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Doña Emilia Pardo Bazán, en el folleto que dedicó a nuestro autor (op. cit.), apunta repetidamente la conexión entre la sangre semita de Don Pedro Antonio y su romanticismo y liberalismo juveniles, exaltados primero y calmados en su madurez:

Pero notemos también lo impresionable del temperamento de Alarcón, lo crespo y alborotado de su alma semita.


(pág. 1366)                


pues Alarcón no era revolucionario,... pero tenía en su alma el calor y la inquietud propios de los hijos del Mediodía...


(pág. 1367)                


Esta es la primera parte del análisis de la novelista gallega ya que, al igual que Don Pedro Antonio con el Niño de la Bola, ella realiza una completa «fisiognomía» del autor andaluz y, así, junto a su caracterización psicológica, dibuja Doña Emilia la descripción física del literato:

Mirábale yo, y de moro le encontraba la figura: con aquella nariz algo curva, aquellos ojos hundidos, de azabache, aquella oriental barba, le sentarían a maravilla el turbante y el alquicel.


(págs. 1374-1375)                


(Quien lea atentamente el capítulo de El Niño de la Bola titulado «Nuestro héroe», se sorprenderá del exacto parecido externo entre Manuel Venegas y su autor).

No sólo la Pardo Bazán reconoce la «raza» semita de Don Pedro Antonio, pues otro de sus contemporáneos, Don Manuel de la Revilla, realiza una «fisiognomía» muchísimo más completa del novelista andaluz (Revilla, 1883, págs. 91-100):

Ostentaba su fisonomía los trazos característicos de aquella generosa raza, y encerraba su espíritu todas las cualidades que la distinguieron: ardiente y soñadora fantasía, condición indómita y arrogante, corazón fogoso e hirviente en pasiones, ánimo dispuesto a todo linaje de temerarias aventuras y poderosos ataques.


(pág. 92)                


(En esta ocasión, obsérvese el parecido psicológico entre el Niño de la Bola y su creador).

 

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Así se desprende de las siguientes palabras de Alcalá Galiano (op. cit., pág. 154. Subrayados míos):

Walter Scott y en general los novelistas ingleses pecan, es verdad, de minuciosos, pero en cambio ¡qué tipos tan acabados, reales y perfectos!, ¡qué cuadros tan inimitables han creado!



 

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Así lo hizo Juan Valera en su artículo «La poesía lírica y épica en la España del siglo XIX»: Bien puede decirse que Alarcón comparte con Fernán Caballero la gloria de haber resucitado en nuestro país la novela de costumbres contemporáneas... Las dos joyas que me inspiran el anterior elogio son El sombrero de tres picos y El Niño de la Bola (Valera, 1942, pág. 1217).

 

14

Igual clasificación aceptaba por los mismos años Juan Guillén Buzarán diciendo: «Yo divido las novelas en tres clases: novelas históricas, novelas ficticias y novelas de costumbres» (Guillén Buzarán [1841] 1984, pág. 230. Subrayado del autor).

 

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Al igual, por ejemplo, que El audaz de Don Benito Pérez Galdós.

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