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ArribaAbajo2. El Lobo y el Cordero

Apenas hubo el rubicundo Apolo proyectado sobre la faz de la tierra su tórrido barniz fosforescente y policromado, y las canoras y pintadas avecillas, empezando por los gorriones y acabando por las campanas de los conventos, elevado a la gloria del amanecer sus armoniosos trinos, con la utilidad subsidiaria de despertar a destiempo a los vecinos, cuando llevaron al nuevo Gobernador, el cual había dormido regular no más, al Salón de las Poéticas Expresiones, para hacer un poco descanso dominical.

Pero, no bien se hubo sentado Sancho Primero el Único en su trono, se oyó en las puertas de bronce un infernal pataleo y entraron al inmenso recinto -uno a grandes brincos caminando de espaldas, y otro resbalando suavemente por el bruñido y resplendente mármol- dos especies de bichos de ignota catadura.

El uno vestía mameluco de piel de Rusia con un gran colbac de pieles negras y cuadrada barba de cosaco y era un enorme jayán de hercúlea musculatura que caminaba como el cangrejo. El otro, era un niño envuelto en un manto blanco de nieve finlandesa con una especie de pezuñas de ébano que hacían de monopatín y una juvenil carita anaranjada de muñeca lapona o china. Sin el menor acatamiento al jerarca presente, los dos continuaron su absurda danza de skating y corcovo con gran rebullicio de aullidos y balidos en una condenada lengua que Sancho no calaba un verbo, parecida a la que hablan los argentinos de la calle Junín. Enojó a Sancho al fin tanta irreverencia, y preguntó al Presidente de Cultura, doctor Pedro Recio, entre furioso y atónito:

-¿Qué hablan ésos?

-Griego.

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-¿Quiénes son?

-Son el Lobo y el Cordero.

-¿De dónde salen?

-De la famosa fábula de Esopo.

Desencadenose entonces el Jerarca, que no estaba para fábulas, y los conminó y conjuró tonantemente con las peores maldiciones que conocía:

-¡Jesucristo! ¡Satanases! ¡Ira de Dios! ¡Descreo en Martín Lutero! ¡Así os salve Dios como Inglaterra a Polonia! ¡Hablad en castilla corriente y moliente o bien salid al punto de mi gobernaril presencia!

Comidiéronse las bestias al oír esto, y volviéndose al Jerarca le hicieron una profunda reverencia, traduciendo ipso facto sus aullidos al castellano antiguo en la forma siguiente

LOBO
¡Prepárate a morir!
CORDERO
¿Yo qué he hecho, si vamos al decir?
LOBO
¡Me estás acometiendo,
amenazando, hurgando y agrediendo!
CORDERO
¿Yo agrediendo, señor, yo amenazando?
¡Dime de qué manera, cómo y cuándo!
LOBO
¡Tú, sí, fiero animal,
tú, y hasta en el hablar te se conoce,
pues tu frontera está tan sólo a doce
kims de mi Capital!
CORDERO
En ese caso, para verla vera,
eres tú quien a mí amenaza y tose,
pues que tu Capital sólo está a doce
kims de la mi frontera.
LOBO
¡Silencio! ¡Ésas son tretas diplomáticas
propias de un ser mefítico y sofista
que yo no admito ni han de ser pragmáticas
en siglo de política realista!
CORDERO
Si acaso sin querer falté a tu nombre,
dime tú mismo en qué manera y arte
delante de los dioses y los hombres
puedo desagraviarte...
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LOBO
¡Sólo la guerra lavará mi agravio,
brame el bronce fatal y calle el labio!
CORDERO
¡Cielos! Mirad qué tal pica-pendencia.
¡Yo el ampo elevo a vos de mi inocencia!
LOBO
Sólo me puedo dar apaciguado
si en los plazos más breves
incontinenti tu frontera mueves
a 1200 kims de Lobogrado.
CORDERO
¡Eso es decir borrarme a mí del mapa!
¡Oh, Dios, cómo es posible tal escapa-
toria si a 1200 kims de aquí
hay otro lobo que me acecha a mí!
LOBO
Tu vidébis! Non pértinet ad me!
CORDERO
Mejor morir entonces en mi fe...
LOBO
¡Muere, injusto agresor,
a mis manos, la muerte del traidor!


dijo el Lobo rugiente, y se le echó al cuello como un colla, por las trazas dispuesto a hacerlo trizas. Todos los circunstantes cerraron los ojos por no ver la cruenta y lastimosa escena, y se hicieron los desentendidos -«total, decían, mañana lo leeremos en los diarios»-, menos el perínclito Gobernador, que tenía por ley gobernaril no cerrar los dos ojos ni para dormir. Pero desencajose la puerta de la portería en ese momento, que debía ser más falsa que portería de convento, y entró corriendo un hombre a los gritos, desencajado y anhelante:

-¡Detengan! ¡Detengan! ¡Paren todo, antes que se cometa una errata irreparable! ¡Una errata disforme, descomunal y fatal!

El recién llegado llegaba envuelto en un gran poncho de blanca lana -aunque algunos historiadores dicen que era algodón imitación lana-, en lo cual mostró más sentido común aunque menos mortificación que todos los curas de Buenos Aires en verano... ¿Dónde estábamos? ¡Ah!, venía vestido de sotana blanca con festones de fantasía. Además tenía dos enormes jorobas en vilo y era más feo que Cantilo. Sancho le dijo:

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-¿Quién sois?

-Soy Esopo -dijo el emponchado.

-¿Qué pasa?

-La fábula estaba a punto de acabar mal.

-¿No acaba con la muerte del Cordero?

-Acabaría en tu tiempo. En nuestros tiempos, el final está corregido. He puesto una variante. Con el tiempo hasta las fábulas evolucionan. ¡Atención aquí, ustedes, bestias irrazonantes!

Hízoles el heleno unos cuantos pases magnéticos al Lobo y al Cordero, después de lo cual les habló al oído y les hizo la señal de la cruz, mandándoles al cabo que reanudasen el hilo de la entrerrota historia. Y aquí sucedió lo inesperado. El Lobo se arrojó ansioso sobre el Cordero, bramando «¡Muere, injusto agresor, a mis manos, la muerte del traidor!» y lo aferró del cogote; pero el Cordero lo recibió con un uppercut en la mandíbula y un short al estómago con la zurda que lo tiró contra el muro trastabillando; después de lo cual se le fue encima y le administró metódica y paulatinamente una patiadura jefe, una desas que se llaman patiadura y no broma, balando al mismo tiempo: «Te voy a enseñar cómo las gastamos los corderos de hoy», que si no los separan, allí pasa cualquier desgracia, mientras el Lobo chillaba como un desesperado: «Asujetelón, asujetelón, asujetelón, que era no más que por gusto de hacer broma»; de lo que río Sancho no poco, aunque tampoco mucho.

Lo cual visto por todos los Cortesanos, rieron consecuentemente no poco, ni tampoco mucho.

Entonces Sancho mandó dar al doctor Pedro Recio el Premio Nacional de Literatura; al poeta Esopo, una corona de laurel de ése que sirve para poner en la sopa, aunque no para pararla; al Cordero, la cantidad de 50000 fanegas de afrecho flor; en tanto que ordenaba terminantemente expulsar al Lobo del Club Social Lobos y Corderos, no tanto por ser lobo, sino por ver que era un perfecto desgraciado.

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Y consiguientemente, no habiendo más asuntos que dictaminar, dio el feliz Gobernador la señal de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en la Paloma de la Paz saludada con una descarga de 21 cañonazos, uno de los cuales la abordó por la barriga y la mandó de un solo saque más allá del planeta Marte.



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ArribaAbajo3. La Información

Apenas hubo el rubicundo Apolo asomado su soñolienta y bonachona faz por las puertas y balcones de Punta del Este, cuando se irguió el nuevo Gobernador del lecho donde yacía con un acceso de dengue y se encaminó a la Sala de las Sumas Examinaciones para despachar los asuntos del día. Apenas húbose sentado en su trono cuando presentose un señor gordito y retacón, con un tarro de engrudo bajo el brazo, una tijera al cinto, una kodak en bandolera y la cara más vivaracha, ratonil y mona que han visto los siglos pasados ni esperan ver los venideros. Después de lo cual se entabló entre el Gobernador y el doctor Pedro Recio el siguiente diálogo:

SANCHO.-  ¿Quién es?

RECIO.-  Señor, es un aprovechado garzón destos reinos que acaba de acabar sus estudios.

SANCHO.-  ¿Pariente de los Garzones de Córdoba?

RECIO.-  No, señor, en modo alguno. Ni por pienso.

SANCHO.-  ¿Y qué estudios ha hecho?

RECIO.-  Estudios de periodista.

SANCHO.-  ¿Dónde?

RECIO.-  En todos los cafés, bares y bebederos públicos desta Ínsula.

SANCHO.-  ¿Qué leyó?

RECIO.-  Todos los libros de la Editorial Tor y la Editorial Claridad y además las obras completas de Vargas Vila, sin contar con que tiene aprobado el bachillerato argentino.

SANCHO.-  ¿Qué demanda?

RECIO.-  Demanda de su Prominencia solamente el merecido diploma de Redactor de Primera Plana, y, si fuera posible, el correspondiente puesto en el mejor diario de la Ínsula.

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SANCHO.-  Es muy justo; pero para ello no ignora Su Merced que es necesario un examen.

RECIO.-  Estamos prestos.



Volviose el Gobernador al hombrecillo, el cual había pelado incontinenti un paquete de cuartillas y una estilográfica, y afablemente lo examinó, diciendo:

-Señor periodista, ¿cómo se llaman las noticias del extranjero?

-Información.

-¿Y las noticias del país?

-Otras informaciones de carácter local.

-¿De qué hablará Chamberlain en su próximo discurso?

-De los fines de guerra aliados.

-¿Y en el otro siguiente?

-De los fines aliados de guerra.

-¿Y Daladier?

-De la unión moral de la nación francesa.

-¿Y Hitler?

-Del Tratado de Versalles.

-¿Y Roosevelt?

-Del cariño que tiene a Sudamérica.

-¿Y Cordell Hull?

-Del panamericanismo.

-¿O sea?

-Del amor que tiene a los intereses de Sudamérica.

-¿Y el candidato a gobernador?

-De su amor a la democracia.

-¿Y el ministro del Interior?

-De la pureza de los comicios.

-¡Muy bien! -exclamó Sancho con entusiasmo-. Y dígame un poco, ¿cómo son las incursiones nocturnas?

-Infructuosas.

-¿Y el fuego de artillería?

-Nutrido.

-¿O bien?

-Violento.

-¿Cómo se retiran las patrullas enemigas?

-En desorden.

-¿Y nuestras tropas?

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Ilustración

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-Habiendo obtenido todos sus objetivos.

-¿Qué dice el primer comunicado?

-Admite el hundimiento de un buque de guerra.

-¿Y el segundo?

-Rectifica que se trata de un viejo buque mercante armado en guerra.

-¿Y el tercero?

-Rectifica afirmando que se trata de un pesquero.

-¿Y el cuarto?

-Desmiente a todos los otros.

-¿Cuántos submarinos construyen los alemanes?

-Según ellos, 2 por día; según los ingleses, 1 por semana.

-¿Cuántos cruceros construyen los ingleses?

-Según ellos, 1 por semana; según los alemanes, 1/2 por mes.

-¿Qué queda en limpio?

-Sumando miembro a miembro y eliminando cantidades iguales de signo contrario, nadie construye nada.

-¿Cuántos buques han hundido los alemanes?

-Según ellos, 180; pero según los ingleses, sólo 40.

-¿Cuántos buques han hundido los ingleses?

-Según los alemanes, sólo 40; pero según los otros, 180.

-¿Suma líquida total?

-Sumando miembro a miembro y eliminando cantidades iguales, quedan hundidos una cantidad de neutrales.

-¡Magnífico! -clamó Sancho-. Y para acabar, ¿por qué peleamos nosotros?

-Por la justicia y el derecho.

-¿Quién tiene la culpa de la guerra?

-Los contrarios.

-¿Hacia dónde vamos con certeza?

-Hacia la victoria.

-La victoria, ¿qué traerá?

-Un mundo mejor.

-Un mundo mejor, ¿en qué consiste?

-En la fraternidad universal, por encima de todas razas y religiones.

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-¿Quién va ganando la guerra?

-Los avisantes.

-¿Cómo dice?

-Gana la guerra aquel que le gusta más a los que dan al diario más avisos. Por ejemplo, la guerra española la iban ganando los rojos. ¡Al fin ganó Franco! Pero no fue por culpa nuestra.

-¡Sobresaliente! -exclamó Sancho-. ¡Todo lo esencial está, y en forma clara, sucinta y rotunda!

Y esto diciendo, púsose de pie con muestras de la más viva satisfacción; lo cual visto por los Cortesanos, se pusieron también de pie con muestras de la más viva satisfacción; y escucharon religiosamente el dictado del siguiente

Decreto

Considerando:

1. Que dada la próxima gran contienda cívica y consulta comicial, conviene economizar fondos a fin de destinarlos a nuevos hospitales, nuevas escuelas, nuevos langosteros o sea empleados de la Defensa Agrícola, dado que los actualmente en función se han revelado insuficientes y completamente inadecuados.

2. Que dado el actual estado de guerra, muchísimos productos europeos se han comenzado a fabricar con éxito en el país, fomentando así la industria nacional, y no se ve por qué los telegramas y cables y noticias extranjeros no han de poder entrar por el mismo molde y método...

y 3. Que sobra talento en el país para escribir telegramas tan buenos, o sea tan truculentos, estupefacientes y sensacionales como los mejores importados de Europa...

En virtud de la potestad que me confiere mi cargo, yo, Sancho I el Único, Gobernador por derecho divino desta ínclita Ínsula, vengo en decretar y decreto:

1. Fúndase una gran Fábrica Única Central de Información Extranjera Monopolizada por el Estado, que será dirigida por el ilustre joven aquí presente.

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2. Todos los diarios pasarán al Gobierno la suma que tienen destinada a información cablegráfica y cablefónica, el cual destinará una tercia parte al sostén de la F. U. C. I. E. M. y el resto a los benéficos fines arriba especificados...

Fírmese, comuníquese y cúmplase.

Dicho lo cual, dio el perilustre Gobernador la señal de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en el gallo de Morón en una pepitoria de ojos de gallo y espuelas de gallina, con salsa de espuelas de caballero y libros de caballería.