Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

61

Se refiere a Valentín Frías y su obra Leyendas y tradiciones queretanas, México, Dirección del Patrimonio Cultural, Secretaría de Estado, 1989, p. 160.

 

62

En palabras de Guillermo Araya sobre la historia de España que muy bien podemos aplicar a Hispanoamérica, «Ni la historiografía anterior ni la posterior a él de signo adverso a sus ideas, podrían ofrecer explicaciones satisfactorias a estos hechos» (Araya, 20). Y añade más adelante: «Lo pensado por Castro respecto de España interesa de manera directa a españoles e hispanoamericanos» (ibid., 25).

 

63

Véase también Heliodoro Valle, 1944.

 

64

Se trata de los artículos «Sobre la relación entre ambas Américas», Revista Iberoamericana, II, 3, abril 1940, y «Norte contra Sur», El Sol, 23 de enero de 1930.

 

65

En el mismo artículo resume así la aportación que puede hacer la cultura estadounidense: «De una parte, modernidad yanqui, millonadas, rascacielos, control del mundo, mecanicismo; de otra, latín, física, egiptología, chino, biología, regalar dinero para que los demás hagan eso y mucho más. Contemplar una sola faz de la cuestión no sería razonable ni prudente» (Castro, 1972, III: 85).

 

66

Podemos recordar con sus propias palabras qué tipo de historiografía rechaza Castro: «La historiografía al uso menciona hechos, acumula documentos, pero presenta los hechos documentados sólo como sucesos acontecidos, sin preocuparse de conectarlos con la estructura y funcionamiento de la vida colectiva en donde lo que acontece cobra sentido» (Castro, 1960: 13). Es interesante que en Sobre el nombre y el quién de los españoles utilice México como ejemplo de su teoría de que no existen nacionalidades desde el comienzo de los tiempos; véase la página 118.

 

67

La primera vez que aparece publicado es en La Voz Nueva, enero, 10, aunque la fecha no es segura. Más tarde, en 1927 se publicó también en Sol, septiembre 23, 25.

 

68

También encontraremos una referencia a otro tipo de errores lingüísticos y una crítica a los que intentan justificarlos en Argentina en su libro La enseñanza del español en España, de 1922. Véanse en concreto las páginas 56 y 57. Sobre este tema, consúltese también Castro, 1972, II: 292-3.

 

69

Como dice este crítico, tras la Guerra Civil, «La tarea urgente ahora no es hacer ciencia filológica, sino tratar de entender cómo España ha llegado a desgarrarse a sí misma» (Araya, 11).

 

70

Don Américo utiliza la toponimia como otro rasgo distintivo entre la América hispana y la anglosajona: «Quien observara comparativamente los nombres puestos por los colonizadores a las poblaciones de ambas Américas trazaría sin duda un cuadro bastante exacto de las analogías y diferencias que hoy las aproxima[n] y separan» (Castro, 1983: 627). Y añade más adelante: «No creo que los nombres religiosos fuesen tan abundantes en España como más tarde en América; nada o poco hay como Sancti Spiritus (Cuba), Espirito Santo (Brasil), Corpus Chisti (Texas), Sangre de Cristo (Colorado), etc. La religión castellana de la Edad Media aún no cultivaba el lujo de los símbolos verbales» (ibid., 628). La causa de esta actitud está en que «El Imperio Español era una institución religiosa y religioso era también el horizonte de las inteligencias» (Castro, 1966: 300). A través de la toponimia americana, Castro observa la evolución del imperio como enuncia en España en su historia (p. 631).