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Acto quinto

Triboulet

Escena primera

TRIBOULET

Avanza lentamente por el foro embozado en la capa. Ha cesado la lluvia y va alejándose la tempestad. De vez en cuando relampaguea y truena.

     Por fin voy a vengarme; quizá me habré vengado ya. Pronto hará un mes que espero y que espío, representando mi papel de bufón, devorando mi rabia interior y llorando lágrimas de sangre detrás de mi máscara burlona. Ésta es la puerta..., por aquí lo deben sacar..., pero aún no debe ser hora. (Truena.) Noche es ésta horrible, y horrible misterio el que oculta una tempestad en el cielo y un asesinato en la tierra; ¡mi cólera esta noche relampaguea como la de Dios!... Inmolo a un rey, del que dependen veinte reyes, un rey que mantiene el peso del mundo entero, y que se conmoverá en cuanto el rey no exista. Cuando prive a Europa del equilibrio, cuando eche al río el cadáver del rey, la Europa se desquiciará. Si Dios mañana preguntase a la tierra: «¿Qué volcán acaba de abrir el cráter? ¿Quién agita al cristiano y al turco? ¿A Clemente, a Doria, a Carlos V y a Solimán? ¿Qué César, qué guerrero, qué apóstol mueve las naciones a la lucha?» La tierra contestaría: «¡Triboulet!» La venganza de un loco va a hacer oscilar al mundo.

Pausa. Dan las doce en un reloj lejano.

     ¡Las doce!

Corre a la puerta y llama.

     UNA VOZ. (Dentro.) -¿Quién es?

     TRIBOULET. -Yo.

     LA VOZ. -Bien.

Ábrese el tablero de bajo de la puerta.

     TRIBOULET. -Vamos pronto.

     LA VOZ. -No entréis.

SALTABADIL sale arrastrándose por la abertura inferior de la puerta, y por ella arrastra algo pesado y metido en un saco, que apenas se distingue en la oscuridad.



Escena II

TRIBOULET y SALTABADIL

     SALTABADIL. -Pesa mucho. Ayudadme.

TRIBOULET, agitado por alegría convulsiva, le ayuda a llevar el saco, que al parecer contiene un cadáver.

     Vuestro enemigo está metido en el saco.

     TRIBOULET. -¡Quiero verlo! ¡Traed una luz!

     SALTABADIL. -Eso no.

     TRIBOULET. -¿Temes que alguien nos vea?

     SALTABADIL-Los arqueros y los vigilantes nocturnos: ya estamos haciendo bastante ruido.... vengan los diez escudos.

     TRIBOULET. -Toma. (Entregándole un bolsillo.) La venganza tiene momentos de verdadera fruición.

     SALTABADIL. -¿Queréis que os ayude a arrojarlo al Sena?      TRIBOULET. -No; para eso no necesito ayuda.

     SALTABADIL. -Pero entre los dos lo haríamos más pronto.      TRIBOULET. -El enemigo muerto que se lleva arrastrando pesa poco.

     SALTABADIL. -¡Como queráis! Despachad pronto y buenas noches.

Entra y cierra la puerta.



Escena III

TRIBOULET contemplando fijamente el saco

     Aquí está!... Muerto. Quisiera verlo; pero es igual; lo reconozco al través del saco, al ver sus espuelas que atraviesan la lona. (Se endereza y pone el pie encima del saco.) Ahora puedo decir al mundo: Yo soy un bufón y éste es un rey; míralo a mis pies; un saco le sirve de sudario y el Sena le servirá de sepulcro. ¿Quién ha conseguido esta victoria? Yo, yo solo. ¡Pobre hija mía, ya está vengada! Tenía sed de derramar su sangre.(Inclinándose sobre el cadáver.) ¡Eres un malvado que me robaste mi hija, que valía más que tu corona y que no había hecho daño a nadie! No te agradezco que me la devolvieras, porque la trajiste a mis brazos deshonrada. Ahora, en cambio, rey de la crápula, soy yo el que te venga, ahora soy yo el que se ríe. Aparenté olvidarlo todo, y creías que no recordaba nada; pero en la lucha que provocaste entre el débil y el fuerte, el vencedor ha sido el débil, y el que te lamía los pies es ahora el que te roe el corazón. ¡Cómo gozaría yo si él pudiera oír lo que le digo! (Inclinándose hacia el saco.) ¿Me oyes? ¡Te aborrezco! Prueba a ver si en la profundidad del río donde te vas a hundir encuentras alguna corriente que te arrastre hasta tu palacio. ¡Rey Francisco, al agua!

Tira del saco por un extremo y lo arrastra hasta la orilla del agua. Al dejarlo en el parapeto se entreabre la puerta baja de la casa. MAGDALENA, con precaución, mira a su alrededor; después vuelve a entrar en la casa y reaparece en seguida con el REY, al que indica por señas que no hay nadie en la playa y que puede marcharse. MAGDALENA vuelve a cerrar la puerta y el REY atraviesa la playa en la dirección que ésta le indicó. En este instante TRIBOULET se dispone a arrojar el saco al Sena.

     TRIBOULET. -Al agua.

     REY. (Cantando por el foro.)

                       «La mujer es movible
cual pluma al viento...»

     TRIBOULET. (Estremeciéndose.) -¡Cielos! ¡Esa voz!

Escucha y se espanta. El REY ha desaparecido, pero se le oye cantar a lo lejos.

     REY. (Cantando.)

                       «¡Ay del que en ella fija
su pensamiento!...»

     TRIBOULET. -¡Maldición! ¡No es él el cadáver que encierra el saco! ¡Alguien le protegió y se escapa! ¡Me ha engañado ese bandido! ¿A qué inocente habrá asesinado por él?

Desgarra el lienzo con el puñal y mira con ansiedad.

     ¡Esta horrible oscuridad me impide ver! ¡Esperaré la luz de un relámpago!

Queda un instante con la vista fija en el saco entreabierto.



Escena IV

TRIBOULET y BLANCA

     TRIBOULET. (Brilla un relámpago y retrocede.) -¡Mi hija! ¡Condenación! ¡Es mi hija! ¡Tengo la mano manchada con la sangre caliente de mi hija! ¡Esto es una visión aterradora, un prodigio horrible; esto no puede ser, esto es imposible! Blanca debe encontrarse a estas horas en Evreux.

Cae de rodillas cerca del cuerpo de su hija, y un segundo relámpago se la hace reconocer.

     ¡Es ella! No puedo dudarlo; ¡es ella! ¡La han asesinado esos bandidos!

     BLANCA. (Reanimándose al oír los gritos de su padre y entreabriendo los ojos con desfallecimiento.) -¿Quién me llama?

     TRIBOULET. -¡Habla! ¡Se mueve! ¡Aún late su corazón! ¡Vive aún, Dios mío!

     BLANCA. (Incorporándose un poco.) -¿Dónde estoy?

     TRIBOULET. (Abrazándola.) -Hija mía, mi único bien en la tierra, ¿reconoces mi voz? ¿Me oyes?

     BLANCA. -¡Padre mío!

     TRIBOULET. -¿Qué te han hecho? ¿Has sido víctima de algún misterio infernal? Temo hacerte daño si te toco; ¿estás herida?

     BLANCA. -El puñal indudablemente me ha tocado en el corazón.... porque allí lo he sentido.

     TRIBOULET. -¿Quién te ha dado esa puñalada cruel?

     BLANCA. -Yo sola tengo la culpa..., os he engañado..., le adoraba... y muero... por él.

     TRIBOULET. -¡Has caído en las redes de mi propia venganza! ¡Eso es que Dios me castiga! ¿Cómo ha sido eso? Dímelo, hija mía.

     BLANCA. (Moribunda.) -No me hagáis hablar...

     TRIBOULET. (Besándola.) -Perdóname.... ¡pero perderte sin saber cómo! ¡Oh, tu cabeza se desploma!...

     BLANCA. -¡Me ahogo!

     TRIBOULET. (Levantándola con angustia.) -Blanca, hija mía, no te mueras. (Gritando con desesperación.) ¡Socorro! ¡Socorro! ¡No hay nadie aquí y van a dejar que se muera de este modo mi hija!... ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Esa casa es una tumba!

BLANCA agoniza.

     ¡Oh, no te mueras, hija mía! Si tú me faltas, nada me queda ya en el mundo.

     BLANCA. -¡Oh!

     TRIBOULET. -Quizá mi brazo te está lastimando; déjame mudar de postura. ¿Estás así mejor? Procura respirar hasta que venga alguien a asistirnos... ¡Nadie nos socorre!

     BLANCA. (Con voz extinguida.) -Padre mío, perdonadle... ¡Adiós!

Le cae la cabeza sobre el pecho.

     TRIBOULET. (Mesándose los cabellos.) -¡Está expirando! (Corre a la campana y la sacude con furor.) ¡Socorro! ¡Asesinos! ¡Fuego! (Volviendo hacia donde está BLANCA.) Procura, hija mía, pronunciar una palabra, una sola; háblame, por piedad. ¡Dios mío, no he de volver ya a oír su voz!

Van acudiendo gentes del pueblo con hachas encendidas.

     El Señor no tuvo piedad de mí cuando me concedió la felicidad de poseerte; ¿por qué no te arrebató de la vida antes de darme a conocer la belleza de tu alma? ¿Por qué en la niñez no te llevó al cielo para que acompañases a los otros ángeles? ¡Hija mía!



Escena V

Dichos, hombres y mujeres del pueblo

     UNA MUJER. -Su dolor me llega al alma.

     TRIBOULET. (Volviéndose.) -¿Ahora venís? ¡A buen tiempo llegáis!

Agarra del cuello a un carretero que lleva la fusta en la mano.

     ¿Debes tener carro y caballos?

     EL CARRETERO. -Sí. (¡Está furioso!)

     TRIBOULET. -Pues bien; cógeme la cabeza y ponla debajo de las ruedas. (Volviéndose hacia BLANCA.) ¡Hija mía!

     HOMBRE. -Este asesinato desespera a un padre infeliz; separémoslos.

Quieren separar a TRIBOULET de su hija; éste se resiste.

     TRIBOULET. -No os empeñéis; quiero quedarme aquí; quiero verla. No os he hecho ningún daño para que queráis quitármela; no os conozco. (A una mujer.) Señora, vos que sois buena, tan buena que lloráis conmigo, decidles que no me separen de mi hija.

Intercede la mujer y TRIBOULET vuelve al lado de BLANCA, cayendo de rodillas ante el cadáver.

     ¡De rodillas, de rodillas, miserable, y muere a su lado!

     MUJER. -Tranquilizaos, buen hombre; si gritáis tanto, os echarán de aquí.

     TRIBOULET. -No, no, dejadme. (Cogiendo a BLANCA en sus brazos.) Creo que respira aún y que me necesita. Id en seguida a pedir socorro en la ciudad; dejadla en mis brazos y yo me quedaré tranquilo. Pero no; está muerta: ¡tan hermosa y muerta! No, no. Dadme algo para secar su frente... Sus labios aún están sonrosados... Cuando era pequeña era rubia, y la tenía yo en brazos como ahora; y cuando se despertaba era un ángel... Yo no le parecía repugnante y se sonreía mirándome con sus ojos divinos, mientras yo le besaba las dos manos. No está muerta, está durmiendo y pronto la veréis abrir los ojos. Ya estáis viendo que hablo con mucho juicio, que estoy tranquilo, que no ofendo a nadie; y ya que no hago nada de lo que me prohibís, bien podéis dejar que contemple a mi hija. No tiene ni una arruga en la frente. Ya he conseguido calentar sus manos entre las mías. Venid aquí, tocádselas y os convenceréis.

Entra un MÉDICO.

     MUJER. -Ahí tenéis a un cirujano.

     TRIBOULET. (Al MÉDICO, que se acerca.) -Venid, examinadla, que yo no lo impediré. ¿Verdad que no está más que desmayada?

     EL MÉDICO. (Reconociendo a BLANCA.) -Está muerta.

     TRIBOULET. -¡Muerta!

     MÉDICO. -Tiene en el costado izquierdo una herida muy profunda, y la sangre la ha muerto, ahogándola.

     TRIBOULET. (Con desesperación.) -¡He matado a mi hija! ¡He matado a mi hija!

Cae al suelo sin sentido.



FIN DE El Rey se divierte

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