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¡Ah! ¡si yo pudiera en Francia, hacerme a mí mismo Augusto y supremo Pontífice de la religión!
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Esta ironía merecía por cierto todos los rayos espirituales de la potestad temporal del Vaticano.
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Entiendes mal los intereses de tu reputación, y la corte de Roma no te perdonará esta historia indiscreta.
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Juiciosas reflexiones..., dignas de meditarse.
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El mismo hago yo.
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En su tiempo y país.
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Yo hubiera tenido a bien el poder hacer lo mismo en Francia.
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He aquí lo que se llama obrar como grande hombre.
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Es la sola cosa que me sea conveniente hacer en Francia.
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No haría yo mal en tener allí muchos cardenales que me debieran su birreta encarnada.