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Segunda parte

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- I -

     Gabby Derly, la hermosa canzonetista lunarosa, de pálida cara y ojos negros de domadora de serpientes, que ni aun consagrada al campestre amor en este jardín sevillano podía olvidar sus apaches tiempos de Marigny, cantaba por el florido sendero abajo, reclinada en el amante:





        C'est la Valse Brune
des chevaliers de la lune,
que la lumière importune
et qui recherchen un coin noir.
   C'est la Valse Brune
des chevaliers de la lune,
chacun avec sa chacune
      la danse le soir...


     Y el amante, feliz y abandonadamente reclinado en el pelo de ella, que olía á gardenias, con el brazo por la flexible cintura de la hermosa, conducíala entre las zarzas, mirando la silueta de los dos, que la luna lanzaba poética á la arena del camino, y tarareándola el dúo de un modo gutural:



     Júuun, je ju je ju... ú,
ju je je ju ju ju... é,
Je jú... je jú ju jú ju ú
   je jú, je jú já.


     El lindísimo chalet, expresamente construído entre las rosas para Gabby, y oculto en un verjel de sauces, eucaliptus y araucanias, distaba de la minúscula estación doscientos metros.

     Salvábanlo á pie, en la bella noche y en la dulce despedida, seguidos por aquel hombre cargado de escopeta, cananas, perdices y conejos.

     -¡Oh, mon Javier! -acarició Gabby con un beso, en una pausa de la copla.

     Y prosiguieron:



        C'est la Valse Brune
des chevaliers de la lune...


     Él, desde Sevilla, venía á verla todos los domingos, á pretexto de visitas á las fincas inmediatas, volviéndose los lunes; pero las verdaderas semanas suyas de pasión, de gloria en ellos propios, de olvido de todo el resto de la tierra en este delicioso rincón paradisíaco, adonde no llegaban á amolar al conde ni periódicos ni jaquecas de políticos, en el tercer jueves de cada mes comenzaba con el cinegético viaje del Giralda.

     ¡Buen cinegetismo que les diese Dios á éstos... á este aristocrático presidente truchimán del Club de Cazadores!

     Ya era sabido, y consabido discretamente por los otros buenos camaradas: apenas el yate, en sus viajes mensuales, trasponía las riberas de Alcancil, á cien metros también de Villa Gabby, maniobraba gentil arrimándose á la orilla..., caía el insigne y respetable presidente, en brazos de la hechicerísima francesa, que como una náyade, vestida toda en blanco, le esperaba entre las frondas... y ¡aire, el Giralda!... río adelante navegando algunas horas con los otros...

     Luego, para el conde, ya también era sabido: siete días de gloria con su Gabby... Y al octavo, pian-pianito, en marcha hacia la próxima estación, para retornar, en media hora de tren, á la ciudad, poco más ó menos coincidiendo con el yate...

     -Alors, mon Vivi, c'est que ta femme, le monde... voyons, la gente -españolizó al fin la francesa deliciosa, viendo que él no entendíala nunca bien su idioma patrio- la gente no va ella pas á recibir el bateau ¿como va ella á despedirlo?

     -No, mi Babbá, para que nadie vaya, justamente, tenemos dispuesto que arrive por la noche, sin hora fija. ¿Eh? Parbleu!

     -Ah, que tu est drôle! Cochinó!

     Riéronse.

     Al conde hacíale gracia este español travieso que iba aprendiendo su querida.

     Pero llegaban á la estación; y el tren, aquel humilde mixto, por otro lado.

     Tuvo que hacerse cargo de las cananas, de la escopeta, de los conejos y perdices.

     Zampado todo en un vagón de segunda, Javier subió también, tras de darle á Gabby muchos besos.

     -¿Ves? ¡Mi caza, Nené! ¿Te parece?

     -Ah, Vivi! Cochinó!-volvió á reir la artista con su gracia inimitable.

     Era verdad, en fin de cuentas. Muchas de aquellas piezas, aunque otras las hubiesen matado por expreso encargo el guarda y un sirviente, habíanlas cobrado ellos mismos, Gabby y Javier, en los aguardos con que distraían por las tardes sus raptos amorosos.

     El conde no le mentía absolutamente á su pobre buena mujercita, pues, cuando al llegar á casa decíala que había cazado aquello, y mucho más, en la semana.

     Silbó la máquina.

     Partió el tren.

     El gordo y felicísimo Javier, ya tornando, un poco á sus aspectos de hombre respetable, saludaba con el pañuelo..., en tanto Gabby, toda de blanco, tan linda á la luna, se perdía otra vez por las florestas, tirándole besos y seguida por Froilán.

     ¡Oh, cómo el amor, el grande amor es siempre celoso!

     Javier, al perderlos de vista en una curva, no pudo evitarse pensar que aquel Froilán, aunque rusticote, era joven y era guapo. Gabby le había tomado á su servicio, buscándole allá por los próximos cortijos...

     ¡Tendría que ver que Gabby, la delicada, pero quizá también la caprichosa..., y el bruto de Froilán..., durante las ausencias!...

     ¡Tendría que ver! Tras de que, sin contar los once mil duros del chalet y de la finquita, ni los regalos, esta mujer le salía al mes por tres ó cuatro mil pesetas.

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