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El París del verano de 1788 a través del «Diario» del inquisidor Rodríguez Laso

Antonio Astorgano Abajo




ArribaAbajoIntroducción1

Vamos a fijarnos en una parte del manuscrito del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, Diario en el viaje de Francia e Italia (1788), que ha sido totalmente ignorado, hasta hace poco, dentro de los venerables muros del Monasterio de Cogullada2. Está entre los muchos testimonios de viajeros ilustrados que tenían por finalidad la diligente búsqueda de puntos de vista europeos desde donde contemplar, cotejar y juzgar su España, cuya más relevante muestra es el Viaje fuera de España de don Antonio Ponz3.

A los efectos de ampliar la noticia sobre el inquisidor Laso y su Diario, remitimos a la escasa bibliografía existente. Sólo contamos con un estudio de Enrique Giménez López y Jesús Pradells Nadal4 y otros nuestros5.

Las presentes líneas tienen como objetivo ver cómo se refleja el ambiente de París y la situación de la Embajada de España en dicho manuscrito, teniendo en cuenta que el embajador conde de Aranda la había dejado en octubre del año anterior y que un año justo después de abandonar los hermanos Rodríguez Laso la ciudad de París (15 de julio de 1788) comienza la Revolución Francesa. Los hermanos Rodríguez Laso permanecieron cuarenta días en París durante los meses de junio y julio de 1788.

Para comprender el marco político del viaje de Laso y la situación del conde de Aranda es preciso recordar algunos hechos significativos. El conde de Aranda solicita el cambio de destino, en carta del 8 de diciembre de 1786 dirigida a Floridablanca6.

Las calamidades se suceden en el otoño-invierno de 1788. Nicolás Laso, en Roma, acude ansiosamente todos los días del período noviembre 1788-abril 1789, a comentar con el embajador José Nicolás de Azara las malas noticias que sucesivamente llegan de España: muertes de la infanta María Ana Victoria, de su esposo el infante Gabriel y del hijo de ambos, Carlos José. El mismo Rey padece un fuerte resfriado el 6 de diciembre, redacta el testamento el 13 y fallece el 14.

Las embajadas españolas en Europa quedaron seriamente consternadas. Azara redactó un elogio fúnebre y el conde de Fernán Núñez lamentaba «el no haber estado a su lado para tributarle mis últimos obsequios»7.

En este marco de cambio político, Laso visitará la embajada de París y las de las cortes y repúblicas italianas (Turín, Milán, Roma, Nápoles, Parma, etc.) sin ocultar su cargo de inquisidor de Barcelona, aunque mostrándose cauto en sus opiniones. Hombre ilustrado como el que más, Nicolás Laso se siente muy a gusto en los ambientes más regalistas de los diplomáticos españoles.






ArribaAbajoPerfil de los viajeros, hermanos Rodríguez Laso, en 1788

Presentemos brevemente al autor del Diario y a su hermano, el rector Simón Rodríguez Laso, los cuales se acompañan en la visita a París. El inquisidor don Nicolás Rodríguez Laso nació en Montejo (Salamanca), el 17 de agosto de 1747, y murió, siendo inquisidor decano de Valencia, el 5 de diciembre de 1820, después de más de cuarenta años dentro del sistema inquisitorial en Madrid (1779-1783 como promotor fiscal), Barcelona (1783-1794, inquisidor fiscal) y Valencia (1794-1820, inquisidor fiscal, segundo inquisidor e inquisidor decano, sucesivamente).

Desde 1779 era académico de la Real Academia de la Historia y desde 1798 de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.

Nicolás es un hombre abierto al espíritu de los tiempos modernos, de cultura similar a otros abates viajeros como José de Viera y Clavijo y José Antonio Cavanilles. Todos ellos tenían un afrancesamiento cultural y pasaban su estancia parisina (pocos meses) en ininterrumpida cadena de banquetes, visitas, paseos en coche, diversiones, registros de museos, de iglesias, de bibliotecas, de colegios, de gabinetes, etc.8.

Acudamos a algunos testimonios de amigos de Laso de estos años para demostrar las inquietudes culturales y reformistas de nuestro inquisidor, previas a emprender su viaje. En la correspondencia de Vega Sentmenat con Juan Antonio Mayans se trasluce un fiscal inquisidor Nicolás Rodríguez Laso bastante animador del ambiente cultural en la Barcelona del período 1783-1788 y ligado al clérigo Félix Amat y al citado político y erudito catalán José Vega Sentmenat9.

Ambos compartían un marcado interés por la Historia y la Literatura, incluida la recolección de textos de poesía popular antigua, desde los provenzales hasta sus días.

Se nos presenta a un Nicolás Laso bastante bien relacionado con los intelectuales madrileños (el círculo de los condes de Montijo, de quienes era amigo y testificaron en 1779 para que Nicolás ingresase en la Inquisición), valencianos (Pérez Bayer, amigo reconocido en varias cartas, incluida una de Vega Sentmenat) y catalanes, como Caresmar, a quien hace retratar.

La primera referencia es una carta de J. Vega a J. A. Mayans, 22 de julio de 1783, que nos presenta a Laso, recientemente posesionado de su cargo de inquisidor, interesado por la poesía de Boscán:

«El Fiscal de esta Inquisición, D. Nicolás Rodríguez Laso, se manifiesta aficionado a hacer útiles averigüaciones. Me preguntó del Boscán, que ni sé yo dónde murió, ni dónde ni a quién se incorporó essa Casa, ni más, en suma, de lo que comúnmente se sabe por los tomos del Parnasso»10.



La casa barcelonesa del fiscal inquisidor Nicolás Laso estuvo abierta a los eruditos madrileños que requerían detalles de Cataluña. Al parecer ofreció su casa a Antonio Ponz, cuando andaba recopilando datos para el tomo XIV de su Viage de España, según la carta de J. Vega a J. A. Mayans del 19 de agosto de 178311.

Como dicho tomo XIV, dedicado a Cataluña, no se publicó hasta 1788, la actualización de los datos correspondientes al período 1783-1788 corrió, en gran parte, a cargo de Nicolás Laso, según reconoce el mismo Ponz en la «Advertencia», donde lo califica de «particular amigo»:

«Las cartas que contiene este libro estaban ya escritas antes que se publicasen las que escribió el autor en su Viaje fuera de España. Después de dicho tiempo [el autor Ponz] no lo ha tenido por sus ocupaciones para poner en orden las de este tomo, que trata de Cataluña, y también le ha sido preciso averiguar por medio de sus amigos algunas cosas que se han hecho desde que él estuvo la última vez en Barcelona, y rectificar otras especies en cuanto le ha sido posible. Han contribuido, en parte, las respuestas que sobre algunos puntos le ha dado su particular amigo el Sr. D. Nicolás Rodríguez Laso, residente en aquella ciudad...»12.



Ponz no sólo se consideraba verdadero amigo de Nicolás Rodríguez Laso, sino que lo juzgaba experto en Arte. Ambos compartían el gusto neoclásico y admiraban a los mismos artistas, por ejemplo al pintor catalán del siglo XVIII Antonio Viladomat, y al describir la producción artística de este pintor catalán, Ponz aprovecha para manifestar por escrito las cualidades personales que adornaban a su amigo el inquisidor Laso:

«¡Quien le hubiera dicho a este profesor [Viladomat], que más de treinta años después de muerto se le había de haber puesto una lápida sepulcral en la capilla de su entierro, que es la de San Miguel en la parroquia de Santa María del Pino! Esta obra acaba de hacer a su memoria don Nicolás Rodríguez Laso, ministro fiscal del Santo Oficio de Barcelona, amantísimo de las Nobles Artes, que debe ser tanto más estimable para los profeses catalanes, cuanto el señor Laso no lo es, ni conoció a Viladomat. La inscripción puesta en la lápida con decente ornato es la siguiente...»13.



Nicolás pondrá sus influencias y dinero para que en 1794 vea la luz el tomo XVIII (último y póstumo) del Viage de España del abate levantino (muerto en 1792), según nota de su sobrino José Ponz.

Por la carta de Vega Sentmenat a J. A. Mayans, del 3 de enero de 1784, vemos a Nicolás Laso, «gran amigo» de Pérez Bayer, manejar textos en catalán: «Yo acabo de copiar unos fragmentos de la versión o catalana o valenciana, de la Biblia que halló el Sr. Lazo (sic, Laso), gran amigo de Bayer, en el archivo del Sto. Tribunal de aquí, sirviendo de cubiertas de otros papeles; son 4 hojas en vitella de folio grande, escritas con todo el lujo»14.

La última nota sobre el carácter de Laso que nos da Vega Sentmenat es de tres meses antes de emprender el viaje. En carta a J. A. Mayans, el 12 de febrero de 1788, nos presenta a un inquisidor totalmente integrado, y un poco mecenas de ciertos intelectuales catalanes, Caresmar en este caso: «Baxo del retrato de Caresmar15 que al vivo ha mandado hacer sacar el Fiscal de esta Inquisición, el Sr. D. Nicolás Lasso (cuyo hermano va de rector al Colegio de Españoles) se coloca este epigrama que embió, a mi instancia, D. Francisco Xavier Dorca...»16.

Podemos suponer el cuidado con que el auténtico ilustrado Nicolás Laso emprendió el viaje que comentamos y la admiración hacia el mundo cultural parisino con que partía, pero Nicolás Laso nunca se olvida de su papel de inquisidor, preocupado por el buen funcionamiento y modernización de esta institución. Llama la atención, dentro de sus aficiones bibliófilas, la minuciosa descripción de los libros relacionados con Miguel Servet, ilustre víctima de la Inquisición ginebrina, como es sabido. Por ejemplo, cuando visita, en París, la Biblioteca del Rey, el 17 de junio de 1788, dice: «En los impresos vimos el libro de Servet que hizo quemar Calvino, intitulado Christianismi restitutio, impreso en 1553».

Uno de los objetivos del viaje de Nicolás es compilar información sobre el funcionamiento de la Inquisición en las distintas ciudades europeas, por eso, una de sus actividades es visitar a los inquisidores.

Aunque no es redactor del Diario que comentamos, debemos perfilar brevemente el retrato del rector don Simón Rodríguez Laso (nacido en Montejo, el 4 de marzo de 1751-fallecido en Bolonia en 1821), su hermano y compañero de viaje. Era doctor en Teología por la Universidad de Bolonia y un auténtico ilustrado, a juzgar por los autores citados en su discurso, Elogio del Señor Don Antonio del Águila, Marqués de Espeja. Coincide, en la definición de perfecto ciudadano, con Rousseau (transcribe una larga cita, sobre la palabra Citoyens, tomada del Du Contrat Social17), con D'Alembert18, y con el Essay on Man de Alexander Pope19.

Estudió cinco años Cánones y Leyes en Salamanca hasta 1772. El 20 de abril de 1768 adquiere el bachillerato en Cánones por la Universidad de dicha ciudad20. Fue admitido en el Colegio de San Clemente de Bolonia en 1773.

A principios de la década de 1780 era «Dignidad de Maestrescuela de la Santa Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo», y uno de los fundadores de la Sociedad Económica de dicha ciudad, cuya «Oración fundacional» pronunció en 178221. Fue un entusiasta impulsor de las enseñanzas prácticas, en especial del dibujo, sobre cuya utilidad publicó una oración al año siguiente22.

La labor de Simón en la Económica fue eficaz y debió ser el trampolín para el rectorado del Colegio de San Clemente de Bolonia. El 26 de febrero de 1788, el conde de Floridablanca le comunicó su nombramiento de Rector de dicho Colegio, con cuyo motivo, le acompaña su hermano en el viaje por Francia e Italia, que reflejará en el ameno Diario que comentamos. Por lo tanto, la decisión de viajar no puede ser anterior a esa fecha. El viaje por Francia de los dos hermanos también estaba condicionado temporalmente por el día 15 de agosto, cuando Simón debía tomar posesión de su rectorado, cosa que se efectuó en una brillante ceremonia, cuyo coste fue de 736 liras, en la que Nicolás iba en la segunda carroza, detrás del rector «queriéndome honrar de este modo el Colegio».

Todavía estaba Nicolás en Bolonia cuando pudo felicitar a su hermano Simón por la concesión de la Cruz del Orden de Carlos III. Permaneció en el cargo rectoral hasta su muerte en 182123, pero solamente desde 1788 hasta 1796, fecha de la ocupación de la ciudad italiana por las tropas napoleónicas, pudo llevar a la práctica sus profundas ideas ilustradas, que materializó en un avanzado plan de estudios en el que el Derecho y la Economía tuvieron preeminencia.

Leandro Fernández de Moratín nos da, en su Diario, numerosas referencias de Simón porque residió largas temporadas en Bolonia a costa del Colegio. Fruto de esta amistad con el rector boloñés son dos poemas moratinianos: Epístola I. A don Simón Rodrigo [sic = Rodríguez] Laso, rector del colegio de San Clemente de Bolonia24 y la Oda V. A los colegiales de San Clemente de Bolonia25.




ArribaAbajoPreparación del viaje

Como hemos dicho, el 26 de febrero de 1788, el conde de Floridablanca le comunicó a Simón Rodríguez Laso su nombramiento de Rector e inmediatamente empieza la preparación del viaje.

Simón pasa por Madrid donde se entrevista con sus superiores gubernamentales, según se deduce de la carta que, al día siguiente de tomar posesión de su cargo, el 16 de agosto, Simón le escribe a José Nicolás de Azara, presentándole a su hermano Nicolás y preparándole la gratísima estancia romana de que disfrutará desde el 4 de noviembre de 1788 hasta el 14 de abril de 1789. Por esa carta nos enteramos que, antes de emprender el viaje, Simón se había reunido con Pérez Bayer (último visitador que propuso reformas para el Colegio de Bolonia, hacia 1754), quien le había entregado unos libros para Azara: «Supongo recibiría Vuestra Señoría los libros que le remití desde Barcelona, por medio del padre Otranto, Religioso Mínimo, y me entregó el señor Bayer, en Madrid».

También conocemos por dicha carta que Nicolás Laso era el mensajero de ciertas noticias de los embajadores en París de España y del Vaticano y que Nicolás era íntimo amigo de un hermano de Azara: «Monseñor Dugnani, Nuncio en París, manifestó la particular estimación que profesa a Vuestra Señoría; y mi hermano, Inquisidor de Barcelona, que ha venido conmigo, especialísimo amigo del Ilustrísimo Señor Obispo de Ibiza26, dirá a Vuestra Señoría, cuando tenga el honor de verle en esa Corte, lo que a sí, dicho monseñor como el Conde de Fernán Núñez, encargaron para Vuestra Señoría»27.

Con estos antecedentes de amistades comunes, veremos a Azara y al fiscal inquisidor de Barcelona congeniar magníficamente durante cinco meses largos en Roma.

Laso era un ilustrado progresista y culto, de talante refinado y elegante, que estaba preparado para realizar el viaje de 1788-89. Nuestro inquisidor cumplía todas las condiciones para que su viaje fuese perfecto. Era un viajero que tenía amplios conocimientos de ciencias de la naturaleza, de leyes, de agricultura y de lenguas extranjeras. Su inquietud intelectual le llevaba a observar, indagar y anotar los detalles relativos a la economía, la organización de la sociedad, la educación, religión, costumbres y los descubrimientos de las sociedades patrióticas y científicas del país visitado, según el canon del perfecto viajero de la época28.

Todos estos conocimientos y observaciones debían ser perfectamente diseñados y especificados en un plan previo al inicio del viaje y era deseable que tuvieran reflejo en la redacción de un diario de viaje.

Los hermanos Rodríguez Laso planifican perfectamente su tour. El trayecto Lyon-París-Lyon y el de Roma-Nápoles-Roma tiene el mismo itinerario y descansan en las mismas posadas a la ida y a la vuelta. Cuando llegan a París, a media tarde del 7 de junio de 1788, los estaba esperando «don Tomás Veri29, que nos tenía buscado alojamiento en el hotel de la Gran Cours».

Donde parece que Nicolás se detuvo más tiempo del previsto fue en Roma, pues, en alguna carta, Montengón lo cree en Nápoles a mediados de diciembre de 178830, cuando, en realidad, no fue allí hasta el 9 de marzo del año siguiente.

No sabemos quién le sugirió a Nicolás Laso la idea de escribir su Diario en el viage, pero se da la circunstancia de que el inquisidor tuvo entre sus amigos a los mejores escritores de viajes de nuestro siglo XVIII, los cuales, sin duda, influyeron en él, si no le sirvieron de modelo: el duque de Almodóvar, Antonio Ponz y Francisco de Zamora, como hemos visto. Por otra parte, está documentada su amistad con el ilustre viajero italiano conde Luis Castiglioni.

Aunque Laso no cita en el diario del viaje ni una sola vez la Década Epistolar31 de su amigo el duque de Almodóvar, es lógico pensar en una posible influencia. La causa de los lazos de cariño con el duque de Almodóvar, director de la Real Academia de la Historia, residía en que ambos hermanos Rodríguez Laso eran individuos de la misma. Lazos que Nicolás manifestará claramente al componer la oración fúnebre del duque el 11 de junio de 1794 (Elogio histórico del Excelentísimo señor Duque de Almodóvar).

Los Laso viajan con el Viage fuera de España de Ponz en la mano. Nicolás cita el libro de Ponz en tres ocasiones, una en París (23 de junio) y dos en Lyon, el 25 de mayo y el 27 del mismo mes, precisando la página: «Por la tarde, fuimos a ver el sepulcro del célebre Gerson en la iglesia de San Lorenzo, donde dice Ponz (p. 299 del 2.º tomo de su Viage fuera de España)...». La exactitud de esta cita indica claramente que los Laso viajaban con el libro.

Nicolás Laso también iba acompañado de alguno de los primeros tomos de las Cartas familiares del Abate D. Juan Andrés a su hermano D. Carlos Andrés, dándole noticia del viaje que hizo a varias ciudades de Italia en el año 1785, publicadas por el mismo don Carlos, (Madrid, 1785-1793, Antonio Sancha, 5 tomos), pues el 17 de junio de 1788 nuestro inquisidor escribe en París, después de visitar la Biblioteca del Rey: «El abate don Juan Andrés dice que se halla en la Biblioteca de la Casa Corsini, en Roma, el Servet: De Trinitate. Lo deberé ver».

El oidor de la Audiencia de Cataluña y escritor de viajes, Francisco de Zamora y Aguilar (Villanueva de la Jara, Cuenca, 28 de julio de 1757-Idem, 1812), pudo ser otro de los inspiradores del Diario de Laso. Ambos convivieron amistosamente en Barcelona entre 1785 y 1791. Si Zamora se desplaza hasta Mataró para dar la bienvenida al inquisidor que regresa y recibir las primicias de su viaje, lógico es pensar le ayudase a planificar el viaje e, incluso, le sugiriese la idea de escribir un diario durante el mismo. Así lo estaba haciendo Zamora en sus viajes por Cataluña en el período 1785-179032.

El influjo más inmediato pudo ser el conde italiano e ilustrado milanés Luis Castiglioni, cuñado de Pietro Verri (1728-1797). Nicolás anota el 2 de agosto de 1788 en Milán: «A la noche, fuimos a ver al conde Luis Castiglioni33, que llegó de campaña a las diez, y nos ofreció acompañar, desde el día siguiente, a ver las cosas más notables de esta ciudad». Es decir, dicho conde interrumpe sus vacaciones en el campo para ser el guía de los hermanos Laso entre los días 3 y 8 de dicho mes. Pero no se trata de un guía cualquiera, pues el conde Castiglioni fue un ilustre viajero por Europa y América entre 1784 y 1788, dejándonos un magnífico relato: Viaggio negli Stati Uniti nell'America Settentrionale fatto negli anni 1785, 1786 e 1787, Milano, Giuseppe Merelli, 1790, 2 vols. 8.º con figuras, grabados y planos topográficos, t. I, XII, 103 pp., t. II, VI y 102 pp.

No procede que nos detengamos en el análisis de dicho Viaggio ni en el posible influjo concreto que pudo tener en el Diario de Laso. Sólo anotaremos la relación personal que ambos viajeros habían tenido durante el invierno de 1788 en Barcelona por un problema muy común en los viajeros de todas las épocas: el control y la posesión legal de las divisas. Los aduaneros españoles le encontraron al conde italiano monedas de distintas nacionalidades sin el permiso correspondiente y se las confiscaron. Ese año de 1788 los controles de divisas eran muy rigurosos según anotará el 17 de mayo el mismo Laso en La Junquera: «Dormimos en la Junquera, donde estaban los guardas metidos en el mesón, observando si se llevaba dinero sin guía, sobre lo que hay mucho rigor».

Como los trámites burocráticos de Hacienda eran lentos y el conde italiano, que regresaba de su largo viaje por América, no estaba dispuesto a perder su dinero, otorgó, el 12 de marzo en Mataró, un poder notarial a favor del inquisidor Laso para que en su nombre recobrase el dinero y así poder el conde continuar su viaje a Milán. Entre tanto le surge a Nicolás el viaje a Italia, por lo que se ve obligado a hacer la cesión de la representación que le había conferido el conde en una tercera persona, el comerciante don Eymerico Vidal, el 24 del mismo mes34.




ArribaAbajoTiempo del viaje de Laso

El viaje duró trece meses justos (tres en territorio francés y diez en Italia), desde el 15 de mayo de 1788 hasta el 15 de junio de 1789. Período de plena incubación de la Revolución Francesa.

Son unos años en lo que hay otros relatos de viajeros españoles por Europa, que le pudieron servir de modelos a Nicolás y ahora son magníficos referentes para complementar el Diario de Laso. Todos estos viajes tenían el mismo objetivo: tomar el pulso de las realidades vital, económica y artística de varios países europeos. Recordemos los de Viera y Clavijo, Ponz, Moratín, Conde de Noreña, la Década epistolar del Duque de Almodóvar, etc.

Centrémonos en el tiempo del Viage de los dos hermanos Rodríguez Laso. Salen de Barcelona el 15 de mayo de 1788 y entran en Perpiñán el 18, donde observan que el aduanero estaba «leyendo en Pope», pasando por Montpellier (días 20-23), Lyon (días 24 de mayo al 2 de junio) y Auxerre (día 6) llegan a París el 7 de junio, donde permanecerán hasta el 15 de julio, casi cuarenta días. La estancia parisina es objeto principal de la presente comunicación.

A las doce de la noche del 15 de julio, los hermanos Rodríguez Laso abandonan París y llegan a Lyon el 20 a las cinco y media de la tarde, habiendo pasado por Montreau (día 16). El 23 salen de Lyon camino de Turín, a donde llegan el 28 a las siete de la tarde, y allí permanecen hasta el 31. Visitan a las personalidades y las instituciones más importantes del reino saboyano, que no vamos a narrar por falta de espacio.

Al día siguiente, 1.º de agosto llegan a Milán, donde permanece hasta el 7 de agosto.

El 8 visitan Parma y el 9 llegan a Bolonia, ciudad en la que Nicolás estará en tres ocasiones: del 9 de agosto al 22 de septiembre; del 11 de octubre al 30 del mismo mes y desde el 27 de abril de 1789 hasta el 25 de mayo, en que regresa a España.

Entre el 22 de septiembre y el 11 de octubre realiza una excursión, acompañado del escritor y ex-jesuita, Pedro de Montengón, hasta Venecia, visitando Ferrara (días 23-24), Venecia (25 de septiembre al 7 de octubre) y Padua (día 8).

Nicolás Laso, acompañado del colegial Fernando Queipo de Llano, hijo del conde de Toreno, sale de Bolonia el 30 de octubre de 1788 y, pasando por Imola y Faenza (día 30), Rímini y Pesaro (día 31), Ancona y Loreto (1 de noviembre), Tolentino (día 2), y Espoleto (día 3), entra en Roma el 4 de noviembre a las cuatro de la tarde, donde permanece hasta el 2 de marzo en que viaja hacia Nápoles, a donde llega el 5, habiendo pasado por Terracina (día 3). Regresa el 26 del mismo mes y abandona definitivamente la Ciudad Eterna el 14 de abril. El 17 están en Siena, el 19 en Pisa, el 20 en Liorna, el 21 en Lucca y el 22 en Pistoia. Entre el 23 y el 27 de abril visitan Florencia, entrando a media tarde del mismo 27 en Bolonia. Abandona Bolonia el 25 de mayo, y, pasando por Parma (días 25-26), Colorno (día 27), Plasencia (día 28) y Génova (30 de mayo, donde tuvieron por cicerone al abate don Xavier Lampillas), embarcan con destino a Antibes el 1 de junio, pero un temporal los hace desembarcar en Niza, desde donde continúan por tierra hasta Barcelona, pasando por Tolón (4 y 5 de junio), Marsella (días 6-7), Tarascón (día 8), Narbona (día 10), Perpignan (días 10-11), Figueras (día 12), Gerona (día 13), Pineda (día 14) y Mataró, donde «me esperaba el señor don Gabino de Valladares y Mesía35, obispo de Barcelona, mi especial favorecedor, acompañado del señor don Francisco Zamora, oidor de esta Real Audiencia» y otros amigos. Concluye el Diario el 15 de junio: «A media tarde llegué, en compañía de su Ilustrísima, a mi casita en la calle de San Pere Més Alt a descansar, después de trece meses justos que duró mi viaje».

Resumamos las etapas más importantes cuya duración fue superior a una semana:

Lyon, diez días (24 de mayo al 3 de junio de 1788), más otros tres (20 al 22 de julio de 1788).

París, cuarenta días (7 de junio al 15 de julio de 1788).

Milán, 7 días (1 al 8 de agosto de 1788).

Bolonia, casi tres meses justos, 89 días, en tres períodos: 44 días (9 de agosto al 22 de septiembre de 1788), 19 días (11 al 29 de octubre de 1788) y 26 días (29 de abril al 24 de mayo de 1789).

Venecia, 12 días (25 de septiembre al 7 de octubre de 1788).

Roma, más de cuatro meses y medio, 137 días, en dos períodos: 118 días (4 de noviembre de 1788 al 1 de marzo de 1789) y 19 días (26 de marzo al 13 de abril de 1789).

Nápoles, 18 días (5 al 22 de marzo de 1789).




ArribaAbajoAdmiración de Francia por los hermanos Rodríguez Laso

A diferencia de su hermano Simón, era la primera vez que Nicolás Laso visitaba Francia y lo hace con el deseo de aprender y de empaparse de la cultura francesa. Nicolás, miembro destacado del afrancesado grupo de la condesa de Montijo, penetra en Francia predispuesto a captar el mundo cultural de la nación más culta de Europa. Su formación previa era excelente y estaba preparado para no ser deslumbrado por las falsas apariencias. Por eso, compara constantemente las costumbres del país vecino con las nuestras. No puede dedicar mucho tiempo a describir ampliamente lo que ve, pero las escuetas anotaciones van dejando constancia de la variedad de cosas, personas y lugares visitados. El inquisidor muestra una curiosidad enciclopédica guiada por el deseo de ser útil a su patria36.

Nicolás partía con una idea idealizada de Francia y del espíritu ilustrado de sus habitantes. Cuando la realidad francesa no corresponde con ese ideal Nicolás hace constar su desengaño, ya sea el paisaje de Perpignan, el mismo día 18 de mayo: «Éste es un lugar feo, para la hermosura que me figuraba encontrar en Francia», ya sea la pobreza de Montpellier, 20 de mayo de 1788: «Vimos pobres por las calles pedir limosna con importunidad, cosa que creímos era peculiar de España, según nos ponderan siempre la policía de Francia en esta y otras materias, y nuestro descuido en esa parte, especialmente», o ya sea la superstición de los exvotos que los enciclopedistas atribuían a España. Al visitar Nîmes, día 21 de mayo de 1788, escribe: «había en una capilla de Nuestra Señora varias presentallas de cera y milagros pintados, cosa que creíamos no era de esperarse en Francia».

De regreso a España, el día 10 de junio de 1789, se encuentra en Perpignan con una cabalgata de niños vestidos de cardenales y uno de papa, y comenta: «Si la viese en España un francés se burlaría de ella». Laso le devuelve la crítica a los viajeros franceses que desdeñaban la excesiva presencia de la religiosidad en la vida cotidiana española.

Nicolás sabe que sólo dispondrá de 72 días a la ida (del 18 de mayo al 28 de julio de 1788) y de otra semana a la vuelta (diez días, del 2 al 12 de julio de 1789) para constatar la grandeza y la miseria de la brillante cultura francesa, de la que tantas veces había oído hablar a sus íntimos amigos los condes de Montijo.

Los lugares de observación son París y Lyon donde permanece diez días (del 24 de mayo al 2 de junio de 1788) yendo a París y tres días a la vuelta (del 20 al 23 de julio de 1788), preparándose para atravesar los Alpes.

Por razones de espacio, omitimos la descripción de la visita a Lyon y nos centramos en la de París.




ArribaAbajoLa estancia en París de los hermanos Rodríguez Laso

Si Montesquieu había ironizado en Les Lettres persanes sobre la imagen de gran manicomio que podía deparar París a un español visitante de la ciudad37, Nicolás Laso ve en París el centro cultural del mundo, cuyos inmensos tesoros podrá captar desde la seis de la tarde del 7 de junio hasta las doce de la noche del 15 de julio de 1788: en total, 38 días de estancia parisina.

Coincide en esta admiración con los viajeros ilustrados mejor formados, Viera y Clavijo, Antonio Ponz y el duque de Almodóvar, algunos de los cuales, por otra parte, eran amigos personales, muy admirados por Laso.

Leonardo Romero Tobar38 resume esta admiración generalizada: «los viajeros españoles a la capital francesa de los que tenemos noticias substanciosas -Luzán, Almodóvar, Viera, Ponz, Moratín- coinciden en la admiración rendida por una ciudad de la que afirman ser el centro de las ciencias y artes, de las bellas letras, de la erudición, de la delicadeza y del buen gusto39 o la oficina de donde salen los elaborados trabajos que en general sirven de reclamo y de modelo a las demás naciones»40.

Cuando los hermanos Rodríguez Laso llegan a la gran ciudad de París, ésta contaba con unos 600.000 habitantes, es decir, era de tamaño similar al de la actual Zaragoza. Ponz es muy impreciso, «haciendo subir el número de sus habitantes a setecientos u ochocientos mil», y más adelante: «Una ciudad que se va acercando a un millón de vecinos»41.

La primera sensación que le suele producir la gran ciudad a los visitantes españoles de la época es de cierto agobio, que proviene de su ingente población y de su corrupción moral. Es la impresión que experimentaron Ponz, Luzán, Almodóvar y Moratín. Nada de eso encontramos en el jovial y filojansenista inquisidor Laso, quien lo observa todo, pero se reserva cautamente la opinión. Es consciente de la superioridad intelectual del movimiento filosófico francés y siente fascinación por la cultura, la ciencia, el refinamiento y la elegancia de los franceses, pero su condición de inquisidor no es la más adecuada para manifestar su juicio sobre personajes mal vistos por el Santo Oficio. Actitud, por otra parte, sostenida también por abates menos comprometidos por su profesión con el Antiguo Régimen como los presbíteros Cavanilles o Viera y Clavijo42.

Como buenos viajeros, lo primero que hacen el 8 de junio es organizarse las visitas comprando una guía: «Por la tarde, comenzamos a ver con arreglo a la explicación de la obrita que compramos, la cual explica el estado actual de París».

Parece que los hermanos Laso no hacen mucho caso a la «obrita» en cuestión, pues sabido es que el itinerario que dichas guías ofrecían solía comenzar por la catedral de Notre Dame, y los Laso no la visitan hasta el 24 de junio, 18 días después de su llegada: «Vimos el tesoro de la catedral y, entre las alhajas, la custodia merece atención». Vuelven a la catedral el día 29 para ver el oficio de la festividad de San Pedro y tampoco atrae su interés el aspecto artístico de la misma, sino la manera de cantar en el coro.

Tampoco siguen la práctica general de los viajeros de su alcurnia, que consistía en presentarse inmediatamente al embajador. Los hermanos Laso van por primera vez a la embajada el 16 de junio de 1788, cuando ya llevaban nueve días en París.

A diferencia de la extensa descripción de París que hace Ponz y de la que el mismo Nicolás hará de algunos monumentos que verá en Italia, nuestro inquisidor no tiene tiempo o ganas de ser detallista y demasiado organizado en París. Ciertamente, Laso, en su recorrido parisiense, deja constancia de su visita a innumerables conventos, iglesias, palacios y principales edificios públicos que tienen algún interés artístico, pero no le interesa detallar las obras ni los autores de los edificios, pinturas o esculturas. En París le interesa la vida real y los libros. Mientras que el único pintor fallecido citado es Charles Le Brun (1619-1690), al visitar la sala principal del Louvre el 7 de julio, son trece los pintores y seis los escultores vivos que cita ese día. Las únicas obras que describe con cierta extensión son las literarias, que maneja con mimo en las diversas bibliotecas.

Para hacernos una idea más exacta de lo que vieron los hermanos Laso en París, detallemos, brevemente, sus visitas, día por día. El día 9 de junio inspeccionan el colegio de Santa Bárbara, donde vieron el cuarto en el que estuvo San Ignacio de Loyola43.

El día 10 examinan «La Hall para el trigo o Mercado de granos»44.

Los días 11 y 12 de junio realizan un apretado rosario de visitas. Día 11: «Fui a ver la Asamblea del Clero, a los Agustinos45, el sepulcro del cardenal Fleury46 en San Luis, la casa de la sobrina de Voltaire, la casa de padres del Oratorio y su librería47, San Eustaquio48, el Liceo, San Francisco49, la torre de San Sulpicio, y su escalera de 388 escalones, el jardín del duque de Orleans50, los Inválidos51 y la iglesia del Carmen Descalzo».

El día 12 anota: «Vimos la Escuela Militar52 en el Campo de Marte53, la Bomba de Fuego, el Hospital de Niños Expósitos, el Hospital General y la Abadía de San Germán»54.

El día 13 visitan la Biblioteca Real y, luego, fueron al Lyceo a oír una lección de Mr. Desparcieus de física experimental55. Por la tarde, ven la puerta de San Denis56, la Plaza Real57 y el antiguo Ayuntamiento de París.

El día 14 de junio lo dedican a visitar colegios y bibliotecas: «El Plan topográfico de París, que se trabaja en San Francisco y costará 7000 libras, el Colegio Mazarino58, el de Luis el Grande59, las conclusiones de la Sorbona60, su biblioteca y el sepulcro, que está en la iglesia, del cardenal de Richelieu61, el Jardín Botánico del Rey, pitas e higos chumbos conservados con cristales62. En la biblioteca de la Sorbona nos mostró el bibliotecario el primer libro que se dice se imprimió en Francia».

El día 15 visitan la casa del Noviciado de las Hijas de la Caridad. Por la tarde, van a ver la ópera la Caravana63.

El 16 de junio tiene lugar la primera entrevista con el embajador, conde de Fernán Núñez64.

El día 17 vuelven a la Biblioteca del Rey y, por la tarde, «vimos la Cartuja y las pinturas, Vall de Gracia65, las Carmelitas Descalzas, donde hay también hermosas pinturas66, y en la capilla de la Magdalena, que es retrato de madama La Valiere67, hay una estatua del cardenal de Berule68, fundador de los padres del Oratorio y director de dichas religiosas, el sepulcro del rey Jacobo, en los Ingleses69, el Colegio de San Monglard, el Colegio de Plesis, y el Colegio Real, y en el de Luis el Grande, la biblioteca».

El día 18 de junio, miércoles, van a comer con el embajador a la casa de campo que el duque del Infantado tenía en Issy.

El día 19 examinan, por la mañana, la biblioteca del Colegio Mazarino, el seminario eclesiástico de San Sulpicio, «el seminario eclesiástico más bien arreglado que hemos visto». Después de comer fueron al bosque de Bolonia70.

El día 20 de junio asisten a una función solemne en la Sorbona, «formada con todas las insignias de sus respectivas Facultades».

El día 21 de junio da la impresión de que, después del ajetreado ir y venir de quince días, estaban cansados de visitar tanto monumento toman un descanso: «Por la mañana, escribimos, y por la tarde fuimos a la Tragedia. Hicieron El Cid de Corneille. Vimos bien el teatro y la sala, donde están los bustos de los cómicos y trágicos más célebres. El último es de Voltaire del cual hay una estatua a la entrada, sentado en una silla a lo filósofo»71.

El día 22 de junio almuerzan, por segunda vez, con el Embajador de España. El día 23 de junio, por la mañana, visitan monumentos: «Los Celestinos, y allí la capilla famosa de que habla Ponz72, y el sepulcro de Antonio Pérez73, el Arsenal, la Bastilla por fuera74; y, por la tarde, a la Sorbona para oír unas conclusiones».

El día 24 de junio «Vimos el tesoro de la catedral y, entre las alhajas, la custodia merece atención; y las aguas de Sceaux, en los jardines del duque de Penthievre75, por la tarde».

El día 25 de junio, por la mañana, vuelven a la Biblioteca Real y, por la tarde, van al colegio de los hijos del embajador a ver un «juego de gramática».

El 26 de junio repiten, en parte, el recorrido del día 17 y visitan los colegios de Duplesis, Luis el Grande y Mazarini y los manuscritos de la biblioteca de San Germán. Por la tarde, van al hospital de la Salpêtière76 y al Jardín Botánico.

El 27 de junio descansan de tantas visitas artísticas: «Por la mañana, a ver un almacén muy curioso en la calle del Delfín y, por la tarde, a varios parajes del Boulevard, y allí vimos unas figuras de cera muy curiosas. Después, a la Casa del Rey de menús plaisirs, donde está la escuela de música para los chicos y chicas que se dedican al teatro».

El 28 de junio van a Santa Genoveva, «donde vimos el oficio, y luego en San Esteban del Monte77, donde vimos el sepulcro de Mr. Pascal78; después, el Parlamento79 y la Santa Capilla»80 y, por la tarde, a Charanton a ver la Escuela Veterinaria.

El 29 de junio vuelven a comer con el embajador, después de haber asistido en la catedral a los oficios de la festividad de San Pedro.

Dedican el último día de junio a visitar los hospitales de «los niños expósitos de San Antoine», el hospital de los ciegos, el Hôpital des enfants trouvés y el Hospital de los Inválidos.

Dedican la mañana del primer día de julio a visitar colegios, en especial de sordomudos, cuyo director, el abate de L'Epée81, había inventado un método de enseñanza.

El día 2 de julio, por la mañana, los dos hermanos visitan lugares distintos, aunque por la tarde van juntos a observar las costumbres populares al Boulevard: «Por la mañana, mi hermano a la Biblioteca Real y a los ciegos, y yo, en casa de Betancourt»82.

El día 3 de julio visitan al escultor, Juan Antonio Houdon83, para ver los retratos de los principales pensadores ilustrados: entre ellos Flanklin, Rousseau, Voltaire, Pilâtre de Rosier, Mongolfier, y otros muchos.

El día 4 de julio van a la biblioteca y museo de Santa Genoveva y al «hospital de Petits Mesons, donde está una Hija de la Caridad aragonesa». Terminan el día paseando por el barrio de las gentes más ricas: «Después, fuimos viendo las casas de grandes señores que hay por aquel barrio».

El día 5 de julio aparcan las visitas artísticas, puesto que van al río a sofocar los calores de julio. El día 6 de julio visitan a Luis XVI en Versalles.

El 7 de julio vuelven a centrarse en las visitas artísticas: «Fuimos a ver las medallas y gabinete de antigüedades de la Real Biblioteca y, entre otras colecciones, nos dio mucho golpe la serie de Papas en medallones, trabajadas las figuras con perlas muy menuditas. Luego, fuimos a ver la Academia de Pintura y Escultura84, al Louvre85 y, en la pieza principal, están Las batallas de Alejandro por L. Brun86. Nos mostraron infinitos cuadros originales de los mejores pintores y sus retratos». Lógicamente, como descanso para la mente después de ver tanto cuadro, concluye Laso: «por la tarde, fuimos a los Boulevards».

El 8 de julio, martes, es un día dedicado a visitar, por segunda vez, lugares en los que los hermanos Laso tenían especial interés, como el célebre Seminario de San Sulpicio, para pedirle una copia del reglamento de su funcionamiento, y, también, por segunda vez, van a Les Petits Mesons, a ver la Hija de la Caridad española que estaba allí. Vuelven al palacio de Borbón, para verlo por dentro. Comen en casa de Madama Cabarrús.

El 9 de julio, miércoles, es un día de descanso, pues, por la mañana, escriben cartas y, por la tarde, van a la comedia italiana o teatro italiano, donde ven una ópera intitulada: Julien et Colette, y otra pieza intitulada: Richard coeur de Lyon.

El 10 de julio, jueves, por la mañana, volvieron al hospicio de Nicolás Beaufon, dirigido por las Hijas de la Caridad y, luego, fueron a ver al Nuncio, «que nos hizo mil distinciones y nos convidó a comer para el domingo»87.

El 11 de julio asisten al funeral por el obispo de Valance. El día 12 de julio visitan los sepulcros de los reyes de Francia: «Fuimos a ver la famosa abadía de San Denís, en cuya Iglesia están los célebres sepulcros de los reyes de Francia»88.

El 13 de julio, domingo, los Laso comen con el Embajador de España. Antes visitan los dos hospitales al cargo de los religiosos de San Juan de Dios. Se despiden del Nuncio y del Embajador y se desplazan a Issy para hacer lo mismo con la duquesa del Infantado.

Los días 14 y 15 de julio son dedicados a preparar el viaje de regreso a Lyon. El día 14, escriben cartas por la mañana y, por la tarde, «oí las voces fingidas del Palais Royal».

El día 15, se confiesan en Les Petits Pères, la iglesia cercana a su hotel, y disponen la marcha para salir, a las doce de la noche, para Lyon.

Resumiendo, los dos hermanos Rodríguez Laso disfrutan intensamente de la vida social parisina como verdaderos abates, captándolo todo y no sólo la fascinante vida de las clases elevadas de París, que por su relevante condición intelectual y social (rector del Colegio de Bolonia e inquisidor de Barcelona) les correspondía.




ArribaAbajoLa Embajada de España en París en el verano de 1788

La primera referencia en el Diario a la embajada de España en París no es muy halagadora. Los hermanos Laso dedican el día 14 de junio a visitar distintos colegios y la Biblioteca de la Sorbona, donde el bibliotecario les da una queja en la que se cita al embajador, suponemos que el conde de Aranda: «En la biblioteca de la Sorbona nos mostró el bibliotecario el primer libro que se dice se imprimió en Francia, [...]. Se nos quejó de que, habiendo pedido, por medio del embajador de España, el Índice de libros manuscritos y arábigos del Escorial, no lo ha conseguido».

Llevaban ya diez días en París cuando se deciden presentarse al Embajador el lunes, día 16 de junio: «Por la mañana, fuimos a presentarnos al embajador89, y hallamos solamente a don Domingo Iriarte90, que nos dijo estar Su Excelencia en Issy, en la casa de campo del duque del Infantado91, a donde fuimos por la tarde, y vimos al señor embajador, su esposa, los niños, duquesa del Infantado92, el teniente general Urbina93 y Cabanilles94. Nos convidaron a comer para el miércoles próximo».

Breve referencia, pero que nos presenta a todos los protagonistas de la diplomacia española del momento en París.

El miércoles, día 18 de junio, los hermanos Laso van «A comer con la duquesa del Infantado y el embajador a Issy, la casa de campo que compró el duque del Infantado a un Financier. Es de mucho gusto».

Nicolás no describe los detalles de la comida ni de la casa de campo, pero la nota «es de mucho gusto», escrita por el antichurrigueresco Nicolás Laso, significa que era una construcción reciente y de acuerdo con los cánones neoclásicos, pues de haber sido una construcción del siglo XVII y barroca no hubiese escrito tal nota.

El día 22 de junio almuerzan, por segunda vez, con el embajador: «A comer con el embajador y, luego, a la abadía y monasterio de San Germán, donde vimos la iglesia y todo lo demás»95. Laso no dice dónde se celebró la comida, pero da la impresión de que fue en la casa de campo, en Issy, y, a la vuelta y de paso, visitan San Germán.

La familiaridad de los hermanos Laso con el embajador Fernán Núñez era lo suficiente como para asistir a una sesión académica en el colegio en el que estaban matriculados sus hijos. El día 25 de junio anota Laso: «Por la tarde el juego de gramática, donde van los hijos del embajador». Dado lo escueto de la noticia, nos surge la duda de si «el juego de gramática» era el nombre del colegio al que asistían los hijos de Fernán Núñez o la actividad académica desarrollada aquella tarde, a la que asistieron los hermanos Laso, por su afición a las Humanidades.

El 29 de junio vuelven a comer con el embajador, después de haber asistido en la catedral a los oficios de la festividad de San Pedro. Nicolás simplemente anota: «A comer con el embajador, y luego a Bicêstre, y vimos el grande patio y tomamos la relación del pozo»96. Es decir, no se entretuvieron mucho en la embajada, pues después de comer les da tiempo para ir a Bicêstre.

El 13 de julio, domingo, los Laso estaban invitados a comer con el nuncio, pero lo hacen con el embajador de España. Se despiden del embajador y hacen lo mismo en Issy con la duquesa del Infantado: «Comimos en casa del Embajador y, luego, fuimos a ver al Nuncio. Después, a Issy, a despedirnos de la duquesa del Infantado».




ArribaAbajoLaso, viajero atento a la vida social

Nicolás Laso era un viajero muy atento a la palpitación de la vida individual y colectiva de París. Por eso visita todo tipo de lugares para tomar el pulso a la sociedad.

El día 20 de junio, por la tarde parisina, «fuimos a ver almacenes muy surtidos de alhajas, en Palais Royal y sus inmediaciones».

El día 4 de julio terminan el día paseando por el barrio de Santa Genoveva, donde vivían las gentes más ricas de París: «Después, fuimos viendo las casas de grandes señores que hay por aquel barrio».

Deseosos de captar la realidad social francesa, programan los días 5 y 6 de julio de manera que puedan conocer los dos polos opuestos de la misma.

El día 5 de julio van al río Sena a sofocar los calores de julio y, sobre todo, a conocer la vida social confundidos con el pueblo en los baños y en una casa de almonedas: «Por la mañana, a los baños del río, pasado el Puente el Real97. Por la tarde, a ver la máquina del puente de Notre Dame para dar agua a París98. A casa del relojero Breget que nos enseñó relojes primorosísimos. Al Hall des Draps, que se acaba de cubrir con un techo en bóveda de madera de un modo singular. Vimos una de las casas donde se hacen almonedas».

El día 6 de julio, domingo, es importante porque visitan a Luis XVI y asisten en Versalles a la comida de la familia real francesa: «A Versalles. Vimos al Rey, Monsieur, y Conde de Artois oír la misa en la tribuna de la Capilla Real. Después, a la Reina, Madama y Princesas Reales. Luego, vimos los jardines y asistimos a la comida del Rey y Reina, la que no comió nada»99.

Al volver a París, pudieron contrastar el lujo de la vida de la Corte con la diversión dominguera del pueblo, pues se detuvieron en el pueblo de San Clou100, lugar de veraneo de los parisienses, «para ver las aguas, por ser primer domingo de mes. Admiramos los juegos de la cascada principal, como la mejor de cuantas habíamos visto en Francia»101.

En el plano puramente artístico, Laso es un hombre atento a las corrientes estéticas del momento. Por eso, el 7 de julio después de ver las medallas y gabinete de antigüedades de la Real Biblioteca y la Academia de Pintura y Escultura, del Louvre y «la famosa galería, donde se ha de colocar el museo proyectado, la cual tiene, de largo, 1440 pies de 12 pulgadas, y 30 pies de ancho102. Hablamos con Mr. Filipeaux, que cuida de aquello, de los pintores y escultores vivientes de mérito, y nombró, entre otros, los siguientes: Pintores: M. Pierre (pintor del Rey), M. Vien, M. Doyen, M. David, M. Regnaute, M. Sarée, M. Vincent, M. Vernet (para marinas). Pintores para retratos: M. Le Brun, M. Duplesis, M. Mosnier, M. Vestier, M. Guyard. Escultores: M. Pajou, M. Houdon, M. Julien, M. Gois, M. Bridan, M. Stouf».

Es decir, Laso le pregunta al director del Museo del Louvre que le indique los mejores pintores y escultores franceses del momento («vivientes»).

Por esta incesante actividad, vemos que los hermanos Laso fueron a París a aprender más que a divertirse. Inevitablemente ambos clérigos deben participar discretamente en la vida galante de la nobleza europea residente en París, pero no se dejan seducir por ella.

Por las páginas del Diario de Laso vemos desfilar los personajes italianos, franceses y españoles más importantes. Sólo en París visitan a los reyes de Francia (día 6 de julio), la Asamblea del Clero y la casa de la sobrina de Voltaire (11 de julio), el diplomático don Domingo Iriarte, las familias del embajador Fernán Núñez y del duque del Infantado (16 de junio). El 3 de julio, van al estudio del escultor Houdon, retratista semioficial de los pensadores ilustrados. El día 8 comen en casa de madama Cabarrús.

Como muestra de la variedad de personajes visitados, sirvan las visitas del 10 de julio, jueves, cuando son recibidos cordialmente por el Nuncio en París y a continuación por un ebanista, que dio empleo al catalán Alberto Mayol.

Como buenos viajeros ilustrados toman nota de todo y constantemente forman su juicio crítico sobre las cosas y los establecimientos visitados, pero rara vez lo expresan sobre las personas.




ArribaAbajoLas inquietudes del inquisidor viajero

Quizá el ajetreo de las numerosas visitas no nos dejen ver que debajo de ellas hay unas claras líneas de actuación, que lógicamente coinciden con los objetivos del viaje y las inquietudes intelectuales del inquisidor viajero.

Dejamos aparte los objetivos más específicos de la visita a Italia (acompañar a su hermano en la toma de posesión del rectorado, conocer el mundo de los jesuitas, el funcionamiento de los distintos tribunales italianos de la Inquisición, la corte pontifica y su diplomacia, etc.), para centrarnos en los de Francia.

En primer lugar encontramos una clara pasión bibliográfica en nuestro inquisidor. La pormenorizada inspección que hace Nicolás por los fondos de las bibliotecas que visita en su viaje a Francia e Italia es digna de ser resaltada. Aunque es frecuente ver apuntar cuestiones bibliográficas y comentar los fondos de las bibliotecas visitadas en la literatura de viajes coetánea, pocas veces un viajero se detiene con tanto detalle en este aspecto y con la intensidad que observamos en Nicolás Laso. Curiosidad derivada más de su espíritu humanístico que de su labor inquisitorial, aunque recoge toda la bibliografía que encuentra sobre la Inquisición.

Quizá el rasgo más sorprendente del diario de Laso es su amor a los libros y su constante preocupación por tener entre sus manos libros raros y manuscritos.

El mismo Nicolás Laso reconoce su pasión por los libros: «Por la tarde, corrimos por la ciudad a pie, y yo entré, según mi costumbre, en algunas librerías de viejo en busca de libros españoles raros» (Nápoles, 14 de marzo de 1789).

Laso es un bibliófilo meticuloso, que examina detalladamente los catálogos. Por ejemplo, el 13 de junio de 1788, nos da la signatura de una misma obra en la Biblioteca del Rey y en la de Colbert, ambas de París: «En la numeración de la librería de Colbert103 tiene el número 186, y en la del Rey [el número] 6837».

Veamos algunas de las visitas a bibliotecas, citadas en el Diario. El 13 de junio visitan la Biblioteca Real de París para ver el manuscrito de la Biblia Catalana, que perteneció al ministro Colbert.

El 14 de junio de 1788 visitan la biblioteca de la Sorbona para ver los tres primeros libros impresos en Francia: «nos mostró el bibliotecario el primer libro que se dice se imprimió en Francia, y es: Gasparini Pergamensis CL oratoris Epistolae. El 2.º Florus, y el 3.º Salustius, los tres en 1470, según presunción que funda en unas notas que les ha puesto al principio».

El día 17 van otra vez a la Biblioteca Real y el día 19 a la biblioteca del Colegio Mazarino.

El día 25 de junio, por la mañana, vuelven a la Biblioteca Real de París: «Fuimos a la Biblioteca Real donde mi hermano hizo copiar varios apuntamientos de poetas castellanos. [...] En la Biblioteca Real vimos un libro intitulado: Vergel de pensamientos, con una nota en francés, que decía hallarse en él una pequeña obra, bien singular por su impiedad, intitulada: Misa de amor, que fizo Suero de Ribera, y a la verdad es mala. Otro: El Vergel, razonamiento, de Antonio Rodríguez, número 7822».

El 26 de junio visitan la biblioteca de San Germán, «donde el bibliotecario nos enseñó, en la de manuscritos, el código más raro, que era un salterio con letras de oro y plata que sirvió a San Germán, las de plata faltaban. Nos mostró otros manuscritos griegos y latinos en papiro, etc.»104.

El 4 de julio van a la biblioteca y museo de Santa Genoveva y el día 7 «fuimos a ver las medallas y gabinete de antigüedades de la Real Biblioteca».

En resumen, los hermanos Laso eran profundos amantes de los libros. Les gusta acariciar los manuscritos y los ejemplares antiguos. Raro es el día que Nicolás no visita una biblioteca. Cuando los historiadores establecen la regla de que la Inquisición del siglo XVIII tenía pésimos censores, desconocían el perfil del inquisidor Laso, evidente excepción.

Nicolás, como buen ilustrado, nos manifiesta muy visiblemente en su Diario un gran interés en dos vertientes del reformismo borbónico de la época: la educación y la beneficencia.

Es la inquietud pedagógica lo que lleva a los hermanos Laso a registrar, con espíritu crítico, los avances didácticos de numerosos centros de enseñanza franceses e italianos. En París visitan, entre otros establecimientos, la Escuela Militar (13 de junio), el Colegio Mazarino, el de Luis el Grande y el Jardín Botánico (14 de junio) y el Gabinete de Historia Natural (día 19). El día 25 de junio, solo Nicolás, sin su hermano, visita un colegio para ciegos: «Luego, fui yo a ver los ciegos que instruye Mr. Haüy». El 26 de junio visitan los colegios de Duplesis, Luis el Grande y Mazarini, «donde nos dio las constituciones o la fundación el superior». El 28 visitan la Escuela de Veterinaria. El 1 de julio van a «las escuelas de San Roque, donde vimos los Padres de la Doctrina Christiana del Enfant Jesús y el método que observan. Luego fuimos a casa del abate L'Epée, que enseña los mudos». El 8 de julio van a San Sulpicio a ver a Mr. Béchet, «que nos ponía por escrito la forma de gobierno de aquel Seminario célebre». El 27 de junio inspeccionan una escuela de música teatral: «Después, a la Casa del rey de menús plaisirs, donde está la escuela de música para los chicos y chicas que se dedican al teatro». El 28 de junio, por la tarde, van a Charanton a ver la Escuela Veterinaria, donde Nicolás se fija en la investigación alimentaria para solucionar la nutrición infantil utilizando leche de cabra.

Los Laso dedican mucho tiempo de su viaje a visitar los centros de enseñanza superior, sobre todo en París, con el objeto de conocer la naturaleza de las distintas instituciones pedagógicas y los mecanismos de su actuación (a veces piden los estatutos del establecimiento), así como el lugar e instalación material de la entidad, ya se trate de las Academias, Universidades, Seminarios o Colegios civiles o militares.

Si este anhelo pedagógico es comprensible en el rector Simón, para quien esos conocimientos tenían una aplicación práctica e inmediata en su Colegio de San Clemente de Bolonia, más loable y desinteresado parece este afán en el inquisidor Nicolás.

El día 20 de junio asisten a una función solemne en la Sorbona y el día 23 del mismo vuelven a la Sorbona «para oír unas conclusiones». El 8 de julio es un día dedicado a visitar por segunda vez lugares en los que tenían especial interés, como el célebre Seminario de San Sulpicio, donde piden una copia del reglamento de su funcionamiento.

Posteriormente Nicolás, antiguo profesor sustituto de las cátedras de Retórica y de Griego de la Universidad de Salamanca, acude a centros pedagógicos de Roma, que caen fuera de los límites de nuestro estudio.

Como resumen y señal de este afán pedagógico podemos aducir que el vocablo «colegio» aparece citado 85 veces en el Diario de Laso y «escuela» otras 18.

Según la lápida funeraria del sepulcro de Nicolás Rodríguez Laso, éste estuvo relacionado con la dirección y reforma del Hospicio de Barcelona y la Casa de Misericordia de Valencia. Espíritu caritativo que mantuvo durante toda su vida y repartirá parte de sus bienes entre los pobres según su testamento y epitafio. Como los auténticos ilustrados, Laso creía que mejorar la suerte de los humildes era una manera de hacer progresar el país. Laso coincide con su amiga, la condesa de Montijo, infatigable secretaria de la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense entre 1787 y 1805105.

El inquisidor aprovecha el viaje para instruirse en las reformas adoptadas en los establecimientos educativos y asistenciales más avanzados de Europa y dedica las descripciones más extensas de su diario a los centros de beneficencia (hospitales y hospicios), indicio de su interés por los mismos. Le preocupaba mejorar la administración y la calidad de los mismos. Por ejemplo, suele anotar el número de niños que compartían la misma cama y otros hacinamientos por el riesgo de epidemias. Como curiosidad apuntamos que el sintagma «niños expósitos» aparece trece veces en el diario y la palabra «hospital» cincuenta veces (18 en territorio francés y 32 en Italia). Son lugares donde no siempre aparecen especificados sus fines y donde, con frecuencia, se mezclan la enseñanza profesional de nivel elemental y las asistencias sanitaria y alimenticia. Se usan indistintamente los términos: «Pasamos después al Hospicio u Hospital de Caridad» (Turín, 29 de julio de 1788). En ellos se combatía la inacción y la ignorancia al mismo tiempo que se formaba un plantel de jóvenes capaces de ganarse la vida con su trabajo y de hacerse útiles al Estado. Otro ejemplo de esta mezcolanza educativo-sanitaria es el complejo asistencial de Milán, visitado por los hermanos Laso el 4 de agosto de 1788.

Nicolás no duda en sacar un permiso especial para ver el hospicio de Bolonia y compararlo con los de París: «Las cunas no son como las de París, que son cajones de madera con un toldo arqueado sobre la cabecera; éstas otras son de hierro, y que se pueden menear en el aire» (Bolonia, 20 de septiembre de 1788).

No vamos a detenernos en todas esas visitas, ni a enumerar todas las efectuadas a muchos de los 12 hospitales generales y 21 particulares que, según la Guide d'Italie 1793, había en Roma. Pongamos algunos ejemplos de París.

El 26 de junio, por la tarde, van al hospital de la Salpêtiere. El 30 de junio visitan los «niños expósitos de San Antoine y el Hospital de ciegos» y el «Hôpital des enfants trouvés». El 3 de julio van a ver el Hospicio de Nicolás Beaufon para niños huérfanos y pobres. El 10 de julio, «por la mañana volvimos al Hospicio de Nicolás Beaufon, que examinamos prolijamente». El 13 van al Hospital de la Caridad, que está al cuidado de los Religiosos de San Juan de Dios, y concluye: «los pobres están bien asistidos».

Otra nota muy llamativa es el deseo de Laso de contactar en Francia con las Hermanas de la Caridad en los dos meses largos que estuvo en ese país, prototipo de buena organización asistencial en la Europa del momento. Estamos convencidos de que el inquisidor Laso tenía el propósito de repatriar a esas monjas e «importar» su modelo sanitario, lo cual ocurrirá en 1790 y dará lugar a la fundación de la Congregación de las Hermanas Hospitalarias de la Santa Cruz de Barcelona, a partir de 1792106. Laso visita todos los establecimientos regidos por estas monjas que encuentra a su paso en Montpellier (20 de mayo de 1788), Lyon (26 de mayo de 1788) y París. En la capital lo hará en seis ocasiones: días 15 y 30 de junio («El Hôpital des enfants trouvés está bien arreglado. Las camas limpias y divididas en clases, chicos y chicas, todo conducido por las Hijas de la Caridad») y 4, 6, 8 y 10 de julio de 1788 («Por la mañana, volvimos al hospicio de Nicolás Beaufon, que examinamos prolijamente, conducidos por una Hija de la Caridad [...]. Está toda la obra con gusto, aseo y magnificencia»). Cuando examina algún hospital italiano lo compara con los dirigidos por las Hijas de la Caridad (por ejemplo, el 29 de enero de 1789). Encontramos la explicación a este afán de Nicolás en un informe de su amiga la condesa de Montijo del 16 de enero de 1801 (Plan de tareas de la Junta de Señoras107), donde define a estas monjas como «esas mujeres de beneficencia, dedicadas voluntariamente a ser el bálsamo, el consuelo de la humanidad afligida»108.

En todas estas visitas está el noble afán de Nicolás de ver la posibilidad de reducir la espantosa mortalidad de los incluseros, examinando y comparando los sistema asistenciales de los distintos lugares. La Inclusa de Madrid, que no debía ser la peor de España, registraba una tasa de mortalidad «confesada» del 77 por 100 en el trienio 1784-1787, por lo que era imprescindible poner orden en el abandono que padecían estos centros de beneficencia109. En 1788 Laso continuaba influido por la tarea admirable de toda la familia Montijo-Palafox (además de los propios condes, recordemos la brillante labor asistencial del obispo Antonio Palafox en Cuenca), como cristianos sinceros comprometidos con la beneficencia en favor de los desheredados. Es probable que Nicolás Laso comunicase a la condesa de Montijo sus observaciones en las inclusas europeas para ayudarle a la redacción de la Proposición de la condesa de Montijo a la Junta de Señoras, sobre lo útil que sería el que solicitase tomar a su cuidado la crianza de los niños expósitos de la Inclusa, firmada el 3 de julio de 1789, dieciocho días después de finalizado su periplo europeo110. Allí la condesa compara las tasas de mortalidad de las inclusas de Europa (un 50%) con las de España, mucho más elevadas.






ArribaConclusión

El París que ve Nicolás Laso no es simplemente la ciudad monumental, sino que le interesa el tráfago de la gran urbe. Si comparamos la visión de París de nuestro inquisidor con la de los ilustres viajeros españoles que le precedieron, Ponz (1783) y Moratín (1787), observamos que la de Nicolás es menos erudita, pero más completa que la del abate levantino, excesivamente centrado en recoger noticias sobre su especialidad: el arte. Los hermanos Laso se preocupan por captar el impulso vital de la sociedad parisina. Con el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín comparte este afán vitalista, pero Laso es más escueto y objetivo.

La pregunta típica sobre los viajeros que precedieron al estallido de la Revolución de 1789, es la de si captaron el ambiente liberal prerrevolucionario a su paso por París. Ponz ni lo captó ni le interesaba el tema. Moratín, que procuró conocer los entresijos de la sociedad francesa y tuvo como informantes a fuentes diplomáticas y a Cabarrús, parece que olfateó dicho ambiente. El embajador conde de Fernán Núñez en la primera mitad de 1789 estaba tan excesivamente preocupado en llorar la muerte del rey Carlos III como incapaz para prever lo que se le venía encima y, en el verano de dicho año, gozaba de plácidas vacaciones en compañía de la duquesa del Infantado. El conde de Fernán Núñez fue una de las personas más afectadas por la muerte de su amigo el rey Carlos III, pues escribió: «La España y la Europa entera, que le respetaba, y ambas le lloraron y llorarán siempre, como yo lloraré toda mi vida el no haber estado a su lado para tributarle mis últimos obsequios»111. Tanto el embajador Fernán Núñez como los duques del Infantado y su cortejo como Cavanilles tenían una visión de la política francesa en 1789 circunscrita «al mundo diplomático y militar, a las alianzas y a las guerras, sin que los conflictos internos tengan importancia»112. El mismo 14 de julio de 1789, Cavanilles, que se encontraba en Issy al borde del Sena, en compañía de las familias del duque del Infantado y de la del embajador Fernán Núñez como el año anterior, le escribe a su amigo Viera y Clavijo dándole noticias del tiempo, ignorando la trascendencia de aquella fecha.

Es lógico preguntarse si los hermanos Laso se percataron de que se estaba fraguando la Revolución de 1789. La respuesta es positiva, porque iban con la intención de estudiar la sociedad francesa y supieron introducirse en los lugares (teatros, bibliotecas, distintos barrios y calles, centros de educación, embajada, nunciatura, etc.) y visitar a los personajes que conocían dicha sociedad (escultor Houdon, madama Cabarrús, etc.) y que, algunos de ellos, harán la revolución que estallará dentro de unos meses. Los hermanos Laso dedican expresamente alguna tarde a observar la sociedad parisina. Por ejemplo, la del 2 de julio de 1788: «Por la tarde, al Boulevard donde observamos las diversiones del pueblo»113.

Para justificar la afirmación de la captación del ambiente revolucionario francés por los hermanos Laso, vamos a aducir cuatro anotaciones del Diario de Laso, el cual, autógrafo, fue concluido, firmado y rubricado en Barcelona el 15 de junio de 1789.

La primera es del día 3 de julio, cuando visitan en París al escultor, Juan Antonio Houdon, que vivía en la calle de Faubourg au Roulle, quizá el que más retratos hizo de los personajes de la Europa ilustrada: «Casi enfrente vive el famoso escultor Houdon, que nos mostró muchos bustos y estatuas de hombres célebres; entre ellos Flanklin, Rousseau, Voltaire, Pilâtre de Rosier, Mongolfier, y otros muchos. El pensamiento, por el marqués de Vilete, para colocar el corazón de Voltaire en Ferney con esta inscripción: "son sprit est par tout, et son coeur est ici", en una urna, y arriba, en un nicho, su busto».

Los hermanos Laso quieren conocer físicamente a los grandes pensadores que inspirarán la Revolución Francesa, de la mejor manera posible, ya que muchos de ellos ya habían fallecido: contemplar sus retratos que el mejor retratista les había esculpido en vivo.

Es lógico que se fijase en la escultura de Voltaire, al fin y al cabo el patriarca de los ilustrados europeos y padre ideológico de la Revolución.

La segunda anotación es del 8 de julio de 1788, cuando Laso anota escuetamente: «Comimos en casa de Madama Cabarrús». La casa de los Cabarrús era el observatorio más adecuado que podía escoger un español para contemplar la vida parisiense. Recordemos que Francisco Cabarrús, advirtiendo el enrarecido ambiente político de París de finales de 1787, le aconsejó a su joven secretario, Leandro Fernández de Moratín, que se fuese de la ciudad, consejo que acató el joven escritor y que comentaba a su protector, Jovellanos, con estas palabras: «Yo nada entiendo de esto; pero le aseguro a Vmd. que cuando salimos de París me parece que estaba aquello a punto de dar un estallido»114.

La duda que nos surge es si los hermanos Laso comieron con la madre, María Antonia Galabert, esposa de Francisco Cabarrús, o con la hija de ambos, la célebre Teresa Cabarrús (nacida el 31 de julio de 1773), puesto que desde 1785 el director del Banco de San Carlos había enviado a su mujer y a los tres hijos mayores a París para recibir una esmerada educación. La madre frecuentaba los salones con éxito. Cabarrús efectuó el antes aludido viaje a París en compañía de Leandro Fernández Moratín entre 1786 y diciembre de 1787. En febrero de 1788 Teresa se casa en la parisiense iglesia de Saint-Eustache, a los catorce años y medio de edad, con Jacobe de Fontenay, consejero del Parlamento de París, por lo que la escultural Teresa debía ser conocida como Madama Fontenay, cuando los Rodríguez Laso llegan a París. Nos inclinamos por la posibilidad de que Madama Cabarrús es la esposa de Francisco Cabarrús y que tal vez comieron con el resto de la familia, incluida Théresia Cabarrús115.

La tercera anotación es del 26 de enero de 1789, en Roma, cuando Nicolás visita el convento de la Trinidad de Monti, situado en la Plaza de España, y anota la causa de contar con pocos monjes dicho convento: «Está fundado para religiosos de San Francisco de Paula, franceses; y puede haber dos sacerdotes y un lego de cada provincia, hasta el número de 30, que en el día, con las ocurrencias de aquella nación, no está completo. La librería es muy buena». Sin duda las «ocurrencias de aquella nación» eran el ambiente prerrevolucionario.

El cuarto apunte es del 22 de abril de 1789, en Pistoia, cuando compara la mentalidad regalista y antipapal del obispo de Pistoia con la ideología de los franceses de menos de cuarenta años, es decir, los que harán la revolución dentro de unos meses:

«Salimos de Lucca y llegamos a las once a Pistoia. Vimos al obispo116 y el seminario conciliar en que se educan, de la diócesis y fuera de ella. Los cuartos de los seminaristas están pintados a la Rafaela y muy aseados. No tienen cuadros ni estampas, y sólo un Cristo de bronce en una peana, sobre la mesa de estudiar [...].

Enfrente ha hecho el obispo un palacio hermoso, que todavía no habita. En el discurso que tuve con este señor obispo aprendí claramente que todas sus operaciones se dirigen a servir y poner en planta las ideas del Gran Duque, demasiada franqueza en hablar de los procedimientos de Roma; y un ardor en proponer sus reformas más propio de un fiscal de la Cámara de Castilla que de un obispo que preside un Sínodo. En pocas palabras, me significó su plan y, combinando las especies que tocó con las que vierte en el Sínodo, creo que su modo de pensar es copiado de los franceses que no pasan de 40 años de edad».



Cuando Laso compara la defensa del regalismo del obispo Ricci con la que hacían los fiscales de la Cámara de Castilla, sin duda estaba pensando en los momentos de máxima tensión con la Santa Sede, provocada por los fiscales Campomanes y Floridablanca.

Concluyendo, Nicolás Rodríguez Laso captó bien el pulso de la sociedad parisiense del verano de 1788, aunque sin la ayuda de la Embajada española en París, que veraneaba lánguidamente en Issy, en la hermosa casa de campo de los duques del Infantado, sin que parezca que el entorno del conde de Fernán Núñez prestase demasiada atención a la inquietud que ya se notaba en la sociedad francesa.

El curioso y perspicaz Nicolás Rodríguez Laso, regresando de Italia, vuelve a pisar Francia desde el 3 hasta el 11 de junio de 1789, a paso ligero como presintiendo algo. Al visitar, el 5 de junio, la célebre Abadía de San Victor de Marsella, nota, una vez más, el cambio social: «Los canónigos de esta abadía, en otro tiempo muy respetables, anuncian en el día la falta de observancia de su parte, y la de veneración y respeto de parte del pueblo». Laso percibía el sentido histórico de su época y, aunque ciertamente habría huido del París revolucionario, no se le hubiese ocurrido escribir una carta, el 14 de julio de 1789, para hablar del tiempo.



 
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