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Lo del teatro lo sabe, o debiera saberlo todo el mundo; lo de la novela sorprenderá más, aunque los franceses del siglo XVII tenían clara noción de lo que les faltaba, y por eso Corneille fue a buscar el drama y la comedia al teatro de España. Le Sieur d'Audiguier, traductor en 1614, de las Novelas ejemplares, de Cervantes, dice en el prólogo: «Les Espagnols ont quelque chose par dessus nous en l'ordre et en l'invention d'une histoire».

 

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En su origen el «buen gusto» no fue, como más tarde, una forma elusiva de juicio estético, un criterio abstracto y suprapersonal, que atiende más a lo malo ausente que a lo bueno presente. Menéndez Pidal ha hecho ver que la expresión «buen gusto» se originó en España, y al parecer fue lanzada a la circulación por la reina Isabel la Católica: «El que tenía buen gusto, llevaba carta de recomendación» (La lengua de Cristóbal Colón, 1942, p. 59). Añadamos que el dicho de la Reina se conoce gracias a Melchor de Santa Cruz, Floresta general, n.º 73. El «buen gusto» español fue al principio el que la persona mostraba en su vivir; al ser exportada a Europa, la frase se convirtió en «le bon goût». «Elle ne trouve pas ce procédé d'un trop bon goût» (Madame de Sévigné).

 

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La referencia a la fatalidad de la condición humana es tema usual entre pensadores árabes: «El que conoce a fondo lo que son los temperamentos o complexiones morales de los hábitos humanos, así los laudables como los vituperables, sabe perfectamente que nadie es libre o capaz de hacer algo diferente de lo que hace, es decir, de lo que Dios crea en él... El hombre de feliz memoria no puede menos de recordar, como el de memoria torpe no puede menos de olvidar», etc. (Ibn Ḥazm, Historia crítica de las religiones, trad. Asín, III, p. 277).

 

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El que las «manadas» de anguilas batan las costillas de don Carnal supone que el poeta lo imagina nadando desnudo; la no expresada imagen del agua está presente en la «situación» poética. La igualmente tácita imagen del nadador marino-fluvial permite representarse a las truchas saltando sobre las mejillas de aquél. Tal es el esoterismo poético del Libro de Buen Amor, anticipo de los sueños y pesadillas del pintor Jerónimo Bosco, y que necesitaría un amplio comentario para desvelar su hermetismo, no menor que el de Góngora, si bien por diferentes motivos. Poseemos ya la insospechada clave para dicho comentario, imposible de hacer ahora. Hay que acercarse al arcipreste olvidando las etiquetas abstractas de la retórica, y usando más bien los conceptos de «desliz, corrimiento, reversibilidad»; pero aplicándolos simultáneamente al sonido de las palabras, a las imágenes y a la representación de las personas. Sólo así haremos revivir el arte de un poeta que, en lo esencial, nada debe a la Europa cristiana ni a tópicos abstractos, y desde el cual presentimos los dibujos y la fantasía del Bosco y de Walt Disney -y por supuesto-, a Cervantes, Góngora, Quevedo y otros españoles. Daré sólo una muestra del comentario que nos haría falta. En la copla 1.089 el ciervo desliza su forma sobre la del siervo, y aparece haciendo servicio. En 1.090, la liebre se propone mortificar a la vieja doña Cuaresma. La imagen latente es un manto o ropón forrado de pellejos de liebres (o conejos), que se usaban mucho en aquel tiempo. El abrigo y calor que dan las pieles (a la vez muertas y vivas, puesto que la liebre está hablando) se vuelven fiebre, trasmiten sarna y los incómodos diviesos del cogote rozado por las pieles; cuando alguno de esos diviesos le quiebre ['se le reviente'], la vieja sufrirá tanto, que más querría estar en mi pelleja, ser como yo, liebre carnal, y no doña Cuaresma (todavía hoy se dice «no querría verme en su pelleja»). En 1.091 el cabrón, animal lujurioso, viene diciendo bramuras, palabra en donde coexisten brama 'celo' y bravura; de ahí sus muchas amenazas. El cabrón y su lujuria hacen imaginar sus amores con las brujas, y suscitan la diabólica ocurrencia de enlazar al cabrón con doña Cuaresma, ahora una bruja. El mismo frenesí verbal e imaginativo corre por todo el estilo de Juan Ruiz, un desliz, él mismo, de la forma de vida del estilo árabe. Aquí falla la «topología» literaria, porque lo que hay de valor en el arcipreste no son los tópicos o temas tales o cuales, sino una función estilística, una transposición al español de un procedimiento que de nada sirve, si el artista no es buen inventor en cada instante.

 

85

Reciancha, en lugar del errado neciacha del manuscrito; es corrección de R. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca, p. 65.

 

86

Traducción del texto inglés de A. R. Nykl, pp. 157-162.

 

87

Chahār Maqāla (cuatro discursos), por Niẓāmī i ‘Aruḍī i Samarqandi (hacia 1150), ap. E. G. Brown, A Literary History of Persia, 1906, p. 13.

 

88

R. A. N. Nicholson, Studies in Islamic Poetry, p. 51.

 

89

R. A. N. Nicholson, ibid., p. 125.

 

90

E. G. Brown, A Literary, History of Persia, 1906, p. 32.