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El libro español impreso en Europa

Jaime Moll





Parece paradójico que en la época de mayor desarrollo de la cultura española, considerada ésta en su sentido más amplio, que conlleva la expansión de su presencia en Europa, la industria editorial española no contribuyera directamente a esta expansión. Son los editores de otros países europeos quienes la llevan a cabo, al captar el interés de los variados aspectos -literarios, musicales, filosóficos, teológicos, jurídicos, científicos, técnicos- que ofrece la producción de los autores españoles para satisfacer la demanda de sus múltiples tipos de lectores y, por tanto, de clientes. La industria editorial española, entretanto, se limita a abastecer su propio mercado nacional y, abandonando todo intento de penetrar en los mercados extranjeros, no aborda la edición de aquellas obras que necesitan de una demanda plurinacional para su rápida amortización.

Este contrasentido que ofrece la existencia de una producción artística e intelectual apetecida en Europa y la ausencia de una irradiación editorial desde España se explica por la ausencia de una industria editorial fuerte, bien capitalizada, con una red distribuidora que abarque los principales centros europeos del comercio del libro. El librero editor español no apuesta por su empresa, reinvirtiendo todos los beneficios en la misma. Prefiere las inversiones sin riesgo aparente, que le van a permitir -a si mismo, pero sobre todo a sus herederos- el ascenso en la escala social. Esta actitud traerá además consigo la ruptura de la continuidad familiar de su profesión y, por tanto de su empresa. El fenómeno, que no se circunscribe al sector editorial, sino que se manifiesta en otros campos de la industria y el comercio en España, está en la raíz de diversas causas que impidieron al librero editor español crear una red de distribución de sus productos más allá de las fronteras de los reinos hispánicos. La contrapartida a esta actitud es la actividad desarrollada por ciertos editores europeos, principalmente franceses e italianos, quienes afianzaron su presencia en otros países mediante el establecimiento de delegaciones que, naturalmente, actuaban en el doble sentido de distribuir en el extranjero su producción editorial y de captar obras y autores de previsible éxito internacional. A los principales de entre ellos los hallamos en España desde los inicios del arte de la imprenta, representados a través de boyantes filiales, las cuales, si acceden a la producción editorial, nunca se servirán de sus ediciones impresas en España para competir con las casas matrices, sino para complementar su producción de cara al mercado español, a la vez que fortalecen la difusión de los productos de estas casas editoras multinacionales. No tenemos constancia, por ejemplo, de que los libreros editores españoles acudiesen a la Feria de Frankfurt, centro europeo de difusión del libro. Los libros de autor español que interesan en Europa, en lengua castellana o vertidos a otras lenguas, pero especialmente las obras escritas en la lengua sabia internacional que es el latín, se editan en distintas ciudades europeas y de allí vienen a España, donde las hallamos formando el núcleo fundamental de las bibliotecas académicas, de las conventuales y de las privadas pertenecientes a la élite intelectual española.

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La vida de Lazarillo de Tormes, Amberes, en casa de Martín Nucio, 1554. Madrid, Biblioteca Nacional.

De 1554, han llegado hasta nosotros tres ediciones del Lazarillo, publicadas en Burgos, Alcalá de Henares y Amberes, reediciones de una edición anterior de la que no conocemos, hasta el momento, ejemplar. Los editores de Flandes están pendientes de las novedades literarias que se producen en España, para reeditar las que ofrecen una mayor expectativa de éxito.

Como consecuencia del escaso empuje de la actividad editora, cuyas causas determinantes acabamos de esbozar, la industria tipográfica tampoco puede adquirir en España el necesario desarrollo para competir con la de los grandes centros europeos. Es buena técnicamente, puede imprimir con una alta calidad gráfica, siempre que el costeador esté interesado en exigirla, pero su capacidad de producción es la adecuada únicamente al mercado nacional, sin capacidad para sobrepasar este límite y adquirir un mayor desarrollo. Esta situación hace que incluso algunos editores españoles decidan, en algún caso, encargar la impresión de ciertas ediciones al extranjero. Ediciones que, además, cuando se trata de obras que su mercado habitual no puede absorber fácilmente, financian sólo en parte, aquélla que podrán vender sin problemas.

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La vida i hechos de Estevanillo Gonzalez. Amberes, en casa de la viuda de Juan Cnobbart, 1646. Madrid, Biblioteca Nacional.

Primera edición de uno de los últimos libros de la picaresca. El protagonista nos narra sus andanzas y aventuras desarrolladas principalmente fuera de España, en ambientes europeos frecuentados por los españoles. Su éxito viene avalado por las reediciones hechas en España y por su traducción, ya en el siglo XVIII, al inglés, francés, italiano, ruso y alemán.

Esbozado el marco en el que se desenvuelve el libro español fuera de España y apuntadas las principales causas de esta situación es preciso hacer algunas matizaciones. Estamos analizando la contraposición entre una producción literaria e intelectual que se expande por Europa y la realidad editorial española encerrada en los reinos hispánicos de los Austrias. Sin embargo, ciertos centros productores de libros de autor español, principalmente en castellano, pertenecen a la Corona de los reyes de España o sea que están inmersos en el ámbito político español en Europa. En estos países se instalan muchos españoles -administración, ejército, etc.- en algunos casos autores de obras que editarán en su ciudad de residencia: el Milanesado, los reinos de Nápoles y Sicilia, el gran centro editorial de Flandes, Portugal, entre 1580 y 1640. Su producción editorial no es totalmente extranjera, como la de otros países que no tienen relación de dependencia con el rey de España. Por otra parte, la significación y el peso de la Corona española en la política europea de la época esparce por Europa muchos españoles que, si son escritores, publicarán donde eventualmente residan. No debemos olvidar, por otra parte, que la Contrarreforma se basó en buena medida en obras de autores españoles, escritas en latín o traducidas a otras lenguas europeas. Es especialmente significativa, en este sentido, la difusión europea de los escritos de los jesuitas españoles, que aún residiendo en España o en América, ven sus obras publicadas por diversas casas editoriales de toda Europa. Podemos suponer, que de existir en España una fuerte industria editorial, con una eficaz y desarrollada red distribuidora, su papel en la edición de las obras de autores españoles, residentes en España o fuera de ella, hubiera sido destacada. Pero los editores españoles no estaban en condiciones de garantizar al autor o a las instituciones interesadas en propalar sus escritos, la difusión europea que pretendían y a la que podían aspirar. Son muchos los casos de primeras ediciones españolas que dan paso a numerosas reediciones extranjeras, a partir del momento en que existe una demanda internacional. En otros casos es ya la primera edición la que se realiza en el extranjero, aun viviendo el autor en España.

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Francisco de Quevedo, Obras. Amberes, Henrico y Cornelio Verdussen, 1699. Madrid, Biblioteca Nacional.

En Amberes y Bruselas se publicaron las obras completas de los principales autores del Siglo de Oro, en ediciones de lujo. Papel de calidad, tipografía cuidada y grabados calcográficos con las efigies de sus autores e ilustrando pasajes de las obras. Son frecuentes las reediciones. Las láminas de las Obras de Quevedo las dibujó y grabó Gaspar Bouttats.

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Miguel de Cervantes, Vida y hechos del ingenioso cavallero Don Quixote de la Mancha. Bruselas, Juan Mommarte, 1662. Madrid, Biblioteca Nacional.

Las ilustraciones de la traducción neerlandesa del Quijote, de 1657, fueron el modelo seguido por Bouttats para los frontispicios y los dieciséis grabados calcográficos que ilustran por primera vez una edición en castellano del Quijote. Dice su editor: «porque si en todas las impresiones de España solamente se había impreso su vida en letras, yo la ofrezco grabada también en estampas, para que no sólo los oídos sino también los ojos tengan la recreación de un buen rato y entretenido pasatiempo».

Una conclusión general sobre la expansión de la cultura española por Europa a través del libro es clara: no favorece a la industria editorial española ni se ve favorecida por ella. Si la cultura española se abre paso en Europa es por la necesidad que Europa tenía de la producción cultural española y por la sagacidad de editores extranjeros, que perciben la ganancia que les producirá la edición de obras españolas, siempre que procuren -es primordial en el caso de las grandes obras en latín- obtener su adecuada distribución. Un mercado nacional, del país que sea, no puede consumir en un tiempo económicamente rentable ciertas ediciones que, por su naturaleza, interesan a un público selecto a la vez que amplio e internacional. Es preciso, en estos casos, contar con la garantía de su difusión multinacional.

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Juan de Borja, Empresas morales. Praga, Jorge Nigrin, 1581. Madrid, Biblioteca Nacional.

Embajador de España ante el emperador Rodolfo, Juan de Borja hizo imprimir en Praga su obra. En el libro figuran enfrentados el grabado del emblema -página de la derecha- y el texto explicativo -página de la izquierda- con lo que se facilita su lectura. En el mismo año, 1581, Jorge Negrino imprimió las Ensaladas de Mateo Flecha, editadas por su sobrino del mismo nombre, residente en Praga.

Ya en los inicios de la imprenta encontramos esta doble línea de desarrollo que presentará el libro español en Europa: la edición de libros en castellano -originales o traducciones- y la de obras latinas de autor español. Tolosa de Francia (Toulouse) es un importante centro de ediciones en castellano, que se expanden por la propia Península gracias a las relaciones comerciales que ligaban dicha ciudad con los centros de difusión del libro en España. Recordemos, en primer lugar, la presencia en Toulouse del impresor Juan Parix, que había desarrollado previamente su actividad en Segovia. Enrique Mayer imprime en 1788 la obra de Boecio De la consolación de la filosofía, en traducción de Antonio Ginebreda, y los Diálogos de San Gregorio; en 1490, sale de sus prensas El peregrino de la vida humana, de Guillaume de Bigulleville, traducida del francés por fray Vicente de Mazuelo y, en 1949, la versión castellana, hecha por Vicente de Burgos, de la difundida obra de Bartholomaeus Anglicus De las propiedades de las cosas. Del taller que en la misma Toulouse tenían Juan Parix y Esteban Clebat salen, en 1489, la Visión delectable, del bachiller Alfonso de la Torre, y la magnífica edición ilustrada de la Ystorya de la linda Melusina, de Juan de Arras.

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Bernardino de Rebolledo, Selvas dánicas. Coppenhagen, Pedro Morsingio, 1635. Madrid, Biblioteca Nacional.

Uno de los muchos casos de españoles residentes en el extranjero, que publicaron sus obras en castellano en el país de residencia. Otro aspecto distinto ofrecen las obras escritas en latín, lengua culta de la época, de autores españoles, principalmente jesuitas, publicadas en el país de residencia. Su ámbito de difusión es generalmente supranational.

No vamos a reseñar las ediciones latinas de autores españoles impresas en el siglo XV en gran número de ciudades europeas, tanto de obras coetáneas como de obras anteriores de prestigio consolidado, como es el caso de las Etimologías de San Isidoro, que prosiguen la trayectoria de su amplia difusión manuscrita medieval. El camino que se inicia, de expansión impresa de las obras latinas de autor español, seguirá a lo largo de los siglos posteriores.




ArribaAbajoFlandes y otros países del norte

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Agustín de Zárate, Le historie ... dello scoprimento et conquista del Perú. Traducción de Alfonso Ulloa. Vinegia, appresso Gabriel Giolito de' Ferrari, 1563. Madrid, Biblioteca Nacional.

Alfonso de Ulloa desarrolló una gran actividad en Venecia, como revisor de ediciones originales de autores españoles y como traductor, dentro de un plan editorial desarrollado por Gabriel Giolito de' Ferrari. Las obras seleccionadas abarcan campos muy variados, entre ellos las obras relacionadas con el descubrimiento de América y su colonización.

Flandes es uno de los centros europeos con más continuidad en la producción de libros en castellano. Zona de contactos comerciales y culturales, con un fuerte desarrollo de la industria gráfica, su vinculación a la Corona española y la presencia continuada de españoles son las principales causas que favorecen el desarrollo de las ediciones castellanas, sean de autor español o traducciones, junto con obras de difusión europea escritas en latín por españoles. Amberes y posteriormente Bruselas son las dos ciudades flamencas que centran la mayor parte de la producción. Facilidad de abastecimiento de papel y gran perfección técnica favorecen su actividad editorial. Destaca en Amberes la gran figura de Cristóbal Plantino, que si bien no publicó muchos libros en castellano, la actividad de sus prensas en la producción de libros en latín de autores españoles o destinados a España supera en cantidad y continuidad -teniendo en cuenta la larga duración de su taller en manos de sus descendientes: la Officina Plantiniana- a todos los centros europeos dedicados a la edición de libros españoles o para España. La edición de la Biblia Polyglota, bajo la supervisión de Benito Arias Montano y con el patrocinio de Felipe II, es una muestra cimera de su actividad.

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Ambrosio de Salazar, Las clavellinas de recreación ... Les oeuillets de recreation. Rouen, chez Adrien Morront, 1614. Madrid, Biblioteca Nacional.

Para la enseñanza del español se publican en Francia gramáticas, diccionarios y textos bilingües en los que se enfrenta -en dos páginas opuestas o en dos columnas- el texto castellano y su versión francesa. Destaca en este sentido la labor de Ambrosio de Salazar, maestro de español e intérprete del rey de Francia.

La impresión de libros litúrgicos tridentinos con destino a los reinos de Castilla, que suministraba al detentor del privilegio de distribución de los mismos, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ocupó muchas de sus prensas, hasta que los acontecimientos bélicos de 1576 interrumpieron los encargos, que no fueron reanudados hasta principios del siglo XVII cuando regía los talleres su yerno Jan Moreto. En 1680, uno de sus descendientes, Baltasar Moreto III, logró un contrato de suministro en exclusiva a dicho Monasterio. A principios del siglo XVIII, tergiversaciones interesadas del monasterio de El Escorial dieron lugar a la creencia de un inexistente privilegio de exclusiva de producción de libros del Nuevo Rezado -nombre con que se conocía la reforma de los textos litúrgicos realizada siguiendo las normas del Concilio de Trento- otorgado por Felipe II a Cristóbal Plantino. Sin embargo, la realidad histórica nos muestra que en el siglo XVI y parte del XVII, compartió con imprentas españolas, francesas e italianas el importante suministro a España de libros litúrgicos. Además, durante más de 30 años, los últimos de la vida de Plantino y los primeros de su sucesor, España no realizó encargos al taller plantiniano.

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Andrea Alciati, Los emblemas. Lyon, Guillermo Rovillio, 1549. Madrid, Biblioteca Nacional.

Ante ciertos libros en los que el grabado tiene un papel destacado y predominante, algunos editores lioneses buscaron la amortización del costo elevado de los grabados, haciendo ediciones en las que el texto se presentaba traducido a otra lengua. La red distribuidora que en toda Europa tenían los editores de Lyon les permitía una buena comercialización de estas ediciones.

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Pedro Mejía, De Verscheyden lessen Petri Messie Edel-man van Siuilien. Amberes, Joachim Trognesius, 1588. Madrid, Biblioteca Nacional.

La Silva de varia lección, de Pedro Mejía no sólo fue un prolongado éxito editorial en España; se difundió ampliamente en Europa a través de múltiples ediciones de sus diversas traducciones. Obra enciclopédica para un público lector amplio, cumplió una función divulgadora hasta el siglo XVII.

La perfección alcanzada por el taller de Plantino hizo que fuese preferido por algunos autores para la edición de sus obras, principalmente latinas. Señalamos, en este sentido, un caso curioso. El historiador vasco Esteban de Garibay y Zamalloa quiso que su obra Los XL libros d'el compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España se imprimiese en Amberes por Plantino. Habiendo obtenido el 4 de abril de 1567 licencia del rey para que su trabajo pudiera imprimirse fuera de España, inicia un largo y accidentado viaje a Flandes, llegando a Amberes el 4 de junio de 1570. En la relación que escribió de su vida nos da Garibay interesantes noticias sobre el taller plantiniano y las vicisitudes por las que pasó la composición e impresión de su obra, realizada a su costa y finalizada en julio de 1571. De esta edición, una parte se quedó en Flandes para su venta, mientras que otras dos se mandaron a España, Vizcaya y otra a Andalucía. La distribución que Garibay hizo de su obra, que sin duda no era un libro apropiado para su difusión en amplias capas sociales, nos muestra la existencia de un público -en parte español- comprador de ediciones en castellano. Este público lector se amplía considerablemente al tratarse de obras de carácter menos erudito; sin embargo, en lo que se refiere a la producción flamenca en castellano -y también en otras lenguas, especialmente en latín- siempre hay que tener en cuenta la exportación a España y a otros países de parte de la edición.

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Pedro de Medina, Arte del navigare. Venetia, appresso Tomaso Baglioni, 1609. Madrid, Biblioteca Nacional.

Europa aprendió a navegar en las obras de los tratadistas españoles, obras traducidas a todas las lenguas de los países interesados en la navegación oceánica. El estudio de los aspectos astronómicos que permiten la fijación y mantenimiento del rumbo alcanzó un nivel muy elevado.

Son muchos los casos de reediciones en Flandes de obras que acababan de ser publicadas en España, a veces en el mismo año. En 1554, Martín Nucio publica el Lazarillo, cuya primera edición, desconocida, es probablemente de 1553. De 1607, en Bruselas, por Roger Velpius, es la edición de la primera parte del Quijote, aparecida en Madrid dos años antes. Tres años separan la primera edición de las Comedias de Lope de Vega (Zaragoza, 1604) de la reedición de Amberes, de Martín Nucio II.

Un público lector español de soldados, funcionarios, mercaderes, estudiantes, que quiere estar al día de lo publicado en su país -tampoco hay que olvidar la población autóctona interesada en las obras españolas- favorece las reediciones de las obras de éxito en la península. Por otra parte, es interesante observar cómo obras ya sin vigencia en España, se siguen reeditando en Flandes. Es, por ejemplo, el caso del Cancionero general, cuyas dos últimas ediciones son de Amberes, de una época -1557 y 1573- en que en España ya puede considerarse como una obra pasada de moda.

Martín Nucio es, a mediados del siglo XVI (1540-58), uno de los impresores-editores de Amberes que publica mayor número de ediciones españolas. Estuvo en su juventud en España y no sólo reedita a Boscán, Guevara, Mexía, la Celestina, fray Luis de Granada, Diego de San Pedro, el Lazarillo, etc.; recopila el Cancionero de Romances (2. 1548) y aprovecha la estancia en Amberes del valenciano Juan Martín Cordero para que le traduzca varias obras latinas (Alciato, Josefo, etc.) y, alojado en su casa, se dedique a la corrección de pruebas. Traducciones y obras originales, las publicadas por Nucio son con frecuencia primeras ediciones. Tres ejemplos: Ludovico Ariosto, Orlando furioso, traducido por Jerónimo de Urrea, 1549; Juan Cristóbal Calvete de Estrella, El felicíssimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe Don Phelippe, 1552; Agustín Zárate, Historia del descubrimiento y conquista del Perú, 1555. Pero, primeras ediciones de obras castellanas salen también de otros talleres de la ciudad de Amberes. Citamos sólo, por su trascendencia, La vida y hechos de Estevanillo González, impresa en Amberes por la Viuda de Juan Cnobbart en 1646.

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Jorge de Montemayor, Diane. Traducción francesa de Nicolás Colin. París, Nicolás Bonfons, 1587. Madrid, Biblioteca Nacional.

Grande fue la difusión en Francia de la novela española. Entre otras obras, destaca la Diana de Montemayor, con numerosas reediciones desde que en 1578 se publicó la traducción que hizo el canónigo Nicolás Colin, traductor también de fray Luis de Granada. A la difusión de la Diana en Europa contribuyeron las traducciones alemana e inglesa.

La actividad de Martín Nucio en el campo de la edición española es continuada por sus sucesores y emulada por otras dinastías de impresores y editores flamencos, algunas de las cuales se prolongan hasta el siglo XVIII. Los Steelsius, Laet, Simon, Bettère, Verdussen de Amberes o los Mommaert, Velpius y Foppens, de Bruselas. A lo largo del siglo XVII, aunque en Amberes siguen apareciendo libros españoles, es en Bruselas donde la edición española va adquiriendo mayor importancia. Debemos considerar además la producción más esporádica de Douai, Lovaina, Gante, Brujas, etc.

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Una especialidad de la industria editorial flamenca en castellano es la publicación de obras completas de autores españoles en ediciones que podríamos considerar de lujo. Buen papel, escogida y clara tipografía y la presencia de ilustraciones en grabado calcográfico. Estas ediciones contrastan con las realizadas en España, generalmente de ínfima calidad, en mal papel, letra pequeña y apretada, tipos gastados y con escasas ilustraciones. Góngora, Quevedo, Saavedra Fajardo, Santa Teresa, son algunos de los autores objeto de estas ediciones, que se envían a España y al resto de los países de Europa. Las ediciones castellanas de Flandes son casi las únicas obras españolas que aparecen en los catálogos de libreros franceses del siglo XVII, lo que nos vale como ejemplo del papel representado por las ediciones flamencas en el proceso de difusión de la cultura española en la Europa de la época.

Fuera de Flandes no se da una continuidad ni un volumen de ediciones en castellano similar. Ello no implica que sea considerable la importancia global de las que se publican en otros países europeos, principalmente en Italia y Francia. Aunque en menor cantidad y generalmente de modo ocasional, se publican también obras de autores españoles en otros diversos lugares de Europa, muchas veces debido a la presencia de sus autores o de quienes cuidaron de la edición en aquellos lugares. En Copenhague, el embajador Bernardino de Rebolledo publica sus Selvas dánicas (Morlingo, 1655), mientras que otras obras suyas las hace imprimir en Colonia por Antonio Kinchio (Selva militar y política, 1652; Selva sagrada, 1657). En Praga, Jorge Negrino es el impresor de las Empresas morales de Juan de Borja y de las Ensaladas de Mateo Flecha, ambas en 1581. Son dos casos, por supuesto, no únicos.




ArribaAbajoItalia, Francia y Portugal

Italia, vinculada en parte a la Corona de España, produce también un buen número de ediciones españolas. En algunos casos se trata del fenómeno ya indicado, el autor que costea la edición de su obra en el lugar donde reside; pero en Italia se dan interesantes ejemplos de programas editoriales continuados, como el desarrollado en Venecia, a mediados del siglo XVI, por Alfonso de Ulloa en la imprenta de Gabriel Giolito de' Ferrari, Reedita en castellano La Celestina, obras de Boscán y Garcilaso, Diego de San Pedro, Antonio de Guevara, Pedro Mexía y otros autores, a la vez que publica traducciones al italiano de textos españoles.

En Roma, el librero español Antonio de Salamanca editó también, entre otras obras, La Celestina (c. 1516 y c. 1520), con ilustraciones copiadas de la edición sevillana de Jacobo Cromberger, y el Amadís (1519), mientras que la Propalladia, de Torres Naharro salió de las prensas napolitanas de Juan Pasqueto de Sallo (1517). Otras muchas ciudades italianas publicaron obras de autor español tanto en el siglo XVI como en el siglo XVII. Citamos como ejemplo al librero de Milán Juan Baptista Bidelo, editor del Lazarillo (1615), primera parte de las Comedias de Lope de Vega (1619), y de Cervantes, las Novelas ejemplares (1615) y la primera parte del Quijote (1616).

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Miguel de Cervantes, Den Verstandigen Vroomen Ridder Don Quichot de la Mancha. Traducción al neerlandés de Lambert van den Bos. Dordrecht, Jacobus Savry, 1657. Madrid, Biblioteca Nacional.

Aunque en la portada de algunas ediciones anteriores del Quijote figure la representación de un caballero andante, no se trata de un "retrato" del hidalgo manchego. De los grabados en madera que se guardaban en la imprenta, se eligió uno, ya usado en otras ocasiones. La primera representación de Don Quijote y Sancho es la ofrecida en el frontispicio de la versión neerlandesa de la obra y en las veinticuatro láminas que la ilustran, grabados calcográficos debidos a los hermanos Savry.

Lyon, Paris, Rouen son las principales ciudades francesas editoras de libros en castellano. Quisiéramos destacar dos aspectos que ofrece esta actividad editorial, aunque no sean exclusivos de la edición española en Francia. En primer lugar, la publicación de versiones castellanas de obras importantes por su ilustración. Con ello se favorece la amortización de la inversión efectuada en los grabados de la edición original, pues se amplía la difusión de la obra en otra zona lingüística. Es el caso de los Emblemas de Alciato (Lyon, 1549) y del Promptuario de las medallas de todos los más insignes varones que ha avido desde el principio del mundo, traducido por Juan Martín Cordero (Lyon, 1561). Por otra parte, a principios del siglo XVII y con finalidad didáctica, se realizan ediciones de textos españoles 4 con traducción francesa en páginas confrontadas. Destacan en la preparación de estos textos el francés César Oudin y el español Ambrosio de Salazar.

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Diego de Covarrubias y Leiva, Opera omnia. Lugduní, suinptibus Phil. Tinghi Florentini, 1574. Madrid, Biblioteca Nacional.

La difusión europea de las obras en latín de los jurisconsultos españoles fue obra de editores de otros países, que se preocuparon de su reedición y de la compilación de las obras completas. Las reediciones son numerosas y llegan hasta el siglo XVIII, prueba de la consideración dada a la escuela jurídica española.

Portugal ofrece un número considerable de ediciones en castellano, tanto primeras ediciones como reediciones, al margen de su relación con la Corona española, en la que estuvo integrada desde 1580 a 1640. Fray Luis de Granada publicó en Lisboa la primera edición de su tan reeditada y traducida Guía de pecadores, impresa por Juan Blavio de Colonia, la primera parte de 1556 y la segunda al año siguiente. En 1625, Pedro Craesbeeck imprime en la misma capital las Obras de Francisco de Figueroa, sus poesías, que había reunido Luis Tribaldos de Toledo. Libros de caballerías, romancerillos, pliegos sueltos son campos favorecidos por los libreros e impresores portugueses. Los principales escritores de nuestro Siglo de Oro vieron reeditadas sus obras en Lisboa. Citemos sólo a algunos de ellos: Cervantes (La Galatea, 1590; el Quijote, la primera parte en 1605 y la segunda en 1617; Novelas ejemplares y Persiles, 1617); Lope de Vega (Rimas y primera para de Comedias, 1605; Jerusalén conquistada, 1611; Buscón, 1632); Góngora (Obras, 1646-47 y 1667). Restaurada en 1640 la casa real portuguesa, no cesaron las ediciones en castellano. Entre 1646 y 1652, por ejemplo, el librero lisboeta Juan Leite Pereyra editó cuatro partes de comedias, con obras de distintos comediógrafos, paralelamente a los varios intentos españoles de colecciones colectivas de comedias, que finalmente cristalizarán en la gran Colección de comedias escogidas.




ArribaAbajoLas traducciones

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Lorenzo de Aponte, de los clérigos menores, In sapientiam Salomonis Commentaria. París. Claudio Sonio, 1629. Madrid, Biblioteca Nacional.

Editores extranjeros, principalmente de Lyon, tenían agentes en España para contratar primeras ediciones de obras en latín de autores españoles. En 1626, el librero francés Jerónimo de Courbes, establecido en Madrid, contrata con el P. Aponte la edición en París de su última obra, recibiendo el 20 de noviembre «un libro original manuscripto que tiene mili ducientos y treyta y seys foxas ... y ansimismo recivió tres tablas de lo que contiene».

Si en Europa, en los países unidos a la Corona española o en los que están al margen de cualquier vinculación de dependencia, se publican libros españoles en su versión original, tanto para los españoles allí residentes como para los no españoles que conocían la lengua o para la exportación a España y a otros reinos, al tratar del libro español fuera de España, como ya hemos señalado, no pueden dejarse de lado las traducciones de obras españolas a las distintas lenguas europeas, con lo que la difusión de la obra literaria y no literaria de autor español se amplía considerablemente a un público lector que desconoce la lengua original. Desde la Celestina, cuya primera edición de su traducción al italiano aparece en Venecia en 1505 -con la particularidad de que, en enero de 1506, se publicó en Roma la versión italiana de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, mientras que la primera edición castellana que ha llegado hasta nosotros es de Zaragoza, 1507- al Quijote, por citar dos cimeras literarias, es grande el número de obras, de los distintos géneros, que se traducen a las lenguas europeas y en muchos casos poco tiempo después de su publicación original. Pero ya hemos indicado que las traducciones no se reducen a lo literario: historiadores de Indias, pensadores, obras científicas y técnicas, libros religiosos, etc., se incluyen en una larga lista de ediciones y reediciones. Facilitamos a continuación una pequeña muestra, en la que consta únicamente la ciudad y fecha de la primera edición en las distintas lenguas a que se tradujo cada obra, precedida de los datos de la edición original. A no ser que en casos especiales, se sobreentiende que la lengua es la ciudad correspondiente.

Francisco López de Gomara, Historia general de las Indias, Zaragoza, 1552: Roma, 1555; París, 1569; Londres, 1578.

José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Sevilla, 1590, Venecia, 1596; París, 1598; Haarlem, 1598; Colonia, 1598, Londres, 1604.

Ántonio de Guevara, Libro áureo de Marco Aurelio, Sevilla, 1528: París, 1530; Londres, 1534; Roma, 1542; Amberes, 1565; Munich, 1607.

Diego Saavedra Fajardo, Idea de un Príncipe christiano, Munich, 1640: Venecia, 1648; Bruselas, 1649 (latín); Amsterdam, 1655 (alemán); Amsterdam, 1662 (flamenco); París, 1668; Londres, 1700.

Pedro de Medina, Arte de navegar, Valladolid, 1545: Lyon, 1554; Venecia, 1554; Amberes, 1580; Londres, 1581.

Juan Valverde de Amusco, Historia de la composición del cuerpo humano, Roma, 1556; Roma, 1559; Amberes, 1566 (Latín); Amberes, 1568.

Pedro Mexía, Silva de varia lección, Sevilla, 1540: Venecia, 1544; París, 1552; Estrasburgo, 1570; Londres, 1571; Amberes, 1588.

Luís de Granada, Guía de pecadores. Lisboa, 1556; Venecia, 1562; Dillingen, 1574; Reims, 1577; Amberes, 1588; Londres, 1598.

Luis de la Puente, Meditaciones de los mysterios de nuestra santa Fe, Valladolid, 1605; Douai, 1611; Roma, 1620; Augsburgo, 1615; Douai, 1610, (inglés); Amberes, 1650; Yaroslav, 1620.

Son también numerosas las gramáticas y diccionarios castellanos publicados en distintos países, fruto del interés que despertaba en Europa el aprendizaje de la lengua castellana. Citemos, sólo entre los diccionarios, el inglés de Percyvall (Londres, 1591), el francés e italiano de Vittori (Ginebra, 1602), el francés de Oudin (París, 1606) y el italiano de Franciosini (Roma, 1620).




ArribaAbajoLas obras latinas de autor español

Si las traducciones representan una ampliación del ámbito de difusión de la cultura española en la Europa de los siglos XVI y XVII, las obras de autor español en latín, el idioma culto internacional de la época, no tienen barreras lingüísticas que impidan su comprensión. Si tenemos en cuenta el alto nivel de los trabajos de nuestros especialistas y el altísimo grado de aceptación de los mismos en los círculos académicos, intelectuales, religiosos y profesionales europeos, no extrañará el elevado número de ediciones y reediciones que se efectúan en los siglos citados y aún en el siguiente. Desgraciadamente, como ya hemos señalado al comienzo, la industria editorial española no supo aceptar el reto que esto significaba y no contribuyó a la labor de difusión de nuestra cultura internacional ni supo aprovechar en beneficio propio la existencia de una demanda supranacional.

Podemos distinguir tres grupos de ediciones, en un intento de clasificación de la producción latina española, que evidencia el interés que ésta suscitaba, al margen de los círculos intelectuales frecuentados por los autores. En primer lugar las obras de autores residentes en España, que publican la primera edición -a veces con reediciones- en el país, corriendo a cargo de editores extranjeros las reediciones posteriores. Las obras de autores residentes en España, cuyas primeras y sucesivas ediciones se realizan en el extranjero. Finalmente, las obras de autores españoles residentes en el extranjero, que publican en los países de residencia o en los grandes centros internacionales de edición. Como complemento a la edición de obras sueltas, surge la publicación de obras completas, que consagran definitivamente al autor. La aceptación de los libros latinos de nuestros autores es tan grande que encontramos en España a representantes de las grandes firmas editoriales con la misión de localizar y contratar la edición de obras que se están escribiendo, a veces en connivencia con libreros-editores españoles, que no quieren arriesgar su capital ni se han planteado la posibilidad de crear las necesarias redes europeas de distribución.

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Francisco Guerrero, Mottecta. Venecia, apud Iacobum Vincentium, 1589. Madrid, Biblioteca Nacional.

Aunque en España existían imprentas dotadas de los elementos necesarios para la edición musical, que hicieron buenas impresiones de música polifónica y de tablatura para vihuela y tecla, son numerosas las obras de compositores españoles del Siglo de Oro impresas en el extranjero, principalmente en Lyon y Venecia. La internacionalidad de la música contribuyó a la difusión de las obras de autores españoles.

Uno de los centros editoriales europeos más importantes de obras latinas de autor español es Lyon. Centro comercial por excelencia, situado en un cruce europeo de caminos, sus editores, al no poder competir con París, donde aparecen generalmente las novedades, se lanzan a la reedición -sin desestimar las oportunidades de publicar primeras ediciones-de obras de alcance europeo, que distribuyen a través de sus agentes establecidos en los principales centros libreros de cada país. Son los Junta, Rouille, Frelon, Landry, Cardon, Cavellat, Huguetan, Anisson, entre otros muchos. Y las obras de nuestros filósofos, teólogos y juristas son la base de sus catálogos: los Suárez, Soto, Molina, Pérez, Covarrubias, Vitoria, se alinean junto a docenas y docenas de otros autores españoles aceptados por toda Europa. Y Lyon no es la única ciudad editora de obras latinas españolas. parís, Venecia, Roma, Florencia, Brescia, Basilea, Amberes, Lovaina, Lieja, Colonia, Dillingen, Frankfurt, Ingoldstad, Maguncia, son pies de impresta frecuentes en esta clase de obras.

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Antonio Pérez, Relaciones. París, (s.i.), 1598. Madrid, Biblioteca Nacional.

En la propaganda política contraria a Felipe II destacan las obras de su antiguo secretario Antonio Pérez, impresas en su lengua original fuera de España y traducidas a otras lenguas.




ArribaAbajoObras no publicables en España

Frente al imponente conjunto que representan las obras -en castellano y principalmente en latín- publicadas fuera de España y que si no lo fueron en ella se debió a causas estructurales y comerciales, no a dificultades de la censura civil o religiosa ni a las trabas inquisitoriales, se publicaron en el extranjero algunas obras que por motivos religiosos o políticos no pudieron editarse en España. Es el caso de la Biblia de Ferrara (1553), para uso de los judíos y de la llamada Biblia del Oso, versión protestante publicada probablemente en Basilea en 1569; de la Institución de la religión Christiana, de Calvino, en traducción de Cipriano de Valera (Londres, Ricardo del Campo [=Richard Field], 1597). Es también el caso de las Relaciones de Antonio Pérez.

El libro contribuyó a la difusión por toda Europa de las obras de nuestros autores, en castellano, en latín y a través de traducciones a otras lenguas. Mas esta labor de difusión intelectual cultural se realizó al margen del libro editado e impreso en España. Es un reconocimiento europeo a la obra de nuestros autores, que por su valor superó la estrechez de la industria editorial española.






ArribaBibliografía

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  • Rumeu de Armas, Antonio: Alfonso de Ulloa, introductor de la cultura española en Italia, Madrid: Gredos, 1973.
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