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ArribaAbajoCapítulo IV

Organización de la magia


Caracteres de la magia.- El término espíritu corresponde a una representación colectiva y no al concepto del cristianismo.- Rasgos esenciales de la mentalidad indígena.- Fuerzas misteriosas incorporadas a los seres, plantas, objetos y sus partes.- En los objetos manufacturados.- En el subsuelo.- Las imágenes grabadas o pintadas.- En los nombres.- Las regiones del espacio y los fenómenos físicos.- En las instituciones.- Influencia de la magia en las enfermedades y la muerte.- Los magos antiguos.- Los curanderos o machis.- Los adivinos modernos.- El machismo actual.- El machitun o el procedimiento de la curación.- El ngeicurrehuen o la ceremonia de la iniciación.- La brujería.- Los adivinos del amor.- La magia maleficiaria- Amuletos y talismanes.- En la institución de la magia había magos y no sacerdotes.

La idea madre en el conjunto de nociones supersticiosas del araucano se halla en la magia.

Para ponerse en comunicación con los espíritus benefactores y neutralizar la acción de los malos, para extraer del cuerpo humano los hechizos y pronosticar el porvenir, ha tenido que valerse el mago de fórmulas cabalísticas, de manipulaciones de efectos secretos, cantos evocadores y danzas sagradas. Tales operaciones y operadores forman los elementos de la magia araucana.

Sus rasgos son los que caracterizan a la institución en otros pueblos57. En efecto, se manifiesta en sus funciones reservada y misteriosa. Su carácter es social: los hechos mágicos son el resultado, como los sociales y religiosos, de la actividad colectiva y no de la voluntad del mago. En agrupaciones no bien desarrolladas como la araucana, toda manifestación de individualismo queda aislada, sin sanción. De modo que las alucinaciones y sentimientos del mágico reflejan con fidelidad la conciencia colectiva.

En sus informaciones intervienen por revelación los espíritus. Estos agentes le suministran toda su eficacia.

Aparece provista en sus aplicaciones prácticas de la magia simpática, que nace de la contigüidad de los objetos a la persona que los ha llevado. La acción ejercida en los primeros obra sobre la segunda.

La magia araucana ha estado originariamente asociada a las representaciones religiosas, a la medicina, la justicia, a muchos actos sociales, como el juego, la lucha y a las artes embrionarias, como el canto, la danza y la música.

El poder mágico se obtiene por la iniciación larga y metódica del mago, agente visible, que vivía antes aislado del grupo social y que siempre ha sido el más directamente beneficiado con el ejercicio de sus funciones.

Para el estudio exacto de la magia conviene predeterminar que los indios concebían inherente a los seres, a las plantas, a los fenómenos naturales y los objetos una fuerza o poder oculto o misterioso, energía motora aunque invisible, semejante a la que hacía obrar y pensar al hombre.

Esta fuerza recóndita, agente que imprime movimiento a las cosas, era a la que los aborígenes aplicaron la denominación de alma o espíritu, por un proceso de asimilación, sin que el nombre correspondiera al conjunto de sus emociones características.

Como las ciencias etnológica y etnográfica no disponen de un término cualquiera que refleje con precisión la índole del sentimiento indígena, hay necesidad de seguir usando las expresiones alma y espíritu sin que signifiquen la concepción teológica del cristianismo58.

Se producían las percepciones en la mentalidad de los aborígenes de un modo especial, que difería sustancialmente del que rige las funciones mentales de las sociedades civilizadas. Para el individuo de colectividad ya adelantada, las ideas o representaciones pertenecen a la clase de hechos meramente intelectuales. Si se representa cualquier objeto, se fija tan sólo en sus caracteres materiales, es decir, en su forma, color, tamaño, etc. El americano primitivo percibía de otra manera: suponía penetrados de cierta virtud o fuerza oculta a los seres vivos y objetos inanimados, de los cuales su actividad mental poco diferenciada no hacía distinción; si percibía caracteres objetivos, no estaban sobre los de origen mágico y sagrado. Le causaban siempre ciertas emociones, sentimientos y pasiones que no experimenta el civilizado, esperaba o temía algo de ellos.

Su ignorancia de las causas de los fenómenos naturales, lo inducía a creer que también estos eran debidos a un poder secreto y misterioso, porque en todo lo que se movía obraba una acción intencional, semejante a la que lo impulsaba a él mismo.

Por esta característica exclusiva de las sociedades primitivas, a las que pertenecían las americanas prehistóricas y contemporáneas de la conquista, las representaciones colectivas de estos indios sobre los seres, las cosas y los fenómenos naturales iban acompañadas invariablemente de un fondo emocional.

Aumentaba este elemento emocional la misma vida de los indígenas o el funcionamiento social de las agrupaciones, como la multitud de ceremonias sagradas, más formulistas que en los pueblos civilizados; el vértigo de las danzas, los fenómenos del éxtasis y del sueño, el contagio de las emociones.

Otro rasgo de la mentalidad especializada de las razas americanas era la percepción singular, de un solo individuo, de fenómenos y seres que se manifestaban en presencia de muchas personas. Si el civilizado oye o ve singularmente un objeto, se encuentra, sin duda, en un estado de alucinación. No sucedía lo mismo en las colectividades indígenas de América: todas aceptaban como testimonio irrevocable la percepción singular del adivino y chupador de enfermedades, del operador en las ceremonias sagradas, de los visionarios, videntes y locos; ellos únicamente veían y hablaban con espíritus y seres escondidos para los demás.

De esta singularidad en percibir nadie se asombra, porque no todos han adquirido la técnica de comunicación con los poderes invisibles.

Falla la experiencia, por otra parte, en la percepción del indígena. Esta facultad que nos facilita el conocimiento de la realidad, no le hace falta, puesto que está reemplazada por las propiedades místicas de los seres y objetos. Ni le interesan los desmentidos de la experiencia, como la inutilidad de las curaciones negativas de la machi, porque su mentalidad acepta las explicaciones o desmentidos extravagantes. La experiencia ancestral constituye su lógica.

Sus razonamientos o la unión de sus representaciones nos parecen extraños y contrarios a los principios de nuestra lógica.

Signo saliente de la mentalidad del americano, como en la de todas las sociedades inferiores, era el modo común cómo unía sus representaciones o ideas colectivas. Si caía una culebra del techo, si atravesaba un zorro por el frente de la casa y enfermaba un miembro de la familia, se debía a estos accidentes casuales el contratiempo. Si llegaba un extranjero al lugar y estallaba una epidemia, se atribuía a su presencia la desgracia, pues no habría sido grata a los espíritus amigos su llegada o él traería consigo alguna causa nociva, de brujería.

Por ser rebelde a las comprobaciones de la experiencia, que no necesitaba para establecer reglas de conclusión, carecía de juicio para aplicar el principio de causalidad. Entre dos representaciones, no había para él sino la relación preternatural, mezcla de recóndito, sagrado y mágico.

Este rasgo esencial de la mentalidad de las sociedades primitivas, ha inducido a algunos autores a darle el nombre de prelógica59.

A medida que las colectividades americanas de estructura totémica se iban modificando, la mentalidad variaba también; el medio y las manifestaciones psíquicas han guardado constantemente un paralelismo exacto. Pero las comunidades que habían salido de esa organización, siguieron guardando como supervivencia la mentalidad de épocas precedentes. Las representaciones colectivas sobre los animales, las plantas, objetos inanimados, el sueño, etc., conservaron en la sucesión del tiempo su fondo místico, tomando esta palabra en el sentido de lo que implica misterio y temor.

No solamente los seres vivos y las plantas contenían esas virtudes o potencias misteriosas, sino también sus partes. Las porciones o residuos del cuerpo humano, principalmente la sangre, participaban de los elementos potenciales, secretos y temibles que son inseparables de las representaciones del indio.

Lo mismo que en el hombre, se atribuía ese poder imperceptible pero real y maravilloso a varias partes de los animales y de las plantas, como los pelos, las uñas, los huesos y la cabeza de algunos felinos y carniceros; las plumas de las aves de rapiña y del mar.

A veces emanaba de ciertos animales y plantas un poder nocivo y destructor que dañaba al que veía un tigre o una serpiente, al que alcanzaba la saliva del perro con hidrofobia, al que se cobijaba a la sombra de un árbol venenoso o habitado por un espíritu maléfico.

Más que una aplicación sin discernimiento del principio de causalidad, de confusión del antecedente con la causa, a lo que están sujetos más que el civilizado, hay aquí una relación mística que el indígena se representa entre el antecedente y el consecuente; el primero tiene la virtud de producir y hacer aparecer el segundo. Del carácter místico de las representaciones participan los ligámenes que las encadenan.

Hasta los mismos objetos manufacturados por los indios anteriores a la conquista y de épocas siguientes, poseían las propiedades secretas de que estaban dotados los seres vivos. Algún detalle que los hacía raros o su figura zoomorfa, les imprimían carácter misterioso, les comunicaban una fuerza interna que podía manifestarse en determinados casos.

Este respeto supersticioso por los utensilios de cierta clase hechos por el hombre, explica la extraordinaria persistencia de forma y ornamentación de los pueblos americanos. Modificar las líneas y la hechura que habían seguido y respetado los mayores, envolvía el peligro de irritar esas fuerzas ocultas o espíritus que contenían los artefactos, las viviendas, etc.

Entre los araucanos se cuentan por miles los casos de objetos de manufactura extranjera, desde los españoles de la conquista y después hasta fecha reciente, que se guardaban en las habitaciones con supersticioso respeto, para curar enfermedades, preservarse de brujos u otros fines de beneficio. Entre esos objetos se contaban patenas, hebillas, brújulas, relojes descompuestos, etc.

Hasta el presente quedan incrustadas en la mentalidad del indígena, como el fósil en la roca, ideas o miedos de pasadas generaciones acerca de ciertos objetos raros. Mostraba el autor a un joven mapuche que estudia en Santiago una silla de viaje que se abría y cerraba automáticamente. Al imponerse de su mecanismo, exclamó:

-Si la vieran los de por allá (de su tierra), le tendrían miedo y creerían que tenía dentro alguna cosa de brujería.

Por lo general, los instrumentos de extranjeros se hallaban sobrecargados de elementos misteriosos y temibles: defendían o perjudicaban.

El subsuelo no quedaba exento de esta parte integrante de lo misterioso que acompañaba a las cosas. Se consideraba en extremo peligroso excavar el suelo para hacer subterráneos. A un cacique del departamento de Temuco le pidió permiso un industrial para buscar un manto de carbón fósil y se negó de este modo:

-No puedo; eso que está debajo tiene otros dueños60.

Las imágenes grabadas o pintadas tienen para el civilizado valor objetivo. Para todos los indios americanos esas figuras incluían, en especial, misterio y temor; las tenían por reales o por parte de la persona que representaban. No se dejaban retratar, porque eso equivalía a dejar en manos de extraños la propia existencia. En ocasiones la introducción de estampas y retratos en las tribus traía epidemias, desgracias a los jefes de familia o escasez en la pesca y caza61.

Un día el que esto escribe fue con dos trabajadores a un lugar de Metrenco, al sur de Temuco, a sacar un adentu mamüll (figura de madera) de un cementerio indígena abandonado. Tan pronto como se principió la tarea, llegó corriendo un grupo de indios armados de palos. Interrogados por el motivo de su oposición, siendo el fundo de un chileno, contestó uno de ellos:

-Era pariente y no sería bueno te llevaras su figura; el dueño se enoja si queda cautiva.

Hubo que respetar estos sentimientos.

Los nombres y muchas palabras de alcance mágico se hallaban asimismo saturados de ese poder misterioso que permanecía incorporado a todas las cosas. El nombre no era para el araucano antiguo una simple denominación, sino un componente material de su ser. Si se daba el de una persona a otra, ésta participaba de las cualidades de la primera; existía una traslación de caracteres que explica el afán del indígena de aplicar a sus hijos el nombre de caciques y parientes renombrados o el de militares y funcionarios estimados por ellos. Estaba prohibido pronunciar el de algunos animales temibles y el de ciertos parientes. Había también acción mágica en muchas palabras de los cantos y expresiones simbólicas de los hechiceros.

Las regiones del espacio van acompañadas, asimismo, de este principio esencial de las cosas. En las reuniones cada grupo ocupa el lado que le corresponde según la orientación de sus habitaciones o lugares en que reside. Los puntos cardinales tienen su significación mística a veces muy variada: el éste es el lado del sol, el poniente por donde se hacía el viaje de los muertos, etc.

Los temblores, los eclipses, relámpagos, volcanes, truenos, arco iris, etc., no eran fenómenos puros, sino acciones misteriosas. Para el indio no había fenómenos propiamente físicos, sino manifestaciones que hacían los antepasados. Por un proceso natural de la lógica del primitivo, se antropomorfizaban los volcanes en Pillán en muchas tribus de las dos faldas de los Andes. Ahora dirige los fenómenos físicos ngenemapu o el dueño del mundo.

Los araucanos se alarmaban extremadamente con los eclipses de sol y de luna. Significaban la muerte de estos astros; encendían fogatas para cambiar en luz la sombra del sol. Se aplicaba así la magia por contraste o cosas contrarias, muy usada entre los araucanos. Los eclipses presagiaban sucesos desgraciados, como guerras, muerte de algún cacique o de otro miembro de la familia.

Como en todas las sociedades primitivas, entre los araucanos de pasadas centurias se daba a ciertos números propiedades secretas consagradas por la costumbre. Hasta tiempo más o menos recientes quedaban vestigios del valor sagrado del cuatro. La cruz americana, llegada de las civilizaciones del norte a las remotas tierras araucanas, simbolizaba los cuatro valores fundamentales, y por extensión, siguiente, de la fecundidad; representaba, además, los cuatro vientos portadores de la lluvia y por conse aplicaba a muchas prácticas mágicas y domésticas de los indios. Hoy se ha borrado este sentido simbólico del cuatro.

El indio de otras épocas no separaba abstractamente el número de los objetos nombrados, como procede el pensamiento lógico. Actualmente puede hacer esta separación.

No sólo en estos puntos esenciales difería la mentalidad araucana del pensamiento lógico. También sus modos de obrar, en concordancia con su manera de pensar, revelan que esa tendencia a lo sagrado y mágico alcanzaba a todas las instituciones que ocupaba la actividad del indígena.

A la guerra en primer lugar. Las muchas noticias precedentes acerca de la modalidad guerrera de los araucanos, dejan establecida la existencia de prácticas que precedían y seguían a una campaña. Los individuos que iban a combatir se sometían a purificaciones por el baño especial, a la abstinencia de la mujer y de ciertos elementos. Danzas determinadas, consultas de sueños, medicinas y precauciones para hacerse invulnerables, eran otros tantos recursos de la magia guerrera, que se extendía a la manera de hacer mortíferas las armas y diestros los caballos. Los adivinos permanecían en los lugares de los movilizados ejecutando diversas operaciones que al través del espacio ejercían acción mágica en favor de sus convecinos. Tanto como el valor, el número, la astucia y la pericia, influían estas fuerzas misteriosas en la obtención de la victoria. Para los araucanos antiguos las armas de fuego, en especial la artillería, poseían también propiedades mágicas.

Conexa a las operaciones que proporcionaban su alimentación a la comunidad, como la caza y la pesca, la recolección de frutos y las faenas agrícolas, se desarrollaban una serie de prácticas mágicas que valían tanto como la acción material de los hombres; eran una ayuda indispensable que prestaban las potencias invisibles.

La danza de la caza atraía mayor cantidad de reses. El cazador, como el guerrero, se abstenía de toda comunicación sexual. Las armas se sometían a manipulaciones mágicas o llevaban signos que le daban una eficacia evidente. Las tribus pescadoras de la costa poseían un ritual mágico más complejo aún para atraer los peces y apoderarse de ellos, por la danza, la invocación y los sacrificios a los poderes recónditos del mar. Los instrumentos de pesca y las canoas recibían una preparación mágica que les aseguraba su virtud productora.

La agricultura contaba asimismo con procedimientos mágicos que han persistido en parte hasta la época actual. Multitud de operaciones mágicas se ejecutaban con la intervención de los operadores profesionales para reproducir el ganado, extirpar las plagas de las siembras, precautelarlas de los maleficios de enemigos, asegurar y guardar las cosechas.

Como se comprenderá, en todas las sociedades de tipo primitivo, las ocupaciones esenciales a la existencia de la comunidad aparecen mezcladas de esa ayuda mágica que los araucanos pedían para las suyas62.

La representación colectiva de la enfermedad, estuvo en todas las sociedades bárbaras de América íntimamente penetrada de elementos místicos, es decir, que implicaban misterio o prodigio.

La enfermedad se atribuía a la acción de agentes invisibles, que introducían en el cuerpo humano insectos, venenos, huesos, piedras, carbones y otros objetos y animales. Se hallaba excluida de la mentalidad indígena la noción de causas naturales que interrumpían las funciones del organismo.

Como era lógico, deducían que los dolores se originaban de los objetos introducidos en el cuerpo, que obraban negativamente sobre los músculos y las vísceras.

Por lo común, no se aprovechaban de otros medios de curación sino de los místicos o super naturales. Intervenía el hechicero en la expulsión de los objetos o seres ingeridos. En todas las colectividades habían estos chupadores de la enfermedad, que ejecutaban la succión después de una serie de pormenores mágicos63. De los indios peruanos dice el cronista Polo de Ondegardo:

«Común cosa es acudir a los hechiceros, para que les curen en sus enfermedades llamándoles a su casa, o yendo ellos, y suelen curar los hechiceros, chupando el vientre, o en otras partes del cuerpo, o untándoles con sebo, o con la carne, o grosura del cui, o sapo, o de otras inmundicias, o con yerbas. Lo cual le pagan con plata, ropa, comida, etc.»64.



Desde la época precedente a la conquista española hasta hoy mismo, los araucanos han concebido la enfermedad no como debida a causas físicas, sino a maleficios exteriores u objetos extraños que se introducían en el cuerpo a fin de perturbar las leyes biológicas.

Podían manejar esos medios destructivos cualquiera persona contra sus enemigos y particularmente los brujos, destructores infatigables de la vida humana. Pero el agente más activo era la fuerza o influencia maligna, tan esparcida en el territorio araucano, que los indios del norte llamaron huecuve y los del sur huecufe. Se exteriorizaba esta fuerza destructora, a menudo, en flechas diminutas que herían el corazón u otro órgano de la víctima, según la creencia secular.

La representación misteriosa de la enfermedad de los araucanos guarda tanta concordancia con la de los peruanos, que puede creerse que los primeros tomaron de los segundos muchas particularidades del ceremonial de curación.

La serie de operaciones mágicas que se emplean entre los araucanos para curar las enfermedad, se llama en la lengua machitun o machitukan.

Intervenía el expulsor de la materia dañosa, hombre o mujer, el mago y curandero, que los indios han llamado machi en los últimos tiempos.

Como la enfermedad, la muerte se hallaba intensificada del espíritu de misterio que impregnaba la vida entera del indio. La concepción que el americano se había formado de ella, se diferenciaba enormemente de la nuestra; pues, según su manera de percibir, ningún ser ni objeto podían pasar al estado de inertes, de muertos; la vida se caracterizaba por ser interminable. En consecuencia, jamás se consideraba la muerte como extinción natural de las funciones vitales, sino proveniente de causas recónditas, misteriosas, como la acción del poder siempre malévolo e inclinado a hacerles mal que existía en todas partes con nombre diferente; como la violación de un tabú o interdicción, como el resultado de la intervención de hechiceros y agentes brujos, de que se valían los vivos para dañar a sus enemigos.

Comprobada la efectividad de esto último por el testimonio del hechicero o del adivino, sobrevenía la venganza colectiva, organizada con todos los pormenores de una institución jurídica y que servía para acrecentar los motivos de agresiones de las colectividades de la misma estirpe o de origen diferente.

Hasta la muerte por golpes tenía en el concepto indígena un origen que no se apartaba de su peculiaridad mental. En innumerables agrupaciones se palpaban los efectos de una herida mortal y se preveía un desenlace desgraciado como consecuencia de esa gravedad, pero la muerte se atribuía siempre a una causa extraña y misteriosa que había agravado o gangrenado la rotura de las carnes.

La causa de la muerte fue entre los araucanos idéntica a la de todas las poblaciones aborígenes americanas, esto es, no una perturbación fisiológica, sino una violencia manejada del exterior por agentes brujos, una persona iniciada en la magia maleficiaria o por la fuerza secreta y terrible que la raza ha conocido con el nombre de huecufe.

Sería trabajo interminable citar cientos de casos y procesos acerca de las causas de muerte que se han debido a influencias maléficas, no solamente entre los indios sino también entre la población nacional del sur.

Basta un ejemplo para conocer mil casos. En 1908 se ahogó en uno de los vados del río Cautín, por las cercanías de Lautaro, una niña mapuche que andaba con su padre; cayó del caballo y la corriente la arrastró con rapidez y sin dar lugar a que se la salvase.

El padre concibió sospechas contra una mujer que residía en un lugar no distante del suyo y con quien su hija había estado hacía como quince días en una fiesta y tenido con ella algunas palabras enojosas. Confirmada su sospecha por la machi de la reducción, los parientes decidieron vengarse de la culpable. La acecharon tres o cuatro hombres y cuando la vieron sola en el campo, la ultimaron a palos. Mediante el pago de la muerte en animales, se vieron libres los autores del homicidio de ser arrastrados a la cárcel por la acusación judicial de un hermano de la occisa. En los tiempos últimos se ejercitaba la venganza privada; antes el culpable era entregado al suplicio del fuego, o su delito merecía un malón o asalto armado.

Fueron estos dos hechos casuales y bastante distanciados uno de otro; mas, el indio no reconocía casos fortuitos y su constitución mental, refractaria al análisis claro, ligaba incidencias separadas por el espacio o el tiempo, como la fiesta y las palabras enojosas con la caída al agua de una mujer, seguramente a media ebriedad65.

Las causas de la muerte han quedado como creencias inveteradas en esta raza. Todo se ha modificado con lentitud, es cierto, en las costumbres, como las ideas que pudieran llamarse religiosas, medio social e instituciones, pero han persistido éstas y otras representaciones colectivas acerca de los muertos y las ceremonias funerarias.

La mentalidad prelógica del indígena no quiere decir que sea antelógica o de un período anterior a la aparición del pensamiento lógico, sino que no se somete como el nuestro al control de la contradicción.

Esta deficiencia de los indios en lo referente a la causalidad, explica la desconfianza con que todas las razas veían llegar extranjeros a sus tierras. Podían ser portadores de objetos sospechosos y hasta su sola presencia exponía a la colectividad a desgracias imprevistas. La historia de las asociaciones americanas está llena de episodios sobre muertes de extranjeros que penetraban a territorios indígenas. Los araucanos participaron igualmente de semejante propensión, que se conformaba a su estado mental particular.

Cuando los conquistadores penetraron al territorio araucano, ejercía las funciones de adivinos una casta de mágicos que las primeras crónicas mencionan con el nombre de huecubuyes. El término es huecuvuye y significa «que puede hacer como huecuve» (espíritu maligno). Explica este significado el carácter mágico de tales individuos.

A propósito de ellos, se lee en la crónica de Núñez de Pineda y Bascuñán esta referencia:

«En los tiempos pasados se usaban en todas las parcialidades unos huecubuyes, que llamaban renis, como entre los cristianos los sacerdotes. Estos andaban vestidos de unas mantas largas, con los cabellos largos, y los que no los tenían, los traían postizos de cochayuyo o de otros géneros para diferenciarse de los demás indios naturales: estos acostumbraban a estar separados del concurso de las gentes y por tiempo no ser comunicados, y en diversas montañas divididos, a donde tenían unas cuevas lóbregas en que consultaban al Pillan (que es el demonio) a quien conocen por Dios los hechiceros y endemoniados machis, que son médicos. Estos por tiempos señalados estaban sin comunicar mujeres ni cohabitar con ellas, sacaron de esta costumbre y alcanzaron con la experiencia que se hallaba con más vigor y fuerza el que se abstenía de llegar ni tratar con ellas, y de aquí se originó, habiendo de salir a la guerra, el que es soldado, esta costumbre y ley por consejo y parecer de los sacerdotes»66.



El padre Rosales, que los llama boquibuyes, amplía la noticia en estos pasajes:

«Tenían los de Purén una ceremonia antigua, en que se visten los boquibuyes, (que son sus sacerdotes) y están recogidos en una montaña separada, haciéndose ermitaños y hablando con el demonio», «y mientras están en su encerramiento no puede ninguno mover guerra, y de su consejo y determinación pende el conservar la paz y el abrir la guerra»67.



Se recluían en cavernas sostenidas con troncos de árboles, acaso para evitar su hundimiento, y adornadas con cabezas de animales.

Mientras que la gente de guerra expedicionaba contra el enemigo, ellos sabían, por medios mágicos, el giro de las operaciones.

No solamente se aplicaban a la guerra sus procedimientos adivinatorios, sino que se extendían a todos los actos de la vida privada.

Ejercía sus funciones este mago en medio de un círculo de espectadores: soplaba el suelo, metía en ese punto una rama pequeña deshojada y colgaba en su parte superior una diminuta porción de lana de hueque68. Debía seguir a estos detalles la parte principal del conjuro, las palabras bajas y misteriosas del adivino y la respuesta consiguiente de los residuos del paciente encerrados en la madeja de lana.

El mago, residente en cada agrupación, desempeñaba sus funciones en presencia de muchos individuos; lo que prueba que la magia a la llegada de los españoles existía como institución pública.

No cabe duda de que fueron contemporáneos de estos adivinos los curanderos o machi, clase especial que, en conjunto con la otra, forma el personal de la magia primitiva.

El poeta Oña los llama «herbolarios» e informa que preparaban venenos de efectos desastrosos y mortales. Es admisible la hipótesis de que a esta fecha hubiera penetrado al territorio araucano el procedimiento de curar con yerbas, cuyos secretos medicinales conocieron perfectamente los invasores peruanos y propagaron en la sección del norte del país. Pero el hecho indiscutible es que las funciones del mágico se realizaban primordialmente por medio de procedimientos extra-racionales, por las suertes supersticiosas.

A estos mágicos, personajes extraños en sus maneras de vivir y vestir, eran a los que se referían en sus cantos los épicos castellanos69.

Desde su arribo al territorio hasta el fin de su dominación, los españoles persiguieron sin cuartel a toda esta casta de hechiceros. Los tormentos y las prisiones reservados para los indios, recaían en particular sobre ellos.

Las muertes que provenían de sus indicaciones y más, si se quiere, el estado mental religioso del español, contribuían a esta obra de persecución70.

Los funcionarios encargados de extirpar la hechicería, desempeñaban su cometido con místico celo. Aceptaban como verídicas todas las alucinaciones, citas de brujos y apariciones de espectros míticos, de que están llenas las leyendas araucanas.

Noticias más detalladas de la magia en los siglos XVII y XVIII, permiten apreciar mejor su organización.

Desaparecen los nombres de huecuvuye, y tal vez algunos pormenores de su existencia recluida en cavernas. Los adivinos se denominan llihua y dungul o dungulve(que habla, hablador).

Ejercían las funciones de tal, hombres y mujeres.

Pronosticaban todos el porvenir, hacían aparecer los animales perdidos, indicaban la causa de las enfermedades y a los autores de las muertes; pero había unos de aptitudes especiales en las fórmulas mágicas destinadas a producir la lluvia y conjurar las epidemias de los hombres y las pestes de los sembrados.

El abate Molina consigna a este propósito la siguiente información:

«Consultan en todos sus negocios de consecuencia a los adivinos o sean los charlatanes de lo porvenir que llaman ya llihua, ya dugol (los hablantes), entre los cuales algunas se venden por genguenu, genpuñu, genpiru, etc. Es decir, por los dueños del cielo, de las epidemias y de los gusanos, porque se jactan de poder hacer llover e impedir los tristes efectos de las enfermedades y de los gusanos destruidores de los granos»71.



Apenpiru (acabar los gusanos) se llamó una operación de carácter mágico para extirpar la plaga de gusanos en las siembras. El operador se llamaba ngenpiru (dueño o domador del gusano). El ritual de esta ceremonia concluía con algunas bocanadas de humo de tabaco sobre unos pocos gusanos, a los cuales, colocados en hojas de canelo, se quemaba enseguida.

Como medio de información, el adivino ponía en práctica la mágica simpática. Los interesados le llevaban, en una pequeña porción de lana, algunos residuos del enfermo, como uñas, esputos, etc. Los colocaba en un tiesto de greda y desde el exterior de la casa, los interrogaba para inquirir la causa de la enfermedad, su próximo resultado y algunas circunstancias referentes al envenenador72.

Un autor del siglo XVIII noticia que en las indagaciones de robos, pérdidas o fuga de la mujer, se presentaba al dunguve el interesado y, pagándole anticipadamente, lo imponía de las circunstancias del hecho. Abandonaba después aquél la ruca y desde fuera, «con varios conjuros», dirigía preguntas sobre lo que se deseaba saber, a presencia de todos. Le contestaba del interior una voz débil, que suministraba los datos que se le pedían73.

Sobre la magia médica aparecen en esta época datos más precisos. Se hallaba completamente establecida con operaciones determinadas, operadores e iniciación.

El arte de curar se ejercía por medios racionales y mágicos. Aplicaban los primeros dos clases de empíricos que se conocían con los nombres de ampives, «buenos herbolarios y tienen buenas nociones del pulso y de las demás señales diagnósticas», y los vileus, cuyo «principal sistema consiste en asegurar que todos los males contagiosos provienen de los insectos»74.

Practicaban la magia médica ciertos iniciados que desde tiempo atrás se conocían con el nombre de machi. Aunque predominaban los hombres, había también mujeres.

Comúnmente un mismo individuo poseía a la vez el arte de curar por conjuros y por el uso de plantas medicinales.

Pertenecían estos curanderos a la casta de hombres vestidos de mujeres, tan común en todas las secciones aborígenes de América.

Tanto por su extraña y aislada manera de vivir, cuanto por las funciones mismas que desempeñaban, ordinariamente adivinos y curanderos a la vez, gozaban de marcadas consideraciones entre los araucanos.

Núñez de Pineda y Bascuñán traza un retrato muy exacto de estos hombres afeminados. No vestían traje de varón sino otro muy semejante al de la mujer; «usan el cabello largo, siendo que todos los demás andan trenzados; se ponen también sus gargantillas, anillos y otras alhajas mujeriles, siendo muy estimados y respetados de hombres y mujeres, porque hacen con éstas oficio de hombres, y con aquéllos de mujeres»75.

La lengua identificaba con la palabra hueye a los que practicaban la pederastia.

La inversión sexual ha existido siempre entre los araucanos. Ha sido un vicio constituido en costumbre y no clasificado entre los hechos perjudiciales que atentan a los intereses de la comunidad. Pero en ocasiones muy limitadas se ha presentado fuera del gremio de los machis.

La magia requería una minuciosa iniciación. Los aprendices practicaban al lado de los machis una larga temporada:

«Y para esto tienen sus maestros y su modo de colegios, donde los hechiceros los tienen recogidos y sin ver el sol en sus cuevas y lugares ocultos, donde hablan con el diablo y les enseñan a hacer cosas aparentes que admiran a los que las ven»76.



Cuando terminaba el período de iniciación, se celebraba una ceremonia pública. El neófito bebía en presencia de los circunstantes los brebajes que le presentaba su iniciador, «con que entra el demonio en ellos», dice el padre Rosales. Se simulaba enseguida un cambio de ojos y lenguas entre iniciado e iniciador, y terminaba el ritual con la introducción «de una estaca aguda por el vientre», que salía por el espinazo sin dolor y sin dejar huellas de herida77.

Desde este día quedaba habilitado el nuevo machi para ejercer el arte de curar.

La función más seria de la magia médica era el machitun, acto de extraer el veneno de un enfermo y de indicar al envenenador.

Con la modificación de algunos detalles, el ritual de los siglos XVII y XVIII no difiere en las circunstancias características del que han practicado después los indios: se sucedían entonces como ahora el canto evocador, el sacrificio de un cordero, sahumerio de tabaco, extracción con la boca del cuerpo nocivo, estado de éxtasis del mágico, presencia de los espíritus en el recinto, preguntas de un intermediario al machi y respuestas de éste acerca de los antecedentes de la enfermedad78.

Los vacíos que dejan los escritores españoles en sus explicaciones referentes a la magia araucana o a la hechicería, como la llamaron, pueden llenarse con el examen de la actual, mejor comprobada con la observación directa y con la adopción de métodos más exactos.

En la primera mitad del siglo XIX el arte adivinatorio tenía los mismos agentes de los anteriores. Como la Araucanía iba dejando de ser un territorio cerrado, por la inclinación del indio al comercio, fueron conociéndose mejor las funciones del mágico.

Había tomado entonces mucho desarrollo la magia como medio de información en los robos y en las enfermedades.

La practicaban en esta rama hombres y mujeres, a quienes se denominaba inaimahue (ir a seguir). No en todas las agrupaciones había adivinos, particularmente de fama, sino en algunas.

Cuando había en una casa un enfermo grave, con recursos suficientes para pagar una consulta, algunos deudos se trasladaban a donde el adivino. Envueltos en un poco de lana, llevaban algunos residuos del cuerpo del enfermo, como las extremidades de las uñas, esputos, cabellos o el humor saburroso de la lengua, que extraían con un cuchillo.

El adivino se informaba de los pormenores de la enfermedad y ponía enseguida esos despojos dentro de un cántaro pequeño, que colocaba en un rincón oscuro de la casa.

Esperaba que oscureciera para entablar una conversación con las partículas del enfermo que se le habían llevado, porque en todos los casos de información se ponía en ejercicio el rito simpático, por medio de un objeto que hubiese estado en contacto con el enfermo.

A la hora oportuna, el adivino, los interesados y algunos espectadores que habían permanecido afuera, entraban al interior de la habitación. El primero principiaba la operación dirigiendo la palabra a los despojos encerrados en la vasija para saludarlos, preguntarles por su nombre, circunstancias de su enfermedad y persona que le había hecho el daño. Del rincón respondía una voz aflautada a cada pregunta, lloraba y por fin nombraba al causante de su mal.

Los espectadores creían todavía que en estas fórmulas de adivinación intervenía el demonio. Los viajeros atribuían la voz del cantarillo a ventriloquia. Entre tanto, lo cierto era que el mismo mágico simulaba las respuestas cambiando la modulación de la voz, o bien otro de los iniciados se situaba en un lugar oculto de la ruca y respondía.

Un mapuche que sabe escribir ha anotado en su lengua los detalles del ceremonial, que se transcriben en castellano a continuación.

Se trata de saber quien ha muerto a un cacique. La familia acuerda recurrir al adivino, para lo cual se toman las medidas usuales.

«Uno se ocupa en sacarle un poco de raspaduras de la lengua en la parte superior y un poco de pelo en los lados de las sienes y en la corona. De los dos pies se saca un poco de raspadura de los talones.

Todo esto se envuelve en un trapo muy limpio y enseguida se coloca en un cantarito.

En la noche se saca a colocarlo en el hueco de un palo lejos de la casa. Después de varios días empieza a hablar por medio de silbidos muy lastimosos. Después muchos más, al tiempo de ponerse el sol.

Cuando ya es tiempo de hacerle las preguntas, se lleva a donde el adivino. Hay que pagarle bien, plata o animales.

Coloca el cantarito encima de un cultrun u otra cosa. Hace las preguntas.

Todos los dolientes alrededor. Las preguntas son: ¿por qué lo han muerto?, ¿ha sido por hacerle mal a su familia?, ¿son de la casa o de afuera? Por último, le pregunta por su nombre. Los que están acompañando necesitan tener valor para oír la respuesta que da el cantarito. El espíritu habla muy lastimoso; hace sufrir. Siente mucho haber dejado a toda su familia.

Una vez conocida la persona culpable, hay que matarla o quemarla viva si es de la casa.

Cuando es de otra familia o si no tiene como pagar, se ejecuta el malón.

El doliente dice:

-Si no me quieren pagar, yo mismo me iré a pagar; tengo bastante gente.

Cuando se aviene al pago, no se le hace nada»79.



Con el tiempo fue desapareciendo este procedimiento para dar lugar a otros más sencillos.

La acción de adivinar se expresa hoy con el término genérico peun y en algunas reducciones con la palabra Kimen. Pelón (veo) es el nombre que se da a los adivinos en general.

Las funciones mágicas se han especializado en la actualidad. Existen unos adivinos, hombres y mujeres, que interpretan el porvenir por medio del sueño e informan sobre objetos o animales perdidos. Se llaman peunmantufe.

Cuando el robado no halla lo que se le ha perdido o le han hurtado, recurre a los medios extraordinarios de la magia simpática. Va a donde el adivino, lo impone de los pormenores del robo y le entrega algún objeto que ha estado en contacto con el animal perdido o con el ladrón. El adivino ejerce sus maleficios sobre la cosa entregada, que le permite obrar sobre su dueño.

Un joven mapuche de Cholchol apuntó para estas páginas este incidente personal:

«Se le perdió a mi padre un caballo. Cerca de la reducción vivía la adivina Remoltrai. Fui a consultarla por orden de mi padre. Llevé una lama (tejido de lana para la silla de montar). Esta lama era de la silla de mi padre, que usaba para montar el caballo perdido. Esta adivina la puso en la cabecera de su cama para soñar en la noche. Al día siguiente fui a saber la noticia. Me indicó los lugares por donde podía seguírsele. Cobró cinco pesos. El caballo apareció muy lejos de la casa»80.



Más consultado que el anterior, es el adivino por señas (huitan o huitantufe, latir y tener presentimiento). Puede ser hombre (huitan huentru) o mujer (huitan domuche).

El agente funciona sentado sobre un objeto que ha sufrido la acción simpática o teniéndolo a la vista.

Contesta afirmativa o negativamente con pequeñas oscilaciones de la mano, estremecimientos involuntarios. A veces tales movimientos se ejecutaban también con el pie. Para los indios la mano del adivino está guiada por un espíritu.

Dejando a un lado los hechos de simulación, que no faltarán probablemente, conviene advertir que el carácter principal de estos movimientos consiste en ser involuntarios e inconscientes, en dirección a un objeto que el agente mira o en el que piensa.

Pertenecen a la clase de fenómenos llamados de automatismos parcial, que pueden observarse en personas que gozan del ejercicio completo de sus facultades mentales81.

Sea hombre o mujer el adivino, sirve de intermediario un individuo que vive en la misma casa. Cuando es mujer, suele sacarla al campo a buscar las huellas, en un estado de aparente hipnotismo.

Los pronósticos del huitantufe se extienden a robos y pérdidas de animales, hallazgos de tesoros y desenlace de enfermedades graves.

Quedaban hasta hace pocos años, quizás como vestigio del totemismo, los adivinos por las aves (pelón huelque quei úñen, adivino que manda pájaro). De la dirección que tomaban las aves, de alguno de sus actos, convencionalmente interpretados, deducían lo que iba a suceder. A veces algunas aves, como la cuca, el treguil y el ñanco llegaban hasta cerca de la casa y comunicaban a los adivinos lo que deseaban saber.

El mágico anatómico (cúpolave), ha seguido ejerciendo, como en épocas anteriores, su arte de adivinar las causas de la muerte por la extracción de la hiel del hígado.

La magia médica no ha decaído en el curso de cuatro centurias. Siguen practicándola los machi, hombres y mujeres, bien que, al contrario de otras épocas, predomina en absoluto el sexo femenino en el ejercicio del machismo.

El machi, en visible decadencia, mantiene viva la acostumbrada inversión del sentido genital. Le agrada el adorno femenino y prefiere vestirse de mujer. Vive con algún joven mapuche, a quien sostiene y vigila con afán.

La machi es la persona que en el día figura en primer término en el personal de operadores mágicos. Revestida de la dignidad de curandera y encantadora, goza entre los de su raza de una consideración cercana al temor supersticioso.

Es un miembro del grupo que posee el privilegio de comunicarse con los espíritus, curar las enfermedades por sortilegios y prevenir los desastres de la comunidad.

Tiene todos los caracteres del mago, y para su iniciación requiere un aprendizaje largo, de tres años por lo menos, en las fórmulas del ritual, en las manipulaciones diversas, lenguaje cabalístico, danza y música sagradas y arte de insinuarse a los espíritus para alcanzar su benevolencia.

Aunque de ordinario casada, su existencia parece envuelta en cierto misterio, vive más retraída que el común de la gente, frente a su habitación se halla plantada la tosca figura de madera que suele usarse en algunas ceremonias y que simboliza sus ocupaciones mágicas; una bandera blanca en la puerta de su hogar indica al viajero que allí reside quien tiene en su poder la salud de los hombres y el secreto de los genios irresistibles.

La posesión de amuletos y talismanes que preservan de influencias maleficiarias y cambian la naturaleza de las cosas, le da mayor ascendiente entre los que benefician sus conocimientos.

Cuida en el bosque un canelo predilecto, cuyas ramas y hojas emplea en la curación de los enfermos y a veces en las ceremonias a que concurre. Si alguien descubre y corta esta planta, la machi languidece y seguramente muere.

Se cuenta de algunas que tienen un carnero y un caballo, a los que besan y respiran el aliento; de otras que ha visto hechos sobrenaturales (perimontu), como piedras que saltan, animales míticos que cruzan el espacio.

Como en muchos pueblos inferiores, extrae por absorción el cuerpo venenoso o el animal que corroe las entrañas de la víctima.

En las fiestas religiosas y en las operaciones curativas, sirve de intermediaria entre los hombres y los espíritus bienhechores. Cae en estos actos en un éxtasis espontáneo, durante el cual los espíritus toman posesión de su cuerpo y le revelan los pormenores de la enfermedad o le anuncian la próxima lluvia.

Obra de buena fe, por autosugestión e imitando lo que se ha hecho tantas centurias antes de ella: sus alucinaciones son las mismas de la sociedad beneficiada con su magia.

Sus manipulaciones ejercen en el público una acción considerable: muchos de los que han estado bajo la influencia de sus encantos, se creen sanos y libres de hechizos mortales.

El alma individual de la machi trasparenta el alma colectiva de la raza.

Acto primordial de la magia médica de los araucanos ha sido desde lejanos tiempos hasta los actuales, el machitun o la extracción del cuerpo humano de los organismos vivos introducidos en él.

Los indios de ahora, como sus antepasados, ignoran los fenómenos de la vida en el estado normal y en el patológico. No conciben, por lo tanto, la muerte natural. Reconocen dos causas que destruyen la vida, las heridas y los maleficios.

Atribuyen la última, a la maldad de los hombres y de los espíritus nocivos, que introducen mágicamente en el cuerpo humano animales que roen las entrañas y venenos que, de las vísceras abdominales, pasan a la sangre y llegan al corazón.

Los enemigos del mapuche, por venganza, por simple perversidad o por algún móvil de interés, le dan veneno (vuñaque) en los alimentos y en las bebidas. Los brujos proporcionan estas ponzoñas y más a menudo ellos mismos las suministran. Los huecuvu, espíritus del mal, que en tan crecido número atisban al indio, son los que causan el daño lanzando flechas invisibles o transformándose en sutiles animales.

La enfermedad producida por la acción de un huecuve se llama hecufetun o huecuvetun.

Sin la intervención de la machi, lo más seguro es que el maleficio traiga la muerte.

De manera que tan pronto como se agrava un enfermo, se recurre sin dilación a la machi.

«Cuando llega a la casa, se invita a todos los vecinos y también, si se puede, a todos los amigos y parientes. Una vez reunidos, la machi principia a tocar su tambor (cultrun), dando a conocer con su toque que la ceremonia va a principiar. Después de tocar la introducción, puede decirse, canta para que el enfermo conozca la voz y no se asuste cuando le vaya a sacar el mal.

Todo lo hasta aquí descrito lo hace el machi o la machi en el patio, en medio de todos los espectadores, los que parecen que ya se tragan al médico, tratando de no perderle una sola palabra para tener que contar82.

Unas dos horas antes de concluir la tarde, entra al interior de la ruca con un acompañamiento numeroso.

Sobre el suelo y en el centro de la habitación, se halla tendido el enfermo (cutran) en unos cueros. Ramas gruesas de canelo, la planta sagrada de los araucanos, se han plantado a la cabecera y a los pies de la cama. En la primera de ellas se ve extendido un pañuelo de seda y colgada alguna joya de plata de las que usan las mujeres. Son como decoraciones del árbol de las ceremonias.

A la derecha e izquierda del enfermo se extienden dos filas de mapuches, como de diez individuos cada una, sentados con chuecas y pequeñas ramas de canelo en las manos. Otros asistentes, algunas mujeres y niños, ocupaban indistintamente los demás sitios de la habitación.

A un lado arde el fuego, en torno del cual están sentadas algunas mujeres. Ruidosamente se espantan los perros hacia afuera.

La machi vigila los preparativos. Anda con sus mejores trajes y adornos; lleva sobre la cabeza un penacho de plumas coloradas y atados en la muñeca de la mano derecha unos cascabeles.

Cubre de hojas de canelo el pontro (frazada) con que se tapa el enfermo, y a la altura del vientre de éste coloca el tambor.

En todas las fisonomías de parientes y amigos no se nota la menor señal de dolor; todos parecen cumplir mecánicamente un formulario y nada más.

Al ocultarse el sol tras las montañas del occidente, principia la ceremonia.

La machi toma el tambor y preludia su canto, a la cabecera del enfermo y al lado derecho. Al propio tiempo dos jóvenes acólitos o acompañantes (llancañ), tocas sus pitos (püvulca).

Un mapuche, de ordinario viejo y deudo de la machi, se levanta al frente de la fila de los concurrentes. Es el maestro de ceremonia e intermediario entre los espíritus y la familia del enfermo. Se le da el nombre de dungu machive o ngechalmachive (el que habla o anima a la machi).

Sigue un segundo canto de modulación distinta del anterior. Todos los de la curación tienen variantes que suelen escapar al oído de los profanos. La machi se arrodilla vuelta hacia el enfermo, sentada sobre los talones:

-Vivirá -dice-, con un buen remedio. Si soy buena machi, sanará. Buscaré en el cerro el remedio mellico; sólo paupahuen buscaré; mucho remedio llanca, muy fuerte remedio. Venceré, dice el gobernador de los hombres. Con este tambor levantaré a mi enfermo»83



Los términos de este canto y de los otros suelen variar según el capricho de las médicas.

Gradualmente la maga levanta la voz, mueve el tambor por encima del enfermo y se agita como en un estado de frenesí. El animador de la machi da voces de orden: los mapuches, que han permanecido sentados, se levantan y siguen el compás de los instrumentos, alzando y bajando alternativamente las ramas de canelo; cruzan y chocan enseguida las chuecas sobre el enfermo, y todos gritan:

-¡Ya, ya, yaaa!

Es el grito característico de los araucanos que llaman avavan, y se produce repitiendo varias veces un golpe con la mano abierta en la boca.

El estrépito, que debe aturdir al enfermo, es una demostración de júbilo con que se prepara la llegada del espíritu protector.

Sucede un momento de calma. Ha terminado la primera parte de la operación. Los hombres beben, la machi descansa y una mujer seca al fuego el parche del tambor.

Después de este corto intervalo la ceremonia se reanuda.

La hechicera entona otro canto monótono y acompasado. En el curso de éste, un hombre trae un cordero maniatado y le hace una leve incisión en la garganta; con la sangre tiñen los llancañ la frente del enfermo.

A falta de este animal, se utiliza con el mismo objeto un gallo.

Cumplida esta fórmula, otro breve intervalo.

La operación entra a su escena culminante. La operadora principia un canto evocador, esta vez acompañado de la danza religiosa, que ejecuta con los llancañ vueltos hacia ella, a pasos cortos, avanzando y retrocediendo alternativamente, y con movimientos laterales de cabeza.

El estrépito de las chuecas y de los gritos sube poco a poco; el animador de la médica levanta asimismo la voz. En este momento la machi suelta el tambor y se desvanece. Dos hombres la sujetan de los brazos por la espalda, pues sin esta precaución creen que se fugaría desatentada, enloquecida. En tales circunstancias llega el espíritu superior de los araucanos, llamado hoy Ngúnechen, y toma posesión del cuerpo de la machi.

Estas manifestaciones extraordinarias no se deben, por cierto, a una simulación de los actores del ceremonial. Es un caso verdadero de hipnosis espontánea. El ruido enervante de los instrumentos, el baile giratorio y desesperado, los movimientos laterales de la cabeza y la influencia de imágenes análogas repetidas con anterioridad, contribuyen a poner a la machi en éxtasis, sin la intervención de un hipnotizador; se sugestiona y encarna un espíritu que momentáneamente obra por ella.

El animador de la machi le pregunta quien ha llegado. Responde la médium y nombra algunos cerros conocidos. El mismo director de la ceremonia entabla una conversación con el espíritu que ha tomado posesión de la machi. Lo saluda y le ruega que haga el favor de ver al enfermo, de intervenir en su curación, sacar el daño que ha recibido y decir si sanará o morirá. Da su respuesta el espíritu por intermedio de la poseída y predice su mejoría o su muerte, por haberse practicado tarde la curación y estar ya el veneno próximo al corazón.

A continuación de este diálogo la machi se endereza y entra nuevamente en acción, siempre en estado de poseída. Anda alrededor del enfermo, rocía la cama con una agua medicinal que se le pasa, hace sonar febrilmente los cascabeles y por último va a colocarse de rodillas al lado del paciente.

Una de las mujeres que le sirve de practicante, futura maestra en el oficio, le pasa una fuente con yerbas remojadas. La machi descubre la parte dolorida, la frota con una porción de esas yerbas, le echa humo de tabaco que saca de una cachimba (quitra), y, por último, aplica ahí la boca. Chupa a continuación en el punto fumigado y simula vómitos en un plato; se lleva la mano a la boca y muestra a los espectadores un gusano u otro cuerpo animal. Repite la extracción varias veces y efectúa una especie de masticación. En ocasiones arroja el cuerpo extraído al fuego o uno de los llancañ va corriendo a votarlo al río inmediato sin mirar para atrás. La acción esencial de sacar el maleficio con la boca se llama en la lengua ülun.

Durante esta escena el grito araucano (avavan) se ha repetido con frecuencia, y el animador de la machi la ha estimulado al éxito de la curación.

Finalmente, la machi lava la supuesta herida por donde ha extraído el daño. Se saca el enfermo a un lecho y continúan el canto y el baile alrededor del canelo. Se ejecutan en honor del espíritu presente.

De pronto la machi abandona el tambor y cae por segunda vez en éxtasis. Un hombre la sujeta. El dungun machife y Ngúnechen o el espíritu que lo representa, se despiden. La médium recobra sus facultades y se da por terminada la operación.

En algunos lugares baila alguno de los jóvenes ayudantes (llancañ), mientras dura la crisis nerviosa de la machi. Significa esta danza agradar al espíritu que la ha penetrado.

Ha entrado la noche. La gente de la vecindad se retira para continuar al día siguiente la ceremonia.

En efecto, desde muy de mañana se renueva en todos los pormenores descritos. Sólo varía la respuesta de Ngúnechen, más categórica en revelar las causas de la enfermedad y su desenlace favorable o fatal84.

Como se ve, la operación se ha desarrollado en cuatro partes.

El precio que se paga por un machitun depende en primer lugar de la fortuna del enfermo y después de la fama que abona a la curandera. Fluctúa entre diez pesos y un animal, vaca o buey.

Los efectos de la curación mágica suelen ser positivos. La consideración pública de que goza el mágico, la idea de que el maleficio persiste o se destruye con su intervención, causa en el encantado excitaciones intensas que llegan a ser verdaderas sugestiones de efectos fisiológicos. Así, el enfermo que el encantador declara libre de hechizo, se siente aliviado de su mal, si no es en realidad grave; el que recibe la noticia de que el veneno ingerido en su organismo hace su marcha incontenible hacia el corazón, se desanima, se agrava y desfallece.

La médica a su vez ha creído en la eficacia de su intervención. Sin atribuir importancia a la parte de impostura de sus funciones, está convencida del poder sobrenatural que la asiste para curar.

A las curaciones mágicas pertenece igualmente una en que funciona la ley de la simpatía o del contacto. Un enfermo toma en los brazos un animal pequeño, como un corderillo, un perro o una gallina, y lo mantiene adherido a su cuerpo una o dos horas. Se mata enseguida al animal, que por contagio ha recibido la enfermedad. Con su muerte, muere también el mal que ha contraído el paciente. Llaman los indios peutun este procedimiento.

En este orden de hechos preternaturales puede colocarse la singular costumbre araucana del baño mágico, antiguamente muy en uso y todavía no olvidado. Un indio se baña a intervalos durante toda una noche y en la mañana que sigue hasta la salida del sol. Por este medio se destruye cualquier principio nocivo, físico o moral, que amenace al individuo (hueda neutun dungun, sacar mala cosa). Con esta práctica se evitan, pues, las desgracias en la casa y se vive tranquilamente85.

Fuera de las curaciones por encanto, el machismo cuenta con recursos empíricos muy variados. Practica una verdadera cirugía primitiva. Con toscos instrumentos de pedernal o hierro cura heridas, sangra, extirpa tumores, suelda las fracturas de huesos y reduce las luxaciones.

Sobre todo conoce las propiedades terapéuticas de toda la flora indígena. Para cada enfermedad que está al alcance de su observación insuficiente y rudimentaria, dispone de una planta medicinal con que combatirla.

La medicina indígena cuenta, por último, con plantas y objetos que ejercen acción mágica sobre el enfermo.

Algunas se emplean en asuntos de amor. Así, una infusión del césped que entre los indígenas se conoce con el nombre de pailahue y un liquen llamado oñoquinhue, despiertan la simpatía amorosa en favor de una persona. Como éstas, hay muchas otras yerbas eróticas.

La cocción de la planta mellicolahuen posee la doble virtud de ser afrodisíaca y predisponer a la pederastia.

No escasean las prolíficas para las mujeres y las ovejas, ni tampoco las que originan la impotencia en el hombre.

Una yerba que denominan pillanchuca tiene la rara propiedad de estimular la inteligencia y los sentidos para robar con éxito y prevenir accidentes fatales86.

Todos estos acontecimientos entran en el programa de las machis aprendices. En una larga práctica de dos y hasta de tres años, la médica maestra las enseña a conocer en el campo las yerbas medicinales, las fórmulas rituales, los cantos y la danza en círculo.

Cuando nada ignoran, se verifica la ceremonia de iniciación que se llama ngeicurrehuen. Se celebra desde la antigüedad de este pueblo.

El jefe de la familia a que pertenece la iniciada ordena los preparativos de licores y provisiones de consumo. Parientes y amigos que no residen en el lugar, reciben aviso oportuno de invitación.

Desde la víspera del día fijado comienza a llegar la gente al lugar de la cita.

La machi mayor, la que ha sugerido a la iniciada todos sus conocimientos de hechicera, se presenta con varias aprendices. A los acompañantes de su reducción, agrega las machis jóvenes a quienes ha enseñado el arte de los sortilegios.

El concurso se hace así numeroso.

En un sitio despejado se planta un canelo para el baile circular. Como a las cinco de la tarde del día convenido, principia la ceremonia de iniciación. La machi y otra que la acompaña, llevan en el medio a la iniciada (huemachi o machi laquel). Dan una serie de vueltas danzando al son de los tambores. Las acompañan algunos tocadores de pitos (púlvúlca) y a veces de trutruca (instrumento indígena) y cuernos (cullcull).

Después de un intervalo en que se descansa, se come y bebe, las vueltas se repiten. Concluye con ellas el ritual del primer día.

En el mismo sitio alojan casi todos los concurrentes; las machis y otros invitados de consideración, en la ruca de la familia.

En la mañana siguiente se continúa el ceremonial del ngeicurrehuen.

Se repiten el baile y el canto del día anterior. Al concluir una serie de cuatro vueltas, reposan las machis y dan lugar a los asistentes para que hagan el consumo de la comida y los licores preparados para este objeto.

Al medio día la ceremonia se prosigue. La danza giratoria provoca al fin el estado de éxtasis de la iniciada. Las machis le forman círculo, una le toma la cabeza y la que preside la ceremonia le tira la lengua con un trapo colorado y la traspasa con el alfiler del tupo (prendedor) o con un cuchillo pequeño (catahue, agujereador). Se le introduce acto continuo en la perforación una dosis diminuta de una pasta de yerba. Enseguida la introducen las machis a la ruca, donde queda postrada.

En algunas reducciones se arregla una especie de toldo de canelo cerca del lugar de la ceremonia y ahí se mete a la iniciada después de esta prueba hasta el día siguiente. Las machis suelen también morder el corazón de un cordero, antes de la escena final.

Antes de comenzar a ejercer el oficio, la machi nueva se traslada por algunos meses al domicilio de su maestra.

Suele celebrarse también con una fiesta el aniversario de la iniciación87.

Los espíritus perniciosos que combate el machismo, están con mucha frecuencia sometidos a la exclusiva voluntad de un poseedor, que los utiliza para dañar a quien quiere o para vengarse de sus enemigos. Esos dueños de espíritus malos son los brujos (calcu). Otros hay que poseen la propiedad de transformación personal en seres zoomórficos.

Desde que el araucano aparece en la historia, la existencia de los brujos se mueve paralelamente a la suya.

Las leyendas que corrían en todas las agrupaciones, los documentos de los funcionarios que pesquisaban la hechicería y el testimonio de autores españoles, informan que los brujos se reunían en cuevas vigiladas por monstruos y tenían en uso un ceremonial determinado.

«No menos temen a los calcus -escribe uno de los últimos-, esto es, las brujas, las cuales por lo que ellos dicen, bailan de día en las cavernas con sus discípulos, llamados por ellos imbunche, que es decir, hombres animales, y de noche se transforman en pájaros nocturnos, vuelan por el aire, y despiden sus flechas invisibles contra sus enemigos»88.



Durante la noche, se reúnen en espíritu muchos hombres y mujeres, por lo común en cuevas extendidas en el interior de los cerros y llamadas reni. Proviene este nombre del que tuvieron los primeros magos, huecuvuye o reni, que vivían en cavernas abiertas en los cerros.

Transformado en algún animal mítico o en pájaro, el espíritu del brujo atraviesa el espacio y llega a esos subterráneos cuya entrada defiende un monstruo, que es muchas veces una serpiente mítica (ihuaivilu). Forman esas cavernas un mundo intra terrenal, donde el espíritu recobra su forma física y se entrega así a todos los pasatiempos de la vida real, como juegos de chueca, de habas y quechucahue (dado), carreras de caballos y consumo de licor, que degenera en orgías.

Cada brujo tiene un compromiso de sangre con el espíritu maligno que se ha puesto a su servicio: está obligado a entregarle periódicamente a una persona de su familia. Para exonerarse de esa terrible obligación, juegan en los reni la vida de los parientes. Los ganadores adquieren fama de brujos eximios.

Se acuerdan ahí también las venganzas que habría de tomarse entre los enemigos de las reducciones, y se practican manipulaciones extrañas para aprender a brujo (calcu). Las víctimas preferidas son los ricos (ülmen) y los caciques, porque su muerte viene acompañada de fiestas funerarias; los pobres ordinariamente están exentos de persecuciones.

Los brujos suministran directamente el maleficio o lo dan a otro para que lo use. Se valen del espíritu maligno a su servicio para dañar a las personas (huecufutun). Otras veces poseen el secreto de fabricar venenos activísimos de parte de algunos animales, de plantas y polvos de cementerio o de piedras especiales (cura vuñapue), que incorporan a las bebidas y alimentos (calcutun).

Machis hábiles hay que saben administrar contra-venenos eficaces para neutralizar los efectos de un hechizo, cuando no se recurre a la curación por magia (machitun).

Un mapuche de cierta instrucción, joven que había estudiado en la tercera preparatoria del Liceo de Temuco, encargaba por carta uno de estos contravenenos en el siguiente párrafo:

«Hágame el favor de encargarme el remedio que se llama huecufutun lahuen. Es para hacer desaparecer el espíritu malo invisible, hecho por algunos mapuches calcu, que se introduce y reparte en nuestro cuerpo y lo hace experimentar un dolor muy grande. También necesito facuñ lahuen, para la pana (hígado), que se hincha y causa la muerte, curaluan, piedrecita que se saca del huanaco (cálculos) y hiel de tigre, que es bastante amarga y se encarga a la Argentina. Aquí son muy escasas las machis buenas»89.



Por estos peligros que amenazan constantemente el araucano, toma en sus actos diarios minuciosas precauciones para precaverse de asechanzas de enemigos, desconocidos y hasta de parientes. Existen individuos reconocidos como brujos (calcu). Su presencia causa al mapuche un supersticioso pavor: no les recibe jamás nada de comer, y al darles la mano, cuida que ninguna partícula de su ropa o de su cuerpo quede en su poder. Nunca pasa sólo por el frente de su casa.

El número de brujos que ha existido y existe en la Araucanía, es asombroso; los hay en todas partes, de todas edades y de los dos sexos.

Hasta el total sometimiento del territorio, los delincuentes confesos de brujos o señalados como tales por las machis o adivinos, sufrían el suplicio del fuego.

Desde la remota organización social hasta los últimos días de la independencia araucana, fue la hechicería la causa principal de las muertes individuales, choques de grupos y conflagraciones de zonas.

La extensión de la creencia en los brujos trae evidentemente su origen de los sueños. Las imágenes del sueño presentan cierto grado de inteligencia y de juicio que los indios toman como acto real en que interviene su espíritu. No alcanzan a comprender absolutamente que estos actos síquicos carecen de inteligencia superior y de voluntad libre. Se cuentan, pues, lo que cada uno ha presenciado y nombran las personas con quienes se han visto en los subterráneos (reni). La credulidad popular concluye por dar a todos esos individuos la representación de brujos, sobre todo si alguna circunstancia insólita los hace sospechosos, como vivir aislados, habérseles muerto sus deudos, etc.90

Un joven indígena, inteligente normalista, que no ha podido desprenderse de la influencia atávica, soñó que había concurrido a una reunión de brujos en un reni de Quepe, residencia de su padre. Entre los asistentes vio a un viejo que en el lugar pasaba por brujo. Al día siguiente se encontró con él y le comunicó que sabía su asistencia de la noche anterior a la reunión clandestina. El viejo le toma la mano, la besa y le contesta:

-¿Cómo supiste?91.

Hay aquí un caso de recíproca sugestión.

En el curso de esta exposición se habrán notado las ventajas que obtienen adivinadores y machis de la magia simpática, la cual se realiza por la ley del contacto o del contagio, que identifica a la persona y los objetos que han estado juntos a ella.

Los adivinos exigen para la eficacia del procedimiento, objetos que hayan estado en contacto con la persona enferma o el animal perdido.

Un jugador de chueca que desea saber el resultado de la partida, entrega el instrumento con que va a jugar (huiño), al adivino, que lo coloca debajo de su cama. Si a éste se le consulta sobre el caballo que saldrá vencedor en una carrera, habrá que llevarle pelos del animal y a veces de los dos.

Entre los adivinadores hay unos, hombres y mujeres, que se ocupan exclusivamente en asuntos de amor (dugun, hacer el remedio para el amor). Ejercen su magia con mucho sigilo, porque no gozan de popularidad entre los mapuches; se les mira con recelo.

Una mujer que no cuenta con la fidelidad de su marido, se traslada a donde la adivina y le lleva algunas prendas del traje del infiel. Se las pone aquélla y hace una larga disertación acerca de los defectos y maldades de la concubina, parangonándolos con las virtudes y cualidades recomendables de la mujer legítima, que presencia la escena. Usa la ropa enseguida el hombre, se penetra de las ideas expresadas por la adivina y vuelve a sus deberes conyugales.

Esta magia tiene vasta aplicación en los enamorados. Suplen a los objetos que les pertenecen, los pelos del animal que más aprecian92.

Se deriva de la magia simpática la costumbre, tan generalizada hasta los últimos tiempos entre los araucanos, de comer ciertos miembros de los animales o partículas de ellos para asimilarse sus cualidades.

La raedura de hueso de león metido debajo de la piel, en el cuello, los hombros o los brazos, les comunicaba los hábitos, la fuerza y astucia del temible carnicero. Los que llevaban este encanto (catantecun) multiplicaban su valor. Eran guerreros audaces que se metían en las filas enemigas y causaban destrozos en ellas. Se hacían igualmente buenos ladrones, porque adquirían la cautelosa atención del león para acercarse a la presa y evitar los peligros.

Los jugadores de chueca raían uñas de aves de rapiña y se metían un poco de ese polvo en la piel de un brazo (catan lipan). Así como esas aves raptoras tomaban al vuelo a los pajarillos, ellos quedaban aptos para hacer lo mismo con la bola del juego de chueca.

Tanto como a éstos temían los indios a una clase de aventureros y valentones invencibles e invulnerables (langemchive), que recibían de un espíritu maligno su poder de resistencia sobrenatural.

El contacto con residuos de ciertos animales comunica también al mapuche algunas propiedades fisiológicas de que está privado. Tal sucede con la frotación en varias partes del cuerpo de los órganos genitales calcinados del huillin (Lustra Huidobra), que tienen la virtud de renovar en los ancianos las fuerzas generativas.

Neutralizaban los efectos de la mordedura del latrodectus formidabilis (araña de rabo colorado), comiendo una parte del mismo.

En la magia simpática habría que buscar la explicación de numerosas supersticiones que tuvieron los indios y tienen todavía.

Así, se negaban a retratarse para no dejar en poder de otro su figura, por medio de la cual se podía obrar contra el original. La inscripción de un nombre suministraba asimismo un medio de sujetar mágicamente al titular a la voluntad de una persona.

Para no exponerse a maleficios peligrosos, que solían traer la muerte, hasta hace muy poco tiempo los araucanos se negaban a bautizarse, negativa que los misioneros atribuían a la tenacidad del indio para permanecer infiel como sus mayores.

Dejando en poder de enemigos o extraños prendas de vestir o partículas del cuerpo, se corre el peligro de exponerse a los peores maleficios. Varias hebras de cabello, por ejemplo, colocados entre dos palos que el viento hace restregarse (ataimamüll), producen al dueño dolores de cabeza, ruidos y a veces enajenación mental.

Si un picaflor (pingüda) lleva los cabellos a su nido, la persona a quien pertenecen queda expuesta a morir ahorcada. El proceso mental es muy simple: el mapuche ha solido encontrar muertas estas avecillas (Eustephanus galeritus), colgadas de una pequeña rama. Por contacto con el cabello, comunican a la persona este modo de morir, semejante al suicidio del indio, particularmente de la mujer, que se ahorca en los árboles.

La magia simpática o de contacto y la de contraste o cosas contrarias fueron las más comunes; les seguía la maleficiaria o mágica negra, que producía efectos nocivos.

Todavía las mujeres suelen tomar a los jóvenes en algunas reducciones el pelo o los orines para dañarlos.

Cuanto están durmiendo, les cortan algunos cabellos para ejecutar actos de magia. Otras veces toman un poco de tierra húmeda con los orines del hombre y la amarran en un trapo y efectúan con ellas manipulaciones mágicas; el joven se atonta y enflaquece. Los tísicos se hallan bajo esta mala influencia. Por eso los viejos aconsejan a los jóvenes desconfiar de mujeres desconocidas o de otro lugar. En las venganzas, particularmente de las mujeres contra un amante infiel o una rival peligrosa, tenía esta clase de magia una explicación corriente. Por temor de ser víctima de ella, el indígena evitaba comer lo que hallaba en el camino y beber antes del que le brindaba licor, sobre todo si era un desconocido. Consideraba posible ingerirse alguna porción de calcu, brujería o cosa dañosa.

Los araucanos han dispuesto siempre de amuletos que preservan de las influencias maleficiarias. Piedras de forma y color especiales componen el mayor número. Unas se colocan en los tambores de las machis y otras llevan consigo los indios para viajar.

No escasean tampoco los talismanes u objetos mágicos que comunican el bien. De ordinario son piedras negras o de pedernal transparente. Los indios las entierran en el corral para conseguir la reproducción de los animales y evitar su pérdida, o bien las guardan en el granero para prolongar la duración de los cereales. Amuletos y talismanes no contienen espíritus sino virtudes mágicas.

Las machis son en la actualidad las que incorporan la virtud mágica a estas piedras pequeñas para venderlas o conservarlas en su ajuar de encantamiento; pero a veces las recogían directamente los indios del lecho de algún río, del fondo de los saltos de agua, de los cerros y de las playas del mar. Las guardaban con sumo secreto en los rincones de las casas o en otros sitios ocultos. La posesión de estos talismanes aumentaba la fortuna y en el peor de los casos la preservaba de disminuciones. Ordinariamente soñaban haberlas visto en alguno de los parajes mencionados y enseguida iban a buscarlas.

La magia primitiva que se mantuvo entre los araucanos por tradición desde las primeras épocas de la raza, no ha desaparecido aún, ni a influjo de la superior; sigue aplicándose a muchos actos públicos y privados, con variantes únicamente en los detalles del procedimiento.

Algunos tratadistas que disertan sobre motivos religiosos de los araucanos, han querido ver una casta sacerdotal en los curanderos y adivinos de la raza93. Tal apreciación carece de valor positivo.

La institución del sacerdocio trae aparejados los componentes que siguen: templos en que se verifica el programa ritual, dogmas que interpretan los sacerdotes y los sacramentos o las formas múltiples del culto.

Nada de estos caracteres instituidos en las religiones monoteístas había entre los araucanos: ni templos ni sitios al aire libre para reuniones en fechas indeterminadas del año, ni dogmas sino mitos, ni actos de comunicación con la divinidad, como la adoración, la oración y otros, sino fórmulas mágicas o de encantamiento. En las religiones con sacerdocio se evoca la presencia de la divinidad mentalmente; entre los indígenas lo hace materialmente el adivino.

El sacerdocio implica un culto hacia una divinidad, y los araucanos sólo tuvieron el especial de los antepasados, que generó con el tiempo el de un poder supremo: de pillan o ngenechen o ngenemapu, señor del mundo y de los hombres.

Hubo, pues, hechiceros, adivinos y curanderos, todos agentes mágicos que tenían nombres y funciones diferentes, pero no con las que se reconcentran en los sacerdotes de religiones superiores y definitivamente constituidas.

No es efectivo tampoco que los jefes de las comunidades y en menor escala los de la familias, al menos en los últimos tiempos, hayan ejercido las funciones de sacerdotes, ni que hayan delegado el papel de tales en otros individuos, como en los que intervienen secundariamente en las ceremonias clásicas de la curación de enfermedades y en las rogativas. Estos interrogadores de las machis, cuando éstas caen en éxtasis, son sujetos del lugar o deudos de las videntes, que no han recibido mandato de ningún cacique para intervenir en esos espectáculos ceremoniales94.