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El primer lunes de nuestra historia

Sebastián Bigorra Mariner





El epitafio fragmentario que figura con el número indicado en las Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda (p. 63), del doctor J. Vives -dado a conocer por su descubridor, Rdo. Mn. J. Serra Vilaró, en las Memorias de la Junta Superior de Excavaciones, núm. 93, p. 60, con fot. en lámina III, 1-, suscita una intrincada cuestión histórico-litúrgica a la que aquel erudito editor ha consagrado en su citada obra un comentario penetrante, resumen del más extenso que aparece en su artículo «Inscripcions cristianes de la necròpolis romano-cristiana de Tarragona», publicado en el Anuari de l'Institut d'Estudis Catalans 8 (1927-1931), p. 390, donde a esta inscripción corresponde el número 36.

He creído que un epígrafe de tanta importancia en el aspecto indicado, bien merece que se pongan de relieve, razonándolas en cuanto me sea posible, las peculiaridades gramaticales de su texto, de redacción muy vulgar y, en algunos puntos, casi descuidada:

Incripción

Al final, un crismón y una doble palma.



FEDE. Con las debidas reservas propusieron los editores tarraconenses citados esta lectura («la darrera paraula potser fede», VIVES: «v. 1 se distinguen otras letras, inseguras lo mismo que fede», ID.); en tanto que el doctor A. Schneider, en la selección con que cierra su artículo «Das neuentdeckte Coemeterium iu Tarragona», en Spanische Forschungen der Görresgesellschaft 5 (1935), p. 87, al publicar la presente inscripción (núm. 12) da el texto corregido s]EDE.

Es evidente que con tal corrección se obvia la falta de ortografía que supone fede por fide. Sin embargo, creo que ha hecho bien el doctor Vives en mantener su propuesta aun después de conocida la corrección insinuada por Schneider. En favor de fede abogan, en efecto, argumentos de diversa índole:

1.º A la vista de la lápida se advierte que el trazo de la letra anterior a las bien conservadas EDE es rectilíneo y vertical, con lo que mal pudo corresponder a una S, y, en cambio, es perfectamente encajable en el trazado de una F.

2.º Epigráficamente, es muy adecuada, antes de la expresión de los datos biográficos del difunto y fecha de su muerte, una fórmula elogiosa de sus virtudes, que acabaría exactamente con fede sua (tal, p. ej.: inclytus... et fede sua), con la particularidad de que los trazos de las dos letras que preceden a la discutida pueden muy bien corresponder a una E y una T.

3.º Además, no tiene que extrañar el empleo de e por i breve en fede, dado el carácter vulgar del lenguaje de nuestro epígrafe y la época a que parece corresponder (no anterior al siglo IV, según el citado comentario de Vives a propósito de depossione... Petri apostoli).

En efecto: se señala1 como generalmente extendida (a excepción de Córcega y Cerdeña) en la pronunciación latina vulgar, la confusión de e cerrada e i abierta (las anteriores e larga e i breve) en sílaba tónica ya en el siglo III, época en que aparece abundantemente atestiguada en las inscripciones. Con mayor razón, pues, puede darse esta confusión en un epígrafe vulgar de los siglos IV o V; lo que basta para hacer innecesaria la corrección en sede mientras no puedan alegarse razones de otra índole en su favor.



VIXIT ANNIS XVIII ET MENSES XI ET DIES XVI. Esta variación en el uso de los casos para indicar la duración (abl. annis, ac. menses y dies) es cada vez más abundante en las inscripciones de los últimos tiempos del Imperio, incluso en aquellas cuyos autores demuestran un conocimiento cabal del uso preciso de los casos en la lengua clásica.

Como concausas de este uso curioso se han señalado2, junto al desarrollo del abl. en competencia con el ac. en las expresiones de duración -que determinaría la exclusión del ac. annos en beneficio del abl. annis- la tendencia a la isosilabia en las palabras que forman parte repetidas veces de las mismas frases o fórmulas, lo que (unido a cierta resistencia que se observa al empleo de formas en -bus) explicaría el uso de los acs. menses y dies en vez de mensibus y diebus, pese a ir contra el desarrollo del abl. antes indicado. Es decir, más concretamente, que se escribía annis y no annos porque era abl.; y, una vez ya escrito annis, entre menses y mensibus se escogía la primera forma para que tuviera dos sílabas como annis las tenía.



LVNIS. Esta forma tan curiosa a propósito de la historia de nuestros idiomas, que me ha servido para titular el presente artículo, es única en toda la epigrafía cristiana hispánica hasta la invasión musulmana. (Nótese, de paso, que nuestras inscripciones cristianas son parcas en la indicación de los días de la semana3). Con gran posibilidad remontan a ella el cast. lunes y -precedido de die como aparece aquí- el cat. dilluns.

Cierto es que no se puede excluir a priori, a propósito de lunes, un origen a base de la propagación analógica de la -s de los gens. Martis, Louis y Veneris al gen. correcto Lunae4 -máxime cuando desde época bastante remota en nuestra Península se habían confundido en sílaba final ae, todas las e y la i breve5, lo que hacía que sonaran parecidamente* Lunaes y Lunis, a saber: lunes-. Sin embargo, la existencia de la presente forma induce a creer que, para la conciencia idiomática de los hablantes de la época, no era la -s la que se había propagado, sino toda la terminación en -is.

En efecto: en otras partes del mando romano la forma die lunis está también atestiguada: además de la citada por Meyer-Lübke en el REW (cf. nota 4), ya en 393 aparece (CIL IX 6192) en Canusio, en un epitafio si bien cristiano, como el anterior -cf. depositus en r. 3-, sin embargo, de formulario con pocos elementos de la nueva religión.

Precisamente a propósito de este epitafio del 393, W. von Wartburg6 recalca la posibilidad de que en esta época «los antiguos dioses seguramente no habían sido olvidados». Con ello parece plantear la cuestión de si al escribir die Lunis se pensó que se escribía el gen. de Luna, porque a ella estaba consagrado dicho día, o se dijo sencillamente die Lunis como un italiano corrientemente dice lunedi sin pensar para nada en la Luna, esto es, sólo como nombre de fecha.

Hay que recordar, en efecto, que no sólo a Luna, sino a otros nombres en -a se les dio gen. en -is en algunos textos de autores tardíos. Viene a cuento reproducir aquí los que, precisamente a propósito de un die lunis que aparece en el núm. 1.340 del vol. I de sus Inscriptiones christianae urbis Romae cita Rossi anotados por Juvenacio: cicadis (Historia belli sacri, MABILLON Mus. It. I, 203), Latonis (S. Isidoro, Etymol., cap. 3), Pomonis (Inscr. GRUTER 94, 11)7.

En vista de estos ejemplos, parece lo más probable admitir que la terminación en -is se propagó a genitivos en -ae (y en -i, cf. Februaris y Mercuris citados en la última nota), sobre todo a los usados en series con otros genitivos en -is, a sabiendas de que se trataba de tales genitivos: en el caso de Lunis y Mercuris, la serie la formaban los citados Martis, Iouis y Veneris; en el de Februaris, otros cinco meses: Aprilis, Septembris, Octobris, Nouembris, Decembris. Es decir, en otras palabras, que para llegar a die Lunis no hizo falta que se oscureciera totalmente la relación de Lunis con la palabra Luna.



ORAM TERTIVM. Este sorprendente giro es el índice más claro del descuido gramatical con que está redactado el epígrafe que me ocupa, no sólo por el uso de ac. en la expresión de la hora, sino, sobre todo, por la falta de concordancia entre los géneros de las palabras que lo integran.

Para la explicación del acusativo, además de la inseguridad de la lengua vulgar latina de todas épocas, máxime de las arcaica y tardía, en el empleo de la -m final -con lo que nuestro oram podría darse como una ultracorrección por ora- cabe aducir, tal vez, que pudo haberse propagado a la expresión de esta relación de tiempo la contaminación de casos abl. y ac. que en la de la duración se ha observado a propósito de annis y menses.

La falta de concordancia es más desconcertante. Cabría pensar que en una primitiva redacción del texto el numeral estuviera escrito en cifras (con lo que tanto podía representar a tertium como a tertiam) y que luego se desglosara «mecánicamente», por así decir, y sin advertir que debía concordar con oram.



DEPOSSIONE. «Por depositione, no raro» (Vives). Efectivamente, entre las distintas grafías incorrectas de este vocablo que registra el Thes. L. Lat. (D, col. 591), la que figura en el presente epígrafe es la más frecuente: depostio (CIL XI 6474, Pisauri), depossio (Rossi I, 62, a. 341) et saepe; ítem deposio (CIL XI 4033, Capenae, a. 345), deposicio (CE 792 v. 6, Treveris), dipossio (CIL XI 2841, 4, Vol. siniis), depopossio (CIL XI 4034, Capenae, a. 435).

He sacado a colación todas las formas atestiguadas, porque las creo útiles para la explicación de la que aparece en Tarragona. En efecto: a priori ocurren, para depossio, motivaciones de índole muy diversa:

1.º La existencia de otros abstractos de acción en -ossio y -osio (p. ej., effossio) podría hacer pensar en una creación analógica. Mas, para que tal solución fuera verosímil, sería oportuno encontrar algunos términos del verbo depono, o del simple pono, fácilmente relacionables con formas de algún otro verbo con abstracto en -ossio y que, además, hubiese podido estar en conexión semántica o de uso con depono o pono8, a fin de establecer una proporción entre la relación de dichos términos y nuestro depossio. Mas ninguno de los verbos con abstractos en -ossio u -osio que he compulsado tiene formas que se correspondan con el presente depono ni con el participio depositus, hasta el punto de haber podido determinar una creación analógica.

Hay que descartar, pues, esta posibilidad si se hallan otras más viables. Para todas las que se exponen a continuación, adviértase que depositio se pronunciaba, en el habla vulgar de la época, con la t asibilada, esto es, algo como deposisio (o como en el ital. deposizione). En efecto: ya desde el siglo III, el grupo ti en hiato se asibilaba en el latín hispano, según aparece claramente atestiguado en la epigrafía9. Además, fuera de Hispania, y precisamente para la palabra que me ocupa, atestigua dicha asibilación la grafía de Tréveris deposicio, que cité arriba. Esto admitido, véanse otras posibilidades que explicarían esta forma:

2.º Un olvido material del lapicida, que habría dejado de grabar la I, tal vez insuficientemente indicada por el tracista, entre las dos SS de deposisione, sería una explicación de mucho valor si nuestro depossione fuese único en el mundo, o poco menos. Pero no puede tampoco admitirse sino a falta de otras más verosímiles esta suposición, pues, dada la existencia de esta forma en muchos epígrafes, es poco probable que en cada uno de ellos, y precisamente en la misma letra, ocurriera idéntica errata material.

3.º En cambio, es perfectamente admisible que en la pronunciación se diese realmente una haplología o reducción de uno de los dos grupos -si- que se hallaban en la palabra deposisio (fenómeno abundante en latín: cf., para no citar más ejemplos, *nutritrix = nutrix), lo que daba exactamente deposio, escrito unas veces con una sola s -así en el ejemplo citado de Capena CIL XI 4033-, otras, como la presente y varias también citadas al comienzo, con dos, sin que esta dualidad en la grafía signifique mucho en una época en que la vacilación en la escritura de las geminadas es grande.

4.º No creo, en efecto, que la dificultad de que aparezca doble s haga preferible a la anterior explicación otra, también fonética, que no supondría haplología, sino síncopa de la i que se halla entre las dos ss. Por síncopa, es cierto, ha sido explicada10 la forma depostio citada en párrafo anterior: se trataría de un caso análogo al del horaciano puertia por pueritia.

Pero, a mi ver, la cuestión se presenta de modo muy distinto en este caso. En efecto: a) mientras en puertia cabe ver una licencia poética, este carácter debe excluirse del todo con respecto a depostio; b) la síncopa de una vocal tónica es algo insólito en fonética latina, máxime en tiempo en que ya el acento sería intensivo con gran seguridad: el puertia de Horacio se explicaría porque el acento de la época sería tonal o, quizá mejor, por tratarse de una recreación sobre puer, añadiéndole directamente el sufijo -tia; c) incluso admitiendo que la síncopa se hubiese producido en formas distintas del nominativo, en que la i ya no era tónica (p. ej., en el abl. depositione), hay que reconocer que tampoco es frecuente en esta época, todavía, la síncopa de las pretónicas.

En cambio, es fácil explicar depostio como derivado sobre la forma sincopada del participio depostus, por depositus, abundantemente atestiguada11 y que se razona satisfactoriamente por síncopa de postónica, fenómeno que jamás dejó de darse en el latín vulgar y que se incrementó en gran manera en la época a que pertenece el epígrafe de Pisauro.

Ahora bien: si se admite que depostio es una creación analógica sobre depostus, forma sincopada, hay que excluir la acción de la síncopa en depossione, pues esta forma -sin t- no pudo derivar analógicamente de depostus; ni, por otro lado, conocemos la existencia de una forma de participio depossus de que pudiera proceder. Sólo indirectamente, esto es, mediante una pronunciación asibilada del derivado depostio, se puede llegar desde depostus a depossio: y este camino, aunque posible, me parece menos viable que la haplología directa que he propuesto.

5.º Creo, en fin, que también esta explicación por haplología es preferible a pensar que se trate de una haplografía, o sea, de una reducción del grupo -sisi- a -si-, pero meramente material, en la escritura: el tracista, queriendo escribir depossisione, habría «saltado» a la o después del primer -si-, creyendo que ya había escrito el segundo.

Como en el apartado 2.º, cabe aquí observar que esta explicación sería plausible en el caso de que este fuera el único depossio atestiguado; mas, hallándose tantas otras veces, parece más acertado pensar en una grafía que refleja una peculiaridad de la pronunciación (por otro lado, perfectamente posible) que en una errata material idéntica para cada vez.

Si curiosa es la forma de esta palabra, no lo es menos su significado. Se trata, en efecto, de un caso flagrante en que un vocablo de sentido litúrgico pierde totalmente su significación para usarse sólo en acepción cronológica12. Efectivamente: según el comentario histórico-litúrgico del doctor Vives aludido al comienzo de este artículo, la fiesta de S. Pedro a que se refiere el epitafio no es la de su muerte (con la que sería compatible el significado originario de depossio = «inhumación»), sino la de su Cátedra en Antioquía (22 de febrero).

Con ello se revela que depossio, en una época en que la gran mayoría de los santos del calendario eran mártires, había pasado a significar, junto con «inhumación», algo así como nuestro actual «fiesta» o «día de», y que así se le puede usar para la que se alude en este epitafio. Para corroborar esta interpretación, puede aducirse el enunciado de esta fiesta según la Depositio martyrum, citada por el propio doctor Vives: natale Petri de Cathedra. Tampoco aquí se trata del «nacimiento» de S. Pedro; mas, el uso corriente de la palabra natale en sentido de «nacimiento a la vida eterna» aplicado al día del martirio de los santos, llegó a hacerle casi sinónimo de nuestro «fiesta» o «día de», y por ello se aplicó igual que depossio a una fiesta o día en que no se celebraba ni natividad ni martirio.





 
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