—207→
Apenas hubo el rubio enemigo de la sombra decapitado de nuevo con su hacha de rubí a su requetenaciente enemiga, cuando se alzó el nuevo Gobernador bostezando horriblemente por haber dormido muy mal, y poniendo a la puerta el letrero: «Ocupado: no llame por favor» se arrastró hasta su mesa, y se puso a hacer versos de acuerdo a su pésima costumbre, lo cual le valió muy poco, puesto que viéndolo levantado por la ventana los Cortesanos forzaron la puerta y lo arrancaron mal valió suyo al Salón de las Altas Apelaciones para dirimir los asuntos del día.
No bien se hubo sentado en su trono, cuando entraron solemnemente con gran rumor y pausa, infinitos guardianes del orden (vulgo, chafles), trayendo los tres condenados del día en su negro capuz y sambenito, seguidos del Penitenciario Mayor y de una mano de frailecicos que venían orando por los reos, y cantando en voz impresionante, mientras doblaban a muerto todas las campanas:
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Espantose Sancho de la vista y volviéndose al doctor Pedro Recio entabló el diálogo siguiente:
-¿Qué pasa?
Apelan al Gobernador.
-¿Qué son?
-Facinerosos. Rebeldes. Insoportables. Son tres hermanos gemelos y el cuarto se fugó al Paraguay.
—208→-¿Y cuándo los he yo condenado?
-El otro día cuando firmó en barbecho esa pila de expedientes antes de acostarse.
-No me acuerdo.
-Andaba medio mareado usté ese día.
-¿Y así se condena un hombre?
-¿Y qué vamos hacer? La sociedad tiene que marchar. Si estos hombres siguen viviendo toda sociedad es imposible.
-¿Qué han hecho?
-Pregúnteles a ellos.
Encarose Sancho con los tres reos vestidos de luengo tabardo homicidial de velludo negro, tan igualitos ellos: el mayor los ojos en el cielo, el mediano los ojos en tierra, y el tercero clavados en el Gobernador los suyos, que los tenía como dos luminares. Y les dijo:
-¿Qué han hecho?
-Ser lo que somos -contestó el tercero.
-Al mayor le estoy preguntando... -dijo Sancho-. ¿Quién eres, tú, el más grande?
-Es el que todo lo ve en Dios -replicó otra vez el más chico.
-¿Y por qué no contesta el mayor?
-Es mudo.
-¿Y tú quién eres, petizo? -gritó Sancho.
-Soy El Que Dice la Verdad. Soy sordo.
-¿Y éste del medio?
-El Que No Aguanta lo Feo. Es cojo.
-¿Y qué piden antes de morir?
-Solamente que nos oiga el Señor Gobernador este aviso divino:
«El cuarto hermano se llama El Hombre Que Hace Justicia Seca. Es loco. Lleva la tea en la diestra y el hacha en la otra. Es inasible, inmatable, invulnerable. Cuando nosotros hayamos muerto, caerá sobre la Ínsula a vengarnos».
Plantose Sancho un momento a mirarlo y los ojos del otro, que era un tipito flacón, puro ojos, como el flaco Sabattini, se alumbraron como faro de auto mientras Sancho, con la diestra en la barbilla y el codo en la rodilla, lo consideraba largamente musitando:
—[209]→ —210→-¿Qué es esto? No entiendo esta lengua. ¿Es brujería?
-Es teología -saltó el Mayor Penitenciario.
-¿Tiene algo que ver con la poesía?
-No. No con la que se usa hoy día.
-¿Dónde se enseña eso?
-Prohibido enseñarla en esta Ínsula desde los tiempos de Sarmiento. Por eso anda por el monte en estado salvaje, haciéndose la forajida.
-Pero mientras tanto ahora que los hemos atrapado, vamos a verles las caras, porque un Gobernador tiene que saber de todo -dijo Sancho meditabundo-, y si la condición tuya es decir la verdad cruda, vamos a ver esta lista que tengo yo aquí de cosas que no están en el dipcionario, que todos hablan dellas, y que arman cada confusión cada uno a su modo, que nunca las he podido sacar en limpio.
Metió Sancho la mano en el seno; y entre innumerables sonetos hechos o a medio hacer, sacó un largo papel con una innumerable lista, en la cual, poniendo la mirada, gritó al condenado tercero:
-¡Hombre Que Dice la Verdad!
-¡Presente!
-¡Atención a la metralla! ¿Qué es fraude?
-Elecciones aseguradas.
-¿Qué son elecciones aseguradas?
-Felicidad de la democracia.
-¿Qué es democracia?
-¿Cuál de las tres?
-¿Hay tres?
-Hay tres distintas y una sola verdadera.
-La de aquí, digo yo.
-La de aquí se define así: el reinado de los mercaderes por medio del lucro, soborno y fraude.
-¿Y cuál es el partido que no hace fraude?
-El que no puede.
-¿Y qué es partido?
-Partido, Excelencia, es la liga de los que quieren vivir sin trabajar, comer sin producir, ocupar empleos sin estar preparados y gozar honores sin merecerlos.
-¡Caramba! -dijo Sancho-. ¿Eso es partido?
—211→-Eso es partido. También el suyo.
-¿Y qué es plataforma política de un partido?
-Nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos, los otros son unos potros, comparados con nosotros.
-¡Caramba! -exclamó Sancho, alzando la vista a los Cortesanos que estaban encarnados como berenjenas-. Este hombre es peligroso.
-¿Ha visto, Esplendencia? -dijo Pedro Recio triunfante-. ¿No le dije?
-De todos modos, vamos adelante, que todo hay que oírlo en esta vida. Hombre Que Dice La Verdad Cruda, ¿qué es sufragio universal?
-La manivela de hacer opinar al pueblo de lo que no entiende para no darle mano en lo que entiende.
-¿Qué es liberalismo?
-Enemigo de Dios y amigo del pueblo.
-¿Y qué es el pueblo?
-Hato de carneros que trabaja, calla y paga.
-¿Qué es laicismo?
-Masón que quiere dárselas de Papa.
-¿Qué es Estado?
-Burocracia erigida en Dios.
-¿Qué es burocracia?
-Puestos.
-¿Qué es puestos?
-Comedero para la tribu.
-¿Qué es escuela neutra gratuita y obligatoria?
-Escuela inmoral costosísima y rabonera.
-¿Qué es libertad de prensa?
-Piedra libre al embustero.
-¿Qué es libertad de opinión?
-Chillar los ineptos hasta acallar al sabio.
-¡Sapristi! -exclamó Sancho-. ¿Y qué son finanzas?
-El arte de sutilizar el dinero de muchos, para pocos.
-¿Qué es economía dirigida?
-Inglaterra.
-¿Qué es defensa de las instituciones liberales?
-Un judío detrás.
-¿Qué son judíos?
-El pueblo que a Jesús dio muerte, y vida; y muchos cristianos que son los peores.
—212→-¿Qué son cristianos?
-El pueblo que es preciso que Cristo sea Dios para no avergonzarse dellos. Empezando por mí.
-¿Qué son católicos?
-Son los que saben en qué consiste la acción católica.
-¿En qué consiste la acción católica?
-La acción católica consiste en hacer discurso acerca de «en qué consiste la acción católica».
-¡Alto! -gritó aquí el Penitenciario Mayor haciéndose adelante con un gran tremolar de vestiduras-. ¡He aquí! ¡He aquí lo que es este hombre! ¡Deslenguado y sacrílego! ¡Maurrasiano! ¡Acción Francesa! ¡Ideologías exóticas condenadas por la iglesia! ¡Reo de muerte! ¡No hay apelación que valga!
-¡Paso! -dijo Sancho que estaba medio sonriendo para adentro desde que empezó lo de los judíos, mirando de reojo al Penitenciario-. ¡Paso! Todavía me falta hacer la tercera consulta, que es de índole personal, y después procederemos a la débita sentencia. Dígame usted, señor de la verdad desnuda, tengo aquí este librito de Sonetos arqueológicomísticos con intención devota y consonantes difíciles que a pedido de muchísimos amigos y del público en general he publicado a costa del erario público, y -no es por ser mío- está dando que hablar muchísimo, no sabiéndose todavía, aunque todos lo ponen por las nubes, si los sonetos son en realidad de la escuela clásica o de la escuela modernista, que en eso extrañamente disienten los doctores, y quisiera entonces leerle este sonetejo con estrambote para conocer su opinión sincera.
Alzose mientras esto decía el fornido Gobernador, y con voz resonante, aunque algo tímido continente de doncella declamadora, recitó lo siguiente:
«La Vida Humana» (o sea, contemplación devota de la natural condición del Hombre en vida y muerte).
Cesó Sancho, y alzando los ojos miró todo colorado al Hombrito, el cual muy desenvuelto dijo.
-Mala imitación de un verso bueno de Quevedo.
-No lo conozco -dijo Sancho muy sofocado.
-Es el único perdón de Dios que puede tener éste.
-Vea su Merced y considere -dijo Sancho todo empachado- que el crítico más eminente del diario El Orbe dijo de mis versos...
-Usía sabe bien que no podía decir otra cosa.
-¿Por qué?, si se puede saber.
-Porque es su oficio.
-¿Qué cosa?
-Decir esto de todos los poetas poderosos; y de los otros también, por las dudas.
-Y usted, ¿cómo sabe lo que de mí dijo?
-Sé de memoria lo que dirá y dijo de todos los versos que se escribirán hasta el día del juicio, el crítico de todos los diarios de la Ínsula.
-Arrepare, señor -dijo entonces Sancho severo-, que el diario El Orbe es en toda la Ínsula el diario más vendido.
—214→-Lo creo, señor; vendido, ¿en qué sentido?
Mirolo Sancho un largo rato fijamente y después reanudó su instancia:
-Ya que tan delgado hilamos y tan polido saboreamos, quisiera que Su Merced me la hiciese ahora de juzgarme otro sonetejo en rimas ricas y raras...
-Es inútil. Todos son malos. Los conozco todos.
-Perdón, hijo; aquí mentiste. Éste lo hice esta misma mañanita, siendo por ende idéntico del todo en todo -dijo Sancho triunfante.
-¿Inédito, querrá decir?
-Eso mismo dije... No es por ser mío, pero creo que algunita enjundia tiene, llamándose originalmente:
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-¡Basta! -interrumpió el Hombrito tranquilamente-, es el peor de todos los que Usía ha perpetrado, y aun de todos los que hoy existen en el universo mundo, almenos que yo recuerde.
-Mi pueblo, almenos en sus partes sanas, piensa de otro modo -dijo Sancho ya fastidiado de veras.
-Su pueblo entero murmura que muy otra cosa debería hacer usté, altro que versos. Sólo que nadie se lo espeta franco. De atrás lo muerden. Aquí mismo estoy oyendo decirlo a los Cortesanos.
Alzó Sancho la testa indignado de veras y vio a sus Cortesanos todos descompuestos, rojos unos como kakis, o pálidos como cirios, sudando como quesos y uno de ellos con un pisapapel en la mano para tirárselo al reo; el cual apareció de golpe a los ojos de Sancho transformado de insólita manera: la veste blanca en vez de negra, melena rubia y barba corta, el rostro ensangrentado y escupido, sólo los dos ojos eran los mismos, entanto que sus hermanos habían desaparecido y él había aumentado de talla. Mirolo Sancho con rabia, de temor no exenta, y dijo:
—215→-Este hombre es insoportable. Insoportable es poco: ¡grotesco! Grotesco es poco: ¡simiesco y funambulesco!
-Que muera -dijeron todos los Cortesanos.
-No tanto -dijo Sancho- porque columbro en él un no-se-qué, que aunque sea un perfecto descarado no me animo a darle muerte; y poniéndose de pie dictó el siguiente
Decreto
Considerando:
1. Que la verdad desnuda es peligrosa, supuesto que la gente decente no debe andar sino vestida y bien vestida.
2. Que por otra parte la verdad dosada, disuelta, endulzorada y mescolada ocasiona hinchazón de panza, modorra, anemia general y otros males extraños.
Ordeno, dispongo y mando:
El presente reo, convicto de no poder hablar como la gente, será encerrado a perpetuidad en el faro de la isla Martín García, con trabajos forzados de leer todos los diarios de la tarde y algunos de la mañana y prevención de que logrando destilar dellos un adarme de verdad pura en diez años, quedará libre; pero con apercibimiento de que si no cumple será obligado a leer además los diarios de provincia y los uruguayos;
Item, comunicación telefónica será extendida entre mi Regia Gobernaduría y el torrero de Martín García, con el fin de poder consultarlo en los casos de Estado graves; como ser Guerras, Pestes, Reformas de la Enseñanza, Inundaciones, Intervenciones Federales, Mangas de Langostas, Fraudes, Pedriscos, Fundación de Nuevas Universidades, Enfermedades Institucionales, Terremotos, Elecciones Generales, Epidemias, Nuevos Impuestos, Congresos Panamericanos, Homenajes Cívicos, Sequías, Reorganizaciones Administrativas, etcétera.
Item, en caso de Insolvencia Grave...
Pero aquí sonó un golpe tremendo en la puerta, y Sancho alzó de la mesa la cabeza sobresaltado, comprobando —216→ que había quedado dormido sobre un soneto interminable del que no podía salir por la fuerza del consonante; y lleno de regocijo mandó dar inmediatamente la señal de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en las Décadas de Tito Livio desde el punto de vista numismático, acompañada de apéntesis, sístoles, diástoles, logogrifos, nefritis crónicas, anakafalayoses glandulares y reparto gratuito de homehemeterias a cuatro pesos y medio cada arroba y media, además de la declamación, por Berta Singerman, de los tres sonetos mejores que escribió en su reinado, y los únicos que le fueron aprobados por la Censura Eclesiástica, que son los que a continuación transcribo de los papeles de Cide Hamete (h.).
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