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El pensamiento y las retóricas en los siglos XVIII y XIX

José Antonio Hernández Guerrero


Universidad de Cádiz



Las historias de la Retórica más conocidas en nuestro ámbito geográfico1 repiten una afirmación que hizo Roland Barthes: «En estos dos siglos se produce un progresivo descrédito de la Retórica que culmina con su muerte»; pero, como todos sabemos, las generalizaciones son simplificaciones y las simplificaciones nos inducen al error. Con el fin de facilitar el planteamiento del «estado de la cuestión» que abordaremos en esta clase, les propongo que coloquemos en el título los signos de interrogación: ¿Sufre la Retórica durante los siglos XVIII y XIX un descrédito real? ¿En qué ámbitos y en qué aspectos se desacredita? Para realizar nuestro análisis, establecemos dos distinciones, y, para hacer nuestra valoración, definimos los criterios que aplicamos.

Distinciones: Separamos, por un lado: el siglo XVIII del XIX, y, por otro, la Retórica -los tratados teóricos y prácticos-, de la Oratoria o Elocuencia -el ejercicio del discurso en los diferentes ámbitos.

Criterios: Para elaborar nuestro juicio interpretativo y valorativo de las Retóricas de estos siglos, tras aplicar un criterio cuantitativo -¿se editan muchas o pocas retóricas?- valoramos su calidad, en concreto, su novedad identificando los principios filosóficos en los que las definiciones y las normas que proponen los manuales más difundidos se apoyan.




ArribaAbajoSiglo XVIII. Cantidad de tratados de Retórica

Atendiendo al número de obras publicadas, los autores a los que hemos hecho referencia coinciden en que, durante el siglo XVIII, a pesar de que las enseñanzas de las artes liberales -la gramática, retórica y dialéctica- no se mantienen con la misma amplitud e intensidad que en los siglos anteriores, la Retórica, bajo distintas denominaciones, sigue siendo una asignatura integrada en la mayoría de los planes de estudio de las principales universidades y escuelas europeas.

Barthes acepta además que, en la primera mitad de este siglo, influyen, de manera especial, las obras de teóricos franceses del siglo anterior Nicolás Boileau2, René Rapin3, Le Bossu4, pero indica que

[...] a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, se publican todavía muchos tratados clásicos, absolutamente indiferentes a la conmoción y a la mutación revolucionarias.5






ArribaAbajoNuestra conclusión

Nosotros, tras revisar las principales obras editadas en Gran Bretaña, Francia, Italia y España, hemos llegado a la conclusión de que, durante el siglo XVIII, en Europa se publican, se venden, se leen y se estudian una notable cantidad de Manuales de Retórica de considerable importancia. Hemos seleccionado 34 obras de las que no podemos afirmar que, como dice Barthes, son «clásicas indiferentes a los cambios políticos y sociales que en esa época se producen».




ArribaAbajoSiglo XIX

Los manuales de Historia de la Retórica más conocidos en España repiten también la tesis de Roland Barthes:

  1. En el siglo XIX, la Retórica sólo sobrevive artificialmente, bajo la protección de reglamentos oficiales.
  2. El título mismo de los tratados y manuales se altera de una forma significativa6: se llaman Retórica y Poética, Compendio de Retórica y Poética o Preceptiva.
  3. La Retórica, ya agonizante, sufre la competencia de las «psicologías del estilo».

Estos reproches son los que nos han dado pistas para identificar sus peculiaridades. Tras el análisis detenido de la mayoría de ellas, hemos llegado a la siguiente conclusión:

  1. Es cierto que durante los siglos XVIII y XIX la Retórica sobrevive gracias a la protección de los reglamentos oficiales, pero no está tan claro que lo haga de una manera artificial.
  2. Es cierto que los títulos se alteran de una forma significativa, pero influye no siempre de una manera negativa.
  3. Es cierto que sufre la competencia de las «psicologías del estilo», pero su influencia, en vez de perjudicarle, en cierta medida, le beneficia.



ArribaAbajoCriterios

Para elaborar nuestro juicio interpretativo y valorativo de las Retóricas de estos siglos, hemos tratado de identificar los principios filosóficos en los que las definiciones y las normas que proponen se apoyan.


Siglo XVIII. Marco histórico

El siglo XVIII se define -como todos sabemos- por la lucha entre los defensores de las tradiciones y los partidarios de la renovación. Es el siglo de la Ilustración, marcado por el enfrentamiento entre los que defienden, a veces de forma violenta, lo antiguo y lo moderno, la razón y el sentimiento. Los intentos de regeneración afectan a todas los ámbitos, el filosófico, el cultural, el artístico y, también, el político, el social y el económico.

  • El absolutismo, o despotismo ilustrado, oye las advertencias de la burguesía,
  • el individualismo y los nacionalismos amenazan la idea de Europa,
  • el Romanticismo asoma y cada país adopta estos movimientos a sus peculiaridades.
  • El punto y aparte se produce en Francia en la Revolución de 1789.

Aunque algunos autores repiten que, en este panorama la Retórica sobrevive minimizada y sin objeto real, no podemos pasar por alto varios hechos que demuestran unos cambios significativos que, posteriormente se han consolidado.


Cuestionamiento de algunos cánones de Aristóteles y de Horacio

Por influencia de las múltiples ediciones del libro Sobre lo sublime, del Pseudo Longino (la primera edición francesa la realizó Nicolas Boileau-Despréaux y apareció en 1674). Los juicios críticos sobre los discursos orales o sobre las composiciones escritas se apoyan, más en la apreciación del gusto personal que en la aplicación de las reglas generales. Aunque la mayoría de los retóricos sigue siendo fiel a los preceptos clásicos, no faltan quienes animan a los oradores y a los escritores para que hablen y escriban con naturalidad e, incluso, para que sigan los impulsos del entusiasmo.




Resurgimiento de la Retórica filosófica

En algunas obras podemos apreciar cierto resurgimiento de la Retórica filosófica, bien con planteamientos tradicionales como los propuestos por François Fenelón (1651-1715) en su obra Los diálogos sobre la elocuencia (1681) cuyas raíces están en Platón, bien con formulaciones más modernas, a partir de los principios de la Lógica y de la Psicología tal como las concebían los racionalistas franceses y los empiristas británicos. En los ámbitos filosóficos alcanzó cierta difusión el ensayo que, con el título Of Eloquence, publicó en 1743 el filósofo empirista escocés David Hume (1711-1776), y en el que reconoce la inferioridad de la Elocuencia y de la Retórica modernas con respecto a las de los romanos y a las de los griegos. En su opinión, las razones de esta inferioridad estriban en la compleja legislación y jurisprudencia de su tiempo, en la moda generalizada de mantener cierto recato en la expresión de los sentimientos y emociones.

Quizás los aspectos más importantes del trabajo de Hume sean la conexión que establece entre la Retórica y la Nueva Lógica, la relación que descubre entre la sublimidad de los contenidos y la belleza de la expresión, el cotejo que lleva a cabo entre los recursos retóricos clásicos y los procedimientos más originales del siglo XVIII, y, sobre todo, la fuerza persuasiva que concede a las normas que regulan la elocución o la elaboración -la redacción- verbal del discurso.




Teatralización de la oratoria sagrada

Es cierto que, sobre todo en la oratoria sagrada, alcanza una gran popularidad con los ingleses John Tillotson7, Isaac Barrow8, el Obispo Francis Atterbury (nació en 1663). Y, sobre todo, con los franceses Bossuet9 (1627-1704), Bourdaloue10 (1632-1704) y Jean Baptiste Massillon11 (1653-1742), constituyeron verdaderos espectáculos públicos. Al final de sus sermones se distribuían con la misma abundancia con la que, en la actualidad, se venden las novelas populares. La novela española de José Francisco Isla (1703-1781), Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758) constituyó un ataque a una forma ampulosa de predicar y una crítica a determinados predicadores, reconocibles por los lectores contemporáneos. Los numerosos personajes que hablan por boca del autor exponen amplia y detalladamente la doctrina correcta de la predicación ilustrada con abundantes citas de textos prestigiosos.

El padre Isla apoya sus orientaciones y sus consejos en principios tomados de Cicerón, Quintiliano y en algunos autores contemporáneos. Insiste de manera especial en la necesidad de dotar a la predicación de «claridad» y de «eficacia». Pero yo me pregunto ¿la teatralización perjudica a la Retórica o, por el contrario, la beneficia? Una cosa es la «sobreactuación» y otra la actuación. A partir de este momento los autores insisten en que la oratoria es también un lenguaje sensorial: que el orador ha de hablar con los sentidos -con los cinco sentidos- para estimular los sentidos -los cinco sentidos- de los oyentes.

No podemos olvidar que la Retórica clásica ha tenido muy en cuenta la importancia y los valores de los mensajes emitidos y recibidos por los sentidos. Todos sabemos que los tratados más importantes han considerado la actio o pronuntiatio como una de las operaciones retóricas, como la culminación del proceso textual-comunicativo, como la actualización del discurso ante los destinatarios12, Cicerón13, Quintiliano14, la Rhetorica ad Herennium15, Fortunaciano, Sulpicio Víctor y Marciano Capella.

En la Retórica moderna, la actio es una operación vinculada con la pragmática y, como es sabido, los teóricos y los críticos tienen conciencia del notable poder de la imagen como factor condicionante -e, incluso, determinante- de la aceptación de los mensajes. Pierre-Guilles de Gennes, Premio Nobel de Física en 199116, afirma que «la inteligencia surgió en el hombre porque tenía manos y podía utilizarlas para hacer cosas». «Para el desarrollo normal de la vida humana se necesitan tres instrumentos: los sentidos, las manos y la inteligencia. Para pensar hace falta estar en contacto con la realidad y capacidad para cambiarla. La inteligencia nació en el hombre porque tenía manos que le permitían hacer cosas que no podían, que no sabían, hacer los monos». Estas palabras tan gráficas explican ese principio teórico que hoy es comúnmente admitido: que la inteligencia se desarrolla a partir del movimiento coordinado.

Los sensualistas, pertenecientes a épocas tan distantes como la grecolatina -recuerden el libro de Teofrasto, Sobre las sensaciones- y los siglos XVIII y XIX, han aportado una serie de análisis que iluminan nuestras reflexiones actuales sobre la eficacia de los lenguajes corporales. Hemos de recordar que el sensualismo es una teoría del conocimiento y, también, una doctrina ética y estética17: enseña que los sentidos descubren la verdad, identifican la bondad y disfrutan de la belleza.

Pues bien, el fundamento de esta concepción filosófica está en su concepción del origen del lenguaje y del desarrollo de las lenguas. Los sensualistas y, en especial, los ideólogos18 defienden que el hombre habla con sus movimientos y con sus acciones; éstos, cuando se llenan de significados, se convierten en gestos, en lenguaje; los gestos se transforman posteriormente en gritos interjectivos y, finalmente, éstos evolucionan, mediante un proceso de análisis, al lenguaje articulado.




Difuminación de la línea que separa la Poética y la Retórica

Abundan los manuales que integran ambas disciplinas en un solo tomo y, en algunos casos, se funden sus respectivos objetos. Algunos autores afirman que esta confusión disciplinar es, al mismo tiempo, causa y efecto de la decadencia de la Retórica. El interés de los retóricos por las cuestiones del lenguaje ornamental es un hecho constatable. Esta preocupación tuvo como consecuencia que, aunque la Retórica -que considera el lenguaje persuasivo- y la Poética -que estudia el lenguaje artístico- nacieron y se desarrollaron con propósitos diferentes, la aproximación entre sus respectivos objetos, teóricos y normativos, se produjo casi desde el principio.

Desde el primer momento, los teóricos de la Retórica tienen conciencia de que el nivel de expresión del lenguaje -el uso artístico de los sonidos y de su representación gráfica- posee una considerable fuerza persuasiva. Ésta es la razón de su interés por estudiar los aspectos sensoriales. La lectura detenida de los manuales clásicos de Retórica pone de manifiesto que todos ellos se apoyan en un principio fundamental que podríamos formular de la siguiente manera: la literatura y cada uno de sus procedimientos sensoriales poseen una fuerza persuasiva.

De una manera más o menos explícita, a lo largo de toda la tradición literaria, los retóricos afirman que los procedimientos artísticos poseen una fuerza persuasiva y, por lo tanto, pertenecen lo mismo al discurso oratorio que a los textos literarios. El lenguaje artístico, afirman, provoca la adhesión y estimula la comunicación, por su propia naturaleza.

Recrearse y disfrutar con una obra literaria es una manera de adherirse, es una forma de identificarse con el contenido del discurso y de comunicarse con el orador o con el autor. Desde muy antiguo se tiene conciencia de que la forma externa, la expresión material, casi siempre determina o condiciona la aceptación de los mensajes y, en gran medida, lo constituye.

La reflexión griega sobre la eficacia de la palabra, originada por hechos económicos, sociales y políticos, abarcó la mayoría de las cuestiones teóricas y prácticas que en la actualidad plantean las relaciones que se establecen entre la literatura, el pensamiento, el arte, la moral, la política y, en general, las actividades específicamente humanas.

Podemos comprobar cómo progresivamente, a partir de la constatación de la influencia social del discurso persuasivo, se adquiere conciencia del carácter instrumental del lenguaje y se reconoce la atracción, a veces irresistible, que la palabra poética ejerce y la capacidad que posee para perfeccionar o deteriorar al hombre y para construir o para destruir la sociedad. Los textos griegos más antiguos muestran hasta qué punto los autores aprovechan la capacidad persuasiva de los recursos emocionales y el valor expresivo de los procedimientos ornamentales19.

Esto ocurre tanto en la Retórica que se apoya en el «principio de verosimilitud» -lo que parece verdad cuenta mucho más que lo que es verdad-, como la llamada Psicagógica o «conductora de las almas» que se basa en dos principios: el primero -análogo al axioma médico según el cual no hay enfermedades sino enfermos individuales que necesitan remedios propios- afirma que, más que verdades generales o fórmulas abstractas, hemos de usar un lenguaje concreto, adecuado a cada auditorio. El segundo principio está próximo a la magia -que, como es sabido, causa efectos sorprendentes y milagrosos-, establece que la palabra produce unos frutos psicológicos y sociológicos, y unos efectos éticos y estéticos, todos ellos superiores a los valores léxicos20. Este arte no se proponía convencer mediante una demostración técnicamente rigurosa, sino que pretendía conmover, apoyándose en esa atracción irresistible que las palabras bellas, cuando se emplean con habilidad, con «arte», ejercen sobre los espectadores.

La Retórica psicagógica intentaba provocar, más que una adhesión racional, una reacción emotiva. Aconseja varios procedimientos para conseguir tales efectos, como, por ejemplo, la «antítesis» relacionada con la teoría pitagórica de los contrarios, y la «politropía» o capacidad de encontrar diferentes modelos de discurso para los distintos tipos de auditorios. En este ambiente pitagórico, según Aristóteles, surge esta Retórica de lo «oportuno», de lo «justo» en el sentido aritmético y que, obviamente, guarda una estrecha relación con la noción de «proporción numérica». Podemos recordar la obra de Gorgias de Leontinos (485-360 a. C.) quien fue uno de los primeros retóricos que, reconociendo el carácter persuasivo de los recursos literarios, se esmeró en cuidar los procedimientos ornamentales del estilo oratorio y en dotar a la prosa oratoria de algunos atributos sensoriales reservados antes a la poesía.






El uso de las figuras

Gorgias proclamó el valor expresivo de los tropos y de las figuras del discurso y destacó, especialmente, la importancia retórica de la antítesis y del paralelismo. Estas dos figuras, como es sabido, fundamentan sus poderes persuasivos, no sólo en los dos principios lógicos -el de identidad y el de contradicción- y en el funcionamiento binario del razonamiento, sino también en los antagonismos mitológicos entre Marte y Venus, Apolo y Dionisos e, incluso, entre Caín y Abel: entre lo que otros llamaron el principio de placer y el principio de la realidad (G. Durand, 1993, De la mitocrítica al mitoanálisis. Figuras míticas y aspectos de la obra, Barcelona, Anthropos, pág. 31)21.

Hemos de caer en la cuenta, además, que, según los sensualistas, el fundamento de este comportamiento está en la capacidad de asociación de los sentidos: cuando los sentidos perciben dos objetos físicamente próximos o juntos, los relacionan primero y los identifican después. Aquí está la raíz de los significados connotativos. Adviertan cómo la publicidad aplica este principio y comprueben cómo en los anuncios, por ejemplo, de los coches están presentes otros «objetos» o «sujetos» más sugerentes.




La utilización del ritmo

El ritmo, como es sabido, es un fenómeno cósmico, físico, biológico y psíquico, que alcanza una dimensión cultural a través de un dilatado proceso. El hombre adquiere conciencia del ritmo exterior e interior a él, a partir de las experiencias continuas que va viviendo. Francisco López Estrada afirma: «La naturaleza, considerada como un entorno primario y elemental del hombre, impone ritmo a un gran número de sus manifestaciones: este principio tiene bases biológicas, pues casi todos los procesos vitales poseen sentido rítmico. La vida del hombre se gobierna a través de los ritmos cardíacos, hepáticos, cerebrales, tiroideos, etc.»22.

El ritmo, fenómeno sensorial, posee una extraordinaria fuerza persuasiva. Se puede descubrir en los fragmentos del rétor Gorgias un intento de dotar de ritmo a los períodos y, sobre todo, a la cláusula, como procedimiento de persuasión. La experiencia personal muestra cómo el ritmo, primero, y la melodía, después, predisponen para la recepción favorable, para la aceptación física y espiritual de los mensajes. El ritmo y la melodía favorecen el camino en compañía, y la sintonía física y acústica facilita la comprensión y la aceptación de los mensajes y propicia una vibración afectiva común.




Fundamento del valor expresivo

Pero ¿dónde está la clave -nos preguntamos- de su valor expresivo? Podemos contestar diciendo que depende de su fuerza sugeridora y de su poder connotativo. El sonido, agudo o grave, despierta una reacción sensorial múltiple y una respuesta sentimental diferente. La capacidad sinestésica de la fantasía humana hace que un determinado sonido provoque, no sólo sensaciones auditivas, sino también visuales, táctiles, olfativas, etc. Los sonidos, igual que otros estímulos sensoriales, están asociados a determinados estados de ánimo.

El ritmo poético, con todos sus componentes, podrá poner en acto esta capacidad sugeridora. Para que de hecho consigamos el efecto, será necesario, por consiguiente, que la secuencia sonora posea un carácter expresivo. Hay ritmos alegres y tristes, unos acompañan la euforia de la victoria y otros la pena de la derrota; unos cantan la vida y otros lloran la muerte.

Los efectos sensoriales o sentimentales son los resultados de las asociaciones de determinados sonidos con unos contenidos psíquicos adecuados. «La temperatura sentimental, la configuración imaginativa del contenido poético se manifiesta no sólo por la secuencia y variaciones de la materia fónica que, para hacerse expresiva, queda igualmente formalizada (E. Alarcos Llorach, 1973, La poesía de Blas de Otero, Madrid, Anaya, pág. 139). Pienso que en el fondo de esta concepción estética está la idea platónica de la «armonía». Que, como es sabido, posee un fundamento auditivo y musical. Como ejemplos ilustrativos, tenemos los juegos didácticos infantiles y los montajes publicitarios en los que se utilizan con profusión y con eficacia diferentes ritmos musicales y pictóricos. Mediante el ritmo y, en general, a través de sensaciones auditivas, se propicia una asociación de todo el organismo y se predispone para la sintonía sentimental y para la identificación ideológica. Recordemos la función comunitaria y comunicativa que poseen los himnos patrióticos y las marchas militares.

Los juegos de palabras -las paronomasias, las aliteraciones...- provocan y facilitan la aceptación de sus contenidos nocionales. Los refranes son mejor aceptados gracias al esquema formal en el que se formulan. Las imágenes, las comparaciones y las metáforas constituyen en la práctica pruebas y argumentos dotados de una intensa fuerza persuasiva.








ArribaConclusión

El análisis en profundidad de los manuales de Retórica editados en estos dos siglos pone de manifiesto que sus principios fundamentales, aunque fueron formulados de manera rudimentaria, pueden ser considerados como antecedentes de las teorías retóricas actuales más importantes o, mejor, como precedentes de las tres dimensiones de las retóricas actuales: la Semiótica, la Psicológica y Pragmática23.

Su concepción del lenguaje arroja abundante luz sobre diferentes nociones que se repiten de manera insistente en la mayoría de estas nuevas teorías. Recordemos que, para la Retórica Semiótica el ser humano, no sólo está dotado de lenguaje, sino que es lenguaje; todo lo que hace como hombre es lenguaje; sus movimientos y sus actos son humanos porque están dotados de significados; todos sus comportamientos humanos hablan; actuar humanamente es hablar.

Para la Retórica Psicológica, la eficacia del lenguaje reside en su fuerza psicológica; persuadir es influir en las estimaciones, en las apreciaciones, en la jerarquía de valores, en los sentimientos y en las emociones. El pensamiento incluye los juicios de valor y los juicios de valor dependen, en cierta medida de los afectos.

Para la Retórica Pragmática, hablar es actuar, es intervenir en la vida de los oyentes, es intensificar o cambiar su mentalidad, sus actitudes y sus comportamientos. Lo que se dice, en cierto sentido y en determinada medida, se hace. Aunque reconocemos que las nociones -y, sobre todo, la terminología- no coinciden literalmente con las definiciones modernas, juzgamos que las analogías son suficientes para autorizarnos a considerar estas teorías como precedentes y como soportes de algunos de los actuales planteamientos.

Estamos convencidos de que el diálogo con el pasado -y, concretamente, con el ideólogo francés- puede resultar sumamente «actual»24. Del análisis histórico y descriptivo de las nociones sensualistas -doctrina filosófica elaborada por Locke y Condillac que fue ampliamente desarrollada por los Ideólogos- y del estudio de las Retóricas de los siglos XVIII y XIX, hemos llegado a las siguientes conclusiones:

  1. Tuvo una profunda influencia en las teorías retóricas de los siglos XVIII y XIX. Constituyen los principios epistemológicos y hermenéuticos que, con diferente grado de sistematización, orientan parcialmente la teoría y la práctica retóricas a lo largo de la tradición cultural occidental.
  2. Sus principios básicos y sus explicaciones genéticas del lenguaje replantean desde una nueva perspectiva el problema de los universales sobre los que apoyan su defensa de la necesidad y obligatoriedad de «las reglas».
  3. Las doctrinas sensualistas, reflejo y estímulo de corrientes artísticas de diferentes signos, ponen de manifiesto algunos caracteres importantes y decisivos del proceso de génesis, de desarrollo y de crisis del sistema retórico clásico, tal como fue heredado de la Antigüedad, construido y codificado en Italia y en Francia durante los siglos XVI y XVII.
  4. Muchas nociones y juicios revelan la radical insuficiencia de etiquetas englobadoras y simplificadoras, como las de «neoclacisismo» y «romanticismo», para definir a unos movimientos doctrinales que son complejos, cambiantes y diversos en los diferentes ámbitos y momentos de sus respectivas biografías.
  5. El análisis de muchas de sus concepciones, aún vivas entre nosotros, ayuda a identificar los antecedentes de propuestas modernas (como, por ejemplo, la pragmática, que se promociona en la estética del siglo XIX y que tendrá un auge notable en las vanguardias del siglo XX), cuya filiación ignoran frecuentemente sus autores.
  6. Creemos que el conocimiento de estas teorías ayudará a fijar con mayor precisión el servicio que pueden prestar a la Retórica disciplinas modernas como la Sociología, la Psicología, la Antropología y, sobre todo, la Ética. Se puede advertir cómo muchas de las ideas esbozadas por los autores sensualistas han cristalizado posteriormente en formulaciones más rigurosas con la ayuda de las nuevas técnicas de las diferentes ciencias humanas.
  7. Las nociones sensualistas sirven de fundamento epistemológico y, a veces, de modelos descriptivos a muchas definiciones retóricas formuladas por autores que desconocen o incluso rechazan, de manera más o menos clara, las teorías de Locke o de Condillac. Otras veces, y esto es lo más frecuente, estas doctrinas orientan la práctica oratoria. Advirtamos cómo aprovechan esas evocaciones sensoriales para enfatizar la función mnemotécnica del signo lingüístico apelando a percepciones ligadas a recuerdos sensibles y sentimentales. Las vanguardias, y concretamente el Creacionismo, otorgan un singular protagonismo a los sentidos y, de manera especial, a los ojos.


 
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