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El mar en la poesía española. Selección y carta de navegar, por José Manuel Blecua. Dibujos de Eduardo Vicente. Madrid, Imprenta de S. Aguirre ; Editorial Hispánica, 1945. 368 págs. con 6 láms.

Ricardo Gullón





Continuando la publicación de sus Antologías temáticas, la Editorial Hispánica de Madrid ha editado el tercer volumen de la serie dedicándolo a El Mar en la poesía Española. La selección (como en los anteriores tomos) corrió a cargo del Profesor J. M. B., que le antepuso además un prólogo o Carta de navegar extenso, erudito y sencillo.

El tema del mar está, sin duda, grávido de posibilidades líricas, y aun en temperamentos poco propensos al arrebato suscita cierto estremecimiento que levanta y encrespa el ritmo de la prosa, como fustigándola con un ramalazo poético indudable. Para no buscar ejemplos lejanos alguno de los cuales es traído a cuento por B.-, citaremos solamente el de Don José María de Pereda, que en el mar halló inspiración para descripciones impetuosas material para escribir páginas muy afortunadas. El prologuista de la nueva Antología nos conduce en amenas singladuras a través del sugerente tema, y, previa breve escala en mares galaico-portugueses, emprende cuatro periplos que corresponden al estudio de la poesía medieval, al de la edad de oro, al de las aguas románticas y al de los poetas contemporáneos.

El profesor B. ha puesto mucho amor y mucho conocimiento en este ensayo, que, especialmente en su parte central, constituye un sólido capítulo de historia literaria -tal, al menos como la entendemos y deseamos nosotros, forjando ideal imagen-, donde se exponen los diversos motivos ofrecidos por el tema: mitológicos. Andrómeda, Glauco, Arión: heroicos e piratescos, representados en magníficos poemas de Cristóbal de Virués, de Góngora, de Lope; moralizadores- entendiendo por tales las exhortaciones a mantenerse en cauta reserva al abrigo del puerto, sin desafiar el piélago inclemente-; los suscitados por el paisaje marino, en Espinosa o en Góngora: aquellos en los cuales el mar es utilizado como ejemplo «para establecer una comparación», y aun otros varios, someramente aludidos: así, el del náufrago.

En la poesía neoclásica y romántica registra J. M. B. pocas muestras valiosas de versos en donde el sentimiento del mar se halle presente. La retórica no puede suplir al sentimiento, y así en los poemas de Zorrilla retumban las palabras como en una caverna, disolviendo el corrosivo lugar común cualquier emoción lírica que con buena voluntad pretendiera hallarse en el trozo copiado por B. Por el contrario, en la poesía contemporánea ¡qué gran riqueza de matices inéditos, de perspectivas puramente poéticas, sobre el extraordinario motivo!

Gracias a compilaciones de este tipo, a estos cortes verticales en el «reino de la literatura española», podemos estudiar sin esfuerzo -nos lo ahorran el pulcro cuidado del antólogo y su evidente competencia para la tarea- la progresión de un tema a través de las épocas, anotando variaciones de la sensibilidad fácilmente perceptibles con tan sólo puntualizar los lugares de acceso donde los artistas se situaron, y los procedimientos seguidos, según los tiempos, para abordarlo y desarrollarlo. Sobre el material reunido por J. M. B. podría intentarse un estudio, parcial pero interesantísimo, de la evolución del gusto y de las técnicas- o, si se quiere, de las «fórmulas» -en la poesía castellana, y casi también de la evolución del concepto poesía desde Gonzalo de Berceo a Rafael Alberti.

Mas, sin exterdernos en consideraciones impropias de esta nota, bástenos señalar que leyendo las composiciones insertas en el espicilegio comentado, compruébase que la poesía española hállase al presente en excepcional trance de madurez, de hondura y densidad. Tras el bache neoclásico, nuestro siglo XIX aportó dos o tres figuras de primera línea: Bécquer, Rosalía de Castro... Y ahora -después citaremos nombres- dos generaciones de grandes poetas llenan el ámbito ibérico, con con el eco de sus voces cargadas de intensidad y de gracia artística, en auténtico renacimiento de nuestra lírica que vive uno de sus mejores momentos. Esta es, sin duda, la razón de que en El Mar en la poesía española, los contemporáneos estén representados con no menos de sesenta y tres composiciones en un total de ciento cuarenta y cinco. (Además, estos poetas nos interesan más vivamente, hállanse contiguos a nuestra sensibilidad que ha derivado, como la de ellos, de singulares condiciones de ambiente, de ideología y de sentimiento a las que nadie puede sustraerse, aun intentándolo, pues la rebeldía contra el signo de los tiempos es también un modo de ser actual).

Comprende este corpus, conforme señalamos, casi centenar y medio de aportaciones; consisten unas en poemas íntegros, otras en simples fragmentos donde el mar es, a veces, tan sólo aludido o constituye una sugestión secundaria subordinada a intenciones más directas y visibles; fragmentos que J. M. B. incluye por el afán de ensanchar legítimamente el área de los temas marinos. El primero -en orden cronológico- de los poetas incluidos es Berceo: siguen Juan de Mena, el Marqués de Santillana, Gómez Manrique, el anónimo del romance del infante Arnaldos, Gil Vicente y otros. En esta navegación preliminar, los placeres reservados al curioso lector tanto se acercan a la arqueología como a la poesía; hay, sin embargo trozos gustosos de leer; ejemplo: los versillos de Gil Vicente, Muy serena está la mar.

Por los mares de la edad de oro tópase con obras de Garcilaso, Cetina, Montemayor, Gil Polo...; la conocida Canción, de Herrera; versos de Carrillo y Sotomayor, Góngora, Bocangel, Soto de Rojas, Paravicino, Rioja, Quevedo y varios más. Acaso lo mejor sean las tres canciones de Lope de Vega, tan tiernas y graciosas, siquiera por cuán fácil es para ellas llegar a nuestro corazón, a nuestro modo de entender y sentir la poesía como destello y entrega de un alma.

La selección -ya lo apuntamos antes- resiéntese en los neoclásicos de la crisis a la sazón padecida por la lírica: ni Eugenio Gerardo Lobo, ni Cadalso o García de la Huerta, parecen obedecer en sus creaciones a la necesidad estética, a una fatalidad; demasiada retórica, que incluso en Quintana asoma, si bien en los versos de Don Manuel Josef palpita cierta inconfundible vibración personal, un sentimiento propio íntimo, frente Al mar:


« ...mas no este ciego,
este hervir vividor, estas oleadas
que llegan, huyen, vuelven,
sin cansarse jamás: tiembla la arena
al golpe azotador, y tú rugiendo
revuélveste y sacudes
una vez y otra vez...»



En los románticos, al par de trozos tan frecuentados como El faro de Malta o la Canción del pirata, figuran textos de Carolina Coronado, de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Rosalía de Castro, menos conocidos, pero de singular interés. Entre los poetas del fin de siglo selecciona J. M. B. tres Marinas de Amós de Escalante, poemas de Querol y Maragall, y parte del canto X de La Atlántida, de Verdaguer: agrupando así los que pudiéramos llamar poetas del litorial, par a quienes el mar fue parte de su vida, obradora realidad sobre su alma y no sólo pretexto o motivo literario.

Y ya hemos dicho que las páginas más sugerentes de esta Antología -las, a nuestro parecer, más sugerentes- son las dedicadas a la poesía contemporánea: Unamuno, Machado, Juan Ramón- ¡qué maravillosa su Partida, su Mar!-; los poetas isleños confinados y seducidos por el mar: Salinas, Jorge Guillén -uno de los más sutiles, de los más densos artistas de esta hora-, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Aleixandre, Lorca, Rolán, Luis Rosales, el malogrado Juan Panero, Azcoaga, Cano, Delclaux.. . y alguno más, pues el compilador ha sido generoso, se ha esforzado para que el panorama resultara completo, prefiriendo la tacha de pródigo a la de cicatero. Y gracias a esa generosidad podemos asomarnos a mundos poéticos tan distintos, tan dispares; deducir del palmario contraste una lección de amplitud, de tolerancia estética, excluyente de cualquier unilateral pasión.

¡Cuán rica la poesía española, juzgada por esta sucinta y deliciosa muestra¡ ¡Cuán múltiples siempre los caminos de la Poesía! Esa lección de tolerancia, digo, nos incita a recorrerlos todos sin prejuicios, sin parti pris, en busca de los hallazgos, de las sorpresas que guarda la ruta a quienes emprenden la marcha con el corazón abierto al obrador influjo de esa belleza suma que se desprende de cualquier auténtica poesía, de cualquier genuino mensaje de arte.





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