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1

«El Primero de Mayo», en Obras reunidas, II, p. 1589.

 

2

Obras reunidas, I, p. 368.

 

3

Ibid.

 

4

Rosario de Acuña evoca esta larga enfermedad en el artículo simbólicamente dedicado a la luz. La autora brinda al lector una descripción a la vez lírica y sugestiva de la luz, fluido vital y claridad vivificante imprescindible en la vida de los seres humanos: «Durante trece años, es decir, durante mi infancia toda, he sufrido una larga y dolorosa afección a los ojos, a intervalos desiguales, pero todos penosos, todos largos, todos terribles, pasados en el seno de la más completa y espesísima tiniebla; días interminables, noches insufribles, todas se han sucedido sobre mí en medio de una oscuridad absoluta, que se hacía más pavorosa por las temporadas en que me era dado disfrutar de la luz. ¡La luz!, ¡mi ideal de los cinco años, mi ideal de los ocho, y de los doce y de los dieciséis! En aquella sombra dolorosa que me envolvía, yo me imaginaba la luz como una cosa más allá de la vida, más allá de lo real, de lo posible; ¡para mí Dios era luz! ¡la felicidad era luz! ¡el amor era luz!, y ¡luz la religión, y luz el cariño de los míos!, ¡y no comprendía, ni estimaba, ni avaloraba nada que estuviese fuera de la luz!» («En el campo. X. La casa», Obras reunidas, I, pp. 809-810).

 

5

Obras reunidas, I, pp. 44 y 86.

 

6

Op. cit., p. 128.

 

7

Op. cit., p. 135.

 

8

La apasionante obra de Rosario de Acuña, injustamente postergada durante mucho tiempo, ha sido exhumada gracias a la ingente y tenaz labor de José Bolado.

 

9

«Una ofrenda a la memoria de Emilio Corral Díaz», Obras reunidas, II, p. 1749.

 

10

«Nuestro ateísmo», Obras reunidas, II, p. 1563.