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El reino animal [El día que habló la carpa]

Sergio Ramírez





¿Sabe usted lo que es gentil? No, nada tiene que ver eso con buenos modales ni pase usted señorita, ladies first, gentil quiere decir el que no es judío, tan simple como eso. ¿Y un alien? Un alien es un extranjero de mierda, un candidato a indeseable si descubren que no tenes tus papeles en la bolsa. ¿Y la migra? La migra es la migra que te busca como aguja en un pajar para ponerte las chachas y deportarte. ¿Un deportado? Ni falta hace que lo explique, un deportado aquí lo tienen de cuerpo presente, a sus muy gratas órdenes. Me das entonces mi cerveza, mi reina, de las del fondo de la hielera, porfa.

¿Y kosher? Cuando los alimentos que los judíos se van a comer son aprobados por el respectivo rabino, esos son alimentos kosher, que el pollo haya sido colgado de cabeza hasta quedar bien desangrado, blanco como el papel, y si pusiste juntos en la refrigeradora la leche con la carne, te jodiste, según esas leyes carne y leche quedan contaminadas, y nada de cerdo, cero, no pueden verlo al cerdo ni en pintura, a la pescadería de que les voy a hablar llegaba semanalmente el rabino Abraham Spitz, que olía de lejos a cuero mojado y a saliva en conserva, a inspeccionar que todo fuera kosher, de acuerdo con la ley sagrada.

¿Y el Purim? El Purim es el carnaval de ellos, con esto ya voy terminando mi lista, me pasa la sal, por favor, no sé, toda la vida le he puesto sal a la cerveza, costumbres, qué se va a hacer, sólo las vacas tragan sal, decía mi santa madre que de Dios goce, si uno hiciera caso. En el Purim lo que celebran es que la reina Esther salvó de una degollina a los judíos que vivían en Persia, donde reinaba su poderoso marido Asuero, calculen lo poderoso que sería ese rey que sus dominios iban desde la India hasta Etiopía, si me prestaran un mapamundi les daría una idea, claro, quién piensa en mapas en una cantina, es verdad, ni que fuera escuela, pero bueno, todos los platos y las copas en el palacio de Asuero eran de oro macizo, su bacinilla, lo mismo, con eso vayan haciéndose una idea de su grandeza.

Pasó entonces que un tal Asán, que era como el jefe de la policía secreta de Persia, le había cogido ojeriza a los judíos, y quería hacer una degollina con todos ellos, pero viene y se da cuenta Mardoqueo, el rabino encargado de controlar que no se comiera cerdo y se desangraran bien los pollos, y, sofocado, corre a contarle a la reina Esther lo que se tramaba, había recogido a Esther siendo ella huerfanita, la había criado, por eso la confianza, entonces, en su desesperación, cogió valor Esther y se fue a buscar al rey, no era tan fácil, ella en su harén y Asuero aparte, así era la costumbre dichosa, el rey llegaba una noche y escogía a la que quería del harén, a la reina sólo la escogía ciertas noches pero ella debía conformarse, y para poder verlo en el día necesitaba pedir audiencia, la hizo pasar a donde estaba él en su trono, y lo primero que hizo fue caer de rodillas y revelarle entre llantos su secreto, el secreto de que era judía, y después le pidió que detuviera la mano de aquel Asán carnicero, que se lo suplicaba en vista del amor que él le tenía, y que si no le tenía ningún amor entonces quería ser la primera en ser sacrificada, y le entregó un cuchillo para que la degollara inmediatamente, pero el rey, cómo se te ocurre, Esther, cómo se te cruza semejante iniquidad por la cabeza, jamás tocaría una hebra de tu cabello, y los de tu raza que se estén tranquilos, pasan primero sobre mi cadáver, y decide tú lo que bien quieras hacer, y diciendo esto le entregó el cetro real, lo que significaba que ella, por tener el cetro en la mano, podía dar las órdenes que se le antojaran, y ordenó, pues, que agarraran preso a Asán, que lo ahorcaran junto con todos sus secuaces, y que allí quedaran colgados los cuerpos en escarmiento, vean qué cojones de mujer, no quisiera yo caer en semejantes manos.

Nada de que me estoy yendo por las ramas, mi estimado, ya van a ver que son necesarias estas explicaciones para llegar a donde quiero llegar. Por la felicidad de que se salvaron esa vez es que inventaron los judíos la fiesta del Purim que dura tres días, todo es entonces charanga y panderetas, salen a las calles disfrazados de lo que se les ocurre, de odaliscas los hombres, de mandarines chinos las mujeres, andan lobos a montón, corderos, pastoras, el muñeco asesino Chucky, el gato Garfield, docenas de pato Donald, van máscaras de Bush, va también Clinton, está permitido el licor, hagan de cuenta la procesión de San Jerónimo doctor aquí en Masaya, sólo que, claro, allá se ven los reales, los disfraces son lujosos, los licores finos, y en los brindis en las calles el gusto es echar pestes contra Asán, igualito que para nosotros Judas Iscariote colgado en efigie de la rama más alta el Sábado de Gloria, hasta comen los niños unos dulces de mazapán en forma de oreja, llamados «orejas de Asán», y bueno, gracias por la paciencia, con paciencia y saliva, decía mi abuelita, un elefante se la metió a una hormiga, aquí llegamos por fin a la ansiada meta, fue en uno de esos días de jolgorio del Purim cuando me habló la carpa. ¿Carpa? Carpa es un pescado de los que están autorizados como alimento puro por los rabinos, no ninguna carpa de circo, un pescado grande como un mero, imagínense un mero. No sé si quieren que siga. Otra bichita entonces, siempre de las de abajo, corazón, please.

La carpa, distinguidos, no me habló sólo a mí, le habló también al dueño de la pescadería, mi patrón, que él sí era judío, un judío jasídico llamado Zelman Rosen, su familia había llegado de Lituania, país que queda por la puta grande, esa pescadería, The Happy Bait, está en el Fish Market de New Square, Estado de Nueva York, ya quisiera tener otro mapa para explicarles el sitio, acérquense y véanlo aquí al hombre en esta foto del periódico, el que está al lado de él es su seguro servidor, hombre de buen genio Zelman Rosen, y buen corazón, me había empleado sin papeles pero pagándome lo justo, no como otros que simplemente dicen «aceptas esta migaja de salario, you fucking bastard, o te denuncio a la migra». ¿Jasídico? No quiero enredarlos, mejor les traduzco más o menos lo que explica este otro periódico, jasídicos son los que creen que a Dios se le sirve mejor con la alegría, cantar, bailar, beber licor, coger a diestra y siniestra, nada de oraciones, ayunos, penitencias y esos mates, por eso Zelman Rosen caminaba siempre con un bailadito de hombros jacarandoso, pero allí en New Square domina otra secta, aquí está escrito también, gente que no entiende de bailes ni diversiones los de esa secta, enemigos del alcohol, no se apean el color negro, van siempre de sombrero, usan unos sacos hasta la rodilla hechos de tela de paraguas y les llegan al suelo las barbas, y no sólo eso, cogen con disgusto, por obligación, nada más con sus esposas, muy enemigos mortales de los jasídicos, no pueden ni verse.

Muy bien, amigo, no me atraso, voy al asunto de la carpa, pero me hace falta otra cervatana, mil gracias, no se aflijan, yo sé beber, mi regla es la moderación. Fue un 28 de enero, el termómetro bajo cero, no terminaba de amanecer, noches largas esas, la nevada necia como si alguien hubiera roto una almohada de plumas, entré a la pescadería con mi propia llave, un empleado de toda confianza, todavía echando una nube de vapor por la boca me quité el anorak para colgarlo en el perchero, ¿anorak?, una chaqueta de caperuza, muy bien acolchada, y oí llegar desde la oficina el alegre canturreo de Zelman Rosen, ocupado en consultar facturas que sumaba en una calculadora de las antiguas, de esas con rodillo de papel, is it you, Louis?, me preguntó sin voltearse, llegaba siempre antes que yo, si yo me levantaba a las tres de la mañana para coger el bus, saquen cuenta a qué horas se levantaba él, ¿conocen algún judío que no sea perro al trabajo?, alegre y todo lo que quieran, pero comedido para gastar, su escritorio metálico, que ocupaba más de la mitad de la oficina, lo había comprado de tercera mano en un calachero, buen padre, buen esposo, debajo del vidrio tenía las fotos de sus once hijos, porque además de cantar y bailar, los jasídicos deben contentar a la mujer, ya les dije, así manda la ley del rabino Baal Shem Tov, fundador de la secta de los jasídicos.

Qué bueno que has llegado temprano, acaban de traer el pescado fresco, me dijo, sin alzar la mirada de sus papeles, y como estaba de espaldas enseñaba la coronilla, igual a la tonsura de un cura porque empezaba a quedarse calvo, palabras de más las de Zelman Rosen, yo llegaba siempre temprano, dejaba el radio despertador sintonizado en Onda Quisqueyana, que me despertaba con merengues religiosos, sí, merengues que en lugar de decir la letra ven pacá mi negra santa, dice aleluya el nombre del Señor, a esa hora transmiten un programa de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y ya después, mientras me iba vistiendo, venían los comentarios deportivos, cada vez que en un juego Sammy Sosa no bateaba ningún jonrón los locutores dominicanos se quejaban con voz lloricona como si estuvieran de luto por su madre, entonces los dejaba con su duelo y bajaba a la esquina para agarrar el bus que empieza la ruta en la estación anterior, Trinity Place, y por tanto va casi siempre vacío cuando llega a Mellow Street, que era mi parada, un bus iluminado como para dar una fiesta adentro, no, ya no me atraso más, shit, ahora sí reconozco que me estoy desperdigando.

Esa noche iba a celebrarse la cena del Purim, en la que ellos comen arvejas y habas fritas, o sea, frijoles, pero no puede faltar el gefilte-fish. ¿Gefilte-fish? Son unas albóndigas de pescado molido, con cebolla y pimienta, que quedan perfectas si se hacen de carpa, porque la carpa tiene la carne grasosa y así se exige que sean las albóndigas, mantecudas, y como la puerta de la pescadería no se iba a abrir sino hasta las siete, allí me tienen, saqué del depósito de los pescados frescos una hermosa carpa de veinte libras según el peso que dio en la balanza, y la puse sobre la mesa urdiendo mientras tanto esas divagaciones que la mente inventa si uno no tiene compañía, siento mucho doña carpa, pero el destino es así, y esto de terminar hecha albóndigas ya lo traía usted escrito en la frente, primero voy a tener que ejecutarla de un solo golpe en la cabeza con ese mazo de madera que está a su derecha, sorry, my dear, que no haya capucha para taparla como se hace en las ejecuciones legales, después voy a cortársela con el cuchillo descabezador, ese que ve allí entre los demás en su lugar en la pared, y que parece hacha, pero de eso no se preocupe porque nada va ya a sentir, habrá usted abandonado este valle de lágrimas, luego voy a quitarle las escamas con el raspador, y después a cortarla toda en filetes con ese otro cuchillo, el más grande y filoso colocado entre el descabezador y el raspador, y por fin voy a molerla en el molino de mano, porque los molinos eléctricos son impuros, espérense, ya voy llegando a lo inesperado pero mi galillo está seco, otra de las frías, entonces, no me vaya a decir, amigo, que le estoy saliendo caro.

Amárrense los cinturones que aquí viene. La carpa me dejó con el mazo en alto porque abrió la boca, como si bostezara, y empezó a gritar palabras en un idioma enrevesado que sólo después supe por Zelman Rosen que era hebreo antiguo, pero tampoco es que me haya entretenido en buscar cómo entender lo que me estaba diciendo, lo que se me ocurrió de pronto fue empezar a gritar yo también: ¡el diablo!, ¡el diablo!, ¡me lleva el diablo!, y salí en carrera buscando la puerta de la calle, pero tropecé con una caja de pargos congelados, me golpeé la cabeza contra uno de los mostradores al caer, y perdí el conocimiento.

Lo que pasó entonces es asunto que publicaron los periódicos, aquí están las declaraciones de Zelman Rosen, salió de la oficina, y antes de poder preguntar qué ocurría se quedó sin habla porque oyó a la carpa gritar: «Tzaruch shemirah!», que significa: «¡Prepárense, pecadores, porque el fin está cerca!», seguramente lo mismo que me había dicho a mí, y también le ordenó dejarse de bailes, cantos, libaciones, fornicaciones y demás jolgorios, y dedicarse más bien a rezar y a estudiar la Torah, que es como la Biblia de ellos, y entonces Zelman Rosen, trastornado, agarró el cuchillo descabezador abandonado por mí sobre la mesa y quiso clavárselo a la carpa, pero antes de poder hacerlo se hirió la mano, y en eso fue que yo desperté, saqué valor, volví a agarrar el mazo, y le di un golpe mortal en la cabeza a la hablantina que por fin se calló, y después que le había ayudado a Zelman Rosen a limpiar la herida y a vendarle la mano, me dijo: Louis, la vida sigue, ¿no es así?, mensaje claro, la carpa iba a empezar a venderse normalmente a la clientela cuando abriéramos la puerta, convertida en albóndigas.

Entró la primera dienta de la mañana, la propia mujer del rabino Abraham Spitz, al contrario de su marido, mujer lenguaraz, me ponía párrafo cada vez que llegaba por su pescado, y yo, de manera inocente le digo, bajando la voz: Frau Spitz, no se imagina lo que nos ha pasado, le echo el rollo, y ella, siempre tan parlanchina, cero palabra, cogió su envoltorio de gefilte-fish, pagó, y salió sin despedirse, aquí va a haber clavo, dije yo, y en efecto, no habían pasado ni diez minutos cuando estaba de vuelta trayendo a su marido el rabino, jefe de la otra secta, solemne con su gabán negro y su sombrero de fieltro, vamos a ver, repítame por favor, y yo, ya con algo de miedo, se lo repetí, pasó entonces con su esposa a la oficina, y luego salieron al rato los tres, Zelman Rosen más pálido que los pollos kosher desangrados, se fue el rabino con Frau Spitz, y Zelman Rosen me dice: qué has hecho, nunca hablamos de que era un secreto, dije yo, recemos cada uno a su Dios que no nos cueste caro, dijo, lo más barato será que quedemos en ridículo, y no tuvo tiempo ya de regresar a su oficina, entraban clientes en tumulto y querían saber lo que había dicho la carpa, después otros que ni eran clientes, y antes del mediodía los periodistas y los camarógrafos de televisión habían invadido la pescadería, pedían entrevistas conmigo y con Zelman Rosen, nos entrevistaron a su gusto, y luego anduvieron preguntando a la gente sus opiniones sobre el suceso, no había quien no hablara, se quedó corta la carpa, un alboroto de la gran madre, y para que vean cómo son los gringos que a todo le sacan jugo, una compañía que vende gefilte-fish enlatado empezó esa misma tarde con este eslogan en la tele: «Nuestros pescados hablan por sí mismos». Nadie puede hablar a garganta seca, creo que me voy a tomar la última, si no es molestia.

Aquí está, por ejemplo, en este recorte, Samuel El-kin, un cliente fijo de la pescadería, según su entender se trataba de una visitación mística, Dios se había revelado en forma de pescado para prevenir de los peligros de la guerra en Irak iniciada por un cristiano renacido que era el presidente Bush, y un gentil de la rama local de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, Peter Tromble, esa misma a la que pertenece Tom Cruise, aquí está también, dijo que la carpa había hablado para anunciar al mundo que debe estar sobre aviso para la segunda venida de Cristo, la guerra en Irak era sólo la primera salva en la batalla de Armagedón, y no podían faltar los enemigos de los jasídicos, había que convertir el Purim en un acto piadoso, nada de francachelas, no sé si me van siguiendo como se debe, y otros nos trataron de exhibicionistas, que todo era una patraña copiada de un episodio de Los Soprano donde hay un pescado que habla, ni idea tenía yo.

A la madrugada del día siguiente, apenas me sintió entrar, Zelman Rosen vino a mi encuentro y me dijo que había pasado toda la noche meditando, no era posible que dos personas alucinaran al mismo tiempo, yo vi lo que vi y oí lo que oí, digan lo que digan, y además estoy convencido de que fuiste escogido para ser el primero en escuchar el mensaje precisamente porque no eres judío, y yo, me río, mal mensajero buscaron entonces, Mister Rosen, porque no entendí una sola palabra, y después de reírme me puse serio, lo que yo como católico sigo creyendo, le dije, es que quien habló es el diablo en persona metido dentro del pescado, y este lugar hay que rociarlo con agua bendita, no hizo caso, pero estaba en mi deber advertírselo.

Me iba haciendo famoso, me señalaban, me paraban en la calle, una foto, un autógrafo, no hay como la televisión para que conozcan tu cara. Y el último día del Purim, que es cuando sale a las calles el carnaval, voy a subirme al bus en mi esquina de siempre, ya puesto mi disfraz de oso polar, sólo que la cabeza la llevaba en la mano, ¿qué andaba haciendo en ese carnaval si no era yo de la fe de los judíos?, dirán ustedes, de acuerdo, pero Zelman Rosen me había pedido ser parte de la comparsa familiar, con su mujer y sus once hijos, él de cazador esquimal, la esposa y los hijos la familia del cazador esquimal, yo el oso polar, iba a subirme, pues, al bus, cuando en eso siento que me agarran del hombro, me vuelvo ya con la sonrisa puesta en la cara, otro admirador, pensé, pero qué, la migra en persona, tres agentes, sir, sus papeles, please, nacaradas conchas, nada de papeles, quítese el disfraz, me ordenan, no puedo, ¿por qué no puede?, debajo sólo ando en calzoncillos, y allá va el oso misterioso por la acera, esposado, you are quite famous, me dijo uno de los agentes, si no ha sido por la carpa que habla, jamás damos contigo, what business can have a fish with an alien, dijo el otro. Sí, pensé, ¿qué jodido tenía aquel pescado que meterse conmigo? Me van a ofrecer la última, ¿verdad?





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