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ArribaAbajoFragmento cuarto




I

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Un alcázar de pórfido luciente
junto al famoso Betis se levanta,
do la riqueza y esplendor de Oriente
los muros y artesones abrillanta;
las puertas son de bronce refulgente,
y con soberbia y aparato espanta
fuerte escuadrón en torno de guerreros
con sendas lanzas y semblantes fieros.


II

Allí entre el oro y seda que atavía
aromática estancia y opulenta,
trono de bullidora pedrería
al moro rey con majestad sustenta.
Torvos los ojos y la faz sombría
ora el monarca pensativo ostenta;
que arde su pecho en bárbaro coraje
del rey de Murcia al temerario ultraje.


III

En torno dél respetüosa imita
la corte toda su silencio triste,
y de la sombra que su faz marchita
su rostro cada cual cubre y reviste;
la saña misma que al monarca irrita,
en muchos nobles con furor asiste,
y oculta a otros la cristiana injuria,
del airado Aldaimón tiemblan la furia.


IV

Con ceño adusto un árabe altanero
y de estatura y miembros de gigante
junto a la silla del monarca fiero
fija en él su mirada centellante;
el silencio fatal rompe el primero
con formidable muestra y arrogante,
y sin respeto y con acento airado
al fin prorrumpe, de callar cansado.


V

«Aldaimón, Aldaimón, ¿a dónde el brío
del musulmán está?, ¿dónde la guerra
y del profeta santo el poderío
que a las naciones míseras aterra?
¡Maldiga Alá la paz que da al impío
segura vida y júbilo en la tierra!
Hunda su reino el Dios de las venganzas,
y adornen sus cabezas nuestras lanzas.


VI

»Arma tus fuertes, junta tus varones,
que yo a su frente por Alá te juro
en un lago de sangre las legiones
y el odio ahogar del nazareno impuro;
del profeta los cándidos pendones
brillen de Murcia en el vencido muro,
y en aquel de su Dios altar maldito
la espada eleve nuestro santo rito.»


VII

Dijo y rugando la ceñuda frente
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


VIII

«Mas no tú solo, intrépido mancebo,
irás a dar a mi furor templanza,
que yo cual tú también el ansia apruebo
de gloria, y de combate, y de matanza;
sienta ese Rey, que con insulto nuevo
mi corazón excita a la venganza,
que si perdono al mísero enemigo,
del rebelde también doblo el castigo.


IX

»Ve, Solimán: las huestes agarenas
manda aprestar, y la trompeta al viento
de Córdoba publique en las almenas
a España mi terrible mandamiento.»
Dijo, y le escucha el musulmán apenas,
cuando por medio en ademán violento
rompe, y a obedecerle se retira,
y celoso del Rey se abrasa en ira.


X

Con grata muestra entonces del tirano
todos humildes el intento aprueban,
y sobre el pecho al uso mahometano
inclinando la tez las manos llevan.
Luego un murmullo con semblante ufano
unos con otros razonando elevan,
mas ya Aldaimón a hablarles se prepara
y el sordo ruido de repente para.


XI

«¡Campeones de Dios, oh descendientes
del ínclito Ismael!, ¡la luz primera
verá de nuestras glorias esplendentes
al aire tremolada la bandera!
Ella guió el valor de los creyentes,
cuando del Guadalete en la ribera
en manos de Tarif brilló aquel día,
que extendió la agarena monarquía.


XII

»Ella miró vencidos desplomarse
los altos muros de la gran Toledo,
y la altivez de Mérida humillarse,
y al cántabro feroz impuso miedo.
Torne al viento mañana a desplegarse,
y al alma infunda el celestial denuedo
que intimida al infiel: Dios le condena
a eterna muerte o a servil cadena.»


XIII

Dijo, y del trono aurífero desciende
con lento paso y ceño majestuoso,
y a un lado y otro del salón se extiende
y ante él se postra el séquito humildoso;
tal si en ignota soledad sorprende
oscura noche al labrador medroso,
si de repente ve fada divina,
en mudo pasmo la rodilla inclina.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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ArribaAbajoFragmento quinto



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Descripción de un serrallo


I

De mágicos jardines rodeado,
se alza un rico salón donde descansa
el moro rey, cuando el fatal cuidado
y cortesano estrépito le cansa.
En él ahora al júbilo entregado,
del fiero pecho la crueldad amansa
plácido canto que deleite inspira
al son de blanda, regalada lira.


II

Allí cercado del amable coro
que el de las houris célicas no iguala;
quemada en pipa de ámbar y de oro,
planta aromosa el gusto le regala,
y mientras en hombros de su amada el moro
la sien reclina, de su labio exhala
humo süave, que en fragante nube
en leves ondas a perderse sube.


III

Cien lámparas de plata el opulento
soberbio harem con su esplendor encienden,
y, en partes horadado el pavimento,
aromas mil a derramarse ascienden;
las luces multiplica ciento a ciento
el oro y alabastro en que resplenden,
y de cristal y azogue relucientes
en jaspe bullen imitadas fuentes.


IV

Lánguida acaso mora peregrina
en blando lecho de damasco y flores
allí voluptüosa se reclina,
y en sus ojos amor prende de amores;
en tanto que otra de beldad divina
con aguas de riquísimos olores
baña la negra cabellera riza,
que por la airosa espalda se desliza.


V

Otra de silfas mil tropa lasciva
con diademas de oro y de esmeralda
saltando en danzas ágiles, festiva
gira y se enlaza entre gentil guirnalda;
y deshaciendo el lazo fugitiva,
desnudo el pecho y la gallarda espalda,
la leve seda al movimiento vuela
y sus formas bellísimas revela.


VI

El ojo en vano penetrar desea
la en torno casi transparente gasa,
y aunque nada tal vez entre ella vea,
rápido el pensamiento la traspasa;
y en tanto en vueltas fáciles ondea
la bella tropa y por las orlas pasa,
al son süave de las harpas de oro
resuena el canto en armonioso coro.


VII

Sonríe acaso y su aspereza olvida
viéndolas Aldaimón, y tierno lazo
téjele en tanto su beldad querida
con dulce beso y con amante abrazo;
a grata calma y a placer convida
y a deleite suavísimo el regazo
donde reposa, y por mayor delicia
blanca y hermosa mano le acaricia.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Cuadro del hambre


IX

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mas todo en vano fue: bárbaro estrago
mientras el hambre en la ciudad hacía,
la muerte ya con silencioso amago
señalaba sus víctimas impía.
Busca en la madre cariñoso halago
el tierno infante que en su amor confía,
seco el pecho encontrando: ella le mira,
y horrorizada el rostro de él retira.


X

Gime el anciano en lecho de tormento,
y ya sintiendo la cercana muerte,
al hijo tiende el brazo amarillento,
y árido llanto al abrazarlo vierte.
Quien con hórridas muestras de contento,
feliz creyendo su infelice suerte,
a su padre su misma sangre lleva
para que de ella se alimente y beba.


XI

Viérase allí grabada en los semblantes
la desesperación: triste suspira
y eleva aquél las manos suplicantes;
cual mordiendo en sí mismo en ansia espira,
tal, clavados los ojos penetrantes,
morir sus hijos y su esposa mira
con risa horrible, y muere recrujiendo
los dientes y las manos retorciendo.


XII

Pálido, y flaco, y lánguido con lento
paso camina el moribundo hispano;
sobre su lanza carga el macilento
cuerpo y se apoya en la derecha mano;
los ojos con horror sin movimiento
ávidos fija sobre el muerto hermano,
y hambriento goza y lo devora, en donde
avaro cree que a los demás se esconde.


XIII

Las calles en silencio sepultadas
sólo ocupan algunos moribundos,
las manos reciamente enclavijadas,
despidiendo tal vez ayes profundos;
laten en torno entrañas destrozadas
y miembros de cadáveres inmundos,
que forzado del hambre asoladora,
cual como grato pasto los devora.


XIV

Para mayor martirio les presenta
con recuerdo fatal su fantasía
los manjares tal vez de la opulenta
mesa que desdeñaron algún día;
ora las aves de rapiña ahuyenta
ávido el moribundo en su agonía
disputando el festín, y sus gemidos
se mezclan con los fúnebres graznidos.


XV

Cual al lanzar el postrimer aliento,
ve feroz buitre que sobre él se arroja,
y en la angustia del último momento
lucha con él en su mortal congoja.
Los dedos hinca con furor violento
en la entraña del pájaro, que, roja
la corva garra en sangre, aleteando,
va con su pico el pecho barrenando.


XVI

El moribundo, lívido el semblante,
los ojos vuelve en blanco en su agonía,
mientras tenaz el buitre devorante
ahonda el pico con mayor porfía;
más el hombre le aprieta a cada instante,
el ave más profundizar ansía,
hasta que así, y el uno al otro junto,
muertos al fin quedaron en un punto.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .




ArribaFragmento sexto




I

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Era la noche: el trueno pavoroso
ronco estallando en torno retumbaba,
y en mar inmenso el cielo tenebroso
con violento turbión se desgajaba;
el rápido relámpago lumbroso
al aire desprendido serpeaba,
y ardiendo el rayo en la tiniebla umbría,
del orbe la honda base estremecía.


II

Todo era horror, y en la común tristeza
único asilo el templo sacrosanto;
el muro abandonaba en su flaqueza
el guerrero español bañado en llanto;
el tardo incierto paso allí endereza
inmensa turba con horror y espanto,
y ante la imagen de Jesús postrados,
no osan alzar sus ojos aterrados.


III

Lejos de todos solitario gime,
cerrado en una lóbrega capilla,
y negra pena el corazón le oprime,
el noble jefe de la gran Sevilla;
ya no alienta su ejército; no esgrime
ya triunfador la intrépida cuchilla,
que embebecido en su pensar doliente,
apenas mis cercanos pasos siente.


IV

Yelmo y escudo aparte descuidados
el anciano a sus pies tendidos tiene,
y los ojos de lágrimas cargados,
su diestra el rostro lánguido sostiene;
sus exánimes miembros fatigados
contra un altar inmóviles mantiene,
y tan sólo los ojos a mi acento
tornó hacia mí con leve movimiento.


V

«Noble anciano -exclamé-, dura es la muerte
cuando se acerca inevitable y lenta,
y no sirve el valor contra la suerte,
y antes más bien el infortunio aumenta.
mas ¿quién resistirá si un pecho fuerte,
como es el tuyo, desmayado alienta?»
Dije, y en tanto el mísero gemía,
y con endeble voz me respondía.


VI

«Triste en verdad estoy; mas ¡ay! no es leve
la causa de mis lágrimas. Dichoso
tú mil veces, ¡oh joven!, que harto breve
será tu padecer y harto glorioso,
por más que en ti con ímpetu se cebe
la cólera del hado rigoroso;
tú no conoces mi dolor, ¡ay triste!,
tú nunca el hijo de tu amor perdiste.


VII

»Mísero y solo en tanta desventura,
su dulcísima voz no oiré expirando,
ni con trémula mano en su tristura
me cerrará los párpados llorando;
inútil viejo, de la muerte dura
en mi amargo dolor el golpe ansiando,
solo y en bien de mi ciudad confío,
¡oh gran Pelayo!, en tu prudencia y brío.»


VIII

Mi corazón de lástima llagado,
mi rostro algunas lágrimas cubrieron,
el noble anciano al ver acongojado,
que tantas lides animoso vieron;
su grave rostro del dolor marcado
do a par las penas que la edad pusieron
la mano que su frente encanecía,
pálido aun con majestad lucía.


IX

«Teudis -le dije-, el ánimo sustenta:
álzate y viste la luciente malla,
y el último respiro que te alienta
esfuércese a la voz de la batalla.»
«¡Oh joven! -respondió-, dime, ¿qué intenta
tu inextinguible ardor?, ¿qué medios halla
de salvación tu esfuerzo? ¡Ah!, ya te sigo,
tu voz me reanimó; parto contigo.»


X

Y esforzándose el héroe a levantarse
sostenido de mí marchó tardío,
y en sus lánguidos ojos inflamarse
se vio la llama de su antiguo brío.
Como suelen de lumbre colorarse
las nubes de tormenta en el estío,
el fuego que su espíritu animaba,
en su pálido rostro reflejaba.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


XI

Entretanto en el templo amontonados
hombres, mujeres, niños se veían,
y flaco el rostro pálido, aterrados,
espantosos espectros parecían;
a la luz de los rayos apagados
de las ondeantes lámparas lucían;
a par del trueno el huracán bramaba,
y del templo en las bóvedas zumbaba.


XII

Los dos entonces tristes contemplando
aquellos fuertes, míseros varones,
el llanto de mis ojos enjugando
por alentar sus fuertes corazones;
«¡noble esperanza del cristiano bando,
exclamé, generosos campeones!
Alzad el pecho a contrastar la suerte;
muramos, sí, pero con digna muerte.


XIII

»Si es fuerza perecer como valientes,
perezcamos al pie del patrio muro.
No es tiempo, amigos, ya de ser prudentes;
la paz, la sumisión, nada hay seguro.
Ora mandan los hados inclementes
morir. ¿Preferiréis al trance duro,
que a cierta gloria y a venganza guía,
tan dilatada y mísera agonía?»


XIV

Dije, y aquellos héroes a mi acento
el yerto fuego renacer sentían,
que aún no apagado el generoso aliento
ni el entusiasmo bélico tenían.
Todos al punto luego en movimiento
mi voz en derredor sólo atendían.
«Guiad -dijeron-; a morir marchemos;
ansia de perecer todos tenemos.»


XV

«Alto -dije- a la lid; la noche oscura
protege ¡oh bravos! el intento mío.
O de una vez muramos con bravura,
o camino nos abra nuestro brío;
tal vez nuestro valor logre ventura,
tal vez venganza del alarbe impío.»
Dije, y al punto un escuadrón formaron
y en medio a los inermes encerraron.


XVI

Con tardo paso, con silencio y calma
a la luz del relámpago partimos,
llena de angustia y de zozobra el alma,
y el ánimo a la muerte apercibimos.
Del martirio a alcanzar la ilustre palma
a campo abierto impávidos salimos.
En torno todo de tinieblas lleno,
rugen tan sólo el huracán y el trueno.


XVII

Entre las densas sombras temerosos
en cieno y agua hundidos avanzamos,
y con ansia y fatiga cuidadosos,
cerca del campo musulmán llegamos;
dóblase la zozobra, y silenciosos
ante sus tiendas lóbregas paramos;
prestas las armas, próximo el combate,
de miedo el pecho y de esperanza late.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


XVIII

Mas a su voz por otra repetida,
pronta su hueste se presenta armada,
y con bárbaro ardor y arremetida
fulmínase a nosotros agolpada;
en las cristianas lanzas recibida
fue su improvisa cólera estrellada.
Torna al asalto y dobla la pelea;
el tercio ibero resistiendo ondea.


XIX

Sigue el rumor, la confusión se aumenta
cual hunde en las entrañas del amigo,
que apartado de él lidiando cuenta,
el arma destinada al enemigo;
éste, si descargar el golpe intenta,
por alto precipicio da consigo;
tal piensa allí que a su escuadrón se junta,
y halla en el pecho la imprevista punta.


XX

Cual allí solo contra mil pelea,
y al frente y al redor hiere y maltrata,
y en tanto que la maza aquel rodea,
otro le oprime el brazo y la arrebata.
Ya un escuadrón cejando titubea,
y otra vez vuelve, y carga y desbarata:
ora cedemos ya; ya paso abrimos;
ya tórnanlo a cerrar, ya al fin rompimos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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