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Floresta, 1680, añade: «Don Luis: A mí me pesa porque / no podré, por más que haga, / explicar cuánto he sentido, / que un amigo tan del alma, / gozando esté del Señor.»

 

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Según Floresta, 1680.

 

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Correas, p. 119: «El hijo de la Rollona o el Niño de la Rollona que tiene siete años y mama aun ahora.» Covarrubias explica: «hay algunos muchachos tan regalones que con ser grandes no saben desasirse del regazo de sus madres; salen éstos grandes tontos o grandes bellacos viciosos». H. Recoules, en «Refranero y entremés», BBMP, núm. 52, 1976, pp. 143-144, trae a colación el refrán como fuente de inspiración de la literatura entremesil; no parece conocer la mojiganga de Calderón, pero sí cita otras tres piezas: El parto de la Rollona (Flor de sainetes, Madrid, 1640, fols. 1-4), El niño de la Rollona (Floresta de entremeses, Madrid, 1691, pp. 80-90) y Mojiganga de los niños de la Rollona y lo que pasa en las calles (Cotarelo, t. I, pp. 222-226), las dos últimas atribuidas, respectivamente, a Francisco de Avellaneda y a Simón Aguado. Como se verá, la figura de «niño» es representado por un actor, Morales; es, por tanto, grotesca y propia de la mojiganga. Los rasgos, aunque transformados, se conservan en Floresta, 1680: «Saca la Niña de los andadores a Morales con dijes ridículos.» En realidad, todas las obras mencionadas ofrecen estos mismos trazos grotescos. En El parto de la Rollona presenciamos el parto y nace el niño que es el hombre más alto de la compañía con botas y espuelas. En El niño de la Rollona, Toribico «es un nombre con sus dijes y babador»; en la mojiganga de Aguado salen «vestidos con dijes y ridículo birrete, y sacan un pan mordiendo dél»; debe ser el mismo «pan de Vallecas» al que aquí se hace referencia, producto muy afamado en la época (cf. J. Fradejas Lebrero, op. cit., p. 244).

 

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Según E. M. Wilson y J. Sage, op, cit., p. IX, la expresión proviene del famoso pasaje del Tratado I del Lazarillo.

 

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Capuz: vestidura larga, a modo de capa, que se traía por luto, que era de paño o bayeta negra (DA). También el Entremés del marido pantasma, de Quevedo, juega con la simbología capuz/toca para el enviudar: «que más tocas que capuces / salen a tomar el sol»; «capuz tengo prevenido / guardadas las tocas tengo» (OPCFQ, IV, pp. 81-82).

 

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Floresta, 1680, varía ligeramente el estribillo: «que quiquiriqui, quirinquinpuz / que más vale toca, que no capuz».