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«Le texte de l'Archiprêtre [coplas 374-387], vu sa date, représente un témoignage unique» (Lecoy, p. 219). En algunas pastourelles del siglo XIII se mezcló ya el francés con el latín y el resultado es un volver a lo divino una canción profana o una parodia de las prédicas morales:


«L'autr'ier matin el mois de mai,
regis divini munere,
que por un matin me levai,
mundum proponens fugere...
Jo regardai sun duz viz cler
cordis et carnis oculo», etc.


(Véase F. J. E. Raby, A History of Secular Poetry in the Middle Ages, II, pp. 334, 336)                


Aunque puede haber aquí un modelo previo para Juan Ruiz, estas pastourelles son más doctas, no parodian el rezo litúrgico y no nos presentan la actividad de una persona a lo largo del día.

 

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Véase Lecoy, p. 226. Las parodias europeas son una crítica genérica e intelectualista de los vicios eclesiásticos: codicia, lujuria, etc. Los textos fueron compilados por P. Lehman, Parodistische Texte. Beispiele zur lateinische Parodie im Mittelalter, 1923. He aquí unas muestras: «Initium sancti Evangelii secundum marcas argenti. In illo tempore dixit Papa romanis: "Cum venerit filius hominis ad sedem maiestatis nostre, primum dicite: 'Amice, ad quid venisti?'. At ille si perseveraverit pulsans nihil dans vobis, eicite eum in tenebras exteriores"» (p. 7). Hay un Catecismo del fraile con preguntas y respuestas: «Movetur? Sic. Quomodo? De fenestra per murum, de claustro ad prostibulum, ut ibi mulierem pulchram inveniet» (p. 17). Lo más próximo al arcipreste, aun siendo esencialmente distinto, serían los Metra de monachis carnalibus (p. 19), en donde al verso inculpatorio sigue un texto bíblico:


«Statim post primam veniunt offare coquinam:
Sepulchrum patens est guttur eorum».


(Rom., III, 13)                



«Vix psalmos dicunt et mox concumbere discunt;
Sicut equus et mulus quibus non est intellectus».


(Tob., VI, 17)                


Ambos textos se completan lógicamente, en un contexto genérico y abstracto, sin aproximarse al vivir concreto.

 

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Se trata quizá de una superstición que no conozco. Ignoro si guarda relación con esto la creencia de «los que cortan la rosa del monte, porque sane la dolencia que llaman rosa» (Documento de 1410, en Colección de Documentos Inéditos, XIX, pp. 181-182).

 

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No corrijo pintadas en «puntadas», porque los dos mss. dan la misma lección, cuyo sentido explicaré ahora.

 

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Me confirma gratamente en lo que desde hace tiempo tenía escrito, un estudio de Dámaso Alonso, Poesía arábigo-andaluza y poesía gongorina, en Al-Andalus, 1943, VIII, pp. 129-153. Se dice ahí que «la lengua árabe tiene una tendencia natural hacia los juegos paronomásicos». Hay un libro cuyo título es: «Libro peregrino (= mugrib) sobre las galas del Occidente (= Magrib, en el cual título, sólo la distinta vocalización distingue «peregrino, extraordinario» y «Occidente». Góngora dirá: «[...] unos soldados fiambres / que perdonando a sus hambres / amenazan a los hombres» (p. 147). Pues eso mismo es lo que hace el arcipreste con pintadas y puntos, y antes con Cruz y cruz. Lo único que añadiría a la comparación de estilos hecha por Dámaso Alonso es que la llamada paronomasia no es sólo una «figura retórica» sino un aspecto de la forma total de existir del mundo árabe, que no he conseguido entender hasta no enfocarlo desde su concepción teológica y ontológica de la vida y de la realidad, según se ha visto en capítulos anteriores. Góngora es, sencillamente, un brote en lengua española del tronco común hispano-islámico, como la tragedia de Séneca es impensable sin la tragedia griega. El estado de ánimo de los españoles del siglo XVII, llenos de «desengaño», convencidos de que la vida era «humo, sueño, viento, aire», etc., halló alimento poético en maneras expresivas que venían rodando por la tradición, en las conversaciones de los moriscos cultos e incultos, y entre judíos, desde hacía siglos. Eran aguas que antes no hubo ni interés en canalizar, ni medios para hacerlo. Lo mismo qué a la poesía (ya vimos ejemplos de Lope de Vega y Calderón), aconteció a la ascética y a la mística del siglo XVI. Compararía tal fenómeno a esos productos que durante largo tiempo fabrica la industria doméstica para consumo local, y que un día, a favor de circunstancias especiales, se fabrican en grande, e invaden todos los mercados.

 

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Glossarium de Du Cange, s. v. punctum.

 

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Es también muy probable que Juan Ruiz tuviera en la mente el nuevo sentido de «punto», que en el siglo XIV ya no se refiere al signo gráfico de la notación litúrgica sino, en general, al sonido instrumental (cf. Poema de Alfonso Onceno, pp. 409-410: «la farpa de don Tristán / que da los puntos doblados»), como parecería subrayarlo la palabra «instrumentos» en el primer verso de la copla. Por consiguiente, «ý faz punto y tente» = 'da la nota y sostenía' (Debo esta observación a la amabilidad del señor Daniel J. Devoto).

 

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Véase antes p. 398, nota 63. Comienza la intromisión personal ya en el prólogo en prosa: «E ruego e consejo a quien lo oyere... lo primero, que quiera bien entender e bien juzgar la mi entençión porque lo fiz, e la sentençia de lo que y dize, e non al son feo de las palabras. E segu[n]d derecho, las palabras sirven a la intençión, e non la intençión a las palabras» (p. 6 de la edición Ducamin).

 

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Véase El pensamiento de Cervantes, p. 80.

 

80

Se trata de un parecer cuyo último término no es un objeto para la mente (físico o ideal) sino una estructura de vida: la mía, la del prójimo, la del animal, la de una cosa. El parecer refiere a algo dado que se integra o puede integrarse en la estructura de un vivir consistente en acciones y posibilidades. El yelmo de Mambrino lo será, o no lo será, según la unidad de vida en que se estructure. En virtud de esa ontología vital (característica del mundo hispano-islámico-judaico) pudieron adquirir realidad personalizada el pulpo y el instrumento de música en el Libro de Buen Amor, o Rocinante y las yeguas de los yangüeses en el Quijote. El Libro del arcipreste ofrecerá tantos aspectos como vidas tengan sus posibles lectores. Para el español, los aspectos (los pareceres) se resolvieron en estructuras de vida, tan necesariamente (tan históricamente) como para el francés o el italiano se resolvían en objetos mentales.