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Acto tercero



ESCENA I.
 
Bartolo(66), y después D. Gerónimo.
Bart. Pues, señor, ya está visto. Esto de escabullirse, es negocio desesperado... ¡El maldito, con achaque de la compostura del cuarto, no se mueve de allí!... ¡Ay!(67) pobre Bartolo... Vamos, pecho al agua, y suceda lo que Dios quiera.
D. Ger. No(68) ha habido forma de poderle reducir a que se acueste. Ya la están preparando la sopa en vino que usted mandó. Veremos lo que resulta.
Bart No hay que dudar: el resultado será felicísimo.
D. Ger. Usted, amigo D. Bartolo, estará en mi casa obsequiado y servido como un príncipe; y entre tanto, quiero que tenga usted(69) la bondad de recibir estos escuditos.
Bart. No se hable de eso.
D. Ger. Hágame usted este favor.
Bart. No hay que tratar de esta materia.
D. Ger. Vamos, que es preciso.
Bart. Yo no lo hago por el dinero.
D. Ger. Lo creo muy bien; pero, sin embargo...
Bart. ¿Y son de los nuevos?
D. Ger. Si señor.
Bart. Vaya, una(70) vez que son de los nuevos y los tomaré.
D Ger. Ahora bien: quede usted con Dios, que voy a ver si hay novedad, y volveré... Me tiene con tal inquietud esta chica, que no sé parar en ninguna parte.
 
ESCENA. II.
 
Leandro(71), Bartolo.
Leand. Señor Doctor, yo vengo a implorar su auxilio de usted, y espero que...
Bart. Veamos el pulso... Pues(72) no me gusta nada... ¿Y que siente usted?
Leand. Pero, si yo no vengo a que usted me cure: si yo no padezco ningún achaque.
Bart. ¿Pues a qué diablos(73) viene usted?
Leand. A decirle a usted, en dos palabras, que yo soy Leandro.
Bart. ¿Y que se me(74) da a mí de que usted se llame Leandro, o Juan de las viñas?
Leand. Diré a usted. Yo estoy enamorado de Doña Paulita: ella me quiere; pero su padre no me permite que la vea... Estoy desesperado, y vengo a suplicarle a usted, que me proporcione una ocasión, un pretexto para hablarla y...
Bart. Que es decir en castellano: que yo hago de alcahuete. ¡Un(75) médico! ¡Un hombre como yo!.. Quítese usted de ahí.
Leand. Señor.
Bart. ¡Es mucha insolencia, caballerito!
Leand. Calle usted, señor, no grite usted.
Bart. Quiero gritar... ¡Es usted un temerario!
Leand. Por Dios, señor doctor.
Bart. ¿Yo alcahuete? Agradezca(76) usted que...
Leand. ¡Válgame Dios, que hombre!... Probemos(77) a ver si...
Bart. ¡Desvergüenza como ella!
Leand. Tome usted... Y le pido perdón de mi atrevimiento.
Bart. Vamos, que no ha sido nada,
Leand. Confieso que erré, y que anduve un poco...
Bart. ¿Qué errar? ¡Un sujeto como usted! ¡Que disparate! Vaya, con que...
Leand. Pues, señor, esa niña vive infeliz. Su padre no quiere casarla por no soltar el dote. Se ha fingido enferma: han venido varios médicos a visitarla, la han recetado cuantas pócimas hay en la botica; ella no toma ninguna, como es fácil de presumir, y por último hostigada de sus visitas, de sus consultas y de sus preguntas, impertinentes, se ha hecho la muda, pero no lo está.
Bart. ¿Con que todo ello es una farándula?
Leand. Si señor.
Bart. ¿El padre le conoce a usted?
Leand. No señor, personalmente no me conoce.
Bart. ¿Y ella le quiere a usted? ¿Es cosa segura?
Leand. Oh! De eso estoy muy persuadido.
Bart. ¿Y los criados?
Leand. Ginés no me conoce, porque hace muy poco tiempo que entró en la casa. Juliana está en el secreto; su marido, si no lo sabe, a lo menos lo sospecha y calla, y puedo contar con uno y con otro.
Bart. Pues, bien, yo haré que hoy mismo quede usted casado con Doña Paulita.
Leand. ¿De veras?
Bart Cuando yo lo digo.
Leand. ¿Sería posible?
Bart. ¿No le he dicho a usted que sí? Le casaré a usted con ella, con su padre, y con toda su parentela... Yo diré que es usted... boticario.
Leand. Pero, si yo no entiendo palabra de esa facultad.
Bart. No le dé a usted cuidado, que lo mismo me sucede a mí. Tanta medicina sé yo como un perro de aguas.
Leand. ¿Con que no es usted médico?
Bart. No por cierto. Ellos me han examinado de un modo particular; pero, con examen y todo, la verdad es que no soy lo que dicen. Ahora, lo que importa es, que usted esté por ahí inmediato, que yo le llamaré a su tiempo.
Leand. Bien está, y espero que usted...(78)
Bart. Vaya usted con Dios.
 
ESCENA. III.
 
Juliana(79), Bartolo, y después Lucas.
Jul. Señor médico: me parece que la enferma le quiere dexar a usted desairado, porque...
Bart. Como no me desayres tú, niña de mis ojos, lo demás importa seis maravedís; y como yo te cure a ti, mas que se muera(80) todo el género humano.
Jul. Yo no tengo nada que curar.
Bart Pues, mira, lo mejor será curar a tu marido... ¡Qué bruto es, y que zeloso tan impertinente!
Jul. ¿Que quiere usted? cada uno cuida de su hacienda.
Bart. ¿Y por que ha de ser hacienda de aquel gaznápiro este cuerpecito(81) gracioso?
Luc. ¿No le he dicho a usted, señor doctor, que no quiero esas chanzas?... ¿No se lo he dicho a usted?
Bart. Pero, hombre, si aquí no hay malicia ni...
Luc. Vete tú de ahí... Con malicia o sin ella, le he de abrir a usted la cabeza de un trancazo, si vuelve a alzar os ojos para mirarla. ¿Lo entiende usted?
Bart. Pues ya se ve que lo entiendo.
Luc. Cuidado(82) conmigo... ¡Se habrá visto mico más enredador!
 
ESCENA. IV.
 
D. Gerónimo(83) Bartolo, Lucas, y después Leandro.
D. Ger. ¡Ay! amigo D. Bartolo! que aquella pobre muchacha no se alivia. Desde que ha tomado la sopa en vino está mucho peor.
Bart. ¡Bueno! eso es bueno. Señal de que el remedio va obrando. No hay que afligirse, aunque la vea usted agonizando; no hay que afligirse, que aquí estoy yo... Digo(84), D. Casimiro, D. Casimiro.
Leand. Señor.(85)
Bart. D. Casimiro.
Leand. ¡Qué manda(86) usted?
D Ger. ¿Y quien es este hombre?
Bart. Un excelente didascálico---. Boticario que llaman ustedes.... Eminente profesor... Le he mandado venir para que disponga una cataplasma de todas flores, emolientes, abstringentes, dialécticas, pirotécnicas y narcóticas, que será necesario aplicar a la enferma.
D. Ger. Mire usted que decaída está.
Bart. No importa, va a sanar muy pronto.
 
ESCENA V.
 
Doña Paula(87), Juliana, Ginés y dichos.
Bart. D. Casimiro, púlsela usted, obsérvela bien, y luego hablaremos.
D. Ger ¿Con que en efecto(88) es mozo de habilidad? ¿Eh?
Bart. No se ha conocido otro igual para emplastos, ungüentos, rosolís de perfecto amor, ceratos y julepes. ¿Por que le parece a usted que le he hecho venir?
D Ger. Ya lo supongo. Cuando usted se vale de él, no, no será rana.
Bart. ¿Que ha de ser rana? No señor. Si es un hombre que se pierde de vista.
Doña Paula. Siempre, siempre seré tuya, Leandro.
D. Ger. ¿Que? Si(89) será ilusión mía... ¿Ha hablado Juliana?
Jul. Si señor, tres o cuatro palabras ha dicho.
D. Ger. ¡Bendito sea Dios! Hija(90) mía! ¡Médico admirable!
Bart. ¡Y qué trabajo me ha costado curar la dichosa enfermedad! ¡Aquí hubiera querido yo ver a toda la veterinaria junta y entera, a ver que hacía.
D. Ger. ¿Con qué, Paulita, hija, ya(91) puedes hablar, es verdad? vaya, dí alguna cosa.
Gin. Aquí(92) me parece que hay gato encerrado... ¿Eh?
Luc. Tú, calla, y déxalo estar.
Doña Paula. Sí, padre mío, he recobrado el habla para decirle a usted que amo a Leandro, y que quiero casarme con él.
D. Ger. Pero, si...
Doña Paula. Nada puede cambiar mi resolución.
D. Ger. Es que...
Doña Paula. De nada servirá cuanto usted me diga. Yo quiero casarme con un hombre que me idolatra. Si usted me quiere bien concédame su permiso, sin escusas ni dilaciones.
D. Ger. Pero, hija mía, el tal Leandro es un pobretón...
Doña Paula. Dentro de poco será muy rico. Bien lo sabe usted. Y sobre todo, sarna con gusto no pica.
D. Ger. ¡Pero que borbotón de palabras la ha venido de repente a la boca!... Pues, hija mía, no hay que cansarse. No será.
Doña Paula. Pues cuente usted con que ya no tiene hija, porque me moriré de la desesperación.
D. Ger. ¡Que es lo que(93) me pasa! Señor Doctor, hágame usted el gusto de volvérmela a poner muda.
Bart. Eso no puede ser. Lo que yo haré solamente, por servirle a usted, será ponerle sordo para que no la oiga.
D. Ger. Lo estimo infinito... Pero, piensas(94) tú, hija inobediente, que...
Bart. No hay que irritarse, que todo se echará a perder. Lo que importa es distraerla y divertirla. Déxela usted que vaya a coger un rato el aire por el jardín, y verá usted como poco a poco se la olvida ese demonio de Leandro... Vaya usted a acompañarla, D. Casimiro, y cuide usted no pise alguna mala yerba.
Leand. Como usted mande, señor doctor. Vamos, señorita.
Doña Paula. Vamos enhorabuena.
D. Ger. Id vosotros(95) también.
 
ESCENA VI.
 
D. Gerónimo, Bartolo.
D. Ger. ¡Vaya, vaya que no he visto semejante insolencia!
Bart. Esa es resulta necesaria del mal que ha estado padeciendo hasta ahora. La última idea que ella tenía cuando enmudeció, fue sin duda la de su casamiento con ese tunante de Alexandro, o Leandro, o como se llama. Cogióla el accidente: quedáronse trasconejadas una gran porción de palabras, y hasta que todas las vacíe, y se desahogue, no hay que esperar que se tranquilice, ni hable con juicio.
D. Ger. ¿Que dice usted? Pues me(96) convence esa reflexión.
Bart. ¡Oh! y si usted supiera un poco de numismática lo entendería mucho mejor... Venga un polvo.
D. Ger. ¿Con que luego que haya desocupado...
Bart. No lo dude usted... Es una evacuación, que nosotros llamamos tricolos tetrastrofos.
 
ESCENA VII.
 
Lucas, Juliana(97), Ginés y dichos.
Gin. Señor amo.
Luc. Señor D. Gerónimo... ¡Ay que desdicha!
Jul. ¡Ay! amo mío de mi alma! que se la llevan.
D. Ger. ¿Pero que se llevan?
Luc. El boticario, no es boticario.
Gin. Ni se llama D. Casimiro.
Jul. El boticario es Leandro, en propia persona, y se lleva robada a la señorita.
D. Ger. ¿Que dices? ¡Pobre de mi! ¿Y vosotros, brutos, habéis dexado que un hombre solo os burle de esa manera?
Luc. No, no estaba solo, que estaba con una pistola. El demonio que se acercase.
D. Ger. Y este pícaro de médico...
Bart. Me(98) parece que ya no puede tardar la tercera paliza.
D. Ger. Este bribón, que ha sido su alcahuete... Al instante buscadme una cuerda.
Jul. Ahí había una larga de tender la ropa.
Luc. Sí, sí, ya sé donde está. Voy por ella(99).
D. Ger. Me las ha de pagar... Pero ¿hacia donde se fueron? ¡Válgame Dios!
Jul Yo creo que se habrán ido por la puerta del jardín que sale al campo.
Luc. Aquí está la soga.
D. Ger. Pues inmediatamente atadme bien de pies y manos al doctor, aquí en esta silla... Pero(100) me le habéis de ensogar bien fuerte.
Gin. Pierda usted cuidado. Vamos(101), señor D. Bartolo.
D. Ger. Voy a buscar aquella bribona... Voy a hacer que avisen a la justicia, y mañana sin falta ninguna este pícaro médico ha de morir ahorcado... Juliana, anda hija, asómate a la ventana del comedor, y mira si los descubres por el campo. Yo veré si los del molino me dan alguna razón. Y vosotros no perdáis(102) de vista a ese perro.
 
ESCENA VIII.
 
Bartolo, Lucas, Ginés y después Martina.
Gin. Echa otra vuelta por aquí.
Luc. ¿Y no sabes que el amiguito este, había dado en la gracia de decir chicolcos a mi mujer?
Gin. Anda, que ya las va a pagar todas juntas.
Bart. ¿Estoy ya bien así?
Gin. Perfectamente.
Mart. Dios(103) guarde a ustedes, señores.
Luc. ¡Calle, que está usted por acá! ¿Pues que buen aire la trae a usted a esta casa?
Mart. El deseo de saber de mi pobre marido, ¿Que han hecho ustedes de él?
Bart. Aquí está tu marido, Martina: mírale aquí le tienes.
Mart. ¡Ay,! hijo de(104) mi alma!
Luc. ¡Oiga! ¿con que esta es la médica?
Gin. Aun por eso nos ponderaba tanto las habilidades del doctor.
Luc. Pues por muchas que tenga, no escapará de la horca.
Mart. ¿Que está usted ahí diciendo?
Bart. Sí, hija mía, mañana me ahorcan, sin remedio.
Mart. ¿Y no te ha de dar vergüenza de morir delante de tanta gente?
Bart. ¿Y que se ha de hacer, paloma? Yo bien lo quisiera escusar, pero se han empeñado en ello.
Mart. ¿Pero, por que te ahorcan, pobrecito, por que?
Bart. Ese es cuento largo. Porque acabo de hacer una curación asombrosa, y en vez de hacerme protomédico, han resuelto colgarme.
 
ESCENA IX.
 
D. Gerónimo(105), después Juliana y dichos.
D. Ger. Vamos, chicos, buen ánimo. Ya he enviado un propio a Miraflores; esta noche sin falta vendrá la justicia, y cargará con este bribón... ¿Y tú que has hecho, los has visto?
Jul. No señor, no los he descubierto por ninguna parte.
D. Ger. Ni yo tampoco... He preguntado, y nadie me sabe dar razón... Yo he de volverme(106) loco... ¿Adonde se habrán ido ¿Que, estarán haciendo?
 
ESCENA ÚLTIMA
 
Doña Paula(107), Leandro y dichos.
Leand. Señor D. Gerónimo.
Doña Paula. Querido padre.
D. Ger. ¡Que es esto, picarones, infames!
Leand. Esto es(108) enmendar un desacierto. Habíamos pensado irnos a Buitrago, y desposarnos allí, con la seguridad que tengo de que mi tío no desaprueba este matrimonio; pero lo hemos reflexionado mejor. No quiero que se diga, que yo me he llevado robada a su hija de usted: que esto no sería decoroso, ni a su honor, ni al mío; quiero que usted me la conceda con libre voluntad, quiero recibirla de su mano. Aquí la tiene usted, dispuesta a hacer lo que usted le mande; pero le advierto, que si no la casa conmigo, su sentimiento será bastante a quitarla la vida, y si usted nos otorga la merced que ambos le pedimos, no hay que hablar de dote.
D. Ger. Amigo, yo estoy muy atrasado, y no puedo...
Leand. Ya he dicho que no se trate de intereses.
Doña Paula. Me quiere mucho Leandro para no pensar con la generosidad que debe. Su amor es a mí, no a su dinero de usted.
D. Ger. Su dinero(109) de usted, su dinero de usted. ¿Que dinero tengo yo, parlera? ¿No he dicho ya que estoy muy atrasado? No puedo dar nada, no hay que cansarse.
Leand. Pero bien, señor, si por eso mismo se le dice a usted que no le pediremos nada.
D. Ger. Ni un maravedí.
Doña Paula. Ni medio.
D. Ger. Y bien, si digo que sí, ¿quién os ha de mantener, badulaques?
Leand. Mi tío. ¿Pues no ha oído usted que aprueba este casamiento? ¿que más he de decirle?
D. Ger. ¿Y se sabe si tiene hecha alguna disposición?
Leand. Si señor, yo soy su heredero.
D. Ger. ¿Y que tal, está fuertecillo?
Leand. ¡Ay! no señor, muy achacoso. Aquel humor de las piernas le molesta mucho, y nos tememos que de un día a otro...
D. Ger. Vaya, vamos. ¡Qué le hemos de hacer! Con(110) que... Vaya concedido, y venga un par de abrazos.
Leand. Siempre tendrá usted en mí un hijo obediente.
Doña Paula. Usted nos hace(111) completamente felices.
Bart. ¿Y a mí quien me hace feliz? No hay un cristiano que me desate?
D. Ger. Soltadle.
Leand. ¡Pues quien le ha(112) puesto a usted así, médico insigne?
Bart. Sus pecados de usted, que los míos no merecen tanto.
Doña Paula. Vamos, que todo se acabó, y nosotros sabremos agradecerle a usted el favor que nos ha hecho.
Mart. ¡Marido(113) mío! sea enhorabuena, que ya no te ahorcan. Mira, trátame bien, que a mí me debes la borla de doctor que te dieron en el monte.
Bart ¿A ti? Pues me alegro de saberlo.
Mart. Si por cierto. Yo dixe que eras un prodigio en la medicina.
Gin. Y yo, porque ella lo dixo, lo creí
Luc. Y yo lo creí, porque lo dixo ella.
D. Ger. Y yo, porque estos lo dixeron, lo creí también, y admiraba cuanto decía como si fuese un oráculo.
Leand. Así va el mundo. Muchos adquieren opinión de doctor, no por lo que efectivamente saben, sino por el concepto que forma de ellos la ignorancia de los demás.

FIN.

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