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El ricachón en la corte ; El enfermo de aprensión

Alberti, José Ignacio de (trad.)




Molière

Juan Bautista Poquelin, universalmente conocido por Molière, nació en París en 1622 y murió en la misma ciudad el año 1673. Después de hacer sus primeros estudios con los jesuitas, heredó de su padre el cargo de tapicero y ayuda de cámara del rey Luis XIII. Sin abandonar este cargo, comienza a cultivar su afición por el teatro, y constituye la compañía «El Ilustre Teatro», con la que recorrió casi toda Francia y terminó en un fracaso. De nuevo en París, consigue la protección del Rey y cambia el nombre de su compañía por el de «Troupe de Monsieur», que había de ser con el tiempo «La Comedia Francesa». Escribió numerosísimas comedias, y a pesar de haber imitado más que ningún otro, tomando argumentos de todas partes, resulta originalísimo en la creación de caracteres de una sencilla y profunda psicología. El ricachón en la corte, uno de los mejores éxitos de Molière, fue estrenada en 1670; El enfermo de aprensión, en 1673. También hemos publicado en Colección Austral otras dos obras excepcionales de Molière: Tartufo y Don Juan o El convidado de piedra.



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El ricachón en la corte

Molière



El título de esta obra de Molière -Le bourgeois gentilhomme-, traducido literalmente, no expresaría su verdadero significado. La acepción de los vocablos no es la misma en uno y otro idioma: bourgeois, en el sentido que lo emplea Molière, quiere decir plebeyo; gentilhomme equivale a noble. He aquí por qué, buscando un título castellano que se adapte al espíritu de la obra, la titulamos El ricachón en la corte.

Le bourgeois gentilhomme, comedia bailable, con música de Lully, se representó por primera vez el 14 de octubre de 1670, en Chambord, y en París el 29 de noviembre del mismo año.

El asunto de la comedia es el ricachón que, pretendiendo pasar por noble y figurar en la corte, remeda las maneras de los cortesanos. Según crónicas de la época, fue un tal Gaudorcin, un sombrerero millonario, popularísimo en París por sus excentricidades y su prodigalidad, quien sugirió a Molière el tipo de Jourdain.

La primera representación de Le bourgeois, en París, fue un desastre. El Rey no hizo el menor comentario, y los palaciegos, interpretando este silencio como señal de desagrado, declararon unánimemente que la obra era un disparate; Molière, confundido por el fracaso, no se atrevió a presentarse ante el Rey. Cual no sería la sorpresa de todos cuando, al final de la segunda representación, Luis XIV hizo llamar al poeta, dirigiéndole estas palabras: «No os dije nada de la obra el día de la primera representación porque tenía el temor de que pudiera ser lo perfecto de la interpretación lo que me hubiese seducido; ahora he visto que no. Creo que la comedia es excelente y no recuerdo ninguna otra que me haya hecho reír tanto».

A partir de este día la obra obtuvo en París un éxito ruidoso. Cada uno creía reconocer en Jourdain el retrato de su vecino, de su amigo, de su pariente; el personaje tiene tal realidad que por todas partes le encontramos y no hay nadie que no le conozca.

Dentro de la preceptiva dramática, puede decirse que los tres primeros actos son de comedia, mientras que el cuarto y quinto degeneran en farsa. La acción propiamente dicha no comienza hasta el tercer acto; pero, en el conjunto, en la armonía total de la obra, desde la primera escena, todo cuanto rodeó al personaje central de la comedia sirve para avalorarlo y agrandar su figura: la mujer, la criada, los maestros, el gran señor, su amigo, deudor y confidente; la dama de quien está enamorado, y hasta la misma farsa de los actos cuarto y quinto, son de un arte teatral extraordinario. Le bourgeois ha servido de pasta para construir cientos de obras.

La derivación de la comedia en los dos últimos actos, según se cuenta, fue una imposición de Luis XIV. El Rey expresó a Molière su deseo de que salieran los turcos a escena, para vengarse del desdén displicente con que el embajador de la Sublime Puerta había juzgado a la corte de Francia.

Aunque en el reparto no se le cite, una anécdota hace suponer que el célebre Lully tomara parte en las representaciones de Le bourgeois haciendo el papel de Maestro de música.

El compositor florentino había comprado una plaza en la secretaría del Rey, y al pretender posesionarse de ella, los cortesanos que desempeñaban el mismo empleo se negaron a recibirle, alegando que jamás compartirían el cargo con un farsante.

Lully aseguró que nunca había sido cómico, y que sólo tres veces había pisado las tablas para representar un personaje de Le bourgeois ante el Rey. Los cortesanos se mantuvieron firmes en su actitud, y Lully fue a ver al Ministro, el cual, enterado de lo que ocurrió, dio la razón a los secretarios. «¡Cómo! -le respondió Lully-. Si el Rey os ordena bailar, por muy Ministro que seáis, ¿os negaréis a obedecerle?...». De tal peso le debió de parecer al magistrado esta argumentación de Lully, que, en el acto, fulminó un decreto que nadie se atrevió a desacatar.

Le bourgeois gentilhomme se ha representado en todos los grandes teatros de Europa, y en Francia sigue representándose aún tal y como se estrenó en 1670. En el siglo XVIII se hizo una adaptación castellana, que se representó en algunos teatros, pero suprimiendo los intermedios, canciones y bailables.



PERSONAJES
 
ACTORES
 
JOURDAIN. Molière.
MADAMA JOURDAIN. Hubert.
LUCILA. Mlle. Molière.
CLEONTE. La Grange.
DORIMENA. Mlle. De Brie.
DORANTE. La Thorillière.
NICOLASA. Mlle. Bauval.
MAESTRO DE ARMAS. De Brie.
FILÓSOFO. Du Croisy.
COVIELLE.
MAESTRO DE MÚSICA.
MAESTRO DE BAILE.
DISCÍPULO.
MAESTRO SASTRE.
OFICIAL.
Dos criados.
 

La acción, en París, en casa de M. Jourdain.

 




ArribaAbajoActo I

 

Una sala con muchos instrumentos de música. El DISCÍPULO del MAESTRO DE MÚSICA, sentado ante una mesa, está componiendo una serenata que monsieur JOURDAIN ha encargado.

 

Escena I

 

El MAESTRO DE MÚSICA, el MAESTRO DE BAILE, el DISCÍPULO, músicos y bailarines.

 

MAESTRO DE MÚSICA.-   (A los músicos.)  Venid..., entrad en esta sala y aguardad sentados a que llegue.

MAESTRO DE BAILE.-   (A los bailarines.)  Y vosotros también, pero a este otro extremo.

MAESTRO DE MÚSICA.-   (Al DISCÍPULO.)  ¿Está ya eso?

DISCÍPULO.-  Sí.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Veamos... ¡Perfectamente!

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Algo nuevo?

MAESTRO DE MÚSICA.-  Sí. Una serenata que le he mandado hacer aquí mismo, en tanto que nuestro hombre se sacude las sábanas.

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Se puede ver?

MAESTRO DE MÚSICA.-  Ahora, cuando él salga, podréis oírla, con sus recitativos y todo. Poco puede tardar ya.

MAESTRO DE BAILE.-  Nuestras ocupaciones actuales, tanto las vuestras como las mías, no son grano de anís.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Ciertamente. Ambos hemos hallado al hombre que necesitábamos. Monsieur Jourdain, con sus ínfulas de cortesano, que se le han subido a la cabeza, es para nosotros una finca. ¡Lástima que no le imitaran los demás, para bien de vuestras danzas y de mi música!

MAESTRO DE BAILE.-  Según y conforme... Yo estimo que no le estarían de más algunos conocimientos que le permitieran darse cuenta de nuestros trabajos.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Es verdad que no tiene ni idea de ellos, pero los paga bien, y, precisamente, esto es lo que, ante todo, necesitan las artes.

MAESTRO DE BAILE.-  Para mí la gloria es el mejor sustento, y no tengo inconveniente en confesaros que los aplausos me llegan a lo más íntimo. No puede haber mayor suplicio para un artista que el de producir para un público de ignorantes y padecer el juicio estúpido de un imbécil. No me neguéis que se experimenta un placer inefable ejecutando ante personas capaces de sentir la emoción del arte; que saben acoger con agrado las bellezas de una obra, y que, con su lisonjera aprobación, os recompensan de vuestro trabajo... Sí, la retribución más halagüeña que puede recibir el artista es la de verse comprendido, la de sentirse acariciado por el aplauso; nada hay, en mi concepto, que pague mejor nuestras fatigas; nada más exquisito que los elogios del entendido.

MAESTRO DE MÚSICA.-  De acuerdo; y, como vos, yo disfruto igualmente de esas dulzuras. No hay nada, seguramente, que cosquillee nuestro amor propio como el aplauso; pero el incienso no alimenta. Los puros elogios no colocan a un hombre a cubierto de sus necesidades; hay que agregar algo más positivo, y la mejor manera de elogiar es abriendo la mano. Este hombre, en efecto, es muy corto de luces; habla a tontas y a locas y aplaude a destiempo...; pero su dinero rectifica los yerros de su espíritu. Sus bolsillos están llenos de discreción; sus elogios están acuñados. He aquí por qué este ricachón ignorante nos es más útil que el ilustrado señorón que nos introdujo en esta casa.

MAESTRO DE BAILE.-  Hay algo de verdad en lo que acabáis de decir; pero me parece que hacéis demasiado hincapié en lo del dinero. El interés es algo tan mezquino que no merece el apego de un hombre honrado.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Sin embargo, ¿no os embolsáis, complacido, la plata que os da nuestro hombre?

MAESTRO DE BAILE.-  Sin duda; pero no cifro en ello todas mis ambiciones. Desearía que a su fortuna uniera un poco de buen gusto.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Yo también lo desearía; y precisamente en ello estamos y a ese fin se encaminan nuestros esfuerzos. De todos modos, gracias a él podremos darnos a conocer en la corte; él pagará por los demás, y éstos elogiarán por él.

MAESTRO DE BAILE.-  Aquí viene.



Escena II

 

Monsieur JOURDAIN, en bata y gorro de dormir, dos criados, el MAESTRO DE MÚSICA, el MAESTRO DE BAILE, el DISCÍPULO, músicos y bailarines.

 

JOURDAIN.-  ¡Hola, señores! ¿Qué hay?... ¿Vamos a ver esas bufonadas?

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Cómo?... ¿A qué bufonadas os referís?

JOURDAIN.-  ¡Bah!... Pues ¿cómo le llamáis a eso? ¿Prólogo, intermedio o diálogo lírico-bailable?

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Ah!

MAESTRO DE MÚSICA.-  Ved que estamos listos.

JOURDAIN.-  Os he hecho esperar un rato; pero es que hoy he querido vestirme como las personas de calidad, y mi sastre me ha enviado unas medias de seda que creí no llegaría jamás a ponérmelas.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Nuestra obligación es aguardaros.

JOURDAIN.-  Os ruego a ambos que no os marchéis hasta que me hayan traído el traje, para que me lo veáis puesto.

MAESTRO DE BAILE.-  Como os plazca.

JOURDAIN.-  Me veréis bizarramente equipado de pies a cabeza.

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¿Quién lo duda?...

JOURDAIN.-  También me he mandado hacer esta bata.

MAESTRO DE BAILE.-  Que es preciosa.

JOURDAIN.-  Me ha dicho mi sastre que es la prenda que usan por la mañana las gentes distinguidas.

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Y qué bien os sienta!

JOURDAIN.-  ¡Hola!... ¿Y mis criados?

CRIADO PRIMERO.-  ¿Qué manda el señor?

JOURDAIN.-  ¡Nada!... Es únicamente para ver si estáis siempre alerta.  (A los maestros.)  ¿Qué os parecen estas libreas?

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Magníficas!

JOURDAIN.-   (Entreabriéndose la bata para que le vean los calzones de terciopelo rojo y el justillo de velludo verde que lleva puestos.)  Ved esta ropilla para andar por casa.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Muy elegante.

JOURDAIN.-  ¡Criados!

CRIADO PRIMERO.-  ¡Señor!

JOURDAIN.-  ¿ Y el otro criado?

CRIADO SEGUNDO.-  ¡Señor!

JOURDAIN.-   (Quitándose la bata, que entrega a los criados.)  Tomad.  (A los maestros.)  ¿Estoy bien así?

MAESTRO DE BAILE.-  Muy bien. No cabe mejor.

JOURDAIN.-  Y ahora vamos a ocuparnos de vuestros asuntos.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Primeramente, quisiera haceros oír la serenata que me habéis encargado. Acaba de componerla uno de mis discípulos que tiene un talento extraordinario para estas cosas.

JOURDAIN.-  Sí, pero no se deben encomendar ciertos trabajos a un estudiante. ¿No os bastáis vos para ello?

MAESTRO DE MÚSICA.-  La condición de estudiante no debe llamaros a engaño. Hay discípulos que saben tanto como los más grandes maestros. La misma composición os lo demostrará, porque no puede oírse nada más lindo. Escuchad.

JOURDAIN.-   (A los criados.)  Ponedme la bata, para que pueda oír mejor... ¡Un momento! Creo que estaré mejor sin ella... No, dádmela. Indudablemente estaré mejor con la bata.

MÚSICOS

  (Cantando.) 

   Desde que los rigores
de vuestros lindos ojos me prendieron,
yo sufro, día y noche, un mal extremo;
   si así tratáis, oh Iris,
al que de vuestro amor vive cautivo,
¿qué tormento daréis al enemigo?

JOURDAIN.-  Es una canción un poco lúgubre, soñolienta. Convendría que la remozaseis, alegrándola acá y allá.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Señor, la música tiene que acomodarse al cantable.

JOURDAIN.-  Hace algún tiempo me enseñaron una letra preciosa. Aguardad... La... ¿Cómo decía?

MAESTRO DE BAILE.-  No sé...

JOURDAIN.-  Dentro de la composición hay una oveja.

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Una oveja?

JOURDAIN.-

¡Ah, sí!

 (Cantando.) 

   Yo creía a Juanita
tan dulce como bella;
yo creía a Juanita
más dócil que una oveja.
      ¡Ya, ya!
   Es más cruel mil veces
que el tigre de la selva!

  ¿No es preciosa?

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡La canción más bonita que he oído!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Y la cantáis maravillosamente!

JOURDAIN.-  Pues no he aprendido música.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Debierais aprenderla, como aprendéis el baile. Son las dos artes de más íntima ligazón.

MAESTRO DE BAILE.-  Y que despiertan el espíritu del hombre, disponiéndole a la percepción de lo bello.

JOURDAIN.-  ¿Las gentes distinguidas aprenden solfa?

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Claro está!

JOURDAIN.-  Pues la aprenderé yo también, pero no sé a qué hora, porque apenas dispongo de tiempo. Además del maestro de armas, he tomado un profesor de filosofía, que comenzará sus lecciones hoy mismo.

MAESTRO DE MÚSICA.-  La filosofía... es algo que no está de más; ¡pero la música!...

MAESTRO DE BAILE.-  ¡La música y el baile!... La música y el baile constituyen el fundamento de todo.

MAESTRO DE MÚSICA.-  No hay nada tan útil a un Estado como la música.

MAESTRO DE BAILE.-  Ni nada tan necesario al hombre como el baile.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Un Estado no puede subsistir sin música.

MAESTRO DE BAILE.-  El hombre que no sabe bailar no sirve para nada.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Todas las guerras, todos los desórdenes que se producen en el mundo, tienen como origen la falta de conocimientos musicales.

MAESTRO DE BAILE.-  Todas las desdichas del hombre, todos los funestos descalabros de que está plagada la Historia: los yerros de la política, las faltas de los grandes generales...; todo ello sucede por no saber bailar.

JOURDAIN.-  ¿Y cómo es eso?

MAESTRO DE MÚSICA.-  La guerra, ¿no está originada por la falta de armonía entre los hombres?

JOURDAIN.-  Cierto.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Pues si a todos los hombres se les enseñara la música, ¿no sería éste el medio de acordar el conjunto y de que la paz reinara en todo el universo?

JOURDAIN.-  Tenéis razón.

MAESTRO DE BAILE.-  Cuando un hombre ha cometido una falta, ya en el seno de su familia, en el gobierno del Estado o en el mando de un ejército, ¿no decimos invariablemente: «Fulano ha dado un mal paso»?

JOURDAIN.-  Eso se dice.

MAESTRO DE BAILE.-  Y el dar un paso en falso, ¿puede provenir de otra cosa que de no saber bailar?

JOURDAIN.-  También es cierto, y ambos tenéis razón.

MAESTRO DE BAILE.-  Pues ello os hará ver la excelencia y la utilidad del baile y de la música.

JOURDAIN.-  Ahora comprendo.

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¿Queréis que pasemos a nuestros trabajos?

JOURDAIN.-  Sí.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Como ya os he dicho, se trata de un ensayo en el que se hacen destacar las diversas pasiones que pueden expresarse con la música.

JOURDAIN.-  Muy bien.

MAESTRO DE MÚSICA.-   (A los músicos.)  Vamos..., avanzad.  (A JOURDAIN.)  Imaginemos que visten de pastores.

JOURDAIN.-  ¿Y por qué?... ¿Por qué han de vestir siempre de pastores? Por todas partes no se ven más que pastorcitos.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Para que el personaje musical tenga mayor verosimilitud, conviene colocarlo en un ambiente pastoril. El canto fue en todas las épocas patrimonio de los pastores; y, realmente, no resultaría muy natural que príncipes y plebeyos dialogaran cantando.

JOURDAIN.-  Adelante, adelante. Veamos.

 

(Diálogo musical.)

 
 

(Una cantante y dos cantores.)

 
LA CANTANTE
   Bajo el tiránico influjo
del imperio del amor,
de continuo mil cuidados
agitan el corazón.
Dicen que el enamorado
languidece de placer,
y dulcemente suspira
cuando sueña con su bien;
pero, digan lo que quieran
los esclavos de este afán,
no hay nada tan placentero
como nuestra libertad.

CANTOR PRIMERO
   No existe nada tan dulce
como el ardoroso aliento
que a dos corazones guarda
unidos en un deseo.
No puede existir ventura
sin ansias de amor: el día
que amor desterrado quede,
desterrado habrán la dicha.

CANTOR SEGUNDO
   Sería muy dulce verse
esclavizado a la luz
rigurosa del amor
si en él tuviéramos fe.
Pero dice el desengaño,
con crueldad más rigurosa,
que en parte ninguna existe
la soñada y fiel pastora.
Ese deseo inconstante
e indigno de nuestros días
nos obliga a renunciar
para siempre a toda dicha.

CANTOR PRIMERO
   ¡Amable amor!

LA CANTANTE
¡Bendita
sencillez!

CANTOR SEGUNDO
¡Feliz sexo!

CANTOR PRIMERO
¡Cuán preciada me eres!

LA CANTANTE
¡Cuánto
me agradas!

CANTOR SEGUNDO
El más intenso
de los horrores me causas.

CANTOR PRIMERO
   Para amar es necesario
de los rencores huir.

LA CANTANTE
   Todavía confiados
pudiéramos encontrar
alguna pastora fiel.

CANTOR PRIMERO
   ¿Dónde hallarla?

LA CANTANTE
Nuestra gloria
yo pretendo defender,
ofreciéndote, bien mío,
mi ardoroso corazón.

CANTOR SEGUNDO
   Mas ¿puedo creer, pastora
que no has de serle traidora?

LA CANTANTE
   Amémonos para ver
cuál de los dos sabe amar.

CANTOR SEGUNDO
   Y que los dioses castiguen
al que resulte inconstante.

LOS TRES
   Dejémonos inflamar
por tan plácidos ardores,
que dulce es amar si fieles
se muestran los corazones1.

JOURDAIN.-  ¿Ya se acabó?

MAESTRO DE MÚSICA.-  Sí.

JOURDAIN.-  Está bien combinado el diálogo y hay en él algunas frases bastante bellas.

MAESTRO DE BAILE.-  Por mi parte deseo presentaros un ensayo, en el que podréis apreciar las actitudes y los movimientos más bellos que puedan armonizar un bailable.

JOURDAIN.-  ¿También son pastores?

MAESTRO DE BAILE.-  Son... lo que queráis.  (A los bailarines.)  ¡Vamos!

 

(Bailable.)

 
 

(Cuatro bailarines ejecutan los diferentes pasos y movimientos que el MAESTRO DE BAILE les indica.)

 




ArribaAbajoActo II


Escena I

 

Monsieur JOURDAIN, el MAESTRO DE MÚSICA, el MAESTRO DE BAILE y criados.

 

JOURDAIN.-  No es una tontería este baile. Además, esa gente se zarandea bien.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Cuando el baile y la música estén acoplados, el efecto será mucho mayor, y podréis apreciar la exquisita galantería del conjunto.

JOURDAIN.-  Pues manos a la obra, porque la persona en cuyo obsequio he dispuesto tales agasajos me hace el honor de comer conmigo.

MAESTRO DE BAILE.-  Todo está dispuesto.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Pero no deben parar aquí las cosas, señor. Es necesario que una persona como vos, magnánima e inclinada al cultivo de lo bello, haga música en sus salones un día a la semana: los miércoles o los jueves...

JOURDAIN.-  ¿Es costumbre entre gente distinguida?

MAESTRO DE MÚSICA.-  Sí, señor.

JOURDAIN.-  Entonces tendremos música. ¿Será hermoso, verdad?

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Qué duda cabe!... Se necesitarán tres voces: un tenor, un barítono y un bajo, que serán acompañados de dos violines, un violoncelo, una tiorba y un clavecín.

JOURDAIN.-  Agregad una trompa marina2. La trompa marina es un instrumento muy armonioso y que me agrada en extremo.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Dejadnos hacer a nosotros.

JOURDAIN.-  Bien; pero no os olvidéis de enviarme músicos y cantantes que amenicen el banquete.

MAESTRO DE MÚSICA.-  No caerá nada en falta.

JOURDAIN.-  Y, sobre todo, esmeraos en el baile.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Quedaréis complacido; y, entre otras cosas, oiréis unos minués...

JOURDAIN.-  ¡Oh!... El minué es mi baile, y quiero que me lo veáis bailar. A ver, maestro.

MAESTRO DE BAILE.-  Poneos un sombrero, señor.  (JOURDAIN se pone por encima del gorro de dormir un sombrero que le trae un criado. El MAESTRO DE BAILE tararea un minué.)  La, la, la. La, la, la, la, la, la, la, la, la, bis. La, la, la. La, la. Cuidado con el ritmo, señor... La, la, la, la. Esa pierna derecha... La, la, la. No mováis tanto los hombros. La, la, la, la. Os estorban los brazos. La, la, la, la, la. Erguid la cabeza... La punta del pie hacia fuera. La, la, la. Más derecho el cuerpo...

JOURDAIN.-  ¿ Qué tal?

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Imposible hacerlo mejor!...

JOURDAIN.-  ¡A propósito!... Vais a indicarme ahora la reverencia que debo hacer para saludar a una marquesa, porque en breve se me presentará la ocasión.

MAESTRO DE BAILE.-  ¿La reverencia para saludar a una marquesa?

JOURDAIN.-  Sí, a una marquesa que se llama Dorimena.

MAESTRO DE BAILE.-  Dadme la mano.

JOURDAIN.-  No. Hacedla vos, que viéndola una vez no se me olvidará.

MAESTRO DE BAILE.-  Si queréis saludarla con gran ceremonia, primeramente debéis hacer una inclinación hacia atrás; luego avanzar hacia ella, haciendo tres reverencias más, y en la última inclinaros hasta las rodillas.

JOURDAIN.-  Hacedlo... ¡Comprendido!

CRIADO PRIMERO.-  Señor... Ahí está el maestro de armas.

JOURDAIN.-  Dile que entre y daremos la lección. Quiero que me veáis.



Escena II

 

MAESTRO DE ARMAS, MAESTRO DE MÚSICA, MAESTRO DE BAILE, monsieur JOURDAIN, dos criados.

 

MAESTRO DE ARMAS.-    (Después de haberle colocado el florete en la mano.)  Vamos a ver... Primeramente haced el saludo... El cuerpo erguido, pero cargando un poco sobre el muslo izquierdo... No tan separadas las piernas, y los pies en una misma línea. La muñeca en oposición con la cadera. La punta de la espada frente al hombro... No tan extendido el brazo. La mano izquierda a la altura del ojo. El hombro izquierdo más cuarteado... La cabeza, derecha, y serena la mirada... Avanzad, sin descomponer la figura... Tomad hierro en cuarta y rematad lo mismo. Una, dos. Retiraos. Atacad de nuevo... Un salto hacia atrás. Cuando marquéis un bote, lo primero que debe avanzar es la espada, cuidando siempre de que el cuerpo quede cubierto. Una, dos. Vamos, atacadme y parad en tercia. Avanzad... Firme el cuerpo. Avanzad... Partid. Una, dos. Cubríos... Atacad... Un salto atrás... En guardia, señor, en guardia...  (El maestro le da dos o tres botonazos, al tiempo que le grita:)  ¡En guardia!

JOURDAIN.-  ¿Qué tal?

MAESTRO DE MÚSICA.-  Lo hacéis maravillosamente.

MAESTRO DE ARMAS.-  Ya os he dicho que todo el secreto de la esgrima consiste solamente en dos cosas: en dar y en no recibir. Y, como os lo hice ver el otro día con razones demostrativas, es imposible que recibáis una estocada si sabéis desviar la espada del adversario, manteniéndola siempre fuera de la línea de vuestro cuerpo; lo que se logra por un simple movimiento de muñeca, unas veces hacia dentro y otras veces hacia fuera.

JOURDAIN.-  De suerte que un hombre, aunque no tenga grandes arrestos, puede estar seguro de matar a su enemigo y de que no le maten a él.

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Indudablemente! ¿No visteis la demostración?

JOURDAIN.-  Sí.

MAESTRO DE ARMAS.-  Por ahí podréis ver la consideración que nos debe el Estado; y cómo la ciencia de las armas se eleva sobre todos esos conocimientos inútiles, tales como la danza, la música, la...

MAESTRO DE BAILE.-  Poco a poco, señor esgrimidor. Hablad con más respeto del baile.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Os ruego que tratéis con mayor consideración el arte excelso de la música.

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Tiene gracia! ¿Pretendéis comparar vuestra ciencia con la mía?

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Ved qué importancia se da nuestro hombre!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Miradle, con su plastrón, qué animal más grotesco!

MAESTRO DE ARMAS.-  Se me figura, maestrillos, que os voy a hacer cantar y bailar a mi gusto.

MAESTRO DE BAILE.-  Id con tiento, señor herrero, no os enseñe yo vuestro oficio.

JOURDAIN.-   (Al maestro de baile.)  ¿Estáis locos, queriendo armar pendencia con un hombre que sabe de tercias y cuartas, y que mata a la gente con razones de mostrativas?

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Me río yo de sus demostraciones y de sus tercias y sus cuartas!

JOURDAIN.-  ¡Calma!

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Qué dicen los impertinentes!

JOURDAIN.-  ¡Sosegaos, maestro!

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Y vos, percherón de carroza?

JOURDAIN.-  ¡Vamos, maestro de baile!

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Si caigo sobre vos!...

JOURDAIN.-  ¡Calma!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Si os meto mano!...

JOURDAIN.-  ¡Ya está bien!

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Os tengo de zurrar!...

JOURDAIN.-  ¡Por favor!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Y yo de apalearos!

JOURDAIN.-  Os lo ruego.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Dejadnos que le enseñemos a hablar.

JOURDAIN.-  ¡Deteneos, por Dios!



Escena III

 

FILÓSOFO, MAESTRO DE MÚSICA, MAESTRO DE BAILE, MAESTRO DE ARMAS, JOURDAIN y criados.

 

JOURDAIN.-  ¡Hola, señor filósofo! Llegáis a tiempo con vuestra filosofía para poner paz entre estos señores.

FILÓSOFO.-  ¿Qué es ello? ¿Qué sucede?

JOURDAIN.-  Abogando cada uno por la supremacía de su arte, se han acalorado hasta el extremo de injuriarse y estar a punto de venir a las manos.

FILÓSOFO.-  ¿Cómo? ¿Es posible, señores, que os dejéis arrebatar de tal suerte?... ¿Acaso no habéis leído el sapientísimo tratado de Séneca sobre la cólera? ¿Hay nada más bajo y vergonzoso que esta pasión, que hace de un hombre una bestia salvaje? ¿Es o no la razón la que debe regir vuestros actos?

MAESTRO DE BAILE.-  ¿Cómo nos habíamos de contener, señor? Acaba de insultarnos a los dos, menospreciando el baile, que yo ejerzo, y la música, que profesa mi compañero.

FILÓSOFO.-  Un hombre discreto está por encima de todas las injurias que se le puedan proferir, y la única respuesta que merece el ultraje es la circunspección y la paciencia.

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Uno y otro han tenido la audacia de querer comparar sus profesiones con la mía!

FILÓSOFO.-  ¿Y por eso os enojáis? Los hombres no deben disputar entre sí por vanagloria de su condición: lo único que nos diferencia perfectamente a unos de otros es la virtud y la sabiduría.

MAESTRO DE BAILE.-  Yo le sostengo que el baile es una ciencia a la que nunca se honrará bastante.

MAESTRO DE MÚSICA.-  Y yo que la música es un arte consagrado a través de los siglos.

MAESTRO DE ARMAS.-  Pues yo replico y les sostengo que la esgrima es la más bella y la más necesaria de todas las ciencias.

FILÓSOFO.-  ¿Qué diremos entonces de la filosofía?... ¡Me asombra la impertinencia de cada uno de vosotros al hablar delante de mí con tal arrogancia, dando descocadamente el nombre de ciencia a cosas que ni siquiera merecen el honroso calificativo de artes, y que sólo pueden ser incluidas en la clasificación de ciertos oficios, tan ruines como el de matón, coplero y danzarín!

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Ah, perro filósofo!

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡Ah, pendante!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Ah, rematado capigorrón!

FILÓSOFO.-  Qué decís, merodeadores; que no sois otra cosa.

 

(El FILÓSOFO se arroja sobre ellos, que lo muelen a golpes, y todos, peleando, salen.)

 

JOURDAIN.-  ¡Señor filósofo!

FILÓSOFO.-  ¡Infames! ¡Cobardes! ¡Insolentes!

JOURDAIN.-  ¡Señor filósofo!

MAESTRO DE ARMAS.-  ¡Mala peste te lleve, animal!

JOURDAIN.-  ¡Señores!

FILÓSOFO.-  ¡Impúdicos!

JOURDAIN.-  ¡Señor filósofo!

MAESTRO DE BAILE.-  ¡Llévese el diablo a este asno con albarda!

JOURDAIN.-  ¡Señores!

FILÓSOFO.-  ¡Malvados!

JOURDAIN.-  ¡Señor filósofo!

MAESTRO DE MÚSICA.-  ¡El muy impertinente!

JOURDAIN.-  ¡Señores!

FILÓSOFO.-  ¡Bribones! ¡Mendigos! ¡Traidores! ¡Farsantes!

JOURDAIN.-  ¡Señor filósofo!... ¡Señores!... ¡Señor filósofo!... ¡Señores!... ¡Señor filósofo!...  (Salen peleando.)  Andad y zurraos hasta que os hartéis, que no seré yo quien lo impida ni quien se exponga a estropearse el traje por separarlos. ¡Buen tonto sería si me metiera en medio, para salir también aporreado!...



Escena IV

 

El FILÓSOFO y JOURDAIN.

 

FILÓSOFO.-   (Que vuelve arreglándose el traje.)  Veamos nuestra lección.

JOURDAIN.-  Estoy verdaderamente pesaroso de que os hayan acogotado.

FILÓSOFO.-  Eso no es nada. Un filósofo sabe recibir las cosas tal y como vienen. Ahora bien; yo les prometo que he de componer contra ellos una sátira, al estilo de Juvenal, que los hará añicos. Dejemos esto y veamos qué es lo que queréis vos aprender.

JOURDAIN.-  Todo lo que pueda. Tengo deseos de ser sabio. Me indigna que mis padres no me obligaran, en mi juventud, a estudiar ciencias.

FILÓSOFO.-  Es un sentimiento muy noble. Nam sine doctrina vita est quasi mortis imago. Ya me habréis entendido, porque, indudablemente, sabéis latín.

JOURDAIN.-  Sí; pero haceos cuenta de que no lo sé, y explicadme lo que significa.

FILÓSOFO.-  Quiere decir que, sin la ciencia, la vida es como una imagen de la muerte.

JOURDAIN.-  Tiene razón ese latinajo.

FILÓSOFO.-  ¿Tenéis algunos principios o rudimentos de las ciencias?

JOURDAIN.-  ¡Oh, sí, señor: sé leer y escribir!

FILÓSOFO.-  ¿Y por dónde queréis que comencemos? ¿Queréis que os enseñe la lógica?

JOURDAIN.-  ¿Qué viene a ser eso de la lógica?

FILÓSOFO.-  Es la que enseña las tres operaciones de la mente.

JOURDAIN.-  ¿Y cuáles son esas tres operaciones?

FILÓSOFO.-  La primera, la segunda y la tercera. La primera es la que enseña a discurrir por medio de los universales; la segunda, a juzgar por medio de las categorías; la tercera, la que enseña a deducir las consecuencias por medio de las figuras: Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton, etc.

JOURDAIN.-  ¡Vaya unas palabrejas estrambóticas! Esto de la lógica no me hace gracia; estudiemos otra cosa más agradable.

FILÓSOFO.-  ¿Queréis aprender moral?

JOURDAIN.-  ¿Moral?

FILÓSOFO.-  Sí.

JOURDAIN.-  ¿ De qué trata la moral?

FILÓSOFO.-  De la felicidad, enseñando al hombre la moderación de sus pasiones y...

JOURDAIN.-  No, dejemos eso. Yo soy un bilioso de todos los diablos, y no hay moral que me valga ni que me impida montar en cólera cuando me dé la gana.

FILÓSOFO.-  ¿Queréis aprender física?

JOURDAIN.-  ¿Qué cantilena es esa de la física?

FILÓSOFO.-  La física explica los principios de las cosas naturales y las propiedades de cada cuerpo; es la que discurre sobre la naturaleza de los elementos, los metales, minerales, piedras, plantas, animales... Ella nos enseña las causas de los meteoros, del arco iris, de las estrellas fugaces, de los cometas, del rayo, del trueno, del ciclón, de la lluvia, de la nieve, del hielo, los vientos y los torbellinos.

JOURDAIN.-  Hay demasiado estruendo en todo eso; demasiada confusión.

FILÓSOFO.-  Entonces, ¿qué queréis que os enseñe?

JOURDAIN.-  Enseñadme la ortografía.

FILÓSOFO.-  Con mucho gusto.

JOURDAIN.-  Después me enseñaréis el almanaque, para que pueda saber cuándo hay luna y cuándo no la hay.

FILÓSOFO.-  Perfectamente. Y para mejor seguir vuestros deseos y tratar el asunto filosóficamente, es preciso comenzar, según el orden de las cosas, por el conocimiento exacto de la naturaleza de las letras y la manera peculiar de pronunciarse cada una de ellas. A este respecto comenzaré por deciros que las letras se dividen en vocales, así llamadas porque expresan las voces, y consonantes, llamadas de este modo porque suenan acompañadas de las vocales y no hacen sino marcar las diversas articulaciones de las voces. Hay cinco vocales o voces: A, E, I, O, U.

JOURDAIN.-  Comprendido.

FILÓSOFO.-  La voz A se forma abriendo mucho la boca: A3.

JOURDAIN.-  A, A. Sí.

FILÓSOFO.-  La voz E se forma acercando la mandíbula inferior a la superior. A, E.

JOURDAIN.-  A, E. A, E. ¡Pues es verdad! Esto es muy interesante.

FILÓSOFO.-  La I se pronuncia aproximando aún más las mandíbulas y estirando los extremos de la boca hacia las orejas. A, E, I.

JOURDAIN.-  A, E, I, I, I, I. Es verdad. ¡Viva la ciencia!

FILÓSOFO.-  La voz O se forma abriendo la boca y aproximando las comisuras de los labios: O.

JOURDAIN.-  O, O. No puede darse nada más exacto: A, E, I, O, I, O. ¡Esto es admirable! I, O, I, O.

FILÓSOFO.-  La abertura de la boca forma, precisamente, un redondelito que asemeja una O.

JOURDAIN.-  O, O, O. Tenéis razón. O, ¡ah, qué hermoso es saber algo!

FILÓSOFO.-  El sonido de la U se produce acercando los dientes, sin llegar a juntarlos del todo, y sacando los labios hacia fuera: U.

JOURDAIN.-  U, U. Nada más cierto: U.

FILÓSOFO.-  Alargáis los labios de tal forma y ponéis un hocico que más bien parece una mueca; de suerte que, si realmente quisierais hacer burla a alguien, no podríais decirle más que U.

JOURDAIN.-  U, U. Es verdad. ¡Que no hubiera yo estudiado antes para saber esto!...

FILÓSOFO.-  Mañana examinaremos las otras letras, o sea las consonantes.

JOURDAIN.-  ¿Y son tan curiosas como las que acabamos de estudiar?

FILÓSOFO.-  Indudablemente. La consonante D, por ejemplo, se pronuncia colocando la punta de la lengua en los dientes de arriba: DA.

JOURDAIN.-  DA, DA. ¡Qué bonito! ¡Qué bonito!

FILÓSOFO.-  La F, apoyando los dientes de arriba sobre el labio inferior: FA.

JOURDAIN.-  FA, FA. Exacto. ¡Ah, papá y mamá, cómo os detesto!

FILÓSOFO.-  Y la R, colocando la punta de la lengua en lo alto del paladar, de suerte que, al chocar el aire expelido con fuerza, la lengua cede y vuelve al mismo sitio, produciendo una especie de vibración: R, RA.

JOURDAIN.-  R, R, RA; R, R, R, R, R, RA. También esto es verdad. ¡Ah, qué hombre más hábil..., y cómo he perdido el tiempo! R, R, R, RA.

FILÓSOFO.-  Ya os explicaré a conciencia todas estas curiosidades.

JOURDAIN.-  Os lo ruego. Y ahora es preciso que os haga una confidencia. Estoy enamorado de una dama de la mayor distinción, y desearía que me ayudarais a redactar una misiva que quiero depositar a sus plantas.

FILÓSOFO.-  No hay inconveniente.

JOURDAIN.-  Será una galantería, ¿verdad?

FILÓSOFO.-  Sin duda alguna. ¿Y son versos lo que queréis escribirle?

JOURDAIN.-  No, no; nada de versos.

FILÓSOFO.-  ¿Preferís la prosa?

JOURDAIN.-  No. No quiero ni verso ni prosa.

FILÓSOFO.-  ¡Pues una u otra ha de ser!

JOURDAIN.-  ¿Por qué?

FILÓSOFO.-  Por la sencilla razón, señor mío, de que no hay más que dos maneras de expresarse: en prosa o en verso.

JOURDAIN.-  ¿Conque no hay más que prosa o verso?

FILÓSOFO.-  Nada más. Y todo lo que no está en prosa está en verso; y todo lo que no está en verso, está en prosa.

JOURDAIN.-  Y cuando uno habla, ¿en qué habla?

FILÓSOFO.-  En prosa.

JOURDAIN.-  ¡Cómo! Cuando yo le digo a Nicolasa «Tráeme las zapatillas» o «dame el gorro de dormir», ¿hablo en prosa?

FILÓSOFO.-  Sí, señor.

JOURDAIN.-  ¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo! No sé cómo pagaros esta lección... Pues lo que quisiera decir en esa carta es esto: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor». Esto, pero redactándolo con galanura..., dándole una vuelta, un giro gracioso.

FILÓSOFO.-  Podéis agregar que el fuego de sus ojos reduce vuestro corazón a cenizas, que sufrís día y noche las violencias de un...

JOURDAIN.-  No, no, no; nada de eso. No quiero decirle más que lo que os he dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor».

FILÓSOFO.-  Es necesario estirar eso un poco...

JOURDAIN.-  Os repito que no. No quiero escribir más que esas palabras, pero dándoles una forma elegante... Id redactando de diversas maneras para que yo vea... Os lo ruego...

FILÓSOFO.-  Puede redactarse primeramente como vos habéis dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor». O bien: «De amor morir me hacen, linda marquesa, vuestros hermosos ojos». O de este otro modo: «Vuestros ojos hermosos, de amor me hacen, linda marquesa, morir». O en esta forma: «Morir, vuestros hermosos ojos, linda marquesa, de amor me hacen». O diciendo: «Me hacen vuestros ojos hermosos morir, linda marquesa, de amor».

JOURDAIN.-  Pero de todas esas maneras, ¿cuál es la mejor?

FILÓSOFO.-  La que vos habéis dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor».

JOURDAIN.-  ¡No he estudiado y, sin embargo, acierto al primer golpe!... Os doy las gracias de todo corazón, y os ruego que vengáis mañana temprano.

FILÓSOFO.-  No faltaré. (Sale.) 

JOURDAIN.-   (Al criado.)  ¿Pero es que no me han traído aún el traje?

CRIADO.-  No, señor.

JOURDAIN.-  ¡Bien me está haciendo aguardar ese maldito sastre, y en un día en que tanto tengo que hacer!... ¡Me da una rabia!... ¡Malas cuartanas le den a ese verdugo! ¡Váyase al diablo, y que la peste le ahogue al tal sastre!... ¡Si pudiera cogerle ahora mismo a ese mal sastre, a ese perro de sastre, a ese traidor, lo...!



Escena V

 

El MAESTRO SASTRE, el OFICIAL, con el traje de monsieur JOURDAIN, monsieur JOURDAIN y el criado.

 

JOURDAIN.-  ¿Habéis llegado? Comenzaba a indignarme.

MAESTRO SASTRE.-  ¡Me ha sido imposible venir antes, a pesar de haber tenido veinte oficiales trabajando exclusivamente para vos!

JOURDAIN.-  Me habéis enviado unas medias tan sumamente ajustadas, que he pasado las penas de este mundo para podérmelas poner. Además, ya tienen varios puntos.

MAESTRO SASTRE.-  Ya veréis cómo dan de sí.

JOURDAIN.-  Si siguen escapándose las mallas, desde luego. Otra cosa: los zapatos que me han hecho, siguiendo vuestras indicaciones, me lastiman terriblemente, me hieren.

MAESTRO SASTRE.-  No puede ser, señor.

JOURDAIN.-  ¡Cómo no puede ser!

MAESTRO SASTRE.-  No, señor; no pueden molestarle.

JOURDAIN.-  ¡Y yo os digo que me atormentan!

MAESTRO SASTRE.-  Es que os lo figuráis.

JOURDAIN.-  Me lo figuro porque lo siento. ¡Vaya una razón!

MAESTRO SASTRE.-  ¡Mirad!... Aquí os traigo el traje más rico y mejor acabado que hay en la corte. Desafío a los sastres más renombrados a que hagan algo semejante. Confeccionar un traje que resulta serio sin ser negro es una obra maestra.

JOURDAIN.-  Pero, ¿qué me habéis hecho aquí?... ¡Este dibujo está al revés! ¡El rameado de la tela está hacia abajo!

MAESTRO SASTRE.-  El señor no me advirtió que lo quería hacia arriba.

JOURDAIN.-  ¿Pero eso hay que advertirlo?

MAESTRO SASTRE.-  ¡Claro está! Como todos los elegantes lo llevan así...

JOURDAIN.-  ¿Los elegantes llevan los rameados hacia abajo?

MAESTRO SASTRE.-  Sí, señor.

JOURDAIN.-  Entonces, está bien.

MAESTRO SASTRE.-  Si el señor quiere se lo ponemos hacia arriba.

JOURDAIN.-  No, no.

MAESTRO SASTRE.-  Eso va en gustos; y si el señor los prefiere hacia arriba...

JOURDAIN.-  Os repito que no. Habéis hecho perfectamente poniéndolo así. ¿Creéis que me sentará bien el traje?

MAESTRO SASTRE.-  ¡Qué pregunta me hacéis!... Desafío a un pintor a que haga con el pincel nada más ajustado. Tenemos en casa un oficial que es un verdadero genio haciendo ringraves4; y otro que, como oficial de prueba, es el héroe de nuestra época.

JOURDAIN.-  ¿Qué tal la peluca y las plumas?

MAESTRO SASTRE.-  Todo a pedir de boca.

JOURDAIN.-   (Reparando en el traje que trae puesto el MAESTRO SASTRE.)  ¡Ah, demonio! ¿Qué es esto, señor sastre? Esta tela es mía; la que os llevé para el último traje que me hicisteis. La conozco muy bien.

MAESTRO SASTRE.-  Es que la tela me pareció de un gusto tan extraordinario que quise tener yo un traje igual.

JOURDAIN.-  Está bien; pero no de mi tela.

MAESTRO SASTRE.-  ¿Queréis probaros el traje?

JOURDAIN.-  Sí, venga.

MAESTRO SASTRE.-  Aguardad, que a cada cosa hay que darle lo suyo. Esta clase de prendas requieren cierto ceremonial, y he traído a mi gente para que os vistan a compás... ¡Eh!... Venid aquí todos a vestir al señor. Hacedlo como acostumbráis cuando se trata de personas de rango.

 

(Cuatro oficiales, bailando a compás de la orquesta, se acercan a monsieur JOURDAIN, le desnudan primeramente, poniéndole después el traje nuevo. JOURDAIN va de acá para allá, contoneándose, para que vean cómo le cae.)

 

OFICIAL.-  Caballero... ¿Hay algo para que beban los oficiales?

JOURDAIN.-  ¿Cómo me has llamado?

OFICIAL.-  Caballero.

JOURDAIN.-  ¡Caballero! ¡Lo que vale el enjaretarse bien! Se pasarían mil años, yendo uno vestido de cualquier modo, y seguro está que jamás se le ocurriría a nadie llamarle «caballero»... Toma. Ahí tienes por tu «caballero».

OFICIAL.-  Gracias. Siempre a las órdenes de usía.

JOURDAIN.-  ¡Usía!... ¡Ha dicho usía! Aguardad, amigos. Ese usía merece algo más. No es cualquier cosa llamarle a uno usía. Tomad: he aquí lo que os da usía.

OFICIAL.-  ¡Ni uno solo de nosotros dejará de beber a la salud de su excelencia!

JOURDAIN.-  ¡Su excelencia! ¡Oh! ¡Oh! ¡Aguardad! No os marchéis tan pronto. ¡A mí «su excelencia»! Pero por este camino me van a dejar vacía la bolsa. Vaya..., tomad por «mi excelencia».

OFICIAL.-  Damos a usía las gracias por su generosidad.

JOURDAIN.-  Ha hecho bien, porque les iba a dar cuanto tengo.

 

(Los cuatro oficiales forman parejas para el baile, que constituye el segundo intermedio.)

 



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