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El matrimonio con indianos y la burguesía santanderina

Salvador García Castañeda


The Ohio State University



En los siglos XVIII, XIX y XX la emigración fue una constante demográfica en Galicia, Asturias y Cantabria, y esta emigración tradicional quedó encuadrada luego dentro del movimiento emigratorio a otros continentes, que fue general en Europa y en especial entre 1840 y 1910. Cantabria ha sido tierra de emigrantes a Ultramar, a otras partes de Europa, a Madrid y a Andalucía.

Quienes marcharon a las Américas recibieron el nombre de «indianos» y sobre ellos se hizo mucha literatura. La primera descripción del tipo dentro del costumbrismo decimonónico sería la de José María de Andueza en 1839 en el Semanario Pintoresco («Costumbres de la Habana. Las cartas de recomendación») seguida, que yo sepa, en 1844, por «El Indiano» de Antonio Ferrer del Río en Los españoles pintados por sí mismos. Es uno de los tipos que aparece con más frecuencia en las obras de asunto montañés y su retrato responde a la ideología social y aún política de quienes lo trazan. Habrá de tenerse en cuenta que tan sólo un pequeño porcentaje de aquellos miles de muchachos que embarcaron para el Nuevo Mundo lograron regresar a su tierra natal con salud y con dinero. Algunos autores destacaron sus sacrificios y su fuerza de voluntad para conseguir el triunfo y, de vuelta a la patria, su generosidad y sus obras de beneficencia. Para otros, en cambio, fue tan solo un tipo pintoresco, o el obligado blanco de la caricatura y de la sátira.

La clase alta santanderina del siglo XIX, a la que llamaban sus convecinos «aristocracia», estaba formada por una burguesía enriquecida con el comercio, o que descendía de comerciantes e indianos. Exportaba trigo y harinas de Castilla e importaba café, cacao, azúcar y otros géneros coloniales. Mediado el siglo amplió sus especulaciones a la minería, al ferrocarril, a las líneas de vapores y a la propiedad urbana. Aquellos hombres de negocios eran muy trabajadores, carecían de curiosidad y de vicios y en ocasiones les tentaba la política. Soberbios y seguros de sí mismos por su dinero, tenían considerable poder en una ciudad de carácter mercantil como era Santander y ejercieron cargos públicos de responsabilidad y de importancia. Su instrucción era muy escasa, y se les veía la hilaza en cuanto abrían la boca. La señora de Soconusco y la de Cueto, en «Las visitas» de Pereda, decían «intierro» y «prencipios» y el inefable don Roque en Nubes de estío llamaba a un contrario «pízmeo isinificante» y se quedaba tan fresco. En fin, se atribuía al mismo Pereda el dicho de que en Santander no se leía más libro que el «Mayor». Se habían casado con mujeres de unos orígenes tan humildes como los suyos pero que habían adquirido mayor conciencia de clase que sus maridos y desarrollaban pretensiones aristocráticas. Se mostraban altaneras con sus iguales, despóticas con sus inferiores y dispuestas siempre a hacer alardes públicos de opulencia. Ellas gobernaban la casa y por lo general decidían sobre el porvenir de las hijas. Ya advertía Cadalso que los tres objetivos principales de aquellos indianos eran «sobresalir entre los ricos, aprovecharse de la miseria de alguna familia pobre para injerirse en ella, y hacer casa» (123). Y, en efecto, los recién desembarcados traían ganas de lucir su dinero, de casarse con señoritas hermosas y finas de la «aristocracia» y de introducirse en la «crema» de la sociedad santanderina. Aunque la realidad y la literatura ofrecían tristes casos de amores contrariados por la tiránica voluntad familiar lo cierto era que el ideal de aquéllas jovencitas era «pescar» un indiano, sin que las arredrasen ni la diferencia de edades ni el aspecto físico de aquéllos.

Tales uniones tenían muy poco que ver con el amor y, al decir de Ángel Gavica en 1867, «muchos matrimonios hemos visto por aquí que mejor se debieran calificar según el Código de Comercio de contratos de compra-venta: el comprador es el indiano, el vendedor es el papá, la mercancía que es la niña, y el corredor que es la mamá» (46-47). Una situación que de inmediato trae a las mientes el añejo tema literario del viejo y la niña aunque en la mayoría de estas ocasiones resulte difícil hallar víctimas. Conocido es también el conservadurismo de las costumbres populares y cómo aquellas personas que por cualquier razón diferían de las demás (apariencia, defectos físicos o mentales) eran objeto de las burlas de sus convecinos. Lo mismo ocurría en el caso de aquellos enlaces matrimoniales contraídos, pongo por caso, con un viudo o una viuda, entre dos viejos, de jóvenes con viejos o viceversa, de gente fea y ridícula, o con defectos físicos que eran castigados con tremendas cencerradas en las que intervenían barrios o pueblos enteros. En el siglo XIX, y a nivel urbano, éstas continuaron por mucho tiempo pero al de las clases más altas de la sociedad, su equivalente fueron el ridículo y la burla en letra impresa.

Los textos discutidos aquí se refieren tan sólo a Cantabria aunque la situación era semejante en aquellas otras zonas donde hubiera indianos; proceden en su mayoría de obras de Pereda, pues éste fue sin duda el observador más agudo de las costumbres montañesas de su tiempo y quien, exageraciones y sátiras aparte, supo reflejar lo que sin duda fue una frecuentísima realidad social.

Según Gavica, «Con esta calificación [de indianos] conocemos en esta hermosa tierra a los naturales de ella, que habiendo permanecido por lo menos un tercio de su vida en nuestras Antillas, sin separarse un segundo del mostrador de una quincallería u otro establecimiento peor, vuelven con unos cuantos miles de pesos y con alguna vejez, muchos desengaños y algunas enfermedades por apéndice» (44).

Dentro de la tradición costumbrista, los indianos de Pereda llevan nombres ridículos que denotan su origen rústico como Don Silvestre, su estancia en América como los apellidos Jipijapa o Soconusco, o las pretensiones y el oportunismo social del falsamente llamado Don Gonzalo González de la Gonzalera. Casi todos ellos conservan un aspecto zafio y vulgar, al que se añaden la cursilería y ostentación propias del nuevo rico. A ninguno le faltan el traje de paño fino, las camisas de seda, los zapatos de charol y, sobre todo, ostentosas cadenas de oro y gruesas sortijas de brillantes. Acrecienta su comicidad el hablar con meloso acento ultramarino y el uso de expresiones americanas, a vueltas con los barbarismos propios de su falta de educación, que provocan la burla de sus convecinos.

Independientemente de quienes sean sus autores, los retratos de los indianos varían poco. Acabamos de ver el que hizo Ángel Gavica del tipo genérico, el don Gilito de Alejandro Larrubiera tiene «calva reluciente [...] cara amarilla y rugosa» (49), el Don Simeón Carúpano perediano («carúpano» es un tipo de cacao), es cetrino, bajito y machucho («Las visitas»), Don Gonzalo tiene «sus anchos pies contorneados de juanetes [...las manos...] cubiertas de vello por el dorso [...] la frente plana y angosta», Don Onofre Jipijapa es «de dudosa procedencia/ viejo..,/ feo...;/ rico hasta más no poder/ en oro, en plata..., y en reúma».

En cambio, las futuras consortes de estos personajes apenas están descritas físicamente aunque sabemos que son jóvenes, educadas y bien parecidas. Y también que las pretende un apuesto joven, inteligente y simpático, de excelente educación e ingenio pero con escasos bienes de fortuna, al que éstas corresponden, al parecer, con acendrado amor. El indiano forma por breve tiempo parte del triángulo amoroso pues estas señoritas, al parecer tan enamoradas e idealistas abandonan a su desdichado pretendiente, seducidas por los doblones del recién venido. Tal conducta habla por sí sola y complementada por las diversas circunstancias propias de cada narración, constituye un retrato moral de estas jóvenes. Criadas en un ambiente desahogado y vestidas con elegancia, olvidaban los humildes orígenes de sus padres y Gavica advertía a sus lectores que su pretendida aristocracia «procede, por regla general, del trabajo de sus papás en Méjico y las Antillas durante su juventud» (47). Y, en efecto, aristocracia llamaban las demás clases sociales de Santander a ésta formada por los nuevos ricos.

El casamiento con indianos fue un recurso cómico frecuente en la prensa local, del que es buen ejemplo el romance «Ojo al Cristo», publicado en El tío Cayetano en 1858 (4,26 de Diciembre) y que comienza así:


¡Oh ninfas montañesas
Que en vuestros tiernos años
En busca de un marido
Enderezáis los pasos!
Seguid, seguid la pista
A tanto y tanto indiano
Que viene de la América
Para tomar estado.
No despreciéis, incautas,
La dicha de atraparlos;
Que traen la bolsa llena
De primeras de cambio.



Gavica cuenta que por aquellos días y en el mes de mayo atracaba en los muelles de Santander un vapor en el que llegaban de América los indianos, y que entonces hasta las chicas más retraídas salían de paseo a ser vistas, y que frecuentaban el teatro. Prodigaban «sonrisas y dulces palabras» a los indianos de más viso al tiempo que se reían de los jóvenes locales «aunque posean una brillante educación, claro talento y buenos modales». Lo que cuentan y lo que opinan estos escritores locales, gente joven en su mayoría y también de «claro talento y buenos modales», revela en cierto modo el resentimiento y malestar propios de sus contemporáneos, pues irónicamente admiten que las «perlas de nuestra aristocracia» aceptan, e incluso desean hombres que tal vez no saben hablar, ni comprenderlas pero que son tanto más adorables, cuanto mayor es su capital, sin importarles nada su edad y circunstancias, «lo cual demuestra un valor a toda prueba» (44).

Los mayores culpables son los padres y, en especial, las madres, quienes ofuscados por la obsesión del dinero brindan a sus hijas «con algún resto mutilado de antigua emigración cantábrica a la región del oro» e inculcan estas ideas con persistencia a sus hijas desde muy jóvenes. «¡Cómo si fuera posible el enlace del Oriente con el Ocaso, del día con la noche; de la virtud con el mercado, sin recorrer antes la senda inalterable que trazó naturaleza!» («Novena. Chismografía», El Tío Cayetano 8, 23 de enero de 1859).

Entre los artículos de costumbres de Pereda, el más antiguo, a mi juicio, es «Las dulzuras de Himeneo» que vio luz en 1858 (El Tío Cayetano 1, 5 de Diciembre de 1858). Se subtitula «Plan que tiene Cayetano para hacer una comedia» y es un romance dividido en «tres actos»: en él, Luscindita deja a su novio, joven pero sin posibles, por un indiano. Los personajes son caricaturas trazadas con rasgos tan breves como certeros y evolucionaron, luego, hasta convertirse en personajes peredianos de sobra conocidos. Así, Doña Tiburcia es la autoritaria matrona que volveremos a encontrar con algunas variantes individuales en «Las visitas», en la despiadada Doña Sabina de Tanto tienes tanto vales y de Oros son triunfos, en la comprensiva esposa de Don Roque en Nubes de estío y que culmina con la remilgada señora de Don Venancio Liencres en Sotileza. Del protagonista Don Onofre descienden en línea directa el Regatera de «Dos sistemas», Don Serapio en Oros son triunfos o el Don Roque de Nubes de estío, quintaesencia este último de todos los defectos de su clase.

Días después de aparecer «Las dulzuras de Himeneo» comenzó a publicarse «Las visitas» (El Tío Cayetano 2, 3, 4, 5 y 7, el 12,19 y 26 de Diciembre del 58 y 16 de Enero del 59), en el que se cuenta cómo Don Simeón Campano, cetrino, bajito y machucho, desbancó en el corazón de Mercedes a César, guapo, fino, con talento y sin fortuna. En unos «Anuncios marítimos» que parodian humorísticamente a los que aparecían diariamente en la prensa de Santander reaparecen ambos rivales. Bajo el epígrafe «Buques entrados», uno es el vapor Conquista, «procedente de Ultramar, con cajas de metálico y efectos de gran valor, a la orden de varias» y el otro, el «Lanchón Pobre pretendiente» (que ha vuelto de arribada, en lastre y con avería) (El Tío Cayetano 11,13 de Febrero de 1859). En el verano del 61 estrenó Pereda en Santander Tanto tienes cuanto vales, una comedia en la que reaparecen los cinco personajes consabidos (el pretendiente se llama César como el de «Las visitas») y está en la misma situación. Lo mismo ocurre en «Dos sistemas» (1869) entre un joven jurisconsulto «de ingenio nada escaso» y el indiano Regatera, y varios años después el argumento alcanza su mayor desarrollo con la novelita Oros son triunfos (1876), de melancólico desenlace, que sigue tan de cerca Tanto tienes cuanto vales y cuyos personajes han conservado los mismos nombres.

La tradicional contraposición de la corrupción de costumbres, y ausencia de valores morales propios de la ciudad, frente a la inocencia y las virtudes campestres nos haría pensar que la relación de las mozas aldeanas con los indianos tuvo un matiz diferente. Pero no fue así. Hallamos de nuevo el triángulo amoroso, resuelto, por lo general, del mismo modo que en las ciudades aunque en alguna ocasión el enamorado mozo, llevado de los celos, mata a su rival, o la virtuosa aldeana desdeña las riquezas y permanece fiel a su amor. En una tonada recogida en el Cancionero montañés, de Sixto Córdova y Oña, cantan las jóvenes de un pueblo:


Mozucos que a Cuba vais,
Volved pronto y con dinero
Que todas os esperamos
Muy guapas para quereros.



Y Manuel Llano recogió estas letras que cantaban las de otro de la zona occidental de Cantabria al son de los panderos cuando salían al camino real a recibir al recién llegado:



Ya vien el indianu
de lueñes tierras,
ya vien el indianu
cargau de perras.

Por la güelta del caminu
asoma la diligencia;
en ella vien el indianu
con anillos relumbrantes
y sortijas y diamantes.



Lo malo es que cuando no venía así no había simpatía para el derrotado y el enfermo que defraudaba las esperanzas de sus compatriotas. Incluso, en alguna ocasión, el indiano acaudalado y maduro que había conseguido casarse con la mujer de sus sueños terminaba en manos de una suegra despótica y de una esposa egoísta y caprichosa.

Aunque antes de 1868 Pereda retrató a estos tipos de modo satírico, no se ensañó con ellos pues veía con buenos ojos a los hijos de sus propias obras. Sin embargo, le parecía que los emigrantes habían traicionado a su tierra («Santander 20 de Septiembre») y, excepto en contadas ocasiones, nunca les trató bien. Después de la Revolución del 68, les vería como la encarnación de la ideología liberal, el utilitarismo grosero y un progreso material que acabó con la felicidad y con la paz de espíritu propias de la vida patriarcal aldeana. Ahora serán mala gente como el indiano de Oros son triunfos, o don Gonzalo el de la Gonzalera, y omitirá decir cuánto habían trabajado y sufrido para conseguir lo que tenían y cuán decisiva fue su contribución innovadora al desarrollo de su tierra.






Obras citadas

  • Andueza, J. M. de., «Costumbres de la Habana. Las cartas de recomendación», Semanario Pintoresco (1839), pp. 158-160.
  • Cadalso y Vázquez, J. Cartas marruecas. Obras, vol. 2, Madrid, Repullos, [1818], Carta XXIV, pp. 122-124.
  • Córdova y Oña, S., Cancionero popular de la Provincia de Santander, vol. 2, Santander, Aldus, 1948-1985, p. 120.
  • Ferrer del Río, A., «El Indiano», en: Los españoles pintados por sí mismos, vol. 1, Madrid, Boix (1844), pp. 37-40.
  • García Castañeda, S., Los montañeses pintados por sí mismos, Santander, Pronillo, 1991.
  • Gavica, A., «Las niñas, las mamas y los indianos», en: Almanaque de El Montañés, (1867), pp. 43-48.
  • Larrubiera, A., La campana muda. (Cuentos de la Tierruca). Madrid, Biblioteca Bergamín, s. a.
  • Llano, M., «Por tierras montañesas. Lo que vi en Barroscales», Obras Completas, vol. l, Artículos, 75-78. Santander, Fundación Marcelino Botín, 1968, 2 vols.
  • Pereda, J. M. de, «¡Ojo al Cristo!», El Tío Cayetano 4 (26 de Diciembre de 1858).
  • ——, «Santander 20 de Septiembre», La Abeja Montañesa, 29 de Septiembre de 1859.
  • ——, «Las dulzuras de Himeneo»", El Tío Cayetano 1 (5 de Diciembre de 1858).
  • ——, «Las visitas», El Tío Cayetano 2, 3, 4, 5 y 7, 12 (19 y 26 de Diciembre de 1858 y 16 de Enero de 1859).
  • ——, «Anuncios marítimos», El Tío Cayetano (13 de Febrero de 1859).
  • ——, Escenas Montañesas y Tipos y Paisajes. Edición, estudio y notas de S. García Castañeda, Obras Completas de José María de Pereda, vol. 1, Santander, Diputación Regional de Cantabria, 1989.
  • ——, «Dos sistemas», Tipos y paisajes, ibíd., pp. 273-289
  • ——, Oros son triunfos, Bocetos al temple, Edición, estudio y notas de Noel Valis, Obras Completas de José María de Pereda, vol. 3, Santander, Diputación Regional de Cantabria, 1990, pp. 283-362
  • ——, Tanto tienes tanto vales, Comedia en un acto, Ensayos dramáticos, Santander, Imprenta de Bernardo Rueda, 1869, p. XXX.
  • ——, Don Gonzalo González de la Gonzalera, Introducción y notas de E. Miralles, Obras Completas de José María de Pereda, vol. 4, Santander, Diputación Regional de Cantabria, 1991.
  • ——, Nubes de estío, Edición, estudio y notas de J. M. González Herrán, Obras Completas de José María de Pereda, vol. 7, Santander, Diputación Regional de Cantabria, 1999.
  • ——, Sotileza, Edición de A. H. Clarke, Introducción y notas de Francisco Caudet, Obras Completas de José María de Pereda, vol. 6, Santander, Diputación Regional de Cantabria, 1996.
  • ——, «Novena. Chismografía», El Tío Cayetano 8 (23 de Enero de 1859).


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