Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajo§ X

Un gobierno debe guardarse bien de confiar mandos, o administraciones de alguna importancia, a los que él tiene ofendidos. (cap. 17, del lib. III)


Esta verdad es de tanta evidencia que basta con exponer aquí el grande ejemplo suyo que la historia romana nos presenta.

Claudio Nerón abandonó el ejército que tenía a la vista del de Aníbal y trajo una porción suya a la Marca, hacia el otro cónsul, para combatir con él contra Asdrúbal antes que éste se reuniese con Aníbal. Se había hallado anteriormente en España a la vista de Asdrúbal, y le había estrechado en tanto grado con su ejército que era menester o que éste pelease con una suma inferioridad o que muriese de hambre; pero Asdrúbal le había entretenido con tantos ardides que salió del apuro y le hizo malograr la ocasión de vencerle. Conociendo el Senado y pueblo romano, la falta que Claudio Nerón había cometido en esta circunstancia, le censuró severamente, y se habló de él en toda la ciudad con indignación y de un modo infamatorio. Cuando, hecho después cónsul, fue enviado contra Aníbal, tomó la resolución que acabamos de hablar, y esta resolución fue muy peligrosa, aunque Roma permaneció en la perplejidad y una especie de agitación hasta que hubo estado noticiosa de la derrota de Asdrúbal. Cuando preguntaron a Claudio con qué motivo había tomado una tan peligrosa determinación, exponiendo así la libertad de Roma, sin una extrema necesidad, respondió que la había tomado porque sabía que si triunfaba recuperaría la gloria que había perdido en España, y más especialmente porque, en el caso contrario, si no salía victorioso y su determinación tenía un éxito adverso, quedaría vengado con ello de Roma y de sus ciudadanos, que tan ingrata e indiscretamente le habían ofendido827.

Cuando vemos que el resentimiento ejerce un tan grande influjo sobre un ciudadano romano, en aquellos tiempos en que Roma no estaba corrompida, debemos prever cuánto él puede hacer en el ciudadano de un Estado en que se ha introducido la corrupción, y en que las almas están absolutamente destituidas de la antigua magnanimidad romana828. Pero como no es posible aplicar remedio ninguno cierto a los desórdenes de esta especie, cuando ellos nacen en las repúblicas, se sigue que es imposible constituir una república perpetua, porque ella tiene en su seno mil causas imprevistas de una repentina destrucción829.




ArribaAbajo§ XI

Por qué los franceses fueron y son todavía mirados, al principio de un combate, como más que hombres, y menos que mujeres cuando él se prolonga. (cap. 66, del lib. III)


La arrogancia de aquel francés830 que hacia el río Anio provocaba a cualquier romano a combatir con él, me hace recordar, a continuación de la lucha que tuvo que sostener, lo que Tito Livio dijo con mucha frecuencia de los hombres de la nación francesa: es, a saber, que son al principio de una batalla más que hombres, y en lo sucesivo de la misma batalla menos que mujeres. Habiendo indagado muchos políticos la causa de esta singularidad, creyeron que ella se hallaba en el natural de los franceses: creo que esto es verdad, pero no creo que su naturaleza, que los hace tan terribles en el principio, no pueda combinarse con el arte de la guerra, de modo que ellos permanezcan unos mismos hasta el fin de la batalla831.

Para probar mi opinión, deba notar que hay tres especies de ejércitos: la primera es aquella en que el orden se hermana con el furor, y en que el furor y valentía dimanan del orden que reina en ella: tal fue el efecto del que los romanos observaron en sus ejércitos. Todos los historiadores nos afirman que ellos estuvieron bien ordenados, y que los jefes los habían sujetado a una disciplina militar que debía conservarles su fuerza por mucho tiempo. En un ejército bien ordenado, ningún guerrero debe hacer nada que no esté arreglado; y por esto en aquel ejército romano, que todos los demás deben tomar por modelo, supuesto que él llegó a hacerse señor del orbe, no se comía, no se dormía, no se compraba ni se vendía, y no se hacía acción ninguna, ya militar, ya doméstica, sin la orden del cónsul.

Los ejércitos en que las cosas no pasan así no son verdaderos ejércitos; y si parecen serlo al primer choque, es por su furor, por su impetuosidad, y no por el valor que los antiguos llamaban virtud. En cuantas partes se halla un valor bien ordenado emplea su furor según unos modos arreglados, y según los tiempos convenientes; ninguna dificultad le espanta, ni le hace desalentarse, porque las excelentes órdenes que le dirigen avivan su brío y furor que, por otra parte, entretiene la esperanza de vencer que no le abandona nunca, mientras que reina el buen orden en los ejércitos, sin extravío ninguno.

Sucede lo contrario en aquellos ejércitos en que hay furor sin orden, como en el de los franceses832. Flaquean ellos peleando, porque no habiendo logrado su primer choque la victoria con su impetuosidad, y no sosteniéndose su furor por el buen orden de aquel valor en que ellos ponían su esperanza, ni teniendo, por otra parte, con qué poder reanimar su confianza cuando ella se entibia, acaban perdiéndola enteramente. Temiendo menos los romanos, por el contrario, los peligros a causa del excelente orden que les dirigía, y no desconfiando de la victoria, permanecían firmes y obstinados; peleaban con el mismo ánimo y valor al fin que al principio, y aun estimulados con la acción de las armas, se inflamaban más y más833.

La tercera especie de ejército es aquella en que no hay furor natural ni orden accidental; y tales son los ejércitos italianos de nuestro tiempo, que por esta razón son absolutamente inútiles. Ellos mismos me dispensan de presentar ningún otro ejemplo para mostrar que los ejércitos de esta especie no tienen virtud ninguna.

Para hacer comprender, con el testimonio de Tito Livio, lo que distingue una buena tropa de otra mala, citaré las palabras de Papirio Cursor, cuando quiso castigar a Fabio, general de caballería. Decía: «Si no se respetan los dioses ni los hombres; si no se observan las órdenes de los generales ni los oráculos de los auspicios; si varios soldados vagabundos y sin licencia andan errantes en tiempo de guerra y en el de paz; si olvidando sus juramentos se licencian a su voluntad, van donde quieren; si abandonan totalmente sus estandartes, que ellos no frecuentan casi; si no acuden a los mandos ni hacen distinción ninguna entre el día y la noche; pelean, aunque valerosamente, en el lugar que no deben hacerlo, ya con orden del general, ya sin ella; si no obedecen a las señales y dejan sus filas, no se tendrán más que bandoleros, que pelearán ciegamente y a la ventura, en vez de una tropa gobernada por el juramento y usos inviolables». Nemo hominum, nemo deorum verecundiam habeat; non edicta imperatorum, non auspicia observentur: sine commeatu, vagi milites, in pacato, in hostico errent; immemores sacramenti, se ubi velint exauctorent; infrequentia deserant signa; neque conveniant ad edictum, nec discernant interdiu, nocte, aeque, iniquo loco, jussu, injussu imperatoris pugnent; et non signa, non ordines servent; latrocinii modo, caeca et fortuita, pro solemni et sacrata, militio sit.

Puede comprenderse fácilmente, por este texto, cuánto falta a la tropa de nuestro tiempo para asemejarse a lo que puede llamarse una verdadera tropa; y cuán remota está de ser ardiente y bien ordenada como la romana, o a lo menos furiosa como la francesa834.




ArribaAbajo§ XII

Del genio de los franceses835


Conocen ellos con tanta viveza los beneficios y perjuicios del momento, que conservan poca memoria de los ultrajes y bienes pasados y se inquietan poco del bien o mal futuro.

Son tercos más bien que prudentes, y hacen poco caso de lo que se dice o escribe sobre ellos. Más avaros de su dinero que de su sangre, no son liberales más que en sus auditorios y en palabras.

El señor o hidalgo que desobedecen al rey en una cosa que concierne a un tercero, pueden obedecer de todos modos, cuando tienen lugar para ello; y si no le tienen, permanecen cuatro meses sin presentarse en la corte. Esto nos hizo perder Pisa por dos veces: la una cuando d'Entraigues tenía su ciudadela, y la otra cuando los franceses vinieron a acampar allí.

Cualquiera que quiere tratar un negocio en esta corte necesita de mucho dinero, de una grande actividad y fortuna.

Cuando se les pide un servicio, antes de pensar si pueden hacerlo, discurren en el provecho que pueden sacar de él.

Los primeros convenios que se hacen con ellos son siempre los mejores.

Si no pueden hacerte bien, te lo prometen; y si pueden hacértelo, le hacen con trabajo o no le hacen jamás.

Son muy humildes en la mala fortuna, e insolentes cuando les es favorable la fortuna.

Hacen bueno, por medio de la fuerza, lo que han proyectado sin mucha prudencia, y que se halla malo en sí.

El que ha salido en una grande empresa de Estado, está frecuentemente con el rey; el que se halla desgraciado, no lo está sino rarísima vez; y así cuando uno se halla en el caso de hacer una empresa, debe mucho más bien considerar si ella saldrá o no acertada que si puede agradar o desagradar al rey. A causa de que el duque de Valentinois conoció bien esta táctica, vino con su ejército a Florencia.

En muchas cosas estiman su honor groseramente, y de un modo muy diferente del de los señores italianos: por esto, no se dieron por ofendidos de nuestra negativa cuando enviaron embajadores a Siena para pedir que se les entregara Montepulciano.

Son variables y ligeros. Su fe es la que los antiguos llamaban fe del vencedor. Enemigos del lenguaje de los romanos, lo son también de su reputación.

Los italianos no están a su comodidad en la corte de Francia. Únicamente puede resistir allí el que, no teniendo ya nada que perder, se ve precisado a navegar a la ventura como un hombre perdido.




ArribaAbajo§ XIII

Pintura de las cosas de Francia (Fragmentos)


Los franceses son de su natural más fogosos que atrevidos o diestros, y cuando uno puede resistir a su furor en una primera embestida se vuelven humildes y pierden en tanto grado el valor, que los halla cobardes como mujeres.

No pueden, por otra parte, soportar la estrechez e incomodidades, y el tiempo les hace aflojar tanto en campaña que, si es posible hacerles esperar, los ven bien pronto en desorden, y entonces es fácil vencerlos... Así, pues, que el que quiere triunfar de ellos esté sobre sí contra su primer encuentro; que los entretenga para ganar tiempo, y los vencerá. Por esto decía César que «los franceses (galos) eran, al, principio, más que hombres, y al fin menos que mujeres»836.

Su natural los inclina a desear el bien ajeno; pero son después pródigos de él, como del suyo propio. Sin embargo, debemos decirlo en alabanza suya: si el soldado francés roba cuanto ve, es para comer, gustar fuera de tiempo lo que él ha cogido y aun divertirse con aquel a quien lo ha cogido. Los españoles, por el contrario, ocultan y se llevan cuanto han hurtado, de tal suerte que no se vuelve a ver ya nunca nada de lo que han hurtado. Por lo demás, los pueblos de Francia son muy sumisos y muy obedientes a su rey, al cual veneran sumamente837.




ArribaAbajo§ XIV

Rasgos de la vida de Castruccio Castracani, señor de Luca (Fragmentos)


En una terrible batalla que Castruccio Castracani sostenía contra los florentinos, viendo que ésta había durado bastante para que ellos estuviesen tan cansados como sus propias tropas, mandó que se adelantaran mil infantes por detrás de los suyos, y ordenó a aquellos de los últimos que estaban más adelante, abrirse y hacer un movimiento de conversión, los unos a derecha y los otros a izquierda, como si se retiraran838. Esta maniobra dejó a los florentinos la facilidad de avanzar y ganar algún terreno. Pero habiendo llegado los cinco mil hombres de tropas frescas de Castruccio a las manos con los enemigos fatigadísimos ya, no resistieron éstos, y fueron echados al río.

Castruccio tenía costumbre de decir que los hombres deben probarlo todo y no espantarse de nada; que Dios es amante de los hombres valerosos, supuesto que le vemos castigar siempre a los débiles por medio de los fuertes839.

Mandó dar muerte a un ciudadano de Luca que había contribuido a su elevación; y como le echaban en cara el haber hecho perecer a un antiguo amigo suyo, respondió que estaban en el error, porque él no había mandado matar más que a un nuevo enemigo840.






ArribaAbajoSumario de las máximas fundamentales de la política de Maquiavelo, sacadas de sus diversas obras


ArribaAbajo§ I

De la fundación de las ciudades


Se construyeron las ciudades, o por pueblos que, esparcidos en diferentes puntos de la misma región, querían reunirse para su beneficio común, para seguridad común, o por pueblos que habían huido de su propio país.

Pero ¿conviene que una ciudad esté situada en un paraje fértil o en un territorio que no lo es?

Es menester sentar por principio que el primer cuidado de los legisladores debe ser alejar cuanto sea posible, de la colonia que ellos reúnen, la ociosidad, causa del desorden y aun corrupción de las sociedades.

La esterilidad del suelo precisará a los habitantes al trabajo, del que tendrán necesidad para proporcionarse medios de vivir, y esta necesidad les impedirá dejarse llevar de la ociosidad.

No obstante esto, valdrá más edificar las ciudades en medio de un terreno fértil, cuando por medio de buenas leyes se pueda obligar a los habitantes a ocuparse, a trabajar, aun en medio de los más abundantes presentes de la naturaleza, lo cual se vio en la feliz constitución de Roma841.




ArribaAbajo§ II

De la religión


Jamás hubo Estado ninguno al que no se diera por fundamento la religión, y los más prevenidos de los fundadores de los imperios le atribuyeron el mayor influjo posible en las cosas de la política: tales fueron los romanos Solón, Licurgo, etc. Tres motivos debieron inclinarlos a ello. El primero es que la religión hacía felizmente pasar a las naciones de nativa ferocidad a la sociabilidad de la civilización, como se vio, gracias a las instituciones religiosas de Numa, en el pueblo romano, que era fiero enteramente bajo la dominación de Rómulo. Su segundo motivo debió de ser que una gran cantidad de acciones reputadas como útiles por algunas gentes prudentes no presentan realmente, al primer aspecto, razones bastante evidentes para que los demás se convenzan igualmente de su bondad. Los caudillos de las naciones tenían entonces, para desvanecer este obstáculo, el socorro de la religión, que llegaba a persuadir a aquella multitud que se había habituado a su creencia y preceptos. Últimamente, su tercer motivo fue que hay empresas dificultosas, peligrosas, aun contrarias a la disposición natural de los pueblos, y, sin embargo, necesarias para su prosperidad, a las que no es posible decidirlos más que mostrándoles que están prescritas por la religión, o que, a lo menos, se harán ellas bajo sus auspicios. En todas partes hay ejemplos convincentes de esto, por los que puede verse cuán útil es la religión a la política842.




ArribaAbajo§ III

De las diferentes especies de gobiernos


Hay tres buenos y tres malos. Los buenos son el principado, el gobierno de los grandes y el gobierno popular. Los tres malos nacen de la corrupción de los primeros. El principado se convierte fácilmente en tiranía o despotismo, para servirme de la expresión moderna. El gobierno de los grandes degenera en el de un corto número de ellos: es lo que llamamos oligarquía. Finalmente, el popular cae en la licencia, y es lo que nombramos anarquía843.

En cuantas ciudades hay una grande igualdad entre los ciudadanos no puede establecerse el principado; y si se quisiera crear uno en un país en que reina esta suma igualdad, sería menester comenzar introduciendo allí la desigualdad de las condiciones, haciendo muchos nobles feudatarios que, juntos con el príncipe, tendrían sumisas, con sus armas y unión, la ciudad y provincia. Un príncipe que está solo y sin nobleza que le rodee y sostenga no puede soportar el peso del principado; necesita, para llevarle, de un intermedio colocado entre él y el pueblo844. Pero la diferencia es enorme entre la monarquía y el despotismo. Éste no existe más que en un soberano absoluto que gobierna por sí mismo, o por medio de ministros, que son sus esclavos, y a los que crea y destruye con una sola palabra. La monarquía se mantiene cuando ella admite una nobleza hereditaria que posee derechos y cargos que no pueden conferirse más que a una determinada clase de ciudadanos845.




ArribaAbajo§ IV

De la corrupción y de los remedios


El que establece en una ciudad uno de estos tres buenos gobiernos de que acabo de hablar, no los establece en el hecho y contra sus intenciones, más que por poco tiempo, porque no puede impedir que ellos degeneren en sus contrarios, como con frecuencia sucede a la virtud misma846.

Las ciudades que se gobiernan bajo el nombre de república mudan frecuentemente de gobierno; y esto no acaece por un efecto de la libertad que en ellas se goza, o de la servidumbre que se experimenta allí, como lo creen muchas gentes, sino por el de una servidumbre acompañada de licencia. Allí hay siempre partidos opuestos; es, a saber, el de los ricos, que son ministros de esclavitud, y el de los intrigadores del pueblo, que son ministros de licencia. Todos proclaman altamente el nombre de libertad, mientras que ninguno de ellos quisiera estar sumiso a las leyes ni a los hombres.

Lo que hay de más indomable en un Estado republicano es el Poder ejecutivo, que dispone de las fuerzas de la nación. Se debería no conferirle más que a los grandes; pero, ¿cómo elegirlos sin riesgo de engañarse? ¿Cómo asegurarse que este poder mismo no se corromperá? Hétenos aquí, pues, reducidos a confiarnos más en los hombres que en las leyes, lo que yo no querría. Los hombres son malos todos, con escasa diferencia, y el áncora del bien público está toda entera en la bondad de las leyes, la cual consiste en hacer que los hombres se abstengan, más por necesidad que por voluntad, de obrar mal. Pero, ¿cómo llegar a este medio inaccesible? Sería necesario hacer a un mismo tiempo dos cosas que parecen incompatibles, es decir, limitar en tanto punto el poder que el que es depositario suyo no pudiera abusar de él, y, por otra parte, impedirle extenderse, sin que esta sujeción le hiciera perder nada de su actividad. En muchas repúblicas se instituyeron magistrados cuyo ministerio fue embarazar la autoridad, y a estos hombres los hubiera llamado yo custodios de la libertad847. En algunas se confió su custodia a los grandes, como a los éforos, en Lacedemonia, y a los inquisidores de Estado en Venecia; y en otras, a los jefes del partido popular, como a los tribunos del pueblo de Roma. Esta última elección me parece preferible. Resultan de ella, es verdad, algunos inconvenientes, pero son menores que en la otra; y se podría precaverlos, o debilitarlos a lo menos. Para ello convendría dar a cada uno la facultad de acusar al que tramara alguna innovación en el Estado, aun formar del uso de esta facultad una obligación para todo ciudadano, y no una infamia para todo hombre de bien. Aun sería útil que, apartando todo borrón de ignominia de semejantes delaciones, las recompensaran con alguna señal de mérito848. Las acusaciones de esta naturaleza deben sujetarse al sindicato de un gran número de ciudadanos, porque un corto número no tiene nunca bastante valor para solicitar, basta que lo obtenga, el castigo de los grandes, y que a este efecto es menester hacer concurrir a bastantes ciudadanos para que la acusación pueda ocultarse y hallarse disculpada por este medio mismo849.

Cuando una república se dirige a la corrupción, no basta oponer a este mal el preservativo de buenas leyes, sino que es necesario mudar poco a poco las instituciones antiguas, a fin de que ellas no estén en oposición con estas nuevas leyes. Cuando, finalmente, la corrupción llega a su colmo, el único medio que queda para restablecer el orden es que un hombre solo se apodere de la autoridad. Si tiene rectitud en sus intenciones, debe atraer las formas de la constitución republicana más bien hacia el estado monárquico que hacia el popular, a fin de que los ciudadanos que no puedan corregirse ya con las leyes hallen un freno que los retenga en un poder casi real. El querer hacerlos ser buenos, empleando otros medios, exigiría muy crueles providencias o sería una cosa totalmente imposible850.

La monarquía se pervierte de sí misma con el abuso de la autoridad de que está revestido el monarca. Después que se hubo convenido en tener reyes hereditarios, sus herederos degeneraron de la virtud de sus padres, y dejando las acciones virtuosas pensaron que los príncipes no tenían otra cosa que hacer más que sobrepujar a los demás hombres en magnificencia y en la posesión de las demás delicias de la vida: de lo que resultó que, comenzando con ser menospreciados, fueron después aborrecidos y vieron motivos de temor en este odio. Pasaron bien pronto del temor a las ofensas, que acabaron formando de su gobierno una tiranía. Ocurrieron entonces muy naturalmente las conspiraciones y conjuraciones contra ellos851. Pero la sucesión electiva acarrea consigo inconvenientes que, aunque de otra naturaleza, no por ello son menos formidables, pues ella acaba comúnmente ocasionando una guerra civil.

En este vasto océano de la política no se encuentran más que escollos en todas partes. ¡Afortunado el bajel provisto de un ilustrado piloto que halla su beneficio particular en la necesidad de conducirlo felizmente al puerto! Concluyamos que es razonable el apoyarse no solamente en las leyes, sino también en los hombres. Aunque esta verdad no es casi de mi gusto, confieso, sin embargo, que le es más fácil a un príncipe prudente y bueno el ser amado de los buenos que de los malos, y obedecer a las leyes que mandarlos. Cuando los hombres están bien gobernados, no solicitan ni apetecen otra libertad852.

Se insinúa otra especie de corrupción en el corazón de los Estados por unos medios insensibles y dulces que la naturaleza misma de las cosas solicita. Así, la virtud conduce al reposo, el reposo a la ociosidad, la ociosidad al desorden y el desorden a la ruina: así como el orden nace de las ruinas; la virtud, del orden, y de la virtud, la gloria y la prosperidad. Los hombres juiciosos observaron que las letras no vinieron más que después de las armas, y que en las provincias y ciudades no se vieron nacer los filósofos más que después de los capitanes. Cuando las buenas armas han logrado victorias, y estas victorias han proporcionado reposo y tranquilidad, la virtud de los guerreros puede corromperse en el ocio más honrado del cultivo de las letras, y la funesta ociosidad no puede introducirse bajo una capa más falaz y seductora que ésta en las ciudades bien ordenadas853.




ArribaAbajo§ V

De qué modo debe conducirse un Gobierno con los Gobiernos extranjeros


La modestia no aplaca a un enemigo jamás; le hace, por el contrario, más insolente, y vale quizá más verse quitar algo por la fuerza que por el temor de la fuerza854.

Si no conviene adherir por temor a las solicitudes de los extranjeros, conviene prestarse a ellas por justicia y hacer, entonces, con la mayor puntualidad y más escrupuloso cuidado, lo que la equidad dicta. Es menester no omitir nunca el repara y vengar los insultos hechos a los extranjeros, cuando éstos se quejan de ellos855. No debe abusarse jamás de la victoria, para no poner en la desesperación a los vencidos, ni hacer nunca juntas dos guerras importantes856.

Un Gobierno no emprenderá el declarar la guerra a otro sobre el simple testimonio de aquellos fugitivos que se llaman emigrados, porque su extremado deseo de volver a entrar en su país les hace creer, naturalmente, muchas cosas que son falsas, a las que ellos añaden otras que son de su invención. Unido lo que creen con lo que pretenden creer, os llenará en tanto grado de esperanza de triunfo que, fundándoos en ellas, haréis el gasto de unos preparativos guerreros que no servirán de nada, o emprenderéis una guerra en la que no tendréis más que derrotas857.




ArribaAbajo§ VI

Del genio del pueblo en general


Determinamos al pueblo hablándole de magnanimidad y valor; y cuando un hábil orador quiere inclinarle a un fin menos decente, es menester a lo menos que él se encubra con los visos de estas prendas858.

Por el mismo espíritu, el pueblo se pone a elegir con preferencia, y a elevar con los honores al que se ha distinguido con alguna acción valerosa, más bien en lo civil que en lo militar, porque las acciones de esta naturaleza son más raras en el primero que en el segundo859.

Una consecuencia natural de esta índole del pueblo es la de no engañarse más que raras veces al elegir las personas más dignas para los cargos públicos, aunque puede errar fácilmente en el juicio de las cosas para que estas personas pueden merecer o no su elección. El legislador prudente no debe, por consiguiente, eludir nunca el juicio popular en lo que concierne a la distribución de los grados y dignidades; pero que no olvide que la capacidad de la inteligencia se limita a comprender lo que hay de sensible en los hechos. Cuando es preciso discurrir, el pueblo no sabe ya más que ir a tientas en la obscuridad860.

Para que los tributos se repartan con igualdad, es menester que las leyes, y no los hombres, hagan su repartición.

Mostrándose económico el príncipe, ejerce la liberalidad con respecto a aquellos a quienes no toma nada, y cuyo número es infinito. No es avaro, entonces, más que con respecto a los que querían que se les diera, y cuyo número es corto.




Arriba§ VII

De la economía pública


La seguridad pública y protección que el príncipe acuerda a la agricultura y comercio son el nervio suyo; así, pues, debe estimular a sus gobernados a ejercer pacíficamente su oficio, tanto en el comercio como en la agricultura o cualquiera otra profesión, de modo que el temor de verse quitar sus propiedades no disuada a éste de hermosearlas, y que el temor de los tributos no impida a aquél el abrir un comercio. Aun el príncipe debe preparar recompensas para todo el que quiera entregarse a semejantes tareas; tiene interés y obligación en hacer prosperar por todos los estilos su Estado y ciudad861.





 
Anterior Indice