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ArribaAbajoEducación, Familia, Hijos

De esta y otras innumerables tragedias que han sucedido se conoce no levemente el grave daño que causa en las repúblicas el uso de las comedias cebándose de versos cómicos cuyo fin es sensualidad, y lo que el mundo llama divertimiento loable es sin duda escuela de vicios adonde en poco tiempo aprende la juventud todas las trazas contra la pureza y castidad y contra el decoro del estado y obligaciones, y no sabemos que por haberse permitido este uso tan dañoso para las costumbres se hayan excusado otros daños de la república, antes parece que con aquella enseñanza crecen todos, y es tanto más peligroso cuanto menos se teme, pues todos los estados tienen licencia para asistir a los teatros adonde como de escuela de profanidad se aprende la libertad, la gala, el galanteo, la ociosidad y todos los demás vicios que se van llamando unos a otros; de allí sale el ánimo dispuesto a proseguir aquellos mismos empleos, cuando menos estudiando en los libros los amores a que dio principio la asistencia en el teatro. Y es de tal suerte la afición a este vicioso divertimiento que ha habido madre que con pretexto de ocupación grave no ha llevado a su hija a que oiga misa o sermón y para la asistencia de comedias no ha puesto embarazo ninguno.

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Los estudios de todas las ciencias alimentan en la mocedad, deleitan en la vejez, adornan en la prosperidad, ayudan en las adversidades, anochecen con los que en ellos se dan, peregrinan en su compañía, y aun en la rusticidad del campo no los desamparan.

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El castigo en los hijos es muy necesario, porque el que a su hijo consiente en sus maldades cría esclavos que le maten, pero no ha de ser el castigo de suerte que pase a crueldad. El hijo ama al padre en tanto que no sabe que muriendo su padre herede la hacienda, porque en sabiéndolo luego olvida el ser que le dio por la herencia que ya no acaba de darle, y ésta es la razón del poco amor que le tiene en saliendo de la infancia, fuera de que si es el hijo o la hija de mal natural, repetidas veces perderá el debido respeto a sus padres.

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Es terrible género de crueldad querer que siendo las hijas las que se casan haya de ser la voluntad de sus padres y de ellas el consentimiento. Pero también es cierto que pocas veces o ninguna se ha de dejar a los hijos la elección, porque ellos con la corta luz que dan los pocos años están más próximos a errar, y yo digo que aunque no se les ha de permitir en todo se ha de consultar su gusto en parte.

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Piensan los hijos cuando no experimentan lo que sus padres les dicen, que sus reprensiones nacen de su edad y no del conocimiento de sus yerros; mas cuando por su mal hacen experiencia de sus verdades, no pueden hacer más de confesar con el pesar de no haberlos obedecido lo mal que hicieron en no seguir sus pareceres.

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Uno de los desconciertos de los matrimonios es la discordia, que regularmente nace del mal gobierno de los maridos y terquedad de las mujeres. A la verdad debemos confesar que las impertinencias de éstas son más tolerables que los desórdenes de aquellos, de aquí nacería todo el mal de estos casados.

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Oficio de los buenos hijos es suplir con su virtud los defectos de sus padres, como irrepudiablemente herederos de sus injurias y de sus alabanzas en cuanto de ellos recibieron el ser y no para contra el que se le dio con la excelencia incomparable como divina del pasarle del no ser al ser.

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No hay duda que los hijos tienen obligación de obedecer a sus padres, pero no en todas las cosas, especialmente cuando llegan a los años de discreción, que cada uno tiene derecho a elegir el estado y modo de vida que le pareciere, porque de otra suerte no hubiera diferencia entre los esclavos y los hijos si éstos debieran obedecer a sus padres en todas las cosas.

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En los niños y en la facilidad con que trasiegan y trasplantan los vicios, causa que muchos han discurrido (y yo con ellos) por una de las más principales de la libertad en vicios de estas partes, adonde las madres se han introducido tan señoras que no dignándose criar a sus hijos los dan a las esclavas y las indias para que los críen, de donde (dejando aparte otros males y daños) no tienen para qué admirarse el experimentar no pocas veces ingratitud y poco amor en sus hijos, que casi no las reconocen por sus madres, permitiendo el cielo este castigo por el desamor que ellas les mostraron negándoles el primer alimento de sus pechos que tanto fomenta la fidelidad y el amor. Pero tales madres no lo son sino madrastras de sus hijos.

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¡Ah, padres de familias que lloráis y os lamentáis del hijo que se os sale de casa peor que muerto a pecar, que os roba los ojos, que os pierde el respeto y pone las manos! Éste habíades de llorar, a éste que es muerto y más que muerto debéis llorar con lágrimas de sangre, y más si vuestra mala crianza y no haberlo castigado en tiempo conveniente causó todo su mal y ruina.

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Muchas veces el parentesco ocasiona lo que debía estorbar; el ser hermanos, primos y cuñados, padres e hijos sirve más veces de disculpa de dejarlo de ser que de razón para serlo. Oiga cada uno a su parentela y ella acreditará más esta verdad.

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Virgen del Rosario. Gaspar Miguel de Barrio.

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Éste y otros muchos nos dan ejemplos cuán recatadamente deban los que tienen hijas de edad lozana permitir las conversaciones de viejas con ellas, porque muchas doncellas serían constantísimas y resistirían a los ruegos y lágrimas de los que las aman y sirven, desecharían los presentes y joyas y cualesquier género de regalos que se rinden a las falsas razones de una solícita y avarienta alcahueta, entregando la posesión de su honor en las sacrílegas manos suyas, vencidas de la reverencia que tiene a sus mal empleados años.

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ArribaAbajoLas Mujeres

Las mujeres son artífices y oficinas de la vida, y ocasiones y causas de la muerte. Hanse de tratar como el fuego pues como el fuego nos tratan ellas. No se puede negar que son nuestro calor, son nuestro abrigo, hermosas son y resplandecientes siendo vistas, alegran las casas y las ciudades. Mas guárdense con peligro porque cualquier cosa que se les llega la encienden, abrasan a lo que se juntan, cualquier espíritu del que se apoderan lo consumen, tienen luz con que alegran y humo con el que hace llorar su propio resplandor. Quien no las tiene ya se ve que está a obscuras, quien las tiene está a riesgo. No se remedian con lo mucho ni con lo poco. Al fuego poco agua lo enciende, y si le echan mucha le ahoga luego; fácilmente se tiene y fácilmente se pierde13.

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Muchas veces ocasionan ellas el fuego de las guerras, y también acarrean la dulzura de la paz. Muy propia es la comparación y no es necesario verificarla, porque fuego y mujer son tan uno que no les trueca los nombres quien llama mujer al fuego y fuego a la mujer.

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Magdalena. Mostajo y Montoya. Pintura sobre vidrio, Museo de La Moneda, Potosí.

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Terrible es la mujer que por agraviada pretende venganza, pues por quedar en ella satisfecha hará cosas indignas de su naturaleza, mostrándose cruel fiera (aunque sea benigna hermosa) por despedazar al que la ofende, precediendo al afecto varias demostraciones de su rabia. Líbrenos Dios de la rabiosa ira de una mujer, pues algunas por emplearla en sus enemigos se olvidan de Dios, llaman y comunican a los demonios, y hacen cosas que no parecen imaginables volviendo sus piadosos corazones en impíos, crueles, terribles y abominables.

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Avisado es el hombre que usa de las caricias de una mujer y no se fía de ellas, porque a la verdad (si se registran historias) valiéndose de cariños engañosos han ejecutado trágicas muertes, y por llevar a cabo sus venganzas son abortos del infierno, parto de la mentira, mérito de condenación, perdición de almas, logro de castigos y lamentables sucesos, cuya propia vida mientras pretende venganza es más muerte, y cuya duración es peor fin.

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Van errados cuantos no sienten que es fácil a una mujer conseguir cuanto intenta, y que muchas han podido exceder a los hombres en valor, armas y entendimiento. En éstas se advierte en tres Corinas, dos Aspasias, una Hortensia, una Safo, una Cenobia, una Cornelia, una en Praxia, y en otras como Areté,   —169→   Proba, Eudocia, Istrina y Casandra; y en valor una Pantasilea, una Cenobia, una Artemisa, una Cleopatra y una castellana Isabel la Católica, heroica entre mujeres ilustres y único milagro al mundo de fortaleza y prudencia. Nadie se debe admirar de ver tanta excelencia en mujeres, porque ni son de diferente naturaleza que los hombres ni son menos perfectas (en cuanto a la perfección substancial) sus almas.

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Eneas Silvio y Estrabón escriben que se crían en Albania unas arañas de tan extraña propiedad que matan a cuantos pican, muriendo unos riendo y otros llorando. Tal semejanza tiene el trato de las mujeres que hacen a quien se fía de ellas que son como arañas: arañan cuanto pueden. Si las arañas urden sus telas y tienden sus redes con aquel primor y artificio que pinta el filósofo Séneca y vemos cada día ordenando todo aquel ingenio y filatería para cazar moscas, no con menos ardides y dulzura de palabras (dice San Basilio) arman las mujeres sus engaños, según pinta el Espíritu Santo en los Proverbios, para engañar con ellas mozuelos locos. De manera que con las picaduras de estas arañas unos vienen a morir luego riendo en medio de los gustos y contentos que reciben de ellos, otros acaban llorando a la larga entre los trabajos y desventuras que se les han pegado por su conversación, pobreza, miseria, enfermedad, desnudez y hambre.

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No se puede negar que el natural frágil de las mujeres es (en cuanto a deseos) más disculpable, pero también debemos de estar en que para rescatarlos y encubrirlos es sin comparación más fuerte y poderosa que en los hombres.

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Lo peor es que lo mismo quiere traer la mujer de un hombre común y pobre que de un caballero que sea rico: todas quieren ser iguales y todas dan mala vida y trabajos a sus maridos si no las igualan con las otras, aunque sean muy mejores y más ricas que ellas.

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Bien hicieron por esto los genoveses en otro tiempo, que viendo cuán gran polilla y destrucción para sus haciendas eran los gastos excesivos y trajes de las mujeres, hicieron en su república un estatuto y ley general (la cual no sé si aún se guarda) y por ella pusieron el necesario remedio, el cual fue que ninguna mujer pudiese traer ropa de seda ni de paño fino sino de otros paños comunes, y solamente les dejaron lo que echan por cobertura sobre la cabeza cuando hace mucho sol o cuando llueve, que son dos varas de alguna manera de seda así como se corta de la pieza sin otra hechura ninguna.

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Cuando una mujer quiere su gusto, ¿qué cosa habrá que lo impida?

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Verdaderamente muy mayores y más torpes y más comunes son los vicios en los hombres que no en las mujeres, y nosotros que las notamos y acusamos de parleras, murmuradoras y desenfrenadas en sus lenguas, somos los que las infamamos diciendo tantos males de ellas, que pudiéramos tener vergüenza de que nuestras palabras saliesen por nuestras bocas tan perjudiciales contra personas de quienes tantos bienes continuamente recibimos; y aunque es verdad que hay algunas malas entre ellas, yo aseguro que no sean tantas como los hombres, y nosotros (a la verdad y experiencia) somos la principal causa de sus males importunándolas y fatigándolas con promesas y con engaños, con lisonjas y persuasiones (que bastarían a mover las piedras, cuanto más a mujeres) para que algunas veces vengan a caer en algunos yerros, y ellas jamás nos importunan ni fatigan requiriéndonos y molestándonos con desvergüenza, antes tienen por mejor callando pasar sus trabajos que no dar a entender lo que por ventura con su flaqueza les piden sus apetitos.

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Y aunque su natural es mudable, no en todas, pues saben valerse de su buen entendimiento para la firmeza, agradecimiento y correspondencia. Y si muchos han escrito contra ellas, no ha sido contra las buenas sino contra las malas, y lo que dijeron de las unas (siendo pocas) no se ha de entender de las otras (que son muchas), así que sería mejor que todos los hombres se empleasen en decir bien de quien tantos bienes han recibido y reciben cada día, y no mal de quien ninguno les merece, porque también ellas saben vengar las injurias que los hombres les hacen y les dicen con su mala lengua.

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Sólo por no ver a las mujeres cuando han de ser instrumentos de su perdición pudieran los hombres desear nacer ciegos. ¡Qué de daños ha hecho el mirarlas! Son enemigos del alma domésticos los ojos que meten al ladrón en la casa. La hermosura es un engaño que sin palabras cautiva el entendimiento y que persuade con el silencio al cautiverio de la voluntad, y de él a su perdición.

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Es error del entendimiento (dice una docta pluma) creer que la mujer es error de la naturaleza: ella es perfecta, pues se hizo por la obra más perfecta: ella es forma igual a nosotros, originada de materia (por decirlo así) más noble que nosotros. A la entera perfección de Roma en sus principios faltaban las mujeres, y por esto pretendieron el buscarlas por bien o mal; concurren ellas a constituir la esencia de las familias y la de la ciudad. Tenía Roma más forma que materia; vivían, no nacían los romanos; adonde se vive y no se nace, se muere y no se renace: renacen los padres en los hijos que producen. No hay mayor necesidad que ésta en la naturaleza: queda la especie si no queda el individuo; queda la materia.

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Peligrosísimo vicio es en el rico y poderoso la sensualidad, porque no tiene contra ella la resistencia ordinaria de la mujer que suele desanimarla mucho. La mujer que se ve de un rico, de un magnate solicitada, piensa que ha hallado camino para hacer del delito honra, que se le entra por las puertas el vicio a darla estimación y conveniencias. Persuádense todas a que la liviandad sólo es deshonra para la que medra poco con la liviandad. La más engrandecida y presuntuosa cree que ser liviana con el poderoso, con su príncipe o con el rico, no es mancha sino matiz. Por esto son prontas y fáciles las más al antojo de poderosos, y por esto los tales a quien persigue esta pasión habían de tratar de castigarla mucho, porque no hay estorbo que la desanime si su razón no se encarga de este cuidado. Y entender que a éstos los ha de detener y corregir la justicia es disparate: sólo la de Dios sabe y puede destruirlo.

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La naturaleza puso al águila toda su fuerza en el pico, al unicornio en el asta de la frente, a la serpiente en la cola, al toro en la cabeza, al oso en los brazos, al caballo en los pechos, al perro en los dientes, al jabalí en los colmillos, a la paloma en las alas, y a la mujer en la lengua.

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Las mujeres son hechas para estar en casa, no para andar vagando. Sus gustos han de ser los de sus padres y maridos, participados, no propios. El llevarlas a los convites mueve (tal vez) al que las ve, si son feas, a desprecio; si hermosas, a concupiscencia. Cuantos aficionados adquieren ellas, otros tantos enemigos se agregan ellos. En sus casas pueden entretenerse en hacer algo; no pueden sino impedir. No da su conversación gusto a los que ellos se hallan, que las más veces no sea en disgusto de quien las lleva. Cuando ellas no pierden por el desear, pierden por el ser deseadas. Si se huye la conversación de quien os desea desdichadas, ¿por qué se busca la del que os desea deshonestas?

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La honestidad es un color delicado que teme el aire, y es un cristal lucidísimo que se empaña con la vista deshonesta de aquellos que tienen inficionada la mente con la lascivia. A más de dos amigos mal avenidos con sus mujeres los vi mandando hacer peticiones y les oí decir que no había mujer a propósito para propia ni hombre bien afortunado casado, y casi les concedí que había pocas mujeres buenas, porque altercaban todas por parejo, sin admitirme decirles que la mía era buenísima, con otras muchas que tenían buena fama. Pero como prevalecía la indignación, aseguraban que el verdadero mal de los ojos son las mujeres. Mirar las fieras curiosidades es mirar las fiestas, entretenimiento. Pero mirar una mujer es una ruina cierta del hombre: si la abraza le hecha cadenas y es menester particular virtud para romperlas; si la toca, es asir un escorpión; y si sólo la mira es saeta su vista que entrando por los ojos da muerte al alma.

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Los mal casados también decían, maldiciendo el haber conocido sus mujeres, ser tropiezo, ser ocasión, ser lazo y ser un daño a quien se han de cerrar los ojos. Pitágoras (me dijo uno de ellos) casó su hija con un enemigo mortal suyo, y preguntáronle cuál era la causa de haberla casado con él; respondió que no tenía peor cosa que darle ni instrumento que mejor pudiese vengarle, ni espada, fuego, tiro, trabajo ni mayor persecución que verle con mujer.

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Y concluyo no con lo que dijo Menandro (que donde está la mujer allí tienen puesto su campo todos los males, allí todos los trabajos y calamidades tienen su alojamiento y abrigo) sino que la mujer es un casi todos los males, un poco menos que todas las desventuras, ahora sean reinas o esclavas. Y no dudo yo que de todas hay ejemplos lamentables; díganlo las emperatrices romanas que siguiendo la torpeza de sus inclinaciones mancharon la pureza de su majestad, sin temor al cielo y con ultraje del honor de sus maridos. Al fin les concedí que la mujer es el origen de las lágrimas, la vena de los lamentos y el principio de los suspiros, pero que también la mujer buena era muy al contrario de todo lo que se había calumniado.

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A este sexo siempre ha debido el mundo la pérdida y la restauración, el agradecimiento y las quejas. Forzosa es la compañía de la mujer que con recato se ha de guardar, con amor se ha de gozar, y se ha de comunicar con sospecha. Si las tratan bien son malas algunas, si las tratan mal son peores muchas. Estime, pues, cada uno a la mujer buena, que si lo es en ocasiones también arriesga su vida por los hombres.

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Decía un antiguo que a la hermosura del femenil sexo la habían de temer más que las puntas del toro, que las garras del león, que la hiel de los áspides, que el hierro y el fuego. Y aquel santo abad de la montaña de Sinaí dice que si Dios no hubiera dado a la mujer la vergüenza y la honestidad, que es como la vaina donde está encerrada la cuchilla, no hubiera salvación en el mundo.

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La encantadora Circe sólo a Ulises no pudo convertir en bruto y fue porque no le pudo hacer lascivo. Los deshonestos son brutos con piel de racionales, y así como han de advertir que si los cuervos sacan los ojos a los hombres muertos, las malas mujeres sacan los ojos a los hombres vivos.

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Algunas fuentes hay en la naturaleza de agua tan caliente y activa que deshacen lo que mojan, pero ninguna hay de fuerza tan grande que con sólo que la miren deshaga, si no son los ojos llorosos de una mujer, sea viéndose querida o temiendo algún grave mal, sea pidiendo a su amante o sea suplicando al que pretende su daño.

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Muy hermosa está una mujer llorando: y verdaderamente su llanto es al de la aurora parecido. El rocío de la mañana, con toda aquella hermosura, que pareciendo perlas se holgaran las perlas de parecerse a él, es veneno para las mieses y los ganados. La espiga que se corta mojada del rocío se pudre. La oveja que en la yerba la lame muere. Veneno hermoso de la razón son las lágrimas de la mujer querida. También son cédula de perdón para adquirirlo del rigor que puede amenazarlas.

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Si preguntamos a Secundo, filósofo, qué es una mujer, nos responde en una de sus sentencias que es una insaciable fiera, una solicitud continua, una indefectible pelea y un naufragio de los hombres; pero en mi opinión (que no es de filósofo) es un animal hermoso, una solicitud de nuestro regalo, una compañera en las penas, un consuelo en los peligros, un aumento de la felicidad humana, un peso de mucho oro y un ministro de terribles cuidados. Conque siendo verdaderas entrambas opiniones nadie podrá negar que hay mujeres malas y buenas.

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No hay mujer (por retirada que esté y recatada que sea) a quien no le sobre tiempo para poner en efecto y ejecución sus atropellados deseos.

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La experiencia muestra a todos cuán desacreditado está en las mujeres el sufrir un secreto.

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El gobierno de la mujer es tirano y excluidas del gobierno por los políticos, y con todo eso lo gobiernan todo con violencia disimulada. El demonio (para ruina de los reinos, provincias y ciudades) las más veces se vale de las mujeres, pues vemos que para que asistiesen a propagar sus dogmas a los mayores heresiarcas se valió de ellas, y en todas maneras siempre echa mano de éstas para pérdida de almas, vidas y haciendas.

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Hay fuentes que deshacen lo que mejora por la calidad de sus aguas, pero los ojos llorosos de una mujer tienen una fuerza tan grande que con sólo que miran, deshacen.

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Las mujeres siempre se dejan vencer fácilmente de la curiosidad.

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Muchas veces tienen las mujeres mal término por su livianidad y muchísimas por la culpa de los hombres que indiscretos las obligan a lo que no imaginan.

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El apetito de las mujeres es inclinado al vano lucimiento.

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No ha hecho el cielo criaturas más fáciles para disponerse a todo, plantas más débiles para inclinarse a cualquier viento, ni blanda cera que reciba más varias impresiones.

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Hase de perder por fuerza la mujer que se pone en más que su natural alcanza, que es dejando la rueca por tomar las armas.

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Decir mal de las mujeres hace un hombre averiguada información de mal nacido, y sólo quien lo es puede tener tal atrevimiento. Porque, cuanto a lo primero, quien las deshonra y no les da la justa estimación es un ingrato, pues habiendo nacido de sus entrañas las desprecia y paga el ser que le dieron quitándoles el ser con el honor, porque las mujeres no pueden preciarse del ser si el ser honestas les falta. Demás de esto, por el líquido y blanco humor de sus pechos con que se alimentaron da la vil ponzoña con que las ofende, y finalmente a los vestidos con que le abrigaron corresponde con la libertad con que descubren sus defectos. También soberbio pues desprecia sus principios, y mordaz pues no se modera en la lengua. Es injusto pues en el lugar de dar lo que puede, niega lo que por tantos títulos debe. Y en resolución a mal nacido e infame junta los nombres de ingrato, soberbio, maldiciente e injusto: conque merece perdón esta digresión por haber dicho lo que es quien no sabe estimar a las mujeres y sabe deshonrarlas atrevidamente.

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Líbrenos Dios de la rabiosa ira de una mujer, pues algunas por emplearlas en sus enemigos se olvidan de Dios, llaman y comunican a los demonios, y hacen cosas que no parecen imaginables volviendo sus piadosos corazones en impíos, crueles, terribles y abominables.

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El frágil natural de la mujer es más incapaz de resistencia.

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Para que una mujer desee una cosa no es menester más de que se la ocultan o que no le parezca fácil.

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ArribaAbajoLa moda

¿A quien no causara admiración si oye decir que cualquiera de las mujeres que en Potosí se precian de profanas se echa un vestido encima, que con las joyas y perlas de su atavío pasa su costo de 3.000 pesos, y los hombres casi de la misma manera pues para imitar en un todo el traje de las mujeres no les falta otra cosa sino adornar sus orejas, manos y pechos con lo precioso que ellas se adornan? Porque si bien se advierte, ¿qué es una chompa (que así llaman un saco de rica tela que se ponen sobre el armador) sino un rico bajo, como es propio uso de las mujeres, con la diferencia que estas adornan sus faldas con dichos bajos y ellos pechos? ¿Qué es ver un hombre vestirse todo de colorado, verde y azul, sino tomar de las mujeres los propios colores de que usan en sus trajes? Barbas ya no las usan, cabellos postizos, largos y enrizados sí. Y en estos trajes profanos y variables consumen gran parte de sus caudales y aun las dotes de sus mujeres y herencia de los hijos, y siendo españoles de nación se vuelven franceses (y demás extranjeros) en los trajes14.

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El demasiado afecto a las galas es algo más abominable en los hombres, así buscando telas exquisitas como colores, y tal vez indignas de mujeres livianas, y mucho más en estos desdichados tiempos con los trajes extranjeros tan apetecidos de los españoles; y el afectar tanto la vestidura de seda y que sea igual a todos los estados, es haber cursado en la escuela de Heliogábalo, de quien dijo Herodiano que menospreciaba la vestidura romana y griega por ser hecha de lana, y la traía de oro y púrpura con preciosas piedras a lo persiano, como refiere Lampridio. Apenas hallaremos quien vista de la tela ni color que vistió su padre ni abuelo.

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Una de las cosas (y aun la más principal), que en este reino tiempos ha trae a la gente pobre y perdida sin alcanzar con qué poder sustentarse es la costa grande de los vestidos, los cuales empobrecen harto más dulcemente que no los edificios. Y esta manera de empobrecer no la puedo yo llamar por otro nombre sino locura, aunque a este tono todo el mundo es loco pues no hay ninguno en todas las naciones que pudiendo no quiera andar muy bien vestido, porque una de las cosas con que los humanos andan más honrados o que por tales se tengan es con andar muy bien aderezados y vestidos. En toda España y estas Occidentales Indias la curiosidad de las mujeres es tan grande, sus importunidades son tantas, sus desatinos en el vestir tan fuera de tino que no hay como poderlas sufrir, y en fin todas hacen como las monas, que todo lo ven que hacen y traen sus vecinas quieren que pase por ellas, no mirando a la razón ni a la calidad y posibilidad de las otras, porque su fin no es sino vestirse tan bien y mejor y más costosamente que todas, vaya por donde fuere y venga por donde viniere, y las que tienen calidad y posibilidad todo es competencia, profanidad y destrucción de sus casas.

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Y lo peor es, que cuando un hombre piensa que está vestido para 10 años, no es pasado uno cuando viene otro uso nuevo que luego le ponen cuidado y lo que estaba muy bien hecho se torna a deshacer y remendar quitando y poniendo, y aun muchas veces no aprovecha toda la industria que se ha de tornar a hacer de nuevo, de manera que los usos e innovaciones nuevas de cada día desasosiegan las gentes y acaban las haciendas, porque somos todos tan locos que ninguno hay conforme con lo que puede; y no ha sido esto poca parte para encarecer los paños y sedas hasta vestir al precio que ahora piden y tienen, que si no hubiese quien los comprase gastándolos tan malgastados, ellos vendrían a valer harto menos de lo que valen.

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La mujer que pretende parecer hermosa y bizarra al mundo no puede tener el corazón casto a los ojos de Dios. Mas no contentas con este aparato inventan nuevos modos de descubrirse la garganta, y más ahora con el uso francés pues no sólo la garganta sino hasta el estómago, conque es cierto que en todo el mundo hay deshonestidad en este sexo. Pero no hablo generalmente, pues en todas partes hay honestísimas mujeres, porque sus estados lo requieren y su virtud las mantiene en aquella perfección tan necesaria: hablo de las perdidas que en unas partes más que en otras abundan para perdición de las almas. Cierto son tales trajes y usos reprobados de Dios, vergonzosos al sexo, ofensivos a la naturaleza y escandalosos a la decencia civil y política: pues ¿cuánto más dañoso será el descubrir las partes que la naturaleza y la honestidad cubren? Si por las que descubren los pechos dice el   —174→   profeta en su treno 4 que son los pechos de las lamias, que no sirven sino de alimentar la impureza de los galanes y mantener la lujuria15, ¿qué más dijera por el descubrir de otras indecencias? La mujer que descubre y hace público lo que había estar oculto se verá algún día obligada a ocultar lo que necesariamente ha de ser descubierto.

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Cierto que las mujeres que se visten al uso (que en todos tiempos introduce el demonio trajes deshonestos), se visten de manera que estoy por decir que anduvieran más honestas desnudas. Las camisas y juboncillos o casaquillas que usan de redecilla se escotan de suerte que traen los hombros fuera de las camisas y juboncillos. Mucho debe de pesarles la honestidad pues no la pueden traer al hombro. De los pechos les ven los hombres la parte que basta para no tener quietud en el pecho, de las espaldas, la parte que sobra para que dé la virtud de espaldas.

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Habitantes de Potosí frente a la Catedral. Principios del siglo XIX.

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A las mujeres que se visten al uso presente no les falta para andar desnudas de medio cuerpo arriba si no quitarse aquella pequeña parte de vestido que les tapa el estómago. De los pechos se ve lo que hay en ellos más bien formados; de las espaldas se descubren lo que no afean las costillas; de los brazos patentes están los hombros; lo restante en una mangas abiertas en forma de barco y en una camisa que se trasluce, y al fin bien saben las que así se visten que es sólo para la provocación de hombres al pecado.

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Ellas con sus provocaciones descomponen a los hombres. Muy atrevido ha de ser el que descomidiere el recato con hermosura muy recatada. A la vista de la honestidad todos son honestos: la virtud de unos hace sombra en otros. Los malos en frente de los buenos se desmienten de malos: en mirando la hermosura honesta de una mujer cesa el atrevimiento de los hombres. Y para éste y otros daños no se debía permitir afeminados trajes en los hombres, ni en las mujeres profanidad con inmodestia. El ornato exterior demasiadamente cuidadoso es motivo e incentivo de delitos. Bastantemente brota nuestro natural pasiones desordenadas sin que se añada fomento a los apetitos. Es muy frágil la naturaleza y no es lícito provocarla exponiéndola a riesgosos atractivos.

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Retrato de Doña Ana de Oquendo y Eguivar. Santa Teresa, Potosí. Anónimo.

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Yo veo también la provocación que causan las mujeres malas y mucho más al presente con el uso de trajes tan profanos y camisas extranjeras con que descubren tan deshonestamente los pechos, aun algunas doncellas que no siguen la honestidad de las nobles y virtuosas, sin advertir que la doncella que gusta de mostrar la desnudez de su cuerpo da bastantemente a entender que ya dejó de ser bastantemente doncella, y al paso que por este lado se despoja y se desnuda por otro se cubre de una señal de ignominia. Manda Dios a las mujeres por su profeta Oseas, que quiten de sus gargantas los adulterios, porque en la desnudez de las gargantas toman principio para acabarse después en todas las partes del cuerpo. Y ya no se hace de esto escrúpulo, porque este vicio es un mal inmortal que teniendo tantas manos para ofender no tiene ojos para conocerse. Epicteto dice que el amor carnal está en cualquiera persona que sea: en una doncella es afrenta; en una mujer casada, furor; en un hombre, cobardía; en la juventud, rabia; en la edad viril, un borrón; y en la vejez es un oprobio digno de risas.

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ArribaAbajoLa Hermosura

Dote preciosísimo de naturaleza éste de la hermosura que algunas naciones hubo, en las cuales era tan alta y soberana la opinión de tamaño bien que les parecía vivir quien no la tuviese, y Aristóteles refiere de los etíopes (siendo nación que entre los blancos parece no ser hermosa) que tenían asalariados jueces que visitasen a los niños nacidos de dos meses y calificasen si habían de quedar con vida a causa de su hermosura o fealdad; y en otras partes dice este filósofo que de los lineamientos del cuerpo y de la hermosura de él se pronostica la del alma. Rasis (en un libro que escribió al rey Almanzor) tiene por cosa muy dificultosa que hombre muy feo de rostro tenga costumbres loables. Galeno dice que las costumbres del alma corresponden a las del cuerpo. Homero a todos cuantos alaba de hermosos alaba de virtuosos y a Athenesitis, cuya malicia era por extremo grande, pintó el más abominable y feo de todos cuantos vinieron de Grecia a la guerra de Troya. Proclo (en su libro de magia) dice que en los miembros del cuerpo grabó Dios las imágenes y retratos de las almas. Esto es todo lo que de ordinario se dice, «Buena cara tienes, buenos hechos harás», que este adagio español parece que cifró todo cuanto los antiguos filósofos dijeron en los suyos.

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Es la hermosura una preciosísima joya cuyo valor se aumenta si la guardan, y cuyo esmalte si la traen entre las manos se desluce. Oh, hermosura, pues demás de tantos daños eres un bien que haces mal; un adorno que juntas a grande fama mayor riesgo de infamia; una flor que cualquier viento te marchita; un blanco a donde muchos tiran; un brocado de donde las maldicientes lenguas cortan pedazos de opinión, y una novedad de que todos hablan16.

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La hermosura es una flecha que pasando por los ojos a herir la voluntad la alborota, sin que se reduzca a preceptos de la razón, buscando siempre al dueño de aquel golpe. El recato es pavés, que si éste falta a la mujer mala puede en su flaqueza prevenir el triunfo de tan poderoso corsario. Este mal no se cura aunque se siente, auméntase dilatándole la ocasión y se hace más irremediable correspondido por el halago de las finezas. Tiene plumas para entrar este arpón y hácese plomo en lo remiso del salir.

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Lazo peligroso es el de la hermosura, dulce veneno, alegre martirio, apetecido engaño, parasismo gustoso y ajeno bien que se pierde brevemente. No se debe culpar a todas las que gozan de este privilegio de hermosura, mas parece injuria en las más (hecha a la naturaleza) no ostentar esta bizarría. Una Penélope fue honor de su marido, una Helena abandonada de la majestad despobló a Grecia. Es condensada niebla de la juventud, haciendo vendimia de la mocedad en el agraz de sus años más lozanos.

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Santa Bárbara. Anónimo. Siglo XVI. Manquiri, hoy Museo Casa de La Moneda, Potosí.

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El peligro está en los ojos: ¿cómo se librarán si ellos mismos apaciblemente prendados se van a la esclavitud? Plinio llamó al basilisco17 peste de la tierra, pero la beldad lo es mayor: aquel mirando mata, y ésta lo ejecuta mirada; aquel no hace mal imaginado, y esta imaginación inquieta los sentidos y alborota las potencias; aquel se huye como tan infecto, y éste se busca por amada.

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La hermosura tiene imperio en los hombres: impele a amarla, a desearla y apetecerla, que la imaginación, cuando aprehende alguna cosa debajo de especie de hermosura, se mueve la potencia apetitiva a desearla y amarla. ¿Quién podrá resistir a la propia naturaleza que forma lo hermoso y a un tiempo da conocimiento de la bondad de la belleza para que se apetezca? Disculpo los yerros que se cometen por el imperio de la voluntad (esto es en los términos que lo permiten las cosas lícitas y honestas) porque la razón persuade y la pasión arrastra. Pequeña es la diferencia que hay entre la persuasión y la violencia.

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Pero hay mucha experiencia de que es milagro reservado a Dios tener con entendimiento hermosura, y en nobleza discreción y acierto, pues el entendimiento muchas veces suele ser el dote de las feas y la habilidad desagravio de la gente vulgar. No digo esto en general por esta Villa Imperial de Potosí, que a la mayor parte si no a todas las que allí nacen les son como inseparables la hermosura y discreción y sólo se tiene por gracia a la que carece de estos dotes de naturaleza. Demás de esto, no hay población en el mundo donde tanta y tan igual hermosura del femenil sexo concurra junto como en esta Imperial Villa, porque de la misma manera que hay concurrencia de hombres de todos los reinos de la cristiandad, la hay también de las mujeres, que unas en compañía de sus maridos y otras por adquirir lucidos bienes (que llaman de fortuna) vienen cada día a avecindarse.

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La hermosura siempre granjea voluntad, el amor merecimientos, el entendimiento provocaciones.

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Las cosas que son amables son apetecibles, pues ¿qué cosa más amable que la virtud? Lo que se apetece es bueno (o algún bien), y en consecuencia de esto buena es cualquier cosa hermosa. Cuestión de ciegos es preguntar por qué se ama la hermosura, como lo están todos los que no aman ésta de que tratamos.

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María Magdalena. Francisco de Herrera y Velarde. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 127.5 x 129 cm.

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ArribaAbajoUrbi et Orbi

El mundo yace contumaz en sus errores; todo lo gobierna su consorte la mentira. El mal se ha introducido con disfraz de bien, el error obscurece el entendimiento, la riqueza es apetecida y con increíbles medios, ya buenos, ya malos, solicitada.

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Sombra que admira desde lejos y le deshace toda, fuego que consume cuanto se le llega, mar donde el más diestro marinero se ahoga, laberinto donde el más cuerdo se pierde, reino donde todo cuanto corre es falso, corte donde sólo vive el desengaño.

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Si nosotros abriésemos los ojos no hubiera quien más eficazmente nos predicase que el mundo, pues en lo mismo que nos da nos niega lo que recibimos, de lo poco que puede nos avisa, y nos desengaña de lo poco que dura. ¡Oh cuánto se ciega quien no ve cuán poco atiende a su inestabilidad y a sus principios quien los sigue!

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En esta vida no tienen seguridad las prosperidades, pues son muchos los que sí ayer fueron señores y jueces hoy se ven como esclavos y reos, que la fortuna nunca muestra de balde su buena cara y en todas las dichas de la tierra ninguna sale barata.

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Cuando el mar gime con la tormenta y corre riesgo de anegarse la nave, al punto el piloto echa las áncoras, habiendo primero sondado la altura del agua, y así se asegura firme del furor de la borrasca. La vida de los hombres es navegación por el piélago del mundo, combatido de continuas olas en que muchos padecen miserable naufragio; es nave la república y pilotos los que la gobiernan, y para que no fluctúe ni corra riesgo de irse a pique, se ha de asegurar con resoluciones y firmes consejos, que son sus áncoras sondando de antemano con mucha prudencia la altura y fondo de las dificultades, conveniencias y daños.

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De ordinario cuando nacemos ponemos el dedo en la boca, y esto es que la naturaleza señala en los niños la obligación que tienen los hombres. Dice el dedo en la boca el silencio. La cierra de manera que la deja abierta para que se hable y para que se calle. No se ha de hablar cuando se debe callar. No se ha de callar cuando se debe hablar.

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La palabra que la boca arroja no puede recogerse, conque es menester mirar cómo se arroja. Hombre ninguno erró callando. Mucho yerra el que mucho habla. Sólo con Dios se ha de hablar, y mucho, porque no se puede errar hablando mucho con Dios. El dedo índice ponemos en la boca y no otro alguno cuando pedimos silencio. Señala y amenaza el índice. Señala que se hable poco, amenaza si se habla mucho. Es preciso el silencio para vivir en el mundo, y por eso nos encargan los niños cuando nacen al mundo el silencio.

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En los siglos que ha que dura este gran divertimiento (el teatro) se conoce su dulzura, si será porque siendo la materia otra que a la comedia es nueva holgura, o será porque como el hombre se compone de cuerpo y alma es la mejor diversión la que satisface al alma y al cuerpo. El entretenimiento que solamente va a ganarles la benevolencia a los sentidos, con la queja del alma fácilmente se pierde la benevolencia; el que sólo se va al alma deja en ayuna los sentidos y por esta terrestre plebe debe lo lícito mirar mucho el alma mientras está unida por ella. Entre tantas cosas que la animalidad, ninguna cumple tan bien con ambas porciones como la comedia. Por este artificio tiene engolosinados los siglos y los que en ellos viven y las ven y oyen.

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Entre tantas y repetidas miserias como experimentamos en esta vida, vemos no obstante algunos corazones tan sin piedad que como si fueran de bronce no se enternecen de ver padecer a los de su misma especie. Nace en unos esta impiedad de un natural salvaje e inconsiderado que nos degenera de los racionales; en otros, de una cortedad y encogimiento de corazón causado de amor propio que les tiene siempre ocupados en sí mismos sin dejarle salir fuera a ver las miserias ajenas; en otros de largas felicidades que les hace poner al olvido la condición de su misma naturaleza; en otros, de una infernal, codicia, sementina de vicio, raíz y origen de todos los males como testifica el apóstol, y como dice David tienen éstos con la mano diestra asido el dinero e interés y en ambas manos de maldades idólatras del oro y plata como añade el profeta Isaías; en otros, de unos naturales verdugos que se recrean con la sangre ajena, y éstos juzgan que la naturaleza les hizo agravio en no darles dientes y garras de fiera.

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Sólo digo que es buena regla la de tener encerrados en el pecho sus pensamientos, que a manera del mercurio de los alquimistas se desvanecen cuando se descubren. Mas porque es igualmente   —179→   arriesgado obrar sin consejo en las cosas importantes y no se puede pedir sin fiarse, es necesario hallar medios entre la confianza y la desconfianza.

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Próximas a las sentencias son los adagios vulgares, los cuales son nacidos de la voz pública que rara vez engaña, y autorizados del tiempo que como más ancianos sabemos que todos son sentenciosos aforismos de la prudencia, y así se debe mayor fe al dicho de un anciano sin el fundamento de la razón, que a la razón de un mozo sin el fundamento de la experiencia. Tales son aquellos dichos vulgares: la primera parte del necio es tenerse por sabio. Un loco hace ciento. Quien no puede lo que quiere, quiera lo que puede. La perra presurosa pare los cachorrillos ciegos. Es vergüenza decir: yo no pensaba. Toma la ocasión por los cabellos. Saeta que se ve venir, hiere menos. Poco a poco en el mal paso. Es menester cretizar con cretenses. Donde acaba el engaño comienza el daño. Muchas veces es constancia variar pensamiento.

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La cosa que más entendimiento ha menester en esta vida son las palabras: por eso tiene sólo facultad de formarlas quien tiene entendimiento. Para obrar bien cada animal dentro de su naturaleza basta cualquier instinto; es preciso el entendimiento para aliñar palabras. Hablar cosas que toquen en culpas y tener entendimiento es terrible culpa. No usar del entendimiento para hablar, que es uno de los fines principales para que fue dado, es deslucirle a Dios un primor grande de la fábrica del hombre.

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La naturaleza dio instintos particulares a todas las cosas, con que cada una busca su perfección particular a convenientes movimientos y ajustadas operaciones, como es estar siempre tratando de subir lo leve y bajar lo grave. Dioles luego a todas las cosas un deseo común de ser cada una más que todas, y esto muchas veces a costa de su propio daño en gran manera, pues vemos que por esta natural soberbia el fuego que tiene instinto de subir va bajando por una vela hasta que la consume: parécele que la vela quiere ser más que él teniéndole asido, y va contra su perfección natural por ser más que la vela. Por esta natural soberbia el agua, que por instinto tiene el bajar, si con la mano la hieren salta furiosa hacia arriba por quedar superior a la mano que la hiere. Por esta soberbia natural vemos al aire, cuyo instinto es subir, bajar por las concavidades de una gruta por dar a entender que no puede haber vacío que se le escape. Por esta soberbia natural la tierra, teniendo por instinto el descender, se descuella y empina en montes, porque no piensen los otros elementos que ella no puede ser la más alta. Y por esta natural soberbia los hombres, dejando su natural obligación que es ser humildes como la tierra pues son tierra desde su formación, quieren cada uno ser más que todos.

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Ningún mortal tiene parados sus deseos: el dichoso pretende perpetuarse, el infeliz, hacerse, quien goza su dicha la galantea para conservarla, unos para que no se vaya y otros para que venga, y las más veces todo desaparece en un improviso, aun al medio de la procesión, sin el fin de la muerte. A los genios codiciosos atraen con maravillosa fuerza los bienes exteriores, esto es la riqueza y los honores, bienes a la verdad más nobles que los corpóreos, porque los externos fundados están en la propia opinión del hombre y los corpóreos en el sentido común a los animales. Mas ¿cómo puede ser bien del hombre lo que no está en el hombre? ¿Y cómo pueden estar en el hombre estos bienes, si el honor está en quien le da y no en quien le recibe y las riquezas están en la casa del rico y no en el rico?

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Con mucha razón las riquezas y los honores se llaman bienes de fortuna; ésta no pudiendo dar y dar a muchos, fugitiva y engañadora, ora los da, ora las quita; en la inconstancia es sólo constante. Mas ¿qué bienes puede dar la fortuna que no tenga más vanidad que sustancia y que no sean más perniciosos que preciosos?

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Nada hay en el mundo más débil y más desestimable que una gotilla de agua, pero nada hay tan rápido como todas juntas. Cada una de por sí merece desprecio, unidas todas abaten los muros, cavan los montes, sorben la ciudades y hacen otros terribles daños. Sabio aviso de Periandro: guárdate de muchos.

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Mucha es la ponzoña que derrama la vanidad de mandar sólo por mandar y ser temido. Éste es el veneno que con más inquietud mata. Todo es morir por tenerse en mucho, y sólo es morir. Al que intenta de hacerse de una estatua de viento le tendríamos por loco. A esto se atreve el que de la vanidad de mandar y ser temido quiere gloria. Tan loco ha de ser como él quien pensare que está en juicio.

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¡Oh, cuánta noche habitan nuestros deseos; cuánta sangre y sudor nuestro borra las sendas que camina nuestra imaginación; qué pocos saben contar entre las dádivas de Dios la brevedad de la vida!

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Maestro de San Roque. Relieve de la adoración de Los Pastores. Detalle Iglesia de San Roque, Potosí.

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Airarse18 contra los inferiores es locura porque siendo dada la ira para avalorar las fuerzas débiles contra los iguales, será superflua donde las fuerzas son superiores. Airarse contra los superiores es arrogancia debiendo antes aplacar humildemente que temerariamente, irritar a aquel que habiendo podido hacer una injuria puede repetir otra mayor. Airarse contra los inocentes es injusticia, no pudiendo merecer ira quien no merece pena, ni merecer pena quien no tiene culpa.

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El entendimiento es la potencia dominante entre todas las potencias humanas. Él es el juez de las operaciones de todos los sentidos exteriores, el azote del temor y el freno de la ira. En tanto camina recia la voluntad, en cuanto la dirige el entendimiento. Es el archivo de las cosas pasadas, oráculo de las futuras, oficina de las artes, museo de las ciencias, templo de las virtudes mentales, primer noble de las acciones, empíreo del alma, colega de los ángeles, imagen del soberano numen, o por mejor decir numen terreno porque él es el príncipe de la república del mundo pequeño como Dios es el príncipe de la república del mundo grande.

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Pero antigua queja fue del género humano contra la madre universal que sepan los animales sin fatiga y sin estudio las artes que les son necesarias y que les cuesta tanto a los hombres el hallarlas y más el aprenderlas. No necesita la araña de tejedor para tejer su tela, la golondrina de arquitecto para fabricar su palacio, el toro de maestro de armas para aprender a manejar las suyas. Nacen con ellos las artes: Artes en que cada uno es maestro y discípulo de sí propio, y avergüenza al hombre que es más sabio. El que sabe más sabe menos. Enseñaron la arquitectura las abejas, la música los ruiseñores, la escultura las osas, la náutica los cisnes, el flechar el puerco espín, las minas los conejos, las yerbas medicinales los animales enfermos, como la cigüeña, el clistel19, el elefante, la sangría, etc.

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No hay valor, virtud ni valentía que no esté expuesta al agravio, ni felicidad por grande que sea que no esté sujeta a la miseria humana.

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Si hay dolor donde sobra locura.

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El miedo que una vez se concibe en el ánimo es dificultoso el despedirle brevemente.

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La pena del mal empieza del malo que le hace. La espada del propio matador tiene tanta sed de su propia sangre, como de la sangre del que mata: bien se puede decir que tiene más sed y más justa.

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Ordinariamente la maldad tiene una cosa peor que ella, y es necesitar de ruines para su aumento y conservación.

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Es la novedad tan mal contenta de sí, que cuando de lo que ha sido se desagrada se cansa de lo que es, y para mantenerse en novedad tiene por vida, muertes y fallecimientos perpetuos, y es fuerza o que deje de ser novelera o que por preocupación tenga siempre el dejar de ser.

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La prudencia siempre dicta que es necesario tal vez templar la celeridad con tardanza para que se maduren los sucesos, porque las dos cosas que tiene contrarias en consejo (que son la triza y la ira veloz) ordinariamente se acarrean precipicios y tragedias lamentables.

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Como si la lengua no fuera peor las más veces que una fiera espada, y la muerte y la vida ciertamente están en manos de la lengua, y si alguno piensa ser bueno y no refrena la lengua vana es su bondad. La fe está situada en el entendimiento, la caridad en el querer, en los ojos el conocimiento, el oír en las orejas, la piedad en las manos, la abstinencia en la garganta, la castidad en el cuerpo, el amor en el corazón: pero la vida, sólo está en la lengua.

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No todo lo que se calla y descubre es falta de secreto, sino muchas veces sobra de malicia ajena. Por eso conviene que los movedores de las facciones se prevengan de recato prudente y mudo, sin que sus palabras equívocas (ya que las dicen) puedan entenderlas ni los amigos ni los contrarios.

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El silencio siempre es delatado por pensativo y la voz por impaciente, y extiéndese a tanto el riesgo que aún no se libra de él quien (conociendo los delatores) por disimular alaba y defiende las violencias. Porque aquel que se encarga de acusar para que el señor a quien con adulación o sin ella sirve, estime su maña y la tenga por grande que la prudencia del recatado, artificiosamente no refieren lo que dijo delante de él sino lo que quería que dijese, y alega por sus grandes servicios el testimonio falso y con sus mentiras acredita su eminencia, pero las más veces el soplón acusador mentiroso tiene el pago merecido, o de su mismo dueño o de sus contrarios.

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El mar queda con menos agua cuando le sacan una gota porque aunque la vista no lo aperciba no hay duda sino que se disminuye, y aunque se quede mar queda con menos agua. Los defectos en cualquier cosa aunque no lo parezcan lo son, y en lo más grande suele las más veces echarse más bien de ver.

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La virtud de la humanidad siempre crece en el que la tiene hasta hacerse un árbol que lleva sazonados frutos, que ofrecidos a Dios consigue lo que se le pide.

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Armándose de paciencia para sufrir sus tantos males, que éste es el género de remedio de que usan los prudentes cuando carecen de mejor esperanza.

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¡Oh juicios temerarios y cuán terribles sois! Mas no es cosa nueva porque de ordinario los humanos así juzgamos el fondo, presumiendo de las virtudes vicios, y de la perseverancia y pureza, tema, mentira y locura. San Bernardo dice que la lengua del demonio tiene matiz del infierno y ponzoña de víbora, y fray Luis de Granada dice: «Cosa es dura y pesada ser juez de vida ajena quien no sabe gobernar la suya».

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Propiedades que suele engendrar el ocio en la juventud regalada y libre, que muy ordinariamente son, o distracciones por la parte que el apetito se inclina a las venéreas ocupaciones, o por la que amigos malos (cuidando más de su propio interés que de lo ajenos aumentos) hacen sangrientamente perder el tiempo tratando de obedecer más bien las leyes del duelo que los mandamientos del cielo.

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Quien es sólidamente bueno obra también sólidamente.

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Siempre a los pocos años se junta la imprudencia como a la vejez la cordura, de donde nacen tan diversos deseos como cada día se experimentan así en un solo sujeto en tan distintas edades como en la variedad de otros.

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Si se mira bien y se considera qué daños no hace la cólera y qué de amistades no ha quitado el poco sufrimiento y cuán unidas andan las disposiciones repentinas, las prisas y la inconsideración con la tristeza y arrepentimiento (lo que dice el común proverbio es que la aceleración en la determinación es madre del arrepentimiento, y ello se está viendo claramente, que así como la determinación madura vence dificultades, la presteza arrebatada engendra daños y causa desventuras).

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Celos, cifra mal entendida y libro escrito en lengua extranjera, donde aunque se lean los descargos no se entiende la verdad cuando ella es pura.

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Así es que este mundo con sus engaños nos ciega para que no veamos las cosas como son: la ambición y honra humana de que está lleno no es más que humo sin substancia ni tono, que ciega nuestros entendimientos para no conocer la verdad; y no es maravilla que venga a parar en llamas tanto humo y en risa y burla tanta locura.

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El mundo está sembrado de peligros, y nuestra vida va como carabelilla por el océano de este siglo. No hay dónde poner el pie con seguridad cumplida. La víbora se esconde debajo de la verdura   —183→   de la hoja. En nuestros ojos hay muerte sin achaque, y no es menester buscarlo porque en todo nos encontramos con mil peligros de cuerpo y alma. Cuajado está de peligros este valle de lágrimas. En el ejercicio de las mismas virtudes se nos pueden ocasionar otros muchos peligros, ya ofrecidos por el demonio, ya nacidos de nuestro propio descuido y falta de prudencia, ya por prevenir los daños o por no dar a cada cosa su punto.

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Los médicos matan y viven de matar y la queja cae sobre la dolencia. Arruinan un pueblo y un reino las culpas que acometen contra Dios y culpan a la fortuna, y los unos y los otros son homicidas pagados, pues ni hay médico que ejercite su oficio de balde ni pecado que no tenga su premio de cualquier interés. El médico mata al enfermo con lo que receta para que sane, destruye el pecado al pueblo y a las almas con lo que le persuade su apetito porque así se lo aconseja: háblase sólo de que se destruye el reino o pueblo porque se ven los efectos, y no publican la ocasión que son los pecados.

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Son los pareceres del vulgo como las olas del mar, que una viene cuando otra huye con inquietud continua. Ninguna cuida ni se acuerda del bien común, no atiende a la verdad ni se rige por la ley de la prudencia. No hay quien refrene su lengua; siempre está armado para acometer con voces afrentosas; no le detiene el pundonor ni el respeto; es autor o aplaudidor de novedades.

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No sólo son pobres los que andan rotos: pobres hay muy bien aliñados. No es solamente limosna la que se da al que pide por Dios: limosna es la que se hace al pobre lucido y tanto más limosna la que se da al que pide por Dios: limosna es la que se da por Dios a todos los que piden. También es limosna la que se presta y nobilísima casta de limosna. La que no parece limosna es la que más lo parece, porque no sólo socorre la necesidad sino ahorra el abatimiento.

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Si triunfan los vicios (y aun se atreven éstos a lo más sagrado como se experimenta en lo general y en particular en esta Villa), los engaños, las discordias y enemistades, los latrocinios, las tiranías e injusticias, si triunfa tan descarada la lascivia, si no se conservan con lealtad los matrimonios, si se destierra la verdad, ¿qué se puede esperar sino calamidades y desdichas?

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Son tan impenetrables los humanos corazones que es difícil conocer cuándo benefician o cuándo agravian, porque el artificio de la política y buen celo prepara la afrenta en la mesa de la honra cuando casi se conoce ser todo motivo de venganza.

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Cuanto allí (la cárcel) han de ver son lástimas y confusión, cuanto al olfato se acerca es asqueroso, cuanto gusta es amargo y horrible cuanto toca; el sueño le es dificultoso, oscura y triste la habitación, los accidentes (que por menudos dejo de referir) insufribles, y lo que más debe ponderarse, que es la falta de libertad, incomparablemente pesada.

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Nadie quiere desvestirse por vestir a otro.

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San Juan Evangelista, Melchor Pérez Holguín, 1724. Museo de La Moneda, Potosí.

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ArribaMelchor Pérez Holguín y la pintura de Charcas

Gracias a la munificencia de Banco Santa Cruz, ha sido posible la edición de este bello libro en el que se rescatan la vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, acompañando los textos con pinturas del gran maestro Melchor Pérez Holguín y de otros artistas de la escuela de Charcas.

Pese a la enorme importancia económica que para el imperio español tuvo Potosí desde el descubrimiento del Cerro Rico hasta la Guerra de la Independencia, la Villa Imperial no se distinguió por una gran actividad intelectual, aunque en ella se escribieron importantes crónicas y alguna poesía. Sin embargo, en ese páramo físico y espiritual surgió el talento de Orsúa y la única de sus obras que, por azares del destino se salvó de la destrucción casi de manera milagrosa.

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Autorretrato de Pérez Holguín, al pie de una de sus pinturas.

Pero Potosí se destacó singularmente en la arquitectura, la pintura y la escultura. San Francisco, La Merced, Santo Domingo, San Agustín, Santa Mónica, Santa Teresa o de las Descalzas Reales, San Juan de Dios, San Benito, San Martín, San Lorenzo, La Concepción, Copacabana, San Cristóbal, San Roque, Los Betlemitas, San Sebastián fueron los templos que rivalizaron en sus concepciones arquitectónicas y también en el tesoro de sus imágenes. Mas, las pinturas y esculturas era también requeridas por los ricos azogueros para las capillas de sus casas y haciendas. Y es así, como a partir del siglo XVI llegan a la Villa artistas de la calidad del italiano Bernardo Bitti y los españoles Alonso de Arandia, Pedro de Carranza, Francisco Bohorques del Castillo, Juan Francisco de la Fuente, Juan Díaz de Robles, Cristóbal Álvarez de Aquejos, Bernardo Muñoz, Bernabé de Zamudio, Francisco de Sandoval, Nicolás Chávez de Villafuerte, Francisco López y Castro y Francisco de Herrera y Velarde. Varios de ellos se quedaron en Potosí formando   —186→   talleres de los que surgirían infinidad de pinturas de sus discípulos criollos, muchos de los cuales, como es el caso de Melchor Pérez Holguín frente a Francisco de Herrera y Velarde, superaron con creces a sus maestros.

Entre la pléyade sobresaliente de artistas de la escuela de Charcas, Melchor Pérez Holguín es la figura mayor. Bernardo Bravo Lira, profesor de la Universidad de Chile (quien, evidentemente, no conoce la Historia de Orsúa), sostiene con razón que: «el barroco en América no fue uno más entre los grandes estilos que se suceden en el tiempo, antes bien, fue el primer gran estilo americano a través del cual encontraron expresión las nacientes nacionalidades del nuevo mundo, pudiéndose mencionar como sus grandes exponentes a Bernardo Valbuena en la literatura de México, Pedro de Oña del Perú en la poesía, el inca Garcilaso de la Vega del Cuzco en la historia, o Melchor Pérez Holguín de Potosí en la pintura, cuyas creaciones culturales deben ser calificadas de 'indianas' y no de 'coloniales' como sin mayor examen se ha hecho con frecuencia». Martín S. Soria, crítico de arte norteamericano dice a su vez: «Holguín se puede colocar a la cabeza de los pintores sudamericanos por su invención, personalidad, temperamento, expresión y dibujo».

Había nacido en Cochabamba en 1660 y falleció en la Villa Imperial en 1732, donde vivió desde sus 18 años. De temperamento ascético, que se refleja en la temática de sus pinturas, fue un incansable trabajador, y su producción se halla hoy dispersa en museos de Bolivia (sobre todo en la Casa de la Moneda de Potosí y el Museo Nacional de Arte de La Paz), Argentina y España. En Chile, se pueden admirar dos de sus lienzos en el Museo de San Francisco. Su serie de los Evangelistas, que afortunadamente ha quedado en su país de origen, figura entre lo mejor de una obra que se destaca siempre por su originalidad inconfundible.

Como sucediera con Orsúa, su contemporáneo, Holguín ignoraba su propio genio y nunca aspiró a la inmortalidad como los maestros europeos de la época. Se conformaba con que clérigos, azogueros y altos funcionarios de la Corona le pagaran el precio convenido por sus obras. Tuvo numerosos discípulos a los que transmitió generosamente sus conocimientos, ninguno de los cuales pudo sin embargo rivalizar con él. Vale la pena destacar que Orsúa y Vela y Pérez Holguín -que no se conocieron entre sí- asistieron como espectadores al fastuoso ingreso del Virrey Morcillo a Potosí y a las fiestas que se hicieron en su homenaje, acontecimiento que Orsúa detalló minuciosamente en su Historia y Pérez Holguín eternizó en una pintura de gran formato que es hoy día una de las joyas del Museo de América de Madrid.

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Mariano Baptista Gumucio, nació en Cochabamba, Bolivia. Es autor de libros de ensayo, pedagogía e historia. Ha ocupado tres veces la cartera de Educación y Cultura. Es redactor y firmante del Convenio «Andrés Bello» de Educación, Ciencia y Cultura de los países del área andina, en Bogotá en 1979, y firmante también del Convenio modificatorio en Madrid en 1990. En 1976, la UNESCO le concedió el premio de alfabetización «Reza Pahleví». Ha sido distinguido también por la Organización de Estados Americanos en 1989 con el premio «Andrés Bello» de Educación. En 1985 el gobierno de Bolivia le otorgó el Premio Nacional de Cultura.

Es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Historia y de la Sociedad de Historia y Geografía de Chile. Fue embajador en Washington y Cónsul General de Bolivia en Chile.

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Deseo expresar mi agradecimiento más sincero a mi esposa, Beatriz Rossells y a mis amigos Edith Neitzel Runge, Pedro Shimose y Teresa Stahlie por la eficaz colaboración que me han brindado para culminar esta obra en homenaje a la memoria de Dn. Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela.

M. B. G.

Santa Cruz, Septiembre de 2000

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Billetes de los años 30 del siglo pasado con vistas del Cerro Rico, La Casa de la Moneda y el retrato de Simón Bolívar

Editor: Mariano Baptista Gumucio.

Arte y Diseño y Producción: Engrama S.A.

Corrector de Pruebas: Hernán Llanos Magallanes.

Impresión: Imprenta Landivar.