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El médico a palos

Molière



PERSONAS
D. GERÓNIMO, hacendado rico.
DOÑA PAULA, su hija.
LEANDRO, amante de Doña Paula.
JULIANA, criada de D. Gerónimo.
BARTOLO, leñador.
MARTINA, su mujer.
GINÉS.
Criados de D. Gerónimo.
LUCAS.

La escena representa, en el primer acto, un bosque; y en los dos siguientes, una sala de casa particular.



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Acto primero



ESCENA I.
 
Bartolo, después Martina.
Bart. ¡Válgate Dios, que duro está este tronco! El hacha se mella toda, y él no se(1) parte... ¡mucho trabajo es este!... Y como hoy aprieta el calor, me fatigo, y me rindo, y no puedo mas... Dexémoslo, y será lo mejor: que ahí se quedará para cuando vuelva. Ahora vendrá bien un rato de descanso y un cigarrillo: que esta triste vida otro la ha de heredar... Allí viene mi mujer. ¿Que traerá de bueno?
Mart. Holgazán(2) ¿que haces ahí sentado, fumando, sin trabajar? ¿Sabes que tienes que acabar de partir esa leña, y llevarla al lugar, y ya es cerca de medio día?
Bart. Anda que si no es hoy, será mañana.
Mart. Mira que respuesta.
Bart. Perdóname, mujer. Estoy cansado, y me senté un rato a fumar un cigarro.
Mart. ¡Y que yo aguante a un marido tan poltrón y desidioso! Levántate y trabaja.
Bart. Poco a poco, mujer, si acabo de sentarme.
Mart. Levántate.
Bart. Ahora no quiero, dulce esposa.
Mart. Hombre sin vergüenza, sin atender sus obligaciones. ¡Desdichada de mí!
Bart. Ay !que trabajo es tener mujer! Bien dice Séneca, que la mejor es peor que un demonio.
Mart. Miren que hombre tan hábil, para traer autoridades de Séneca.
Bart. ¿Si soy hábil? A ver, búscame un leñador que sepa lo que yo, ni que haya servido seis años un médico latino, ni que sepa de memoria el calendario.
Mart. Malaya la hora en que me casé contigo.
Bart. Y maldito sea el pícaro escribano que anduvo en ello.
Mart. Haragán, borracho.
Bart. Esposa, vamos poco a poco.
Mart. Yo te haré cumplir con tu obligación.
Bart. Mira, mujer , que me vas(3) enfadando.
Mart. ¿Y que cuidado se me da a mí, insolente?
Bart. Mira que te he de cascar, Martina.
Mart. Cuba de vino.
Bart. Mira que te he de solfear las espaldas.
Mart. Infame.
Bart. Mira que te he de romper la cabeza.
Mart. ¿A mí? bribón, tunante, canalla, a mí?
Bart. Sí? Pues(4) toma.
Mart. Ay! ay! ay! ay!
Bart. Este es el único medio de que calles.... Vaya: hagamos la paz. Dame esa mano.
Mart. ¿Después de haberme puesto así?
Bart. ¿No quieres? Si eso no ha sido nada. Vamos.
Mart. No quiero.
Bart. Vamos, hijita.
Mart. No quiero, no.
Bart. Malhayan mis manos(5) que han sido causa de enfadar a mi esposa... Vaya, ven: dame un abrazo.
Mart. ¡Si reventaras!
Bart. Vaya, si se muere por mí la pobrecita... Perdóname, hija mía. Entre dos que se quieren, diez o doce garrotazos mas o menos, no valen nada... Voy hacia el barranquitero, que ya tengo allí una porción de raíces: haré una carguilla, y mañana con la burra la llevaremos a Miraflores(6). Oyes, y dentro de poco hay feria en Buitrago: si voy allá, y tengo dinero, y me acuerdo, y me quieres mucho, te he de comprar una peyneta de concha con sus piedras azules(7).
Mart. Anda, que tú me las pagarás. Verdad es que una mujer siempre tiene en su mano el modo de vengarse de su marido; pero es castigo muy delicado para este bribón, y yo quisiera otro, otro que él sintiera mas, aunque a mí no me agradase tanto.
 
ESCENA II.
 
Martina, Ginés(8), Lucas.
Luc. Vaya, que los dos hemos tomado una buena comisión... Y no sé yo todavía que regalo tendremos por este trabajo.
Gin. ¿Que quieres, amigo Lucas? es fuerza obedecer a nuestro amo: ademas que la salud de su hija a todos nos interesa... Es una señorita tan afable, tan alegre, tan guapa... Vaya, todo se lo merece.
Luc. Pero, hombre, fuerte cosa es que los médicos que han ido a visitarla no hayan descubierto su enfermedad.
Gin. Su enfermedad bien a la vista está; el remedio es lo que necesitamos.
Mart. ¡Que no(9) pueda yo imaginar alguna invención para vengarme!
Luc. Veremos si este médico de Miraflores acierta con ello... Como no hayamos equivocado la senda...
Mart. Pues ello(10) es preciso, que los golpes que me ha dado los tengo en el corazón. No puedo olvidarlos... Pero, señores, perdonen ustedes, que no los había visto, porque estaba distraída.
Luc. ¿Vamos bien por aquí a Miraflores?
Mart. Si señor. ¿Ve usted(11) aquellas tapias caídas junto a aquel noguerón? Pues todo derecho.
Gin. ¿No hay allí un médico que ha sido médico de una viscondesita, y catedrático, y examinador, y es académico, y todas las enfermedades las cura en griego?
Mart. Ay! si señor. Curaba en griego; pero hace dos días que se ha muerto en español, y ya está el pobrecito debaxo de tierra.
Gin. ¿Que dice usted?
Mart. Lo que usted oye. ¿Y para quien le iban ustedes a buscar?
Luc. Para una señorita que vive ahí cerca, en esa casa de campo junto al río.
Mart. Ah! sí. La hija de D. Gerónimo. ¡Válgate Dios! ¿Pues que tiene?
Luc. Que sé yo. Un mal que nadie lo entiende, del cual ha venido a perder el habla.
Mart. ¡Que lástima! Pues... ¡Ay que(12) idea me ocurre! Pues mire usted, aquí tenemos el hombre más sabio del mundo, que hace prodigios en esos males desesperados.
Gin. ¿De veras?
Mart. Sí señor.
Luc. ¿Y en donde le podemos encontrar?
Mart. Cortando leña en ese monte.
Gin. Estará entreteniéndose en buscar algunas yerbas salutíferas.
Mart. No señor. Es un hombre extravagante y lunático: va vestido como un pobre patán: hace empeño en parecer ignorante y rústico, y no quiere manifestar el talento maravilloso que Dios le dio.
Gin. Cierto que es cosa admirable, que todos los grandes hombres hayan de tener siempre algún ramo de locura, mezclada con su ciencia.
Mart. La manía de este hombre es la mas particular que se ha visto. No confesará su capacidad, a menos que no te muelan el cuerpo a palos: y así les aviso a ustedes, que si no lo hacen, no conseguirán su intento. Si le ven que está obstinado en negar, tome cada uno un buen garrote, y zurra, que él confesará. Nosotros cuando le necesitamos nos valemos de esta industria, y siempre nos ha salido bien.
Gin. ¡Que extraña locura!
Luc. ¿Habráse visto hombre mas original?
Gin. ¿Y como se llama?
Mart. Don Bartolo. Fácilmente le conocerán ustedes. El es un hombre de corta estatura, de mediana edad, ojos azules, nariz larga, vestido de paño burdo, con un sombrerillo redondo.
Luc. No se me despintará, no.
Gin. ¿Y ese hombre hace unas curas tan difíciles?
Mart. ¿Curas dice usted? Milagros se pueden llamar. Habrá dos meses que murió en Lozoya una pobre mujer : ya iban a enterrarla, y quiso Dios que este hombre estuviese por casualidad en una calle por donde pasaba el entierro. Se acercó, examinóla difunta, sacó una redomita del bolsillo, la echó en la boca una gota de, yo no sé qué, y la muerta se levantó tan alegre, cantando el frondoso.
Gin. ¿Es posible?
Mart. Como que yo lo vi. Mire usted, aun no hace tres semanas que un chico de unos doce años se cayó de la torre de Miraflores, se le troncharon las piernas, y la cabeza se le quedó hecha una plasta. Pues, señor, llamaron a D. Bartolo, él no quería ir allá; pero mediante una buena paliza, lograron que se fuese. Sacó un cierto ungüento que llevaba en un pucherete, y con una pluma le fue untando, untando, al pobre muchacho, hasta que al cabo de un rato se puso en pie, y se fue corriendo a jugarla rayuela con los otros chicos.
Luc. Pues ese hombre es el que necesitamos nosotros. Vamos a buscarle.
Mart. Pero, sobre todo, acuérdense ustedes de la advertencia de los garrotazos.
Gin. Ya, ya estamos en eso.
Mart. Allí debaxo de aquel árbol hallarán ustedes cuantas estacas necesiten.
Luc. ¿Sí? Voy por un par de ellas(13).
Gin. Fuerte cosa es, que haya de ser preciso valerse de este medio.
Mart. Y sino todo será inútil(14). Ah! otra cosa. Cuiden ustedes de que no se les escape, porque corre como un gamo, y si les coge a ustedes la delantera no le vuelven a ver en su vida. Pero me(15) parece que viene. Si, aquel es. Yo me voy: háblenle ustedes, y si no quiere hacer bondad, menudito en él. A Dios, señores.
 
ESCENA III.
 
Ginés, Lucas.
Luc. Fortuna ha sido haber hallado a esta mujer . Pero ¿no ves(16) que traza de médico aquella?
Gin. Ya lo veo... Mira, retirémonos uno a un lado, y otro a otro, para que no se nos pueda escapar. Hemos de tratarte con la mayor cortesía del mundo. ¿Lo entiendes?
Luc. Sí.
Gin. Y solo en el caso de que absolutamente sea preciso...
Luc. Bien... entonces me haces una seña, y le ponemos como nuevo.
Gin. Pues apartémonos, que ya llega(17).
 
ESCENA. IV.
 
Ginés, Lucas, Bartolo(18).
Bart. En el alcázar de Venus,
junto al Dios de los planetas,
en la gran Constantinopla,
allá en la casa de Meca:
donde el gran Sultán Baxá,
imperio de tantas fuerzas,
aquel alcorán que todos
le pagan tributo en perlas:
Rey de setenta y tres Reyes,
de siete imperios(19).
De siete imperios cabeza,
este tal tiene una hija
que es del imperio heredera(20).
Arre allá, diablo. ¿Que buscará este animal? Lo primero esconderé la bota... ¡Calle! Otro zángano. ¿Que demonios es esto? en todo caso la guardaremos y la arroparemos, porque no tienen cara de hacer cosa buena.
Gin. ¿Es usted un caballero que se llama el señor D. Bartolo?
Bart. ¿Y que?
Gin. ¿Que si se llama usted D. Bartolo?
Bart. No, y sí: conforme lo que ustedes quieran.
Gin. Queremos hacerle a usted cuantos obsequios sean posibles.
Bart. Si así es, yo me(21) llamo D. Bartolo.
Luc. Pues con toda cortesía...
Gin. Y con la mayor reverencia...
Luc. Con todo cariño, suavidad y dulzura...
Gin. Y con todo respeto, y con la veneración más humilde...
Bart. Parecen(22) Arlequines, que todo se les vuelve cortesías y movimientos.
Gin. Pues, señor, venimos a implorar su auxilio de usted, para una cosa muy importante.
Bart. ¿Y que pretenden ustedes? Vamos que si es cosa que depende de mí, haré lo que pueda.
Gin. Favor que usted nos hace... Pero, cúbrase usted, que el sol le incomodará.
Luc. Vaya, señor, cúbrase usted.
Bart. Vaya, señor, ya estoy cubierto...(23) ¿Y ahora?
Gin. No extrañe usted que vengamos en su busca. Los hombres eminentes siempre son buscados y solicitados, y como nosotros nos hallamos noticiosos del sobresaliente talento de usted, y de su:::
Bart. Es verdad: como que soy el hombre que se conoce para cortar leña.
Luc. Señor:::
Bart. Si ha de ser de encina, no la daré menos de a dos reales la carga.
Gin. Ahora no tratamos de eso.
Bart. La de pino la daré mas barata. La de raíces, mire usted:::
Gin. Oh! señor, eso es burlarse.
Luc. Suplico a usted que hable de otro modo.
Bart. Hombre, yo no sé otra manera de hablar. Pues me parece que bien claro me explico.
Gin. ¡Un sujeto como usted ha de ocuparse en exercicios tan groseros! ¡Un hombre tan sabio! ¡tan insigne médico! ¿no ha de comunicar al mundo los talentos de que le ha dotado la naturaleza?
Luc. ¿Quien, yo?
Gin. Usted, no hay que negarlo.
Bart. Vaya, que esta gente viene(24) borracha.
Luc. Para qué es escusarse. Nosotros lo sabemos, y se acabó.
Bart. ¿Pero, en suma, quien soy yo?
Gin. ¿Quien? Un gran médico.
Bart. ¡Que disparate! ¿No digo que(25) están bebidos.
Gin. Con que, vamos, no hay que negarlo, que no venimos de chanza.
Bart. Vengan ustedes como vengan, yo no soy médico, ni lo he pensado jamás.
Luc. Al cabo me(26) parece que será necesario... ¿Eh?
Gin. Yo creo que sí.
Luc. En fin, amigo D. Bartolo, no es ya tiempo de disimular.
Gin. Mire usted que se lo decimos por su bien.
Luc. Confiese usted, con mil demonios, que, es médico, y acabemos.
Bart. ¡Yo(27) rabio!
Gin. ¿Para que es fingir, si todo el mundo lo sabe?
Bart. Pues digo a ustedes(28) que no soy médico.
Gin. ¿No?
Bart. No señor.
Luc. ¿Con que no?
Bart. El diablo me lleve si entiendo palabra de medicina.
Gin. Pues, amigo, con su buena licencia de usted, tendremos que valernos del remedio consabido... Lucas.
Luc. Ya, ya.
Bart. ¿Y que remedio dice usted?
Luc. Este(29).
Bart. Ay! ay! ay!... Basta, que(30) yo soy médico, y todo lo que ustedes quieran.
Luc. Pues, bien, ¡para que nos obliga usted a esta violencia!
Gin. ¿Para que es darnos el trabajo de derrengarle a garrotazos?
Bart. El trabajo es para mi que los llevo... Pero, señores, vamos claros. ¿Que es esto? ¿Es una humorada, o están ustedes locos?
Luc. ¿Aun no confiesa usted que es doctor en medicina?
Bart. No señor, no lo soy. Ya está dicho.
Gin. ¿Con que no es usted médico?... Lucas.
Luc. ¿Con que(31) no? ¿Eh?
Bart. Ay! ay! ¡Pobre de mí! Si que(32)soy médico. Si señor.
Luc. ¿De veras?
Bart. Si señor, y cirujano de estuche, y saludador, y albeytar, y sepulturero, y todo cuanto hay que ser.
Gin. Me alegro(33) de verle a usted tan razonable.
Luc. Ahora sí que parece usted hombre de juicio.
Bart. ¡Maldita sea vuestra alma!...(34) ¿Si seré yo médico, y no habré reparado en ello?
Gin. No hay que arrepentirse. A usted se le pagará muy bien su asistencia y quedará contento.
Bart. Pero, hablando ahora en paz. ¿es cierto que soy médico?
Gin. Certísimo.
Bart. ¿Seguro?
Gin. Sin duda ninguna.
Bart. Pues, lléveme el diablo, si yo sabía tal cosa.
Gin. ¿Pues como? ¡siendo él profesor mas sobresaliente que se conoce!
Bart. Ah! ah!(35) ah!
Gin. Un médico que ha curado no sé cuantas enfermedades mortales.
Bart. ¡Válgame(36) Dios!
Luc. Una mujer que estaba ya enterrada...
Gin. Un muchacho que cayó de una torre, y se hizo la cabeza una tortilla...
Bart. ¿También le curé?
Luc. También.
Gin. Con que, buen ánimo, señor doctor, se trata de asistir a una señorita muy rica, que vive en esa quinta cerca del molino. Usted estará allí, comido y bebido, y regalado como cuerpo de rey, y le traerán en palmitas.
Bart. ¿Me traerán en palmitas?
Luc. Si señor, y acabada la curación le darán a usted que sé yo cuánto dinero.
Bart. Pues, señor, vamos allá. ¿En palmitas, y que sé yo cuánto dinero?... Vamos allá.
Gin. Recógele todos esos muebles, y vamos.
Bart. No: poco(37) a poco. La bota conmigo.
Gin. Pero, señor, ¡un doctor en medicina con bota!
Bart. No importa, venga... Me darán(38) bien de comer y de beber... La pulsaré, la recetaré algo... La mato seguramente... Si no quiero ser médico me volverán a sacudir el bulto; y si lo soy, me le sacudirán también.... Pero, díganme ustedes: ¿Les parece que este traje rústico será propio de un hombre tan sapientísimo como yo?
Gin. No hay que afligirse. Antes de presentarle a usted, le vestiremos con mucha decencia.
Bart. Si a lo menos(39) pudiese acordarme de aquellos textos, de aquellas palabrotas que les decía mi amo a los enfermos... Saldría del apuro.
Gin. Mira que se quiere escapar.
Luc. Señor D. Bartolo, ¿que hacemos?
Bart. Aquel(40) libro de sermo sermonis que llevaba el chico a el aula. ¡Aquel si que era bueno!
Gin. Vaya, basta de meditación.
Luc. ¿Será cosa(41) de que otra vez?...
Bart. ¡Que! no señor. Sino que estaba pensando en el plan curativo... ¡Pobrecito Bartolo! Vamos(42).

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