Escena I
|
|
ARGAN, solo en su
alcoba y sentado a una mesa, ajusta con guitones las cuentas del
boticario. Conversando consigo mismo, platica de este
modo:
|
ARGAN.- Tres y dos, cinco, y cinco, diez, y diez
más, veinte... Tres y dos, cinco. «Ítem, el
día 24, una ayuda estimulante, preparatoria y emoliente,
para ablandar, humedecer y refrescar las entrañas del
señor». Lo que más me agrada de Fleurant, mi
boticario, es su cortesía: «Las entrañas del
señor, seis reales». Pero eso no basta, amigo
mío: a más de correcto, es preciso ser razonable y no
desplumar a los pacientes. ¡Seis reales por una lavativa!...
Ya sabéis cuánto me satisface complaceros; pero como
en ocasiones anteriores me las habéis cobrado a cuatro
reales, y en lenguaje de boticario cuando se dice veinte hay que
entender diez, pongamos dos reales... «Ítem, en el
mismo día, según prescripción, una buena ayuda
detersiva, catalicón doble, compuesto de ruibarbo, miel
rosada y otros, para barrer, lavar y dejar limpio el bajo vientre
del señor, seis reales». Con su permiso, abonaremos
sólo dos. «Ítem, en el mismo día,
anochecido, un jarabe hepático, soporífero y
soñoliento, destinado a dormir al señor, siete
reales». De esta partida no me puedo quejar, porque, en
efecto, dormí a pierna suelta... «Ítem, el
día 25, una excelente pócima purgante, corroborante,
compuesta de casis fresco, sen levantino y otros, según
receta del señor Purgon, destinada a expulsar y evacuar la
bilis del señor, dieciocho reales». ¡Ah, mi
señor Fleurant, esto es ya una burla! Hay que tener
consideración con los enfermos, de los cuales vivís;
y como el señor Purgon no os habrá ordenado que
pongáis dieciocho reales, cargaremos tan sólo doce,
si no os molesta. «Ítem, en el mismo día, una
poción anodina y astringente, para procurar reposo al
señor, seis reales». Bien... «Ítem, el
día 26, una ayuda carminativa para expulsar las ventosidades
del señor, siete reales». Tres, señor Fleurant.
«Ítem, la misma ayuda, repetida por la tarde, siete
reales». Tres... «Ítem, el día 27, un
preparado enérgico, para estimular la expulsión y
limpiar de malos humores al señor, doce reales».
Doce... Celebro que hayáis razonado en esta ocasión.
«Ítem, en el día 23, una toma de suero
clarificado y azucarado, para dulcificar, lenificar, atemperar y
refrescar la sangre del señor, veinte». Diez...
«Ítem, una poción cordial y preservativa,
compuesta de doce gramos de bezoar, jarabes de limón y
granada y otras hierbas, según prescripción, veinte
reales». ¡Poco a poco, señor Fleurant!...
¡Abusando de este modo, no habrá nadie que quiera
estar enfermo!... Conformaos con doce reales... Tres y dos, cinco,
y cinco, diez, y diez, veinte... Doscientos veintitrés
reales, cuarenta céntimos y treinta maravedises. Resulta,
pues, que en el mes corriente he tomado... una, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete, ocho y nueve medicinas; más una, dos,
tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce
lavativas; mientras que en el mes anterior fueron doce medicinas y
veinte ayudas. ¡Ahora me explico por qué no me
encuentro este mes tan bien como el pasado! Se lo diré a
Purgon para que me regularice el tratamiento... ¡A ver! Que
se lleven todo esto de aquí... ¿No hay nadie?...
¡Por más que digo, siempre me han de dejar solo!...
¡No hay manera de conseguir que estén en su puesto!
(Toca la campanilla.) Ellos, que no
atienden, y esta campanilla, que no suena bastante...
(Vuelve a tocar.) ¡Nada!
(Toca.) ¡Están sordos!...
¡Antonia! (Toca.) ¡Como si
no llamara!... ¡Perros! ¡Granujas! (Toca
de nuevo.) ¡Me da una rabia!
(Deja la campanilla y grita.)
¡Tilín, tilín, tilín!
¡Pícaros de todos los diablos! ¿Es posible que
abandonen de este modo a un pobre enfermo? ¡Tilín,
tilín, tilín!... ¡Cabe nada más
lastimoso! ¡Tilín, tilín, tilín!
¡Dios mío, me dejan morir solo! ¡Tilín,
tilín, tilín!
|
Escena II
|
|
ANTONIA y
ARGAN.
|
ANTONIA.-
(Entrando.) ¡Ya va!
|
ARGAN.- ¡Ah, perra!
|
ANTONIA.- (Fingiendo haberse dado
un golpe en la frente.) ¡Mal hayan vuestras
impaciencias!... De tal modo la aturrulláis a una, que a
poco si me dejo los sesos en el quicio de un postigo.
|
ARGAN.- (Furioso.)
¡Traidora!
|
ANTONIA.- (Sin dejar de quejarse
para interrumpirle e impedir que grite.)
¡Ay!
|
ARGAN.- Hace...
|
ANTONIA.- ¡Ay!
|
ARGAN.- ¡Hace una hora...
|
ANTONIA.- ¡Ay, ay!
|
ARGAN.- ... que me has abandonado!
|
ANTONIA.- ¡Ay!
|
ARGAN.- ¡Calla, granuja, y déjame
que te reprenda!
|
ANTONIA.- ¡Eso es!... Encima de lo que me
he hecho...
|
ARGAN.- ¡Tú me has hecho a
mí desgañitarme, carroña!
|
ANTONIA.- Y yo me he roto la cabeza;
váyase una cosa por la otra. Estamos en paz.
|
ARGAN.- ¡Cómo, infame!
|
ANTONIA.- Si continuáis
regañándome, lloro.
|
ARGAN.- ¡Abandonarme así!
|
ANTONIA.- (Insistiendo en su
propósito de no dejarle hablar.) ¡Ay,
ay, ay!
|
ARGAN.- ¡Lo que tú pretendes,
perra!...
|
ANTONIA.- ¡Ay, ay!
|
ARGAN.- ¿Pero no he de tener ni la
satisfacción de reñirte?
|
ANTONIA.- ¡Reñid, reñid
hasta que os hartéis!
|
ARGAN.- ¡Si no me dejas, ladrona!
¡Si me interrumpes a cada palabra!
|
ANTONIA.- Si vos tenéis la
satisfacción de reñir, ¿por qué no he
de tener yo la de llorar? A cada uno lo suyo. ¡Ay, ay!
|
ARGAN.- ¡Habrá que aguantarse!...
Quítame esto, granuja, quítame esto.
(Se levanta.) ¿Me ha hecho
bastante operación la lavativa?
|
ANTONIA.- ¿La lavativa?
|
ARGAN.- Sí. ¿He echado mucha
bilis?
|
ANTONIA.- ¡A mí que me importa! Eso
no es cuenta mía; eso se queda para el señor
Fleurant. Él es el que debe meter la nariz, ya que es
él quien cobra las ganancias.
|
ARGAN.- Que me tengan preparada una taza de
caldo para tomarla con la poción que me toca ahora.
|
ANTONIA.- ¡Bien se divierten a vuestra
costa los señores Fleurant y Purgon! Han encontrado una vaca
y la ordeñan a gusto. Quisiera yo saber qué
enfermedad es la vuestra, que necesita de tantos remedios.
|
ARGAN.- ¡Calla, ignorante!
¿Quién eres tú para criticar las
prescripciones de la medicina?... Ve a llamar a mi hija
Angélica, que tengo que hablarle.
|
ANTONIA.- Aquí viene. Parece que ha
adivinado vuestros deseos.
|
Escena IV
|
|
ANGÉLICA y
ANTONIA.
|
ANGÉLICA.-
(Mirándola lánguidamente y en tono
confidencial.) ¡Antonia!
|
ANTONIA.- ¿Qué?
|
ANGÉLICA.- Mírame.
|
ANTONIA.- Ya os miro. ¿Qué
hay?
|
ANGÉLICA.- ¡Antonia!
|
ANTONIA.- ¿Qué hay con tanto
Antonia?
|
ANGÉLICA.- ¿No adivinas de lo que
quiero hablarte?
|
ANTONIA.- Me figuro que será de vuestro
pretendiente; hace seis días que no habláis de otra
cosa.
|
ANGÉLICA.- Pues si lo sabes, ¿por
qué no te apresuras a hablarme de él y me ahorras la
vergüenza de ser yo quien te saque la conversación?
|
ANTONIA.- Si no me dais tiempo.
|
ANGÉLICA.- Es verdad. Te confieso que no
me cansaría de hablar de él, y aprovecho todas las
ocasiones para abrirte mi corazón. Dime, ¿repruebas
tú mi enamoramiento?
|
ANTONIA.- Ya me guardaría.
|
ANGÉLICA.- ¿Hago mal
abandonándome a tan deliciosas emociones?
|
ANTONIA.- ¿Quién dice eso?
|
ANGÉLICA.- ¿Tú crees que yo
debiera mostrarme insensible a las ternuras de su
pasión?
|
ANTONIA.- De ningún modo.
|
ANGÉLICA.- ¿Y no te parece a ti,
como a mí, que hay algo de providencial, algo... dispuesto
así por el destino en la forma imprevista de conocernos?
|
ANTONIA.- Sí.
|
ANGÉLICA.- Y el hecho de tomar mi defensa
sin conocerme, ¿no es digno de un caballero?
|
ANTONIA.- Sí.
|
ANGÉLICA.- De un hombre generoso.
|
ANTONIA.- Conformes.
|
ANGÉLICA.- ¿Y la gallardía
con que lo hizo?
|
ANTONIA.- Es cierto.
|
ANGÉLICA.- ¿Y es o no un buen
mozo?
|
ANTONIA.- Sí que lo es.
|
ANGÉLICA.- Arrogante.
|
ANTONIA.- Sin duda.
|
ANGÉLICA.- ¿Que en sus palabras,
como en sus actos, tiene una distinción?
|
ANTONIA.- Seguramente.
|
ANGÉLICA.- ¿Y puede oírse
lenguaje más apasionado que el suyo?
|
ANTONIA.- Es verdad.
|
ANGÉLICA.- ¿Y hay nada más
enojoso que este recluimiento en que me tienen, privada de
corresponder a los impulsos de esta mutua pasión que el
cielo nos inspira?
|
ANTONIA.- Tenéis razón.
|
ANGÉLICA.- ¿Pero tú crees,
Antonia, que me quiere tanto como dice?
|
ANTONIA.- ¡Cualquiera sabe! En
cuestión de amores hay que andar siempre con cautela, porque
el fingimiento semeja mucho a la verdad. Yo he visto algunos
farsantes que lo remedan a maravilla.
|
ANGÉLICA.- ¿Qué
estás diciendo, Antonia? Hablando como él habla,
¿sería posible que mintiera?
|
ANTONIA.- De todos modos, bien pronto
podréis salir de dudas. En la carta de ayer os dice que
está decidido a pedir vuestra mano; éste es el
camino; ésa es la prueba más palpable de la veracidad
de sus palabras.
|
ANGÉLICA.- Si me ha engañado, no
volveré a creer jamás en ningún hombre.
|
ANTONIA.- Ya viene vuestro padre.
|
Escena V
|
|
ARGAN,
ANGÉLICA y
ANTONIA.
|
ARGAN.-
(Sentándose.) Ahora, hija
mía, te voy a dar una noticia que seguramente te
tomará de nuevas. Me han pedido tu mano. ¿Qué
es eso?... ¿Te ríes? Bien mirado, no puede imaginarse
noticia más halagüeña para una joven...
¡Oh, naturaleza! Ya veo bien claro que no tengo para
qué preguntarte si te quieres casar.
|
ANGÉLICA.- Mi único deseo es
obedeceros, padre mío.
|
ARGAN.- Me complace esa sumisión. Hemos
ultimado el asunto y ya estás prometida.
|
ANGÉLICA.- Acataré a ojos cerrados
vuestra voluntad, padre mío.
|
ARGAN.- Tu madrastra pretendía que
tú y Luisa, tu hermana menor, entrarais en un convento.
Desde hace tiempo ése era su propósito.
|
ANTONIA.- (Bajo.)
¡Su razón tiene la muy bribona!
|
ARGAN.-
(Continuando.) Por lo cual se negaba
ahora a autorizar este matrimonio; pero he logrado reducirla y dar
mi palabra.
|
ANGÉLICA.- ¡Cuánto tengo que
agradecer a vuestras bondades, padre mío!
|
ANTONIA.- Seguramente, ésta es la
acción más cuerda de vuestra vida.
|
ARGAN.- Aún no conozco a tu futuro; pero
me afirman que quedaré satisfecho y tú
también.
|
ANGÉLICA.- Seguramente, padre
mío.
|
ARGAN.- ¿Cómo? ¿Tú
le has visto?
|
ANGÉLICA.- Puesto que vuestro
consentimiento me autoriza a abriros mi corazón, no os
ocultaré que hace seis días, el azar nos puso frente
a frente, y que la petición que os han hecho es consecuencia
de una inclinación, experimentada desde el primer
instante.
|
ARGAN.- No me habían dicho nada, pero me
alegro, porque vale más que sea así. Según
parece, se trata de un buen mozo.
|
ANGÉLICA.- Sí, padre
mío.
|
ARGAN.- Arrogante.
|
ANGÉLICA.- Sí.
|
ARGAN.- De aspecto simpático.
|
ANGÉLICA.- Ya lo creo.
|
ARGAN.- De fisonomía franca.
|
ANGÉLICA.- Muy franca.
|
ARGAN.- Digno y juicioso.
|
ANGÉLICA.- Precisamente.
|
ARGAN.- Honrado.
|
ANGÉLICA.- Como el que más.
|
ARGAN.- Que habla el latín y el griego a
maravilla.
|
ANGÉLICA.- Eso no lo sabía yo.
|
ARGAN.- Y que dentro de tres días
será recibido médico.
|
ANGÉLICA.- ¿Médico, padre
mío?
|
ARGAN.- Sí. ¿Tampoco lo
sabías?
|
ANGÉLICA.- No. ¿Quién os lo
ha dicho?
|
ARGAN.- El señor Purgon.
|
ANGÉLICA.- ¿Lo conoce el
señor Purgon?
|
ARGAN.- ¡Vaya una pregunta! No lo ha de
conocer, si es su sobrino.
|
ANGÉLICA.- ¿Cleonte, sobrino del
señor Purgon?
|
ARGAN.- ¿Quién es ese Cleonte?
Hablamos del joven que ha pedido tu mano.
|
ANGÉLICA.- ¡Claro!
|
ARGAN.- Que es sobrino del señor Purgon e
hijo de su cuñado, el señor Diafoirus, médico
también. Ese joven se llama Tomás: Tomás
Diafoirus, y no Cleonte. Con él es con quien hemos acordado
esta mañana tu boda, entre el señor Purgon, Fleurant
y yo. Mañana mismo vendrá el padre a hacer la
presentación de tu futuro. ¿Pero qué es eso?
¿Por qué pones esa cara de asombro?
|
ANGÉLICA.- Porque vos hablabais de una
persona y yo me refería a otra.
|
ANTONIA.- ¡Eso es una burla! Teniendo la
fortuna que tenéis, ¿seríais capaz de casar a
vuestra hija con un médico?
|
ARGAN.- ¿Quién te mete a ti donde
no te llaman, imprudente?
|
ANTONIA.- ¡Calma! ¿Por qué
no hemos de discutir sin acaloramientos? Hablemos tranquilamente.
¿Qué razones habéis tenido para consentir en
ese matrimonio?
|
ARGAN.- La razón de que,
encontrándome enfermo -porque yo estoy enfermo-, quiero
tener un hijo médico, pariente de médicos, para que
entre todos busquen remedios a mi enfermedad. Quiero tener en mi
familia el manantial de recursos que me es tan necesario; quien me
observe y me recete.
|
ANTONIA.- Eso es ponerse en razón. Cuando
se discute pacíficamente, da gusto. Pero con la mano sobre
el corazón, señor, ¿es verdad que
estáis enfermo?
|
ARGAN.- ¡Cómo, granuja! ¿Que
si estoy enfermo? ¿Si estoy malo, insolente?
|
ANTONIA.- Conforme, señor; estáis
malo. No vayamos a pelearnos por eso. Estáis muy malo, lo
reconozco; mucho más malo de lo que os podéis
figurar, estamos de acuerdo. Pero vuestra hija, al casarse, debe
tener un marido para ella, y estando buena y sana,
¿qué necesidad hay de casarla con un
médico?
|
ARGAN.- Si el médico es para mí.
Una buena hija debe sentirse dichosa casándose con un hombre
que pueda ser útil a la salud de su padre.
|
ANTONIA.- ¿Me permitís,
señor, que os dé un consejo leal?
|
ARGAN.- ¿Qué consejo es
ése?
|
ANTONIA.- No volváis a pensar en ese
matrimonio.
|
ARGAN.- ¿Por qué?
|
ANTONIA.- Porque vuestra hija no
consentirá en él.
|
ARGAN.- ¿Que no consentirá?
|
ANTONIA.- No.
|
ARGAN.- ¿Mi hija?
|
ANTONIA.- Vuestra hija, que no quiere oír
hablar del señor Diafoirus, ni de su hijo, ni de ninguno de
los Diafoirus que andan por el mundo.
|
ARGAN.- Pues yo sí. Además, esa
boda es un gran partido. El señor Diafoirus no tiene
más hijo ni heredero que ése, y el señor
Purgon, que es soltero, lega en favor de ese matrimonio sus ocho
mil duros de renta.
|
ANTONIA.- ¡La de gente que habrá
matado para hacerse tan rico!
|
ARGAN.- Ocho mil duros de renta es una cantidad
muy respetable; y unida al caudal del señor Diafoirus...
|
ANTONIA.- Sí, sí. Todo eso
está muy bien; pero yo insisto, y os lo vuelvo a repetir, en
que le busquéis otro marido. No nació vuestra hija
para ser la señora de Diafoirus.
|
ARGAN.- ¡Pues yo quiero que lo sea!
|
ANTONIA.- ¡Bah! ¡No digáis
eso!
|
ARGAN.- ¡Cómo que no lo diga!
|
ANTONIA.- ¡No!
|
ARGAN.- ¿Y por qué no lo he de
decir?
|
ANTONIA.- Porque pensarán que no
sabéis lo que os decís.
|
ARGAN.- ¡Que piensen lo que quieran; pero
ella ha de cumplir la palabra que yo he dado!
|
ANTONIA.- Estoy segura que no.
|
ARGAN.- La obligaré.
|
ANTONIA.- Será inútil.
|
ARGAN.- ¡Pues se casará o la
meteré en un convento!
|
ANTONIA.- ¿Vos?
|
ARGAN.- ¡Yo!
|
ANTONIA.- ¡Bah!
|
ARGAN.- ¿Qué es eso de
¡bah!?
|
ANTONIA.- Que no la meteréis en
ningún convento.
|
ARGAN.- ¿Que no la meteré en un
convento?
|
ANTONIA.- No.
|
ARGAN.- ¿Que no?
|
ANTONIA.- No.
|
ARGAN.- ¡Esto sí que tiene gracia!
De manera que, queriéndolo yo mismo, ¿no
meteré a mi hija en un convento?
|
ANTONIA.- Os digo que no.
|
ARGAN.- ¿Quién me lo iba a
impedir?
|
ANTONIA.- Vos mismo.
|
ARGAN.- ¿Yo?
|
ANTONIA.- Vos, que no podréis tener tan
mal corazón.
|
ARGAN.- ¡Pues lo tendré!
|
ANTONIA.- ¡Ésa es
grilla14!
|
ARGAN.- ¡Yo no hablo en chanza!
|
ANTONIA.- Os entrará la ternura
paternal.
|
ARGAN.- ¡Pues no me entrará!
|
ANTONIA.- Un par de lagrimitas, echándoos
los brazos al cuello, y un «papaíto mío»
dicho con requiebro, bastarán para desarmaros.
|
ARGAN.- Todo será inútil.
|
ANTONIA.- ¿A que no?
|
ARGAN.- Te repito que no desistiré por
nada.
|
ANTONIA.- ¡Pamplinas!
|
ARGAN.- ¡No me digas pamplinas!
|
ANTONIA.- Os conozco, señor, y sé
que sois bueno por naturaleza.
|
ARGAN.-
(Indignado.) ¡Yo no soy bueno, y
seré malo cuando me dé la gana!
|
ANTONIA.- No os encolericéis,
señor. Acordaos de que estáis enfermo.
|
ARGAN.- Le ordeno, terminantemente, que se
disponga a casarse con quien yo diga.
|
ANTONIA.- Pues yo le prohíbo en absoluto
que lo haga.
|
ARGAN.- ¿Pero en qué país
vivimos? ¿Qué audacia es ésta de atreverse una
pícara sirvienta a hablarle de ese modo a su amo?
|
ANTONIA.- Cuando un amo no sabe lo que hace, una
sirvienta con juicio tiene derecho a enmendarle la plana.
|
ARGAN.- (Lanzándose sobre
ella.) ¡Te voy a apabullar por insolente!
|
ANTONIA.-
(Huyendo.) ¡Tengo la
obligación de impedir que mis señores se
deshonren!
|
ARGAN.- (Iracundo, enarbola el
bastón y corre tras ella, que se escuda rodeando el
sillón.) ¡Ven, ven, que yo te
enseñaré a hablar!
|
ANTONIA.- (Dando vueltas alrededor
del sillón.) ¡Me interesa que no
hagáis locuras!
|
ARGAN.- (Siempre tras
ella.) ¡Perra!
|
ANTONIA.- No consentiré jamás en
ese matrimonio.
|
ARGAN.- ¡Trapacera!
|
ANTONIA.- No quiero que sea la mujer de ese
Tomás Diafoirus.
|
ARGAN.- ¡Carroña!
|
ANTONIA.- Y ella me hará más caso
a mí que a vos.
|
ARGAN.- ¡Angélica, sujétame
a esa pícara!
|
ANGÉLICA.- ¡Vamos, padre, que os
vais a poner malo!
|
ARGAN.- ¡Si no la sujetas te maldigo!
|
ANTONIA.- Y yo, si os obedece, la desheredo.
|
ARGAN.- (Dejándose caer en
un sillón, rendido de correr tras ella.)
¡Ay, no puedo más!... ¡Esto me costará la
vida!
|
Escena VI
|
|
BELISA,
ANGÉLICA,
ANTONIA y ARGAN.
|
ARGAN.- ¡Ay, esposa mía,
acércate!
|
BELISA.- ¿Qué tienes, pobrecito
mío?
|
ARGAN.- ¡Socórreme!
|
BELISA.- ¿Qué es eso?
¿Qué es lo que te pasa, hijito mío?
|
ARGAN.- ¡Chacha mía!
|
BELISA.- Querido.
|
ARGAN.- Me han encolerizado.
|
BELISA.- ¿De veras, maridín
mío? ¿Y cómo ha sido eso, tesoro?
|
ARGAN.- ¡Esa pillastre de Antonia, que
cada día es más insolente!
|
BELISA.- No te excites.
|
ARGAN.- ¡Me ha enrabiado, chachina!
|
BELISA.- Calma, hijo mío.
|
ARGAN.- Hace una hora que me lleva la contraria
en todos mis propósitos.
|
BELISA.- Vamos, vamos, cálmate.
|
ARGAN.- ¡Y ha tenido la avilantez de
decirme que no estoy enfermo!
|
BELISA.- ¡Qué impertinencia!
|
ARGAN.- Ya la conoces, corazón
mío.
|
BELISA.- Sí, entrañas; ha hecho
muy mal.
|
ARGAN.- Esa pícara será la causa
de mi muerte, amor mío.
|
BELISA.- ¡Bah, bah!
|
ARGAN.- ¡Por su culpa tengo siempre el
saco de la bilis rebosando!
|
BELISA.- No te enfurezcas de ese modo.
|
ARGAN.- Hace no sé el tiempo que te
repito que le des la cuenta.
|
BELISA.- Por Dios, hijo mío; no hay
sirvienta que no tenga defectos, y muchas veces hay que soportarles
lo malo en gracia de lo bueno. Ésta es hábil,
cuidadosa, diligente y, sobre todo, fiel. Ya sabes cuántas
precauciones hay que tomar antes de admitir gente nueva.
¡Antonia!
|
ANTONIA.- Señora.
|
BELISA.- ¿Por qué enojas a mi
marido?
|
ANTONIA.- (Con acento
dulce.) ¿Yo, señora? No me explico lo
que decís, porque no vive una más que para dar gusto
en todo al señor.
|
ARGAN.- ¡La muy traidora!
|
ANTONIA.- Me decía que quiere casar a su
hija con el hijo del señor Diafoirus, y yo le contestaba que
el partido es excelente; pero que me parecía mejor que la
metiera en un convento.
|
BELISA.- No hay motivos para que te enfades por
eso; me parece que tiene razón.
|
ARGAN.- ¡No la creas, amor mío!
¡Es una malvada, que acaba de decirme mil insolencias!
|
BELISA.- Te creo, amigo mío... Vamos,
siéntate. Escucha, Antonia; si vuelves a enojar a mi marido
te planto en la calle... Tráeme su capotón enguatado
y las almohadas, que voy a acomodarle en su sillón...
Estás no sé cómo. Toma: encasquétate
bien el gorro hasta las orejas, que no hay nada que acatarre tanto
como el aire en los oídos.
|
ARGAN.- ¡Cuánto tengo que
agradecerte, chacha mía, por los cuidados que te tomas
conmigo!
|
BELISA.- (Acomodándole las
almohadas.) Levanta un poco que te remeta bien. Una
a cada lado, otra en la espalda y otra para que reclines la
cabeza.
|
ANTONIA.- (Dándole un
almohadazo en la cabeza y escapando.) Y ésta,
para resguardaros del relente.
|
ARGAN.- (Levantándose
iracundo y tirándole todas las almohadas a ANTONIA.)
¡Quieres asfixiarme, bribona!
|
BELISA.- ¿Qué es eso?
¿Qué ocurre ahora?
|
ARGAN.- (Muy abatido,
dejándose caer en el sillón.)
¡Ay, ay!... ¡No puedo más!
|
BELISA.- ¿Por qué te exaltas de
ese modo? Seguramente no ha tenido intención de
molestarte.
|
ARGAN.- Tú no conoces, amor mío,
las truhanerías de esa malvada... Ha logrado sacarme de
quicio, y tendré que tomar lo menos ocho medicamentos y doce
lavativas para reponerme.
|
BELISA.- Vamos, vamos, chiquito;
sosiégate un poco.
|
ARGAN.- Tú eres mi único consuelo,
vida mía.
|
BELISA.- ¡Pobre hijito mío!
|
ARGAN.- Para recompensar tanta amorosa
solicitud, ya te he dicho, corazón mío, que deseo
hacer testamento.
|
BELISA.- ¡Ay, querido mío; te ruego
que no hablemos de eso! De tal modo me horroriza esa idea, que la
sola palabra testamento me hace estremecer de angustia.
|
ARGAN.- Te dije que avisaras a tu notario.
|
BELISA.- Vino conmigo, y ahí aguarda.
|
ARGAN.- Hazle entrar, amor mío.
|
BELISA.- ¡Ay! Cuando se ama de verdad a un
marido no se puede pensar en estas cosas.
|
Escena VII
|
|
NOTARIO,
BELISA y ARGAN.
|
ARGAN.- Adelante, señor Bonafé.
Acercaos y tomad asiento, si os place... Informado por mi mujer de
vuestra honorabilidad y de la buena amistad que le
profesáis, le encargué que os hablara de cierto
testamento que quiero hacer.
|
BELISA.- ¡Yo no soy capaz de hablar de
eso!
|
NOTARIO.- La señora ya me ha puesto al
corriente de vuestras intenciones y de los propósitos que os
animan respecto a ella; pero mi deber es advertiros de que no
podéis dejarle nada en testamento.
|
ARGAN.- ¿Y por qué?
|
NOTARIO.- Porque la costumbre se opone. Si
estuviéramos en un país de leyes escritas,
podría hacerse; pero en París, como en casi todos los
países rutinarios, donde la costumbre hace la ley, es
imposible; la disposición sería nula. Todos los
anticipos que puedan hacerse entre un hombre y una mujer coyundados
por legítimo matrimonio, se consideran como mutuas
dádivas hechas en vida; pero, aun en este caso, es
condición precisa que no haya hijos de por medio, ya sean de
los cónyuges o de uno de ellos habido en matrimonio
anterior.
|
ARGAN.- ¡Pues es una costumbre de verdad
cargante que un marido no pueda dejar nada a una esposa que le ama
tiernamente y que se desvive en atenciones! Quisiera consultar a mi
abogado para ver qué solución me da.
|
NOTARIO.- ¡Dejaos de abogados, que suelen
ser gentes meticulosas y que consideran un crimen testar
contrariamente a lo instituido! Todo se les vuelve dificultades e
ignoran los recovecos de la conciencia. Hay otras personas a
quienes consultar que son más acomodaticias, que tienen
expedientes para deslizarse bordeando la ley y dándole
validez a lo que no se considera como lícito; gentes que
saben allanar dificultades y encuentran medios de eludir la
costumbre por cualquier procedimiento indirecto. Si no se pudiera
hacer esto, ¿dónde iríamos a parar? Es preciso
dar facilidades; de otro modo no haríamos nada y
habría que dejar el oficio.
|
ARGAN.- Mi mujer me había dicho,
señor, que erais hombre hábil y muy docto. Decidme
qué es lo que puedo hacer para dejarle a ella mis bienes,
saltando por encima de los derechos de mis hijos.
|
NOTARIO.- ¿Qué podéis
hacer?... Pues elegir, sigilosamente, entre los amigos de vuestra
esposa y dejar a uno de ellos, cumpliendo con todos los requisitos
legales, una parte de vuestra fortuna; este amigo, más
tarde, hará entrega del legado a la señora.
Podéis también contraer un número considerable
de deudas y atenciones, no sospechosas, en favor de unos fingidos
acreedores, que darán sus nombres por complacer a vuestra
esposa, y a la cual harán entrega de un documento privado
declarando este extremo. Podéis, por último,
entregarle en vida cantidades en metálico o en valores al
portador.
|
BELISA.- Dios mío, no te atormentes por
esto. Si tú llegaras a faltarme, hijo mío, yo no
podría seguir en el mundo.
|
ARGAN.- ¡Vida mía!
|
BELISA.- Sí, querido; si tengo la
desgracia de perderte...
|
ARGAN.- ¡Querida esposa!
|
BELISA.- La vida no tendrá ya para
mí ningún interés.
|
ARGAN.- ¡Amor mío!
|
BELISA.- Seguiría tus pasos para hacerte
ver toda mi ternura.
|
ARGAN.- ¡Me partes el corazón,
chacha mía!... ¡Cálmate, te lo suplico!
|
NOTARIO.- Vuestras lágrimas son
extemporáneas; no hemos llegado aún a esos
extremos.
|
ARGAN.- Si muero, mi mayor pesadumbre
será el no haber tenido un hijo tuyo. Purgon me
ofreció que él me haría tener uno.
|
NOTARIO.- Aún pudiera ocurrir.
|
ARGAN.- Es preciso hacer ese testamento, amor
mío, en la forma que nos ha indicado el señor; pero
por precaución, quiero entregarte veinte mil francos en oro
que tengo escondidos en mi alcoba, y dos letras aceptadas, una por
Damon y otra por Gerante.
|
BELISA.- No, no; no tomaré nada...
¿Cuánto dices que tienes en la alcoba?
|
ARGAN.- Veinte mil francos, amor mío.
|
BELISA.- No hablemos de intereses; te lo
ruego... ¿Y de cuánto son las letras?
|
ARGAN.- Una de cuatro mil francos y otra de seis
mil.
|
BELISA.- Todos los bienes de este mundo no valen
lo que tú.
|
NOTARIO.- ¿Procedemos a redactar el
testamento?
|
ARGAN.- Sí, señor. Pero mejor
será que nos vayamos a mi despacho. ¿Quieres
ayudarme, amor mío?
|
BELISA.- Vamos, hijito.
|
Primer
intermedio
|
|
Es de noche, y POLICHINELA viene a dar serenata a su
amada. Le interrumpen, primeramente, los violinistas, contra los
cuales monta en cólera, y después, la patrulla
compuesta de músicos y danzantes.
|
POLICHINELA.- |
|
¡Oh, amor,
amor, amor!... ¿Qué diablos de fantasías se te
han metido en la cabeza, desdichado Polichinela? Abandonas tu
negocio y olvidas completamente todas sus atenciones. No comes,
apenas si bebes, pasas las noches en claro, y todo esto,
¿por qué?... Por una dragona, una verdadera dragona;
una diablesa, que te rechaza y que se burla de cuanto le digas.
Pero es inútil razonar sobre este punto, pues eres
tú, Amor, quien lo ordena, y es necesario enloquecer, como
les ha sucedido a tantos otros. Verdaderamente, no es esto lo que
mejor le cuadra a un hombre de mis años; ¡pero...
qué le vamos a hacer! La discreción no depende de
nuestra voluntad, y un viejo puede perder la cabeza de igual modo
que un mozalbete... Voy a ver si logro amansar un tanto a mi
tigresa dándole serenata. En ocasiones, no hay nada tan
conmovedor como un amante que se llega a la puerta de la adorada y
le canta sus dolencias a los goznes y los cerrojos. He aquí
con qué acompañar mi voz. ¡Oh noche, querida
noche, lleva mis cuitas amorosas hasta el mismo lecho de mi
inflexible! (Canta.)
|
|
Notte e dì v'amo e
v'adoro. |
|
|
|
Cerco, un sì per mio ristoro; |
|
|
|
ma si voy dite di no, |
|
|
|
bell'ingrata, io morirò. |
|
|
|
Fra la speranza |
|
|
|
s'afflige il cuore, |
|
|
|
in lontananza |
|
|
|
consuma l'ore; |
|
|
|
sì dolce inganno |
|
|
|
che mi figura |
|
|
|
breve l'affanno, |
|
|
|
ah, troppo dura! |
|
|
|
Così per tropp'amar languisco e
muoro. |
|
|
|
Notte e dì v'amo...,
etc. |
|
|
|
Se non dormite, |
|
|
|
almen pensate |
|
|
|
alle ferite |
|
|
|
ch'al cuor mi fate; |
|
|
|
deh! almen fingete |
|
|
|
per mio conforto, |
|
|
|
se m'uccidete, |
|
|
|
d'aver il torto: |
|
|
|
vostra pietà mi scemera'il
martoro. |
|
|
|
Notte e dì v'amo...,
etc. |
|
|
(Aparece en la ventana una vieja, que le responde con
burlas.)
|
|
Zerbinetti, ch'ogn'hor con finti
sguardi, |
|
|
|
mentiti desiri, |
|
|
|
fallaci sospiri, |
|
|
|
accenti buggiardi, |
|
|
|
di fede di pregiate, |
|
|
|
ah! che non m'ingannati. |
|
|
|
Che gia so per prova, |
|
|
|
ch'in voi non si trova |
|
|
|
costanza nè fede. |
|
|
|
Oh! quanto è pazza colei che
vi crede. |
|
|
|
Quei sguardi languidi |
|
|
|
non m'innamorano, |
|
|
|
quei sospir fervidi |
|
|
|
più non m'infiammano; |
|
|
|
vel giuro a fe. |
|
|
|
Zerbino misero, |
|
|
|
del vostro piangere |
|
|
|
il mio cor libero |
|
|
|
vuol sempre ridere. |
|
|
|
Credet'a me |
|
|
|
che gla so per prova |
|
|
|
ch'in voi non si trova |
|
|
|
costanza nè fede. |
|
|
|
Oh! quanto è pazza colei che
vi crede. |
|
|
|
|
|
(Los violines comienzan a tocar.)
|
POLICHINELA.- ¿Qué impertinente
armonía es ésta, que viene a interrumpir mi voz?
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Por vida de...!
¡Callen esos violines! Dejad que lamente a mis anchas las
crueldades de mi inexorable.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Silencio os digo! Soy yo
quien de sea cantar.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Pesia tal!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Hola!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Ay, ay, ay!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¿Es vaya?
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Oh, qué
zahúrda!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Que el diablo os lleve!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Maldita sea!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¿No os callaréis?...
¡Por vida de Dios!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¿Aún más?
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Mala peste de violines!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- ¡Vaya una musiquita
imbécil!
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- (Canta, remedando a
los violines, para burlarse de ellos.) La, la, la,
la, la.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- La, la, la, la, la.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- La, la, la, la, la.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- La, la, la, la, la.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- La, la, la, la, la.
|
|
|
(Violines.)
|
POLICHINELA.- (Con el laúd
en la mano, haciendo como si punteara en él, pero imitando
con la boca el sonido.) Plin, plan, plun, plin... De
veras que esto es muy divertido. Continúen, señores
violinistas, porque me agrada extraordinariamente. Vamos, sigan
tocando... Al fin, los he hecho callar. La música esta
acostumbra a no hacer nunca lo que se le pide. ¡Volvamos a lo
nuestro! Antes de comenzar el canto conviene preludiar algunas
tocatas para ponerse a tono. Plan, plan, plan... Plin, plin,
plin... Mal tiempo para afinar el laúd. Plin, plin, plin.
Plin, plan. Plin, plan. Con la humedad que hace se aflojan las
cuerdas. Plin, plan... Siento ruido. Pongamos el laúd contra
la pared.
|
|
(Pasa una ronda de alguaciles, que acude al ruido, y
pregunta cantando.)
|
LA
RONDA.- ¿Quién va? ¿Quién
va?
|
POLICHINELA.- (Muy
quedo.) ¿Qué diablos es esto?
¿Estará de moda hablar cantando?
|
LA
RONDA.- ¿Quién va?...
¿Quién va?... ¿Quién va?...
|
POLICHINELA.-
(Aterrado.) ¡Yo, yo, yo!
|
LA
RONDA.- ¿Quién va?...
¿Quién va, pregunto?
|
POLICHINELA.- Os respondo que yo.
|
LA
RONDA.- ¿Y quién eres tú?
|
POLICHINELA.- ¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!
|
LA
RONDA.- ¡Di tu nombre!
|
POLICHINELA.- (Echándolas
de bravo.) Me llamo... ¡que os ahorquen!
|
LA
RONDA.- ¡A mí!... ¡Venid!...
¡Aquí! Prendan al insolente que nos contesta
así!
|
|
(Bailable.)
|
|
(Entra la patrulla de músicos y danzantes, que en la
oscuridad finge buscar a POLICHINELA.)
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¿Quién va?
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¿Quiénes son estos
pícaros?
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Eh!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Hola!... ¡Mis
lacayos, mis gentes!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Tendré que
matarlos!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Acribillarlos!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Tumbarlos!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Los de Champaña,
Poitevin, Picardía; vascos, bretones!...
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- ¡Dadme mi mosquete!
|
|
|
(Tocan y
bailan.)
|
POLICHINELA.- (Hace como si
disparara.) ¡Pum!
|
|
(Todos los que componen la patrulla se echan a tierra,
escabulléndose luego.)
|
POLICHINELA.- (Riendo con
mofa.) ¡Ja, ja, ja! ¡Los he aterrado!
¡Vaya unos imbéciles; se asustan de mí, que
estoy muerto de miedo!... ¡Indudablemente, no hay como coger
la vez; si yo no me las doy de gran señor y me las echo de
bravo, me aspan!... ¡Ja, ja, ja!
|
|
(Los ALGUACILES,
que se han aproximado y lo escuchan, le echan mano.)
|
LA
RONDA.- ¡Venid, que ya es nuestro!...
¡Vamos, traed luces!
|
|
(Bailable.)
|
|
(Los ALGUACILES
entran con linternas.)
|
ALGUACILES.- ¡Ah, bribón, traidor
granuja!... ¡Temerario, imprudente, merodeador, ahorcado!...
¿Querías asustarnos?
|
POLICHINELA.- ¡Es que estoy bebido,
señores!
|
ALGUACILES.- ¡No te valdrán
excusas!... Para que aprendas, ¡a la cárcel!...
¡Vamos, a la cárcel!
|
POLICHINELA.- ¡Señores, que no soy
un ladrón!
|
ALGUACILES.- ¡A la cárcel!
|
POLICHINELA.- ¿Pero qué he hecho
yo?
|
ALGUACILES.- ¡Vamos andando! ¡A la
cárcel!
|
POLICHINELA.- ¡Déjenme marchar!
|
ALGUACILES.- ¡No!
|
POLICHINELA.- Os lo ruego.
|
ALGUACILES.- ¡No!
|
POLICHINELA.- Por favor.
|
ALGUACILES.- ¡Que no!
|
POLICHINELA.- ¡Señores!
|
ALGUACILES.- ¡No, no y no!
|
POLICHINELA.- ¡Por caridad!
|
ALGUACILES.- ¡No!
|
POLICHINELA.- ¡En nombre del cielo!
|
ALGUACILES.- ¡No!
|
POLICHINELA.- ¡Piedad!
|
ALGUACILES.- ¡No, no y no! Es preciso que
aprendas. ¡A la cárcel!
|
POLICHINELA.- ¿No habrá nada que
pueda enterneceros?
|
ALGUACILES.- Es fácil conmovernos, porque
tenemos un corazón más humano de lo que se cree.
Dadnos buenamente seis luises para echar un trago y os dejamos
marchar.
|
POLICHINELA.- Créanme, señores;
les aseguro que no llevo ni un céntimo encima.
|
ALGUACILES.- Pues elegid entre seis luises,
treinta cocas o doce palos.
|
POLICHINELA.- Si no hay otro remedio, prefiero
las cocas.
|
ALGUACILES.- Preparaos, y llevad bien la
cuenta.
|
|
(Bailable.)
|
|
(Los ALGUACILES
bailan, y al compás de la danza le van dando
cocas.)
|
POLICHINELA.- Uno y dos, tres y cuatro, cinco y
seis, siete y ocho, nueve y diez, once y doce, trece y catorce y
quince...
|
ALGUACILES.- ¡Alto, que ha hecho
trampa!... Volvamos a empezar.
|
POLICHINELA.- ¡Bueno está ya,
señores, que tengo la cabeza hecha una breva!...
¡Preferibles son los palos!
|
ALGUACILES.- Está bien. Si al
señor le agradan más los palos, estamos dispuestos a
complacerle.
|
|
(Bailable.)
|
|
(Bailan y al compás de la danza le
apalean.)
|
POLICHINELA.- Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, ¡ay!... ¡ay!... ¡ay!... ¡No puedo
aguantar más!... Ahí van, señores, los seis
luises.
|
ALGUACILES.- ¡Hombre más
honrado!... ¡Alma más noble! Quedaos con Dios,
señor... Adiós, señor Polichinela.
|
POLICHINELA.- Buenas noches.
|
ALGUACILES.- Quedaos con Dios, señor...
Adiós, señor Polichinela.
|
POLICHINELA.- Servidor.
|
ALGUACILES.- Quedaos con Dios, señor...
Adiós, señor.
|
POLICHINELA.- Hasta la vista.
|
|
(Los ALGUACILES
bailan, haciendo sonar el dinero.)
|
|
FIN DEL PRIMER INTERMEDIO
|