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Acto III

 
 

Modesta habitación en casa de JUSEPA VACA. Al fondo una alcoba cubierta por una cortina de percal blanco. En el primer término de la izquierda un sillón de vaqueta, sillas de madera y una mesa de pino cubierta con una tapeta sobre la cual se ven algunos libros y un velón encendido. En el primer término de la derecha un reclinatorio forrado de paño negro, donde se ve la imagen de un Cristo de talla, alumbrado por una pequeña lámpara. Puerta y ventana practicables en el segundo y tercer término de la izquierda dan paso a la calle. Puerta en el segundo término de la derecha, que comunica con el interior de la habitación. En las paredes se ven algunos cuadros místicos y dos panoplias con las espadas y armas de ALONSO MORALES. Todo debe respirar aseo y modestia. Es de noche.

 
 

Escena I

 

Al levantarse el telón aparece el viejo SALVADOR sentado en el sillón, con un libro en la mano, leyendo. A sus pies, sentados en dos taburetes, se hallan los dos niños, que se apoyan cariñosamente en sus rodillas. LEONA de pie detrás del anciano, apoyándose en el respaldo del sillón. JUSEPA sentada en una silla junto a la mesa, con la mirada fija en el Cristo del reclinatorio.

 
SALVADOR (Leyendo con voz pausada.)
   «Ha venido de repente un huracán por la parte del desierto, y conmoviendo las cuatro esquinas de tu casa, la ha derribado, cogiendo debajo a tus hijos, que han quedado muertos.

   »El fuego del cielo ha reducido a cenizas tus ovejas y tus pastores.

   »Los caldeos se han arrojado sobre tus camellos y tus bueyes, y se los han llevado. [76]

   »Los sabeos han robado todo cuanto tenías y degollado a tus siervos.

   »Entonces Job, el varón justo, se levantó, rasgó sus vestiduras, y postrándose en tierra, dijo:

   -»El Señor me dio los bienes, el Señor me los quita. ¡Bendito sea el nombre del Señor!».

   «Breves son los días del hombre, contado el número de sus meses: si un árbol fuese cortado, hay esperanza que reverdezca y eche nuevos retoños; mas el hombre, una vez muerto y consumido, ¿dónde está?

   »Hay una senda que no conoció ave alguna, ni la pisaron nunca los hijos del león. ¿En dónde se halla la sabiduría? ¿Cuál es el lugar de la inteligencia?

   »El hombre no conoce su valor, ni ella está en la tierra de los hombres.

   »El abismo dice: «No está dentro de mí»; y el mar afirma: «Ni conmigo tampoco».

   »No se compra con oro finísimo ni se cambia a peso de plata; no tiene comparación con ella ni el topacio de Etiopía ni el diamante de Oriente. ¿De dónde viene la sabiduría? ¿Cuál es la morada de la inteligencia?

   »Y dijo al hombre: «El temor del Señor, esa es la sabiduría. Apartarse del mal, esa es la inteligencia». (8)

 

(SALVADOR deja el libro sobre la mesa, se enjuga los ojos, y colocando las manos sobre las cabezas de los niños dice.)

 
No borréis de la memoria
de Job la historia sentida,
porque imitándole en vida
se halla en la muerte la gloria.
La riqueza no os dé afán, 5
pues las dichas y pesares,
cual las olas de los mares,
conforme vienen se van.
JUSEPA (Como hablando consigo misma.) [77]
¡Pobre Alonso! El corazón
tendrá ya despedazado. 10
¡Él, tan bueno, tan honrado,
y hallarse en una prisión!
SALVADOR ¡Hijo, ven, te necesita
mi alma, que muere sin ti!
LEONA Vamos, ¿ya estamos aquí 15
soltando la lagrimita?
¡Es mucho asunto, señor!
  (En voz baja a SALVADOR.)
¿No le basta que se sepa
que el rey perdona? ¡Jusepa!...
¡Vamos, padre Salvador!... 20
Dejad ya tantos gemidos,
que estos ángeles del cielo
están viendo vuestro duelo
tristes y descoloridos.
 

(El viejo se enjuga las lágrimas. JUSEPA se levanta y se va acercando poco a poco hacia donde están sus hijos.)

 
NIÑO 1.º Dime, abuelito, y perdona: 25
¿por qué no viene mi padre?
¿Por qué lloras tú y mi madre
y nosotros y Leona?
SALVADOR Yo no lloro... Cuando leo,
con la luz la vista irrito. 30
NIÑO 1.º ¡Ah! Perdóname, abuelito,
si digo que no te creo.
Antes tú todos los días
alegre el lecho dejabas,
y con nosotros jugabas 35
y con nosotros reías.
Hoy en tu semblante advierto
el dolor y la ansiedad.
¡Dime, por Dios, la verdad!
¿Es que nuestro padre ha muerto? 40
JUSEPA ¡Muerto no, Virgen María!
Vive, y pronto le veremos.
NIÑO 1.º Pues entonces, no lloremos,
que él volverá, madre mía.
JUSEPA Hijos, es tarde... A dormir, 45
y vos también, padre mío. [78]
SALVADOR No me acuesto, pues confío
que esta noche ha de venir.
 

(SALVADOR habla aparte con JUSEPA; LEONA con los niños.)

 
NIÑO 2.º Buenas noches. (Besa la mano a su madre y a su abuelo.)
JUSEPA                           Que os dé Dios
un sueño dulce y bendito. 50
 

(LEONA conduce a los niños hasta el reclinatorio, les levanta para que besen los pies al Cristo, y se dirige hacia la alcoba. El NIÑO 1.º se detiene y dice.)

 
NIÑO 1.º ¡Qué! ¿No vienes, abuelito?
SALVADOR Voy de vosotros en pos.
 

(Entran en la alcoba los niños y LEONA.)

 
 

Escena II

 
SALVADOR y JUSEPA.
 
JUSEPA ¿Os quedáis?
SALVADOR                       Iré después.
¿Crees que será verdad
que le haya su majestad 55
perdonado?
JUSEPA                    Doña Inés
así a decirlo me envía,
y así creerlo debemos.
Volverá, en Dios confiemos.
SALVADOR ¿Y cuándo será ese día? 60
¡Volverá! ¡Cómo ha de ser!
Siete días hace ya
que me decís volverá,
y no le veo volver.
Siete días que besó 65
por última vez mi frente,
siete días que está ausente,
siete días que partió,
siete días que cruel
deja en olvido mis canas, 70
y esos días las semanas
me parecen de Daniel. [79]
JUSEPA No aumentéis vuestro dolor
haciendo mi alma pedazos.
Muy pronto aquí en dulces lazos 75
a juntarnos va el amor;
muy pronto vuestros temores
se van a desvanecer,
y este hogar volverá a ser
nido de nuestros amores. 80
SALVADOR En vano quieres la calma
devolverme, no te creo,
porque en tu semblante leo
los pesares de tu alma.
JUSEPA Vamos, señor, a dormir; 85
sois muy viejo, estáis enfermo...
SALVADOR El caso es que si me duermo
no voy a verle venir.
JUSEPA Yo os llamaré.
SALVADOR                         No lo harás.
JUSEPA No seáis desconfiado. 90
SALVADOR Cuando Alonso esté a tu lado,
de mí no te acordarás.
JUSEPA ¿Dudáis?
SALVADOR                De tu amor lo exijo
y de tu bondad lo espero:
deseo ser el primero 95
en abrazar a mi hijo.
JUSEPA Lo seréis.
SALVADOR                 En ti confío.
JUSEPA Hacéis bien en confiar.
SALVADOR Tú te quedas a velar,
como siempre.
JUSEPA                         Padre mío, 100
dejad que con triste afán
ayes exhale mi pecho,
pues mi esperanza y mi lecho
de Cristo a los pies están.
Vedle, sus brazos me tiende 105
desde su afrentoso leño,
y cuando me rinde el sueño,
me protege y me defiende.
Vedle, en su dulce mirar,
«Mujer, me quiere decir, [80] 110
ten fuerza para sufrir,
y fe en mí para esperar.
Yo sé que tu corazón
no abriga culpa liviana,
y para ti está cercana 115
la hora de la redención».
Dejad, pues, que el lecho sea
de esta mujer desgraciada
junto a la imagen sagrada
del Mártir de Galilea. 120
SALVADOR En el sillón dormiré,
pues acostarme no quiero.
Si viene... ¡por Dios! espero
me avises.
JUSEPA                  Así lo haré.
 

(JUSEPA conduce a SALVADOR hasta la alcoba, a tiempo que sale LEONA. Momento de pausa. Se oye una voz que grita en la calle.)

 
UNA VOZ    ¡Nuevo decreto de su majestad el rey, desterrando a Portugal al Marqués de Heliches y al conde Villamediana! ¿Quién pide otro? ¿Quién pide otro? ¡A maravedí! ¡Tasa del Concejo!
 

(LEONA abre la ventana, y dice.)

 
LEONA ¡Ciego! Dadme uno.
CIEGO                                   Tomad. 125
 

(LEONA saca el brazo por la ventana inclinando el cuerpo hacia la calle, y coge un papel; se retira dejando la ventana sin cerrar, se acerca a la luz y se pone a leer el decreto. JUSEPA sale de la alcoba y se reúne con LEONA.)

 
 

Escena III

 

LEONA y JUSEPA.

 
LEONA (Después de leer para sí.)
¡Desterrados! ¡Oh, qué gozo!
JUSEPA ¿Qué es eso?
LEONA (Dándola el papel.) Que el rey destierra
a dos nobles muy famosos [81]
por sus lenguas viperinas,
sus chismes y sus embrollos. 130
¡Viva el rey!
JUSEPA                      ¡Calla, aturdida!
  (Lee para sí el decreto.)
LEONA Sí, con el alma les odio;
si ellos de nuestras desdichas
la culpa tienen tan sólo,
juro que, en vez del destierro, 135
si yo soy rey, les ahorco.
 

(Llaman a la puerta. LEONA corre a abrir. JUSEPA dirige una mirada llena de ansiedad hacia la puerta.)

 
JUSEPA ¿Será el Conde o Doña Inés?
¡Dios mío, si será Alonso!
 

(Corre hacia la puerta, a tiempo que entra JERÓNIMO riéndose a carcajadas.)

 
 

Escena IV

 

JUSEPA, LEONA y JERÓNIMO.

 
JERÓNIMO ¡Ja! ¡ja! ¡ja!...
LEONA                        ¡Qué buen humor
trae maese Jerónimo! 140
JERÓNIMO ¡Oh! ¡Mucho! (Mirando en derredor.)
(Aparte.)        Aún no ha venido;
esto me gusta muy poco.
JUSEPA ¿Habéis estado en la cárcel?...
Decidme, ¿visteis a Alonso?...
JERÓNIMO Sí...
JUSEPA        ¿Y cómo está?
JERÓNIMO                                Muy bien. 145
JUSEPA ¿Cuándo queda libre?
JERÓNIMO                                    Pronto.
JUSEPA ¿Se acuerda de mí? ¿Pregunta
por sus hijos?
JERÓNIMO                       Sí, por todos.
(Aparte.) ¡Pobre mujer!...
JUSEPA                                            No comprendo
por qué son tan rigurosos 150
conmigo: se me prohíbe [82]
entrar en su calabozo;
en vano ruego mil veces
con lágrimas en los ojos,
con la agonía en el alma, 155
con el dolor en el rostro.
¡Yo debo ser muy infame,
pues me rechaza mi esposo!...
¡Tú sólo sabes, Dios mío,
lo que soy... lo que le adoro! 160
 

(JUSEPA se dirige al reclinatorio y se queda mirando al Cristo en actitud suplicante. LEONA se coloca a su lado.)

 
JERÓNIMO (Aparte.) ¿En dónde se habrá metido?
¡Él se empeñó en venir solo!
  (Se acerca a JUSEPA, y cambiando de tono, le dice.)
Vamos, Jusepa, Morales
tiene amigos poderosos,
y si no viene esta noche, 165
vendrá mañana o el otro.
JUSEPA El pobre estará muy mal
en la cárcel.
                    ¡Tan famoso!
JERÓNIMO Un poco menos moreno
y un poco más sucio y roto, 170
un poquito más barbudo,
y otro poquito más gordo,
porque el aire de la cárcel
pone a los hombres más fofos.
JUSEPA ¡Alegre estáis!
JERÓNIMO                         La alegría 175
es mi único patrimonio.
Además, hay ciertas cosas
que inflan el pecho de gozo.
JUSEPA ¡Dichoso vos!
JERÓNIMO                        Francamente,
puedo llamarme dichoso, 180
que es la venganza sabrosa,
y hoy me vengué de los otros.
JUSEPA ¿Qué sucede?...
JERÓNIMO (Con cierto énfasis.) En el corral
de la Cruz el trueno gordo. [83]
(Aparte.) Cambio de conversación, 185
a ver si la alegro un poco.
JUSEPA ¿Silbastes a las tenientas?
JERÓNIMO Sí, de un modo estrepitoso.
JUSEPA Hiciste mal, pues las silbas
representan el encono, 190
que es el comediante débil
y es muy fuerte el auditorio.
Nosotros somos esclavos
que, atados codo con codo,
se nos veda defendernos 195
mientras nos hieren el rostro.
JERÓNIMO Yo, como buen español,
me dejo saltar un ojo
con tal de saltar los dos
al que me sirve de estorbo. 200
LEONA Contadnos lo sucedido.
JERÓNIMO Oíd, que el caso es chistoso:
Al concluir las guitarras
de rascarnos el exordio,
se descorrió la cortina, 205
y vimos salir al bobo
gesticulando lo mismo
que gesticulan los monos.
Allí comenzó una loa,
producto de algún meollo 210
que por carecer de sal
le llamó el público soso,
y las tenientas salieron
frescas como tres pimpollos.
Dio principio la comedia, 215
que era el parto laborioso
de dos ingenios que juntos
no llegan ni a medio tonto.
Llámase el uno Cuadrado,
llámase el otro Redondo, 220
y como nada hay agudo,
parieron un hijo romo.
Mis valientes mosqueteros
fijaban en mí sus ojos,
esperando la señal 225
para armar el alboroto. [84]
Yo, como un perro de muestra,
estaba inmóvil y fosco,
cuando una de las tres gracias,
haciendo mil corococos 230
y moviendo las caderas
y meneando los hombros,
se presentó en el tablado
diciendo: «Allá va el pimpollo;
límpiense ucedes las babas 235
y admiren a un cuerpo hermoso».
Ocupada en enseñarnos
la gracia de sus contornos,
se le trabuca la lengua;
no halla la palabra pronto; 240
por decir bula de Meco,
nos dice bula de moco.
Entonces estos dos dedos
en los dientes me coloco,
les doy fuerza a los pulmones, 245
despido de viento un chorro
y suelto un silbido que hizo
caer de espaldas a un sordo;
y se arma tal tremolina,
huracán tan borrascoso, 250
que se convirtió el corral
en mar cercado de escollos,
donde la tumba encontraron
los autores y los cómicos.
El uno les grita: «¡Vete!» 255
«¡No te vayas!» dice el otro.
«¡Dadle un pañuelo!» «¡A la cárcel!»
Y azorados como tórtolos
los ingenios, el teatro
abandonan presurosos; 260
las tenientas se refugian
aterradas en el foso;
el maestro de hacer nubes
corre la cortina atónito;
se escapan los guitarristas, 265
se dispersa el auditorio,
derribando al alojero,
que tiene el puesto en el pórtico; [85]
y yo, subido en un banco,
de mi victoria orgulloso, 270
me calo bien el chapeo,
hasta las cejas me embozo
y les grito: «Así castiga
el zapatero Jerónimo
a los que el arte profanan 275
en este templo de Apolo».
JUSEPA ¡Qué vergüenza! Fuiste injusto.
JERÓNIMO Un poquillo, lo conozco;
mas lo juré por Cervantes,
y yo su nombre no invoco 280
en vano... Tampoco olvido
lo que hicieron con Alonso.
Si en Aranjuez nos vencieron,
aquí vencimos nosotros.
Soy amigo de Morales, 285
amigo, y punto redondo.
(Aparte.) La tardanza del maestro
ya me tiene caviloso.
 

(Llaman a la puerta de la calle. JUSEPA corre a abrir. LEONA y JERÓNIMO lanzan un grito de alegría.)

 
JUSEPA ¡Será él!...
JERÓNIMO                  ¡Gracias a Dios!
 

(Se dirige hacia la puerta, por la que aparecen DOÑA INÉS y JUAN RANA.)

 
JUSEPA ¡Doña Inés!... ¡Juan!...
JERÓNIMO (Aparte.)                     En un pozo 290
sin duda cayó Morales...
Esto me gusta muy poco.
 
 

Escena V

 

Dichos, DOÑA INÉS y JUAN RANA.

 
DOÑA INÉS ¡Jusepa!
JUSEPA               ¡Señora! (Con respeto.)
DOÑA INÉS (Abrazándola.)  Hermana
quiero me llames desde hoy,
pues sólo ese dulce nombre 295
apetece el corazón. [86]
JUSEPA ¿Qué sabéis del pobre Alonso?
DOÑA INÉS Sé que el rey le perdonó,
y que mi esposo me envía
para calmar tu aflicción. 300
Sé que el Conde vendrá en breve,
y que antes que el nuevo sol
con su luz alumbre el día
mitigarás tu dolor.
JUSEPA ¡Cuántos favores os debo!... 305
DOÑA INÉS (En voz baja.) No te debo menos yo,
pobre mártir inocente.
Tu santa resignación
llena de luto mi pecho
y mi frente de rubor. 310
JUSEPA ¡Callad, que escucharos pueden!...
DOÑA INÉS A veces tentada estoy
de revelárselo todo
al Conde.
JUSEPA                 ¡Callad, por Dios!...
 

(Hablan en voz baja. LEONA desde el principio de la escena permanece apoyada en el respaldo del sillón y pensativa. JERÓNIMO y JUAN RANA en el extremo opuesto que ocupan JUSEPA y DOÑA INÉS, que figuran mantener una viva conversación en voz baja.)

 
LEONA (Aparte.) De niña me recogieron 315
y los debo cuanto soy;
padres tiernos y amorosos
fueron para mí los dos.
La gratitud es la ley
que nos impone el honor; 320
es preciso que les pague
las deudas del corazón.
JUAN Yo estaba en casa del Conde,
y os juro que allí no entró.
JERÓNIMO Pues yo le dejé en la puerta, 325
y allí me dijo: «¡Por Dios!
que a Jusepa no digáis
que salí de la prisión,
pues cuando salude al Conde
iré a decírselo yo». [87] 330
DOÑA INÉS Jusepa, mientras no tenga
las cartas y el medallón,
todo me aterra y me espanta.
JUSEPA Aunque duden de mi honor,
os juro que los tendréis; 335
pero es preciso que vos
expliquéis en una carta
vuestra grave situación.
LEONA (Mirando a JUSEPA con marcada inquietud.)
Algo que me causa miedo
leyendo en su rostro estoy. 340
JUAN ¿Opináis que le busquemos?
JERÓNIMO Me parece lo mejor,
porque su tardanza empieza
a inquietar mi corazón.
LEONA En esta misma posada 345
vive el Capitán. ¡Valor!
 

(LEONA se dirige disimuladamente a una de las panoplias, coge un puñal y se lo oculta.)

 
La huérfana desvalida
va a pagar de una vez hoy
todo, todo lo que debe
de gratitud y de amor. 350
 

(LEONA dirige una mirada en derredor suyo, y persuadida de que nadie se ocupa de ella, sale precipitadamente por la puerta que da a la calle.)

 
 

Escena VI

 

Dichos menos LEONA.

 
JUAN Si nos dais vuestro permiso,
vamos a salir los dos
un instante.
JUSEPA                    ¿Vais a verle?
JERÓNIMO Tal, vez.
JUSEPA                ¡Qué dichosos sois!
Todos pueden consolarle, 355
todos allá en su prisión
el interés que os inspira [88]
le demostráis, menos yo.
JERÓNIMO Yo espero que el llanto pronto
se convierta en buen humor. 360
¡Quién sabe si Alonso se halla
libre!
JUSEPA          ¡Cómo!
                      Digo yo
que, teniendo como tiene
al Conde por protector,
y no hallándose en las garras 365
de la Santa Inquisición,
que a más de cuatro inocentes
en la hoguera achicharró,
siendo su delito leve,
es de suponer que hoy 370
le digan: «Vete a tu casa».
 

(Aparte a JUAN, cambiando de tono.)

 
Vámonos, porque si no
voy a faltar sin querer
a mi palabra de honor.
JUAN Volveremos muy en breve, 375
pues soy vuestro rodrigón.
Vendré a buscaros.
DOÑA INÉS                                El Conde
vendrá también.
JUSEPA                           Id con Dios,
y aconsejadle a mi Alonso
que me tenga compasión. 380
 
(Salen JUAN RANA y JERÓNIMO.)
 
 

Escena VII

 

JUSEPA y DOÑA INÉS.

 
DOÑA INÉS ¡Ah! Por fin, ya sin temor
hablar a solas podemos.
JUSEPA Por un momento olvidemos
mis cuitas por vuestro honor.
DOÑA INÉS ¡Cuánta angustia! ¡Cuánto afán! 385
¡Esto, hermana, no es vivir!
¿Qué debo hacer?
JUSEPA                              Escribir [89]
una carta al Capitán,
pintarle vuestra agonía,
decirle que vuestra suerte, 390
vuestra vida o vuestra muerte
dependen de su hidalguía;
hacerle al fin comprender
con la voz del corazón
el dolor, la expiación 395
de vuestra falta de ayer;
que en estos lances jamás
la batalla ha de esquivarse,
porque es preciso mostrarse
generosos a cuál más, 400
vos ante su justo encono
inclinando la cabeza,
y él mostrando su nobleza
diciendo: «¡Yo te perdono!»
DOÑA INÉS ¿Y si a mi ruego responde 405
siendo inflexible, exigente?
JUSEPA Entonces dobla tu frente,
revélalo todo al Conde:
eso el deber te prescribe;
y cuando el Conde te oyere, 410
si te dice «Muere», muere;
si te dice «Vive», vive.
DOÑA INÉS ¡Morir!... ¡Qué importa morir
si el alma se tiene herida!...
Si estoy viviendo sin vida, 415
¿para qué quiero vivir?...
No es la muerte lo que aqueja
mi espíritu; yo no temo
ese momento supremo
en que el alma al cuerpo deja. 420
No esperes que la rechace;
que el dedo de Dios escribe
que para morir se vive
desde el día en que se nace.
Lo que causa mi tormento, 425
lo que me aterra y espanta,
es el eco que levanta
en mi alma el remordimiento.
Ese es el juez vengador [90]
que eternamente me grita: 430
«En tu conciencia está escrita
la palabra deshonor...»
Y antes que a la luz del día
esa palabra saliera,
si mil vidas yo tuviera, 435
mil vidas me quitaría.
JUSEPA ¿Le amáis?
DOÑA INÉS                   Le amé con pasión,
con ese amor verdadero
que es el perfume primero
que embriaga el corazón, 440
con esa ternura incierta
de nuestra infancia querida,
pues él con voz conmovida
le dijo a mi alma: «Despierta».
Y el alma se despertó 445
de su sueño venturoso,
vio que era el amor hermoso,
y con ternura le amó.
Bastándole un sólo instante
de locura y devaneo 450
para que el amor pigmeo
se volviera amor gigante.
Mas no temas que sucumba
aunque amor mi pecho hiere,
que a mi amor le he dicho: «¡Muere!» 455
¡y es mi corazón su tumba!
JUSEPA Su hidalguía es mi esperanza.
Escribid... Yo le veré.
DOÑA INÉS Tu consejo seguiré,
pues ya nada se me alcanza. 460
Tú eres mi único consuelo;
a no hallarte en mi camino,
¿qué fuera de mi destino?
JUSEPA Así lo ha querido el cielo.
Vamos, pues, juntas las dos 465
do el destino nos arroja,
que no se mueve una hoja
sin la voluntad de Dios.
La vida es continua guerra
entre tinieblas y luz. [91] 470
¡A quién le falta una cruz
y un calvario en esta tierra!
Escribid; de esta partida
termine la lucha ruda,
pues mientras mi honra esté en duda, 475
estoy viviendo sin vida.
DOÑA INÉS No sé qué tiene tu acento
que mis inquietudes calma.
JUSEPA Escribid, mas con el alma,
que lleva el convencimiento, 480
y no olvidéis un instante,
mientras que la mano escriba,
que, en vez de hallaros altiva,
debe hallaros suplicante.
Vuestro escudo es la humildad, 485
vuestra expiación sufrir.
 

(DOÑA INÉS se acerca a la mesa, JUSEPA la detiene.)

 
Ahí no... Pueden venir...
En mi dormitorio entrad.
Id, que yo os espero aquí.
Cuando la carta acabéis, 490
rogando a Dios me hallaréis
por vos, condesa, y por mí.
 

(JUSEPA entrega el velón a DOÑA INÉS y la acompaña hasta la puerta; luego se queda un instante inmóvil, exhala un suspiro y se dirige hacia la alcoba del fondo, descorre un poco la cortina y contempla con ternura a sus hijos y al viejo, dormidos. El teatro queda débilmente iluminado, sin más luz que la de la lámpara del Cristo.)

 
 

Escena VIII

 

JUSEPA sola.

 
JUSEPA ¡Duermen!... ¡Sueño venturoso!...
Sueño dulce, sueño hermoso,
que de mis ojos se aleja, 495
¡cuándo le darás reposo
a esta inquietud que me aqueja!... [92]
¡Sueño, muerte de la vida,
vida de nuestra existencia,
corta tregua en que se olvida 500
los dolores de la herida
que encona nuestra conciencia!
Parece que en mi sufrir
muestra el infortunio empeño.
Esto ¡ay de mí! no es vivir... 505
Me estoy muriendo de sueño,
y no me puedo dormir.
  (Se acerca pausadamente hacia el reclinatorio, levanta la frente y mira al Cristo.)
¡Cristo, mártir del amor,
que espiraste en un madero,
purísimo redentor 510
que en la cumbre del Tabor
nos diste el adiós postrero!
¡Hermosa estrella de Oriente
que los mundos iluminas,
y a quien el mundo inclemente 515
una corona de espinas
puso cruel en la frente!
¡Tú, que a la tierra bajaste
a redimir el pecado,
y tu sangre derramaste! 520
¡Tú, que en la cruz enclavado
por tus verdugos lloraste!
¡Tú, que desde la eternal
mansión de la Providencia
ves del pecador mortal, 525
como a través de un cristal,
las manchas de la conciencia,
tú sabes lo que sufrí,
tú ves el llanto en mis ojos!
¡Todo lo espero de ti, 530
y al verme a tus pies de hinojos,
Jesús, ten piedad de mí!
 

(Cae de rodillas y apoya la frente sobre el reclinatorio. Muy poca luz en la escena. El cuerpo de JUSEPA se confunde con el fondo oscuro del reclinatorio. ALONSO aparece en la ventana y salta a la escena sin [93] hacer ruido; lleva la capa arrollada al brazo izquierdo, el traje un poco desordenado y la barba de ocho días; dirige una mirada en derredor suyo y se lleva la mano al pecho, como para respirar. Pausa.)

 
 

Escena IX

 

JUSEPA dormida en el reclinatorio. ALONSO junto a la ventana.

 
ALONSO Más me sirve la ventana
para mi plan que la puerta,
y pues el paso me allana, 535
el vulgo dirá mañana
que entré por hallarla abierta.
Por fin, ya quiere mi suerte
que libre y solo me vea. (Pausa.)
En esta casa se advierte 540
el frío soplo que orea
el silencio de la muerte.
¡La muerte!... ¡La eternidad!...
¡Noche oscura!... ¡Tempestad
que aquí en el alma se anida, 545
principio de eterna vida,
luz que alumbra la verdad!
¿Por qué a la duda me entrego?
Materia, a morir disponte,
que el alma va a saber luego 550
qué hay detrás de ese horizonte
que esmalta el sol con su fuego.
Aquí he venido a lavar
con sangre impura una falta;
esta arma me ha de vengar, 555
pero al tocarla me falta
aire con qué respirar.
Siento a un tiempo odio y amor,
me falta y me sobra el brío;
pide venganza mi honor, 560
y hiela mi sangre el frío
y arde mi frente en calor.
¿Por qué dudo? ¿No he venido
a matarla y a morir?... [94]
¡Corazón... por Dios te pido 565
que aminores tu latido,
pues me mata tu latir!
¿Por qué enclavado me quedo
y quiero andar y no puedo?
¿Qué hay en mi mente confusa? 570
¿Es esto que tienes miedo,
o es la conciencia que acusa?
¡Acabemos!... Me infamó,
y pues mi honor atropella,
mi honor debo vengar yo, 575
matando primero a ella,
después... matándome yo. (9)
 

(Saca el puñal y comienza a recorrer la escena hasta llegar cerca del reclinatorio, donde se halla JUSEPA. Al verla, se estremece, se sonríe, retrocede y la contempla diciendo en voz baja y reconcentrada.)

 
¡Ella ante Cristo postrada!
¡Ella ante su Dios dormida!
¡Adúltera fementida, 580
ni aun esa imagen sagrada
ha de salvarte la vida!...
 

(Levanta el puñal para herir a JUSEPA, y se oye en la alcoba la voz del viejo SALVADOR.)

 
SALVADOR (Como soñando.) ¡Alonso!
ALONSO (Retrocede aterrado.)        ¡Ah!
SALVADOR                                                      ¿Dónde estás?
ALONSO ¡Mi padre! ¡Dios soberano!...
SALVADOR Ven, hijo. ¿Por qué te vas? 585
¿No ves que a tu padre anciano
muerte no viéndote das?
 

(ALONSO se acerca tímidamente a la alcoba, levanta la cortina y ve a SALVADOR dormido en un sillón, con los dos niños en brazos; los contempla y dice con acento reconcentrado.) [95]

 
ALONSO ¡Celos que aquí sin cesar
causáis tormentos prolijos!
¡Celos que hacéis olvidar 590
que en este bendito hogar
están mi padre y mis hijos!
¡Déjame, fuego homicida,
que a la infamia me convida!
¡Desarma mi impía mano, 595
que esos niños y ese anciano
necesitan de mi vida!
 

(Llaman a la puerta de la calle. ALONSO mira aterrado en derredor suyo. JUSEPA comienza a incorporarse. ALONSO entra precipitadamente en la alcoba y corre la cortina, quedando oculto.)

 
JUSEPA Creí oír... ¡Siempre el recelo
turbando el dulce reposo!...
 

(Llaman segunda vez.)

 
No me engañé... Sí, es mi esposo. 600
A terminar va mi duelo.
 

(Corre a abrir, y al ver a LEONA se queda mirándola con asombro.)

 
 

Escena X

 

JUSEPA, LEONA y luego ALONSO.

 
JUSEPA ¿Tú a estas horas y sola?...
LEONA (Conmovida y dominando apenas la inmensa alegría de su alma.)
Cumplo así con mi deber.
JUSEPA ¿De dónde vienes?
LEONA                                De ver
al Capitán Ibarrola. 605
JUSEPA (Retrocediendo un paso con marcado asombro.)
¡Al Capitán!
LEONA                     ¡Sí, por Dios!
Fui a buscarle a su aposento,
y hemos hablado un momento
de cierto asunto los dos.
JUSEPA ¡Tú de ver al Capitán! 610
sin mi permiso! ¿Qué has hecho? [96]
LEONA Jusepa, ensancha tu pecho,
término pon a tu afán,
alegra el alma, respira,
pues D. Martín, generoso, 615
para volverte el reposo
me entregó las cartas. ¡Mira!
 

(LEONA enseña una cartera. JUSEPA lanza un grito. ALONSO sale de la alcoba y las contempla cruzado de brazos.)

 
JUSEPA ¡Las cartas! ¡Ah! ¡Nos salvaste!
La vida y la honra me diste;
pero ¿cómo conseguiste, 620
dime, cómo lo lograste?
LEONA Harta de verte llorar,
de tanta pena afligida,
dije: ¿Qué importa mi vida
si yo la puedo salvar? 625
La gratitud y el amor
me dieron aliento tal,
que, armándome de un puñal,
corrí a defender tu honor.
Llego, con rudo ademán 630
cierro la puerta por dentro,
y frente a frente me encuentro
con el bravo Capitán.
Dijo al verme: -¡Vive Dios!
¿Así asaltáis mi aposento?- 635
Y por un breve momento
nos contemplamos los dos,
él con la frente serena
y en mí fija la mirada;
yo con mi vista clavada 640
en su noble faz morena.
-Observo algo de amenaza,
añadió, en tu rostro altivo.
Diga pronto ¡por Dios vivo!
a qué viene la rapaza.- 645
-Vengo, añadí, a suplicaros
que un retrato que tenéis
y unas cartas me entreguéis,
y si no, vengo a mataros.-
Al escucharme se irguió [97] 650
su noble figura altiva,
me miró de abajo arriba
y luego se sonrió.
-Nunca riño con mujeres,
dijo, y con gozo te escucho; 655
tú debes quererla mucho,
puesto que matarme quieres.-
-¡Por Dios, escuchad mi ruego,
pues mi gratitud no olvida
que al darle la honra y la vida 660
no pago lo que la debo!-
Caí a sus plantas de hinojos,
me contempló con ternura,
y que vi se me figura
una lágrima en sus ojos. 665
Aquella lágrima fue
luz hermosa de esperanza.
Un paso Ibarrola avanza
y dijo: -Me vengaré
de su falsedad artera, 670
de sus perjurios aleves.
Toma, paga lo que debes,
devuélvela esta cartera.
Ni mis desdenes altivos
ni mi nobleza te asombre, 675
que desde hoy borro su nombre
del gran libro de los vivos.-
Cuando esto dijo su boca,
sentí de amor un exceso:
me levanté, le di un beso 680
y escapé como una loca.
Toma, calma la inquietud
que en riesgo puso tu honor,
y este rasgo de mi amor
perdona a mi gratitud. (10) [98] 685
JUSEPA ¡Bendita seas! ¡Bendito
el caudillo castellano!
 

(ALONSO se coloca en medio de las dos, arranca la cartera de las manos de JUSEPA, y se queda con el brazo extendido y en actitud amenazadora. JUSEPA y LEONA lanzan un grito mezclado de alegría y asombro.)

 
 

Escena XI

 

Dichos, ALONSO y DOÑA INÉS.

 
ALONSO ¡Por fin ya tengo en mis manos
las pruebas de tu delito!
JUSEPA ¡Alonso! ¡Libre! ¡Oh ventura! 690
LEONA ¡Maestro!
 

(ALONSO en medio del teatro con la cartera en la mano y dirigiendo miradas feroces a su mujer.)

 
ALONSO                  ¡Maldita seas!
JUSEPA ¡Ah! ¡Las cartas! ¡No las leas!
ALONSO ¡Aparta, mujer impura!
 

(DOÑA INÉS se coloca al lado de ALONSO y le dice aterrada.)

 
DOÑA INÉS ¡Refrena el delirio insano,
oye su voz condolida, 695
que una honra y una vida
se hallan dentro de tu mano!
JUSEPA ¡Oye, esposo mío, escucha!
DOÑA INÉS ¡Me pierde este desdichado!
 

(JUSEPA, como comprendiendo que sólo pueden salvarla el padre y los hijos, se dirige hacia la alcoba y dice con uno de esos gritos que sólo pueden salir del alma de una madre.)

 
JUSEPA ¡Hijos, que padre ha llegado! 700
¡Padre!...
  (Baja nuevamente al proscenio.)
SALVADOR (Desde dentro.) ¡Alonso!
DOÑA INÉS                                           ¡Horrible lucha!
 

(ALONSO en medio del teatro apretando la cartera entre las manos, y sonriéndose [99] de un modo nervioso. SALVADOR, con el mayor de los niños, sale de la alcoba, se abraza a su hijo, que apenas le hace caso. El niño se coge al brazo de su padre. DOÑA INÉS aterrada junto a la puerta. JUSEPA y LEONA dirigiendo miradas suplicantes a ALONSO. En este momento se oye fuera la voz de JERÓNIMO.)

 
SALVADOR ¡Hijo! ¡Cuánto ansiaba verte!
NIÑO 1.º ¿Ves, madre, cómo ha venido?
ALONSO ¡Pobre viejo, hijo querido,
os abrazáis a la muerte! 705
 
 

Escena XII

 

Dichos, EL CONDE, JERÓNIMO y JUAN.

 
JERÓNIMO ¡Aquí está Alonso, venid!
EL CONDE Por fin te pude encontrar.
JERÓNIMO Nos has hecho pasear
de cabo a rabo Madrid.
EL CONDE En vez de hallar la alegría 710
y el gozo en estos instantes,
se nota en vuestros semblantes
el dolor y la agonía.
¿No perdonó tu locura
clemente su majestad, 715
y al darte la libertad
su protección te asegura?
¿Qué más puedes exigir
del rey Felipe Tercero?
ALONSO ¡Nada! ¿Sabéis lo que quiero? 720
Poco... ¡Matar y morir!
EL CONDE ¿Qué dices?
ALONSO                     Pruebas poseo
de mi deshonra. Aquí están.
Su amante es el Capitán
Ibarrola.
EL CONDE               No lo creo. 725
ALONSO ¿No las veis?
 

(Indicándole la cartera. Momento de asombro en DOÑA INÉS, JUSEPA y LEONA.) [100]

 
EL CONDE (Con mucha calma.) Estás demente.
ALONSO ¿Pero no las veis, señor?
EL CONDE (Dirige una mirada a JUSEPA, como para tranquilizarla, y dice con altivez.)
El que duda del honor
de tu honrada esposa, miente.
ALONSO ¡Que miento siendo verdad! 730
¡Esto más, Dios soberano!
¡Si las tengo en esta mano!...
EL CONDE ¡Mientes!
 

(ALONSO, después de un momento de lucha, tiende el brazo con energía y dice.)

 
ALONSO                 ¡Leedlas!... ¡Tomad!
 

(Movimiento general de terror en las mujeres. DOÑA INÉS se apoya en una silla, como si fuera a caer. JUSEPA y LEONA retroceden un paso aterradas. EL CONDE coge la cartera y se dirige adonde está la luz del Cristo pausadamente. JERÓNIMO y JUAN miran con interés el cuadro. Esta situación queda a cargo de los directores de escena.)

 
JUSEPA (A ALONSO.) ¡Qué has hecho!
LEONA (Aparte.)                                    ¡Dios infinito!
EL CONDE (Aparte.) Yo salvaré a esa mujer... 735
DOÑA INÉS ¡Ay de mí!...
JUSEPA                      ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?
 

(Lucha un momento. ALONSO la contempla sonriéndose, y señalándola con el dedo, dice.)

 
ALONSO ¡Lleva en la faz el delito!
 

(EL CONDE lleva al reclinatorio pausadamente, se dispone a abrir la cartera y dirige una mirada tranquilizadora a JUSEPA, la cual en un arranque se coloca junto al CONDE, y dice extendiendo el brazo.)

 
JUSEPA Esperad, noble señor.
Dudando me hace una ofensa
mi esposo, y a la defensa 740
vos salisteis de mi honor.
Si Dios un milagro hiciera, [101]
y el Cristo que estáis mirando,
la palabra formulando,
sus santos labios abriera 745
para defenderme a mí,
mi esposo le escucharía,
y hasta de Dios dudaría,
porque un celoso es así.
Ver y creer; pues que vea. 750
 

(Arranca la cartera al CONDE con violencia y se la da a su esposo, que dice que sí con un movimiento de cabeza.)

 
Toma, y pues tanto me humillas,
vas a leer de rodillas,
y que Dios nuestro juez sea.
 

(JUSEPA conduce a ALONSO hasta el reclinatorio. ALONSO mira a JUSEPA, que sostiene con altivez la mirada; mira a su padre, que también le mira con enojo; mira al Cristo, y baja la frente, cayendo de rodillas. Abre la cartera con temblorosa mano, fija los ojos en el medallón, lee una carta para sí, exhala un grito, y dice dirigiéndose alternativamente a su esposa y a su padre:)

 
ALONSO ¡Qué veo! (A JUSEPA.) ¡Perdón!...
(A su padre.) ¡Perdón!...
JUSEPA ¿Qué merece el indiscreto? 755
SALVADOR Aquel que roba un secreto
es un vil, es un ladrón.
JUSEPA (En voz baja.) Piensa el dolor de mi hermana,
y esas cartas...
ALONSO (En voz baja.) ¡Ah! Descuida,
que antes me arrancan la vida. 760
  (Ocultando la cartera precipitadamente en el pecho.)
JUSEPA (En voz baja.) Yo se las daré mañana.
(Alto.) Dios por fin iluminó
las tinieblas de su mente. (Pausa.)
EL CONDE Si Jusepa es inocente,
¿quién es la culpable?...
 

(Momento de angustia. LEONA se coloca en medio de todos, y dice con energía.) [102]

 
LEONA                                          ¡Yo! 765
No quiero hacerme la santa.
¿Qué hay en ello que os espante?
¿Es nuevo que tenga amante
una joven comedianta?
Muchas tienen, aunque hay más 770
que se los dan de prestado.
La calumnia no ha olvidado
a las cómicas jamás.
Jusepa quiso evitar
que mi maestro supiera, 775
y hoy, aunque ocultarlo quiera,
ya no lo puedo ocultar.
Y pues sabéis lo que pasa,
por mí más no os inquietéis,
y si indigna me creéis, 780
arrojadme de esta casa.
 

(JUSEPA y DOÑA INÉS corren y abrazan a LEONA. EL CONDE se acerca a ALONSO, y dice.)

 
EL CONDE No más celos.
ALONSO                        ¡No, por Dios!
DOÑA INÉS (A JUSEPA y LEONA.)
¡Me ha salvado!
JUSEPA (Aparte.)           ¡Y se ha perdido!
ALONSO Jusepa, padre, no olvido
que indigno soy de los dos. 785
JUSEPA Los celos, Alonso, son
el verdugo de uno mismo,
y en el fondo de un abismo
sepultan nuestra razón.
Ellos nos roban la calma, 790
convierten en noche oscura
el sol de nuestra ventura
y la hermosa paz del alma.
No me ofendas ni maltrates;
mas si de mi honor me olvido, 795
por tus hijos te lo pido,
que me mates... que me mates.
ALONSO ¡Jusepa!
JUSEPA               Cese tu afán,
alza la frente serena, [103]
y a ganar sobre la escena 800
de tus hijuelos el pan.
No borres de tu memoria,
con orgullo temerario,
que es el teatro un calvario
que nos conduce a la gloria. 805
Sigue, pues, su hermosa luz,
que el nacer fue tu pecado,
y en tus hombros resignado
lleva del arte la cruz.
 

FIN DEL DRAMA

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