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1

Continuación de lo publicado en nuestro número anterior.

 

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A esta conclusión llegan las tías a través de las informaciones que les ha ido aportando Doña Camila, la institutriz de Ana durante su infancia. Por su parte, el narrador es muy consciente de la importancia que las circunstancias de su niñez han tenido en la joven Ozores, pero parece dudar de la credibilidad de la interpretación determinista-hereditaria de Doña Camila y las tías (Alas, 1981, vol. I, págs. 193 y 232).

 

3

Estos términos son una variante introducida, sólo, en la revisión que D. Pedro Antonio realizara de El Niño de la Bola para sus Obras (Alarcón, 1884, pág. 186). No aparecen en las tres primeras ediciones de la novela.

 

4

Russell P. Sebold demuestra esta base intelectual ilustrada, no sólo en el Prólogo a El señorito mimado. La señorita malcriada y en «Historia clínica de Clara: La mogigata de Moratín», sino también en la producción novelística dieciochesca, concretamente en su estudio preliminar a Fray Gerundio de Campazas de José Francisco de Isla.

 

5

Las mismas ideas había expresado treinta años antes Ramón de Navarrete. Definía la novela histórica como «una narración más o menos fiel, más o menos exacta, de sucesos pretéritos» (Navarrete, 1847, pág. 83), pero no consideraba que ella cumpliese con la que a su juicio era la finalidad de toda novela («ilustrar a la generación presente en lo que es relativo a sus vicios propios, a sus instintos y a las leyes que la mueven y la gobiernan» (ibid.). Según Navarrete, dichos objetivos sólo se alcanzarían si nuestros novelistas imitaban lo que se hizo en el pasado («Casi todos los escritores antiguos, al escoger época para sus obras, hacíanlo en la suya propia» (ibid.). Por lo tanto, concluye el crítico que, entre las modalidades novelísticas discutidas, los hombres de letras del momento deben «preferir la novela contemporánea [v. g., «novela de costumbres contemporáneas»] a la novela histórica» (ibid.).

 

6

Pérez Galdós fue aconsejando lo mismo a lo largo de teda su vida. En dos de sus mejores artículos, ambos de 1897, «La sociedad presente como materia novelable» y «José María de Pereda, escritor» (Pérez Galdós, [1897] 1972, págs. 173-182 y 189-204, respectivamente), el novelista canario reincide en la idea de que la novela debe ser expresión del estado mental y ambiental de la colectividad concreta que el autor estudie.

 

7

El subtítulo histoire («fisiología») de Les Rougon-Macquart fue utilizado también por Galdós, quien subtituló: «Dos historias de casadas» su Fortunata y Jacinta.

 

8

Definía Andueza en 1845: «Tipo es un individuo de la sociedad que representa una clase a la cual convienen costumbres propias que de ningún modo pertenecen a otra alguna [...] en estos tipos está no sólo retratada la figura, sino el alma» (Montesinos, op. cit., pág. 111).

 

9

El siglo XIX concibió a Andalucía y Murcia como pueblos o «razas» moriscos, es decir, afectados por una gran impronta árabe, D. Pedro Antonio a menudo se hizo eco de esta interpretación histórico-determinista. Sobre uno de sus propios parientes dijo: «Eran unos grandes ojos moriscos, llenos de luz y energía [...] Eran los ojos de mi primo, más semítico que jafético» (Alpujarra, V, i). En torno a tío Lucas escribió: «Vamos... Vamos a descambiar, díjole el murciano a don Eugenio, alegrándose mucho de no haberlo asesinado, peo mirándolo todavía con un odio verdaderamente morisco» (El sombrero de tres picos, XXXIII). Finalmente, en La Pródiga, II, xiii dejó clara la idéntica filiación étnica de andaluces y murcianos: «¡Estos andaluces!... -Murciano, señor conde... -Viene a ser lo mismo».

 

10

(Quienes estén interesados en la «Fisiognomía», en Lavater y en el influjo de aquélla en la literatura europea, pueden acudir a Graeme Tytler, Physiognomy in the European Novel, Faces and Fortunes.

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