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ArribaAbajo- III -

El canto del aljibe


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ArribaAbajoLa parra

Grappe et pampre, la branche...


Van Lerberghe                





I


Iba de calle a calle la casona
y su parra cubría los dos patios.

¡No pediría hoy más que su techumbre
de pámpanos; el brillo de sus uvas

que asedian las abejas; la luz mágica  5
del sol, tenaz, buscando entre las hojas

la núbil golosina que en noviembre
madura poco a poco en miel caliente!

Al final de la parra está el aljibe
y, dentro de él, un círculo celeste  10

copia el vuelo fugaz de las palomas.
¡Ir del aljibe al corredor lejano:

arriba, los sarmientos y racimos;
a ambos lados, higueras y rosales,
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y, en el aire, el silencio y la canícula,  15
el duende de las siestas, la cigarra!

Si no está el Paraíso en el futuro,
en el pasado está, perdido a medias:

mi infancia vivirá mientras yo viva
y habrá sobre ella una encendida parra:  20
lejano cielo verde sobre el mundo.

XII, 1968

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II


La otra noche soñé con ella: estaba
silenciosa la casa como siempre.

Yo miré sus tejados desde arriba
porque el sueño era un sueño y yo era pájaro.

Casi negras las tejas, y musgoso  5
el antepecho del aljibe blanco.

La parra no existía: unos sarmientos
oscuros se morían de tristeza

sobre el gran esqueleto ennegrecido
que era antaño telar de su verdura.  10

Descendí hasta el brocal, miré hacia adentro:
sólo hallé oscuridad y telarañas.

Lancé un grito esperando antiguos ecos,
pero siguió el aljibe ciego y mudo.

Volví a mi hoy, y entonces como antaño,  15
lejanamente vi la parra verde,

sus maduros racimos y su sombra.
Y deseché los sueños, no el recuerdo.

III, 1969



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ArribaAbajoHiguera y Parra



La higuera abrillantada, con hormigas
ciegas de sol y hambrientas, por sus ramas.

En la tierra bermeja, reventones,
higos maduros casi negros, yacen.

Yo miro hacia la parra y mi codicia  5
vacila entre racimos que no alcanza

y las frutas yacentes en la tierra.
Un grito en la distancia con mi nombre,

dentro
como en la luz del sol
el disco  10
es centro de una voz de inmensas llamas:

Me llaman desde un corredor muy blanco
todo aureolado del resol de enero.

Yo abandono la higuera a las hormigas
y llevo un higo verde hacia aquel grito.  15

1970



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ArribaAbajoProyecto de poema


Un poème c'est bien peu
de chose...


R. Queneau                




Tenía:
mi madre en la casona vieja,
entre las cuatro y cinco de la tarde,

Que se la pueda ver a sus ochenta
y tantos años, pulcra y sosegada,  5
leyendo en su sillón del corredor.

Que el corredor se haga imaginable:
largo, con sus baldosas coloradas
y las que han sido más o menos blancas.

Que, como fondo, el patio sea intuible  10
con las palmas, la parra, el jazminero,
el aljibe en el centro.

No abusar de detalles:
lo esencial es la dueña de la casa
leyendo en su sillón.
Rostro moreno,
 15
hermoso todavía,
capaz
de la alegría más vivaz
como de la tristeza
más discreta.  20
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El cabello rizado, todo blanco.
El aire de la patria, dulce y ácido,
ha de sentirse en torno a su figura.

Y no olvidar:
que a pocos pasos de ella  25
brinquen y píen cuatro o cinco audaces
gorriones, reclamando
las migajas rituales de la tarde.

Si pudieras pintar ese retrato
con las palabras justas,  30
estarías allí, en la vieja casa,
vencedor de tu exilio y, para siempre,
con tu tiempo mejor recuperado.

Mayo-junio, 1970



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ArribaAbajoEl canto del aljibe

A Graciela Flores



Follajes de una parra, un jazminero,
un mango viejo, son su verde toldo.

El toldo de este patio da vislumbres
del gran toldo del mundo, añil al fondo.

Duras raíces de árboles añosos  5
hacen saltar baldosas o las quiebran.

No importa. El piso irregular adquiere
una belleza húmeda y antigua

desnivelado como está por fuerzas
tropicales pujando por más vida.  10

Es de mañana. Vibra el aire fresco
con rumores de siempre, cotidianos:

la lechera que viene con sus tarros;
el mozo panadero

hablando con la criada; los gorriones  15
que pían en la parra o sobre el piso
pidiendo sus migajas; el silbato
del tren que sale o llega desde lejos;
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el paso de un tranvía; los pregones,
de un vendedor, descalzo, de periódicos.  20

Pero no hay un rumor, un son, un himno,
un canto tan beatífico y doméstico

como el que llega del aljibe.
El balde
asido a la cadena, va por agua.  25

Despierta la roldana: cada golpe
de gastado eslabón le arranca ecos

de medio siglo de horas matinales.
Dentro, el oscuro ámbito se llena

de chispas; la roldana, que ha parado,  30
da marcha atrás.
Y, tensa la cadena,
sube al brocal el agua amanecida.

Mayo, 1970



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ArribaAbajoReloj de plata

A José Pascual Buxó



En lo incierto del sueño de repente,
brilla el reloj de plata sobre el mármol.

Cuarenta años hace que no existe,
que se ha perdido este reloj de plata.

Y, sin embargo, ahora, allí, reluce  5
como medía el tiempo viejo.

Fue este el primer reloj que regalaron
al hermano mayor, entonces mozo.

También ahora a él lo veo, joven,
tersa la tez, negrísimo el cabello,  10

relucientes los ojos, y la boca
abierta en ancha risa veintenaria.

Con un rumor de insecto sobre el mármol
fulge el reloj de plata. El mundo es nuevo:

ha renacido mi niñez intacta  15
en el cristal de la pequeña esfera.

Señor, ¿hay otra vida
para el hombre mortal tras de su muerte,
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o es la vida vivida la que dura
en trasmundo distante, incorruptible,  20

y nuestra muerte es el principio de una
recordación eterna de la vida?

Junio, 1971



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ArribaAbajoPrimer recuerdo

(1919)




Primero fue la lluvia.
Fue la ilusión primera.
Vi una puerta entreabierta
que daba a un patio.
Vi sobre baldosas
crearse y deshacerse  5
copas brillantes, sin ruido.

Vi las mojadas plantas,
vi el paredón mojado,
vi el viento impetuoso
que aplastaba  10
las copas instantáneas sobre el piso.

Vi contra el cielo oscuro
un tremolar de sábanas de fuego.

Vi el agua, el agua interminable
sobre los vahos del verano.  15

Vi, dentro, luz eléctrica:
vi unas figuras vagas
mirar la lluvia.

Yo, tras cristales húmedos,
estaba, en brazos fuertes, mudo y tibio.  20
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Afuera, la frescura
y la cristalería renovada
sobre el piso.
Y viento rápido
que iba y volvía impetuoso...  25

Fue la ilusión primera.
Fue el del mundo.

1962



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ArribaAbajoJardín botánico

(1921)


A. F. P. M.



Alguien sobre un caballo al trote largo
entre árboles veloces
me conduce en zigzags de sol y sombra.

En un claro del bosque oigo bullicio
de baile, carcajadas y violines.  5

Me hallo solo, de pronto, en un sendero.
(¿Y el caballo, por Dios, qué es del caballo?)

El bosque está en silencio. El sol declina.
Bajas, en el crepúsculo chirrían las cigarras.

¿Se han ido todas las muchachas altas,  10
y con ellas mi madre -joven, ágil-
y los hombres de blanco con los cestos,
los violines y el agua?

Oigo venir el tren. Veo a lo lejos
subir a todos.

Corro.
 15
Grito.
Lloro.

Nadie me ve ni siente.
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Atruena el aire
el resollar del tren.
Con gran esfuerzo
me aúpo en el estribo enorme y duro.

Y en este instante el tren se pone en marcha.  20

1970



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ArribaAbajoTraje marinero

(1922)




De una sala de viejas
señoras estiradas,
voy, solo, a una terraza.
Veo un parque.
Hay un jardín. Hay una escalinata.
Bajo la escalinata lentamente.  5

Mi traje marinero
es azul muy oscuro.
Llevo la gorra en una mano,
llevo en la otra confites de la sala.

Llego al jardín. Camino sobre el césped.  10

Y entonces veo a las muchachas.

Tomadas de las manos
cantaban y cantaban.

Y de pronto me vieron
y cantando formaron ronda doble  15
en torno a mí, muy altas, muy hermosas.
Sobre todo, muy altas.
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(Después de muchos, muchos años,
todavía las veo sobre el césped
muy altas, y cantando.  20
Y yo las miro desde abajo,
vestido con mi traje marinero,
la gorra en una mano
y en la otra, confites de la sala).



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ArribaAbajoVillarrica


(1926)



Temprano me levanto
Villarrica.
Temprano en la ciudad circunvalada
por el campo, invadida por el campo.

La invaden las carretas con sus frutos:  5
sus sandías lustrosas, sus melones
fragantes, su mandioca
que es tierra o casi tierra
por fuera, aunque por dentro es casi leche.

La invaden. Son el campo. Son el barro  10
de los rojos caminos. Son olor de capuera
en sus bueyes impávidos. ¡Son patria!

Los carreteros traen detenido en el poncho
y en la humedad insomne del rocío,
el cansado mirar de las estrellas  15
que ya van ocultándose.

Yo me he escapado de mi cuarto
y he salido en puntillas.
Húmedo el patio todavía.
Dormidos todavía los criados.  20
Y en la penumbra
la bicicleta, en el zaguán, dormida.
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Ya por las calles no pavimentadas
las llantas van dejando blandas huellas
entrelazadas, como de serpientes.  25
Mi bicicleta va al encuentro
del campo, de la aurora.

Y sobre un par de ruedas rumorosas
descubro que en la madrugada fresca
el reloj de las horas más felices  30
tiene doble cuadrante.

Los pedales son alas.
Y yo soy libre.
¡Vuelo!

1962



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ArribaAbajoTienda y zaguán

(1930)


A Juan Manuel Marcos



Es tienda vasta y fresca,
que huele a yerba mate
y a media siesta.

Hay de todo: cartuchos de escopeta,
paños, telas,  5
machetes y cuchillos
y hasta felicidad, en las vidrieras.

Junto a la tienda hay un zaguán que apenas
se puede recordar sin un suspiro:

larguísimo zaguán. (Tal vez un laberinto  10
que hizo una sola de sus anchas calles
y se cubrió de techo negro y alto
para hospedar murciélagos).

Tiene piso de tierra colorada.
Hay tacuaras enormes sobre el piso.  15

-¿Tacuaras? -Sí, bambúes.

Y las tacuaras duermen noche y día
un infinito sueño de inocencia.
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-¿Un sueño de inocencia?
-Sí, de inocencia. Un sueño de tacuara.  20

Por el zaguán no entraba nunca gente.
Su oscuridad y su silencio
se han embebido de humedad,
de soledad
y de misterio.  25

-¿A media siesta había allí esas cosas?
-Sí, y mucho más al terminar el día.

Me gustaba la tienda; me gustaban
sus olores, su yerba,
sus vidrieras.  30

Pero el zaguán aquel donde dormían
las tacuaras su sueño de inocencia,
era un rincón del Paraíso.

Allí quedó esperando
una niña de luz mi sueño de hombre.  35

-¿Niña de luz en el zaguán de tierra?
-Sí, en el zaguán de tierra colorada
y techo negro y alto con murciélagos...

Julio, 1970



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ArribaAbajoEl hombre feliz



Supongo que hoy serás otro esqueleto
blanco, como cualquier otro esqueleto.

Pero no hace diez años todavía
que eras un hombre único y dichoso.

¿Qué te hacía feliz hora tras hora,  5
día tras día? ¿Tu mujer, la pobre?

¿Tus cuñados bribones? ¿Tus sobrinos
políticos, aún peores

que sus padres? Vampiros unos y otros
te chupaban la sangre en las tinieblas  10

mientras dormías con el sueño blanco
de los justos, al lado de tu esposa.

Todos te traicionaron. No veías
la maldad, la falsía, la bajeza;

y, cuando falleciste,  15
tu mujer fue la víctima de quienes

prevaliéndose de ella te esquilmaran.
Ella murió después en la miseria,
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perdida la razón, en un tugurio
en el que una criada compasiva  20

albergó a la señora de otros tiempos.
¿Qué te hacía feliz, allá en tu pueblo...?

-Bueno... Mi casa era una hermosa casa.
Tenía corredores espaciosos,

canarios amarillos en las jaulas,  25
cardenales de fuego y otros pájaros.

Bajo la parra verde un loro verde
parecía más verde todavía.

No todos eran malos en mi casa:
la criada de que hablabas era un ángel.  30

Entre risas y cuentos
me cebaba los mates de mañana

en el patio, a la sombra de la parra.
Y yo quería a mi mujer. Sabía

que no podría ser de otra manera.  35
Mi pueblo era tranquilo y amistoso.

Durante el día el sol, la gente, el aire,
el ruido de la vida me embriagaban.

Era feliz con tanta luz a cuestas
bajo aquel cielo siempre de verano.  40
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¿Qué más quería? En cambio, ahora, mira...
Ni aire, ni luz, ni vida... ¿Entiendes?
¡Nada!

Julio, 1970



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ArribaAbajoMirando casas

(California)




Miro esas casas. Mírolas cada día, de siesta,
con sus patios de sol, de palmeras y paz.
Mucho hay vivido en ellas como en otras que
       he visto
en un ayer que ahora se hace un hoy fantasmal.  5

Mucho hay vivido con recogimiento y mansa
inconciencia del numen que nos roba el vivir.
Las miro. Aquí en la tierra veloz no tienen
       prisa
y sus puertas invitan a una vida feliz.  10

El automóvil pasa. Contemplo, enternecido,
sus patios, sus fachadas, sus tejados, y
       estoy
renaciendo a unas siestas antiguas, y
       avanzando  15
por patios como esos, tibios del alto sol;

por corredores donde mi niñez se dormía
con una plenitud cansada de alegría.

Y desde el automóvil les digo adiós, temiendo
que si vuelvo los ojos al asiento vecino,  20
yo, que segundos antes viajaba solo, ahora
tenga la compañía turbadora de un niño:
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de un niño que no existe desde hace muchos
       años,
para el que estos recuerdos no pueden ser  25
       extraños.

Julio, 1967



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ArribaAbajoAnticipación



¡Ir y ver cielos, campos, ríos, árboles,
calles, mañanas, tardes, noches, gentes!

¡Ir y ver y pisar la dulce tierra madre!

¡Reconocer en el tumulto
-cuando golpea el corazón y nubla  5
la mirada insegura
esa ansiedad de los reencuentros-

reconocer en el tumulto
entre el gentío
del caliente aeropuerto,  10
el rostro avejentado
de arrugas aún más hondas y de mirar de lágrimas;
o ver, por vez primera,
el rostro adivinado
de un niño de mi casta  15
que apenas habla y llora;

oír voces, preguntas,
bienvenidas!

¡Y hundirme, hundirme en el tumulto
entre brazos y rostros,  20
entre salutaciones y sollozos;
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hundirme, reintegrado,
vuelto ya, al fin, al aire
de fuego y de naranjos de la patria!

XII, 1965



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ArribaAbajoSiesta aldeana

A Laurel Cortés



Soportales. Silencio. Caballos ensillados
frente a la casa grande de la esquina. La
       siesta
no adurmió todavía a la gente del pueblo.

Bajo los soportales se ven varias familias  5
que perezosamente conversan. Si te paras
a escuchar el murmullo de sus lentas
       tertulias
oirás la lengua indígena mezclada al
       castellano  10
que los conquistadores enseñaron al indio.

Ese sol que en la calle calcina al arenoso
pavimento, no puede ni acercarse a las
       puertas

de las viejas moradas. Los soportales urden  15
generosa defensa de frescura y de sombra
hasta el límite mismo de la ardiente calzada.

Un caballo relincha impaciente. Su dueño
sale a la calle y mira el sudor que lo cubre.
Entonces lo conduce bajo un árbol frondoso,  20
le quita la montura y lo deja a la sombra.
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Poco a poco la gente se esconde en sus alcobas
y se duerme en la calma sin ecos de la aldea.
Ni los perros se pierden la dicha de la siesta
y aun los gallos se olvidan de su horario de  25
       canto.

Sólo el sol continúa despierto, calcinando
la calle, los tejados, los bancos de la plaza.

1966



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ArribaAbajoEl árbol siempre verde



¡Hace cuarenta años su tronco es viejo y
       fuerte!
¡Hace cuarenta años su fronda es verde y
       joven!

Sus ramas no se cansan de ver las estaciones  5
venir una tras otra a renovar su fronda.
Y tanto ayer como hoy, ofrece, generoso,
al viento que lo mece sus infinitas flores.

Allí está igual que siempre. Nosotros, la
       familia,  10
a que dio la hermosura de su azulada sombra,
no somos la familia que antes fuimos. Algunos
yacen bajo la tierra donde él encuentra vida
y son apenas polvo, lejos de sus raíces.

Otros están ya viejos y viven encorvados  15
una vida que es sólo resoñar de recuerdos.

El árbol, fiel amigo, por los que ya se han
       muerto
y por los que perdieron la juventud y el dulce
verdor de la esperanza, florece cada año  20
y hoy sigue igual que antes: florido,
       erguido y verde.

1966



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ArribaEl desterrado



Cuando iba él por la ciudad de sus destierros
le perseguía un hombre con un hacha
al hombro.
Le obsedían espumosos caballos
que navegaban en torrentes;
o enflaquecidos niños  5
o, su padre, escribiendo

No estaba nunca solo
pero la soledad más lóbrega y poblada
lo perseguía sin dejarlo nunca.

Amigos, sí, tenía: lejos.  10
Les escribía largas cartas
sin respuesta.
Él gesticulaba
por la ciudad extraña
para espantar las sombras del asedio.  15

Cuando murió, vinieron sus amigos
o le escribieron cartas.
El hombre con el hacha le hizo una cruz
       enorme
de quebracho.  20
Y una estampida
de caballos cruzó un desierto oscuro.
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Niños enflaquecidos miraron hacia arriba.
Y el padre del poeta lo vio venir, de abajo.