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Vid. M.ª de los Ángeles Ayala, Las colecciones costumbristas (1879-1885), Alicante, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1992.

 

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Pedro A. De Alarcón, Cosas que fueron. Cuadros de costumbres, Madrid, Imprenta y Fundición de M. Tello, 1882. En dicha edición aparece una Advertencia de los editores en la que se alude a la primera edición de Cosas que fueron (Madrid, 1871) y a su contenido misceláneo: «Con este mismo título de COSAS QUE FUERON publicó el Sr. Alarcón hace once años una Colección de artículos, hoy agotada, en la cual estaban revueltos y confundidos los cuadros de costumbres, los folletines de crítica y las relaciones de viajes, componiendo todo ello un tomo por demás complicado y heterogéneo (...) La que ahora ofrecemos al público contiene todos los artículos de costumbres, y a ella es a la que de derecho corresponde llevar el título de COSAS QUE FUERON, tan discretamente analizado por el Sr. Rodríguez Correa en el Prólogo de la edición primitiva», op. cit., pág. 29.

José F. Montesinos alude en su estudio Pedro Antonio de Alarcón, Madrid Castalia, 1977, pág. 172, passim, a una edición llevada a cabo en Madrid, Pérez Dubrull, 1872. No tenemos constancia de esta edición. La primera que reúne la definitiva colección de artículos es la llevada a cabo en 1882, tal como se advierte en la Advertencia de los editores en la edición de M. Tello, Madrid, 1882. La edición de 1882 puede considerarse la definitiva, pues se reproduce íntegramente su contenido en posteriores ocasiones, como en la llevada a cabo por el Establecimiento Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra», Madrid, 1913, y la Librería General de V. Suárez, Madrid, 1943. Las Obras Completas de Pedro Antonio de Alarcón de la Real Academia Española con un comento preliminar por Luis Martínez Kleiser, Madrid, Ediciones Fax, 1943, incluyen, al igual que las anteriores, el prólogo de Ramón Rodríguez Correa que figura en la edición de 1871.

José F. Montesinos cita, a raíz de la datación de Un maestro de antaño, una edición (Pérez Dubrull, 1872) que no figura en ningún repertorio bibliográfico alarconiano. Más tarde alude a la edición de Pérez Dubrull con fecha distinta (1878) para analizar el corpus costumbrista seleccionado por el propio Alarcón. En mi opinión esta edición es inexistente y, en todo caso, se refiere Montesinos a la edición de M. Tello [1882], pues sus citas nos remiten a este texto. Pérez Dubrull aparece como uno de los impresores de la Colección de Escritores Castellanos, serie que se inició en 1881 y finalizó en 1928. La Colección de Escritores Castellanos publicó un total de diecinueve volúmenes. En nuestro estudio citamos por la edición del año 1882.

 

3

En Historia de mis libros leemos lo siguiente: «De los muchos artículos de costumbres y de las muchísimas Revistas de Madrid que di a la luz durante mi primera época literaria, solo he juzgado coleccionables dieciséis, que son los contenidos en este volumen (...) El Sr. Rodríguez Correa, y los demás escritores que tanto me han mimado en todo tiempo, considerándome como una especie de regenerador o novador de los artículos de costumbres españolas, se vean negros siempre que se propongan justificar tan indulgente y benévolo dictamen! (...) Por lo que a mi toca, decidme: ¿Qué puedo hacer ya, a la altura en que estamos, sino continuar reimprimiendo este volumen [Cosas que fueron], cada vez que se agote, aunque haya habido algún escritor implacable que no me incluya entre los articulistas de costumbres de nuestra España? Mucho respeto la censura omisa de este crítico; pero no me creo por ello en el deber de casar, según se dice jurídicamente, la favorable sentencia de tantos generosos panegiristas suprimiendo un antiguo libro que todavía me renta algunos maravedises!», Obras Completas, pág. 11.

 

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José F. Montesinos señala en este sentido lo siguiente: «Lo poco que ha estado a mi alcance y he podido examinar, comenta y rectifica del modo más elocuente lo que plugo al autor referir de su labor literaria y de las fases de su evolución. Aunque pretericiones o voluntarios olvidos suelan deberse a aquellos cambios de ideas, cuando no al convencimiento de la trivialidad de algunos escritos, no se echa de ver a qué se deba la desaparición de Cosas que fueron de no pocas páginas de la primera edición que hubieran merecido ser retenidas», op. cit., págs. 177-178.

El prologuista de la primera edición de Cosas que fueron alude al dispar contenido del mismo, pues los artículos que forman parte del libro no fueron escritos con la previsión de verlos nunca juntos. La miscelánea es evidente, pues al lado de los artículos de costumbres figura una relación, como Fanny, Edgar Poe, Las zarzuelas, Bellas Artes, La Ristori, De Alicante a Valencia, entre otros, que son más propios de figurar en volúmenes cuya cabecera deberá titularse Juicios literarios y artísticos o Viajes por España.

 

5

En la Advertencia de los Editores se indica la inclusión de nuevas colaboraciones alarconianas no presentes en la edición princeps (1871): «(...) A cambio de los trabajos que han pasado a otros tomos, figuran aquí tres nuevos, que son: El Carnaval de Madrid, Mis recuerdos de agricultor y Un maestro de antaño, coleccionados hoy por primera vez», op. cit., pág. 30.

 

6

Son elocuentes, por ejemplo, las palabras del propio Alarcón que figuran en Historia de mis libros: «(...) Únicamente añadiré (por ser cosa que cierto periódico puso en duda hace poco tiempo), que hoy, día de la fecha, treinta años después de haber escrito el artículo titulado Lo que se ve con un anteojo, soy tan enemigo de la pena de muerte como entonces, como lo seré el resto de mi vida. Es decir, que si mañana o el otro, en unas Cortes de que yo formara parte, se legitimase sobre esta materia, mi voto sería contrario a la pena capital», op. cit., pág. 11.

 

7

Ibid., págs. 59-60. Desoladora es la visión de Alarcón ante el espectáculo que ofrecen las ferias madrileñas. Un lugar carente de sensibilidad y tradición. El ayer es olvidado con prontitud ante la ignorancia, la desidia y la falta de sensibilidad hacia una serie de objetos cuyo significado es harto representativo. El ayer sucumbe ante la sociedad presente, una sociedad que comercia no sólo con las cosas, sino con la propia historia: «(...) fijemos la atención en otras tiendas (...) Las bibliotecas reunidas con mil afanes por el hombre estudioso; los libros con dedicatoria; los retratos de familia; los muebles consagrados por el uso; el medallón que ya fue tumba; el abanico que agitó la virgen; el reclinatorio en que rezó la desposada en la noche de novios; el bastón del alcalde, tan respetado y temido en tal o cual alboroto; la charretera que saludaron tantos soldados (...), lo querido, lo venerado, lo íntimo, lo consuetudinario, lo familiar, lo que se regó con llanto, lo que se tiñó con sangre, lo que calentó nuestro cuerpo (...) nuestro pasado, nuestra historia, nuestro ser, nosotros mismos en venta... ¡Esa es la Feria de Madrid!», ibid., págs. 61-62.

 

8

Les Français peints par eux-mêmes. Encyclopédie Morale du dixneuvième siècle, París, L. Curmer, 1840-1842.

 

9

Alarcón establece diversas clasificaciones. En un primer lugar se ocupa de la fea natural, destinada y preparada ab initio para mártir. Luego, la fea accidental, la que por resultas de las viruelas, de una epilepsia, o de cualquier otro accidente, se vuelve fea después de nacer. La fea graciosa y la fea natural sin gracia, la fea natural sin gracia tonta, la fea consciente, la fea lúcida, la fea convencida de que lo es, la fea natural sin gracia, discreta-pobre, etc. no son sino personales y festivas clasificaciones de la fealdad femenina. De este panorama sobre la fealdad sólo se salva la mujer fea y rica: «Fea y rica no puede ser. - El oro es la luz, y la luz disipa las tinieblas. - La fealdad, ceñida con la aureola de D. Félix Utroque, se convierte en hermosura: quiero decir, es adulada, festejada, mimada, acariciada por los codiciosos... - La fea-rica se casa, y por tanto degenera, se frustra, se malogra. - Convengamos en que no hay ricas-feas», op. cit., pág. 159.

Alarcón también advierte a los lectores que «hay feas de ¡Jesús!, de ¡Jesús María! y de ¡Jesús, María y José!», ibid., pág. 164. Rosario de definiciones que incluye, igualmente, las diversas etapas de la mujer-fea, desde que nace hasta que cumple los cuarenta, que pone punto final a las desventuras y peculiar idiosincrasia de este tipo de mujer: «La fea ha vuelto a ser un ángel. Es capaz de los sacrificios más heroicos. Como no se agrada, se desvive por agradar. Como no se ama, es toda abnegación. ¡Es la mejor amiga... hasta de las mujeres (...) ¡Y la mejor protectora de los mozos! A la edad que ya tiene, cobra un maternal afecto a los galanes de las muchachas nuevas; se deja llamar fea por ellos, y les ayuda en sus empresas amorosas, con tal que sean lícitas y honestas. Llora en los duelos de todo el mundo (...) visita mucho las iglesias (...) Es jugadora. Casi siempre avara (...) viste muy oscuro. Cuenta mil aventuras amorosas de su juventud (...) Envejece sin haber vivido, como otoño sin primavera. Muere, y nadie la llora», ibid., págs. 169-171.

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