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ArribaAbajoCanto XIV


ArribaAbajo Llorando la espantosa desventura
A que sus graves culpas le han traido,
Teniendo siempre de la muerte dura
Presente el amarguísimo gemido,
Garin estaba en la mazmorra escura  5
A donde el primer dia fué metido,
Ya treinta habia quando el monstro fiero
A ver llegó su triste prisionero.
El soberbio Formínolo espantoso
Que visitar sus cárceles usaba  10
Cada vez que la luna el espacioso
Cielo con lleno rostro le mostraba,
A la prision del monge doloroso
Llegó con gente que le acompañaba,
Y uno que va mostrándole el camino,  15
Trayendo ante él un encendido pino.
De cien tiernos mancebos que allí habia
Escogió diez el monstro abominable,
Tomando el que mejor le parecia
Para su fiero plato detestable:  20
Los quales á otra carcel los hacia
Pasar, aunque mejor, mas espantable,
Donde por orden muertos y guisados
A su mesa despues eran llevados.
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Así en las otras cárceles dezmaba  25
Tristes mozos y mozas doloridas,
Y á la nueva prision los apartaba
Cada mes ordenando sus comidas;
Y de otros, que comellos no gustaba,
Con las sangrientas fieras sus queridas,  30
Otras mil que tenia aprisionadas,
Eran bastantemente alimentadas.
Señalaba tambien el monstro á estos,
Y eran luego los míseros sacados,
Y en otra cárcel mas terrible puestos,  35
Hasta ser á las fieras entregados.
Vivos, y de sus ropas mal compuestos,
Quales estaban estos desdichados,
A las fieras los fieros los echaban,
No como á los primeros los guisaban.  40
El triste monge, el mísero romero,
Por trabajos tan ásperos traido,
El buen Garin, retrato verdadero
De aquel varon paciente en Hus nacido,
Fué nombrado con otros el primero  45
Por aquel fiero monstro descreido,
De toda humana piedad esquivo,
Para ser de las fieras pasto vivo.
El quarto dia por el claro oriente
Con pies apresurados asomaba,  50
Despues que la cruel muerte inclemente
En la segunda cárcel aguardaba;
Quando al cuitado, la perdida gente
Que las hambrientas fieras ministraba,
Metió en un fuerte torno, que asentado  55
Estaba en la pared de un gran cercado.
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Confusamente sierpes y panteras,
Dragos y grifos, tigres y leones,
Manticoras, crocutas, y otras fieras,
Várias en fuerzas, y armas, y naciones,  60
Son en aquel cercado prisioneras
De los mas fieros que ellas lestrigones,
Solamente por gusto allí criadas,
De ser de humana carne sustentadas.
Puesto pues en el torno de la muerte  65
El mísero Garin, ya della cierto,
De rodillas en él con pecho fuerte,
Y con fervor de fe vivo y despierto,
Al alto Dios sus lágrimas convierte,
Y con cristiano y varonil concierto,  70
Dice llorando así, mientras el torno
Para darle á las fieras anda en torno:
Vos, mi Dios, mi refugio, y mi consuelo,
A quien nada se encubre, ó disimula,
Sabeis bien mi intencion, sabeis mi zelo,  75
Y el dolor que me aqueja, y me atribula;
Si en este afan, martirio, y desconsuelo,
Conviene que se limpie, adorne y pula
Mi alma para entrar en vuestras bodas,
No queden penas, vengan luego todas.  80
Vos, trino Dios, eterno, omnipotente,
Que, como al grande Pablo, del mar fiero
Ya me librastes milagrosamente,
Con clemencia de padre verdadero;
Podeis librarme ahora del presente,  85
Peligro, en que tan triste muerte espero,
Como al humilde Daniel; de suerte
Que es vuestra voluntad mi vida, ó muerte.
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Y así, Señor, con ella yo de hecho
Mi voluntad conformo aquí gozoso;  90
Solo por la piedad de vuestro pecho,
Solo, Señor, solo pediros oso,
Que pase alegre este mortal estrecho
Al ancho mar del inmortal reposo
El alma, triste ahora y dolorida,  95
Y quanto puede y debe arrepentida.
Así Garin decia, y entretanto
Le puso el fuerte torno removido,
En el cercado de terror y espanto
Sepulcro de hombres, y de fieras nido:  100
Cesó la voz, cesó el amargo llanto,
En mayor sentimiento convertido,
En el punto que vió las carniceras,
Crueles, grandes, y espantables fieras.
En esto en la ancha cueva un espantoso  105
Ruido de armas y de voces suena,
Tal, que parece el monte cavernoso
Al alto cielo quando airado truena:
Eco, en son ronco, bravo, y presuroso,
Responde acá y allá, y alto resuena,  110
Diciendo en voz distinta, airada, y fiera:
Arma, arma, arma, muera, muera, muera.
Al ancho descubierto de la cueva,
Que mil pasos en quadro rodeaba,
Por todas partes el ruido lleva  115
La cruel gente enojadiza y brava:
Quien con fuerte coraza armado aprueba
Apretando un venablo allá llegaba,
Quien con ballesta, quien con un escudo,
Y una ancha espada corre allá desnudo.  120
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A un lado del gran patio mal seguro,
En fuerte punto á pura fuerza entrado,
Teniendo por espalda el fuerte muro,
El paso de la puerta ya ganado,
Con un arnés mas que la noche escuro,  125
Y un pequeño esquadron fuerte y osado,
Un valiente mancebo recogido
Es el que causa y mueve el gran ruido.
Ganó la primer puerta, y la segunda,
Y el patio ahora fiero poseía,  130
Donde la grita, estruendo y barahunda,
Toda la sierra retiñir hacia:
La qual desde la parte mas profunda
Apriesa allí su brava gente envia,
Para que se socorra aquella parte  135
Que está ofendida del rigor de Marte.
De la manera que naturaleza,
Quando le ofenden parte muy sensible,
Envia humor sangriento con presteza,
Para ayudarla en quanto le es posible;  140
Así en aquella súbita braveza,
La cueva con sangriento humor terrible
La parte ayuda que ofendida siente,
Viniendo en vuelo alli toda su gente.
Ya el jóven mas osado y valeroso,  145
Y mas rendido á la amorosa llama,
Que bien aconsejado y venturoso,
Apresurando el hado que le llama;
Y su esquadron no menos deseoso
Que su caudillo de gloriosa fama,  150
Como generosísimos leones
Reciben á los bravos lestrigones.
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¿Que batalla se vió jamás qual esta?
¿Donde la furia del sangriento Marte
Llegó por sus bravezas á ser puesta  155
En tan airada y rigurosa parte?
Jamás hallarse pudo tan dispuesta
La cruel ira que el rencor reparte,
Para tomar aquello todo junto
Que la puede poner en mayor punto.  160
Jamás con tal rigor y enojo tanto
Se peleó sobre el pesado cerco,
Donde en sangre trocó el agua del Xanto
El cruel griego porfiado y terco:
Ni quando influye su mayor espanto  165
El fiero Marte desde su alto cerco
Se muestra tan furioso, y tan airado,
Qual se mostraba allí el menor soldado.
El valeroso caballero que era
Caudillo de la fuerte compañia,  170
Metido en medio de la gente fiera,
Con generoso esfuerzo y osadía
Mata de un golpe al capitan Quimera,
Así llamado porque descendia
Del espantoso quadriforme monte,  175
Que tanta fama da á Belerofonte.
Mata tras este al medio toro Trinco,
Y junto á él al medio lobo Sigre,
Monstro veloz que á él se fué de un brinco,
Qual si no hubiera cosa en que peligre:  180
Cinco pesados golpes le dan cinco
Monstros horrendos, hijos de una tigre,
A los quales volviendo el varon fuerte,
Con otros cinco golpes les dió muerte.
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A Bronte, despues destos, de una punta  185
El corazon indómito barrena,
Con Glauco luego riguroso junta,
Y el brazo de la espada le cercena:
La gran cabeza á un fuerte casco junta
A divorcio del cuerpo le condena  190
Al gigante Ariston, el qual cayendo
Mató á Filanto con el peso horrendo.
Corta de un tajo el muslo diestro á Lampo,
Y de un revés las manos á Trimulco;
Parte el hinchado estómago á Melampo,  195
Y en dos medios el rostro á Libifulco:
Rompe al fin y abre en el infame campo
Con la furiosa espada un ancho sulco,
Por donde sigue en ira y muerte envuelto
Su pequeño esquadron bravo y resuelto.  200
Junta con el bravísimo Esterópe,
Que ve cubierto de una piel de drago,
Y como no hay acero en que se tope,
Hace la espada en él mortal estrago:
Cae rabiando el áspero ciclópe,  205
Mas cruel que el mas duro antropofágo,
Y arañando y mordiendo aulla y gime,
Y dientes y uñas en la peña imprime.
A Formio, que de un peto sin la gola
Se habia armado en aquel punto triste,  210
Tú desde un alto, amarga madre Nola,
Atravesarle la garganta viste:
Luego la espada el capitan arbola,
Y mata de un revés al loco Alpiste;
Y tras él siega el blanco cuello á Runco,  215
Como delgada vara, ó tierno junco.
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Pero la fiera y lastimada madre
Que al hijo vió matar de aquella suerte,
Como que no haya cosa que le quadre
Sino venganza ya en el mundo, ó muerte,  220
Qual perro que rabiando, sin que ladre,
Suele embestir con furia brava y fuerte,
Así callando con furor terrible
Al patio salta la muger horrible.
No hay hombre entre la bárbara caterva  225
Que esta muger en fuerza aventajase,
Y en ligereza, ó tigre, ó pardo, ó cierva
Jamás quiso alcanzar que no alcanzase;
Y en ánimo, y en ánima proterva
Ni hay hombre ni animal que la igualase:  230
Una furia infernal era encarnada,
Y como tal al patio sale armada.
A dos manos un tronco de una encina,
La mitad hecho brasa y encendido,
Trae la furiosa Nola, y se avecina  235
Al fuerte caballero sin ruido;
Y á su salvo el pesado tronco inclina,
Con ánimo gozoso enfurecido,
A la cabeza, con tal fuerza y vuelo,
Que como muerto le tendió en el suelo.  240
Y entonces con un grito airado y triste,
Como rabiando, y qual vengada en parte,
A mis manos, traidor, dixo, moriste,
Pero fáltame aun despedazarte:
El corazon que en ese pecho asiste  245
Me he de comer, no solo he de matarte.
Así decia en son horrendo y ronco,
Y alzaba en alto el encendido tronco.
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Quando dos camaradas del valiente
Capitan, que á su lado peleaban,  250
Ambos á un tiempo valerosamente
Fuertes escudos al reparo alzaban,
Sobre quien descargó la encina ardiente;
Y aunque ambos del gran golpe arrodillaban,
Diestros los dos á un tiempo de dos puntas  255
Las espadas en ella arrojan juntas.
Y ambas al ancho vientre que dió vida
Al que ahora le es causa de la muerte,
Hallaron cierta entrada y acogida
Por donde al corazon el golpe acierte:  260
Al qual llegando, la muger caida,
Con gemido mortal, horrible, y fuerte,
Sobre el caido capitan, le causa
Que vuelva en sí del mal que ella fué causa.
En sí vuelve el valiente caballero,  265
Y viéndose en el suelo, al punto salta
En pié, mil veces que antes mas ligero,
Para enmendar aquella quiebra y falta,
Que tal la estima el ánimo severo,
Juzgando como tal la heroyca y alta  270
Obligacion de aquel honor que debe
Mas blanco ser que no tocada nieve.
A Xarra, poderoso ladron bravo;
A Canino, tan perro como el nombre;
A Forcolino, renegado esclavo;  275
A Leon, mas leon hambriento que hombre;
Al insolente sedicioso Flavo;
A Orbuz, traidor de singular renombre,
Con varios golpes, diestros, bravos, fuertes,
Dió, varias, bravas, y espantables muertes.  280
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No menos que el caudillo valeroso
Sus valientes soldados peleaban,
Pues ya con largo paso y victorioso
Gran parte de la plaza grangeaban,
Y en un herviente lago y espumoso  285
Con la sangre inhumana la tornaban;
Aunque eran los feroces lestrigones
Seistantos que los ínclitos varones.
Pero sin duda la cruel pendencia
Fuera dichosamente difinida,  290
Aunque fuera mayor la resistencia
De aquella brava gente mal nacida,
Si del caudillo la fatal sentencia
Pudiera ser trocada, ú diferida
Siquiera el breve término de un hora  295
Por la muerte furiosa executora:
La qual en una xara enarbolada,
Envuelta, y escondida, y presurosa,
Por entre el morrion y gola entrada
Fué á quitarle la vida valerosa;  300
Y en la tierna garganta atravesada,
Con prestas alas, brava, y rigurosa
Se llevó el alma generosa en vuelo,
Volviendo el cuerpo valeroso en yelo.
Alzaron alaridos victoriosos,  305
Viendo al valiente capitan caido,
Aquellos bravos monstros espantosos,
Y cobraron el ánimo perdido;
Y aunque los fuertes mozos generosos
Con gran valor sustentan su partido,  310
No pueden contrastar á la corriente
De la súbita bárbara creciente.
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Y tanto mas que en este punto amargo,
El terrible Formínolo indinado
De haber visto quan poco en su descargo,  315
A su opinion, su gente ha peleado,
Entraba ya en el patio á paso largo,
Desde la planta á la cabeza armado
De fuertes planchas de templado acero,
Con una maza que era un roble entero.  320
Rayo parece el bravo monstro horrendo
Que entre espesos relámpagos y truenos
En tormenta deshecha va rompiendo
Negros nublados de temores llenos;
Y acrecentando en espantoso estruendo,  325
Muestra quemar del mar los anchos senos,
Hundir el cielo, destruir la tierra,
Y al infierno doblar la eterna guerra.
Mata del primer golpe á Federico,
Un soldado romano fuerte y noble,  330
Metiéndole el templado peto rico
En las entrañas con el duro roble;
A Paulo boloñés, y á Genserico,
Muertos tras de él derriba de un mandoble;
Y á Sulpicio de Arezo los dos brazos  335
Hace de un golpe escaso mil pedazos.
Quatro nobles mancebos, naturales
De la grande Parténope famosa,
Viendo las bravas fuerzas desiguales
Del fiero monstro, y lo que puede y osa,  340
En intencion, en fuerza y zelo iguales,
Con heroyca virtud maravillosa
Juntos se arrojan, bravos y furiosos,
Y danle á un tiempo golpes rigurosos.
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Qual jabalí valiente y enojado,  345
De quatro nuevos perros circuido,
Que al uno dexa el pecho atravesado,
Y al otro por el vientre dividido,
Y otro á sus pies derriba degollado,
Y al otro tiende casi en dos partido,  350
Tal el valiente monstro á golpes fieros
Hizo de aquellos quatro caballeros.
Claudio, Leandro, Marco, y Trimegisto
Los nombres eran de estos valerosos,
Digno; que del Antártico á Calisto  355
Suenen sus apellidos generosos:
Los quales eran Pino, Muso, Almisto,
Y Sancio de los Sículos famosos;
Cuya mano en la lira, y en la espada,
Con espanto era vista, y escuchada.  360
Cayó un helado pasmo temeroso
En los valientes mozos que quedaban,
Viendo del monstro airado y espantoso
Lo que el enojo y fuerza amenazaban;
Y aquel ardiente brio generoso  365
Con que tan vivamente peleaban
Se convirtió en temor terrible y fuerte
De la presente inevitable muerte.
Y á la voz infernal y rostro horrendo
Con que el bravo Formínolo iracundo  370
Amenazando sigue el estupendo
Estrago de su brazo furibundo,
las frentes á la puerta revolviendo,
Nadie queriendo ser allí segundo,
Procuran la salida temerosa  375
Por la infelice entrada tenebrosa.
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Pero como es estrecha y mal pulila,
Aunque la desdichada esquadra estaba
A número tan corto reducida,
Que de veinte soldados no pasaba;  380
La maza de Formínolo regida
A los míseros últimos llegaba,
Haciendo dellos con su fuerza fiera,
Qual si de vidro el mas armado fuera.
La mitad de los veinte desta suerte,  385
Por el pesado tronco endurecido,
Recibieron amarga y presta muerte,
Muy á gusto del monstro embravecido:
Los otros diez con mas dichosa suerte
Salvos salieron del enorme nido,  390
Y por las altas peñas se arrojaron,
Y al camino real juntos llegaron.
Donde, por singular alto misterio
De quien gobierna y rige el cielo y tierra
Con aquel poderoso magisterio  395
Que sola su divina mente encierra,
Hallaron quien del fiero cimenterio,
De donde huyen con tan triste guerra,
Desenterró los míseros cautivos
Que en él morian sepultados vivos.  400
Y quien de su caudillo generoso,
Y de sus compañeros desdichados
Hizo justa venganza, á su famoso
Nombre dando renombres señalados,
Es Don Diego Florel el valeroso,  405
A quien hallan los míseros soldados
En el camino, y danle en breve cuenta
Del monstro, del caudillo, y de su afrenta.
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Las armas pide el español valiente,
Armas, airado, dice, y en un punto,  410
Ya puesto á pié, recibe de su gente
El fuerte arnés que allí le trae junto;
Y animoso, y colérico, y ardiente,
En un momento puesto en todo á punto,
A los diez dice, que uno dellos sea  415
Guia por quien la fiera cueva vea.
Pudo la fama allí del varon fuerte
Tanto en los diez soldados valerosos,
Que ya sin miedo de la airada muerte
Todos se ofrecen bravos y animosos;  420
Y probando con ánimo su suerte
Segunda vez, con pasos presurosos
Guiando van al fuerte caballero
A la alta cueva del ciclópe fiero.
A cuya boca, que un pequeño llano  425
Tiene delante de árboles cercado,
Hallaron á Formínolo inhumano
A su roble fortísimo arrimado.
Muera, en voz alta dice el castellano:
Muera, replíca su esquadron osado;  430
Y como furiosísimos leones
Se arrojan á los bravos lestrigones.
La plaza era pequeña, de manera
Que aquellos diez valientes no tenían
Contra sí entonces de la gente fiera  435
Mas de otros tantos, porque no cabian;
Y el espantable lestrigon, que espera
Hacer lo que sus fuerzas ya solian,
De solo á solo á singular batalla
Ahora ya con el Florel se halla:  440
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De suerte que su bárbara esperanza
No le sucederá como imagina,
Sino en vez della altísima venganza
De la mano justísima divina:
De la qual, quanto mas es la tardanza,  445
Tanto es mayor la fuerte disciplina,
Que asiste en ella por igual concordia
Con la justicia la misericordia.
El primer golpe fué el del gran Don Diego,
Que á la soberbia frente amenazando  450
Sacó del morrion repente fuego,
Y al lestrigon dexó vayveneando;
Mas afírmase el monstro al punto, y luego
La persona y la maza levantando
Un golpe cala, que en su fantasía  455
Muerto á sus pies al español tendia.
Y tal fuera el suceso del pesado
Y fuerte golpe, si Don Diego diestro,
Mudando pies hácia el siniestro lado,
No le dexára en tierra al lado diestro;  460
Y al mismo tiempo extremamente osado,
Y extremamente plático maestro,
Al alto lestrigon fiero se junta
Con una brava y rigurosa punta.
No fué la furiosísima estocada  465
Por donde el caballero pretendia;
Pero tampoco fué del todo errada,
Pues el gran brazo al peto le cosía:
Ser la rabia del monstro comparada
A cosa alguna que la tierra cria,  470
Con palabras pensando exâgerarla,
Será muchos quilates amenguarla.
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Las hermanas crinadas de serpientes,
Furiosas hijas de la noche triste,
Quando en su pecho en daño de las gentes  475
En el punto mayor su saña asiste;
Jamás pondrán sus furias inclementes
En el punto de furia en que consiste
Aquel pecho del monstro enfurecido,
En un ardiente infierno convertido.  480
Cala otra vez la ya empinada maza,
Mata al fuerte español, si el golpe acierta;
Corta es, y embarazada está la plaza;
La vida importa la destreza cierta:
Nada desto á Don Diego le embaraza,  485
Antes le aviva mas, y le despierta;
Y así se guarda de este golpe fiero
De la manera que esquivó el primero.
Fuego y humo, y mortífero veneno
Por los ojos y boca el monstro arroja,  490
No sabe que partido le sea bueno,
No atina que arma, ó que remedio escoja:
En esto ya el Florel, de industria lleno,
Tiñe otra vez la cortadora hoja,
Haciéndole en un muslo gran herida,  495
La ancha escarcela por mitad partida.
No pudo mas la cólera impaciente
Del bravo lestrigon sufrir la pena,
Que en las heridas y en el alma siente;
Y alzando en alto la ñudosa entena,  500
Con la ancha cara como brasa ardiente,
Y de espuma mortal la boca llena,
Representando allí la misma ira
Al valiente Don Diego se la tira.
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Fué favor singular del alto cielo  505
No acertarle la maza rigurosa,
Que como xara de ballesta en vuelo
Salió de aquella mano poderosa:
Erró á Don Diego, pero no en el suelo
Dió sin dañar la encina temerosa,  510
Que á quatro estrigones dio la muerte,
Y á Genofonte de Verona el fuerte.
Casi en un punto fué el echar la maza,
Y cerrar con Don Diego el monstro artero;
Mas él, haciendo con la espada plaza,  515
De sí le alarga con acuerdo entero,
Y luego el ancho escudo desembraza
Por añadir mas fuerza al fuerte acero,
Y alza á dos manos la furiosa espada,
Y cala una espantosa cuchillada:  520
La qual en medio de la frente fuera,
Mas echándola atrás el monstro airado,
Cebó en el fuerte peto de manera,
Que en dos partes por medio fué cortado:
Dobló el golpe el Florel á la testera,  525
Al qual el gran cuchillo atormentado
Saltó en quatro pedazos dividido,
El monte respondiendo al gran ruido.
Y al mismo punto el lestrigon horrendo
Aturdido midió la dura tierra  530
Con aquel fiero cuerpo, que quiriendo
Hacer pudiera á todo el mundo guerra:
Hizo temblar el desigual estruendo
De la caida toda la ancha sierra,
Qual si un terrible y bravo terremoto  535
Pusiera el mundo todo en alboroto.
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Va sobre el fiero lestrigon vencido
El fuerte caballero victorioso
Alegre y bravo, y el puñal buido,
Arma en tal punto de valor precioso,  540
Por quatro veces le dexó metido
En el soberbio corazon furioso:
Huyó al eterno abismo el alma en vuelo,
Con su ausencia alegrando tierra y cielo.



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ArribaAbajoCanto XV


ArribaAbajo Entanto que el Florel famoso estuvo
En tal batalla con el monstro envuelto,
Su pequeño esquadron propicio tuvo
Al fuerte Marte ya á su bando vuelto;
Y en la pequeña plaza se entretuvo  5
Con la soberbia multitud revuelto
De aquella enorme gente, cuyos brazos
Hace el temor ahora mil pedazos.
Atónito el infame bando queda
Al temor que la muerte le dispensa,  10
No hay mano que regir la espada pueda,
Ni en la espada hay aceros ya ni ofensa.
A qualquier brazo el torpe miedo veda
El escudo subir á la defensa,
Suspenso cada qual á su caudillo  15
Mirando está, pasmado y amarillo.
Ni para procurar huyendo vida
Les concede el helado espanto aliento,
Y así la muerte del Florel traida
Airada emplea su cruel tormento:  20
No quedó de la gente mal nacida
Quien esquivase el triste fin violento
De su caudillo: todos perecieron,
Y en muerte como en vida le siguieron.
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Hecha pues la venganza rigurosa  25
En aquella infernal infame gente,
Con sus nueve soldados la espantosa
Cueva discurre el español valiente;
Y abriendo aquí una carcel tenebrosa,
Y otra prision haciendo allí patente,  30
Fueron todos los presos libertados
Que en la gran cueva estaban sepultados.
Toda la qual habiendo discurrido,
Al patio con los presos ya salian,
Quando hallaron otro triste nido,  35
Donde muchas mugeres se dolian:
Sube el Florel de los demás seguido
Por unas gradas que á la estancia guian:
Las puertas rompen, y entran en la fiera
Carcel, que clara y espaciosa era.  40
Estaba en alto esta prision, y habia
En el un quadro della una ventana,
Que al cercado mortífero salia
De las fieras que comen carne humana;
Donde la providencia eterna guia  45
Al Florel con su mano soberana,
Para que al buen Garin su amigo vea,
Y vida á un tiempo y libertad le sea.
No bien á la ventana el varon fuerte
La cabeza asomó, reconociendo  50
Lo que en aquella casa de la muerte
Con espanto y horror van descubriendo,
Que del pobre Garin la extraña suerte
En que le puso el lestrigon horrendo
Se le ofreció á la vista, que turbada  55
Quedó en dolor inmenso embelesada.
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Mira al monge carísimo entregado
A la parte del torno, que entregaba
Los miserables hombres al airado
Tropel de fieras que el corral cerraba:  60
En éxtasis divino arrebatado
El ermitaño parecia que estaba,
Las rodillas hincadas en el suelo,
Y los ojos clavados en el cielo.
Los leones, los tigres, las panteras,  65
Los osos, dragos, grifos, y serpientes,
Y todas las demás sangrientas fieras,
Que en aquel gran cercado están presentes,
Hambrientas, y coléricas, y fieras,
Con espantoso rechinar de dientes,  70
Y el monte con aullidos atronando,
Al contrito Garin andan mirando.
Y no hay alguno, ó gran padre divino!
Que llegar ose á la comida puesta
En el gran torno, donde de contino  75
Les era en tanta multitud dispuesta:
Visto pues el amado peregrino,
El gran Florel á le salvar se apresta,
Y no sabiendo otra mas cierta via
Saltar por la ventana ya queria.  80
Pero los prisioneros le dixeron
Del torno, y de la parte donde daba,
Al qual corriendo todos acudieron,
Siguiendo al español que los llevaba:
En breve espacio con el torno dieron,  85
Y roto el hierro que le aseguraba,
Danle la vuelta, y libran al cuitado,
Que tanto tiempo en tal martirio ha estado.
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Desde el amanecer hasta aquel punto,
Que pasado de Atlante el sol se via  90
A la ancha puerta de poniente junto,
Llevándose consigo apriesa el dia,
Estuvo allí Garin vivo, y difunto,
En la espantosa muerte que temia,
Pasando aquel tormento riguroso,  95
Favor del cielo raro y milagroso.
No de otra suerte el ermitaño queda,
Quando le dexa en parte ya segura
Del fuerte torno la voluble rueda,
Llena de espanto, y miedo, y amargura,  100
Que un hombre á quien el cielo le conceda
Salir con vida de la sepultura,
Y así elevado está sin movimiento,
Y sin poder articular acento.
Pero ya vuelto en sí, al Florel famoso,  105
Con agradecimiento y alabanza,
Sublima y pone en el lugar glorioso,
Que sola la virtud sublime alcanza;
Y luego el uno y otro victorioso
Al patio van de la cruel matanza,  110
Donde ya las mugeres habian ido,
Y alzaban amarguísimo alarido.
De aquellas que en el último aposento
Halló la mano del Florel famosa,
Levanta aquel tristísimo lamento  115
Una muger que muestra ser hermosa:
El dorado cabello suelto al viento
Arrancaba con mano rigurosa,
Puesta sobre el caudillo de la gente,
Que entró la cueva temerariamente.  120
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Severo el español, y desgustado,
Como que el triste llanto le ofendia,
La causa dél pregunta, y un soldado
De aquellos nueve que con él venia,
Con un suspiro del amor causado  125
Que á su infelice capitan tenia,
Los ojos arrasados, desta suerte
Al gran Don Diego de aquel caso advierte.
Es Almonte, señor, aquel difunto,
Tu amigo regalado y verdadero,  130
Sobrino del famoso Alberto, y junto
El que le habia de ser solo heredero:
Si llegó de valor al alto punto
El pobre mal logrado caballero,
Ya tú, señor, lo sabes: solo ahora  135
Diré, porqué, y quien es la que así llora.
Ismeria, aquella moza dolorida,
Que el llanto hace sobre el cuerpo helado,
Fué del famoso Almonte tan querida
Siendo su amor por ella tan pagado,  140
Que parecia de una sola vida
El fin, el pensamiento, y el cuidado,
Que á los dos regalaba, ó afligia,
Y en las demás acciones las regia.
Mientras Almonte anduvo con su tio  145
En las galeras todo este verano,
Ella quedó, vuelta de llanto un rio,
En un lugar pequeño aquí cercano:
El qual, por cierto enojo, ú desvarío,
Destruir quiso el lestrigon tirano:  150
Destruyóle, y robó las damas bellas,
Y á la infelice y triste Ismeria entre ellas.
—245→
Lo qual sabido por Almonte quando
A Nápoles volvieron las galeras,
Con insufrible alteracion mostrando  155
Del falso amor las furias lastimeras,
La muerte al lestrigon amenazando,
Mal informado de sus fuerzas fieras,
De la ciudad partió secretamente
Con sesenta soldados de su gente.  160
Aquella furia del amor nacida,
Y del frio temor alimentada,
Que es bravo infierno á la afanada vida
Del triste pecho donde fué criada;
Aquella matadora embravecida  165
De todo el bien con que su padre agrada;
Aquella peste, aquella ardiente llama,
Que el mundo á quien abrasa zelos llama:
Aquella pudo tanto en el valiente
Y desdichado Almonte, que al momento  170
Que supo de su Ismeria el inclemente
Rigor de su amarguísimo tormento,
Partió, como ya dixe, con su gente
De su materno dulce alojamiento,
Siguiendo su tristísima fortuna,  175
Sin que él supiese entonces cosa alguna.
Con infelice suerte al fin salimos,
Aunque principios prósperos llevamos,
Porque quando en la cueva nos metimos
Tras cien ladrones que al subir hallamos,  180
Con las muertes que á ellos y otros dimos
Dos puertas y este patio les ganamos,
Adonde el amarguísimo suceso
Está qual ves bien claramente expreso.
—246→
Así le dixo Hipolito de Aricia,  185
Que así llamaban á este buen soldado,
Qual al buen Virbio, que por la malicia
De su torpe madrastra fué arrastrado:
Quedó el eterno honor de la milicia,
Don Diego, extremamente lastimado,  190
Y sabido su amigo el triste cuento,
Al cuerpo va con tierno sentimiento.
A donde ya Garin, visto el furioso
Llanto de aquella moza lastimada,
Habia con espíritu piadoso  195
Llegado á socorrer su pena airada;
Y con afecto santo y fervoroso,
Y con santa eloqüencia aventajada,
Sabido el fin del capitán valiente,
Así á la dama dice brevemente:  200
La amorosa pasión no pueda tanto,
Hermosa dama, en vuestro tierno pecho,
Que ponga con su triste duelo y llanto
Al alma pobre en miserable estrecho:
Conviértase ese amor profano en santo,  205
Aspire ese dolor á mas provecho;
Pues si dexa de ser el amor ímpio,
Podrá el dolor el corazon dar limpio.
No presta sobre el muerto ya haceros
Fuentes de amargas lágrimas los ojos,  210
Sino para perder vuestros aceros,
Y dar al enemigo los despojos:
De ese mismo dolor debeis valeros
Para que en paz se vuelvan los enojos,
Que al santo amor vuestra alma á dar se atreve,  215
Dando al humano lo que á él se debe.
—247→
Ea pues ya no cosa indina humana
Cause ese llanto, ese dolor, y pena;
Rinda la eterna parte y soberana
En vos á la mortal, flaca, y terrena:  220
Temed al juez de cuya mano mana,
Con su potencia de justicia llena,
Irrevocable altísima sentencia,
Contra quien es ingrato á su clemencia.
Así sois grata á la divina mano  225
De esa belleza que afeais llorando,
Que por vano dolor de amor humano
Divino amor y eterno echeis en bando?
Paso abierto teneis, facil, y llano,
Para ganar lo ya perdido, quando  230
Convirtais el dolor que os precipita
En el que penas infernales quita.
Goza desta ocasion que Dios piadoso
Con tanto amor en vuestras manos pone:
Mira que quiere ver si el amoroso  235
Corazon vuestro á amarle se dispone.
Teme, teme de verle riguroso:
Goza de la clemencia que interpone
A la justicia merecida tanto
De vuestro injusto amor injusto llanto.  240
Teme la eterna pena del infierno,
Que grangeais con tantas de este mundo:
Ama la gloria del amor eterno,
Bien empleando vuestro amor profundo:
Claro ingenio y juicio en vos discierno:  245
En él la persuasion mayor yo fundo;
Pues tanto amar sabeis, no en ciego engaño
Vuestro amor empleeis con tanto daño.
—248→
Ese amor y ese ingenio que contemplo
Tan subidos de punto en vos, conviene  250
Se aprovechen ahora del exemplo
Que en dama como vos cada qual tiene:
De Madalena el amoroso templo
Doy por exemplo, y quanto en sí contiene
Este qual la piedad divina diólo,  255
Os represento ante los ojos solo.
Ahora pues es tiempo y coyuntura
Para gozar de estos divinos dones:
Trocad ahora en celestial dulzura
El amargo dolor de esas pasiones:  260
Con mil otros exemplos de escritura
Podria reforzar mis persuasiones;
Pero no mas en cosa tan sabida
Quede con esto Ismeria persuadida.
Con espíritu tal de tal sugeto  265
El buen Garin hizo á la triste Ismeria
Este breve sermon santo y discreto,
Para remedio á su mortal miseria;
Que penetrando en su inmortal secreto
Le descubrió lo que en aquella feria  270
De pérdida tenia, y de ganancia,
Aclarando las sombras de inorancia.
Y así con admirable alivio luego,
Del difunto querido retirada,
Dando al cuitado corazon sosiego,  275
Y algun consuelo al alma apasionada:
Condescendió con lo que el gran Don Diego
Ordenó de la mísera jornada,
Que fué llevar él mismo al jóven muerto
A la presencia de su tio Alberto.  280
—249→
Y que ella juntamente con él fuese
A la ciudad, donde con honra eterna
En obediencia santa convirtiese
La vana libertad que la gobierna;
Adonde grangear mejor pudiese  285
Con el dolor de aquella pena interna
Gloria, que fuese exemplo qual de santa,
A quien el sensual encanto encanta.
Esto se concertó, y se puso á punto
Por obra, y el Florel excelso y claro  290
Acompañó tristísimo al difunto,
De virtud dando un alto exemplo y raro:
No va Garin con este llanto junto,
Hecho del rico tiempo sábio avaro:
Vuelve cuidoso á su camino santo,  295
Tanto estorbado, y deseado tanto.
A Nápoles llegó el Florel famoso
Con el difunto en breve tiempo; pero
Ismeria no, que su dolor rabioso
Le dió la muerte en el lugar primero:  300
Fue el suceso mas triste y lastimoso
Que vió jamás la luz del hemisfero:
Mirando un dia el frio cuerpo amado,
El de la triste moza quedó helado.
Amor causó esta triste desventura,  305
Pero ¿porque la fiera causa desto
Se ha de llamar amor? sino locura,
Sino infernal tormento manifiesto;
Sino qual se pone en la mortal criatura
En el eterno criador es puesto  310
Amor será; pero desotra suerte
Es furia airada, y es eterna muerte.
—250→
En el mismo lugar fué sepultada,
La sin ventura Ismeria, donde habia
Sido antes por Formínolo robada  315
En infelice, y en aciágo dia:
Al fin, al grande Alberto ya dexada
La mal lograda prenda que traia,
El buen Don Diego su licencia toma,
Y por la posta vuelve á ir á Roma.  320
De la qual el alegre peregrino
Con gusto celestial, con gozo inmenso,
Apresurando siempre su camino
Con su fervor, y su deseo intenso,
Causando en su enemigo el desatino,  325
Y el dolor que es de envidia horrible censo,
Ya pocas millas léjos se hallaba,
Y á mas andar á ella se acercaba.
No pudo el rey de la tartárea corte,
Del buen Garin bravísimo enemigo,  330
Sufrir el ver que tanto ya se acorte
El fin al monge de su intento amigo;
Y yendo airado en un momento al norte,
Al aquilon de eterno desabrigo
De sus furias cavernas saca en vuelo,  335
Haciendo estremecer al ancho suelo.
Granizo y piedra á un tiempo, y agua, y truenos,
Y rayos, que uno á otro se alcanzaba,
Relámpagos de horror y espanto llenos,
Con priesa y furia repentina y brava,  340
El aquilon de los hinchados senos,
Con ímpetu fierísimo arrojaba,
Haciendo al ayre, y fuego, y agua y tierra,
Y al cuitado Garin airada guerra.
—251→
Grandes nublados, tristes, y espantosos,  345
El dar su luz al mundo al sol vedaron,
Y sus alegres rayos luminosos
En tinieblas negrísimas trocaron:
Las aguas de los llanos espaciosos
A los altos collados se igualaron,  350
Llevándose sus súbitas corrientes
Plantas, ganados, casas, peñas, gentes.
¿Que turbacion, que miedo, que desmayo
Fué el tuyo, ó buen Garin, quando esto viste,
Como á la piedra, al agua, al fiero rayo,  355
Santo varon, entonces resististe?
¿De que manera este infernal ensayo,
Cristiano pacientísimo, venciste?
Dilo tú, que á mi lengua en tus loores
Fáltanle los retóricos colores.  360
En un barranco de profunda altura,
Que entre dos cerros raudo al mar corria,
Y de árboles, y peñas, y espesura
Hasta las cumbres lleno descendia,
Se vió Garin quando en tiniebla escura  365
La borrasca trocó la luz del dia,
Sin humano remedio sumergido
Furiosamente del raudal traido.
¡O fe bastante á que el mas alto monte
Por tu virtud se mude de su asiento,  370
Y á detener la luz del horizonte,
Y remover el firme firmamento!
¡O fe merecedora que remonte
La palabra de Dios el ornamento
De sus altas palabras elegantes,  375
Loando al capitán de cien infantes!
—252→
¡O capitán el mas famoso y claro
Que tuvo el vencedor romano suelo,
Pues tuviste por término tan raro
La disciplina militar del cielo!  380
¡Soldado á los soldados tan preclaro,
Que á la luz de tu fe, y tu honor, y zelo,
Contento cada qual con su estipendio,
De valor y virtud será un compendio!
¡Que no menos un alto exemplo labra,  385
Y libertad en disciplina muda,
Por el camino que el capitán abra
Seguirán los soldados, quien lo duda!
¡O gran centurion, con tu palabra,
La de Dios viendo quan propicia acuda,  390
Tal bien el alma del soldado cobre,
Que entre el Señor en su morada pobre!
Y tu gran fe mirando, pues miralla
Tanto se precia en límites humanos,
Que ni le impide mar, foso, ó muralla,  395
Fuegos y aceros, fieros y inhumanos,
Halle con ella el bien que Garin halla
Valiéndole sus rayos soberanos,
Porque en medio del agua repentina
Ardia en él su viva luz divina.  400
El mismo curso arrebatado y fiero
Del hinchado barranco riguroso,
Sacó al contrito monge al verdadero
Puesto de su camino trabajoso:
Los pies en él firmó, y el hemisfero  405
Al punto se mostró claro y hermoso,
De las escuras nubes despejado,
A su carcel el viento retirado.
—253→
Quedó en la cuesta de un collado ameno
El trabajado peregrino, quando  410
El cielo se mostró claro y sereno,
Y la fiera borrasca fué calmando;
Desde donde de gozo inmenso lleno,
Lágrimas amorosas derramando,
Descubrió la ciudad santa señora  415
Del mundo, á quien postrado adora.
¡O dulce fin de mi deseo ardiente,
Sacra morada de la santa esposa
Del Príncipe glorioso omnipotente,
Mas que toda la tierra venturosa!  420
¡A tí se postra humilde y reverente
Esta alma fatigada y congojosa,
Por camino tan largo á tí venida,
Para volver al de la eterna vida!
¡Acógeme, santísima morada,  425
Aunque indigno, en tu seno generoso,
Sea esta alma afligida consolada
En tu regazo maternal piadoso!
¡Da lugar á que sea ya escuchada
Del que es en cielo y tierra poderoso,  430
Para que de su mano disciplina
Reciba santa, y santa medicina!
Así dixo, y regando las mexillas
Vuelve á seguir la santa romería,
Que al buen romero ya de pocas millas  435
Por entonces alegre se ofrecia.
¡O excelsas y secretas maravillas,
Quien hay que entienda vuestra oculta via!
Fin este del trabajo aquí parece,
Y por principio de mayor se ofrece.  440
—254→
Fin del trabajo inmenso, que trabaja
Al buen Garin, este parece ahora,
Y es principio de aquel que se aventaja
En virtud de perdon merecedora;
En aquella virtud con que se ataja  445
La muerte eternamente matadora,
Haciendo el cuerpo en penitencia quanto
Le pide el alma en su contrito llanto.
Trabajo al corazon le causa inmenso
Al buen Garin, y el alma le atormenta  450
Aquel deseo de perdon intenso,
Y aquel dolor de su mortal afrenta,
Y no menor que le recibe pienso
De lo que él piensa en dar su errada cuenta;
Pero el mayor que pide su conciencia  455
Es el dalla, y pagar con penitencia.
Entra pues el romero en la gran Roma,
En regaladas lágrimas deshecho,
Y el camino mas corto apriesa toma,
Que al gran palacio sacro va derecho:  460
El qual ya viendo que de cerca asoma,
Saltos el corazon le da en el pecho,
De mil yelos y fuegos rodeado,
Ya triste, ya medroso, ya animado.
Y primero que llegue al aposento  465
Del Pontífice Sumo de la tierra,
Para esforzar el ánimo y aliento
Al victorioso fin de aquella guerra,
Entra devoto al sacro alojamiento,
Que á quien no cabe todo el orbe encierra  470
En la capilla del Apostol sacro,
Que fué allí con sus lágrimas lavacro.
—255→
Y allí en breve oracion calificada
Con amor, y esperanza, y fe encendida,
Para poder hacer la deseada  475
Confesion de las culpas de su vida,
Pide al Señor la gracia que aprestada
Está para qualquiera que la pida,
Teniendo como debe la conciencia
Del todo aparejada á penitencia.  480
Cosa admirable he de decir, mas cierta
En un varon qual el Leon sagrado,
Y por Garin, que ya del todo abierta
Tenia el alma al esencial cuidado.
El monge apenas de la sacra puerta  485
Hubo el umbral con devocion pasado,
Y al gran Pedro en su altar favor pidiendo
Está contritas lágrimas vertiendo.
Quando el Sumo Pontífice del suelo,
Que en su retrete retirado estaba,  490
Mirando atentamente el alto cielo
Al claro resplandor que le alumbraba;
Vió abrir el ayre con ligero vuelo
Un pelícano bello, y que llegaba
Al capitel del templo, donde via  495
Que un hijo enfermo y flaco le atendia.
Y llegado el pelícano amoroso
A donde el hijo estaba agonizando,
El tierno pecho abriéndose piadoso,
Y sobre él de su sangre derramando;  500
Vió que se levantó sano y gozoso,
Y que tras él el hijo fué volando,
Hasta que entre la luz del sol envueltos,
En ella pareció quedar resueltos.
—256→
Admiró la vision al gran Prelado;  505
Mas fué la admiracion breve, que al punto
Supo en revelacion ser lo mirado
Del bien del buen Garin vivo trasunto:
Así de su venida fue avisado,
Y de las tristes causas della, y junto  510
De lo que él hacer debe, y ya entretanto
El pio monge dexa el templo santo,
Y pasa de palacio la ancha puerta,
Patio, escalera, corredor, y sala,
Ballando con dichosa suerte abierta  515
La que al retrete del gran padre iguala:
Llega con esperanza alegre y cierta:
Entrada pide, y dulcemente dala
Quien á cargo la tiene, ya primero
Brevemente informado del romero.  520