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ArribaAbajoInforme remitido al Consejo de Indias por Bernabé Antonio de Ortega y Velasco, vecino de la Villa Imperial de Potosí, en cuanto a su Historia escrita de la fundación de aquella Villa

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Portada Casa de La Moneda.

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En cuanto al parecer que vuestra señoría me pide le relacione lo que supiere y hubiese y hubiere oído decir como vecino e hijo de esta Imperial Villa de Potosí en orden a la Historia que se halla escrita, lo que afirmo desde luego es que la escribió y formó don Bartolomé de Orsúa y Vela, natural que fue de esta dicha Villa, la que se compone de dos tomos de a folio desde la invención de su rico Cerro, su principio y población de ella, valiéndose para esto de los autores que cita y es tradición que han sucedido de padres a hijos, lo que por extenso consta de la dicha Historia, la que impelió al dicho autor don Bartolomé con toda prolijidad, esmero, cuidado, trabajo y sumo afán que mantuvo, a quien conocí, traté y comuniqué mucho, con ocasión de haber sido mi maestro, siendo niño de escuela, y haber sido de total verdad, virtud, agilidad, capacidad y racionalidad, que manifestaba en todos sus hechos y costumbres, y especialmente en el trabajo de la obra, y siendo mi parecer y sentir de que la dicha Historia ha corrido generalmente por cierta y verídica, por lo que en ella se halla escrito de aquellos pasados tiempos y años, como todos consta y se expresa, los que acaecieron desde el año de 1545 que principia hasta el de 1736 que acaba.

Según y como llevo dicho, se compone de dos tomos, el primero en 10 libros con 50 capítulos y sus foliaciones con 559, empezando por el dicho año de 1545 y acaba en el de 1720. Y el segundo tomo empieza en el de 1721 con el mismo orden que el dicho primero, el que acaba en el año de 1736, con su foliación de 152. Y en el principio del dicho año falleció el dicho autor, y los demás capítulos, según su relación, los principió el hijo de dicho autor, nombrado Diego de Orsúa y Vela, los que son pocos, como ello consta al fin de dicho segundo tomo, con advertencia de que el dicho primer autor escribió en el dicho segundo tomo hasta el capítulo 15, y el dicho su hijo prosiguió el de 16 hasta el capítulo 24, que es el fin donde termina y concluye el dicho segundo tomo, lo que consta por dicha Historia y su primer autor, quien refiere varios milagros y virtudes de algunos sujetos que florecieron en esta Villa en los años pasados, los que constan de la dicha Historia, a la que me remito en todo.

Y asimismo, en cuanto a lo que toca y pertenece al año de 1719, en el que fue aquella lastimosa y general peste que hubo, de la que perecieron más de 20.000 almas en esta Villa y sus contornos, lo que también consta de la dicha Historia por extenso, de cuya general pestilencia y su inmundo contagio estuve enfermo en la ocasión.

Y para mayor prueba y realce de la dicha Historia, en el presente año de 1756 predicó el reverendo padre regente fray José Lagos, del orden de predicadores, en nueve noches seguidas varios casos y sucesos que acaecieron en el dicho año y otros que constan de la dicha Historia trayéndolos por ejemplo y refiriéndolos por tales para el escarcimiento de sus oyentes y enmienda de sus vidas y costumbres, cuyos sermones o pláticas fueron en el novenario que se le acostumbra hacer a nuestro gran padre San Vicente Ferrer, y en cuyo tiempo generalmente se decía por algunos antiguos que viven y los oyeron, ser los casos y ejemplos que platicaba dicho padre regente los ya acaecidos, precedidos y sucedidos en esta Villa en los años antepasados, los que constaban en la Historia de ella.

A que se añade que con la ocasión de ser natural, nacido y criado en esta dicha Villa, y en la que todos mis antepasados tuvieron el oficio de azogueros en esta su Ribera, y haber alcanzado muchos sexagenarios y octogenarios aun, a quienes les oía generalmente referir y platicar varios casos sucedidos y acaecidos en dichos años ya pasados, en el Cerro, su Ribera y Villa, los que venían confrontando con los que tenía escritos el dicho historiador, los que por lo mucho que de ellos he visto, alcanzado y leído en 52 años que tengo los apruebo por verdaderos y han corrido por tales generalmente con aquella aceptación que corren las Historias ya impresas, por lo que se le debe dar toda fe y crédito y creencia a la dicha Historia, en la que constan latamente, por haberla pasado varias veces.

Y asimismo me consta que se han referido en infinitas ocasiones en los púlpitos de las santas iglesias de esta Villa por varios predicadores los milagros hechos de Nuestra Señora y demás santas imágenes que se veneran, y casos muy ejemplares que han sucedido en aquellos años y tiempos ya pasados por permisión divina para el total ejemplo de sus oyentes y vivientes, los que constan de la dicha Historia, como los que en esos tiempos y años pasados el número de los sujetos que florecieron en esta dicha Villa, los que fueron ciertos y verdaderos, pues para predicarlos inquirían la suma verdad de ellos los dichos predicadores, y por conocer la evidencia física sin el menor recelo los referían públicamente en dichos púlpitos.

Asimismo me acuerdo que el dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela me expresó varias veces que se veía bien perseguido y molestado y estrechado de varios sujetos y personas de esta Villa, como de las que no lo eran, y especialmente del señor don José de la Quintama, y le ofrecieron unos por dicha Historia 300 pesos, otros 400 y otros 500 pesos   —86→   de a ocho reales corrientes por conseguirla y hacerla imprimir, lo que el dicho don Bartolomé de Orsúa y Vela jamás quiso admitir, aun en medio de que se veía estrechado y falto de medios, ni menos darla para que sacasen traslados porque no se la perdiesen ni ajasen.

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Techos Casa de La Moneda con la Catedral al fondo.

Y habiendo estado la dicha Historia oculta más de 20 años por muerte del dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela, quien la mantenía siempre muy sumergida, esparciendo y echando la voz de que la había despachado a imprimir a la Europa con don Blas de la Fuente, mercader y cargador que fue y pasó de facto a los reinos de España; y con estas voces la mantenía sumamente oculta, hasta que al dicho don Diego de Orsúa y Vela le dio no sé qué accidente de muerte, del que se lo llevó Dios para sí el día 5 de julio del año pasado de 1755, con cuyo acaecimiento y noticia que tuvo su señoría practicó las más exactas diligencias para la consecución y averiguación de la dicha Historia, de la que ya había adquirido noticia fija cómo se hallaba en esta Villa, y para su efectiva restauración procedió con vivas y eficaces diligencias, ofreciendo infinitos premios, y de su resulta consiguió y alcanzó la noticia cierta y verdadera de saber en cuyo poder paraba o estaba, en cuya sazón insistió y puso más esfuerzo y eficacia a fin de la consecución de dicha Historia, y aun a fuerza de dinero y otras varias diligencias que motivaron a vuestra señoría algún desabrimiento.

Y averiguada la persona en cuyo poder estaba la dicha Historia, que era eclesiástica, la que andaba con infinitas entretenidas y   —87→   haciendo varias ausencias de esta Villa por no manifestarla y ver si así vuestra señoría desmayaba de su empresa o la ponía en olvido con sus crecidas preocupaciones, lo que también motivó a distintas y varias actuaciones y nuevas deligencias que se actuaron, de cuya resulta declaró el dicho eclesiástico haber empeñado en ciertos pesos don Diego de Orsúa y Vela, hijo del dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela, y para la exhibición de la dicha Historia lo obligó a vuestra señoría, demás de haber hecho varios gastos de su propio peculio, y sólo así la pudo haber a su poder el día 21 del mes de noviembre del año pasado de 1755, todo lo que me consta haber practicado vuestra señoría.

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Interior Casa de La Moneda. Su superficie alcanza a 7.570 m2 y la construida a 15.000 m2. Cuando se enteró del costo de construcción el Rey Carlos III comentó: «El edificio deber ser de plata».

Y al mismo tiempo coadyudé y di algunos pasos sobre el fin de la consecución de la dicha Historia, los que emprendí con toda eficacia para su total efecto de ella, la que se compone, como llevo dicho, de dos tomos de a folio, y en que merecí infinito gusto y lauro por la mencionada consecución, a vista del sumo empeño y anhelo con que vuestra señoría la deseaba.

Y en cuanto a lo que pertenece y consta en la dicha Historia de los milagros y virtudes sobresalientes, santidad de vidas y costumbres de los sujetos que en ellas se mencionan haber florecido en aquellos años y tiempos ya pasados, protesto y es ánimo sujetarme en todo y por todo a lo que tiene dispuesto y ordenado y mandado nuestra madre la santa Iglesia Católica Romana y sus sumos pontífices, y particularmente a la Santidad de Urbano VIII, de felice recordación, y en los demás sucesos y casos que en dicha Historia constan haber precedido y acaecido en los años y tiempos pasados, a tenerlos por verdaderos y ciertos, según se han tenido y reputado generalmente.

Y para que así conste donde convenga, es dada y firmada ésta en la casa de capellanes de este monasterio de carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús de la Villa Imperial de Potosí, en 27 de junio de 1756 años.

Bernabé Antonio de Ortega y Velasco.

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La Virgen con el Niño y San Juanito. Museo de la Catedral, Sucre.



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ArribaAbajoFragmentos autobiográficos en la «Historia de Potosí»

Mis Padres y Abuelos

Llegado he con el otro vuelo de mi pluma en la historia de la Villa Imperial de Potosí al año de 1600, nuevo siglo de su felicísima fundación. Y si se ha de atender a la razón antes de pasar delante refiriendo sus memorables sucesos, digo que siento cuanto más puede ser el proseguir con esta historia, por dos causas. La primera, por ser digna de que sus notables grandezas las hubiese de escribir un sujeto que tanto carece de letras pues ni la gramática (que es común aprenderla en toda la pericia de esta Villa) no merecí su tan provechoso ejercicio. Porque si he de decir la verdad, el grande afecto y veneración que en mi niñez tuve a mi padre y señor me obligó a que siempre le atendiese, sin apartar debidamente mi voluntad un punto de la suya, añadiéndose a esto los cortos medios que tuvo para mantener su decencia, porque cuando mis señores abuelos vinieron a estas Indias más trajeron carga de hijos que de bienes de fortuna para sustentarla. Pero al ánimo grande, aunque esté retirado y oprimido, nunca le falta cómo explayarse para utilidad de muchos, a quienes se amparan con voces, consejos, buen ejemplo y obras.

No les faltó nada de esto a mis señores padres, antes fue la buena crianza y educación que en sus hijos hicieron como la mejor que han hecho y hacen otros buenos, porque conocían (como todos debemos conocer) que vamos corriendo tormenta en este mar del mundo. Las olas de los vicios conquistan sin cesar las casas y familias, y no debe haber descuido en los que las gobiernan en tan peligroso estado, que por cuenta suya correrá el naufragio y perdición de los que están a su cargo, pues poco importa haber empezado a navegar bien, haber salido con buen tiempo, pasar el golfo con toda serenidad, descubrir la tierra con toda alegría, si al tiempo de tomar el puerto se rompiese la nave entre los peñascos. Y aunque es verdad que mis venerados abuelos adquirieron en esta Villa bienes de fortuna, como tuvieron 10 hijos (los cuatro nacidos en la Villa de Bilbao en el señorío de Vizcaya, uno en la ciudad de Toro en Castilla la Vieja, dos en la de Sevilla de aquellos reinos de España y los tres en esta Villa de Potosí) de lo que adquirieron poco o mucho en oficios honrosos les cupo poca parte a cada uno, y así fue forzoso asistir siempre en la casa y servicio de mis padres, conque no pude lograr el ejercitarme en la gramática ni retórica, cosa de que harto me he dolido en varios lances, y particularmente al emprender ésta y otras obras; y siendo éste el motivo del carecer del sumo bien (como es la sabiduría) por falta de letras forzosamente se ha de experimentar en esta Villa en esta Historia la falta del encumbrado estilo, las flores y lenguaje que sobran en las de otros autores. Pero ¿qué mayor excelencia que la verdad y cumplimiento con que la escribo?

La segunda causa de mi sentimiento en la prosecución de esta Historia es el haber de escribir tanta calamidad, tiranía y derramamiento de sangre como la mayor parte de este nuevo siglo se experimentó en esta Imperial Villa. Mas es forzoso decir lo que otros vieron y escribieron con tanta puntualidad y verdad, fuera de que no dejan de tener su enseñanza estas miserias a que está sujeta nuestra naturaleza, pues por ella se conoce a lo que pueden llegar los hombres si Dios aparta de ellos los ojos de su piedad. Y aunque fueron grandes las calamidades y castigos que la divina majestad ejecutó gran parte de este siglo en esta Villa por sus culpas (que todo se verá escrito), también se han de ver las felicidades que tuvo, las riquezas y prosperidades que gozó, y los admirables y sobrenaturales beneficios que el Señor obró con sus moradores en distintas maneras.

Los Jesuitas

Varias veces he recibido gusto de ver el amor, el término, la solicitud, la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñan a los niños enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no tuerzan ni tomen mal siniestro en el camino de la virtud que juntamente con las letras les muestran. He considerado muchas veces cómo los riñen con suavidad, los castigan con misericordia, los animan con ejemplos, los incitan con premios y los sobrellevan con cordura, finalmente cómo les pintan la fealdad y horror de los vicios y les dibujan la hermosura de las virtudes, para que amadas éstas y aborrecidos aquellos consigan el fin para que fueron criados.

Las oraciones de Fray Pedro

Un día, habiéndonos llevado a mí y a otros niños a su iglesia de predicadores a rezar el rosario, mientras rezábamos se salieron de la iglesia cuatro de los más traviesos a jugar al   —90→   cementerio, y uno de ellos comenzó a trepar por la soga de la campana grande que llegaba hasta el cimiento de la torre, y estando ya en altura de 10 varas continuando la subida a fuerza de brazos, se rompió la soga y cayó el travieso muchacho al suelo a tiempo que el siervo de Dios fray Pedro acabando de rezar el rosario salía a las puertas de la iglesia, y a su vista quedó en el suelo el muchacho sin dar muestra de vida con el fiero golpe.

Lleno de pena el siervo de Dios acudió prestamente y tomándolo en brazos halló que se le había quebrado un pie, como todos los que estaban en la iglesia lo vieron. Llevolo al altar mayor como si estuviera muerto, y puesto a los pies de la santa imagen del Rosario hizo oración por el muchacho, en que pasado un breve rato se levantó y comenzó a mirar a todas partes, quiso levantarse y no pudo por tener quebrada la pierna. Al punto comenzó el niño a dar tristes gemidos y abrazándose del siervo de Dios fray Pedro que estaba cerca, le dijo: «Padre mío, sanadme por la Virgen del Rosario pues sois santo, que mi madre se ha de morir viéndome así». El siervo de Dios con gran humildad le dijo: «hijo mío, yo no soy santo sino un grande pecador; vos sí que estáis en gracia de Dios, y sólo porque dejando de rezar el rosario te fuiste a la travesura te ha sucedido este trabajo, pero Él os sanará como recéis por ahora un rosario y en adelante tengáis cuidado de no faltar su devoción». El niño con grande fe le dijo: «Así lo prometo, padre mío, y ahora recemos juntos que así sanaré».

El siervo de Dios con aquella su admirable bondad se puso a rezar con el muchacho ayudándole a coro muchos religiosos que a la noticia del suceso habían acudido, y un gran número de gente que por ser sábado y esperar la misa mayor de la Virgen del rosario estaban en la iglesia. Acabado el tercio del rosario, dijo el bendito padre fray Pedro: «Ea, hijo, ya Dios te ha sanado porque has rezado el rosario de Nuestra Señora. Levántate y anda a tu casa». Levantose el niño sano y bueno, y agradeciéndole al siervo de Dios este favor salió de la iglesia diciendo a cuantos encontraba: «El santo padre fray Pedro de Ulloa me ha sanado», queriendo así su divina majestad engrandecer la virtud de su siervo por boca de aquel niño. (1638)

Mi padre, arriscado andaluz…

En este tiempo vivía en esta Villa de Potosí Antonio Bran de Bizuela, azoguero rico en su Ribera. Este negro, pues, tenía alborotado al pueblo con sus maldades y rapiñas. Llamábanlo el Duende porque cuando menos pensaban los vecinos se les entraba en sus casas y les hacía notables daños. Era valiente hasta el último extremo, y tan diestramente peleaba a pie como a caballo y por esto era temido de los españoles. Las pobres mujeres no osaban salir de las 7 de la noche para adelante, porque a muchas deshonró en las calles. Estando un día el presidente Nestares en su balcón de la plaza vio que este negro Duende estaba dando de puñaladas a un pobre forastero peruano: indignose su señoría y dio grandes voces diciendo que matasen a aquel negro, que lo mandaba en nombre de su majestad. Al punto se vieron en aquella plaza más de 200 hombres de varias naciones con sus espadas sobre él. Pero este negro (a quien tenían todos por ministro de Satanás) con un fiero montante que tenía se defendió de tantos españoles, acuchillando a cuantos alcanzaba y así se fue paso a paso retirando hasta entrarse en la iglesia de la Compañía de Jesús. El justicia mayor tenía echados bandos sobre su vida y de la misma manera los alcaldes ordinarios, porque a todos juntos los acometió una noche y los hizo huir.

Finalmente, cansado ya el supremo Juez y no queriendo sufrir más abominaciones de este pecador, permitió que las pagase con la vida cayendo en manos de la justicia. Y así es de saber que una noche, concertándose con una criada, lo metió debajo de la cama de su señora, sin que de otra persona fuese sentido, para que cuando todos durmiesen quitase la vida a aquella noble señora y robase cuanto en la casa había.

Fue permisión divina que estando acostada en su cama, antes de venirle el sueño sintiese debajo ruido, y previniendo algún mal (fingiendo otro achaque) se levantó en camisa, salió al patio, y con toda brevedad y secreto hizo gente convocando algunos vecinos, que aunque esta señora era casada, no estaba en la ocasión su marido en esta Villa. Entraron algunos hombres ignorando todos quién fuese el que allí estaba, cercaron la casa con armas en las manos, y entonces como una terrible fiera acometió a salir el negro Duende con un puñal en la mano, amenazando de muerte a los blancos. Estos le dieron muchos golpes y al cabo le echaron mano, atáronlo fuertemente de pies y manos, avisaron al justicia mayor don Luis Pimentel, el cual vino a toda prisa, llevolo a la cárcel y haciéndolo confesar le dio garrote y al punto de amanecer apareció colgado en el balcón del cabildo, de que no fue poco el contento que recibió toda la Villa.

Con el cuerpo de este negro sucedió a mi padre y señor un extraño caso, y fue que habiendo las hermanas de la Cofradía de la Misericordia bajado el cuerpo del suplicio lo pusieron en la capilla antigua de Nuestra Señora de la Misericordia, y no lo enterraron aquel día por ocupación de las vísperas del apóstol Santiago. Era en esta ocasión prior de la cofradía don Francisco Sandoval, en cuya compañía estaba a la sazón mi padre que (siendo el décimo año de su venida de España con mis señores abuelos a esta Villa) tenía los 18 de edad. A la media noche, pues, vinieron a dar aviso a don Francisco Sandoval, de cómo la iglesia o capilla de la Misericordia estaba de sus puertas un postigo abierto (que por descuido de los sacristanes se había quedado así), y temiendo Sandoval la hubiesen robado fueron allá en compañía de mi padre. Llegaron a la iglesia, hallaron abierta y sin luz. Dijo el prioste a otros que con él iban entrasen que sacasen una vela de cera que estaba en el altar mayor, pero no hubo quien lo ejecutase porque estaba el cuerpo del ajusticiado en la mitad de la capilla. Mi padre, como arriscado andaluz, dijo con arrogancia que él iría por la vela. Entró, y por no tropezar con aquel cuerpo, se arrimó a la pared, llegó al altar mayor, sacó la vela y con ella se volvió   —92→   por la misma pared. Mas, como él mismo contaba después, no sabe si la erró o aquella vanidad que hizo de su valor lo llevó hacia el cuerpo, sobre el cual tropezó y cayó juntando pecho con pecho y cara con cara, y con el golpe le hizo echar al difunto toda la sagrada del vientre por la boca, de que se vio lleno su rostro. Levantándose desasosegado, salió y viendo aquel suceso los que allí estaban quedaron en gran manera admirados, y mi padre decía que del repentino sobresalto le sobrevino alguna calentura que lo tuvo descompuesto tres días, por donde se advertirá claramente lo frágil, miserable y apocado que en semejantes casos se demuestran las más robustas y varoniles fuerzas pues un asomo, una pequeña sombra con cosa de la otra vida atemorizó y encadenó el valor de un mozo que a la verdad (hablando desapasionadamente) fue de muy experimentado esfuerzo y valeroso ánimo, según me contaban varias personas.

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Diego de Ocaña. Virgen de Guadalupe, detalle. Capilla de Guadalupe, Sucre.

 
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Otra aventura de mi padre en el cementerio

En este mismo año le sucedió otro caso que también lo trajo a punto de morir, pues fue causa de un grave accidente que le dio, y fue que como ordinariamente paseaba de noche (motivo que experimentase notables fracasos) bajaba por la calle de la Compañía de Jesús con espada y broquel, y pasando el cementerio sintió a sus espaldas ruido de pasos. Volvió el rostro por ver quién le seguía, y no vio a nadie. Prosiguió su camino, y llegando a una cuadra más abajo tornó a sentir los pasos. Entonces, como tampoco viese quién los daba entró con más cuidado, llegó a un puentecillo de un arroyo que más abajo estaba, y allí sintió con mayor ruido los pasos. Revolvió con ira con espada en la mano, cuando de improviso vio un bulto de hombre que con sus armas le acometía pareciéndole que le embestía toda la espada, mas desapareciendo aquel bulto cayó en el suelo, comenzó a echar mucha sangre por las narices y volviendo al cabo de gran rato en sí se fue a su casa, y con esto dejó de ejecutar cierta acción a que iba, que según era de mal emprendida fuera para toda su casa de mucho descrédito, pues injustamente (por sólo un mal informe) iba contra un buen eclesiástico. Sobre esto le dio un gran accidente, permitiéndolo así Dios para que se sosegase y reconociese la verdad, como lo hizo.

De todo soy testigo:

Pero no tiene que ver la tiranía de los lacedemonios con la de los españoles en estos reinos, porque si aquellos no consentían que ninguno de su nación sirviese a otro que a su padre, acá por 10 pesos que dan a un pobre indio (casi por fuerza, o a lo menos por engaños y promesas) le quitan un hijo, no sólo para que sirva al dueño que da el dinero sino muchas veces para que sirva a la negra esclava de donde es una lastima ver a una muchacha doncella de 12 ó 14 años (más o menos) hermosa y en todo agraciada sirviendo en pie, casi desnuda, a un etíope feo y horrible con tanta humildad, maltratada con terribles azotes y palos.

Mejor les estuviera a los desventurados indios que vienen al entero de la mita darse por esclavos propios y perpetuos y no que sirviéndoles (por vía de tributo) personalmente perecen muchas veces de hambre porque no tienen obligación de darles de comer y de caridad no lo hacen; y aunque por cédulas y provisiones reales se les señaló cierta ración en dinero, es cosa corta, y algunos perversos (que no se les puede dar el nombre de caballeros) no les pagan la ración ni trabajo.

De todo soy testigo; y cuando la verdad les pareciere mal me mordieren como perros rabiosos, allá lo verán ante Dios el día de la cuenta que de esto les pidiere; allá lo verán azogueros, corregidores y todos los españoles y peruanos que obraren tiránicamente con los pobres indios; allá verán el paradero que tiene la desobediencia de tantas cédulas como desde los católicos Reyes se han remitido por sus majestades hasta el tiempo que esto se escribe, tan en favor de estos pobres naturales que no sé qué más pudiera hacer un padre con sus hijos: en todas ellas (que son muchísimas) los seis monarcas que hasta el señor Carlos II, que de Dios goce, han sido reyes de estas Indias, encargan particularmente a sus ministros por el buen tratamiento de sus naturales, y que hagan ejecutar lo ordenado y mandado en dichas cédulas; pero todo es al contrario, si no en lo general, mucho en particular. Porque, ¿quién no sabe la fuerza del interés, quién no el valor del poder? Todo lo acomete la ira, a todo se rinde la codicia. Porque los presentes ricos, aun en las casas de los príncipes y ministros que gobiernan perdonan pasados agravios, pues no hay puerta tan cerrada que no se deje abrir con llave de oro.

La monstruosa riqueza que de este mineral se sacó en el tiempo de poco menos de 10 años que duró, se verá muy cumplidamente en la historia que con título de «Nueva y general población del Perú» espero sacar a luz si Dios fuese servido de ello, por tenerla ya principiada; y asimismo se verá quiénes, cuándo y cómo descubrieron cada uno de los minerales; las innumerables barras de plata que de ellos se han sacado; el menoscabo y ruina que han tenido por el derramamiento de cristiana sangre; injusticias, atrocidades, maltratamiento y poca satisfacción del trabajo personal de los indios.

El efecto que me hizo la coca

Es cosa tan acertada entre los indios (y aun bien recibida ya entre españoles mineros) el que no hayan de entrar en las minas sin poner esta yerba en la boca (que ellos llaman acullicar) que tienen por abusión de que se perderá la riqueza del metal si así no lo hacen. Siendo yo de sólo 10 años de edad me hallé en el mineral de Vilacota (que dista de esta Villa 50 leguas), y queriendo un día entrar a la labor principal me lo impidieron los indios diciendo que no podía entrar sin tomar aquella yerba en la boca. Yo repugnaba y ellos porfiaban, hasta que el español minero me previno la   —94→   abusión de los indios y por tanto que no entrase o que acullicase la yerba. Vine a tomarla por dar gusto al dueño, que me enviaba a asistir en el crucero donde tenían porción de metal rico, porque no lo hurtasen los indios. Al punto que puse dos hojas en la boca, me puso la lengua a mi parecer tan gorda que no me cabía en ella, y tan áspera y abrasada que no pudiendo sufrirla le dije al minero que tenía por imposible el poder entrar con los efectos que en mí había obrado la coca. Burlose conmigo y díome un pedacillo de masa o tablilla negra diciendo que aquello se llamaba azúcar y que tomándola junto con la coca se me quitarían los malos efectos que me había causado. Toméla en la boca, y cuando entendí ser lo que decía aseguro que no experimenté cosa más amarga en mi vida, tanto que arrojé la tal azúcar juntamente con la yerba que tenía en la boca, y tras ello también arrojara las entrañas si no me sosegara. Luego entendí que aquella tablilla la llamaban llipta, y que de ceniza y otras semillas y raíces agrias quemadas hacían el efecto y amoldándolo quedan en tablillas de una tercia, y así las venden para tomarla los indios junto con la coca. Finalmente yo tomé un pedazo de pan después de lavarme muy bien la boca, y con él me entré a la mina sin que por esto se perdiese la riqueza que Dios había puesto en el metal…

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«San Juan Evangelista». Melchor Pérez de Holguín. Museo Nacional de Arte, La Paz.

 
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Lo que me pasó en un socavón

Se le apagó al pobre Sebastián la vela que traía y quedó dentro de aquel terrible laberinto lleno de angustias, porque mal prevenido se halló allí sin yesca, eslabón ni pedernal para sacar fuego, prevención con que todo español entra a las profundas minas para el remedio de semejantes casos, como nos sucedió a mí y a Bartolomé Cotamito, minero mayor del maestre de campo Antonio López de Quiroga, en el gran socavón llamado también de Cotamito de las labores antiguas en la veta descuidadora.

…Habíale yo pedido a este minero me acompañase y mostrase algunas minas de este socavón, y particularmente por la que salió el agua cuando el año de 1701 se desaguó gran parte de aquella labor que la cubría, como en su lugar diré más largamente. Concediómelo el bueno de Bartolomé Cotamito encargándome el cuidado en los pies, manos y ojos, que todo es necesario para poder caminar por las minas de este cerro, y entramos al socavón por una espaciosa escalera hecha a punta de barretas, muy dilatada, y luego fuimos discurriendo por varios suyos, con tanta fatiga mía que en mi interior maldecía mi curiosidad pues unas veces caminábamos a pique, otras valiéndonos de los brazos y pies para subir a otros pasadizos y barbacoas en que él estaba tan diestro en caminar cuando yo me mostraba con tanto temor que me parecía a cada paso llegaba al último de mi vida. Pasos había tan estrechos que era necesario arrastrarse y siempre con el cuidado de que no se me apagase la luz.

Luego se me ofreció un paso formado en el aire de callapos (que son unos palos de madera fuerte para fabricar barbacoas y escalas, por donde se camina en partes de una profunda mina) y por ellos quiso el minador que pasase (por fatigarme, como después lo dijo), que en realidad todo lo andado y penoso de hasta allí habían sido caminos de flores en comparación del que se me ofrecía pasar. Sería la distancia de aquel terrible paso como de hasta 25 varas, puestos los callapos de una a otra caja y apartados unos de otros tres cuartas; debajo estaba una laguna de agua, siendo tanta altura desde los callapos a ella que apenas podía alcanzarla con la vista. Díjele al minero que se me hacía dificultoso el poder pasar por aquellos palos porque temía el caer, y que no sólo perdería la vida mas también el que nunca se hallaría forma para sacar mi cuerpo. «Así es», dijo el minero, «pero pues habéis entrado hasta aquí sin mostraros medroso ni flojo, no dudo que pasaréis bien por estos callapos, aunque os advierto que el décimo de estos palos, contando desde este primero, está quebrado por la mitad y así es necesario pisar solamente en los cantos que están metidos en las cajas», para que se vea el alivio que se le daba a quien pensaba perder allí la vida, sin la añadidura que nuevamente le representaba, pero ¿qué no atropella el punto vano, y más cuando me había lisonjeado primero?

Llamando, pues, muy de veras a Dios con el corazón, comencé a seguirlo, que allí andábamos iguales, sin mostrarse el uno más cursado que el otro, y faltando ya como cuatro callapos para pisar en tierra se le apagó la vela al minero. Detúvose y pidíome apresurase los pasos y le participase de la luz que yo llevaba hasta salir de los callapos para encender la suya. Hícelo así, y al tiempo se me apagó también la luz y quedamos entrambos en aquellas espantosas tinieblas. Afligiose el minero porque con el seguro de que llevábamos dos luces no trajo provisiones de sacar fuego, y díjome que no había otro remedio sino sólo esperar la noche, en que forzosamente había de pasar por allí el minero menor a un frontón que estaba algo distante de aquel puesto. Así nos estuvimos con grande cuidado suyo y bastante pena mía, porque siendo las 9 del día en este punto (según bien discurro) el minero llegaría a este paso a las 8 de la noche, que a mí me pareció haber estado allí más de dos días. Encendimos pues, nuestras velas y tratamos de salir por otra boca, harto distante de la que entramos por el mucho rodeo que seguimos y no sin falta de peligrosos pasos.

Habiendo, pues, yo experimentado la angustia ocasionada de apagárseme la luz, considero la que le sobrevendría a Sebastián del Canto a quien dejamos lleno de temor y aflicción cuando tropezando y cayendo se le apagó la vela que llevaba y quedó sin esperanza de remedio, no como nosotros lo tuvimos, porque el pobre hombre no sabía dónde estaba ni presumía que por allí hubiese de pasar nadie.

Me hallo bastantemente descaecido…

Llegado he al 10.º y último libro de esta dilatada historia, en donde pretendo asentarme porque sobre haber sido tan corto el vuelo de mi pluma en todos los nueve libros antecedentes me hallo ya bastantemente descaecido,   —95→   falto de elocuencia para adorno de mis voces, siempre desalentadas, sin más excelencia que la claridad de estilo y la verdad con que hasta aquí he llegado. Por esto, pues, he tenido grandísimo deseo de poner fin a este mi trabajo con el último libro de esta Historia, aunque con el grave peligro a que se ponen los que gastan su tiempo en escribir cosas que todos las han visto pasar, si bien este mismo reparo me hará ser breve y sucinto en la narración de las cosas que sucedieron en esta memorable Villa de Potosí en los pocos años que me faltan de escribir hasta llegar con el divino favor a los últimos de esta historia. Y si las cosas presentes tengo de escribir para los que las vieron pasar, el trabajo a mi parecer es bien excusado, y si se escriben para dar noticias de ellas a los que después han de nacer en el mundo no hay para qué publicarlas hasta que ellos nazcan. De suerte que entonces será sano el consejo de Horacio de tenerlas por nueve años y aun por muchos más. En cualquier cosa que hombre haya escrito es bien no precipitar la publicación sin irse con el espacio necesario, y mucho más en los que escriben historia pues tratan de las vidas y hechos de los soberanos del mundo, que con ellos no se puede tratar esta materia sin notable peligro, porque si uno fríamente alaba sus cosas buenas lo culpan de corto y remiso, y si en las cosas feas y abominables quiere decir verdad haciendo fielmente su oficio, desdichado de él y de sus escritos.

Y pues lo que yo de aquí adelante tengo de decir es todo casi cosas muy sabidas y que las han sucedido en personas que viven, o que ha tan poco que murieron que viven por ellas sus hijos y deudos, razón será estrechar el estilo en la narración de ellas, remitiendo el extenderlas para el que quisiere suplir mis faltas tomando otro trabajo semejante al mío, que no le enviaré nada, antes quedaré contento de verme corregido. Referiré, pues solamente (con brevedad) la verdad de lo que ha sucedido, sin dilatarlo, y con este presupuesto pasemos adelante pidiendo encarecidamente a las personas vivas de quien alguna cosa escribiere que no sea loable, quieran perdonar la claridad y verdad de mi pluma, pues no puedo hacer otra cosa: si bien harto he disimulado en lo hasta aquí escrito innumerables defectos de muchas personas a quienes se les debe atención, he excusado muchas deslealtades y traiciones de ministros reales que no he declarado, y de esta manera habré de proseguir en lo restante porque no sean tan aborrecibles mis escritos.

Condenar a muerte al escritor

Digo esto con bastante experiencia de un cierto juez y cabeza de esta Villa, que no ha muchos meses que teniendo noticia de que mi pluma se ocupaba en escribir claramente ciertos daños hechos a unos pobres por quitarles el poco dinero que tenían, me envió a llamar con un deudo suyo, y entendiendo yo para lo que podía ser me excusé de ir a su llamado. Indignose el pariente declarándose, y teniendo por gravísimo delito mis verdades viendo que no quería yo ir se fue a traer a algunos criados del juez para que me llevasen preso, y entre tanto escondí todos mis escritos y llevándolos para más seguridad fuera de mi casa y también zafando mi persona. Fue buena diligencia porque luego vino el pariente con el alguacil mayor y escribano, y aunque mi amada mujer se les opuso con palabras muy medidas con todo eso no pudo excusar el que buscasen mis escritos, que como no los hallasen volvieron dejándome muchas amenazas. Por esto decía el otro que no se podía escribir sin peligro contra quien puede proscribir y condenar a muerte al escritor: no por que en mí o en otro hubiese de suceder esto siguiéndolo por justicia, que decir al mal juez que es un ladrón cuando lo es, no por esto haya de tener pena de muerte el que lo dice, sino el que en realidad lo es, salvo la violencia en que se cometen millares de injusticias.

Un dragón rodeado de diversas nubecillas

El día 5 de enero del año 1696 entre las 10 y 11 de la noche, estando ésta bien clara y serena (aunque era en el rigor de las aguas), se vio en el cielo a la parte del sur un lucidísimo globo de fuego que caminando con espacio se puso perpendicularmente sobre la punta del cerro Potosí, y luego con algún ruido se fue a poner sobre los cerros de Caricari al oriente de esta Villa, adonde se perdió dejando una pequeña nube que casi formaba un dragón rodeado de diversas nubecillas rojas, amarillas y blancas, materia al vulgo y a los que se fingían astrólogos (que eran de la Europa) de varias quimeras y diferentes juicios, aprobados algunas veces más con los sucesos que con la verdad de la ciencia, aun de los que realmente la profesan.

Hallábame yo en el valle de Ulti (12 leguas de esta Villa) con dos hacendados de allí cerca, y con el alboroto causado de los indios en las casas acudimos a sus voces y vimos pasar de occidente a oriente, no un globo sino un gran fuego prolongado que se encaminaba al parecer a la ciudad de La Plata, casi a la misma hora que se vio el globo en esta Villa de Potosí, todo lo cual dio harto que pensar y que temer. Yo pienso que a todas estas cosas y sus semejantes (y asimismo tanta variedad de cometas que vemos) más propiamente las debemos llamar y tener por avisos del cielo (para que los hombres que están olvidados de Dios tomen mejor acuerdo procurando desenojarle por medio de la penitencia, para que trueque su justicia rigurosa en misericordia piadosa) más que señales ciertas de tan tristes sucesos como ordinariamente los astrólogos y los que no lo son nos pronostican.

Milagro de la Virgen de la Candelaria

Pablo Huancaní, natural de esta Villa, compadre mío y de más de 60 años de edad, indio de buen entendimiento y ladino, siendo de sólo 25 de ocasión (según consta de su declaración) estando trabajando en una de las minas de Don Gaspar de Arcibia y saliendo   —96→   de ella cargado con un costal de metal por encima de unos callapos (que ya he dicho en otra qué son y el modo con que están puestos y para qué) se quebró uno de ellos donde pisaba, y como estos palos estaban a manera de escalera al aire, metidos en uno y otro lado, vino rodando por ellos más de 12 estados. Tras de este Pablo venía otro indio con la misma carga de metal, y al punto que vio romperse el palo y que comenzaba a caer con tanta velocidad levantó la voz y dijo en su lengua: «Virgen santísima de la Candelaria de San Pedro, liberad a Pablo que se mata» que oído por el invocó también a esta soberana Señora, y en un momento después de haber rodado aquel trecho quedó colgado milagrosamente de la barba en uno de aquellos palos, y detenido por las espaldas con el costal de metal en otro, que a caer se ahogaba sin remedio humano en alguna agua que muy abajo le esperaba, en donde jamás pareciera su cuerpo.

El indio compañero bajó tras él con el preciso tiento por aquella escalera, por ver si vivo o muerto llegaba a la tierra (no al agua) y cuando lo vio así colgado, dando mayores voces lo llamó de su nombre, y como no le respondiese entendió estar muerto, y a la verdad casi estaba ahogado con el peso de su cuerpo. Estando suspenso oyó que en voz baja le decía que le ayudase a salir de aquel peligro, que la madre de Dios de la Candelaria de San Pedro, a quien había llamado, le daría fuerzas. Hízolo así, y cuando ya había asegurado medio cuerpo, se quebraron los cueros con que estaba atado el costal a sus pechos (como usan todos los indios para valerse de las manos en ocasiones que se les ofrecen). Quebrados los cueros, al punto cayó el costal a aquella profundidad donde estaba el agua, por donde también se entendió que milagrosamente no se rompieron antes, que a ser así hubiera caído y perecido. Salieron afuera entrambos indios y dando a Dios y a su madre las debidas gracias refirieron no sin falta de lágrimas a los mineros el suceso, declarando cómo por haber invocado en su favor a la madre de Dios de la Candelaria de San Pedro se había librado de tan gran peligro. El indio Pablo Huancaní para perpetua memoria de este milagro permitió Dios que quedase con el pescuezo algo tuerto, que fue de cuando quedó colgado, continuando siempre las memorias de este suceso para que todos cuantos lo oyen engrandezcan las piedades de esta divina Señora que no se olvida de los más desventurados.

Curas Pobres

Testigos son los cielos a quienes clamaban los clérigos pobres, y entre los hombres yo uno de ellos, pues hubo clérigo tan fatigado de pobreza que de dos razonables camisas que tenía vendió la una para juntar el dinero; otros vendieron sus sábanas, sotanas, manteo y pobres alhajas. Un día me llamó un pobre sacerdote cargado de vejez y enfermo, y me dijo descolgase su pabellón y lo fuese a vender para este diezmo, siendo así que sus capellanías por estar arruinadas no le daban al año 10 pesos. Húbelo de hacer como me lo pidió y el pobre clérigo se quedó sin tener con que cubrirse de frío, con grande dolor de mi alma. Claro es que su señoría ilustrísima no veía nada de esto, que no dejara de rompérsele sus piadosas entrañas al ver estas lástimas, y el señor doctor don Fernando de Arango y Queipo, su sobrino, visitador de este arzobispado, que andaba recogiendo esta contribución, no atendía a estas lástimas, que no todos tienen conmiseración de los pobres. Pocos años antes fue el señor doctor don Fernando uno de los tres curas de la Matriz de esta Imperial Villa en donde se hizo de toda ella muy estimable por sus muchas prendas que siempre lo engrandecieron; fue cura de ella poco tiempo pues luego permutó con el doctor don José Faustino de Echeguivel, natural de esta Villa, y se fue a la ciudad de la Plata a mantener otros puestos de aquella iglesia metropolitana, muy dignos de su persona a quien esperan más altas dignidades. (1703)

Prisión de Don Juan de Soliz

En los principios del mes de agosto de este año sucedió la prisión de don Juan de Soliz y Ulloa, noble vecino de esta Imperial Villa y tronco de su dilatada familia, que causó mucho desasosiego así a ella como a los jueces que intervinieron en su prisión, la cual declararé brevemente sin que se entienda que por la estrecha amistad que con este caballero y su casa he tenido lo digo por adular ni por ganar la gracia de nadie (que la de Dios es la que me importa) sino por dar a cada uno lo que se les debe y decir claramente lo mal que obran algunos ministros cuando les falta la prudencia y les sobra la pasión, conque servirá de ejemplo pues para ello se escriben estos libros.

Viaje a La Plata

Grave delito es perder el respeto al juez y maldad exacrerable ponerle las manos. El juez o cualquier otro señor bueno se ha de amar, el malo se ha de sufrir. Consiente Dios el tirano y mal superior siendo quien le puede castigar y deponer, ¿y no le consentirá el súbdito que debe obedecerle? No necesita el brazo de Dios de nuestras armas para sus castigos ni de nuestras manos para sus venganzas.

Armado, pues, don Juan de toda paciencia, al punto que el alcalde lo trataba tan descomedidamente salió el justicia mayor de su sala y allí llevó a don Juan, y llamando al general don Juan Antonio Trelles, caballero de la orden de Santiago, que a la sazón estaba en la plaza, y temiendo el justicia mayor algún daño trataron con el general don Juan Antonio de componerlos, como se hizo entre el alcalde y don Juan de Soliz, satisfaciéndose de palabras el uno al otro aunque para un agravio tan injusto no pudo tener tal satisfacción don Juan, y así disimulando su sentimiento se fue a su casa acompañándole mucha nobleza con el general don Juan Antonio. Alborotose la Villa, y los hijos, criados y amigos alentaban a don Juan a la satisfacción con tanto ardimiento que a faltarle a este caballero la prudencia condescendiendo a   —97→   ello, se perdiera el pueblo. Por esto, pues se determinó a seguir su causa por justicia y partió a la ciudad de la Plata al efecto, y quise acompañarlo por el amor que le debí. (1703)

El precio del papel

Las primeras manos de papel que entonces compré para comenzar a escribir esta Historia fue a tres pesos cada una, habiendo antes de emprenderla comprádola por seis reales. (1707)

Presunción de asesinato

Viernes 28 de febrero amaneció de novedad el escandaloso suceso de la muerte de Nicolás Fernández Román metido en un pozo de su casa. Había pocos meses (que no pasaron de cinco) que se había casado con Doña María Benítez, viuda, y él también había enviudado no mucho antes llevándose Dios a su noble cuanto virtuosa mujer que lo fue doña Nicolasa de Arregui. Hubo presuntas de haberlo muerto su mujer y por esto la justicia la prendió a ella, a un niño y a los criados, y para averiguar y sacar en limpio la verdad envió médicos a que recogiesen si era muerte natural o haberse ahogado en el pozo o dádosela violentamente.

Hallábase a esta sazón en esta Villa Francisco de la Peña, cirujano francés, el cual vino en uno de los navíos de aquel reino que trajo ropa. Éste hizo anatomía del cuerpo y declaró ante el juez que no estaba ahogado con agua sino de otro modo, y finalmente que lo habían muerto cruelmente. Los otros médicos declararon equivocadamente, y el general don Tomas Chacón aunque prosiguió con ella cargándole de este delito a Doña María Benítez, su mujer, y que también decía el pueblo haberle robado cuanto tenía, no fue con la rectitud que las evidencias del caso requerían, antes sin pasar a otras demostraciones se hizo a la parte de la viuda y sus padres y valederos que afirmaban haberse caído en el pozo y ahogádose: esto es que lo hallaron parado (por ser el pozo angostísimo) y la cabeza seca, fuera de que el cirujano francés declaró lo contrario, por lo cual después no sólo no pagaron su anatomía sino que lo quisieron matar los parientes, de que llevó harto que contar y que admirar de las injusticias y maldades que por acá se usan cuando se fue de esta Villa.

Pero en cuanto al hecho de esta mujer no me maravillo yo, siendo así que por la amistad que en vida de Nicolás Fernández tuve con él vi y reconocí el amor que ella le tuvo antes y después de casarse, porque las mujeres son movibles e inconstantes y sin ninguna firmeza en sus hechos. Esto en mayor parte, pues hay algunas que realmente se halla en ellas todo lo contrario y con su bondad acreditan su sexo, aunque en las más es todo inconstancia, y tanto que cuando con mayor afición y voluntad las vieren puestas en algunas cosa, se ha de pensar y tener por averiguado que se mudarán más presto que las hojas suelen moverse en los árboles, y que poco viento basta para llevarlas adonde quisiere, y así lo dicen muchos autores que escriben de ellas, y Salomón las compara al mismo viento en su mudanzas, y el otro filósofo dijo que la mujer nunca era buena sino una vez en la vida, y que ésta era la hora que se moría y que era mejor cuanto más presto se muriese, y con estas palabras consolaba un amigo a otro porque su mujer se le había muerto. (1710)

Contrabando de plata a Buenos Aires

En virtud, pues, de aquellas cédulas, el señor presidente después de publicarlas publicó también su bando diciendo que cualquier persona que denunciase de aquellos que recogían, rescataban, sacaban, llevaban y contrataban en los puertos con los franceses le premiaría conforme a su calidad, y al esclavo daría libertad y al delincuente perdón. Cuando yo oí estas cédulas y bando del presidente, cesaron del todo algunos cuidados en que me habían puesto ciertas amenazas de los aduladores de ciertos ministros poderosos por cuya mano sabía yo (y era público en esta Villa) haber enviado a Buenos Aires más de seis millones en marcos de plata sin labrar, los cuales se perdieron en los navíos que vinieron a cargo de don Carlos Gallo, que los hubieron los portugueses y con ellos hicieron guerra a nuestro rey Felipe V, como en su lugar queda dicho. Fue notable aquel atrevimiento de los de España, pues en una de las casas de los barrios de la parroquia de San Pedro fundieron muchísimos millares de marcos de plata para enviarla disfrazadamente a Buenos Aires, y requemaron gran número de piñas para lo mismo, que pasaría de un millón su monto, y muchos quedaron muy aprovechados de los granos de plata que quedaron entre las escorias y el carbón. (1710)

Ésta es la vida

Así sucedió, pues, el día de San Juan estando los buenos haciendo las rogativas de nuestra Señora del Rosario, que como llevo dicho se comenzó a 22 de Junio. Se juntaron en cierta casa a celebrar el día de cierta mujer forastera 11 hombres y nueve mujeres, se pusieron aquella noche a bailar aquel maldito son que en idioma de los indios se llama Caymari vida, que es el estribillo, y en el castellano es lo mismo que decir «ésta es la vida, éste es el gusto», muy semejantes a la Chacona de España y a su zarabanda tan celebrada de la juventud vulgar. Siendo, pues, las 10 de la noche y habiendo precedido varias deshonestidades, cantan unos y bailan otros con aquel estribillo de «Ésta es la vida», cuando se oyó una voz muy sonora y espantable que por detrás de la cama salía, que dijo: «No es sino muerte».

Al punto se llenaron de horror todos aquellos hombres y mujeres, y como si fuera una saeta para cada uno quedaron heridos del accidente, menos cierta doncella que con más acuerdo que todos aquellos lascivos se levantó del estrado que en lo más retirado de él estaba y arrojándose a los pies de una imagen de Nuestra Señora de la Concepción dijo a   —98→   voces: «Virgen Santísima, deléos de mí que yo no vine aquí por mi voluntad sino que ésta mi tía me trajo por fuerza», y añadiendo otros tiernos ruegos y prometiendo servirla y servir a Dios se libró sin duda por intercesión de Nuestras Señora y por su inocencia. Las demás y todos los hombres yéndose a sus casas murieron dentro de ocho días, aunque también escapó de tres recaídas una mujer casada que entre las otras estaba. Dos de los hombres con quienes yo tenía amistad, cuando fui a verlos me refirieron el suceso, y habiéndoles dicho que pudiera ser voz humana de alguna de aquella junta que por burlarse lo hiciese y la aprensión obrase el efecto dijeron que para el paso en que estaban, pues morían sin remedio, me aseguraban ser la voz sobrenatural, porque los más alentados lo examinaron con luces y no hallaron quien la pudiese haber dado sino la justicia divina. (1719)

Sigue la peste

De la arriesgada siempre juventud hubo notables circunstancias, pues uno estando muy al cabo con la epidemia dijo que veía a la muerte toda huesos sentada en un rincón de su cuarto y que le apuntaba con el dedo una hoguera de fuego que también veía, y diciendo esto acabó la vida. Otro mancebo español que siempre se ocupó en lascivias y deshonestidades dijo que veía cuatro horribles visiones con desmesuradas cabezas, y le amenazaban, se le aparejaba un horno de fuego espantoso que allí estaba para echarlo en él luego que expirase, y al decir esto murió. Una moza mestiza que con su hermosura acarreaba para sí y para otros muchas ofensas de Dios, dijo que los demonios estaban presentes despedazando a fulano y que lo metían ya en una de las calderas de plomo derretido que allí estaban, y que en la otra la amenazaban la habían de echar a ella y dando un grito espantable murió estando yo allí presente ayudándola y exhortándola al arrepentimiento. Otro a quien ayudaba un religioso a morir, estando yo también presente, dijo que para él no había salvación pues siempre había servido al diablo y que allá se iba a los infiernos, y así expiró, quedando con tal espantable rostro que apenas me esforcé a bajar su cuerpo de la cama. (1719)

He carecido de la lengua latina

De todos estos escritos y relaciones he procurado ayudarme, tomando de cada una lo cierto y averiguado. Y si me hicieren el encargo que a Virgilio, padre de la poesía, hicieron, de haberme aprovechado de trabajos ajenos, responderé docta y agudamente, por ser suya la respuesta: «De grandes varones es sacarle a Hércules la maza de su mano». Mas con toda esta ayuda digo que mostrándose el asunto bastantemente arduo, confieso haber desmayado en medio de él por ser las tinieblas donde anduve de varias maneras muy confusas, los senderos poco trillados, que harta dificultad es renovar lo antiguo postrado, buscar la luz a lo oscuro y dar hermosura a lo desfigurado. Mas aminoraré el dicho del poeta Menandro: «No desespere quien pretende: todo lo consigue la perseverancia»; porque, acabado, nunca del todo satisfizo el ingenio del deseo.

Pero ¿qué pluma, qué imaginación, qué entendimiento, qué sutileza podrá explicar cumplidamente la gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del cerro de Potosí; la máquina de millones de plata que ha dado de quintos a sus católicos monarcas; las grandezas de su nombrada Villa; la caridad y liberalidad de sus moradores; la fe y veneración que tienen al culto divino; y asimismo los piadosos castigos de la mano de Dios que ha experimentado por sus culpas, ocasionados si más de la riqueza de sus habitadores y sobra de corporales bienes, también efectos del dominio riguroso de sus estrellas a que con el libre albedrío pudieran oponerse?

Mas ya que cumplir con todo a nadie se concede, y como dice Aristóteles «si no puedes hacer lo que deseas, desea lo que hacer se puede», he procurado con no pequeña fatiga y asistencia de los bienes en tanto número como se verá en el discurso de la historia citando sus autores, pues sin los cuatro arriba mencionados, pasan de 36 los que han escrito varios casos, grandezas y otras particularidades de esta Villa, entrando en este número 14 cronistas del Perú, fuera de varias relaciones, noticias, archivos y otros papeles manuscritos que ha diligenciado mi curiosidad sacando de la flaqueza fuerzas, de la cobardía corazón, del temor aliento y del peligro ánimo, por pagar en parte lo que debo a lo glorioso de tan buen empleo, y ser el primero, aunque también ofrezco segundo, pues al mismo costo tengo en principios otra intitulada «Nueva y general población del Perú», que sacaré a luz después de ésta si Dios Nuestro Señor fuese servido.

Y en la presente vuelvo a confesarte la verdad, amantísimo lector, que bien conozco mi mal limada prosa y estilo, pues no debo a la gramática lo utilísimo de su empleo, no a la retórica la dulce elocuencia de sus ejercicios, he carecido del estudio de la lengua latina, loable y nunca bien encarecida costumbre de la gente noble, pues granjean con la noticia de ella energía en las palabras, disposición gallarda en ellas, elocuencia en el decir, prontitud en el modo, modestia en la elección y propiedad en las locuciones, partes muy necesarias en los prudentes y eruditos historiadores. Pero careciendo de tamaño bien, me valdré de lo que escribió la divina pluma de Jerónimo al sumo pontífice san Dámaso: «Mejor parecen verdades toscas que mentiras elegantes», siendo imposible ocultarse su luz aunque la procuren oscurecer tenebrosas envidias, por ser clarísimo sol que resuelve cavilosas nubes. Y no tiene necesidad de defensa aunque en el mar de la mentira asalten corsarios del engaño, mostrando entonces mayor fortaleza, siempre de tan gran precio, que preguntando un filósofo a Pitágoras cuál virtud podía hacer al hombre más semejante a dios, respondió: «la verdad».

Ésta, pues, con lo grande de la materia suplirá los defectos de su autor, que siendo por sí tan excelente son sus proezas el ornamento, y ellas mismas encumbran el estilo sin más reparos ni encarecimiento. No obstante, en la narración procuraré hermanar la llaneza del estilo con la verdad de los casos, sin que la   —99→   claridad decline a bajeza ni el cuidado pique en afectación; y todo será para deleite y provecho del ánimo, atendiendo también a que lo narrativo agrade por nuevo, admire por extraño, suspenda por prodigioso, por ejemplar exhorte, si dañoso escarmiente y si imitable provoque a lo bueno, que la historia que se escribe y lo moral que sobre ella se levanta, es bien que la voluntad también se mueva y con la moralidad aborrezca el vicio reprendido y ame la virtud alabada, y todo junto le ayuden a temer a Dios y servirle y ganar el cielo. Y no siendo menos importante la circunstancia del tiempo, he procurado señalarle poniendo el día y el mes en el cuerpo de la historia, y el año en el margen, con lo difícil que trae consigo el orden de escribir no pudiéndolo decir todos juntos.

Mueren los niños de pecho

La mayor y más incomparable lástima que en este estrago rompió los corazones de dolor fue más de 800 criaturas de pecho que quedaron sin sus madres, y andaban las piadosas mujeres de casa en casa con ellas buscando otras que por estar criando tenían leche para que se alimentasen, oh qué dolor, que llevando yo por mis manos una de ellas a cierta señora noble y piadosa, hallé que estaba con cuatro criaturas, las dos españolitas y las otras indiecitas dándoles una por una sus piadosos pechos. Calló mi boca al verla así pero las lágrimas de mis ojos la hablaron, que entendiéndome su piedad pidió esta quinta criatura y le dio sus pechos, y aun por saber que era hija de nobles padres aunque pobres se la detuvo y se la está criando. No se hallaban amas, que todas perecían, y si llegaban a sanar carecían totalmente de leche. Multitud de huérfanos quedaron desde un año hasta 12, y eran más dichosos los que a un mismo punto morían con sus madres, que fueron muchísimos. (1719)

Una hija desacatada

Muchos de los vivos en esta peste se quedaron con los bienes y alhajas de los muertos, y los enterraban a poco costo o echaban a la Misericordia sin una mortaja; pero también a muchos de éstos les quitó la vida la peste, y lo mismo que ellos hicieron con unos, otros siguieron el mismo rumbo. «A río revuelto ganancia de pescadores», dice el refrán, y así se vio en esta ocasión, que por varios caminos hubo muchos pescadores. Y finalmente, en tan grande mal y tan general como fue, sólo a los señores curas de españoles, de indios y de negros les estuvo bien con tantos entierros, y de la misma manera a los sacristanes y fabriqueros. Pasemos adelante.

Cierta hija doncella a quien su padre había hecho enseñar el tañer varios instrumentos y danzar y otras gracias, sucedió que cayó enfermo su padre antes de la peste, y estando ya acabando, cuando debiera compungirse aunque no fuera su hija, ésta se entretuvo en tañer un arpa, cantar y danzar con grave escándalo de los que la veían. Muerto su padre, dijo que no se pondría luto porque no se lo había dejado, aunque la madre se lo dio y puso. Perdiose la desdichada después de su muerte, y en nueve meses de sensualidad escandalosa adquirió dos ricas galas, perlas y otras alhajas. Todo lo prevenía para echar el luto, como si no fueran más negras las galas adquiridas tan a costa de su alma. A los nueve meses después de fallecido su padre, la tomó la peste y cargó con ella y con su madre, y así otros cargaron con todas las alhajas, y si esta desacatada hija dijo no tenía luto para ponerse por su padre, no quiso Dios se pusiese las galas por quitarse el que quizás por la fuerza se puso.

La prisa que da el vicio de lascivia maña es del que quiere viciarse para que con brevedad se ponga en obra, porque las cosas que son fuera de razón si dejaran sosiego para considerarlas no se hicieran: mientras no se hacen se están haciendo con ansia; mientras se ejecutan se están con desabrimientos. Las obras de la virtud no fatigan antes de ejecutarse: la virtud no tiene enemigos; como llega el corazón descansado a ellas, las hace sin cansancio. Yo conocí y comuniqué a esta mujer cuando gozaba el sosiego de su doncellez y sólo pretendía virtud, y cuando lasciva, ni para su divertimiento propio tenía quietud. (1719)

Segunda parte

Con guerras y derramamiento de sangre comencé, proseguí y aun acabé mi primer tomo, y con disturbios, rencores, enemistades y particulares pendencias, sin faltar sanguinolento derramamiento, daré principio a este segundo tomo, con otras calamidades y pobreza que se experimenta en esta abrumada Villa con tan notables trabajos. En mi primera parte se mezclaron incomparables riquezas e indecibles grandezas con lamentables sucesos, civiles guerras y muertes lastimosas, pero en esta segunda sólo se dará principio refiriendo males y desventuras sin mezcla de felicidades ni aun cortos alivios. (1721)

Concluiré mi nueva obra

La gracia que se puede hacer nunca es bueno retardarla pues quien la espera juzga no la ha de recibir como la ve dilatar tomándose después más como agradecida por eso pues no será bien prometer al que pide lo que al tiempo de darlo si se atraviesa dilación se sienta haberlo ofrecido, que si en el rostro se le descubre el sentimiento al que le ofrece se podrá desobligar al que salió con beneficio. Dos cosas hacen amables a los hombres: docilidad en su proceder y beneficencia en sus obras. Cualquiera recibiendo y de un agrado se confiesa dos veces deudor. Mas si da y con disgusto es adherir al que admite, y para ofensa no le falta sino el nombre, pues lo acredita la acción.

Por no incurrir en lo mismo que abomino, he procurado en la introducción de esta mi segunda parte satisfacer brevemente al deseo que cuatro personas preeminentes, asisten hoy en la corte de esta América Meridional peruana, se muestran con petición tan elocuente como rendida en dos circunstancias, y entrambas en la introducción de cierta historia a que da principio el más insigne   —100→   y erudito entre ellos, y todos cuatro con instancia piden lo primero: la que a costa de no poca fatiga termine otra obra emprendida y segundo empleo de mi corta pluma que tengo intitulada «Nueva y general población del Perú», a la cual tengo en puntos de finalizarla, pues para el complemento sólo espero la demarcación de las provincias de los Mojos, pobladas nuevamente con policías por indios cristianos convertidos a nuestra santa fe por los venerables padres de la Compañía de Jesús. En dicha introducción de aquella su historia que titulada Gobierno Aristocrático y Monárquico del Perú por sus naturales, me favorecen sin atender a mis deméritos, con elogios sublimados por entrambas mis historias. Lo segundo, en la sobredicha introducción me piden un breve resumen de la ya dicha geografía, no por nueva, ni aventajada, ni por propia, pues ni soy cosmógrafo ni he recorrido todas las leguas que comprende este Mundo Nuevo, sino por resumida y bien trabajada en registrar sus autores. Por satisfacer, pues a sus deseos, habiendo prometido la brevedad en el cumplimiento, lo ejecuté puntual, remitiéndoles un tanto de esta misma introducción, con los sucesos de este año de 1721, de la misma manera que en los principios de esta mi segunda parte se ven escritos. Y porque suceder puede que de hoy a mañana corte la mortal guadaña el hilo de nuestras vidas y con ella el hilo de nuestros escritos, bueno será queden memorias en una y otra introducción, si no hemos conformado. (1721)

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Detalle de una pintura de Melchor Pérez Holguín. Museo Nacional de Arte, La Paz.

Fiesta por el Rey Luis Fernando

Púsose en un ángulo de la plaza y dio lugar a que entrase la infantería con su capitán con pica al hombro, vestido de tela rica, sombrero de tres picos, vistosa pluma, grande y riquísima joya en él de finos diamantes, y   —101→   bando al uso. De la misma manera toda su infantería, alférez y oficiales, compuesta mucha parte de la nobleza de España y el resto de la peruana, que con esmero de ricas galas a la francesa e inglesa, de telas, brocados, rasos y paños de Segovia fue de excesivo costo porque todo fue nuevo; y esto digo con experiencia pues don Diego, mi hijo de juvenil edad, quiso entreverarse en tan lucida compañía como tan inclinado a la milicia, y que en cuanto a la destreza de la espada a mí me hace ventaja pues yo no tengo más de naturalista y él naturaleza y arte. Fue dando vuelta a la plaza la cual estaba tan llena de gente que apenas se pudo gozar de tan gallarda y rica vista. Iba tras el capitán la primera fila compuesta de cinco gallardos españoles: altos, airosos, iguales en lo bien dispuestos de sus personas. Éstos eran granaderos, las escopetas a las espaldas pendientes de cintas venecianas, vestidos de paño blanco con ricas guarniciones, y morriones de grana o medias marlotas en las cabezas a modo de las que usan los turcos, con barbas y mostachos postizos; las cuales iban arrojando granadas aparentes que sólo encendían la cuerda, y algunas que de propósito arrojaron sobre la gente reventando sin munición hizo considerable daño y espanto a las mujeres, burla que si de veras matara tantos que no fuera fiesta pues no dejó de derramarse sangre. Al medio llevaba la bandera don Pedro de Langalería con rica gala, joyas y plumas; lo restante de escopeteros, rematando el vistoso escuadrón las picas. (1725)

La doncella virtuosa

Pasadas las oraciones, se acabaron de correr los toros; y como estas fiestas muchas veces motivan ruinas en las almas cuando hay concurrencia de hombres y mujeres, cierta doncella noble y hermosa que con sus padres asistía en un mirador, acabó de concertar sus lascivos amores con un mancebo de España, que hacía muchos días los pretendía, y viéndose tan cercanos en esta asistencia quedaron en que por cierta casa vecina entrase a la media noche hasta su recamara y gozase el fruto que deseaba. La doncella no quiso menos que con palabra de ser su legítimo esposo, y el lascivo lo prometió sin mirar inconvenientes como quien no tenía intensión de cumplirla. Esperaba la doncella la hora con gran cuidado, y como había sido virtuosa, puesta de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora del Rosario, le pidió la perdonase de aquella perdición que esperaba, pues la ejecutaba con el que había de ser su marido. Al punto oyó una voz que a su parecer salía de la parte que entraba a la cuadra de sus padres, que dijo: «Excusa tu ruina, porque ese hombre que dice será tu marido es casado en Cádiz». Quedó atónita la doncella, y dando a Dios las gracias y a Nuestra Señora se fue a recibir al mozo a la parte que le señaló por donde bajase a su casa; hablolo, ya que la esperaba y enfurecida le dijo: «Ah, malvado, si eres casado en Cádiz ¿cómo intentas burlarme? Anda de aquí, y agradece que no te hago hacer mil pedazos con dos criados que tengo». Sin responder palabra se fue de allí, confirmando la verdad sin ningún descargo. Luego que amaneció se fue a la iglesia de la Compañía de Jesús donde la vi llegarse a un confesor y confesarse y comulgar, y al salir de la iglesia me refirió todo el suceso y volvió a repetir la promesa a Dios de nunca ofenderle. El aviso fue sobrenatural. (1725)

La pelea con los franceses

Un día de la Cruz de septiembre me fui a pasar a la capilla que llamaban de los cacchas3, que está ya sobre el rico Cerro donde los tales festejan a la santa cruz. Hallábase allí el indio Agustín a quien saludé, y me hizo mucha cortesía. Estando en esto llegaron a hablarme montados en sus mulas cuatro franceses, mis conocidos, que venían a ver las fiestas de aquellos indios. Agustín con su natural cortesía me puso en las manos un grande vaso de aquel brebaje suyo que llama chicha, pidiéndome con dulzura de palabras bebiese, que vendría fatigado del sol: y a los franceses les dijo que si quisiesen les daría de lo mismo, y si no tomasen de rico vino y aguardiente que allí tenía. Los franceses despreciaron el envite y Agustín, viendo sus desaires, les dijo algunos vituperios; ellos indignados le respondieron diciendo si les parecía que eran de los que le mostraban temor. Entonces el indio tomó el asta de una bandera que por adorno allí estaba, y arremetiendo a los extranjeros rompió la cabeza al uno, y a los tres que con sus espadas le acometieron descargando en ellos y en sus mulas tales golpes los hizo huir. Y yo hice harto en atajar más de 50 de sus compañeros que pugnaban a salir y matarlos a pedradas. Quedaron los franceses tan llenos de espanto que prometieron nunca más ponerse con aquel demonio, como decían. Luego que me despedí me acompañaron algunos hasta la falda del Cerro, porque decía no se vengasen en mi persona, lo cual no hicieran, pero yo quedé muy alegre en verme lejos de aquellos indios. (1725)

La nueva iglesia de San Francisco

Sobremanera grande fue la confianza en Dios Nuestro Señor del muy reverendo padre definidor fray Juan de Burguera, guardián que fue del convento de esta Villa dos veces, una antes de emprender esta obra, en que mandó fabricar el grandioso retablo que vemos que costó 30.000 pesos. Cuando comenzó esta nueva iglesia, conversando yo con su paternidad reverenda le dije, viendo la planta y el dibujo: «Padre guardián, ésta es obra de 200.000 pesos, lo primero; y lo segundo, no veo arquitecto para tal fábrica ni menos los talegos prontos en poder de vuestra paternidad». A lo que con grande sosiego me respondió este prelado   —102→   vizcaíno, a quien todos venerábamos por siervo de Dios: «A lo primero ¿qué me dificulta? Digo que con poco más de 100.000 pesos que yo tuviera dejara para principio y fin de esta obra aunque muriera esta noche, y hallándome sin un maravedí a sólo su divina majestad me atengo». «Eso es querer milagro patente», le dije, y me respondió: «Es así ya en el estado presente, que sólo puede concurrir providencia divina manifiesta, que cierta señora rica me prometió costearía el principio y proseguiría y ahora que me ha visto en el empeño me ha dejado sin acudir ni con medio real. A lo segundo digo que a falta de un arquitecto tengo dos insignes». «¿Cuáles son?» le pregunté, y me respondió muy alegre su paternidad:«Mi padre San Francisco y mi querido hermano San Antonio de Padua». Otras razones añadió de su confianza, con que hube de concederle todo.

Estando juntos con su paternidad bebiendo un mate de yerba, lo llamó un hermano diciendo le esperaba en su celda un caballero. Acudió luego y yo me quedé disponiéndole el mate, y al cabo de una hora volvió lleno de gozo que le brotaba por el rostro y díjele: «Padre guardián, tanto se ha tardado vuestra paternidad muy reverenda que el mate se ha helado y aquí no hay fuego en que calentar el agua». «No importa», dijo, «que la estada me ha valido 4.000 pesos que Dios ha enviado de limosna, y no tenía más de 20 pesos, y al calero se le ha de dar ahora 800 pesos por sus hornadas de cal. Demos gracias al Señor», y así se hizo. En otra ocasión que lo hallé en la obra pensativo, le pregunte qué tenía. Díjome: «Pena grande, porque es hoy sábado y mañana día de pagar 100 peones y cuatro maestros y todos los canteros». «Aquí de Dios, padre guardián, y de su providencia», le dije, «que no ha de faltar». Dentro de un cuarto de hora trajo un mozo de España un papelito en respuesta de otro en que a un ministro de la hacienda real le había pedido prestados unos pesos para el efecto. Leyó el papelito, y decía: «Espéreme a las oraciones, padre guardián, que iré a entregarle 3.000 pesos que de Lipes envía un devoto y pide lo encomiende a Dios», etc. Levantó su paternidad al cielo los ojos y rindió al Señor las gracias. Llegose un día a su paternidad el reverendo padre fray Lorenzo Aveitúa que cuidaba de la obra y pidiole 30 pesos para el calero porque decía si no se los daban allí luego no iría a sacar la hornada. El padre guardián le dijo no tenía ni un real, que Dios los daría, que esperase un poco. Oyolo un mozo mercader, y dijo: «No se aflija vuestra paternidad que yo voy a traer 200 pesos que los tengo dedicados para ayuda de esta obra»; y así lo ejecutó.

A este modo me refirió su paternidad otras providencias mientras vivió. Después que pasó a la gloria este siervo del Señor, el muy reverendo padre fray Juan de Arrieta, peruano de esta Villa y dos veces guardián en este su convento, prosiguió con la obra y me refirió con grandes ponderaciones los portentos que Dios continuaba en ella, que en dos meses solos recibió de unos caballeros y azogueros 6.000 pesos, y en otras limosnas muy considerables. Los portentos que durante la obra se vieron quedan dichos en mi primera parte. (1725)

Un trabucazo de dos balas

Aquel disfrazado le tiró (a Juan Bautista Ordozgoiti) un trabucazo de dos balas y postas: la una pasó por alto y la otra y postas entraron por el hombro derecho, lugar mismo en que le dio el tiro, y se lo pasaron sin romper hueso, aunque fue grande la herida rompiendo más las postas desde allá. Fue llevado al hospital donde lo fui a ver como amigo y le aconsejé, si sanase (como sanó), se fuese luego de esta Villa, pues sobrenaturalmente se encaminó el plomo a menos arriesgada parte. Así lo prometió pero no sucedió así como adelante se dirá en suceso más lastimoso. (1726)

El francés que era holandés

Hallábase en esta Villa cierto caballero que decía ser francés y, según se mostraba, apasionado, más era de La Haya de Holanda. Estando, pues, yo en su casa en conversación de sucesos de la Europa llegó el correo ordinario el día 9 de marzo, y oyendo decir cómo un navío de Holanda que venía a este reino Mar del Sur, habiendo muerto el capitán en el navío, sobre la elección de segundo en el cargo se abalearon los soldados que estaban en bandos, y viendo el piloto que se acababan aquellos hombres y que no había ya mantenimientos, enderezó la proa al Callao y se entregó al Virrey ya con poca gente y casi 1.000.000 de ropa. Al punto con notable sentimiento que le sobrevino cayó en el suelo como muerto (el que decía ser francés). Acudí a socorrerlo y sosegado dijo: «Gran caudal he perdido, y menos mal fuera perder la vida». Luego el siguiente día se desapareció de esta Villa y nunca más lo vi. Bien puede ser que fuese holandés y por esta noticia se fuese a Lima. (1726)

El asesinato de Don Juan Bautista

La muerte de don Juan Bautista Ordozgoiti tiene más circunstancias desde el principio que la motivó, como tengo ya dicho en mi primera parte y en esta de segunda en los sucesos del año pasado de 1726; y como en éste se halló su cuerpo como acabamos de referir, es preciso decir algo más. Después que volvió de las provincias del Tucumán con algún caudal adquirido con su inteligencia, siempre se presume que el pariente albacea se mostraría vengativo por el balazo que este mozo le tiró estando llamando a las puertas de su casa. Asimismo dije en los sucesos del pasado cómo la víspera de Corpus le tiraron a este Juan Bautista aquel balazo y lo hirió en un hombro, dejando en la capa y casaca aquellos rasgos que aún de la última de su tragedias sirvió de testigos, como arriba dije. Bien pudiera haberse ido luego que sanó de las heridas, como se lo pedí por ser amigo yendo a verlo al hospital, y que después había escrito en mi Historia los sucesos de su vida no me diese más motivo a escribir alguna tragedia de su muerte. Prometiómelo así, pero ya sano continuó sus disentimientos y aun nuevas lascivas sin reconocer a Dios el beneficio de haberlo librado de la muerte.

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Tres papeles con letras casi ilegibles le escribieron, y leyéndolos le repetían avisos con estas razones: «Guárdate, Juan Bautista, de tu mayor amigo, que te ha de quitar la vida por paga muy crecida de que tiene ya recibida mucha parte, que después se te avisará al camino o donde estuvieres quien paga tu muerte». Pero no se curó del aviso como debía. Tuvo varios presagios y aun visiones espantables: al subir en un caballo el día antes se quebró un estribo sin golpe en seis pedazos; cuando comenzó anochecer, la noche de aquel mismo día vistió luto la luna y se pusieron capaces las estrellas amenazando caer nieve, que si de improviso se compuso de la misma manera desapareció el aparato.

Antes que acabase de romper el día de su última fatalidad encendió una luz para ver qué ruido le quitó el sueño delante de su cama, y todos sus alientos se vieron muertos a los rayos de ella. Vuelve hacia su cama con pasos acelerados, intenta subir al lecho lleno de horror a cerrarse entre el pabellón, sin ver que huía de sí mismo; va a ejecutar estos impulsos y, casi ahogado el corazón, reprime los alientos. Un helado temor es rémora de los pies, la sangre fría tiene ya torpes las manos. Al fin asombrado se viste. Viene cierta dama a verlo; refiérele el suceso. Almuerza desganado. Toma su capa para salir fuera. Requiere sus pistolas, ceba la cazoleta, descerraja por tres veces, y no da fuego; arrojándola en tierra; no se sabe si las volvió a levantar y si se las puso al cinto. Sale despechado y va para la calle de la Merced; vuelve para los callejones de Munaypata y piérdese en las casas que arriba dije, pegadas a la muralla del monasterio de Santa Teresa.Es voz común que en ella lo mató don Simón de Noriega, montañés de nación, su gran amigo, quien allí lo condujo y de quien en mi primera parte dije puso sus sacrílegas manos en el cura de San Pedro; y no se sabe si solo o con otros cometió la maldad, pero de que fue asesino bien pagado no se duda. (1727)

Convaleciente de la peste

El efecto se vio en tantos como murieron, pues de españoles e indios en todo el discurso del año pasaron de 4.000 y harto temor dio a toda ella (la villa) esperando su asolación como la del año de 1619 que en su lugar referí. Yo experimenté en el mes de marzo este gravísimo trabajo y acompañado el accidente con tabardillo, y al cabo de 32 días usó conmigo el Señor de sus misericordias, quedando de tal suerte que hasta hoy, que son fines del año, todavía no estoy del todo recuperado y con trabajo escribo estos sucesos. (1729)

El hombre más cruel

A principios del mes de enero de este año puso Dios a un hombre en el potro de una cama, y con duros cordeles de calenturas le obligó a que declarase execrables delitos que en el discurso de su vida cometió. No diré su nombre por tener nietos eclesiásticos y otros seculares de estimación en esta Villa y fuera de ella. Éste, pues, a quien ya la fortuna (o, lo más cierto, la divina voluntad) tenía puesto en mísera pobreza, comunicaba muchas veces conmigo innumerables y extraños sucesos de su vida y casos admirables de otras personas de quienes sabía los escribía mi pluma, y yo gustaba en extremo de su discreta cuanto muy verdadera comunicación.

Un día me envió a llamar de uno de los hospitales donde se había recogido a morir porque herido de un tabardillo, sobre 96 años de edad, no tenía esperanzas de más vida. Díjome: «Amigo, ya tengo hechas todas las diligencias de cristiano porque ya el Señor me llama a juicio. Válgame su pasión y muerte, válgame su piedad y misericordia»; y a éstas y otras ternuras que dijo le consolé y alenté al arrepentimiento y contrición de sus pecados. Luego más sosegado, arrancando un suspiro del corazón prosiguió diciendo: «Pienso, amigo, que ningún bárbaro gentil, ningún hereje ni ningún mal cristiano ha cometido las maldades y pecados que yo: en cualquier hombre cruel ha cabido alguna caridad y sólo en mí ha faltado totalmente. Algo habéis sabido, amigo, de mis crueldades mas no enteramente de todas; y porque no me falte la vida antes de referirlas abreviaré todo lo que pudiere, y en particular en algunos casos que tenéis en apuntes y por algunas dudas que decís se os ofrecido no las pusisteis en el primer tomo de vuestra Historia: quizá os servirá de más admiración, a lo menos para que veáis al continuar vuestro segundo tomo, que hombres monstruosos se han visto en vuestra patria y cómo ha habido paciencia en un Dios omnipotente para sufrirlos y esperarlos con su misericordia».

Al decir estas razones cayó desmayado y aun entendí que muerto, pero al cabo de tres cuartos de hora volvió en todo su acuerdo, y delante de un sacerdote y otras personas que acudieron me dijo: «Amigo de mi alma, ayudadme a dar gracias a nuestro piadosísimo Dios: salvación hay para mí y dentro de 12 horas he de aparecer en su recto juicio»; y luego comenzó a hacer tiernos actos de contrición.

Pasemos adelante con las crueldades que nuestro enfermo ejecutó, referidas por su boca: «Yo soy, amigo» (prosiguió diciéndome) «aquel maldito y cruel hombre que por interés de 200 pesos que recibí de don Pedro de Mondragón, quitó la vida cruelísimamente a doña Inés de Sarría, cuya hija bien conocéis, porque estando entrambos en amistad lasciva se empleó aquella hermosa niña con otro caballero; y como entonces no sufrían los hombres las maldades que ahora cometen las mujeres, cada día se veían semejantes venganzas. Entonces les daban los ricos a sus damas una piña por semana, o por meses 1.000 pesos, 500 o a lo menos 200, pero no habían de experimentar deslealtades. Sabido, pues, por don Pedro el empleo nuevo y conociendo mi fiereza, me dio cuenta de todo y remitió a mi crueldad su venganza. Luego mandé hacer un atador de hierro grande y grueso, y trayéndola por engaños a doña Inés a mis casas (que como sabéis estaban en Vilasirca), quedando solos y cerrados la desnudé sin piedad y (atándola   —104→   como convenía) en un monte de leña que puse en el patio puse como en fragua el duro hierro y sacándolo, ¡oh crueldad nunca vista!, rompí y abrasé sus interiores entrándolo por la parte por donde tuvo sus deleites, y encendiendo mucha leña sobre su cuerpo quedó convertido en cenizas, don Pedro vengado y yo pagado. Sólo tuve piedad en llamar un sacerdote que (antes de desnudarla) pasaba por allí pidiendo limosna para las ánimas, quien la confesó recibiendo 50 pesos, poniéndole tanto temor y amenazas que hubo de callar porque ya estaba cerrado dentro, y pasadas seis horas vino don Pedro y vio el horror ejecutado por mí, y llamando al sacerdote que bien apartado de allí estaba le dio 200 pesos, diciendo: Mandad, señor, decir esas 100 misas por esta pobrecita, y mirad que guardéis de todo esto mucho secreto, que el cuerpo o cenizas se meterán en una bóveda, y así se ejecutó». (1730)

Consecuencias de la embriaguez

Cierta señora de poca edad, de bastante hermosura y nobleza, casada no ha muchos días, estando su marido en el recreo del Baño la convidaron unas disolutas forasteras a un baile, donde acudió (que no debiera), y habiéndola cargado contra su voluntad de esta infernal bebida, conociendo medianamente el fin de haberla puesto así se salió de la casa ayudándola una criada, y cayendo y levantando llegó hasta media cuadra de su casa a las 9 de la noche, donde cayó sin poder más en la tierra. La criada partió dejándola así llamar quien la ayudase traerla en brazos, y entretanto un perverso hombre o ladrón brevemente la desnudó dejándola sin la última y blanca cubierta; y al tiempo que volvía la criada con más gente llegué yo que venía a recogerme, y como me refirió el suceso acudimos todos y la hallamos de la manera que queda dicho. Ella no estaba tan privada que no pudiese dejar de decirnos que un ladrón español la había desnudado y le llevaba también un zarcillo de perlas, cuyo compañero tenía en las manos, y que estaría cerca pues en aquel punto sucedía.

Al momento partí con espada en mano la calle adelante siguiéndome dos criados, y al volver la esquina di con el ladrón que estaba envolviendo aprisa los vestidos y buscaba en el suelo el zarcillo que su dueño tenía. Tirele un medio tajo por la cara y dejando la presa corrió la calle abajo; yo le hice el puente de plata, y el temor a él le puso alas. Volvimos a la señora y llevándola a su casa y cama apenas estuvo en ella cuando entró su marido, que un repentino acaso le trajo a tales horas, y preguntándome cómo estaba allí cuando apenas lo veía de día un corto rato, respondile que pasando a recogerme sentí el alboroto de sus criadas diciendo que la señora se moría. Con esto les di motivo para que sosegadas un poco llevasen adelante la disculpa.

El marido, como la quería, se abrazó de ella pero, ay dolor, al aplicar sus labios a los suyos sintió el del aguardiente, y arrebatándose furiosamente sacando un puñal le tiró un golpe sobre el pecho izquierdo, que a no embarazarle la divina piedad el brazo con la cortina quedara allí sin vida; y antes que le volviese a herir acudí contra él y fue mucho quitarle el puñal, y esforzándose la señora le dijo que sólo había bebido un trago corto por el dolor de estómago que tenía. Lo mismo dijeron las criadas y yo procuré sosegarlo de suerte que quedó satisfecho y aun pesaroso de la acción, dándome la razón de que bien sabía lo apoderado que estaba de hombres y mujeres aquel vicio de aguardiente, y que por esto no lo tenía en su casa ni permitía que las criadas lo probasen, y pudieran no haberle ido a comprar aquel medio real que decían pues había otros remedios para el estómago. Al fin él me trajo hasta mi casa y con muchos agradecimientos me pidió la viese por la mañana y la desenojase, que forzosamente lo había de estar por la temeridad que había hecho con ella, y que antes de amanecer se había de volver por cierta ropa que era de contrabando. Volviose a su casa amoroso y arrepentido, y su mujer lo recibió cariñosa aunque llena de lágrimas, que ya estaba muy sosegada, como por la mañana fui sabedor de todo. Vean, pues, en el riesgo que la puso el aguardiente, no tomándolo de su voluntad. Dos de las perversas mujeres que la convidaron fueron de las presas por la justicia por sus lascivias y maldades, y algún día pagarán lo que intentaron con esta señora.

Una explosión de pólvora

El día viernes que se contaron 12 de septiembre de este año, a las 3 y media de la tarde sucedió que habiendo comprado de su tienda de mercancía 10 libras de pólvora buena don Andrés Rodríguez y puéstola en una bolsa de badana, parece que al ponerla sobre el mostrador se rompió por un lado de la costura y se derramó una poca. Hallábame yo dentro de la tienda con don Gregorio Bernal, alguacil mayor de la Villa, el don Andrés Rodríguez que la compró y un vecino mercader don Francisco de Castro, los cuatro de la parte de afuera del mostrador, y don Juan de Valdés de la de adentro. Como se derramase aquella poca pólvora en su braserillo de plata y estuviesen unas brasas de fuego sobre el mismo mostrador, cayó una de ellas y al punto pegó en la poca pólvora que derramada estaba. Don Francisco de Castro con la voz levantada invocó el nombre de Jesús, a cuyo dulcísimo y favorable eco volvimos todos el rostro y vimos el peligro, que sin dar más tiempo a otra cosa al tiempo de encenderse el talego don Andrés Rodríguez y el alguacil mayor con don Francisco de Castro se arrojaron por una puerta de la tienda a la calle, que por ser esquina tiene dos, y yo salí por la otra y fui el más bien parado, pues el terrible instrumento con el voracísimo elemento llenó toda la tienda romper a su región por ser la tablazón de cedros en que cargaba un alto, salió por la puerta y alcanzó a los tres a distancia larga: a don Andrés Rodríguez lo dejó sin cabello; al alguacil mayor dándole el fuego en la cabeza y espaldas lo derribó en mitad de la calle, que estando yo tan cerca entendí que cayó muerto pues estuvo sin sentidos; Castro también, encontrándose con el pilastrón de la puerta, le chamuscó el cabello, y libró don Juan de Valdés, que   —105→   como ya dije estaba de la parte del mostrador adentro al punto que vio el irremediable peligro invocó a la madre de Dios de Belén, su especialísima devota, y se inclinó para el suelo con discurso de que el fuego había de volar para su región, el cual no le perdonó las barbas, cejas y rubio cabello, porque por encima de su rostro fue a encender una poca de pólvora que a dos varas de distancia estaba sobre una caja, y de paso encendió también unas seis onzas de pólvora de Granada que estaba en un vaso para cebar cazoletas si se ofreciese.

Alborotose la vecindad y toda la Villa porque luego de las torres más cercanas llamaron a favorecer el fuego; y entrando yo y otros hallamos a don Juan continuando el llamar a Nuestra señora cuando entendimos su total ruina, y con gran valor vimos por entre el densísimo humo que con las manos apagaba el incendio de algunos géneros que por los cabos ardían. Pero ¡oh misericordia de Dios! Que no pasó de 100 pesos el daño cuando pudo haber parecido 10.000 y más que en la tienda tenía. El caso fue muy admirable y mucho más por las circunstancias que concurrieron, de que todos rindieron a Dios y a su madre santísima las debidas gracias. (1732)

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«Sagrada Familia con los padres de la Virgen». Melchor Pérez de Holguín. Museo de la Moneda, Potosí.

Año de calamidades

Reinó desde el año antecedente una pestecilla y en los meses de julio, agosto y septiembre mató mucha gente, repentinamente a unos y a otros con celeridad. Murieron innumerables niños y algunas personas de más edad de viruelas acompañadas con tabardillos y otros males que destruyen las vidas, y al fin el año, que pronosticaron feliz, fue todo de calamidades. Ni faltaron lástimas siempre continuadas de matarse unos a otros hombres, pues en el discurso de este año mataron 12 y vi perder la vida a uno de una sola patada que en el estómago le dio otro. En el rico Cerro sucedieron otras cuatro muertes, y entre éstas fue la que don Ignacio Berastain, vascongado de nación y guarda de la rica mina de Cotamito dio a un arriscado indio que con otros muchos le acometió, y recibiendo 11 golpes de piedras en su cuerpo viéndose ya perdido y con riesgo de la vida dio fuego a un trabuco que traía, y con cinco balas perdió la suya el indio huyendo los demás al verlo caer. Presentose ante la justicia el noble vascongado y dando descargos justificados fue dado por libre después de algunos días de prisión. (1732)

Crecida de los ríos

Continuáronse las lluvias por 70 días con tanta furia que creciendo los ríos tanto en las cuatro provincias de los contornos de esta Villa (Porco, Chayanta, Pilaya y Chichas) se ahogaron 180 personas, siendo una de éstas una ahijada mía que pasando el río de Toropalca de vuelta para esta Villa, entró al vado temerariamente sola con un niño de pecho en sus brazos y otra niña de tres años cargada a las espaldas, y arrebatándola con mula y todo hasta hoy no se sabe de sus cuerpos nada, y sólo la cabalgadura fue hallada al tercer día seis leguas distante con el sillón medio deshecho y de la misma manera el freno. (1733)

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La peste, de improviso

La peste que de improviso acometió luego que entró la primavera fue dañosa, de un dolor que daba en el costado, seco en unos y en otros que arrojaban sangre; corrimientos, catarros y otros males que mató mucha gente de todas calidades. Tuve consuelo en mi alma el día 20 de noviembre de ver enterrar tres doncellas, la una monja de Nuestra señora de los Remedios, de 26 años de edad; las otras dos del siglo, de 40 la una y la otra de 80, abadesa que fue del Recogimiento de niñas de esta Villa, todas muy siervas de Dios, de quienes piadosamente podemos creer están en la gloria.

La hambre era muy sensible, pues pan, carne y semillas de la tierra todo estuvo tan escaso que perecían los pobres. (1733)

Humos de nobleza

El que fue gañán en España cobra humos de noble, y el pechero estudia en parecer hidalgo. El que en su linaje no juntara 100 pesos los gasta en Potosí en una buena comida, y el que tiene sólo 10 pesos los desperdicia en dar una merienda, y si esto es desacuerdo en gobierno político, es argumento del ánimo señoril que enseñaron esta Villa.

Los criollos de ella, hablando sin pasión alguna y con la verdad que a todos es notorio, son de agudos entendimientos y de felices memorias (menos el mío que sobre no darme más naturaleza que el que manifiesto, mi corta suerte también me hizo carecer de estudios). Acelérase en los niños el uso de la razón pues de 12 años alcanza tanto como el que tiene 40; y en cuanto a las ciencias he conocido muchos de mis compatriotas que en sólo ocho años han aprendido todos sus estudios desde la gramática, y en solo este término salen excelentes supuestos en la dicha gramática, filosofía, metafísica y teología.

Son grandes juristas y cabales estudiantes en ambos derechos: bien lo conoce el Perú y lo ponderan las grandes universidades de estos reinos.

Sobran en los de esta Imperial Villa habilidades, valor y letras, y por estar lejos faltan la ventura y el premio.

Ningunos, o sólo tal cual de sus criollos, se aplican a artes mecánicas y menos a ser marineros, pulperos ni a otros indecentes ejercicios. En éste y en todos tiempos se halla poblada esta famosa Villa de nobilísimas sangres, pues no hay hidalgo, caballero, señor o título en España que en conocido grado deje de tener deudo o pariente en esta Villa: a unos ha traído la necesidad, a los más los oficios y cargos y a muchos los virreyes, y a todos la codicia de su rico Cerro. Al presente están avecindadas gentes de lo mejor del mundo: sabios, letrados y personas de gran virtud, que es lo mejor.

Epílogo escrito por su hijo Diego

Por donde imagino yo que estos y otros motivos animaron a mi padre a emprender el escribir la de esta memorable Villa, donde se hace al lector plato de mil sazonadas materias por lo mucho que en ella ha sucedido y de presente se experimenta, aunque como confiesa en el prólogo de la Primera parte no se hallaba con los talentos ricos de los estudios necesarios al hombre, pues al idiota lo trasmuta en capaz para emprender cualquiera obra donde pueda lucir el humano discurso. Y habiendo escrito desde el año 1545 de la admirable invención de su poderoso cerro hasta el año 1720, que finalizó la Primera parte, y comenzando la Segunda desde el año 1721 la prosiguió hasta el de 1735, y el consecutivo de 1736 a fines de enero cortó la Parca el estambre de su vida, con igual sentimiento de sus compatriotas de ver que sus obras no las hubiese dado a la estampa y juntamente habiendo cada día más qué escribir de esta famosa Villa.

No porque careciese de famosos sujetos que con bien cortadas plumas consiguieran eterna fama, pero habiendo quedado en mi poder todos sus escritos, animado por una parte de mi natural dado a leer historia y por otra parte con deseo de servir en algo a mi patria, emprendí la prosecución de la Segunda parte porque no quedase sepultado en el olvido lo que había y sucedía conforme el tiempo, y aunque el hallarme insuficiente acobardó mi aliento me animó el ver que para escribir historias no le hace al caso carecer de pulida retórica, y que es mejor el estilo llano y humilde para que con atención se vea la claridad de la narración, que la alteza de un decir sólo es bueno para escribir oraciones oratorias donde el estilo debe ser alto y recóndito, y en esto distingue Plinio, el más mozo, la oratoria de historia.

Aunque las obras de mi padre pudieron haberse dado a la imprenta, lo omitió por varios motivos, siendo el uno y el más principal los muchos contrarios que tenía y eran los no ignorantes de que ella estaban escritas las obras que ejecutaban, por cuya causa deseaban muchos haber en su poder la Historia para sepultarla donde jamás contase sus obras perversas, y así siempre deseó servir con ella al rey nuestro señor que Dios guarda por sí o por mano de algún benigno Eneas. Y aunque don Pedro Prieto Laso de la Vega (corregidor en actual que esto se escribe en esta Villa) la primera vez que estuvo en ella, donde administró la vara de alcalde ordinario, al volver a España pretendió llevarla, mi padre le rehusó temiendo no se perdiese, por lo arriba dicho o por otro contraste marino, no quedando un tanto de ella en su poder. Después un francés capitán de una armada, cuando por Arica tenían el comercio, quiso llevarla a París para ofrecerla a su rey dando a mi padre una gruesa talla, pero no lo admitió por no ser el darla al señor natural, y hoy espero se ha de ver a sus reales pies por mano de algún desinteresado Mecenas, sujetándome en todo a la corrección de nuestra santa madre iglesia.