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ArribaAbajoAlegoría del Libro tercero

Dibújanse en Él algunas de las Demostraciones de Despecho que se hizo el Infierno al restituir los usurpados Cultos a la Religión. En el vuelo del León de Fuego por el Volcán se alude a un Ídolo de cuatro pies que había muy célebre en la Isla Española; El cual ataban los Indios porque solía huir al Campo; Y ejecutando lo mismo cuando llegó Colón, y su Armada, nunca lo volvieron a hallar.

Insinúase con el Volcán los muchos que hay en aquel Nuevo Mundo, como más difusamente se expone en el Libro séptimo.

Aurinda abrazada con Jacinta, precipitándose Ciega, y Muriendo sola, es expresión del funesto precipicio que indujo a los Indios el olvidar la primera veneración con que recibieron a los Extranjeros; Siendo Jacinta alegóricamente España, y Aurinda la América.

El Nuevo Mundo

Poema Heroico de Don Francisco Botello de Moraes y Vasconcelos.




ArribaAbajoLibro tercero




1


A Este tiempo en las Tierras ignoradas
todo presagios era, todo horrores,
efecto de ser a ellas fulminadas
con la Invidia sus Huestes de furores.
Nunca el Mundo con señas tan airadas
avisó el Cielo ruinas superiores,
como hizo allí el Abismo en triste amago
anticipada exequia al propio estrago.




2


Más de un Sol muchas veces mostró el día
teñido en sangre su arrebol ardiente;
y en el Zenit tal vez lo obscureciera
de aves nocturnas niebla balbuciente.
En medio de los Pueblos se atendía
al aullar de las fieras impaciente
rasgábase la Tierra, y numerosas
vertía al Mundo formas espantosas.




3


Desprendida del Sacro azul engace
caerse vía la Luna en rapto obscuro,
como infaustas tal vez sus lumbres hace
la fuerza infiel del Thésalo conjuro.
Corrió llamas el Mar con que deshace
cuanto inunda a aquel Orbe mal seguro;
y en mil ríos que bañan su Horizonte
nadó en la faz del Día el Flegetonte.




4


Viose de los Cometas el sangriento
ardor, que entre las obras superiores
siendo criados, bajan sólo al viento
a avisar muertes, a explicar horrores.
Atónitos balar humano acento
oyeron a las Reses los Pastores;
nacieron monstruos; púsose en huida
viendo el Parto la Madre estremecida.




5


Entre las aves que con bronco agüero
anegaban el Aire infaustamente
una se halló espantosa que de acero
Lámpara horrible descogió en la frente.
Víase en sus reflejos un guerrero
Ejército marchar de extraña gente
que infundiendo al furor mayor desmayos,
regía brutos, y esgrimía Rayos.




6


Esto mismo en las Noches repetido
mil veces mostró el Aire de iras lleno,
asustando las Tierras, confundido
a batallas el diáfano Terreno.
Con truenos su Región imitó el ruido
del Desorden Marcial que imita el trueno;
y por lides formar en nada impropias
nubes de polvo son las Nubes propias.




7


De aquellas negras bóvedas, adonde
sus Muertos estas gentes reservan,
cuando ya la alta Noche el Mundo
funestos alaridos se escuchaban.
La voz que en sus Oráculos responde
luctuosos gemidos perturbaban;
llovieron Rayos, y con fiero ejemplo
víctima fue sus lumbres más de un Templo.




8


Barrieron con espíritu sangriento
infernales allí respiraciones
cuanto vapor lluvioso alto elemento
presta el Campo a fecundar los dones.
Prolijo Estío con horror violento
fueron todas del Año las porciones,
desvaneciendo al Labrador la Tierra
las esperanzas que en el surco encierra.




9


Discordes iras, y Odio en los Mortales
las llamas del Abismo introdujeron;
y en duras guerras contra sí, parciales
de sus desgracias los Humanos fueron.
Con riscos de Hombres luego, que a fatales
pestilentes contagios perecieron,
entre aquellas Montañas a emulalles
Cordillera segunda eran las Valles.




10


Mas la tierra que más del fulminante
Ceño Infernal vio el ímpetu maligno
fue la Isla a quien después Colón triunfante
dio la Española el Nombre peregrino.
Deste feliz terreno, en quien vagante
había de fundar el Ligurino
para alto fin la Población primera,
se vengaba la Estigia más severa.




11


Hubo cerca de la Isla otra pequeña
porción de tierra casi continente,
cual la antigua Memoria nos enseña
era Ortigia a Trinacria floreciente;
donde entre hermosa selva que halagüeña
sus valles esmaltaba felizmente
con fábricas vivió de fausto escasas
Población pobre de esparcidas Casas.




12


Hacía sombra al poco numeroso
Villaje, un Risco que un Volcán esconde,
cuya cumbre en taladro portentoso
como el Etna al Abismo corresponde;
tal vez humo vertía, y proceloso
fue de peñascos Víbora, por donde
dientes de ascua a morder el Día eterno
los tósigos fulminan del Averno.




13


Aquí de sus fierísimos Encantos
obrar la Invidia el más horrendo quiso;
por mucho tiempo al Monte sus espantos
estremecieron con funesto aviso.
Formaba el susto de temblores tantos
un estruendo en las quiebras indeciso
como agitados de gran viento a solas
los distantes murmureos de las Olas.




14


Hasta que ya una tarde haciendo ultraje
al Cielo, acreditó la cumbre impía
que era el mugir, rumores del viaje
con que Mil Muertes lo interior movía;
Así sin duda cuando al Mundo ataje
la saña del airado último día
querrá el Infierno pródigo en vestiglos
ver los Infantes devorar los Siglos.




15


Enfurécese el Risco, y aun mugiendo
vivo jayán lo temen las Esferas;
los peñascos sacude, arroja horrendo
los árboles al Viento, y las Riberas;
trastornando infundiendo el mortal luto
Bramido al Monte, y Terremoto al Bruto.




16


Contra lo Eterno (¡horrible maravilla!)
rotos los grillos que su mármol graban
se dispara la Sierra; atroz cuchilla
su pedernal las Nubes recelaban.
Furiosos sus Escollos en la Orilla
lejos al Mar las ondas arrojaban;
náufrago aquel en el Mar de inquietas breñas,
eran las Olas Naves de las Peñas.




17


Contra sus riscos, lleno de furores,
se da el mismo; sus cumbres mismas muerde;
fulminase en peñascos voladores,
rómpese en grutas que el guarismo pierde.
Porque en él no prendiesen los ardores
despedazaba el gran vestido verde;
y con rabia que enciende sus entrañas
se rasgaban el rostro sus Montañas.




18


Vomitaba con furias Infernales
entre regüeldos, y hórridos bramidos,
Azufre, Pez, Salitre, y Pedernales
con humos, y cenizas confundidos.
Huyó el Sol, recelando sus fanales
que los deje del todo obscurecidos
el macizo borrón que Ardor perverso
derrama al lienzo allí del Universo




19


Lidian unas con otras en el Viento
las peñas que arden entre horror inmundo;
al Aire en mármol vago, a quien da aliento,
es Bóvedas pendiente el Profundo.
La Tez el Centro amenazó; y violento
sobre la Artesa, que tramó Dios mismo,
telas del Cielo se cernió el Abismo.




20


Llevada de los ímpetus del Noto
su horrenda Nube, túmulo del Día,
en partes por el Aire a espantos roto
se macizaba, en partes se extendía;
Borbollaban sus nieblas terremoto;
muchos de un globo el Humo producía:
dijeras que esta vez bárbaro Anhelo
Montes de Montes conspiraba al Cielo.




21


Medio Orbe, y medio Cielo en atroz Marte
discordes vieras; vieras escupido
por Caribdis de peñas, a esta parte
esotro Mundo, y Cielo en furia unido.
A tanta marcha ruido atroz reparte
horrendo Parche el Monte sacudió;
son sangrientas Banderas, tremoladas
entre el Humo las rojas llamaradas.




22


Sobre entrambas las Islas el movible
Toldo sus noches dilató inclementes,
impidiendo otra Tierra de humo horrible
que el Cielo miren las absortas gentes.
¿Tiemblan con el temblor de lo Insensible
pálidos, y mal vivos los Vivientes;
que mucho si en horror vían profundo
negarse el Cielo, al deshacerse el Mundo?




23


Muchos en la Española Isla agitada
piedras los finge el Centro palpitante;
vagó en el terremoto la Morada;
quedó al asombro inmoble el habitante.
Otros (al fatal susto enajenada
la misma suspensión) en tropa errante
sin sentido corriendo sus mansiones
se derraman en ciegas confusiones.




24


Quien al Templo corría desvelado
de los Diosos buscando el brazo amigo;
y viéndolo caer temió asustado
del Sacro Techo el desleal abrigo;
Quien huye a la Campaña del poblado;
quien al Campo abandona lo enemigo;
muchos al Monte van, cuando extranjeras
corren al Pueblo atónitas las Fieras.




25


Mas en Todo la angustia se encontraba;
volvía la Madre con dolor propicio
al ¡ay! que tierno el hijo pronunciaba
sepultado de algún roto Edificio.
En las bocas que el Suelo desgarraba
pender vía con yerro propicio
al Amante la Esposa, y en vano fina
tendió los brazos a impedir la ruina.




26


Desde el Aire abrasado, y luctuoso
rayó a las peñas, peñas son crecidas;
dejar quieren (granizo portentoso)
las Tierras por sí propias destruidas.
Las queman las Cenizas con rabioso
contacto de las llamas concebidas,
y a muchos sepultando en Montes, era
su diluvio Infernal Urna, y Hoguera.




27


Así gemía en ruinas vinculado
aquel Pueblo al más duro sentimiento;
cuando hacia la Isla del Volcán airado
guió sus ojos un mayor Portento.
Vieron de obscuro fuego desatado
todo el Risco vestirte en un momento,
donde la Vista que difunta yerra
encontró una ascua si buscó una Sierra.




28


Y luego de entre el Humo, y los Ardores
vieron salir gran Monstruo, que sangriento
vertiendo llamas, fulminando horrores
toda encendía la Región del Viento.
Sin duda eran del Orco sus furores
último esfuerzo contra el Firmamento,
por quien todo a exhalar su Barbarismo
en una Fiera se agregó un Abismo.




29


Calle la Antigüedad cuanto espantoso
Fantasma imaginaron sus ficciones;
pues nunca así expusieron lo horroroso
en Quimeras, en Hidras, o en Pitones.
Vosotras, Musas, que su Ardor furioso
temisteis aun del Cielo en las mansiones,
dadle ahora en mi Idea nuevo aliento;
ya que puede hacer Caso del Pensamiento.




30


En forma de León dejó advertirse,
y alas batió de llama el Monstruo ciego,
si es que podían miembros distinguirse
en un volante Cáucaso de fuego.
De la Frente, y del Cuello vio esparcirse
la greña con feroz desasosiego;
Rayos las hebras eran; ni en su ensayo
perdió los Crespos ímpetus el Rayo.




31


De su Frente adornó la pesadumbre
un Diadema de hogueras Imparciales,
cual de algún Monte ardiéndose la cumbre
la ciñe el fuego en puntas desiguales.
Anegaban su aspecto en fiera lumbre,
reventando con ceños Infernales
dos segundos Volcanes sus enojos
en las vastas Cavernas de sus Ojos.




32


Todo el Aire estrechaba en triste hoguera
el Pecho que abultaba el Monstruo vano;
menos capaz, menos ardiente fuera
si permitiera verse el Sol cercano.
El Anca derribada enciende fiera
las Tierras, enjugando el Oceano;
y della errante en tempestad inquieta
ondeó por Cola un hórrido Cometa.




33


La lengua abrasadora se desboca,
y añade de su aliento el fuego interno,
fingiendo que en la Quiebra de su Boca
nazcan todos los Ríos del Infierno.
A batallas su cólera provoca
con garra desmedida el Solio eterno;
cada Brazo un Atlante fue tirano;
muchos Riscos de fuego cada Mano.




34


Cuando esta Fiera se entregó a los Vientos,
y en llamas se vio el Monte derretido
pronunciaron sus ímpetus sangrientos
el más ruidoso trueno enfurecido.
Llenáronse de horror los Elementos;
temiendo que Cadáver quiere externo
ser de la Tierra el Alma del Averno.




35


Mas a Breves instantes (apartada
de aquel paraje la Visión impía)
los de la Isla Española, sosegada
la Tierra vieron, y cobrado el Día.
Poco a poco al aliento se traslada
el ánimo que en todos fallecía;
ya los vuelve a sus Pueblos sin pesares
el Amor dulce de los propios Lares.




36


A más aliento luego reducidas
sus gentes, olvidando los temores,
intentan ir a ver compadecidas
de la Isla del Volcán los Moradores.
Ocupan las Canoas prevenidas,
dan impulso a los Remos nadadores,
y felices del Mar la Espalda graban
los que antes en la Tierra naufragaban.




37


No de otra fuerte, cuando en broncos ruidos
Montes confunde el Venatorio estruendo,
a las grutas se acogen afligidos
los Brutos que estremece el eco horrendo;
Mas cuando ya a quietud restituidos
ven los Campos, dudosos van saliendo,
hasta que a beber vuelven sin cuidado
los fragrantes Espíritus del Prado.




38


Llegaron las Canoas; Mas ¡oh horrible
de la Muerte extendido imperio ufano!
Mueren las Tierras, y de lo Insensible
Urna es al Esqueleto el Oceano.
A toda la Isla en que existió el terrible
Volcán, la sepultaba el Mar tirano;
sin duda al ver lo que hospedaba dentro
con furioso temor se Caló al Centro.




39


Ya deshiciesen su verdor remoto
Espíritus (de Apolo fomentados)
que presos en los Montes, Terremoto,
y Viento son si su ser dejasen roto
Metales que lo unían condensados,
todo se hundió en las Aguas transparentes
Casas, Árboles, Campos, y Vivientes.




40


Un breve Risco sólo se atendía
de la ruina en las Ondas perdonado;
y un Hombre en él, que innoble parecía
aun más que suspendido inanimado.
Tu fuiste, o Aucolo, amante a quien debía
menos turbada gloria su cuidado;
mas si Amor te destina a un fin violento,
a inmensa edad te llevará mi Acento.




41


Sentado en la alta Peña reclinaba
sobre la Diestra mano el rostro yerto;
el Rostro, donde pálido explicaba
la Congoja más viva el Color Muerto.
Congeladas las Cejas erizaba,
las pestañas abría en pasmo incierto;
nada en él se movía; que aun deshecho
saltó el impulso con que late el Pecho.




42


Negado el triste a todo aquel Contexto
que algún tiempo en edad gozó dichosa,
ni aún lloraba; que en hondo arrobamiento
lo sepultaba la ansia rigurosa.
Quitole el Monte en su furor violento
la Patria, Amigos, Bienes, y la Esposa;
quedaba el Llanto; y deste aún lo enajena
Volcán nuevo a sus Lágrimas su Pena.




43


Ningún Indio en la errante Compañía
de las Canoas al dolor resiste,
viendo del Pueblo amigo que inquiría
cuan pequeña infeliz memoria existe.
El bullicio que un tiempo allí se oía
hallaron vuelto en un Silencio triste,
sólo el Mar junto al Risco murmuraba,
como que tierno de la Ruina hablaba.




44


Por ver si Aucolo vive, Cuidadosos
a la Peña se arrojan velozmente;
Aucolo, que en desmayos espantosos
ni vuelve a verlos, ni sus pasos siente.
Llegaron; y Ciñendo pesarosos
el dudoso tristísimo Viviente,
con vaivenes, y voces que conciertan
del pesado Letargo lo despiertan.




45


Cual la Fiera magnánima que al Prado
rugientes leyes Coronada presta,
si la encuentra tal vez un desgajado
Risco, yace mal viva en la Floresta;
Y cobrándose ya, bien que ignorado
esté el Contrario que su horror infesta,
vuelve rabiosa con herir profundo
la Tierra amenazando, el Mar, y el Mundo;




46


Así Aucolo del Risco, y de los lazos
del pasmo infiel, se levantó furioso;
Estremeciose inquieto, abrió los brazos,
y mirando el Impíreo luminoso;
Injustos Dioses (dijo) que en abrazos
de luz ceñís la Tierra, y el Golfo undoso,
¿quién influye en los pechos Celestiales
tan sangrienta aversión a los Mortales?




47


¿Qué error contra vosotros ha podido
mi diestra cometer, que así a mi Estrella
el Cielo, el Mar, con tan monstruoso ruido,
la Tierra, y el Abismo la atropella?
¿Fue acaso, Invidia de mi Bien, perdido?
¿Quién duda, pues que quiso Aurinda bella,
que airados arden invidioso anhelo
el Abismo, la Tierra, el Mar, y el Cielo?




48


Indigno Padre de la luz, que errantes
viertes en Lienzo azul borrones de Oro;
y tú, si es que alguno hay que a los Amantes
presida, oh ingrato Dios que en vano adoro;
Si me apaga las glorias más brillantes
el Mar, donde con otro Mar las lloro,
¿por qué hacéis que en mi aliento detenida
a despecho del Alma arda la Vida?




49


Mas no, no hay Dios alguno; producidos
por si han sido esos Páramos lucientes;
y sus Faroles, del Acaso asidos,
son cuajados Relámpagos pendientes.
Si fueran las Deidades, si atendidos
vivieran sus impulsos eminentes,
(¡ay Aurinda!) Anegará el Golfo obscuro
de lo Divino el Crédito más puro?




50


Espíritu gentil, en quien violento
fuego se opuso a mi amorosa llama,
si ya este Mar no vuelas, dando aliento
a tu Aucolo infeliz que tanto ama,
Pues de tus Ojos sólo al Firmamento
es debida la acción que el Cielo aclama,
vuelve a esta Roca, y en su Templo triste
recibe el Alma de quien Alma fuiste.




51


Y ya que el Golfo injusto en sus moradas
dio profundo a tu Aurora infausto lecho,
fulminen su Cristal precipitadas
las vivientes Centellas de mi pecho.
Dijo: y para arrojarse en las saladas
Ondas, como lo induce su despecho,
con nueva palidez corrió anhelante,
al Mortal confundiendo con la Amante.




52


Estorbaron su impulso los Isleños,
mas el Triste entre todos forcejeando
busca obstinado del morir los ceños
a unos, y otros hurtarse procurando.
Acusa a todos porque los empeños
de su ruina embarazan porfiando;
y ellos instan; vistiendo en su extrañeza
semblante de Batalla la Fineza.




53


Procuran consolarlo; mas en vano;
porque ya es su mayor dolor su vida;
llama homicida fiero; y inhumano
al que le estorba ser fiero homicida.
¿Por qué (suspira) a un infelice Humano
aumentáis penas, Gente fementida?
¿Por qué a mis ansias le negáis la Muerte?
¿A Aucolo aún tiene que quitar la Suerte?




54


Rindiose al fin cansado de la lucha;
mas prosiguiendo en la hórrida agonía
porque veáis que asciende a ruina mucha
librarme ahora del morir (decía)
mi Historia oiréis; tendrá cuando la escucha
vuestra atención la Muerte que impedía,
si cabe del Dolor, y del Despecho
la parte en vuestro Oído que en mi Pecho.




55


En ese fondo, en Cuyas verdes Gramas
animadas del Céfiro otras veces,
son estorbo a las Ovas hoy las Ramas,
son las Fieras escándalo a los Peces;
En esa Isla fue, y murió en las llamas,
nací infeliz; ¡oh trágicas niñeces!
¿Qué mucho (¡ay Dios!) Que viva, y se eternice
más que los Montes quien nació infelice?




56


A amar viví; Desde aquel tierno instante
fueron siempre finezas mis deseos,
mi ignorar Ciego Ceguedad amante;
queja el llanto, suspiros los gorjeos;
El no hablar, turbación era constante;
el no ver, amorosos devaneos;
hallándose en mi Ser recién nacido
antes los Sentimientos que el Sentido.




57


Milagro fue de una Deidad que hacía
al mismo tiempo Cielo estas Regiones;
digo la Bella Aurinda, que en el día
que nací amaneció mil perfecciones.
Amor, que estrenar juntos Luz nos vía,
hirió los mal Vivientes Corazones;
introduciendo, de su dulce abismo,
a un mismo Respirar, un fuego mismo.




58


Las almas, al formarnos, esos rojos
Solios de Luz, sin duda equivocaron;
tanto entrambas, cediendo a Amor despojos,
unirse al otro Aliento procuraron.
Mi Animación latía allá en sus Ojos,
en mi Pecho su Luces palpitaron,
siendo siempre en ternísimos Compendios
sus Ojos Vidas, y mi Pecho Incendios.




59


Cuando de mí apartaban su Belleza
nuestro Pueril sollozo allí empezaba;
fui a seguirla, mas ¡ay! que la Firmeza
de mi Afecto a mis plantas le faltaba.
Luego a volver a vernos, la Fineza
en balbuciente Risa se explicaba;
la primer Voz que pronunciamos sólo
a Aucolo Aurinda fue, y a Aurinda Aucolo.




60


Crecimos, y el Ardor también crecía
con las tierras medulas a encendellas;
y a natural recato persuadía
furtivas a explicar nuestras Centellas.
Su Madre rigurosa la reñía
que a solas atendiese mis querellas;
Callé; y mi Corazón más se abrasaba;
encubríalo yo, y él se arrancaba.




61


Arrancábase ansioso; y otro tanto
a Aurinda su sentir costó oprimido;
sola sabía la Noche el dulce encanto
del recíproco incendio apetecido.
Mas ¿qué no enseña Amor? hicimos tanto
que nuestro ardor Creyeron reprimido:
Más de una vez, sin nota de quererla,
entre sus Deudos pude hablarla, y verla.




62


Si un tierno Hermano, que era blando peso
de sus brazos tal vez, mi sol besaba,
yo famélico luego el dulce beso
de la boca del Niño arrebataba.
Si bebía, la Sed su ardiente exceso
en mi infundía; el Vaso procuraba,
y el la parte bebí que sin agravios
encendió la Onda en ascuas de sus labios.




63


En mirando a otra parte la severa
Madre, luego a mirarnos los dos fuimos;
y con vista entendiéndonos parlera
astutos de engañarla nos reímos.
Tal vez conté una Historia lastimera
de Amor; y cuando al fin solos nos vimos,
Yo que Amor verdadero (la decía)
era el fingido Amante, Aurinda mía.




64


¡Cuántas veces (¡oh cuantas!) Los Hijuelos
en las Ramas hurté a las Avecillas!
¡Cuántas nadando en los salados hielos
traje el Coral del fondo a las Orillas!
Y ¡oh cuántas en el Prado a mis desvelos
cedieron las fragrantes maravillas!
Todo servía a mi amoroso empeño
siendo apacible Víctima a mi Dueño.




65


Y amaba Todo, del afecto mío
las bien nacidas llamas adulando;
la Fiera ardía, y la Espesura; el Río
vagaba entre las Flores sollozando;
El Ruiseñor su amante desvarío
con más sentida voz gimió Cantando;
y ternuras de Amor dio al Horizonte
en fuentecillas derretido el Monte.




66


Mas, ¡oh Gloria de Amor siempre inconstante!
Y ¡oh fugitivo Bien, que es en el Viento
para afligir el Pensamiento amante
más vago que el amante Pensamiento!
¿Quién la Suerte lograr podrá constante,
cuando en Aurinda, y en mi fiel tormento
aun no entibió sus trágicos enojos
Llama tan pura, o tan Divinos Ojos?




67


Hubo un pequeño Escollo matizado
de cuanta hermosa pompa el Valle afina;
de quien parece que llovía al Prado
su inundación de Rosas peregrina.
En una Fuentecilla desangrando
vierte doliente el Alma Cristalina;
y en el Regazo de su Margen breve
descansa del desmayo de su Nieve.




68


Mil Árboles que entorno animó undoso
del Sol lo encubren con verdor tejido;
Misterio lo hacen de la Selva, oh hermoso
de verde Cuerpo corazón florido.
No llega aquí de Fiera el pie espantoso,
pintadas Aves sólo en blanco nido
con tierno acento que su Amor restaura
dulces se arrullan si las mece el Aura.




69


De aquí (la Espalda a un Árbol arrimada)
estaba yo mirando el Mar un día,
cuando el Cemí que de mi Patria amada
en el Templo más Noble presidía,
se apareció a mis Ojos; perturbaba
la Floresta tembló, y la atención mía;
moviéronse los Ramos, y como ellos
Trémulos se erizaron mis Cabellos.




70


Amante descuidado, a quien espera
grande Martirio (dijo el Dios horrendo;
el Dios, que en forma vi de Sierpe fiera
con el Pecho torcido el Aire hendiendo)
Llamas, y Espumas tu amorosa Hoguera
turbarán, sus ardores extinguiendo;
prevén tu esfuerzo; Dijo: y remontado
volvió a dejar sin Miedo al Sol, y el Prado.




71


Corrí; y a Aurinda le conté el Abismo
de Dolor que fatal nos amenaza;
y della escucho que el aviso mismo
el mismo Dios a su atención enlaza.
Lloramos; discurriendo el parasismo
¿cuál será que el Destino infiel nos traza?
Mas no Cupo aun del miedo en la vehemencia
el mal que luego Cupo en la Paciencia.




72


A pocos días la Aflicción expresa
vimos, llegando a nuestra Patria clara
las Fieras Gentes que la Humana presa
dan al vientre tal vez, tal vez al Ara.
Entre las Vidas que su Escuadra apresa.
quiso el Hado que el daño me tocara:
¿Qué no hice? ¿Qué no dije? ¡Oh Cielo! ¡Oh Suerte!
Bien merecí, Lidiando, hallar la Muerte.




73


¡Mas ay! Vencido, Preso, Despreciado,
(y ¡oh en mis congojas la mayor!) Ausente,
me hallé en el Mar con otros, entregado
a un Leño en la alta espalda transparente.
Quejas di al Cielo, al Risco, y al salado
Mar tristes olas de sollozo ardiente;
mas de mi llanto a las angustias hondas
fueron Riscos los Riscos, Dioses, y Ondas.




74


En cada aliento el último se ensaya
truncados todos con el ansia fuerte;
cada acabar con ver la amada playa
fue un empezar sin Alma a ver mi Muerte.
Cada instante el Aliento más desmaya
viendo más Lejos mi adorada fuerte;
más se apaga cuanto es más la huida
Lejos del Corazón tibia mi Vida.




75


Mas bien que en tanta horrible infausta llama
me abrasaba la angustia fementida,
no la Ausencia, aun que atroz muerte se llama,
sola mi ruina entonces fue crecida.
Hubo tiempo que puso en mi otra Dama
su Inclinación, de mi nunca admitida,
y por turbar mi Amor (tanta ira nuestra)
le dijo que yo amaba en la Isla vuestra.




76


Llorolo Aurinda entonces, y aunque luego
la satisface, siempre aquella duda
le dejó huellas del espanto ciego
que imprimió en ella la Sospecha ruda.
En tanto pues que al Piélago me entrego
Cautivo, nuevo engaño Aquella anuda;
No fingió (dice) su prisión Aucolo,
Viaje, y Dueño ha disfrazado sólo.




77


Mas ya algún Dios con mis fortunas blando
me ofreció para entonces dicha suma;
Sacudir pude la Prisión, pasando
a mi Patria otra vez por la alta bruma.
Íbamos por el Mar tejer logrando
vago Manto de leño a inmensa Espuma;
aún la Tormenta huía, con extremo,
del ruido nadador de tanto Ramo.




78


Yo que en Librarme del afán pensaba
busqué siempre ocasión a tal ventura;
y vi una Noche que más sombra aunaba
casi dormir toda la Escuadra impura.
A que logre el huir me convidaba
la Confusión de la Tiniebla obscura,
y entre el lóbrego horror que reverencio
me estaba dando voces el silencio.




79


Como llevaban presa tanta Gente
nos dejaron (Ligados pies, y manos)
en Canoas que ataron tenazmente
a aquellas que ocupaban los Tiranos.
Y así con fuerte impulso sutilmente
romper pude los lazos inhumanos;
y aun sin estruendo derribado a Proa
desatar de las otras la Canoa.




80


Halleme a la mañana Libre, y Lejos
del riesgo, porque andando mucho había;
cuando del Cielo altísimos Consejos
a un portento, o su inmensa Luz me guía.
A una Isla llegué breve que en reflejos
venció las Galas del reciente Día;
(no de mis males) aun su hermoso Abismo
a Olvidados me redujo de mi mismo.




81


El Alma soberana (no, no pudo
ser Mortal, Perfección tan apacible)
vi de algún Numen, que entre un risco mudo
en forma de mujer se hizo visible.
Rendida se mostraba al Sueño rudo;
mas tan Divina, que con Luz plausible
del Bulto hermoso el Alma aun puesta en Calma
yerto me transformó Bulto sin Alma.




82


Díjela absorto: Oh tu del alto Cielo
Rayo en quien veo que todo Astro asista,
y en quien cegando la atención del Suelo
aun sobra de la Fe rapto a la Vista;
¿Qué importa que fiarte en mortal Velo
quieras de mi adorar a la Conquista,
si el Mar de tus Luceros aún ocultos
anega todo el Margen de mis Cultos?




83


Con razón grande (Asombro esclarecido)
al Letargo te entregas halagüeño,
pues porque hallarte en fin pueda el sentido
preciso fue que te escondiese el Sueño.
Y si aún deslumbra tu Esplendor dormido,
que fuera a no robar (oh inmortal Dueño)
de tu Vida esa Luz que en Calma advierte
esa extranjera Sombra de tu Muerte?




84


Pasmos ofrecen tus errantes huellas
al Sol que dejas, y Hombres a quien naces;
cual Flores quedan mustias las Estrellas,
las Flores Astros son de ardor capaces.
¿Qué fin te trajo a honrar sus hojas bellas?
Si lo fomenta nuestro Error, bien haces;
pues ¿quién querrá enojar su fiel Destino
viendo que es tan hermoso lo Divino?




85


Mas ¡oh! rompe ya el Sueño, y muda Calma
a que fías tus Ojos brilladores,
que es para mí más Luz que Vida, y Alma
este cegar de ver tus Esplendores.
Y aún mis Ojos quizá con dulce Palma
cobrarán así alientos superiores;
pues Ciego todo en mí, ya a tus beldades
sólo habrán de Cegar las Ceguedades.




86


Dije: y llegué mil veces procurando
despertarla del Sueño peregrino;
otras mil quedé inmoble; congelando
su nieve hasta el intenso en mi Destino.
A Ajar no me atrevía el Sueño blando
viéndole en Solio tanto allí Divino;
y adorado negábase a mi empeño,
siendo un Numen su Altar, Deidad el Sueño.




87


Ella entonces mi Error (¡ay Dios!) me avisa
desuniendo los párpados que inflama.
¡Oh cuánto me fue el Alma allí precisa
a Ardor que en Soles dos negros derrama!
Hierve el Amor allí, bulle la Risa,
nace inquieto el Deleite, y de su llama
cuando ascua es Todo en los hervores bellos,
siendo (¡oh pasmo!) Carbón quedaban ellos.




88


¡Mas ay! Que o por no ser tan mucho Rayo
de la Tierra, y del Mar riesgo forzoso
o por volver al Sueño en mudo ensayo,
desmayarse fingió el Portento hermoso.
Lo rojo perdió el Rostro; y del desmayo
la pálida blancura vistió ansioso:
tiniebla fue que en raro manto abroche
dos Días negros una blanca Noche.




89


Condújela a Barca, y con su auspicio
llego a la Isla; a Tlicalpo hallo devoto;
díceme que nada hable hasta el propicio
Solemne día que la ostente al Voto.
Paso al Villaje dando alegre indicio
de haber la Esclavitud infausta roto;
adora el Pecho a los que ya se inclina
mejores instrumentos de su ruina.




90


Con mi venida luego feneciendo
de Aurinda la ansia fue mal satisfecha;
sufrir no pudo mi presencia, siendo
(aleve en fin) cobarde la Sospecha.
Al dolor de la ausencia no atendiendo
el nudo de los brazos nos estrecha;
de nuestra Unión (fecunda así se indicia)
nace, al vernos, ya inmensa la Delicia.




91


Sus Padres luego a mi favor dispuestos
me abrazaron con vista placentera,
cesando no sé cuál razón que opuestos
antes los tuvo a mi amorosa Hoguera.
Siendo ya nuestros pechos manifiestos
quisieron que a ayer la Noche fuera
quien premise mi Afecto, que importuna
tanta ha feriado a la esperanza de Una.




92


¡Oh Cielo! ¡Oh Noche! ¡Oh incendio furibundo!
¿Diré vuestra impiedad? ¿Diré el Desvelo
en quien Cruel con lo Vital del Mundo
se desnudó de lo Divino el Cielo?
¿Diré entre al Odio, y Mar profundo
tanta inocente Vida? ¡Oh inmortal Velo!
Permítase al que oprimen tus Crueldades
la Infamia repetir de tus Deidades.




93


Ya la Luz con su rápida inconstancia
el Cielo en lo más alto honraba ardiente;
no hacen sombra los Riscos; su Constancia
puntal se finge al Rayo allá eminente.
Viendo sublime el sol a igual distancia
profundo allí el Ocaso, acá el Oriente,
parece duda entre uno, y otro paso
si rodará al Oriente, u ya al Ocaso.




94


En un Valle florido se extendieron
para el Convite, entre Carmín, y Gualda,
blancos manteles de algodón, que fueron
Nubes de nieve en Euro de Esmeralda.
Aquí los más de la Isla concurrieron
a aclamar de mis triunfos la guirnalda,
corriendo por las fauces a millares
tempestades preciosas de Manjares.




95


Fueron las horas todas dulce fiesta,
risas alegres, fiel desasosiego;
Cuando distinto mal en la floresta
se oyó de Voces, y Armas ruido ciego.
Con la infiel novedad que el Aire apresta
nos abstuvimos de las viandas luego;
Y absortos todos a escuchar el Ruido
mudos quedamos con atento Oído.




96


Así de errantes varios Conejuelos
pacífico Escuadrón en la espesura
muerde alegre tal vez los verdes velos
que el Prado visten de Esmeralda pura;
Y si algún ruido escucha, con desvelos
se suspende dejando la verdura,
sin que aún pague, de tímido, y de atento,
en la Respiración el Viento al Viento.




97


Tlicalpo entonces Sacerdote Santo
(Del cual ninguno fue más grato al Cielo)
llegó ansioso a nosotros, de su espanto
dando noticia aún sin su Voz su Anhelo.
Romped (dijo) quitad descuido tanto
en que os sepulta este florido Suelo;
¿Así a los Bienes olvidáis (Mortales)
la sucesión precisa de los males?




98


Llegó el último Día, llegó el fiero
trágico tiempo de la Patria nuestra;
todo traslada al Bárbaro Extranjero,
del Destino cruel la injusta diestra.
Tal tempestad de Ejército guerrero
llueve a la Tierra el Agua, que aún ser muestra
poca Nube el Mar todo a peregrinas
Centellas de Armas, Truenos de Bocinas.




99


Arde la Isla; Laméntase oprimido
al grave peso el Valle, al ruido el Viento;
Vese en medio del Pueblo, ya encendido,
el Adversario dominar sangriento.
En ciega lid turbado, y afligido
breve Escuadrón resiste a su Ardimiento:
En mil Huestes al Pueblo miré unidas
Muertes inmensas para inmensas Vidas.




100


Con tal aviso no hay quien no dejase
las Mesas; con gran prisa nos armamos,
encargando a Tlicalpo que apartase
las Mujeres, del riesgo que escuchamos.
Lloran Ellas, y al ver que se aumentase
en Ellas nuestro Bien, también lloramos;
Entre todas, gritando la Luz mía
más furiosa, y más bella, me decía:




101


¿Aucolo, Esposo, a cual angustia nueva
en tu ausencia me dejas riguroso?
¿Qué error (Cruel) sin mí, que Ira te lleva
a aún Morir cierto en el Lidiar dudoso?
¡Mísera! ¡A quién habrá que alientos deba
si eres mi Vida? Vuelve, vuelve, Esposo;
Llévame a que a un fin mismo el Alma rinda:
¿Así el llanto desprecias de tu Aurinda?




102


Cayó en tanto la Noche. Confundiendo
el Aire a horrores; Tembló luego el duro
rabioso Monte, al Cielo sacudiendo
Selva la tez, y Infierno el seno obscuro.
Armas, Desorden, Terremoto horrendo
se amasan, trastornando el Orbe impuro:
El Centro, el Aire a un tiempo, y la Isla encierra
bárbaras furias de espantosa Guerra.




103


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144


Yo, viendo que la Patria destruida
ya al rencor enemigo se postrase,
y que aún sobró en su rabia desmedida
furia que el Risco trémulo heredase;
La más amada parte de mi Vida
busqué en Aurinda, a quien creí que hallase
donde Tlicalpo en protección segura
con los demás condujo su Hermosura.




145


Mas ¡ay! que apenas del Volcán funesto
los temblores sintieron, y el bramido,
cuando confusas, del seguro puesto
todas corriendo huyeron sin sentido.
Tal se esparce a la selva en vuelo presto
abandonando la quietud del Nido,
incauta Escuadra de Aves, cuando broncos
oculto Cazador mueve los troncos.




146


Buscarla determinó en la espesura
donde el Templo existió del Numen Santo
que un tiempo a prevenir la Suerte dura
se fió de mi Vista al ciego espanto.
Llego al Ara; y hallé la Deidad pura
extranjera, afectando el temor; tanto,
que a este Escollo en la ruina fulminante
(Que Atrio del Templo fue) corrió anhelante.




147


Seguila, a tiempo que la Gloria mía,
mi Aurinda a esta mansión también llegaba.
Mas ¡ay! que la Sospecha que algún día
tuvo, entre tanto Horror hoy descollaba.
Cuando el riesgo creció, Tlicalpo había
dicho que al Templo fuesen, donde estaba
un Dios en forma de una Dama, que antes
yo de Tierras allí traje distantes.




148


Discurrió Aurinda que es la Diosa aquella
Dama por quien bebió el veneno rudo
ya de los Celos; y que yo por Ella
a la Isla con cautela tal la mudo.
Ni el ropaje de Luz, que mucha Estrella
entretejió desengañarla pudo;
juzgaba que las telas Celestiales
he fingido con Piedras, y Metales.




149


¡Oh aleves Celos! ¡oh en la consonancia
de dos Almas, discorde horrible Acento!
¿Entendimiento sois de la Ignorancia,
y os pasáis más allá de Entendimiento?
Infernal Peste; Ciega Vigilancia;
Desesperar que espera, Muerto Aliento;
y Monstruos en cuyo Orbe sin recurso
Irracionalidad se hace el Discurso;




150


Bruto enigma, que no es cuando a ser llega;
del Daño propio Espíritu anhelante;
¿A qué Astro el Mundo así la Piedad niega
que os dio Cuna, otro Infierno a hacer volante?
Muera el que dice da vuestra Luz ciega
vigor, y esfuerzo al dulce incendio amante;
¿Cómo alma la Ser de Amor daréis, y esencia
si informáis de un No ser vuestra Existencia?




151


Corría por un Valle, que a estas breñas
fue verde pavimento, un erizado
raudal de Fuego que (oh Volcán) despeñas,
Riego de horror, y escándalo del Prado;
Cuando Aurinda furiosa, dando señas
con mirar fiero de su atroz cuidado,
se abrazó a la Deidad, y en el prolijo
fuego con Ella al arrojarse dijo:




152


Tirana, que la Paz injustamente
turbas de mis afectos con fiereza;
a vengarme, a vengarme hoy solamente
tal furia el Acabar del Mundo empieza.
A mi pecha hurta impulsos; obediente
revienta a mi furor Naturaleza:
Muramos, pues, y (cual la amante Suerte)
muriendo horrible, usurparme la Muerte.




153


Y tú injusto inhumano aleve amante,
que Deidad la quisiste hacer al Ruego;
mira como su Numen, puede hollar el Fuego.
Tendremos en la atroz Llama espumante
Ella Altar, y mi Error Sepulcro ciego;
antes (oh Ingrato) ya; que en sus injurias,
arder elijo en tan horrendas furias.




154


Dijo: Y cayó infeliz. ¡Oh fementida
gloria del Amor! Detente, Esposa amada,
detente; ¿Así procuras la encendida
Muerte huyendo de mí precipitada?
Mas ¿qué aliento podría en ti ser Vida,
si a tan profunda angustia despeñada,
a tu ya en ti erizaron tus desvelos
el Precipicio horrible de los Celos?




155


Yo la vi; yo la vi, en el Aire vano
volviendo airados hacia mí los Ojos.
Mas ¿qué nuevo Letargo ya inhumano
(como entonces) me anuda enojos?
En la Memoria el Caso (¡ay Dios!) tirano
la Luz me hurta; al morir sirvo despojos:
falta mi Acción; ya el Alma es fuerza rinda;
mira lo cierto de tu Error, oh Aurinda.




156


Llegando Aucolo aquí, tanta congoja
lo aflige al acordarse del suceso
que interrumpido el Respirar lo arroja
de Letargo mortal a horrible exceso.
El Recuerdo que trágico lo enoja
lo hace desfallecer del Susto al peso;
Muere; Y en ella viendo huir su Gloria
deja el Alma por irse a la Memoria.




157


Envuélvelo en la arena su Despecho
ya sin Color, sin Voz, sin Vista clara;
el Corazón se le partía; al Pecho
los brazos junta, y luego los dispara.
A la Ansia horrible su Vivir deshecho
con respirar difícil se declara;
Ceden al fin vencidos, y mortales
del Espíritu Amante los Vitales.




158


Joven glorioso; en Cuanto la influencia
del gran FILIPO abarca esclarecido
(De FILIPO a quien ya cede Alta Esencia
ambos Mundos) tu Amor huirá el Olvido.
Una Muerte te libra de una Ausencia,
y un Afecto altamente interrumpido
en Orbe amante te eterniza ahora
donde vive Inmortal quien Fino adora.




159


Felice tú, que en ruina sucesiva
tu Aliento pierdes la perder tu Suerte;
¡Ay de quien triste, Emulación altiva
y Ausencia gime, sin que encuentre Muerte!
Amor tirano, Amor, manda que viva
tan Ciego al padecer su Impiedad fuerte,
que aún hoy que injusta su Deidad infamo
si mis desvelos me preguntas, Amo.




160


Llevan los Indios a la barca ruda
el Cadáver; Y luego hallan la Dama
de Aucolo, y la Otra; Un árbol las anuda
que al Mar las niega, y las negó a la Llama.
Estaba muerta Aurinda, que desnuda
se hizo pedazos en la bronca rama;
Mas la Extranjera huyó el mortal ultraje
pendiendo sostenida del Ropaje.




161


¡Oh cuánto Objeto portentoso esconde
al Vulgar Comprehender, Naturaleza!
¿Quién creyera encontrar Árbol adonde
tema llegar del Fuego la fiereza?
No sólo a aquella Rama corresponde
el Fuego en fugitiva ligereza;
Más aun el Humo, aun el Vapor ardiente
borra alta Antipatía de su Ambiente.




162


No sé si era este el Lárix, que Octaviano
allá en los Alpes encender no pudo;
O el que, partido, al Sol florece vano
afectándose Fénix cortezudo;
Ni si el Piragmo fuese el Tronco Indiano;
O si acaso el pendiente Escollo rudo
fue de Piedra Galatias, a quien ciego
es Humo que la inciensa (Huyendo) el Fuego.




163


Absortos los Isleños, como Aucolo
juzgan la Dama Numen Soberano.
El muerto Amante, la Celosa, un sólo
Barco, y la alta Beldad acoge ufano.
Albricias, Hermosura; ¿Cuándo el Polo
de tus Luces no hará inmortal lo Humano,
si aún no muere tu Imperio uniendo un punto
muertos los Celos, y el Amor difunto?


 
 
Fin del Libro Tercero