había sido fomentado por la Revista Popular y El Siglo Futuro, que ya habían integrado a sus redactores en la Asociación de San José37. El impacto y el prestigio de la Revista Popular se veían reforzados por sus conexiones con la prensa integrista de provincias. Publicaciones como La Tesis (1885-1886) en Salamanca, La Integridad (1887) de Bilbao, La Fidelidad Castellana (1883-1890) de Burgos y El Diario de Sevilla (1882-1888) recogían las doctrinas y consignas del semanario catalán. Para demostrar que el único cometido de la Revista Popular era la defensa de los intereses de la política católica ortodoxa, Sardà incorporaba cada año en el primer número de enero el apoyo y la bendición apostólica de los distintos papas, desde Pío IX a León XIII y a Pío X38.

Del mismo modo que existía una «internacional de los buenos libros», existía una red internacional de la «buena prensa» y de las «buenas lecturas» en la que revistas y periódicos europeos compartían opiniones y estrategias comunes. Es de particular relevancia la filiación ideológica y las convergencias estratégicas entre dos publicaciones que influyeron sobre la política católica de sus respectivos países: L'Univers de Louis Veuillot en Francia y la propia Revista Popular.

Colaborador y luego principal redactor del periódico legitimista L'Univers, Louis Veuillot fue uno de los propagandistas católicos más activos desde 1843 hasta 1879, fecha en la que le sustituye su hermano Eugène. El período más revelador en cuanto a la resonancia de esta publicación en la prensa católica española fue el que cubre los años 1870 a 1878. Corresponde dicho período a la instauración de la III República en Francia, cuando L'Univers llegó a desempeñar un auténtico magisterio sobre la Iglesia39. Sus constantes ataques contra los católicos-liberales, así como miembros conocidos del episcopado francés, dejaron profundas huellas en España. Fèlix Sardà i Salvany, que tenía frecuentes contactos con Veuillot, reivindicó la misma línea de conducta belicista desde las páginas de la Revista Popular e hizo suyo el concepto de periodismo defensivo acuñado unos años antes por el director de L'Univers40. Los capítulos de El liberalismo es pecado dedicados a la prensa son un compendio de las doctrinas ostentadas por Veuillot.

Es en el período del Concilio Vaticano I cuando se fija la línea dogmática y ofensiva que iba a imperar en varias publicaciones del mundo católico. Esta prensa sostenida tanto por laicos como por eclesiásticos se dedicó a la defensa apasionada de la autoridad pontificia y antepuso la defensa del Vaticano a los intereses de las iglesias nacionales. El periodismo se convierte en un campo de batalla ideológico en el que «las palabras son armas», como lo declaró el propio Veuillot en 187041.




ArribaAbajoLa Revista Popular y L'Univers: una filiación evidente

Louis Veuillot (1813-1893), colaborador y luego principal redactor del ultracatólico y legitimista periódico L'Univers, lo convirtió en el principal órgano de prensa del partido ultramontano francés.

Veuillot entró en el periódico en 1843. A pesar de su relativamente limitada tirada (15.000 ejemplares para sus dos ediciones y 7.000 ejemplares para la edición diaria), disfrutaba de una situación financiera bastante próspera y constituía el modelo de periodismo combativo para la prensa ultramontana de provincia. Su consigna era «royalistes avec le roi, catholiques avec le pape». Muy difundida entre el clero y los seminarios, ejercía una profunda influencia en la Iglesia católica francesa42. Esta influencia se verificó durante todo el imperio de Napoléon III (1852-1879) y a principios de la III República.

Muy compenetrado con el Vaticano, amigo de Pío IX, Veuillot se hizo el adalid del absolutismo religioso y se implicó en constantes polémicas con los republicanos, el partido conservador y el sector católico. Tuvieron gran resonancia entre los católicos europeos sus enfrentamientos con Monseñor Dupanloup, obispo de Orléans, especialmente después del Congreso de Malinas en 1863 donde varias corrientes del catolicismo moderado francés habían expresado su voluntad de independizarse del poder dogmático de Roma. Este grupo de católicos, en el que se incluía Montalembert, se expresaba desde 1848 en las columnas del periódico L'Avenir43.

Entre las polémicas que sostuvo L'Univers con el obispo de Orléans, dos fueron célebres. La primera fue en 1850 con motivo de la Ley de instrucción promulgada por el conde Falloux, ministro de Luis Napoleón, y la segunda en la época del Concilio en 1870.

L'Univers era, por lo tanto, un periódico religioso pero que defendía los intereses de la religión y de la Iglesia desde el terreno de la política. Esta publicación, que nunca cesó de condenar a Thiers, De Broglie, Falloux, a los bonapartistas, a los orleanistas y a los católicos liberales, sostuvo con fuerza la causa del conde de Chambord.

A partir del Concilio Vaticano I, multiplicó las declaraciones de sumisión a las directrices de Roma. Esta total adhesión espiritual a Roma y al pontífice se expresó en varias obras apologéticas y en algunas de carácter polémico. Estas obras que fueron reeditadas muchas veces hasta finales de siglo representaron una fuente de inspiración frecuente para publicaciones como la Revista Popular y El Siglo Futuro. En esta literatura se destacan Rome et Lorette (1841), Les Odeurs de Paris (1860), Les libre-penseurs (1848) y más particularmente Rome pendant le Concile (1872). Sardà i Salvany dedicó reseñas entusiasmadas a las obras de Veuillot, cuyo estilo vehemente y sarcástico le parecía totalmente justificado en el contexto político-religioso del momento: «Léanse esos libros asombrosos que llevan por nombre Los libre-pensadores, Los olores de París y Los diálogos socialistas, y al propio tiempo que se admirará hasta qué punto el genio es capaz de hacer amable la verdad, echaráse de ver la fuerza irresistible de raciocinio, el ingenio lucidísimo e inagotable, la galanura de estilo, con que se demuestra que los libre-pensadores en general, o pecan de malvados, o son ridículos hasta la imbecilidad. Aquella pluma es una maza, aquellas frases otras tantas losas sepulcrales que cubren los esqueletos acartonados de antes hinchados bufones que se atrevieron a escupir al cielo»44. No es ninguna casualidad si la Revista Popular reservó un espacio preferente a los folletines y artículos publicados por Louis Veuillot en Francia. Dichos folletines fuero traducidos y propuestos a los lectores desde 1873 hasta finales de siglo45.

Cumpliendo con su vocación de diario combativo, L'Univers propició la instrumentalización político-teológica de romerías, peregrinaciones y otras manifestaciones de adhesión a Pío IX como la recaudación de fondos y suscripciones especiales para «el papa pobre». Esta línea de conducta de un militantismo exacerbado fue la que siguió la Revista Popular, para la que Veuillot constituyó el modelo del periodista «íntegramente» católico.

Sardà i Salvany declara, en varias ocasiones, que quiere rehabilitar a un «escritor eminente de quien casi reniega la Francia» y dedica numerosos artículos de la Revista de París a Veuillot:

«Vamos a consagrar nuestra revista a un francés ilustre [...]; escritor eminente sobre quien han publicado en francés muchos libelos, y del cual no conocemos una sola biografía; gigante campeón de la verdad, cuya principal grandeza estriba en haber sabido atraer sobre sí todas las iras y los ataques infernales todos, de cuantos han declarado la guerra a Dios; apóstol insigne de la doctrina católica, cuyo nombre quedará, hijo preclaro de la Iglesia, amigo querido del gran Pío IX, Luis Veuillot en una palabra»46.



Desde los años cincuenta, la utilización de los actos públicos de fe como manifestación de adhesión al papa Pío IX, símbolo de la resistencia ante la sociedad moderna, se habían multiplicado. Periódicos como L'Univers en Francia habían abierto la vía a estas demostraciones del radicalismo religioso.

En el primer año de su publicación, la Revista Popular recoge en su sección Crónica general los sucesos de la política francesa, y más especialmente todo lo relacionado con la campaña a favor de Pío IX: «El Univers lleva remitidos a Monseñor Keller diputado por Belfort varios pliegos con 5.130 firmas para la petición dirigida a la Asamblea francesa en favor de los derechos del Papa»47.

El impacto de la Commune en Francia, la celebración del Concilio Vaticano I que ya no dejaba resquicio para matizaciones doctrinales de ningún tipo, justificaban a ojos del director de la revista un activismo religioso en el que tenían que implicarse tanto los laicos como el clero. Inspirándose abiertamente en las iniciativas de los ultramontanos franceses, la Revista Popular organizó una auténtica «cruzada» por el papa. Se trataba ante todo de colectas de fondos en la prensa para el «papa pobre y encarcelado». En Francia, una de las primeras iniciativas de este tipo había sido la Obra del Dinero de San Pedro, asociación de marcado carácter militante que recogía fondos gracias a una movilización de los fieles encauzada por los diarios. Dichos diarios publicaban regularmente las cantidades recibidas y los nombres de los donantes, estableciendo de este modo un «censo» de los buenos católicos.

A lo largo de su existencia periodística, la Revista Popular describe con especial interés los acontecimientos de la política francesa y las reacciones del sector católico. En dos importantes editoriales publicados en 1880 y titulados «Lo de Francia», Sardà valora la «ejemplaridad» de una nación en la que se produce «la lucha entre la Iglesia y la revolución»: «Nadie se extrañe de que encabecemos hoy con este título una serie de artículos. Lo de Francia es hoy lo de todo el mundo católico y la tremenda batalla religiosa que allí se da no es sino un episodio de la gran lucha universal entre la Iglesia y la Revolución [...]. Lo de Francia es además un grande ejemplo para todo el que sepa ver y aprender; ejemplo de artera maldad en unos y de inquebrantable constancia en otros»48. Si Francia es ejemplar por el arraigo en su tierra de las «ponzoñosas» revoluciones y del anticlericalismo, lo es ante todo por la movilización de los católicos y por la presencia en la lucha antirrevolucionaria de personalidades como Louis Veuillot.

Con un lenguaje ofensivo se menciona la especial vigilancia que los católicos españoles tienen que mantener con respecto a los riesgos de contaminación política e ideológica: «Lo de Francia será, por fin, en plazo más o menos lejano lo de todas partes; que nada de lo que sucede en la vecina nación ha dejado de ser copiado más o menos tarde por las demás naciones europeas, meros satélites de ese planeta revolucionario»49.

Lo que nos interesa en este punto es la fuerza ofensiva que pretende ostentar el «verdadero» periodismo católico en determinados momentos político-religiosos. Como se ha mencionado anteriormente, la referencia a los acontecimientos de la nación vecina es un pretexto para suscribir plenamente la línea de conducta seguida por los legitimistas franceses y por Louis Veuillot. La admiración de Sardà es constante y se centra tanto en el hombre de las luchas políticas como en el periodista militante:

«Léanse los magníficos escritos de Veuillot y de nuestro popular Aparisi, sin excluir a otros y otros escritores, que en la nuestra y en todas las naciones se han mantenido fieles a la Iglesia durante este trabajoso periodo. Ved si, a pesar de lo bien hilado de la trama infernal y de lo brillante del colorido, ha quedado error alguno sin protesta, sofisma alguno sin refutación, lazo alguno sin su correspondiente grito de alerta»50.



Sugiere Sardà i Salvany el fortalecimiento de lo que ya empezaba a manifestarse en el ámbito del catolicismo ultramontano e integrista: una «internacional católica». En otro esclarecedor editorial del año 1878, Sardà comenta el desarrollo de la prensa católica francesa cuando tiene lugar el congreso católico de Poitiers, la asociación de las conferencias de San Vicente de Paul, que desempeñaba un papel activo en la difusión de la propaganda católica, establece un catálogo de las obligaciones y de los deberes de los católicos en materia de prensa51. Ya se había inspirado el director de la Revista Popular de esta asociación para el Manual del Apostolado de la Prensa (1873) y la instauración del Apostolado de la buena prensa en los años 1870. Inspirándose en el modelo del Apostolado creado por Sardà, distintas asociaciones españolas que contaban con el apoyo del clero, de algunos estamentos del episcopado y de los laicos se convirtieron en circuitos de distribución de las «buenas lecturas» y se comportaron como apéndices de las publicaciones más íntegramente «ortodoxas»52.

Esta necesidad de recurrir a la prensa como arma de combate se explicita aún más, siempre con el ejemplo de Veuillot, en otro editorial de 1880. Sólo una Iglesia combativa y abiertamente militante puede mantenerse: «La nave de la Iglesia no fue botada al agua por el soplo de Dios para que navegase blandamente impelida por las humanas corrientes sino para que en estos charcos corrompidos del mundo y de la carne bogase ella siempre contra corriente»53.

Por lo tanto, la pluma tiene que sustituir a la espada. Sólo este periodismo comprometido ideológicamente puede servir la causa de la Iglesia. Difundir las verdades católicas, ampliar el magisterio moral y el adoctrinamiento religioso, proponer un plan de campaña contra la mala prensa, desacreditar «al enemigo» eran algunos de los más fundamentales cometidos de la prensa para los integristas españoles y, en este ámbito, Louis Veuillot y su periódico eran referencias insoslayables.

En varios editoriales, como se ha mencionado ya, pero también en una crónica especial titulada «Revista de París» que pretende reflejar todos los acontecimientos más relevantes de la persecución religiosa y del anticlericalismo franceses, aparece la figura de Louis Veuillot y se proponen cartas y declaraciones suyas. En los años del Sexenio y después de 1875, durante el período álgido de las polémicas político-religiosas, Sardà iba a inspirarse en varios documentos de Veuillot para definir la misión de una publicación «auténticamente» católica en materia de política religiosa. Para él, el combate entre el catolicismo íntegro y todos los que hacían concesiones al liberalismo político y filosófico era el mismo en España y en Francia. Era Veuillot quien había mostrado con el ejemplo de L'Univers los «deberes del periodismo católico»:

«Luis Veuillot ha sido el hombre de su tiempo porque poseía en alto grado los defectos y las cualidades de su tiempo. A las luchas de los campos de batalla había sucedido el debate en la arena periodística, la pluma sustituía a la espada [...]. Luis Veuillot apareció y naturalmente dejóse arrastrar por el impulso dado ya por los que le habían precedido. No era la polémica pacífica y templada la que encontraba a su llegada, sino el grito envenenado de guerra que provoca el combate»54.



En este editorial publicado pocos años después del Concilio Vaticano I, el director de la Revista Popular hace explícitamente referencia a las luchas que oponían en Francia a los católicos ultramontanos y legitimistas y el sector más moderado del catolicismo liberal desde los años cincuenta con motivo de la Ley Falloux. Dicha ley, que otorgaba un lugar preponderante a la Iglesia católica en el sistema docente francés, había suscitado enfrentamiento con el sector más moderado del catolicismo ya que éste no había reaccionado contra el mantenimiento de la enseñanza universitaria55.

Los ataques de L'Univers iban a cobrar especial virulencia durante los dos períodos que se extienden de 1852 a 1883: el Second Empire (1852-1870) con la política de Napoleón III, violentamente rechazada con motivo del reino de Italia, y el período de la III República, cuando episodios como la Commune y las manifestaciones de una prensa furiosamente anticlerical provocaron hondas fracturas en la vida política francesa.

Esta situación de constante enfrentamiento, alimentada muchas veces desde las páginas de la prensa, fue definida por el propio Veuillot en palabras premonitorias con respecto a los futuros conflictos de la Iglesia española y que se citaron en un editorial de la Revista Popular. «La Iglesia, ha dicho Veuillot, así como sabe ciertamente que ninguna persecución la podrá destruir, sabe del mismo modo que la persecución nunca le ha de faltar»56. Cuando Sardà retoma estas palabras de Veuillot, ya se habían publicado numerosos artículos en la Revista Popular sobre la «doctrina» de los católicos intransigentes en materia de periodismo ofensivo. Una de las «misiones» prioritarias que se asigna dicha publicación es formular «clara y distintamente las ideas capitales que deben servir de norma y luz» en materia de propaganda católica. En una serie de esclarecedores artículos titulados «La propaganda católica» y publicados en el año 1882, Sardà i Salvany desarrolla el tema de su conocida obra El liberalismo es pecado. Una vez más el lenguaje es ofensivo y recuerda que el periodismo para los verdaderos católicos del siglo es un campo de batalla:

«[...] los soldados de la causa de Dios, que lo son todos los verdaderos creyentes [...] han procurado esgrimir, cada cual como mejor supo, sus armas respectivas [...]. La propaganda católica es una milicia como que se trata por medio de ella de una formal ofensiva y defensiva; ofensiva contra el error, que bajo formas mil pugna por entronizarse y reina en la sociedad cristiana»57.



El carácter contundente de estas palabras recuerda el del apologista francés caracterizado por Sardà como «soldado valeroso e infatigable, cuyos golpes en la pelea producían heridas de muerte. Hombre que tan gran destrozo ha hecho en las filas del enemigo»58. En una conocida carta escrita a un amigo suyo en 1871, Veuillot, que confiesa «su odio por la prensa», admite que «es un peligro de tal naturaleza que sólo se evita con otros de su clase». Por lo tanto el periodista tiene que cumplir con «los deberes de cristiano y de patriota [...] ya que es el último descendiente de los antiguos caballeros»59.

El radicalismo de los propósitos y de los términos empleados refleja la exacerbación del catolicismo íntegro y ultramontano: «San Gregorio VII repetía mucho este versículo de Jeremías: "Maldito el que veda a su espada el verter sangre", porque el respeto a la justicia, que es la ley del Señor, debe pasar antes que el amor a los hombres»60.

Con la misma vehemencia, Sardà iba a preconizar una conducta radical y ofensiva desde El liberalismo es pecado. En varios capítulos, como el XXI, titulado «De la sana intransigencia católica en oposición a la falsa caridad liberal», y el XXIII, «Si es conveniente al combatir el error combatir y desautorizar la personalidad del que lo sustenta y propala», el eclesiástico catalán afirma que es conveniente «encarnizarse en la personalidad del que sustenta el error» (p. 87), «que no es malo el apasionamiento producido por la santa pasión de la verdad» (p. 83), y que la verdadera caridad, la que está «al mayor servicio de Dios», es la que «corta la gangrena con el bisturí» ya que «se puede amar y querer bien al prójimo (y mucho), disgustándole y contrariándole, y perjudicándole materialmente, y aun privándole de la vida en alguna ocasión»61.

Este lenguaje extremado era propio de determinados sectores del catolicismo. Dicha actitud integrista iba a perdurar en la Iglesia española hasta bien entrado el siglo XX. La «teología de la guerra» de un eclesiástico como Sardà se basaba en valores políticos y religiosos presentes en otras naciones europeas y se difundió mediante una estrategia periodística común. En 1883, año de la muerte de Louis Veuillot, la Revista Popular resumió con esas contundentes palabras lo que significaba la intransigencia religiosa: «Ser enemigo de hacer concesiones porque la fe no transige [...], ser el soldado de Cristo»62.

Más allá de una estrategia periodística convergente, lo que revela esta doctrina común de dos periódicos mentores de la política católica en sus respectivos países, es una ideología radical puesta en práctica por los integristas españoles y los ultramontanos. Esta ideología parte de la idea que la religión es la norma, que el hombre está obligado a creer. Por lo tanto el espacio ocupado por la religión se identifica con el de la vida: pues la primera tiene algo que decir en todos los ámbitos de la segunda: intelectual, moral, individual y social63.

La organización del Estado tendría que reflejar el papel preponderante de la religión en la sociedad, la soberanía social de Jesucristo. Pero en las sociedades modernas la progresiva separación del Estado y de la religión no permite a esta última ocupar el espacio que le corresponde para desarrollar su función social. Todo católico que se precia de serlo íntegramente, cualquier organización católica que pretende defender la religión, deben oponerse al Estado liberal y rechazar toda posibilidad de relación positiva entre la religión y la civilización moderna. Como la religión católica ofrece un sistema completo de respuestas frente al que realiza el Estado moderno, los católicos tienen que organizarse para lograr la reconquista de un espacio social, cultural y político que les es hostil64.

Esta organización debe traspasar los límites de la esfera religiosa si es necesario, y aceptar la lucha incluso en el terreno político. Esto supone que, aunque en cuanto a principios tendría que establecerse una distinción entre el orden religioso y el político, en la práctica las circunstancias adversas imponen que no se disocien las dos esferas. Nunca dejará de recordar Sardà la total sujeción de la sociedad civil a la eclesiástica.

Estamos lejos de las primeras declaraciones de neutralidad política del Prospecto de la Revista Popular. Esta «formal ofensiva y defensiva sin compromiso posible» también está muy alejada de la orientación apologética de un Balmes partidario de una «intervención armónica» de la Iglesia y de la religión y al que Sardà incrimina por «haber abierto en demasía la esperanza de los católicos a la conciliación de la Iglesia con las tendencias modernas»65.

En numerosos escritos, Sardà recalca este principio fundamental de la propaganda católica: la defensa de la religión pasa por las esferas civil y política, por las esferas pública y privada.




ArribaAbajo«La defensa de la verdad y del bien» a través del impreso y del asociacionismo

Si a través de la prensa supo Sardà difundir una apologética popular y esgrimirla como un arma de combate, también publicó numerosos folletos, opúsculos, sermones y conferencias que trataban de cuestiones vitales para los católicos de la época. Para Sardà el principal empeño es la propaganda católica recurriendo, para ello, a la prensa, pero también a las asociaciones de católicos, las academias de juventud católica, los círculos de obreros y los libros y folletos de apologética. Para llevar a cabo la obra de moralización del pueblo y de revitalización cristiana, había que buscar nuevas formas de catequizar al público. Frente a los cambios político-sociales y culturales de su época, Sardà, como lo había hecho anteriormente Antoni Maria Claret66, dedica una atención particular al campo de la comunicación social. En un contexto religioso en el que los distintos estamentos de la Iglesia deploran la progresiva secularización y la erosión de la predicación, la cruzada de los «buenos libros», de las «buenas lecturas» y de las «auténticas asociaciones de católicos», así como la voluntad de facilitar al acceso a la cultura religiosa escrita, constituyen una nueva estrategia que se afianzará hasta bien entrado el siglo XX. La acción pastoral desborda el marco religioso, se extiende al conjunto de la vida comunitaria y se convierte en educación popular. Los miembros del clero se consideran como los mediadores idóneos en este plan de campaña católica.

En 1869 empiezan a publicarse las Hojas de propaganda católica o lecturas populares, editadas por la Asociación Católica de amigos del pueblo. Con estas hojas, que pretendían ser «lecciones de teología popular», se trataba de contraponer a la propaganda protestante e impía, verdades religiosas que versaban sobre cuestiones de actualidad como lo reflejan los títulos de algunas de ellas:

  • La Biblia y el pueblo: el pueblo y el sacerdote;
  • Ayunos y abstinencias: la Bula;
  • El Concilio, la Iglesia, la Infalibilidad;
  • El matrimonio civil;
  • El culto e invocación de los Santos;
  • La Soberanía del pueblo;
  • El púlpito y el confesionario;
  • El protestantismo: de dónde viene y adonde va;
  • La virginidad;
  • Los Francmasones;
  • La Familia...

Estas hojas salían los días 10, 20 y 30 de cada mes con «el propósito de distribuirlas gratuitamente en los talleres, en las escuelas dominicales, en las sociedades católicas, en ciertos novenarios y demás funciones religiosas»67. Siempre con la voluntad de fomentar una apología al alcance de todos, y especialmente para las clases más humildes, Sardà publica una colección de libritos «sobre temas variados y siempre oportunos», la Biblioteca ligera para uso de todo el mundo. El precio es módico, y fueron escritos casi durante diez años, de 1876 a 1883. En su primera edición de 1884, El liberalismo es pecado anuncia en la portada interior cien libritos de esta colección que fueron publicados juntos en el primer volumen de Propaganda Católica en el año 1907 y Sardà recalca que no pueden leerse sin situarlos dentro de las circunstancias en las que fueron escritos68.

Otra publicación relevante de Sardà se compone de los 76 opúsculos que publicó de 1884 a 1889 y que fueron difundidos también por la Librería y Tipografía Católica. El autor de estos escritos, titulados Conversaciones de hoy sobre materias de siempre, explica que «el favorabilísimo éxito alcanzado por la Biblioteca Ligera ha motivado la publicación de esta nueva serie cuya forma, material y estilo difieren poco del de dicha Biblioteca: el espíritu es el mismo; la intención y fin último idénticos, es decir la mayor gloria de Dios y el provecho moral de los pobres hijo del pueblo»69. Posteriormente en otra colección, El buen combate, publicó otros opúsculos y folletos entre 1896 y 1900. Estos opúsculos fueron reproducidos en el tomo X de la Propaganda Católica en 1900.

En sus obras de contenido piadoso merecen destacarse piezas breves como el Mes de junio dedicado al Sagrado Corazón de Jesús: breve, sencillo, práctico acomodado a toda clase de personas (1879), también difundido en catalán. Esta obra, así como El voto de consagración al Sagrado Corazón de Jesús: instrucción popular sobre este punto (1875), refleja la especial sensibilidad de los católicos con la obra del Apostolado de la Oración fundada en 1865 en España por Josep Morgades, obispo de Vic y traductor de El Mensajero del Corazón de Jesús, principal órgano de propagación de la obra de los jesuitas. Como señala acertadamente Antoni Moliner Prada en su valiosa contribución sobre Fèlix Sardà i Salvany y el integrismo en la Restauración, los doce volúmenes de la Propaganda Católica, en los que fueron reeditadas y reunidas todas las obras del eclesiástico catalán, representan «una verdadera enciclopedia religiosa de la época pues recoge todos sus artículos y escritos de casi cincuenta años con el objetivo de elevar la calidad de las devociones populares y al mismo tiempo divulgar los medios para la educación social del cristiano»70.

Muchos de estos escritos piadosos se sitúan en un contexto religioso de revitalización de las devociones populares. Las corrientes de devoción propiciadas por la imagen de un papa «padre y pastor» y por una piedad ultramontana se apoyaban en la multiplicación de los signos externos. Dentro de una práctica religiosa que pretendía orientar a los fieles hasta en las manifestaciones más cotidianas de su fe, se concedía más importancia al sentimiento y a la exteriorización: culto a los santos y devociones cuyo ejemplo más notable fue la devoción mariana. La Virgen María mereció una atención constante y especial por parte de Sardà, para quien era indisociable de la devoción hacia Pío IX, el papa de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción. María, madre universal y madre del cristianismo, también es madre del pontífice, confirmando así la inserción de Pío IX en la Santa Trilogía. Dedicó al culto mariano varias de sus obras piadosas: Breve práctica del mes de mayo consagrado a la Madre de Dios (1885), Devoto novenario a la Reina de los cielos en el misterio de su gloriosísima asunción (1896), El misterio de la Purísima e Inmaculada Concepción de María (1895), Novena a la Inmaculada Virgen María patrona de España para uso especial de los jóvenes de las Congregaciones, Academias, Círculos, Centros y demás asociaciones propagandísticas de esta nación (1896), El culto de María (1884, Propaganda católica, tomo II), Ricos y pobres (1884). Desde las columnas de su revista, en la sección piadosa, la evocación de Pío IX asociada a la simbología mariana, evocadora de pureza, desembocaba a menudo en la exaltación de una España pura e incontaminada71. Las devociones populares, por lo tanto, suponían una renovación de la influencia espiritual y religiosa de la Iglesia, pero también una incondicional adhesión de los creyentes a manifestaciones exteriores de una fe íntegra72.

La abundante producción apologética y de artículos político-religiosos respondía a una finalidad idéntica: echarse al campo de la propaganda por la causa de la verdad contra el error. La Academia Católica de Sabadell, que fue una de las primeras realizaciones de Sardà en su ciudad natal, tenía como objetivos fundamentales: la instrucción y moralización popular y la catequística obrera, el fomento de vida católica entre sus socios. Independientemente de la organización de las escuelas catequéticas, la Academia se dedicó a la difusión de la literatura religiosa popular «ortodoxa» y a la celebración de romerías y públicas manifestaciones de fe. En 1890 se ampliaron los edificios de la Academia, que contaba con cuatro centros o «baluartes catequísticos» y un total de setecientos niños73. Aparte de sus iniciativas en el ámbito del periodismo y mediante el apostolado de la buena prensa, no pueden dejar de mencionarse otras iniciativas propagandísticas como la creación de bibliotecas parroquiales y la divulgación de la obra de la Librería Diocesana, creada en 1879 e inspirada por el obispo Urquinaona74.

En la línea de los esfuerzos acometidos por el padre Claret, Sardà i Salvany incita los católicos a promover bibliotecas populares de libros buenos «a fin de proporcionar de este modo a todas las clases del pueblo el grandísimo bien de la sana lectura»75. Estas bibliotecas de especial interés en los pueblos y poblaciones que conocían cierta expansión industrial, y en las que había que contrarrestar la progresiva descristianización, tenían que funcionar como auténticas «sucursales» de la Iglesia76.

Mediante préstamos gratuitos se procuraba facilitar el acceso a la lectura y difundir obras de distinta índole en los talleres, los círculos obreros y las sociedades católicas. Reflejan las recomendaciones de Sardà una preocupación por los aspectos materiales de la difusión del impreso. Hasta propone, para resolver el problema de la escasez de medios de algunas parroquias, que los párrocos leguen «su librería chica o grande cuando llegase la ocasión de disponer de ella en testamento»77.

El proselitismo a favor de las «buenas lecturas» tiene otra ilustración concreta con el fomento en 1879 de una institución de propaganda obrera: la Librería diocesana. Desde la Revista Popular su director apoya una iniciativa inspirada por el obispo Urquinaona, cuyo principal objetivo es fomentar la unidad de textos en las escuelas primarias católicas. Se trataba de buscar una solución a los problemas de las familias obreras que, por razones laborales, eran «nómadas o errantes» y sin medios suficientes para sufragar los gastos de libros escolares: «El ideal supremo de la Librería diocesana es éste: favorecer la enseñanza gratuita con libros a tal precio y con tales descuentos que resulten poco menos que regalados y llegar hasta regalarlos enteramente a los centros más necesitados»78. Evidentemente no sólo se trata de buscar un remedio a las dificultades de la clase obrera, sino también de atenuar los peligros de una tolerancia oficial en materia de lecturas.

Para llevar a cabo la propaganda católica requerida por «las necesidades religiosas del día», convenía que los católicos se apoyasen en el asociacionismo con participación de seglares. Tanto en los talleres como en las asociaciones de caridad o las academias de juventud, la «defensa de los intereses religiosos y sociales reclamaba la cooperación activa del elemento seglar»79. Un ejemplo relevante y conocido de este asociacionismo es la Academia Católica de Sabadell, fundada por Sardà en su ciudad natal en 1870 con el nombre de Juventud Católica de Sabadell80. Aunque en un principio la Academia de Sabadell tenía como prioridad el fomento de actividades recreativo-religiosas y pedagógicas entre los jóvenes, se convirtió como otras muchas academias y asociaciones católicas -en las que predominaba la presencia de carlistas e integristas- en núcleos importantes de difusión del pensamiento integrista catalán. Desde 1868 y amparándose en las nuevas libertades relativas al derecho de asociación, el asociacionismo católico se extendió por toda España y contaba con el apoyo de la Iglesia y de los seglares. Las asociaciones católicas que surgieron durante el Sexenio tuvieron especial interés en propiciar las primeras grandes campañas de defensa religiosa. Según el modelo de la Asociación de Católicos de Madrid, creada bajo la iniciativa del marqués de Viluma, y que contaba con la presencia de representantes de distintos sectores del catolicismo español, se estableció la de Barcelona en 1871.

Esta Asociación, como otras que se implantaron después en Cataluña, se vieron arrastradas por el exclusivismo religioso del sector íntegro y las manifestaciones político-religiosas que se habían organizado durante el Sexenio a favor de Pío IX y como reacción a las medidas revolucionarias, se convirtieron en actos de oposición tanto al poder civil como a la autoridad y al magisterio del episcopado81.

Se planteó en aquellos años la controvertida cuestión del laicismo, cuestión que es objeto del capítulo XXXIX de El liberalismo es pecado82. En el momento de la redacción de esta obra y de otro opúsculo más tardío, El laicismo católico (1885), la intervención en la vida político-religiosa de seglares católicos que se adherían a la línea abiertamente ofensiva del sector integrista había llegado a provocar una situación de cisma dentro de la Iglesia española. Para el eclesiástico catalán, el laicismo católico tenía que compensar el abandono de la Iglesia por el Estado moderno y a la secularización había que oponer el laicismo católico. Si se podía justificar la intervención de los seglares en obras de propaganda valiéndose de documento oficiales como la encíclica Humanum Genus (1884) de León XIII, era mucho más difícil para Sardà defenderse de las acusaciones de ingerencia laica en el ámbito del magisterio de la Iglesia. De hecho, este cariz ofensivo e intolerante fue una constante en las actuaciones y campañas del integrismo según ilustran las propias palabras del eclesiástico, para quien la asociación de laicos tiene que inspirarse en «la sana intransigencia de un paisanaje armado»83.





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