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El libro Bravo

Ricardo Güiraldes



[Nota preliminar: Obra cedida por la Biblioteca de la Academia Argentina de las Letras.

Digitalización realizada por Verónica Zumárraga.]



portada



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Entre los proyectos de obras por realizar, había concebido Ricardo Güiraldes:

EL LIBRO BRAVO

Libro de poemas en que había de exaltar las características excelencias de los hombres de nuestra raza.

Desgraciadamente no le fue dado llevarlo a cabo en su totalidad y solo nos queda el Índice, con la enumeración del proyecto; un Prólogo explicativo y dos Poemas que dan la pauta de lo que hubiera sido EL LIBRO BRAVO si le fue dado terminarlo.

En ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes que un grupo de Sociedades Culturales Argentinas le tributará en San Antonio de Areco, el 6 de diciembre de 1936, don Francisco A. Colombo, primer Impresor de Rosaura, Xaimaca, Don Segundo Sombra, Poemas Solitarios, Poemas Místicos y Seis Relatos ha querido adherirse al acto, publicando algo inédito del poeta, para ser distribuido a los concurrentes en recuerdo de este acontecimiento.

Mucho me place, para esta ocasión, cederle este manuscrito donde se evidencia el gran amor lleno de esperanza que sentía Ricardo Güiraldes por «su tierra, su raza, su nación, su pueblo».

Adelina del Carril





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ArribaAbajoEl libro Bravo

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Hacer los canto en primera persona, como para ser dichos por cada uno y teniendo en cuenta los asuntos que puedan ser de exaltación general.

Mi orgulloMi malicia
Mi hombría Mi sangre
Mi insolencia Mi hospitalidad
Mi enojo Mi generosidad
Mi risa Mi fuerza
Mi amor Mi pureza
Mi coraje Mi nobleza
Mi cuerpo Mi comparada
Mi soledad Mi dominio
Mi anarquía



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ArribaAbajoPrólogo

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Quiero que mis cantos, a ejemplo de los hombres de mi tierra, vivan por sí mismos y hallen en la capacidad de bastarse, el orgullo de su existencia independiente.

Quiero que mis cantos sean libres de leyes, como los hombres que llevan en sí su propio honor. Quiero que mis cantos al cantar la libertad, sean libres; al cantar el coraje, tengan entereza; al cantar la audacia, sean audaces y al cantar la fuerza, sean fuertes.

Mis cantos deben revestirse de los valores que pregonan para no mentir.

¿Cómo podría loar la audacia y ser modesto?

¿Cómo podría cantar la libertad y ser sometido?

¿Cómo podría cantar el valor y ser temeroso?

¿Cómo podría cantar la libertad enmascarándome?

Para poder ser suficiente, necesario es no haber pedido.

Para no pedir, es necesario bastarse.

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Yo no soy anarquista que vive de la sociedad ni se agrupa. Para poder sostener mi orgullo, es que nunca he tendido la mano hacia dádiva alguna.

Vosotros de quienes canto estas condiciones, las apreciaréis en mí.

¿Qué autoridad lleva mi mano? Ninguna. Ni tengo quien me lleve ni quiero ser llevado.

Me fui por entre el mundo a ver al hombre. La tierra era para mí «la madre» y el hombre «su hijo vencedor». Conocí las razas, las naciones, los pueblos, y así de lejos pensé siempre en mi raza, mi nación, mi pueblo.

Las razas nacieron porque fueron misterios ignotos del hombre primero, las calderas de vapor que son hoy calor hecho movimiento y han cambiado las relaciones del tiempo y la distancia. Las naciones tuvieron un origen administrativo, hicieron y defendieron sus fronteras a hierro. Los pueblos crearon ideales comunes a todos sus individuos.

Los individuos dentro de sus razas, de sus naciones y sus pueblos, tuvieron sus   —15→   rostros y su alma propia, pero tuvieron también el rostro de su raza; el alma de su nación, el ideal de su pueblo.

Por eso canto; porque tengo la convicción de que al cantar, no canto yo sólo, sino que inconsciente, soy como la garganta por donde dice su palabra «armoniosa» todo mi pueblo.

Nuestra raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva. Sangre fue su agua de bautismo y al salpicarse de rojo el damasquinado verde de la tierra, nació una amalgama de tierra y hombre, que fue nuestro parto original.

Aquella raza vieja vino de muy lejos. La trajo el viento, soplando en los gayos velámenes blancos que eran una idea lanzada al mundo.

En el hierro de sus espadas dormía el coraje pronto a vivir y en sus almas, una gran idea nueva.

La codicia entorpeció a esos hombres. Quisieron conquistar la tierra, pero fueron   —16→   conquistados por ella. La torpe sed del oro maldito habiéndolos traído, los expulsaría como indeseables piratas.

Había nacido nuestra raza ya y quedaba en pie, hecha de sangre derramada y tierra invicta.

Hablo a mi pueblo porque hablo por mi pueblo.

Eacute;l es quien guía mi corazón por la mano mientras digo estas cosas. Mi palabra no es personal ni aspira a expresar sentimientos personales. Entre extraños aprendí a ver lo que en mí había de nacional, lo que hay en mí no de individual, sino de colectivo y común a todo mi pueblo.

Los contrastes evidenciaron lo propio de lo extraño. La incomprensión obró como piedra e hizo nacer el reflejo que me apareció como luz, como mi luz, como nuestra luz.

Paulatinamente, al contacto de otros pueblos y pulsando en la ausencia de ciertos   —17→   rasgos, cuales eran los nuestros, propios como creaciones, vi que el conjunto de pequeñas luces rechazadas, hacían una gran luz y que esa luz era «armonía».

La armonía delata la existencia de un ser completo y vi que mi pueblo era un ser completo ante el cual mis ojos se anegaron de cariño.

Me fui por entre el mundo para ver al hombre.

Sentí los límites que no se ven en el idioma de los hombres, en sus gestos. Sentí los climas y las religiones en las costumbres, la moral, el sentir del hombre.

Vi las razas en la fisonomía y las comprendí en sus modos de sentir y de vivir.

Asistí al culto de las religiones distintas y comprendí que ellas hacen en el alma de los hombres, lo que los límites en sus tierras.

Seguí andando por entre el mundo, viendo naciones, razas y pueblos, y comprendí que las razas, las naciones y los pueblos florecen en una religión que es para ellos la representación del estado perfecto y el ideal al cual tienden. En algunas partes no   —18→   encontré religiones, pero sí filosofías, que es el mismo perro con otro collar.

Siempre pensé en mi pueblo, en mi raza, en mi nación.

¿Mi raza? Es una raza añeja, otrora pudiente más que ninguna.

¿Mi nación? Una tierra maternal y enorme, cuyas fronteras no son zarzas y cuya ley es amiga.

¿Mi pueblo? Un pueblo admirable de simplicidad, de aristocracia anárquica que está en peligro de claudicar.

¿Religión? Tuvo una hereditaria que se muere en mil transmutaciones y ha sido un poco barrida por el viento áspero de la pampa que es verdadera.

¿Filosofía? Aún no tuvo pensadores que le dieran un libro que fuera la tabla de su ley. Pero sí tuvo hombres que a fuerza de ser humanos, dieron fragmentariamente un soplo de grandeza uniforme.



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ArribaAbajoMi orgullo

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No he insultado.

Sin embargo sé que el ala del chambergo que quiebro sobre mi frente es un rebencazo para los que miran de abajo.

Cuando canto en mi guitarra, no hago caso del mulato que babea como un novillo su envidia por los rincones.

Mi orgullo tiene espuelas que se callan en el lodo de las meadas.

Lo que respiro de pampa fluye en tranquilo empaque de mis ojos.



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ArribaMi hospitalidad

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Sé hospitalario.

Cuando el forastero harto de camino ponga en tu población su mirada como un cuerpo sobre los pellones del recado tendido en el campo, espéralo más allá del umbral de tu casa chata y fresca y ofrécele tu mano como un pregusto de abrigo.

Porque eres señor de tu casa, trátalo cual si fuera amo.

No preguntes quién es.

Tal vez en sus brazos pese un mal hecho, más difícil de llevar por la vida que las arrastradas nazarenas por la barrida tierra de tu patio en que van hincando su corona de espinas.

Tal vez un orgullo demasiado grande ensanche su frente bajo el chambergo cuya ala pretenciosa viene despreciando el aire que crea a su paso.

Siéntalo junto al fogón, corazón de fuego de tu morada tranquila, y dele un banco fuerte en qué asentar su fatiga.

Arrima unas brasas a sus pies para que sequen el barro de sus botas y el calor suba   —26→   hasta sus labios en confianzas de confidencia.

Déjalo hablar y asiente con tu cortesía sus palabras.

Y cuando el sueño nuble de vacío sus ojos, entonces dale tu lecho y vigila su reposo tendido sobre tus pellones.

Cuando se vaya llevará consigo el regalo de tu hermandad que mejora al hombre.





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