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El mescándalo de Blancanieves

Antonio Rodríguez Almodóvar





A primeros de Octubre, en Potdsdam (Alemania), unos estudiosos del cuento dieron la voz de alarma: los hermanos Grimm, tan receptivos a la moral pequeñoburguesa, metieron la mano en la versión popular de Blancanieves que ellos mismos habían publicado en la primera edición, la de 1812, de sus Cuentos de niños y del hogar. Alertados por el escándalo que se formó en la buena sociedad de su tiempo en torno a ciertas «crueldades» que acarreaban los relatos de la tradición oral campesina, decidieron, entre otros cambios y tijeretazos, convertir a la envidiosa madre de Blancanieves en su malvada madrastra. Parecía así que la cosa era más tolerable, pues ya se sabe que las madres postizas son una calamidad para la integridad física de sus hijastras. Así, de un plumazo, tergiversaron la verdadera intención de un cuento milenario, que no es otra que prevenir a los hijos, en forma simbólica, de las muchas y radicales antagonías que surgen en el seno de la familia, cuando se desatan los celos de una madre antiedípica, o las duras rivalidades entre hermanos, y todo en un ambiente incestuoso más o menos declarado. Sirve todo ello de advertencia y preaviso sobre lo conveniente que es abandonar el hogar cuando uno se va haciendo mayorcito. (Me temo que a muchos jóvenes de hoy ya no les contaron las auténticas versiones de nuestra tradición oral , y así les va).

Todo eso de la manipulación ideológica de los hermanos Grimm ya hace mucho que lo sabíamos, pero se conoce que ahora se ha encontrado la horma mediática para difundirlo. Desde luego, en España, los cuentos equivalentes siempre fueron La madre envidiosa o Mariquita y sus siete hermanitos, cuyo sólo enunciado deja bien claro cuál es el verdadero fondo de la cuestión. Así están recogidos en nuestras colecciones. Lo que pasa es que la otra rama del asunto, la de Cenicienta, sí que incluye a una madrastra, pero ésta no quiere matar a su ahijada, sino que la empuja a irse de la casa para evitar males mayores, en concreto, las relaciones preincestuosas de la niña con su padre. O sea, que las versiones de Blancanieves proceden de la envidia de la madre, y las de Cenicienta de los deseos del padre.(Todo esto pueden verlo con más detalle en mis Cuentos al amor de la lumbre, Cuentos maravillosos españoles y Los cuentos populares o la tentativa de un texto infinito). En definitiva, que lo que los bondadosos hermanos Grimm hicieron fue fundir las dos ramas de un mensaje claramente diferenciado, y complementario, en una sola mixtura, al gusto de la gente bienpensante.

De entre las muchas ediciones que circulan de Blancanieves, escogemos esta de «La Galera popular», como prototipo de una versión impuesta por la corriente culta, a partir de la travesura de los Grimm, y sólo a título de curiosidad. Pero justo es reconocer que todas esas manipulaciones han creado una nueva materia estética y psicológica, propia de los ambientes burgueses, de la que la cultura popular no es responsable, y que ha sido denunciada muchas veces por los folcloristas. El hecho es que ya parece inevitable que intérpretes de todas clases tomen como referencia las versiones aburguesadas, y no las auténticas. Así ocurre con un libro recién salido del horno, Del color del cisne, de José Ruiz Mata, bien escrito, por cierto, y con audaces valoraciones. También algunos psiquiatras profesionales se deben a esas variantes cultas, como Gabriela Wasserziehr, de la escuela junguiana, que en En los cuentos de hadas para adultos nos brinda, pese a todo, una muy interesante gama de interpretaciones, dado que se atreve a sondear en las verdaderas raíces de esta tradición. Véase, a nuestro propósito de hoy, el capítulo «La madre negativa de los cuentos». Ah, y ¡felices pascuas, con cuentos auténticos!





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