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21

El referente mítico del nacionalismo español, según dice el joven Galdós en un texto de 1870: «[...] siempre que hacemos historia, nos vamos derechos a los amados siglos XV y XVI, donde tenemos nuestra mitología» (Prosa crítica, loc. cit., p. 390).

 

22

Ibid., p. 232.

 

23

Apud J. Blanquat, «Au temps d'Electra (Documents galdosiens)», Bulletin Hispanique, LXVIII (1966), p. 307.

 

24

Al respecto de esta falta real de unidad, cabe recordar las famosas palabras pronunciadas en 1835 por Antonio Alcalá Galiano en las Cortes del Estatuto Real en las que proponía a los liberales «hacer a la nación española una nación, que no lo es ni lo ha sido hasta ahora» (apud B. de Riquer i Permanyer, Escolta, Espanya. La cuestión catalana en la época liberal, Madrid, Marcial Pons, 2001 p. 48). Sobre la difícil unidad española Américo Castro gustaba de citar las siguientes palabras de Gonzalo Fernández de Oviedo: «[...] no todos los vasallos de la corona real de España son de conformes costumbres ni semejantes lenguajes... Porque, aunque eran los que venían [a las Indias] vasallos de los reyes de España, ¿quién concertará al vizcaíno con el catalán, que son de tan diferentes provincias y lenguas? ¿Cómo se avendrán el andaluz con el valenciano, y el de Perpiñán con el cordobés, y el aragonés con el guipuzcoano, y el gallego con el castellano, y el asturiano o montañés con el navarro, etc. (Historia general y natural de las Indias [1535], edic. de Madrid, 1851, I, 54 [apud Sobre el nombre y el quién de los españoles, loc. cit., pp. 217-218]).

 

25

Prosa crítica, loc. cit., p. 607.

 

26

Prosa crítica, loc. cit., pp. 702-703.

 

27

Por ello, en Bouvard y Pécuchet, un «notable» detesta el centralismo y aboga por la descentralización en la época de las revoluciones del 48: «[...] todo el desorden viene de París. ¡Descentralicemos!» (G. Flaubert, Bouvard y Pécuchet, G. Palacios, ed., Madrid, Cátedra, 1999, p. 191). De forma semejante, en la guerra civil norteamericana entre sudistas y nordistas, los estados confederados propugnan un poder central más débil que no ponga en cuestión su mundo aristocrático y rural.

 

28

«[...] la oligarquía, en sus diferentes ramificaciones y adherencias», «[...] la oligarquía dominante», dice Galdós en sendos mítines republicanos de 1909 (apud V. Fuentes, op. cit., pp. 76 y 78, respectivamente).

 

29

El agitador primista y amante de Teresa Villaescusa Jacinto González Leal «conspiraba por dar gusto a su inquietud levantisca, más que por conocimiento razonado y hondo de los males de la patria» (Prim, XV); el conservador y sosegado padrastro de Vicente Halconero también tiene en la boca la manida expresión: «Resumió mansamente los distintos pareceres don Ángel Cordero, inclinándose a lo razonable y sensato. Según él, todos los males de la patria provenían del matrimonio de la reina» (La de los tristes destinos, VI); el comandante don Rafael Malcampo, en vísperas de la sublevación que derrocará a Isabel II, afirma: «La Marina no puede ser indiferente a los males de la nación» (ibid., XXVIII); el propio Amadeo I en su mensaje de abdicación declara solemnemente que «todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria» (Amadeo I, XXVI).

 

30

«Patria infeliz», «infortunada España» (apud V. Fuentes, op. cit., pp. 105 y 106, respectivamente).