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El lingüista español Lorenzo Hervás

Antonio Tovar

Jesús Bustamante (ed. lit.)






ArribaAbajoLorenzo Hervás y la lingüística histórica

El caso del lingüista español Lorenzo Hervás (1735-1809) es un ejemplo brillante de los méritos de un precursor que se queda en el umbral de un gran descubrimiento, el de la lingüística histórica y comparada, descubrimiento que sin embargo ha sido preparado por sus ideas y trabajos.

Hervás nació en Horcajo de Santiago, a unos cien kilómetros al Este de Madrid. Entró joven en la Compañía de Jesús e hizo sus estudios en Madrid y Alcalá. Se conservan testimonios de su mala disposición para los estudios escolásticos y de su interés por la ciencia moderna. Enseñó en los colegios de Cáceres y Madrid; acababa de llegar como Maestro de Filosofía al convento de la Anunciata de Murcia cuando en 1767 sorprendió a los jesuitas una orden fulminante del Rey Carlos III por la cual se les expulsaba de todos los dominios de la Monarquía española y eran enviados a los Estados Pontificios.

Hervás estaba en Italia a la edad de 32 años. El entorno era mucho más estimulante que el de los colegios de la Compañía, que se resistían a las medidas ilustradas por las que el Rey (que había sido ya un soberano ilustrado en Nápoles) intentaba modernizar España. La Compañía de Jesús fue disuelta por el Papa y en 1774 encontramos a Hervás en Cesena, protegido por una familia aristocrática que le nombra bibliotecario.

Sabemos muy poco de su formación. ¿Cómo tuvo la idea de escribir una enciclopedia? El hecho de que quisiera publicarla primero en español parece ser prueba de su decisión de contribuir a la educación de sus compatriotas, aunque en un sentido moderno, dentro de la ortodoxia. No pudo publicarla en español. Y entonces, entre 1778 y 1787, en un plazo de nueve años, aparecieron en Cesena y en italiano los 21 volúmenes de su Idea dell'Universo. La edición italiana de la enciclopedia de Hervás es muy rara.

Se puede decir que el plan de esta enciclopedia no es sistemático: los siete primeros volúmenes están dedicados a la vida humana y sus edades, seguidos de otro sobre la «anatomía humana físico-filosófica»; los volúmenes IX y X presentan un «viaje al mundo planetario», lo que entonces significaba una descripción del universo; con el volumen XI Hervás comenzaba una historia de la tierra, que se extendía hasta el XVI; los cinco volúmenes siguientes, XVII-XXI, estaban dedicados a las lenguas del mundo.

Los volúmenes I-X de la enciclopedia italiana aparecieron en español en Madrid en 1789-1799. En 1800 el volumen XVII volvió a empezarse en español y se amplió a seis volúmenes, el último de los cuales apareció en 1805. Este Catálogo de Lenguas no fue terminado; para tratar una parte de las lenguas de Europa y toda África parece que hubieran hecho falta, todavía, tres o cuatro volúmenes más.

La tenacidad de Hervás era formidable, pero su curiosidad y su deseo de exponer los grandes problemas de la ciencia moderna (nueva imagen del hombre, del universo, de la tierra) le habían llevado más allá de las posibilidades humanas. Uno se pregunta por qué no publicó en español los volúmenes de la Storia della Terra, y por otra parte es difícil saber si los cinco volúmenes italianos sobre las lenguas del mundo formaban, en un plan definitivo, la terminación de la enciclopedia. El anciano profesor jesuita había decidido contribuir a la renovación de los conocimientos de sus compatriotas, y su deseo de publicar su obra en español le impidió tal vez ampliar con nuevas secciones la Idea dell' Universo.

Su proyecto pedagógico no aportaba una gran originalidad. Hasta donde podemos saber por las versiones españolas de las diferentes secciones, editadas como trabajos independientes, exponía ideas bien conocidas y toleradas por la ortodoxia ilustrada. La idea del hombre propia de los médicos modernos y la concepción del universo que se desprendía de Newton constituían los fundamentos de los primeros volúmenes.

Habría que examinar los volúmenes XI-XVI en italiano para saber cómo presentaba Hervás la creación, la aparición del hombre en estado de inocencia y la formación de la tierra. Ahí es donde se debe buscar el despertar de su interés, cada vez más absorbente, por la lingüística.

En estos trabajos lingüísticos es donde se ha desarrollado la originalidad de Hervás. Aquí no se limita a exponer ideas admitidas ni a seguir libros autorizados. Descubrió que la reunión de jesuitas llegados de diferentes continentes le permitía obtener el cuadro más completo de las lenguas del mundo. Dado que para él las lenguas son la clave de la historia, su estudio arrojaría luz sobre los pueblos de la tierra. Desarrolló por tanto un método de encuesta consultando a sus colegas. Les pidió en algunos casos que le escribieran gramáticas cortas, o les consultó sobre cuestiones de vocabulario. A veces buscó documentación en las bibliotecas o fue a los archivos misionales de la Propaganda Fide, pero se percibe en sus volúmenes que consultó continuamente a personas que tenían la experiencia de años de trabajo, como los misioneros Gilij (para el Orinoco), Camaño (para el centro de la América del Sur), Pinto (para la India), o bien utilizó los conocimientos de autores de libros, como Clavigero (sobre México) o Molina (sobre Chile).

Llegó a sus volúmenes italianos de lingüística con las preguntas que el estudio de la creación y población de la tierra le habían planteado: el origen de las lenguas, los nombres de los numerales y de los días de la semana, la comparación de palabras como testimonio de la relación entre las lenguas. Publicó primero el Catalogo delle Lingue, pero los volúmenes siguientes estaban ya empezados (cfr. Coseriu, 1975-76, 1976) cuando trabajaba en el catálogo. Habrá que buscar en la Storia della Terra las ideas que le llevaron al examen de las relaciones entre las lenguas.

Aprovechando la orientación conservadora que dominaba en los círculos gubernamentales, volvió a España en 17981. Su tío Don Frey Antonio Panduro pertenecía a la Inquisición y sabemos (Hervás, 1800: 63) que fue su influencia la que decidió a nuestro sabio, desde 1785, a abandonar su trabajo en italiano y a publicar en español. Hervás añade en sus obras en español, al apellido paterno, el materno de Panduro. Puede atribuirse a la protección de círculos influyentes sus publicaciones españolas (1789-1807).

Había escrito también en 1794, a petición del Consejero de Castilla D. Tomás Bernard, un libro con el título Causas de la Revolución de Francia, que es una toma de posición contra las nuevas ideas y que, justamente, ha podido ser situado a la cabeza del pensamiento reaccionario español (cfr. Javier Herrero, 1971). La publicación del libro encontró resistencias (autor jesuita expulso, inestabilidad de la política exterior española ante las victorias de la Revolución, que obligaron a España a hacerse aliada de la República), y no apareció hasta la víspera (1807) de la catástrofe de la ocupación napoleónica.

Hervás permaneció en España sólo hasta 1802. Durante esos años trabajó en el archivo de la poderosa Orden de Santiago, cuya historia estudió, y en los archivos de la Corona de Aragón, en Barcelona, de los que hizo un catálogo. Volvió a Roma, donde el Papa le nombró bibliotecario del Quirinal. Justamente en aquellos años Guillermo de Humboldt vive en Roma como ministro de Prusia, aprovecha los conocimientos de Hervás (cfr. Batllori, 1951) y recibe una parte de su archivo.

Murió en Roma en 1809, cuando la guerra de Napoleón hacía estragos en España. La vieja España se desmoronaba y también los esfuerzos por la Ilustración, del rey Carlos III, quedaban destruidos.

Uno de los grandes fundadores de la lingüística moderna, Guillermo de Humboldt, llegó a ser el continuador de Hervás en un determinado sentido, concretamente en la cuestión del vasco y el ibérico y en el conocimiento de las lenguas americanas. Por otro lado, una obra que tuvo gran éxito como libro de consulta en todas las bibliotecas, la de Adelung-Vater (1806-1817), está basada en gran parte en los materiales de los cinco volúmenes italianos de Hervás. Ni en España ni en América nuestro sabio ha tenido continuadores; la crisis de las guerras y de los cambios políticos iba a arruinar la educación del mundo de la lengua española para muchos años.

Hervás pertenece a una generación que no asistió a la aparición de la lingüística moderna de Humboldt, Bopp y Grimm. No tenía formación como lingüista. Parece que sabía poco griego y aún menos hebreo. Pero es cierto que escribió un libro sobre la educación de los sordomudos, que amplió sus conocimientos de lingüística planteándose problemas nuevos que nadie todavía se había planteado: las lenguas de todo el mundo, las relaciones entre ellas tal como se desprenden de las gramáticas y los vocabularios, así como su significación para el origen y la historia de los pueblos, buscando en las lenguas testimonio de la comunidad de origen, así como demostración de vecindades y relaciones culturales.

En su proyecto de hacer el catálogo de las lenguas del mundo no ha tenido más precursores que los coleccionistas de Padrenuestros; sin embargo, su método de encuesta le ha permitido hacerlo, por primera vez, a escala universal. Su colección, con más de trescientos números, sobrepasa casi en un centenar a la anterior y solamente Adelung y Vater, basándose en ella y con bibliotecas mucho más ricas, llegaron a reunir, en la última colección de Padrenuestros, casi 450.

J. Ch. Adelung (Adelung-Vater, I, 670), en su examen de las colecciones anteriores de Padrenuestros, ha señalado la novedad de la gran colección del sabio español: no se ha dedicado a presentar ejemplos de escrituras exóticas, sino que ha descubierto «den einzigen wahren Nutzen, welchen eine solche Sammlung haben konnte, und deren zweckmässige Behandlung». Nadie había imaginado la utilidad de una colección semejante, la cual, como señala Adelung (ibíd.), después del Catalogo delle lingue (Hervás, 1784) y del Vocabulario Poliglotto de más de 150 lenguas (Hervás, 1787a), se transforma en un Saggio prattico (Hervás, 1787b); es decir, en una colección de muestras de lenguas, en la que los Padrenuestros sirven de texto, con traducción y notas gramaticales. Este es, dice Adelung (ibíd., 672 sigs.), que sigue en su libro el método propuesto por Hervás, «das einzige Mittel, den Bau der Sprachen aufzuschliessen».

Hervás llevó a cabo su plan de contribuir en gran medida a un vocabulario universal (reunió 63 palabras en 154 lenguas) y presentó los Padrenuestros, como textos para mostrar la estructura, en 300 lenguas. Con estos materiales se encontró en posición de reconocer las similitudes de las lenguas y de hacer con ellas una clasificación que ha sido seguida básicamente por Adelung-Vater y por la lingüística del siglo XIX.

Hervás, en sus copiosas lecturas, recogió ideas cuyo origen se encuentra en Leibniz: fue este gran filósofo alemán el primero que pensó que un día habría diccionarios de todas las lenguas del mundo que harían posible reconocer las etimologías y, por ellas, el origen de los pueblos (Arens, 1969: 99). Leibniz fue también (ibíd., 102) quien propuso al emperador de Rusia Pedro el Grande la idea de reunir como muestras textos tales como los mandamientos de la ley de Dios, los Padrenuestros u otros textos catequísticos.

Estas ideas de Leibniz arraigaron, y sabemos que H. L. Chr. Bacmeister publicó en 1775 en S. Petersburgo un proyecto en que se invitaba a los sabios de todo el mundo a que contribuyeran a formar una colección de muestras de lenguas, en la cual los textos, ajustándose al modelo que él proponía, serían traducciones de textos bíblicos (cfr. F. von Adelung, 1815: 25 sigs.).

Después de quince años recibiendo respuestas, Bacmeister, evidentemente a causa del interés personal de la emperatriz Catalina, abandonó su trabajo. Se dice que la emperatriz, ya cuando era princesa heredera, había tenido la idea de componer un diccionario universal. Se deduce de la crónica oficial que F. von Adelung, consejero en la corte imperial, escribió sobre la empresa de Catalina que ésta estaba especialmente interesada por el diccionario. Los documentos demuestran que Catalina, desde 1784, hace personalmente una lista de palabras y busca su traducción en más de doscientas lenguas (F. von Adelung, 1815: 40 sigs.). Dejó a su lado a Bacmeister y su plan de incluir en su colección muestras lingüísticas, y buscó la colaboración de F. Nicolai, que preparó una lista de las lenguas del mundo, y de P. S. Pallas, quien toma en sus manos el trabajo de ordenar para cada una de las palabras de la lista imperial las traducciones a cada lengua. Pallas anuncia en 1785 el proyecto, del que ha sido designado por su majestad para «soigner la partie typographique» (cfr. F. von Adelung, 1815: 51).

Se ve que el proyecto de Catalina es una reducción del de Bacmeister, que era más fiel a la idea de Leibniz. Catalina se ha limitado al vocabulario en el diccionario de Pallas (1787-89) y también en el de Jankiewitsch de Miriewo (1791), que ha aumentado el número de lenguas, pero ha formado una masa de todas las palabras de todas las lenguas y las ha colocado por orden alfabético en transcripción cirílica. Los dos grandes diccionarios imperiales, que fueron muy mal distribuidos (especialmente el de Miriewo es una rareza bibliográfica), no sirvieron más que para la comparación del léxico. Tal vez el proyecto de Bacmeister era demasiado ambicioso. Hervás se limitó a reunir diversas redacciones de Padrenuestros, como muestra de cada lengua (Larrucea, 1984, y Tovar, 1981a).

¿Qué ideas encontramos en Hervás que preparan el método histórico? Su experiencia, adquirida al escribir los cinco volúmenes de lingüística en italiano, se reúne en un texto que encontramos al comienzo del Catálogo (1800: 23):

El método y los medios que he tenido a la vista para formar la distinción, graduación y clasificación de las naciones que se nombran en la presente obra, y son casi todas las conocidas en el mundo, consisten principalmente en la observación de las palabras de sus respectivos lenguajes, y principalmente del artificio gramatical de ellas. Este artificio ha sido en mi observación el principal medio de que me he valido para conocer la afinidad o diferencia de las lenguas conocidas, y reducirlas a determinadas clases. El artificio particular con que en cada lengua se ordenan las palabras no depende de la invención humana y menos del capricho: él es propio de cada lengua, de la que forma el fondo2...


El método comparativo aparece aquí formulado en dos de sus líneas fundamentales: la comparación del vocabulario y la de la estructura gramatical. Pero, todavía falta la correspondencia fonética regular, que es la única que da seguridad a la comparación. Por otra parte, Hervás no veía la historia de una forma moderna; creyó siempre en la diferenciación de las lenguas en Babel: había, según la tradición patrística de los comentarios al libro del Génesis, lenguas matrices que venían directamente de la confusión de Babel, y lenguas procedentes de la confusión de las lenguas matrices. Pero creía de un modo ahistórico que cada lengua conservaba un núcleo inalterable: pueden recibir influencia de otras, pueden cambiar, «mas nunca mudan el fondo del artificio gramatical» (Hervás, 1800: 23)3.

El número de descubrimientos hechos, por Hervás es muy grande. Sus conocimientos de la realidad lingüística de todas las partes del mundo le permitía rebasar las limitaciones de su formación y de su apego a ideas obsoletas.

En la línea histórica comprendió sistemáticamente el significado de los textos arcaicos de las lenguas: los juramentos de Estrasburgo para el francés, el Mio Cid para el español, los fragmentos de las leyes de Numa o la inscripción de la columna rostral para el latín (Tovar, 1981b: 391, y Tovar, 1984: 194-195). Hervás reconoció inmediatamente la importancia del sánscrito y tuvo como informante a Fra Paulino di San Bartolommeo (Tovar, 1981b: 387). Apreció en toda su extensión el valor de las lenguas como testimonio histórico:

...gl'idiomi mettono in chiaro il commune stipite di parecchie nazioni, le loro relazioni e connessione: additano l'invasione di nazioni contre nazioni, la soggiogazione di algune, con le conquiste e transmigrazioni di altre


(Hervás, 1785: 10).                


Como ha señalado Coseriu (1978), Hervás ha sido el precursor de Ascoli en el descubrimiento del substrato. Hervás señaló con claridad el valor simbólico de ciertos sonidos, la importancia de la onomatopeya en el vocabulario, así como la presencia de ciertos sonidos en palabras infantiles o descriptivas (Tovar, 1981b: 393; cfr., p. ej., Hervás, 1787a: 149 sigs.).

No doy más que algunos ejemplos de sus descubrimientos sobre la clasificación de las lenguas: la correcta separación del vasco y del céltico (Tovar, 1981b: 389 sigs.) y la distinción entre las ramas gaélica y britónica del celta, situando bien el bretón con el galés, aunque con el error de poner el córnico dentro del gaélico; también reconoció en sus trabajos tardíos la importancia de los celtas en España (Tovar, Ms. 1983).

Fue casi el primero en considerar las lenguas de América en conjunto: así es como señaló que el groenlandés es un dialecto parecido al esquimal de Alaska (Tovar, 1981a: 10); comprendió la gran extensión de la familia maya (ibíd., 9) y, siguiendo una tradición jesuítica que procedía de Acosta, sabía de la familia uto-azteca (ibíd., 10). Reconoció en América del Sur la gran difusión de las lenguas guaraní y arahuaca (si bien en ésta no se atrevió a seguir a su colega Gilij; cfr. Tovar, 1984). A veces la riqueza de sus informaciones le lleva a errores y al abandono de posiciones anterior más exactas.

Finalmente, ha sido el precursor en la investigación de las palabras más estables del vocabulario frente a los préstamos, que Swadesh ha llamado «culturales».

... le quali parole le nazioni rozze sogliono prendere dalle vicine piú civili


(Hervás, 1787a: 161).                





ArribaAbajoVasco e ibérico en Lorenzo Hervás y W. von Humboldt

Lorenzo Hervás es una figura muy representativa de la Ilustración hispano-italiana. Aparece citado con más o menos imprecisiones e inexactitudes en los libros de historia de la lingüística, pero se puede afirmar que es muy reciente el interés por juzgar y valorar su obra4.

Con respecto al tema de la composición de su enciclopedia, Hervás no pretende ser un pensador original, pero haría falta determinar sus fuentes. Por nuestra parte nos limitaremos a señalar que sin duda es en la lingüística donde Hervás alcanzó sus mayores logros. Esta ciencia le absorbió en sus últimos años, y al tratar de ella tanto en su obra italiana como en su nueva redacción en español, el trabajo le desborda, y además, aprovechando la circunstancia excepcional de la presencia de los jesuitas expulsos en Italia, desarrolla un método de encuesta, consiguiendo de los que sabían de naciones y lenguas no sólo información oral, sino incluso materiales de gramáticas y vocabularios.

Aunque Hervás no era lingüista por su formación y estudios, y se ve que sus conocimientos de griego no eran de primer orden, y aún menos los de hebreo, en el ambiente de los jesuitas exiliados desarrolló un método de encuesta que, al lado de la redacción de gramáticas y vocabularios, como ya hemos indicado, comprendía pedir a un hablante nativo de una lengua examinar, por ejemplo, un diccionario de otra para descubrir elementos semejantes. De esta manera podemos seguir, por ejemplo, los afanes de Hervás en su recolección de materiales varios de las lenguas americanas y en su empeño de enumerarlas y clasificarlas; o en la separación entre el vasco y las lenguas célticas.

A medida que se familiariza uno con el modo de trabajar de Hervás y se examinan los resultados a que llegó, se adquiere la convicción de que su formación y los prejuicios que pesaban sobre él le impedían, a pesar de su despierta e incansable actividad, organizar sus conocimientos de un modo racional y moderno.

La forma en que Hervás lucha por imponer orden en las zonas del mundo más alejadas, y por consiguiente más independientes de la mal interpretada tradición bíblica, le permite resultados muy superiores en cuanto a calidad científica. En las zonas del planeta donde una tradición larga podía pretender autoridad, se nota muy bien el peso que se encuentra, por ejemplo, en este texto de las obras no lingüísticas de Hervás, en el que se afirma que «fue infuso el (idioma) primero que hablaron los hombres y que la diversidad de los idiomas en palabras y sintaxis no puede ser efecto de otra causa que la admirable confusión de lenguas que refiere Moisés»5.

El peso de esa tradición, agravado por una situación intelectual que pesaba sobre muchos políticos y pensadores españoles en la grave crisis que se inicia, a la muerte de Carlos III, con el comienzo de la Revolución en Francia, se va agravando con la radicalización de ésta y la subsiguiente guerra de los monarcas de Europa contra la República francesa, en la que España entra en 1793, con una primera etapa de avances en el Rosellón, pero luego con reveses que tienen por consecuencia la ocupación por soldados de la República francesa de plazas fronterizas como Figueras y, en el país vasco, Fuenterrabía y San Sebastián. Así se llegó a la Paz de Basilea (1795), en la que Carlos IV se convertía en aliado de Francia.

Hervás redacta, a petición de su amigo el Consejero de Castilla Tomás Bernard, un ataque de ideas extremadamente conservadoras titulado Causas de la Revolución en Francia, escrito en la primera mitad de 17946, pero que fue largo tiempo retenido por la censura, sin duda por presiones políticas que luchaban en la Corte con signos opuestos, y por la desfavorable situación en que se hallaban los jesuitas expulsos. Apareció por fin la obra en dos volúmenes, sin indicación de imprenta, en Madrid en 1807.

Se comprende por qué en el tema del vasco y del ibérico Hervás se encuentra sujeto por una serie de tradiciones y casi dogmas que tenían profundas raíces en la cultura española. Su contacto epistolar con estudiosos vascos, en primer lugar Moguel y Astarloa, los mismos que Humboldt visitó en su viaje a España; sus relaciones con Don Juan de Leyza, patricio que le envió libros vascos, no hicieron sino confirmarle en sus ideas tradicionales y, diríamos, precientíficas. Las viejas ideas arraigadas en las interpretaciones del capítulo 10 del Génesis (y que subsisten en la lingüística en términos tan usuales y necesarios como «semítico» y «camítico») habían arraigado en España muy profundamente, y de ellas participaban todos aquellos estudiosos vascos.

La influencia de Larramendi es visible en Hervás desde que empezó a ocuparse de las lenguas en su gran obra en italiano. A través principalmente de Larramendi le llega esta vieja idea de que el vascuence es la lengua primitiva de toda España. Y así dice que «la perfezione, o dicasi, el secolo di oro della lingua Bascuenze fu prima che nella Spagna entrassero i Romani, allorchè el Latino idioma era ancora nella sua infanzia o nella sua prima formazione»7. También es de Larramendi la disparatada idea de que el latín tiene muchos elementos vascos8. Comparte con Larramendi la idea de que el diccionario académico español comete un error cuando no reconoce la deuda del español al vasco en las etimologías9.

Acepta también, a través de Larramendi, la fantástica doctrina de una antigua dominación española en Italia, que explicaría la presencia del vasco en topónimos de Italia. He aquí algunas fantasías entre numerosísimos ejemplos10: Osci del vasc. ots: «ruido»; Sabelli del vasc. sabel: «vientre»; Hernici del monte (H)ernio en Guipúzcoa... Y de modo semejante11 descubre en el etrusco elementos vascos. Así se puede comprender el disparate de que al latín se le niegue la calidad de «lengua matriz»12, porque Hervás dice13 que no es sino una mezcla de etrusco, griego, céltico y... cantábrico, es decir, vasco.

En los orígenes de estas absurdas ideas nos encontramos en el siglo XV con un falsificador italiano, el dominico Giovanni Manni, Annio de Viterbo (1432-1502), que escribió Antiquitatum variarum volumina XVII (editado en 1489 y de nuevo en 1498). Sobre fuentes inventadas, como el falso Beroso, combinadas con datos de la historia, dirigía Annio de Viterbo a los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, una historia antigua con dinastías de reyes de España que habían dominado en Italia. Las tradiciones que aparecen en Justino, la relación de los iberos con los sicanos establecida en Tucídides, la leyenda de Hércules, todo fue utilizado por el fantástico historiador, que, a la vez que entroncaba con las viejas crónicas de Alfonso el Sabio, halagaba el orgullo nacional de los españoles y pasaba a ser aceptado por Juan de Mariana, el Tito Livio del Siglo de Oro español.

No todo era en Hervás aceptación de esta línea tradicional. Así, ya en su Catálogo italiano14, oponiéndose a la dominante corriente de los celtómanos de Gran Bretaña y Francia, establece la separación entre el vasco y las lenguas célticas insulares. Pero el carácter, diríamos, precientífico del trabajo de Hervás le lleva a atribuir la mayor semejanza que hay, en sus visibles rasgos, entre el italiano y el español, comparados con el francés, a que en las dos penínsulas el latín evolucionó sobre un sustrato análogo, que él creía «cántabro», mientras que en Francia el sustrato era gálico15. De la misma manera, influido por la idea tradicional de Tubal, «padre de las dos Iberias», al presentar más tarde16 materiales para el conocimiento del vasco, cree servir a la historia, pues «gioverá al illustrare quella della Georgia, dell'Italia y della Spagna».

Cuando más tarde, en su inacabado Catálogo en español, vuelve largamente sobre el tema, sus conocimientos han aumentado y sus horizontes se han ampliado, pero su modo de pensar no es más crítico. Es más, las relaciones epistolares con los estudiosos vascos vinieron a confirmarle en sus ideas. Signo de esa relación con ellos es la dedicatoria del tomo IV del Catálogo «A las tres nobilísimas provincias de Vascongados españoles».

En este ambiente desarrolla Hervás su teoría sobre las lenguas de Europa, en la que utiliza el término larramendiano de «advenedizas» para las lenguas que no podían considerarse primitivas. Eran, según Hervás, primitivas en Europa, es decir, llegadas con la dispersión babélica, la lengua vasca (o sea, ibera o cántabra), la de los celtas y la de los griegos. Tubal, Gomer y Javan son los fundadores, según el Génesis. En cambio, germanos y eslavos, como turcos y húngaros, albaneses (que él identifica con los antiguos ilirios) y gitanos (en quienes reconoce hablantes de un dialecto indoario) son los pueblos advenedizos, llegados después.

En esos años invitaba a sus amigos vascos a coleccionar topónimos, y él mismo hacía, como los eruditos vascos desde el siglo XVI, colecciones de apellidos y nombres de lugar17.

Es sabido que Hervás formuló claramente que para clasificar las lenguas hay que atender no sólo a las palabras, al léxico, sino a la estructura, a lo que él llamaba «el artificio gramatical». Ahora bien, en este descubrimiento, en cierto modo, del fundamento de la gramática comparada, Hervás seguía pensando en la torre de Babel, pues las lenguas pueden desaparecer y las naciones cambiar, «mas nunca muda el fondo del artificio gramatical de sus respectivas lenguas»18.

Las relaciones entre Hervás y Humboldt han sido examinadas por el erudito historiador jesuita Miguel Batllori19. Pero aún queda mucho por determinar en cuanto a la medida en que Wilhelm von Humboldt es deudor a Hervás, al que por otra parte no encontraba suficientemente científico. Nos limitaremos a decir que de todas las lenguas americanas que utiliza Humboldt le suministró los materiales de gramáticas y vocabularios Hervás, pero nos vamos a fijar un poco más en las coincidencias de los dos sobre la lengua vasca y la posición y significación de ésta en la España primitiva.

Con su despierta curiosidad, Humboldt se interesó pronto por el vasco. En su viaje a España (1799-1800), en el que con su familia llegó hasta Madrid, Sevilla, Granada, Sagunto y Barcelona, ya en Vitoria tuvo conversaciones con Lorenzo Prestamato sobre la historia de los vascos. Al año siguiente, 1801, pasó dos meses en primavera en las Vascongadas, donde visitó en Marquina al gran escritor vasco Juan Antonio Moguel, y conoció en Durango a Pablo Pedro de Astarloa20. Estos dos sacerdotes significan un momento en que los vascos toman conciencia de sí mismos. Son representativos de la Ilustración en el país, y si Astarloa conoce a autores enciclopedistas, a Moguel se debe el Peru Abarca, diálogo escrito en vizcaíno con excelente estilo, en el que se trata de la vida popular en sus diferentes tareas, y de lo que ésta podía ser mejorada por la cultura y el progreso.

Años después, en las adiciones y correcciones que publicó en el último volumen de la obra de Adelung y Vater21, tenemos referencias a los estudios vascos de Humboldt en su viaje. Tras algunas consideraciones generales que se basan excesivamente en la larga tradición vasca a que nos hemos referido, publica un vocabulario vasco reducido, pero seguro, con el deseo de ofrecer documentación auténtica, ya que el léxico vasco, sobre todo después del Diccionario de Larramendi, abunda en palabras inexistentes y fantásticas.

El progreso de la lingüística que estaba provocando en Europa el conocimiento del sánscrito lleva ya entonces a Humboldt a analizar mejor que nadie antes la derivación y formación de palabras en vasco, lo que le permite iniciar, aunque no en medida suficiente, una crítica de las etimologías tradicionales de nombres antiguos de España con el vasco. En su análisis de la flexión, en el que también hace progresos, confiesa su deuda a Astarloa, cuya obra manuscrita pudo consultar22.

Ofrecía Humboldt en sus Berichtigungen una pequeña antología vasca, con muestras de traducciones de clásicos latinos al vascuence en las que lucía su estilo Moguel y demostraba las posibilidades de la lengua, y con una famosa pieza apócrifa, el Canto de Lelo, que se venía dando como conservado de un héroe cántabro en la lucha contra Octaviano Augusto.

Unos años después (1821) publica Humboldt su famosa Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohner Hispaniens vermittelst der Vaskischen Sprache23. Obra surgida en la luminosa Alemania de Goethe y Schleiermacher, Hegel y Schelling, los Schlegel y Bopp y Grimm, todavía depende en medida excesiva de la tradición. Leída ahora, la Prüfung resulta una obra todavía precientífica, a diferencia de escritos de Humboldt en que desarrolló sus concepciones sobre el lenguaje24.

Humboldt, que escribe después de la catástrofe napoleónica, olvida a Hervás, para referirse sólo a «las obras recientes de los eruditos de aquel país» vasco25, contraponiéndolas a los resultados, que le parecen muy superiores, de los estudiosos británicos sobre las lenguas célticas. Pero si nos fijamos bien, nos encontramos con huellas de Hervás en punto tan importante como el de la supuesta mezcla o composición del latín. Señalando el interés que tiene la lengua vasca para el estudio de las antigüedades de Hispania y de Italia, nótese bien, dice Humboldt26: «Cuando hayamos hecho más luz sobre estas primitivas razas, habremos sentado una base más sólida para las investigaciones sobre los primitivos pobladores de Italia», pues creía Humboldt que era demasiado limitado explicarlo todo por el latín y por el griego, y que había que buscar las reliquias de otros pueblos en Italia, y que se había procedido «sin considerar que ni las inmigraciones helénicas habían sido las primeras, ni el latín servía sin antes examinarlo en sus componentes».

No podemos seguir aquí a Humboldt en su examen de los nombres antiguos de Hispania en el que supone que el vasco no es sino la forma moderna del ibero y utiliza la tradición vasca, que comienza en el siglo XVI con Poça. Cierto que el ambiente que respira Humboldt en la cumbre de la ciencia de su época le salva de creer con la ingenuidad de Astarloa en que cada letra y cada sílaba vascas tienen un sentido propio, y la mención en su trabajo de sabios como el sanscritista Wilkins y el primer indoeuropeísta Bopp nos explica que Humboldt empiece a analizar los nombres en elemento radical y morfemas de derivación27, buscando además lo que luego se llamarían correspondencias o leyes fonéticas, que Humboldt llama «parentesco efectivo de sonidos»28.

Pero aun así, y aun admirando cómo por razones de historia y de fonética reconoce Humboldt la importancia del elemento celta en Hispania, la tradición precientífica surge de modo asombroso en el sabio prusiano: para Campania, por ejemplo, no encuentra etimología mejor que el adv. vasco campoan: «fuera»29, sin reconocer que se trata de un romanismo. Y a los más difíciles nombres de la Hispania antigua les acerca el primer elemento vasco que se le ocurre: Alco, de al, ahal: «poder»30; Caraunius de gara: «altura», y Corbis de gora: «alto»31; Mandonius de manatu: «mandar»32, sin ver que es puro romanismo; Viriatus de un inexistente bir, ber: «pica, lanza, chuzo»33.

Las conclusiones de Humboldt en esta obra (págs. 197-199) fueron aceptadas casi sin discusión, sobre todo en Alemania. Sobre ellas construyeron obras tanto el epigrafista E. Hübner como, ya en nuestro siglo, el romanista H. Schuchardt. Y la teoría que J. Caro Baroja llamó acertadamente «vascoiberismo», y que tuvimos que criticar hace ya cuarenta años, fue durante largo tiempo ampliamente reconocida.

Cierto que otras de las conclusiones de Humboldt, basadas en esa tradición que a través de Larramendi asciende hasta Annio de Viterbo y el propio San Jerónimo, fueron silenciadas y olvidadas enseguida: ni la presencia de iberos en las tres grandes islas del Mediterráneo, ni si esos iberos procedían de Oriente, fueron consideradas de nuevo hipótesis aceptables. El descubrimiento de la familia indoeuropea que se confirmó en los decenios siguientes hizo que tampoco la última de las conclusiones de la Prüfung, que «los iberos pueden ser muy bien un linaje perteneciente a los celtas, sólo que desgajado antes de ellos», fuera tomada en cuenta.




ArribaAbajoLorenzo Hervás en la víspera del descubrimiento del indoeuropeo

1. E. Coseriu ha llamado la atención hacia Lorenzo Hervás en repetidas ocasiones. Habiendo empezado por resaltar la importancia del jesuita expulso en la clasificación del rumano (Coseriu, 1975-76, 1976); más tarde corrigió los informes, muchas veces erróneos, que sobre él aparecen en libros por otra parte fiables (Coseriu, 1978a); y con el tema del substrato (1978b) inició el aprecio que Hervás merece por su contribución a la teoría lingüística.

Vamos a intentar seguir una de las propuestas de Coseriu: «examinar con detención sus contribuciones al establecimiento de varias familias lingüísticas» (1978a: 36), concentrando ahora nuestra atención en sus ideas sobre el grupo indoeuropeo, que sólo con posterioridad fue reconocido como una unidad.

2.1. Hervás no llegó nunca a formular una ordenación clara de las lenguas de la India. Creía que la invasión mongola había oscurecido las lenguas anteriores (1784: 118). Por una parte, dice que el indostaní, que podemos considerar como representativo de las lenguas arias, es la antigua lengua del país (1784: 123), pero, por otro lado, él ya había considerado como primitiva la lengua del Deccan; es decir, alguna de las lenguas dravídicas (1784: 120), que él creía relacionadas con el malayo. Tomando como base la información que tenía sobre las lenguas de las Filipinas, buscaba relaciones con el malayo no sólo en las islas Maldivas y en las lenguas dravídicas, sino también en un dialecto ario como el marathi (1784: 122).

Más tarde34, en la Congregación Romana de Propaganda Fide, Hervás oyó hablar del «samscredo» (1785: 93 y sigs.) y en los numerales señaló similitudes entre el indostaní, el persa y el griego (1786: 130). De un compañero nativo de Goa, el abate Pinto, obtuvo informes personales y de nuevo descubrió etimologías que son para nosotros indoeuropeas: dana ~ lat. donum, danta ~ lat. dens, etc. (1785: 104 y núm. XXI), pero los préstamos arios en las lenguas no arias (ibíd., núm. XXIII) le impidieron descubrir los límites externos del indoeuropeo. Tampoco la colección de Padrenuestros le permitió (1787b: 140 y sigs.) hacer otros progresos.

Más tarde, Hervás llegó a tener mejor información. En su Catálogo español (1801: 120 y sigs.) habla de «mi amigo el erudito carmelita Fr. Paulino de San Bartolomé», autor de la más antigua gramática europea de sánscrito. Aprendió Hervás que «la gramática de los brahmanes puede ponerse en la clase de las bellas ciencias: jamás el análisis y la síntesis se emplearon más fácilmente» (1801: 127 sig.). Combinó la conjugación de «ser/estar»: asmi ~ ei)mi/, asi ~ eiz)=, etc., pero no llegó más adelante. Supo de una Academia (sin duda la Sociedad Asiática) en Calcuta (1801: 180), pero hasta donde sabemos nunca tuvo noticias de la famosa memoria de W. Jones de 1788.

Basándose en fuentes previas, Hervás corrigió su información y reconoció el origen indo-ario de los gitanos y su lengua (1802: 308, 311 y 319).

2.2. Menos clara era su idea de las lenguas iranias. El «persa antiguo», es decir, lo que actualmente es llamado avéstico, según Hervás tenía conexión con el armenio, pero más bien a través de préstamos traídos por los inmigrantes armenios. De nuevo en la romana Propaganda Fide, Hervás tiene conocimiento de la traducción del avesta, treinta años antes, por el académico francés Anquetil du Perron (1785: 95).

Pero, confundido por los grandes cambios en la gramática del persa moderno, Hervás creyó que el persa nuevo que se hablaba en la corte mongola era un descendiente del tártaro-mongol. Comparó once palabras de persa antiguo y nuevo y las encontró diferentes (1785: 96 y sig.), lo cual le confirmó en su idea. Equivocadamente defiende contra Anquetil la falta de relación del zend (avéstico) con el pehlvi (iranio medio) (1801: 350), aunque tenía razón en oponerse a Anquetil, que creía en la relación entre el persa y el georgiano. Tiempo más tarde encontró acertadamente que el pehlvi estaba relacionado con el indostaní (1801: 369 n.).

Descubrió similitudes del persa con el germánico (1785: 102, 1802: 55), numerales comparables en persa nuevo, indostaní y griego (1786: 130 y sig.), pronombres personales similares en persa y griego (1787a: 76) e incluso la conjugación paralela del persa emi ~ gr. ei)mi/ est ~ e)sti/, etc. (1787a: 27), pero en este último caso añade la conjugación del turco y en los otros insinúa la presencia de teutones en Persia o de griegos en la India (1785: 90-92).

2.3. Con respecto al armenio se limita a desechar la conexión con el griego y el hebreo, que habían propuesto algunos orientalistas, y acepta de su colega Alvaro Vigil que hay algunas palabras comunes con las lenguas de la India (1784: 126, 132). Separa de nuevo el armenio del semítico, de acuerdo con el jesuita A. Kircher, y se opone a cualquier relación con el turco (1801: 335).

2.4. Hervás pasa a ocuparse de las lenguas de Europa y considera al ilirio como la lengua matriz del eslavo (1784: 158). A nuestro juicio mezcla dialectos y lenguas, y de esta manera habla de ruso (moscovita), arcaragante, siberiano, cosaco, ucraniano, polaco, lusaciano (sorabo), moravo, bohemio y esloveno (lenguas meridionales). Más tarde añade a la lista el winedo-luneburgio (polabo), servio, búlgaro, etc. (1787b: 82). Su trabajo sobre los Padrenuestros le ayuda a perfeccionar el estudio comparativo de toda la familia.

Hervás no descubrió ninguna relación especial entre el eslavo y el germánico.

En un principio incluyó el lituano dentro del eslavo, creyéndolo muy semejante al polaco (1784: 159 y sig.), y lo colocó junto con el curlundio (letón). Después se enteró de la existencia de los antiguos prusianos y sus relaciones con los lituanos y letones (1785: 107), pero formó con ellos un grupo sármata. En su colección de Padrenuestros incluyó correctamente diversos dialectos de la familia, que consideró «EscitoIlíricos» (1787b: 163 y sigs., y cfr. abajo núm. 3). No incluyó la familia báltica en su Catálogo inconcluso.

2.5. Hervás inicialmente se equivocó en lo que se refiere a las lenguas germánicas: creyó que los godos, junto con los hunos, getas y alanos, eran «escitas», es decir, fino-ugrios (1784: 165). Pero tan pronto como pudo estudiar nuevos materiales, corrigió su error y reconoció al gótico como una lengua germánica (1785: 71 y sig.). Los trabajos sobre los numerales (1786: 122 y sig.) y los Padrenuestros (1787b: 187) lo confirmaron.

De nuevo cometió equivocaciones con el gótico. Jactándose de «sapere lo Spagnolo più puro, perche nato, ed allevato, nel Regno di Toledo» (1785: 104 y sig.), sostiene que no ha quedado nada del gótico en la lengua española35. Sabe del gótico de Crimea por noticias de Busbecq, pero aun así (1785: 106) cree en el parentesco escita del gótico, e incluso encuentra huellas escitas en los topónimos suecos36.

Recogió buena documentación sobre la familia germánica, y también utilizó la información proporcionada por un amigo escandinavo, Don Lorenzo Thyulen. Reconoció las diferentes lenguas germánicas (1784: 168 y sig.), creyendo que el islandés es danés, dato que corrigió más tarde, pasando a considerarlo como un dialecto aislado y conservador del escandinavo (1785: 70 y sig.).

Aceptó las interpretaciones bíblicas, según las cuales los teutones serían la progenie de Gomer, primogénito de Jafet (1784: 169). Cimbrio (¡supuestamente derivado de Gomer!) era un nombre habitual para designar a los antiguos nórdicos (1787a: 25). En su Catálogo (1802: 25 y sigs.) repasó la información clásica sobre los pueblos germánicos.

2.6. Encuentra el griego rodeado en la Antigüedad por ilirios y escitas (1784: 167). Hay que hacer notar que Hervás aceptó de la tradición erudita, lo mismo que más tarde hizo Rask, un uso vago de tales nombres, que finalmente tendió a distinguir en su sentido antiguo y moderno.

Aunque elogia el griego antiguo, piensa que, como todas las demás, tuvo que ser una lengua literaria y vulgar al mismo tiempo (1784: 167). Se opone al tradicional parentesco entre el griego y el hebreo, y señala que aunque su «artificio», es decir, gramática y estructura, es muy distinto, algunas palabras relacionadas han podido ser comunicadas por el comercio.

En un principio Hervás no distinguía el albanés del griego (1784: 168), aunque conocía la existencia de pequeñas zonas albanesas en Sicilia y Calabria. Reconoció los elementos griegos, latinos y turcos de esta lengua (1785: 109). En el Catálogo (1802: 10, 352 y sigs.) separa correctamente el epirota o albanés del griego y propone un origen ilirio (usando ahora el término en su sentido antiguo).

2.7. Hervás hace observaciones sobre el céltico oponiéndose a la celtomanía que dominaba entonces en Inglaterra y Francia. Acepta que el céltico era hablado primitivamente en la mayor parte de Europa, pero contradice las ideas formuladas en Inglaterra que clasificaban al vasco, junto con el bretón, galés, córnico e irlandés, como una rama del céltico (1784: 170 y sig.)

Hervás, dándonos un ejemplo muy representativo de su método, pidió a su amigo José de Beovide que escribiera una breve gramática de vasco, y comparándola con una de irlandés que otro amigo, Charles O'Connor, escribió para él, demostró que la estructura de ambas lenguas era diferente. Completó la prueba pidiendo a Beovide que verificara las palabras celtas en la Collectanea etymologica de Leibniz, y solamente encontraron dos palabras comunes a ambas lenguas: gal. arth vasc. (h)artz: «oso», y el románico e inglés tripe, que de hecho se encuentra en las lenguas célticas como un préstamo moderno (Corominas). Hervás se apoya también en el hecho de que Leibniz escribió en contra del celticismo del vasco (1784: 174, y Arens, 1976: 137 y sig.).

En contraposición a los celtomaníacos que creían que el celta era la fuente de palabras griegas y latinas, Hervás (1784: 172) consideraba que el vasco era el que había proporcionado muchas palabras al latín. En esto Hervás seguía, muy poco críticamente, una antigua tradición erudita vasca que encontró su forma más desarrollada en lo que se podía llamar la «cantabromanía» del jesuita M. de Larramendi. Esta es la razón por la que Hervás se resistía a encontrar elementos celtas en España. Al principio supuso que hubo como mucho alguna colonia céltica (1784: 179). Más tarde (1787b: 41 y sig.) admitió la existencia de elementos célticos en Galicia y Portugal, e incluso explicó la palabra Lusitania, un tanto fantásticamente, como «di erba paese» (irl. lus: «planta, césped»). Esta relación de Irlanda con España ayudó a Hervás a defender las ideas del Coronel Charles Vallencey, que escribió sobre Irlanda y conocía la tradición de la llegada de los hijos de Mil desde España.

Hervás estaba desorientado por su concepto de lengua matriz, las «lingue matrici» nacidas para siempre en la confusión de Babel (cfr. 1787b: 9 y sigs.). No pudo imaginar que irl. tir y lat. terra estaban relacionados genealógicamente y que no eran préstamo del celta al latín, como creían los celtomaníacos, o al contrario, como él pensó por reacción (1784: 173). El vasco fue otro elemento de confusión: para Hervás vasc. urre: «oro» era la fuente del lat. aurum e incluso del gal. aur, etc. (de hecho un préstamo del latín al céltico insular).

Creía que el bretón era una supervivencia del galo (1784: 174). El gales le parecía la forma más pura del céltico. En cuanto al grupo irlandés, manx y gaélico escocés se refiere, Hervás estaba desorientado por su amigo Vallencey, que creía que en el irlandés existía un componente fenicio que lo separaba de las otras lenguas célticas.

Con mayor documentación, Hervás reconoció que el irlandés no podía separarse del gales y el bretón (1786: 126 y sig.) y finalmente diría (1787a: 18) que la lengua irlandesa es «quasi pura celtica», aunque admitiendo todavía (1787a: 25) que tenía algunos elementos fenicios. Indudablemente es Hervás, en el último volumen de su Catálogo, el primero en señalar la familia celta del indoeuropeo.

La comparación del irlandés con el bereber (1787a: 127 y sig.) y con el púnico, al igual que las comparaciones del celta y el hebreo hechas por estudiosos británicos (Hervás, 1784: 199, no las aceptaba), debe ser considerada dentro de la cuestión, aún hoy debatida, del «substrato» en las Islas Británicas y en la primitiva Europa.

A partir del material de los Padrenuestros (1787b: 203 y sig.), Hervás clasifica correctamente estas lenguas en «celtico-irlandesi» y «celtico-britoni», con el único error de poner al córnico entre los primeros37.

2.8. En lo que se refiere a las lenguas itálicas, Hervás empieza polemizando con los autores británicos que pensaban que el umbro y otros pueblos aborígenes eran célticos (1784: 178). De nuevo aquí le engaña la influencia de Larramendi: cree que tanto el latín como el español han tomado mucho del vasco (1784: 200 y sigs.). Las listas disparatadas de nombres italianos provienen principalmente de Larramendi. Así, por ejemplo (1784: 212 y sig.), Oscan, Opscus, Opikos del vasco ots: «ruido»; el nombre Sabelli del vasco sabel: «barriga»; Hernici del Lacio en relación con el monte (H)ernio de Guipúzcoa, etc.

Más positivo es que Hervás comprendió la necesidad de tomar en consideración los antiguos monumentos de la lengua latina, tales como los fragmentos de las leyes sacras de Numa y la columna rostral (1784: 182, 184 y sig.) y más tarde conoció los estudios de Lanzi sobre el Canto de los Arvales (1787a: 117).

Pero los prejuicios de Hervás le impidieron aceptar al latín como una de las lenguas matrices (1784: 183): es sólo una mezcla de etrusco, griego, celta y cántabro, es decir, el vasco, que era sustrato común de Italia y España.

No vamos a comentar las ideas de Hervás sobre las lenguas románicas, puesto que Coseriu (1975-76: 124 y sigs.) ha presentado lo más esencial.

Sobre el etrusco, Hervás, fiel a su método de encuesta personal, consultó a un miembro de la Academia Etrusca de Cortona y dedujo que la misteriosa lengua no era una lengua matriz, sino mezcla de céltico, vasco y... tártaro (1784: 235).

3. En su obra italiana Hervás hace una lista final de seis lenguas matrices, que nosotros consideraríamos indoeuropeas: indio y armenio, omitiendo el iranio, en Asia; en Europa: eslavo, griego, teutónico y céltico, sin considerar el latín (1787b: 33 y sigs.). El báltico es identificado como escita-ilírico (1787b: 82), es decir, algo entre finés y eslavo, pero, «la sintassi mi sembra piutosto Illirica, che non Scitica» (1787b: 164). En la redacción española (1802: 10) añade en Europa el albanés, como una lengua matriz, y el gitano, reconocido como indo-ario. Catalogó también en Europa otras tres lenguas matrices, escita (fino-ugrio), tártaro (turco) y vasco, que nosotros no consideramos indoeuropeas.

Finalmente, Hervás trató de presentar en una perspectiva histórica sus resultados, y consideró (1804: 16 y sig.) que había tres naciones indígenas de Europa: los descendientes de tres de los hijos de Jafet -Gomer, Javan y Tubal-, cuyas lenguas eran, respectivamente, el céltico38, el griego o jónico y el vasco. El famoso capítulo 10 del Génesis con las interpretaciones de Josefo, S. Jerónimo, etc., son todavía su base.

Incongruente como esto pueda parecemos, de hecho representa cierta forma de perspectiva histórica, con la hipótesis de invasiones desde Asia. Porque los tres troncos lingüísticos primitivos de Europa se oponen a los recién llegados, los «advenedizos» en palabras de Hervás, que vuelve a emplear un término de Larramendi. Hervás dedicó un volumen completo (1802) a los recién llegados a Europa: teutones, eslavos, escitas y turcos, además de los gitanos.

De nuestros indoeuropeos, los celtas y los griegos son indígenas de Europa, según Hervás, mientras que los teutones y los eslavos son advenedizos.

Al examinar la historia primitiva de Europa, Hervás trató de sacar deducciones de la onomástica. Observó correctamente que los eslavos llegaron más tarde al país que los ilirios originales (1802: 338) y pensó que los albaneses podrían ser descendientes de los ilirios (1802: 343). Sin embargo, continuó creyendo, aunque los considerara indígenas, que los celtas trajeron palabras del Este, no de una primitiva lengua matriz, sino del griego y del indostaní (1804b: 344 y sigs.).

En los extensos volúmenes finales del Catálogo dedica más atención a los celtas que a las teorías cántabras. Hervás distingue (1804a: 156 y sigs., 180 y sigs., 196 y sigs., 201 y sigs.) una antigua invasión celta de España y, desde allí, de Irlanda y otra posterior de Francia (1805: 49 y sigs., 75 y sigs.), con su expansión hasta Europa central y oriental y Asia Menor. Esto es, la rectificación de unas ideas, todavía corrientes, que identifican el celta continental y el galo.

El Catálogo quedó incompleto. El biógrafo Zarco (1936: 54) habla de otros cuatro volúmenes: latín, itálico, etrusco, las lenguas de África, otros temas que estaban bosquejados en los volúmenes italianos no han sido tratados nuevamente.

4. No podemos comentar aquí las numerosas ocasiones en que la diligencia y fabulosa erudición de Hervás lograron etimologías y comparaciones indoeuropeas acertadas, en mucha mayor medida de lo que se podía esperar de sus principios teóricos. Con su ingenuidad, que Coseriu (1978a: n.°4) llama «su excepcional perspicacia (casi talento natural)» para descubrir afinidades lingüísticas, llevó a cabo muchos descubrimientos. Sin embargo, las seis proposiciones a las que llega en su último volumen italiano (1787b: 9 y sigs.) son realmente falsas. Cree literalmente en la confusión de las lenguas en la Torre de Babel, y en esa idea encontró la base de la unidad de lenguas y de su diferenciación | precisamente en el número original de las lenguas matrices. Con su concepción de las lenguas matrices no pudo ir más allá de la «familia» (romance, teutónica, a lo más fino-ugria o semítica o malayo-polinésica), pero su clasificación no se propuso unidades lingüísticas más extensas y menos claras. Además su perspectiva temporal, como la que era usual todavía medio siglo más tarde, era demasiado corta: la cronología bíblica imponía límites muy estrechos al cambio lingüístico.

Desgraciadamente no hay lugar aquí para presentar algunos de los numerosos descubrimientos hechos por Hervás. Una lista de ellos podría incluir buenas ideas sobre «voces naturales» (según la terminología de García de Diego, las «Elementarverwandtschaft» de Schuchardt); sobre fonética (de la que también tenía experiencia por la enseñanza de sordomudos), con algún indicio de fonética histórica; sobre la falta de relación entre lo elaborado de la gramática de una lengua y el grado de cultura de un pueblo; sobre la interpretación cultural de los préstamos lingüísticos; por no hablar del reconocimiento de muchas familias lingüísticas en todos los continentes.

Quizá el tratamiento que hace Hervás del indoeuropeo no sea uno de los elementos más favorables para juzgarle. Allí donde tradición y erudición tenían peso, estaba dispuesto a conciliar a San Jerónimo con Escalígero y con Leibniz. En Oceanía y en América, donde las autoridades eran menos imponentes, pudo ser más original.

En general, la imperiosa especialización de la ciencia moderna pesa en contra de Hervás: él pertenece a la era que llaman pre-científica. Si los logros de Hervás son comparados con los de sus inmediatos sucesores, aparecen como todavía «no históricos» -al igual que dice Diderichsen (1976: 144) de uno de los fundadores de la lingüística indoeuropea, Rasmus Rask- Rask, casi medio siglo más joven que Hervás, estaba como él primordialmente interesado en la clasificación de las lenguas y en el origen y migraciones de los pueblos que las hablaban. La historia de la ciencia ha dejado a Hervás muy atrás, más que a Rask por cierto; pero Hervás, en parte por su obra y en parte por el empleo que de ella hicieron Adelung y Vater, pertenece a los estudiosos de los cuales Rask y Bopp y Grim aprendieron al establecer la lingüística histórica moderna39.




ArribaAbajoHervás como estudioso de las lenguas célticas40

Lorenzo Hervás (1735-1809), igual que Rasmus Rask (1787-1832), es un estudioso que debe ser situado en el umbral de la ciencia moderna. Pertenece, en mayor medida que Rask, a una época pasada; comparte aún la idea de que la Biblia revela el origen y la distribución de las lenguas de la humanidad. Pero, por otra parte, reunió una gran cantidad de información sobre las lenguas del mundo.

El primer intento de Hervás de abordar las lenguas célticas fue en su Catálogo inicial, que tiene una sección dedicada a ellas (1784: 170-179). Ya entonces sabía que los franceses y los británicos estaban orgullosos de sus ancestros celtas (1784: 170) y que muchos estudiosos habían colocado también al vasco entre las lenguas célticas41. Siguiendo su método personal de preguntar a personas bien informadas, Hervás empezó comparando dos gramáticas breves, una de vasco escrita para él por su colega José de Beovide, un jesuita vasco, y otra de irlandés que le proporcionó Carlo Oconor42. Descubrió, correctamente, que ambas gramáticas eran muy diferentes (1784: 171, 199). Confirmó esta conclusión negativa mediante una comparación hecha por el mismo Beovide buscando similitudes con el vasco en las listas célticas de las Collectanea de Leibniz. También encontró confirmación en estudios británicos. Cita al famoso James Mac Pherson, el editor de Ossian, sobre cuya autenticidad Hervás se mostraba escéptico (1784: 172). En su Introduction to the History of Great Britain and Ireland (1771), Mac Pherson insistía en la diferencia entre el vasco y las lenguas célticas.

En su primera aproximación al céltico, Hervás aún tenía ocasionalmente ideas anticuadas. No aceptaba que los celtas hubieran ocupado alguna vez España. Los celtíberos no serían por lo tanto celtas, sino «cántabros» (1784: 172). Esta palabra da la clave para su explicación: Hervás estaba influido por estudiosos vascos, especialmente por el Padre Larramendi, que había defendido «la antigüedad y la universalidad del vasco en España», es decir, la identidad de vasco e ibero. Según este mismo estudioso, fue la influencia del vasco y no la del céltico la que llegó incluso a Italia (1784: 172), y la lengua latina tenía un componente cántabro o vasco. Coincidencias que sabemos son indoeuropeas, como lat. terra e irl. tír: «tierra», o préstamos como cel. aur: «oro» del lat. aurum, eran para Hervás influencias célticas en el latín; igualmente consideraba el bret. deis: «día» y el gal. cara: «yo amo» como origen del lat. dies y carus (1784: 183).

Consideraba entonces Hervás que el galés era la lengua céltica más pura (1784: 175)43. Creía que el bretón era un dialecto superviviente del galo (1784: 174). Hervás sabía también que el irlandés, el gaélico escocés y el manx estaban relacionados (1784: 178), pero dudaba entonces de que el irlandés fuera tan puramente céltico como Leibniz suponía, ya que por entonces estaba expuesto a las ideas sobre las influencias fenicias en el irlandés, defendidas por un erudito llamado O'Halloran44 y especialmente por su corresponsal Charles Vallencey, que escribió dos cartas a Hervás sobre la existencia de palabras fenicias en el irlandés (1785: 84)45. Vallencey, que era un oficial del ejército y más tarde llegó a general, había escrito un estudio sobre el irlandés, con una gramática46, en el que defendía la relación del irlandés con el púnico, y también con el calmuco e incluso con lenguas americanas.

Hervás, al lado de comparaciones que son evidentemente absurdas, como la del osco con el vasco y la del irlandés con el fenicio, presagia la familia indoeuropea agrupando el irlandés, griego y las lenguas arias de la India, con muchas otras comparaciones como veremos. Pero, en cuanto a Europa, la tradición constituía frecuentemente un obstáculo para él. Tratándose de otras partes del mundo, donde los prejuicios no eran tan fuertes, aceptó (1785: 80 y sigs.) nuevos descubrimientos, como la extensión de las lenguas arahuacas en América del Sur, siguiendo a su colega y amigo el Padre Gilij, o descubriendo él mismo la identidad malaya de las lenguas de Filipinas y Madagascar (1785: 10 y sig.).

Lo que hace de Hervás un precursor, pero no un lingüista moderno, es su falta de método. Encuentra, por ejemplo, semejanzas entre el céltico, es decir, bretón e islandés, el latín y el griego, pero coloca palabras húngaras en el mismo nivel de comparación (1785: 106, tablas xxxv, xxxvi y xxxvii). El peligro de caos, especialmente en este volumen dedicado a la comparación (si la palabra del título «armonía» está así correctamente interpretada), no se elude con principios metodológicos.

El volumen de su enciclopedia italiana dedicado a los numerales y a las medidas del tiempo, probablemente es una de las partes más flojas de su obra47. Todavía no tenía experiencia y estaba sujeto a prejuicios tales como pensar que la semana, al ser el período de la creación en la Biblia, era la primera unidad de calendario para toda la humanidad. Pensaba bastante gratuitamente que los celtas fueron los primeros en introducir desde oriente la semana en su calendario (1786: 167 y sig.), y en las palabras irlandesas modernas de los días veía los nombres de divinidades irlandesas (1785: 170).

Como Hervás era un investigador lleno de curiosidad, que aprendía a medida que escribía sus obras, incrementó sus conocimientos con la composición de los volúmenes dedicados a la lexicografía (1787a) y el análisis de muestras de lenguas (1787b). La confección de vocabularios y el estudio de la estructura de las lenguas a través de breves muestras (la tradicional colección de Padrenuestros) le convirtió en un estudioso mucho más competente. Sin embargo, no debe olvidarse que su interés principal no era la lingüística, sino el significado histórico de las lenguas como testimonio de relaciones, conquistas o comunicación cultural. La lingüística era para él sencillamente una ciencia auxiliar.

Por otra parte, Hervás no disponía del método comparativo que algunas décadas después iba a permitir, por primera vez, una distinción metódica entre semejanzas constituidas por préstamos y palabras que vienen de una herencia común. Por consiguiente, su idea de la lengua como un documento histórico es todavía algo confusa (1785: 9 y sigs.).

A veces sus ideas preconcebidas le impedían descubrir la verdadera explicación. En su entusiasmo por la teoría «cántabra» de Larramendi, vio en la palabra celta -briga la misma palabra que en vasco uña, que, de acuerdo con el historiador del siglo XVI Garibay, significa «gran ciudad» (1787a: 14 y sig.); pero nunca pensó seriamente en la semejanza de -briga con el germ. -burg (palabra que considera en 1787a: 19), aunque explicó correctamente las palabras -dunum y -durum como célticas (1787a: 16-18).

Si en sus primeros volúmenes dudaba en agrupar todas las lenguas célticas de las islas, su recopilación de vocabularios le dio la seguridad de que el irlandés y el gaélico escocés pertenecían al grupo (1787a: 25). Pero aun entonces la sombra de Vallencey con la teoría fenicia (y su aceptación de los paralelos con el bereber y el maltés, cfr. 1787a: 127 y sigs.) sigue pensando sobre los nuevos conocimientos adquiridos por Hervás (1787a: 84 y sigs.). La escritura ogámica es para Hervás, como para Vallencey, de procedencia fenicia (1787a: 85). Aceptó de Vallencey la absurda idea de una multiplicidad de sinónimos en irlandés, que probarían la mezcla de diversas lenguas en él (1787a: 112 y sigs.). Comparaciones aceptables de palabras irlandesas con latinas, griegas y persas están mezcladas con palabras árabes (1787a: 88-90). Semejanzas indoeuropeas reales no están separadas de coincidencias puramente casuales.

En el último volumen de su enciclopedia italiana Hervás demuestra lo que había aprendido. Allí presenta (1787b: 33-36) la distribución de los galos y de los britanos, con la etimología de los nombres tribales, que pudo descubrir con la ayuda de sus amigos irlandeses.

Admite ahora la presencia de los celtas en la Península Ibérica, especialmente en Galicia y Portugal (1787b: 41 y sig.), explicando el nombre de Lusitania con la palabra irlandesa lus: «hierba». Y sus amigos de la Royal Irish Academy le permitieron utilizar leyendas de cómo los hijos de Mil pasaron de España a Irlanda (1787b: 44 y sigs.).

Una vez más, al hablar del irlandés, Hervás no abandona la idea sobre los fenicios de Vallencey, pero separa acertadamente al irlandés del britónico, con el único error de poner al córnico en la rama del gaélico (1787b: 203).

Hervás coleccionó, con la ayuda de Oconor, los Padrenuestros en lenguas célticas (núm. 239-255: varias formas irlandesas -incluida una hablada en la ciudad de Walden, Essex-, gaélico, manx, córnico y -como «dialetti Cornico-Bretoni»- gales y bretón.

Hervás volvió a residir en España entre 1798 y 1802. Había ya empezado a publicar una versión española ampliada de su obra, separada en diferentes partes, que fue publicada en la Imprenta de la Administración del Real Arbitrio de Beneficencia: ignoramos si esto significaba algún tipo de protección oficial. Únicamente los volúmenes XI-XVI, sobre la historia de la tierra, no aparecieron en español. Dentro del plan general de presentar su enciclopedia en español, comenzó su segunda gran empresa lingüística, el Catálogo de las lenguas, como una versión ampliada de los últimos volúmenes de aquélla. Se publicaron seis tomos que ampliaban el volumen en italiano de 1784. Los tomos I y II están dedicados a las lenguas de América y Asia, así como las del Pacífico. Los restantes volúmenes, del III al VI, tratan de las naciones europeas primitivas, es decir, iberos, celtas y jonios o griegos, respectivamente descendientes de Tubal, Gomer y Javan (1804a: 16 y sig.). Estos pueblos primitivos decayeron en el preciso momento en que los romanos alcanzaban su esplendor (1804a: 52). Hervás murió sin acabar su obra. Su colega Diosdado Caballero nos dice que había recogido materiales de todos los pueblos y lenguas europeos, también de los que llegaron posteriormente (y llamó «advenedizos»). Estos materiales habrían ocupado cuatro volúmenes más48.

El volumen III del Catálogo empieza con un estudio general de las lenguas y naciones de Europa. Conoce la presencia de lenguas célticas en Irlanda y en Gran Bretaña, así como en Bretaña; también recoge su presencia en España y en el norte de Italia, al igual que en Galacia, en Asia (1802: 9 y sigs.; 1804a: 44 y sigs.).

En el volumen IV, Hervás expone una teoría sobre la historia de los celtas que está basada en autores tradicionales como Pezron. Dice (1804a: 66) que el país original de los celtas estaba situado «al septentrión de la Grecia», y desde allí llegaron por mar «a España, Irlanda y Escocia» (1804a: 67). Los celtas fueron la nación «que más se internó en España, ocupó en ella la mayor extensión de países y fundó probablemente mayor número de poblaciones» (1804a: 154).

Tenemos aquí un ejemplo de la infatigable actividad de Hervás, que nunca dejó de corregir sus viejas ideas a partir de lo que aprendía en fuentes más o menos fidedignas.

Además de los celtas que emigraron a España e Irlanda, Hervás tiene en cuenta a aquellos que llama celto-escitas y celtas del Adria; los que llegaron a Francia tomaron el nombre de galos (1804a: 155 y sig.).

Hervás sustentaba su teoría sobre los celtas de España en ciertas etimologías fantásticas de topónimos; defendía el carácter céltico de Tartessos explicando esta palabra por el irl. tart: «sequedad, sed» (1804a: 155 y sigs.), y el de Carteia por el irl. cart, interpretado como «corteza de árbol», aunque sea un préstamo y signifique «papel» (1804a: 168 y sig.). Más fiables son sus observaciones sobre la geografía de la España antigua.

Al hablar acerca de los celtas en Galicia (1804a: 196 y sig.), utiliza fuentes irlandesas, no sólo los estudios de su fantasioso amigo Vallencey, sino también la historia de Geoffrey Keating, publicada en latín y después en inglés (Tourneur, 1905: 66 y sig.), y trata de identificar el Biascan adonde viajaron los irlandeses, con el País Vasco (1804a: 200). Sostiene estas teorías con explicaciones toponímicas, la mayor parte de las veces absurdas, pero algunas veces buenas, como en el caso del río Deva, comparado con Deva > Dee en Gran Bretaña (1804a: 222).

En su detallado estudio de fuentes antiguas, insiste en la explicación tradicional de Celtiberia como un país donde los celtas y los iberos se mezclaron (1804a: 194); debe considerarse a Hervás como uno de los precursores de la teoría liguria, que defienden la importancia de esta nación en la Península (1804a: 244 y sigs.).

El volumen V del Catálogo español está dedicado principalmente a la nada científica teoría de la presencia de los iberos en Italia. Se apoya para esto en la tradición, aceptada por muchos eruditos españoles, que procede de la falsa teoría de Annio de Viterbo, quien la escribió como adulación al rey español Fernando, para apoyar su conquista de Nápoles. Véase la dedicatoria del vol. IV del Catálogo a las tres provincias vascas como «verdaderos y ciertos descendientes de los primeros pobladores de España» (1804a, primeras págs.; cfr. también Tovar, 1980: 24, 36, 147).

En relación con esto, Hervás tuvo que repetir sus objeciones con respecto a considerar el vasco como una lengua céltica. Se opone a obras que, aunque no hubieran sido escritas por estudiosos de prestigio, eran muy leídas y citadas, como el artículo de Brazen la Martiniére en un Grana, dictionnaire géographique (1737) y los autores ingleses de una gran historia universal (Hervás. 1804b: 215 y sigs.).

Las fuentes de estas ideas se hallaban en estudiosos de gran prestigio, como el famoso Edward Lhuyd (cfr. Tourneur, 1905: 72) y el obispo John O'Brien i Tourneur. 1905: 74), que también escribió un diccionario irlandés.

Hay que hacer notar en favor de Hervás que la obra de Lhuyd fue conocida por los eruditos del continente, en realidad, cuando se desarrolló la lingüística comparada con Bopp, Pictet, etc. (cfr. Tourneur, 1905: 207 y sig.). Hervás estudió la Archaeologia de Lhuyd (1804b: 217), pero se opuso a él y a O'Brien porque admitían el parecido del vasco con el irlandés y gaélico. Por el contrario, cita al erudito bretón Dom Paul Pezron (cfr. Tourneur, 1905: 199 y sig.), que no incorpora al vasco en el complejo céltico (Hervás, 1804b: 214).

Finalmente, Hervás, para una comparación más exacta del vasco, pudo hacer uso, en su obra en español, del pequeño vocabulario de vasco que W. von Humboldt había preparado durante su estancia en Vascongadas, instruido por Astarloa y Moguel (1804b: 220; cfr. Tovar, 1980: 150-152). Humboldt pretendía eliminar del vocabulario vasco elementos confusos introducidos por ignorancia o por interpretaciones apasionadas.

El último volumen publicado del Catálogo está dedicado a los celtas. En él Hervás expone la teoría de que las invasiones célticas partieron del Oriente, de los alrededores del Ponto Euxino, aceptando además a Gomer, el primogénito de Jafet, como su común ancestro (1805: 10 y sigs.). Hervás sabía que el nombre de celtas era usado por los pueblos que llegaron a España en tiempos muy primitivos (1805: 20 y sig.). Esta primera colonización céltica llegó a España por mar y ocupó Tartessos, cerca del estrecho (1804a: 154 y sigs.; 1805: 103 y sigs.), cuando el país tenía ya una población ibera (para él lo mismo que vascos). Data Hervás esta primera colonización céltica como «anterior al siglo XIV a. C.» Más tarde, «alrededor del siglo X a. C.», una segunda colonia de celtas llegó, también por mar, hasta Galicia y estos mismos celtas, cinco generaciones después, pasaron a Irlanda y de Irlanda a Escocia (1804a: 204; 1805: 103).

En cuanto a los celtas de la Galia, Hervás deduce de la tradición histórica que en el siglo VI a. C. aún no habían ocupado la costa meridional, puesto que para este período están atestiguados los ligures y los iberos como sus habitantes (1805: 46). Supone entonces que no llegaron por mar, sino por tierra, desde el Oriente (1805: 47 y sig.). Hervás estaba convencido de la existencia de una especial conexión de los galos con los indios, y aceptaba la tradicional relación de los druidas con los brahmanes e incluso, como veremos, encuentra parecidos entre el bretón y el gales con el sánscrito (1805: 79). Creía que fueron los celtas los que aportaron al latín elementos indios, encontrados también en otras lenguas occidentales (1805: 142).

La tradición histórica acerca de los galos y su difusión está presentada correctamente por Hervás (1805: 75 y sigs.), que estudia las tribus de la Galia, del sur de Alemania y de Italia, y cómo se extendieron hacia el oriente, hasta Galacia, e igualmente la conquista gala de Gran Bretaña.

Con la información que había reunido de sus amigos de la academia irlandesa y de libros de historiadores clásicos, como G. Buchanan y W. Camden, Hervás, siguiendo a Keating y Vallencey, trató de combinar la información histórica con las genealogías del Génesis y con la tradición legendaria irlandesa (1805: 106 y sigs.). Los Tuatha Dé Danann, Fir Bholg, Mil, Breogan aparecen en su intento de explicación de la historia irlandesa. Por otra parte, los análisis que ha hecho de vocabularios y gramáticas le dan la posibilidad de argumentar contra el historiador Edwuard Gibbon que era indispensable que Irlanda recibiera toda su población céltica desde Gran Bretaña (1805: 161,221).

Hervás también revisa la situación contemporánea de las lenguas célticas, y reconoce que el céltico está extinguido en el Oriente y también en España. Atribuye la fonética del portugués y del gallego a la presencia del céltico en tiempos antiguos, mientras que en los territorios donde se habla castellano y catalán la lengua anterior fue el ibero (1804: 106). La influencia de lo que más tarde se llamará «substrato» fue ya defendida por Hervás (cfr. Coseriu, 1978b): su explicación de la semejanza del español con el italiano estaba basada en la fantasiosa hipótesis de la extensión del «cántabro», es decir, del vasco, mientras que para el francés el elemento que intervenía era el celta (1784: 188, 206).

En Gran Bretaña, Hervás considera al galés como un resto, dejado por la presión de los sajones (1805: 185 y sig.). En Escocia sobrevive el céltico en la forma en que fue introducido por los escoceses desde Irlanda (1805: 151).

Dice Hervás que Irlanda (1805: 187-188) «ha conservado tenazmente su nativo lenguaje céltico a despecho de los tiros políticos de la corte, y de los literatos ingleses, para destruirle e introducir el idioma inglés».

Francia, «el país propio y más ilustre del mayor cuerpo de la nación galocéltica, ha perdido el nombre y la lengua de ésta» (1805: 188). En su último volumen, Hervás se ocupa de la llegada a Bretaña desde Gran Bretaña de los bretones (1805: 222), cuya lengua céltica era comprendida por los galos en la época romana.

El volumen se completa con colecciones de topónimos de los diferentes países célticos, resaltando la diferencia entre los nombres iberos y los célticos en España.

Las últimas páginas (1805: 344-371) están dedicadas a tablas comparativas de vocabulario. Hervás todavía pertenece en estas páginas a una edad pre-científica; su falta de distinción entre parentesco común y préstamo, su pobre documentación (con frecuencia indirecta, a través de Pezron, Lhuyd, O'Brien o Vallencey) hacen que sus intentos no puedan ser aceptados como preludio de una lexicografía comparada. No era aún un comparativista al moderno estilo, puesto que no tenía en cuenta las correspondencias fonéticas regulares, pero estaba convencido de la importancia del análisis de las lenguas como una fuente histórica. «La storia delle lingue è quella delle nazioni che le parlano», dice en el último volumen de su enciclopedia italiana (1787b: 24). Hacia el final de su activa carrera todavía mantenía que «las lenguas son norte para hacer descubrimientos en la historia antigua» (1805: 231).



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