Cuestión antigua y
reñida, |
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con no pocas competencias, |
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es, cristianísimos
reyes, |
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amparo de la ley nuestra, |
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entre sabios y soldados |
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sobre cuál profesión
sea |
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mayor en nombre y en fama, |
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o las armas o las letras. |
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No me atreveré a
mostrar |
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cuál de las dos lo
merezca, |
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por no ofender a la una, |
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aunque en cátedras y
guerras |
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seguí entrambas
profesiones, |
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que respeto en la grandeza |
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del cristianísimo rey |
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la espada, noble defensa |
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de la fe por tantos siglos; |
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mas diré por cosa
cierta |
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que letras y armas se
hermanan, |
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y sólo se diferencian |
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en que las armas se ayudan |
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de las corporales fuerzas, |
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como las letras del alma, |
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pues unas y otras pelean. |
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Las armas son instrumentos |
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belicosos, que sujetan, |
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mediante el valor invicto, |
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materiales resistencias; |
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las letras, con argumentos, |
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silogismos y entimemas, |
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que convencen el discurso |
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y la más noble
potencia. |
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Este al presente me toca, |
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puesto que temblar pudiera |
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delante la Majestad |
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y la soberana grandeza |
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de los Católicos Reyes; |
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mas si el argüir es
fuerza |
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donde el ánimo acredita |
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y donde el temor alienta, |
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en la oposición que he
hecho |
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a la cátedra suprema |
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de la sacra Teología, |
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que está vaca en las
escuelas, |
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por no volver las espaldas, |
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el mantener será fuerza |
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los puntos que me han cabido, |
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aunque pobre en suficiencia. |
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(Levántase y
descúbrese)
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Y así, sacras
majestades, |
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luz de la sangre francesa; |
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rector, maestro decano, |
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digno de memoria eterna; |
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insigne Universidad, |
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donde viven en su esfera |
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las Musas y las Virtudes, |
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el saber y la elocuencia: |
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proponiendo mi cuestión |
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en nuestra lengua materna, |
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porque mejor la perciba |
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la Reina, señora
nuestra, |
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digo en el punto asignado |
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y escogida controversia, |
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que es, si puede la criatura |
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ver de Dios la eterna esencia |
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con su virtud propia sola, |
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y si hay naturales fuerzas |
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que a ver en Dios sean
bastantes |
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la beatífica presencia. |
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Ciertos filósofos hubo |
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en la platónica escuela |
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que ser posible afirmaron |
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ver de Dios la esencia eterna |
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una criatura finita |
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en esta vida; que tenga |
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virtud un hombre mortal |
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en sí para
comprendella. |
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Deste error blasfemo y loco |
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dan a Eudomio por cabeza, |
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de quien eudomios se llaman |
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los que siguen esta secta. |
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Así lo refieren muchos, |
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como son: Pselo y Nicetas, |
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San Gregorio Nazianceno, |
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Crisóstomo, Homilia tertia, |
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de incomprensibilidad |
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de Dios, y otros mil que en
Grecia |
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se opusieron valerosos |
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contra sus plumas perversas. |
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Siguieron estos errores |
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después con bárbaras
lenguas, |
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Beguardo, Beguino y otros, |
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con que en Alemania siembran |
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ponzoñosas
herejías, |
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que ya condenadas quedan, |
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conforme una Clementina |
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del concilio de Vïena. |
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Y entre otras autoridades |
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que pudo traer con ella, |
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basta alegar a San Pablo, |
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sol claro de nuestra iglesia, |
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que escribiendo a Timoteo, |
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en la Epístola primera |
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y en el Capítulo sexto, |
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dice de aquesta manera: |
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«Dios habita eternamente |
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luz inaccesible, eterna, |
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la cual ningún hombre
vio, |
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ni es posible pueda
verla». |
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Dejando, pues, este error |
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como herético y sin
fuerzas, |
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pues ya no hay tan loco
ingenio |
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que le apadrine y defienda, |
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digo, que afirmaron otros, |
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puesto que con agudeza |
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(distinción cuarenta y
nueve |
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del cuarto de las sentencias, |
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al
número veinticuatro, |
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questión segunda y
tercera), |
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que aunque Dios no puede
verse, |
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por ser sol de luz inmensa, |
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conforme a la orden
común |
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de nuestra naturaleza; |
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porque según este orden |
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nadie es posible le entienda, |
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si con sentidos
corpóreos |
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primero al alma no entra, |
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y siendo espíritu puro |
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de Dios la divina esencia, |
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no hay sentido que le alcance, |
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por no tocar a su esfera. |
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Con todo esto realzando |
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nuestra natural flaqueza |
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(según el orden de
gracia) |
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la Divina Omnipotencia, |
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puede una pura criatura |
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alcanzar la inteligencia |
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de Dios, y en mortales lazos |
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ver la soberana esencia. |
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Esta opinión es de
Escoto, |
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sobre la parte tercera |
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de la distinción catorce |
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quaestione prima; y se prueba, |
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porque toda facultad |
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y cognitiva potencia |
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que de algún modo
termina |
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al objeto su agudeza, |
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quitado el impedimento |
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extrínseco, que estorbo
era |
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para producir el acto |
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y efecto que nace della, |
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luego al momento obra
fácil; |
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sed sic est, que a la potencia |
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del entendimiento humano, |
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por más finito que sea, |
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toca el conocer a Dios, |
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pues es su naturaleza |
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un objeto inteligible |
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que en su latitud se encierra. |
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Luego si el impedimento |
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de la corpórea materia |
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se quita, según la
gracia, |
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¿no habrá quien a
Dios no entienda? |
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Pruebo la mayor a simili. |
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La vista, que en las tinieblas |
200 |
no puede ver la color, |
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que es su circa quam materia, |
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luego que sale la luz, |
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echando el estorbo fuera |
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que impedía sus
efectos, |
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produce visión
perfecta; |
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igitur, si Dios quitase |
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las imperfecciones nuestras |
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y el conocer sin especies |
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que los sentidos presentan |
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su Divinidad, ¿quién
duda |
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que si immediate se viera, |
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del entendimiento humano |
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ser conocido pudiera? |
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Pero todo esto, no obstante, |
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mi conclusión verdadera |
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es que no hay pura criatura |
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que con naturales fuerzas |
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vea la esencia divina, |
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la pueda gozar, ni entienda, |
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si con la lumbre de gloria |
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Dios no realza y eleva |
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el criado entendimiento, |
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y animando su flaqueza, |
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le da celestial valor |
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con que hasta su objeto
vuelva. |
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Esta clara conclusión |
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es de fe, según lo
prueba |
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en el lugar ya citado |
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el Concilio de Vïena, |
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y como tal, admitida |
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por la Católica
Iglesia, |
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me excusa de autoridades |
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que puedo excusar por ella. |
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Pero ratione probatur; |
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entre el objeto y potencia |
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tiene de haber
proporción |
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natural, medida y cierta. |
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Dios es objeto infinito |
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de virtud pura y inmensa; |
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finito el entendimiento |
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humano: luego está
fuera |
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de la latitud debida; |
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luego confesar es fuerza |
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que entre nuestra mente y Dios |
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no hay proporción
verdadera: |
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luego para conocelle |
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es necesario que tenga |
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una calidad sublime |
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que de suerte le engrandezca |
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(mediante su actividad) |
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que pueda subir por ella |
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a la divina visión, |
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que lumbre de gloria sea. |
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Otros muchos argumentos |
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alegara en mi defensa; |
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pero los propuestos bastan, |
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pues para que resplandezca |
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la verdad de mi doctrina; |
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las impugnaciones vuestras, |
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doctores sabios, ilustres, |
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la harán más
constante y bella. |
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