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El país de mi escritura

Sergio Ramírez





Saint Nazaire, 21 de noviembre de 1998.

He venido a recibir este premio desde mi país asolado otra vez por los infortunios de la naturaleza, y esta noche quiero sentirme acompañado por los miles de nicaragüenses humildes, ya desde antes castigados por la pobreza y el desamparo, que sufren la destrucción y la muerte, pero que miran siempre el futuro con esperanza. Yo soy parte de esa esperanza, y de sus sueños, y aspiro como escritor, a sentirme dentro de sus sufrimientos, y a reflejarlos e interpretarlos.

Cuando hay tanta muerte de por medio, y un país pequeño y pobre como el mío lucha por sobrevivir, un escritor no deja de preguntarse para qué ha de servir la literatura entre las calamidades. Y por encima de la pesadumbre, me respondo que la literatura es la hebra mágica, insustituible en el tejido de la historia de un país, el tejido donde se cruzan también las hebras de la alegría y las pesadumbres, y las tragedias, y los espejismos, y las esperanzas, y los sueños. Es con los hilos de la imaginación que el mundo futuro será posible.

Desde aquella Nicaragua lejana, he venido otra vez a Saint Nazaire donde el año pasado, invitado por el programa Belles Étrangères, encontré tantos amigos en la Casa de los Escritores Extranjeros y los Traductores; y nada me honra más que recibir un premio que lleva el nombre de Laure Bataillon, la gran traductora de Julio Cortázar; nada me honra más que hayan sido candidatos a este premio junto conmigo, escritores a quienes tanto admiro, como Christa Wolf, de Alemania, Víktor Pelevin, de Rusia, y Josef Winkler, de Austria; y que en años anteriores lo hayan obtenido también otros como John Updike, Hans Magnus Enzensberger, y Giuseppe O. Longo; y el año pasado Bernhard Schlink, cuya novela El lector me ha deslumbrado.

Pero me es especialmente grato, y no menos honroso, compartirlo con quien ha sido mi traductor a la lengua francesa por muchos años, el profesor Claude Fell, uno de los grandes especialistas de La Sorbona en literatura hispanoamericana. Él tradujo para Éditions Denoël mi novela Castigo divino, y esta novela premiada Un baile de máscaras para la editorial Payot & Rivages; y me he sentido siempre seguro, y confiado, de su sensibilidad, y de su habilidad, para encontrar las claves de mis propias palabras. Es una fortuna para mí poderlo llamar mi traductor.

Un reconocimiento en Francia es siempre notable en la vida de un escritor latinoamericano, y lo he sentido así desde que recibí en el año 1992 la Orden de Caballero de las Artes y las Letras, para el tiempo en que fue Ministro de Cultura el inolvidable Jack Lang. Ahora, el premio Laure Bataillon, otorgado por un jurado de críticos literarios, periodistas, traductores y escritores que representan la cultura de la Francia contemporánea, me hace sentirme más cerca de los escritores franceses a los que siempre he admirado, desde Henri Barbusse, que llamó General de hombres libres a Sandino, y desde Francia respaldó su lucha en las montañas de Nicaragua; desde Albert Camus, a Raymond Queneau, al Jean-Paul Sartre de los caminos de la libertad de mi adolescencia, a Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras, Georges Perec, Roman Gary, Antoine Volodine.

Como escritor latinoamericano con una pasión sin tregua por la vida pública, por eso que seguimos llamando el compromiso, siento que vengo de la pasión de Voltaire, toda mi vida un escritor comprometido con la suerte de los que no tienen voz; y como escritor con una pasión sin tregua por el rigor de la palabra, siento que debo pagar siempre mi deuda con Flaubert, toda mi vida un escritor comprometido con su oficio; comprometido a no malgastar la escritura en concesiones.

Y me gratifica este premio, porque mi novela Un baile de máscaras, está entre las más queridas de mi obra literaria; es la memoria de mi infancia, de mi familia católica y de mi familia protestante, de mi padre tendero y de mi madre maestra, de mi abuelo músico, maestro de capilla, y de mi abuelo inventor mecánico, y predicador; la memoria de Masatepe, el pueblo donde nací a la sombra del volcán Santiago, tan cercano en el paisaje que parece sembrado en el huerto de mi casa natal.

No en balde vengo de una tierra de volcanes, y huracanes. La historia nunca nos ha dado sosiego, y hemos vivido entre cataclismos naturales, y humanos. La lava hirviente está brotando siempre de las hendiduras de la tierra, y los ríos se desbordan transformando el paisaje. Después de cada cataclismo, erupciones, crecidas y revoluciones, el país nunca ha sido ya el mismo.

Ese es el país de mi escritura, el país de mi imaginación. Hablar de él, contar como es, siento que está en la raíz de mi tarea de escritor. Y por lo tanto, al premiárseme a mí como escritor, el premio es para la Nicaragua de mis sueños, y de mi memoria.

Muchas gracias a todos.





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