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21

«Si fort sudor dunques suded, / que cum lo sang a terra curren, / de sa sudor las sanctas gutas». No clama: «Heli, heli, per quera gulpist?», ni aparece la Virgen junto a la cruz: «De laz la croz estet Marie» (Bartsch, Chrestomathie, 1927, pp. 7-9). A Juan Ruiz le atraía la visión placentera de Cristo, lo mismo que aconteció a Lope de Vega mientras fue joven: «me causaba notable alegría el veros niño en brazos de vuestra hermosa madre»; no el Cristo trágico «sudando sangre en la oración de aquel huerto», preferido por el Lope de Vega angustiado de los años maduros (Pastores de Belén, pp. 49-50, en Obras sueltas, XVII).

 

22

Reflejo inverso del ansia de alegría es el rechazo de lo triste y desapacible: «sey cuerdo e non sañudo, nin triste nin irado» (563). «Tristeza e renzilla paren mal enemigo» (626). Dice a la Virgen: «tiraste la tristura» (1.666); «aguardando los coitados de dolor e de tristura» (1.668); «nunca entristeçe quien a ti non olvida» (1.682). Increpa a la Muerte porque «alegría entristezes» (1.549). «Que non vaya sin conorte mi llaga e mi quexura» (605); «vienen muchos plazeres después de la tristençia» (797).

 

23

O seducidos por esa calamidad positivista -tan útil como poco fecunda- de la literatura comparada. (¿Comparación de qué?)

 

24

Para el eco del neoplatonismo en Ibn Ḥazm, véase Nyki, p. CVI de su Introducción a The Dove's Neck-Ring, de Ibn Ḥazm, París, 1931. Para otros contactos entre Plotino y el pensamiento islámico español, véase M. Asín, Abenmasarra y su escuela, Madrid, 1914, pp. 59 y ss.

 

25

Texto en Nykl, p. 144.

 

26

Véase A. Mez, El Renacimiento del Islam, trad. de S. Vila, pp. 295-296. Dice Al-Mas‘ūdī: «Los sabios árabes han dicho que la costumbre triunfaba de la educación, y los sabios persas la calificaron de segunda naturaleza» (Les Prairies d'Or, trad. C. Barbier de Meynard, 1869, V, p. 88). He aquí la valoración del substratum del existir humano, al que un día se recurrirá para superar la abstracción racionalista. Montesquieu dirá un milenio más tarde. «Un peuple connaît, aime et défend toujours plus ses moeurs que ses lois» (Esprit des Lois, X, p. XI).

 

27

En el Elogio del Islam español, antes citado, escrito para rebatir la jactancia de los bereberes, dice al-Šakundī:

«¿Tenéis en las ciencias alcoránicas alguien que pueda compararse con Abū Muḥammad ibn Ḥazm, que llevó una vida de austeridad en medio del gobierno y de la riqueza, a todo lo cual renunció para dedicarse a la ciencia, que en su opinión estaba por encima de todas las categorías? Él fue quien dijo, cuando mandaron quemar sus libros:

"Dejaos de quemar pergaminos y vitelas, y hablad de cosas de ciencia para que vea la gente quién es el que sabe".

"Aunque queméis el papel, no quemaréis lo que el papel encierra; antes bien, quedará guardado en mi pecho"».


(trad. E. García Gómez, pp. 53-54)                


 

28

Una piadosa mujer cuenta lo que le acaeció en el barco en que regresaba de la peregrinación a La Meca (p. 190) con palabras que no puedo citar.

 

29

Nótese, desde ahora, que sólo así puede entenderse el peculiar valor estilístico de estas frases del arcipreste: «A la raçón primera tórnele la pelleja» (827); «de prieto fazen blanco, volviéndole la pelleja» (929). En forma vulgar se refleja aquí una viejísima tradición árabe. Luego daré más detalles.

 

30

Vuelvo a referir al admirable estudio de Louis Massignon, «Les méthodes des réalisations artistiques des peuples de l'Islam», en Syria, 1921, II, pp. 40 y 149. Creo que también debiera extenderse al lenguaje lo que Massignon dice acerca del arte. La forma vital de lo árabe es anterior al Islam, pues ya está presente en el despliegue y desdoble metafórico del lenguaje, integrado por momentos semánticos tan reversibles como la decoración del arabesco. Comparada con la del árabe, la irradiación semántica de un vocablo indoeuropeo resulta «lógica», ya que las distintas acepciones se agrupan en torno a una significación básica que le sirve de eje. En árabe, por el contrario se pasa de un sentido a otro mediante saltos de rana reversibles, que suprimen la idea de un punto de arranque. Latro, en latín, significa 'ladrón' en algunas lenguas románicas, y en su origen se dijo del soldado mercenario que combinaba el bandidaje con su servicio militar; el nombre del «ladrón» en árabe es ibn allaila, 'el hijo de la noche'. El injerto del arabesco semántico en el romance español ha creado embrollos lexicográficos, algunos de los cuales se explican en este libro, en donde se citan luego más ejemplos del fenómeno aludido en esta nota.