Escena II
|
|
ARGAN,
ANTONIA y CLEONTE.
|
ARGAN.- (Consigo mismo, muy
perplejo.) El médico me ha ordenado que pasee
todas las mañanas, aquí mismo, en mi alcoba, de
acá para allá, doce veces a un lado y doce al otro;
pero se me olvidó preguntarle si los paseos deben ser a lo
largo o a lo ancho de la habitación.
|
ANTONIA.- Señor... Ahí
está...
|
ARGAN.- ¡Habla bajo, pécora! Me
aturdes el cerebro, sin tener en cuenta que a los enfermos no se
les puede gritar.
|
ANTONIA.- Quería advertiros de que...
|
ARGAN.- ¡Que hables bajo, te digo!
|
ANTONIA.-
Señor... (Gesticula como si
hablara.)
|
ARGAN.- ¿Qué?
|
ANTONIA.- Os decía... (Hace
como si hablara.)
|
ARGAN.- ¿Pero qué es lo que
dices?
|
ANTONIA.- (Alto.)
Digo que hay ahí un hombre que quiere hablar con el
señor.
|
ARGAN.- Que pase.
|
|
(ANTONIA hace
señas a CLEONTE
para que se acerque.)
|
CLEONTE.- Señor...
|
ANTONIA.- (Con
zumba.) No habléis tan alto, que le
retiemblan los sesos al señor.
|
CLEONTE.- Celebro el encontraros levantado y ver
que estáis mejor.
|
ANTONIA.- (Fingiendo
indignación.) ¿Quién os ha
dicho que está mejor? No es cierto: el señor sigue
mal.
|
CLEONTE.- He oído decir que el
señor estaba más aliviado, y a juzgar por el
semblante...
|
ANTONIA.- ¿Qué queréis
decir con eso del semblante? El señor tiene muy mala cara, y
es una impertinencia decir que está mejor. Nunca estuvo tan
mal como ahora.
|
ARGAN.- Tiene razón.
|
ANTONIA.- Anda, duerme, come y bebe como todo el
mundo; pero, a pesar de eso, está muy mal.
|
ARGAN.- Es verdad.
|
CLEONTE.- Lo lamento, señor... Yo
venía de parte del maestro de música de vuestra hija,
que se ha visto precisado a marchar al campo por unos días;
y, como tenemos una gran amistad, me ha rogado que continuase las
lecciones, temeroso de que, al interrumpirlas, pueda olvidar
vuestra hija lo que ya ha aprendido.
|
ARGAN.- Perfectamente. Llama a
Angélica.
|
ANTONIA.- Será mejor que el señor
vaya a buscarla a su alcoba.
|
ARGAN.- No; dile que venga.
|
ANTONIA.- Les conviene cierto recogimiento para
dar la lección.
|
ARGAN.- No.
|
ANTONIA.- Además, que os van a aturdir, y
en el estado en que estáis, lo peor es que os carguen la
cabeza.
|
ARGAN.- Te digo que no. La música me
deleita y me encontraré muy a gusto... Aquí viene
ella. Ve a ver si mi mujer se ha levantado.
|
Escena V
|
|
Dichos, DIAFOIRUS
y TOMÁS.
|
ARGAN.- (Llevándose la mano
al gorro, pero sin quitárselo.) Perdonad,
pero tengo prohibido descubrirme. Vos, que sois del oficio,
conoceréis las razones.
|
DIAFOIRUS.- Nuestra presencia debe proporcionar
alivio y no incomodidad al enfermo.
|
ARGAN.- Acepto...
|
|
(Hablan los dos a un tiempo, interrumpiéndose el uno
al otro a cada palabra, lo que ocasiona un verdadero
galimatías.)
|
DIAFOIRUS.- Venimos...
|
ARGAN.- Con regocijo...
|
DIAFOIRUS.- Mi hijo Tomás y yo...
|
ARGAN.- El honor que me hacéis...
|
DIAFOIRUS.- A testimoniaros...
|
ARGAN.- Y hubiera deseado...
|
DIAFOIRUS.- El regocijo que
experimentamos...
|
ARGAN.- Ir a visitaros...
|
DIAFOIRUS.- Por la merced que nos habéis
hecho...
|
ARGAN.- Para expresaros mi reconocimiento...
|
DIAFOIRUS.- Accediendo a recibiros...
|
ARGAN.- Pero ya sabéis vos...
|
DIAFOIRUS.- Y honrándonos...
|
ARGAN.- Lo que es un pobre enfermo...
|
DIAFOIRUS.- Con esta unión...
|
ARGAN.- Y que ha de conformarse...
|
DIAFOIRUS.- Queremos hacer constar de igual
modo...
|
ARGAN.- Con deciros ahora...
|
DIAFOIRUS.- Que en aquello que dependa de
nuestro oficio...
|
ARGAN.- Que no perderá
ocasión...
|
DIAFOIRUS.- Como en todo momento...
|
ARGAN.- De daros a conocer...
|
DIAFOIRUS.- Estaremos solícitos...
|
ARGAN.- Su adhesión...
|
DIAFOIRUS.- A expresaros nuestro celo.
(Se vuelve a su hijo y le dice.)
Avanza tú ahora, Tomás, y presenta tus homenajes.
|
TOMÁS.- (Es un
grandísimo necio, patarroso, que lo hace todo a
destiempo.) ¿No es por el padre por quien
debo empezar?
|
DIAFOIRUS.- Sí.
|
TOMÁS.- Señor: Aquí llego a
saludar, reconocer, amar y reverenciar a un segundo padre. Pero a
un segundo padre al cual, me atrevo a declararlo, soy más
deudor que al primero. El primero me ha engendrado; vos me
habéis elegido. Aquél me acogió por
obligación; vos me adoptáis graciosamente. Lo que
recibí del primero fue obra de la materia; lo que de vos
recibo es acto de la voluntad; y por ser las facultades
espirituales tan superiores a las materiales, tanto más os
debo y tanto más aprecio esta futura unión, por la
cual vengo ahora a expresaros anticipadamente mis más
humildes y rendidos respetos.
|
ANTONIA.- ¡Bendito sea el colegio de donde
salen estos hombres!
|
TOMÁS.- ¿He estado bien,
padre?
|
DIAFOIRUS.- ¡Óptimo!
|
ARGAN.- (A ANGÉLICA.)
Vamos, saluda al señor.
|
TOMÁS.- (A DIAFOIRUS.)
¿Debo besarle la mano?
|
DIAFOIRUS.- Sí, Sí.
|
TOMÁS.- (A ANGÉLICA.)
Señora: Con justicia os ha concedido el cielo el
título de madre, puesto que...
|
ARGAN.- Ésa no es mi mujer, es mi
hija.
|
TOMÁS.- ¿Pues dónde
está?
|
ARGAN.- Vendrá ahora.
|
TOMÁS.- (A DIAFOIRUS.)
¿Aguardo a que venga?
|
DIAFOIRUS.- Saluda a la hija.
|
TOMÁS.- Señorita: Así como
de la estatua de Memnán salían sonidos armoniosos al
ser iluminada por los rayos del sol, de igual manera me siento yo
animado de un dulce transporte al recibir los resplandores de
vuestra belleza. Y del mismo modo que, según observan los
naturalistas, la flor llamada heliotropo gira sin cesar hacia el
astro del día, así mi corazón desde ahora
girará de continuo atraído por el fulgor de vuestros
ojos adorables que son mi único polo... Permitid,
señorita, que deposite en el altar de vuestros encantos la
ofrenda de este corazón, que ni alienta ni ambiciona otra
gloria que la de ser, mientras viva, vuestro muy humilde, muy
obediente y muy fiel servidor y marido.
|
ANTONIA.- (En
chanza.) ¡Ya merece la pena quemarse las
pestañas estudiando y poder decir luego cosas tan
lindas!
|
ARGAN.- (A CLEONTE.)
¿Qué decís vos de esto?
|
CLEONTE.- Que estoy maravillado de oír al
señor, y que si es tan buen médico como orador
notable, dará gusto enfermar para ser asistido por
él.
|
ANTONIA.- Seguramente. Si sus curaciones son
como sus discursos, será cosa de pasmo.
|
ARGAN.- Vaya, acérquenme mi butaca, y
sentémonos todos. Tú aquí, hija mía.
(A DIAFOIRUS.) Os doy la
enhorabuena por tener tal hijo; ya veis cómo todos le
admiran.
|
DIAFOIRUS.- Señor: no es porque sea mi
hijo, pero tengo motivos sobrados para estar orgulloso. Todo el que
le conoce habla de él como de un joven que no tiene pero.
Nunca tuvo la imaginación viva, ni esa fogosidad que se echa
de ver en algunos; pero por eso mismo auguré siempre que
sería juicioso, cualidad indispensable para el ejercicio de
nuestra profesión. De pequeño jamás se le tuvo
por un muchacho listo y despejado, como suele decirse; de
carácter dulce, apacible y taciturno, no se le vio nunca
entretenido en esas múltiples distracciones que se llaman
juegos infantiles. A los nueve años aún no
conocía las letras, y costó Dios y ayuda
enseñarle a leer... «¡Bien -me decía yo-;
los árboles tardíos son los que dan mejores frutos.
Por costar más trabajo grabar en el mármol que
escribir en la arena, son más duraderos los caracteres. Esta
lentitud de comprensión, esta escasez imaginativa son
síntomas de buen juicio en el porvenir». Sus primeros
años de colegio fueron muy duros; pero su obstinación
supo vencer todas las dificultades, haciéndose lenguas sus
profesores en elogio de su constancia y asiduidad en el trabajo...
Al fin, a fuerza de batir en el yunque, ganó brillantemente
su licenciatura; y puedo decir, sin envanecerme, que en las
controversias suscitadas en nuestro colegio, desde hace dos
años, ninguno armó tanto ruido como él. Es un
discutidor formidable, que no deja pasar proposición sin
llevar la contraria; y conservando su frialdad en la disputa,
aferrado como un turco a sus principios, no cede jamás en
sus opiniones y lleva el razonamiento hasta los límites
más recónditos de la lógica. Pero sobre todas
sus cualidades, la que más me agrada es que,
guiándose de mi ejemplo, sigue ciegamente los principios de
la escuela antigua, sin que haya querido discutir ni prestar
atención a esos pretendidos adelantos y experiencias de
nuestro siglo, tales como la circulación de la sangre y
otras divagaciones de igual calibre.
|
TOMÁS.- (Sacando un enorme
mamotreto, que ofrece a ANGÉLICA.) He
aquí la tesis sostenida por mí contra los partidarios
de la circulación. Con la venia de vuestro padre, os la
ofrezco como primicia de mi ingenio.
|
ANGÉLICA.- ¿Para qué quiero
yo eso si no entiendo jota?
|
ANTONIA.- Dádmelo, dádmelo a
mí, que recortaré la orla y la pondré en mi
cuarto.
|
TOMÁS.- Igualmente con permiso de vuestro
padre, os invito a que asistáis uno de estos días a
la disección de una mujer. Es un espectáculo muy
entretenido y en el que tengo que actuar.
|
ANTONIA.- Debe ser divertidísimo. Hay
quien lleva al teatro a su dama; pero invitarla a una
disección es mucho más galante.
|
DIAFOIRUS.- Por lo demás, en lo que
respecta a las cualidades que se requieren para el matrimonio y la
propagación de la especie, puedo aseguraros que,
según las reglas del arte, está a pedir de boca;
posee en un grado loable la virtud prolífica, y su
temperamento es justamente el que se requiere para engendrar y
procrear hijos fuertes.
|
ARGAN.- ¿Y no entra en vuestros
cálculos el irlo introduciendo en la corte y obtenerle una
plaza de médico?
|
DIAFOIRUS.- Si he de deciros la verdad, nuestra
profesión al lado de esa gente grande es muy desairada. Yo
he preferido siempre vivir del público. Es más
cómodo, más independiente y de menos responsabilidad,
porque nadie viene a pediros cuentas; y con tal que se observen las
reglas del arte, no hay que inquietarse por los resultados. En
cambio, asistiendo a esos señorones, siempre se está
en vilo, porque apenas caen enfermos quieren decididamente que el
médico les cure.
|
ANTONIA.- ¡Vaya una gracia! ¡Se
necesita ser impertinente para pretender que le cure el
médico! Los médicos no son para eso; los
médicos no tienen más misión que la de recetar
y cobrar; el curar o no, es cuenta del enfermo.
|
DIAFOIRUS.- ¡Claro está! Uno no
tiene más obligación que la de seguir el
formulario.
|
ARGAN.- (A CLEONTE.) Haced un poco
de música para que los señores oigan a mi hija.
|
CLEONTE.- Aguardaba vuestro mandato; pero ya
había yo pensado, para hacer más agradable esta
reunión, que cantáramos algunos pasajes de una obra
nueva, recientísima. (Dando unos papeles a
ANGÉLICA.) Tomad
vuestro papel.
|
ANGÉLICA.- ¿Yo?
|
CLEONTE.- (Bajo, a ANGÉLICA.) Os
ruego que accedáis y que me dejéis explicaros la
escena que vamos a representar. Yo tengo poca voz, pero lo
suficiente para que me escuchen y acompañaros sin
desentonar.
|
ARGAN.- ¿Son bonitos los versos?
|
CLEONTE.- Se trata de una improvisación
hecha en prosa rimada a modo de verso libre, con objeto de que los
personajes expresen más espontáneamente su
pasión.
|
ARGAN.- Está bien. Ya escuchamos.
|
CLEONTE.- |
|
Un pastor explica
a su adorada todo el proceso de su amor, desde el instante en que
se conocieron; luego ambos, haciendo la situación suya, se
replican cantando. He aquí el asunto. A un pastor que asiste
al espectáculo vienen a distraerle de su atención
unas palabras violentas que escucha a su lado. Se vuelve, y viendo
a un bárbaro que insulta brutalmente a una pastora, toma la
defensa del sexo al que todos los hombres deben homenaje.
Primeramente aplica al grosero el castigo que merece su insolencia;
después, acudiendo al lado de la pastora, descubre los ojos
más lindos que jamás se hayan visto, vertiendo las
lágrimas más bellas del mundo. «¿Pero es
posible -se dice- que haya alguien capaz de ofender a semejante
criatura?... ¿Qué inhumano salvaje no se
estremecería ante estas lágrimas?». El pastor
procura contenerlas, y de tal modo la amable pastora agradece su
solicitud, con tal encanto, tan tierna y apasionadamente, que el
pastor no puede resistir, y cada palabra, cada mirada es un dardo
inflamado que penetra en su corazón. «¿Hay algo
que pueda merecer tal reconocimiento? -dice él-. ¿Y
qué no haría yo? ¿A qué servicios y a
qué peligros no me arrojara por merecer un solo instante la
atención de alma tan generosa?»... El
espectáculo transcurre sin que él le preste la menor
atención, y sólo al terminar encuentra que ha sido
demasiado breve, pues ha de separarse de ella... Esta primera
entrevista, estos solos momentos, producen en su corazón la
violencia de un amor alimentado por los años. Hace lo
imposible por volver a verla; pero como la vigilancia en que ella
vive se lo impide, se resuelve a pedir su mano y obtiene de ella el
consentimiento para hacerlo, a la par que le advierte que su padre
ha concertado su matrimonio con otro, y que todo está ya
dispuesto para la ceremonia. ¡Juzgad qué golpe tan
cruel para el corazón del triste pastor!... Un sufrimiento
moral le aniquila, y no pudiendo soportar la idea de ver a la que
ama en brazos de otro, su amor desesperado le hace imaginar una
trama con que introducirse en casa de la pastora para conocer sus
sentimientos y escuchar de sus labios cuál es el destino que
le aguarda. Al llegar, ve los temidos preparativos y conoce al
indigno rival que el capricho de un padre opone a las ternezas de
su amor. Ve a ese rival ridículo, triunfante al lado de su
amable pastora y poseído como el que ha hecho una conquista.
Esta presencia le llena de tal cólera, que apenas puede
dominarse; mira dolorosamente a la que ama, y por respeto a ella y
a la presencia del padre, guarda silencio, expresándose
sólo con los ojos, hasta que, al fin, no pudiendo contener
los transportes de su pasión, habla
así: (Canta.)
|
|
Mi sufrir, bella
Filis, |
|
|
|
es excesivo sufrir. |
|
|
|
Este duro silencio rompamos |
|
|
|
y nuestro pecho abramos. |
|
|
|
Mi destino mostradme: |
|
|
|
¿vivir debo o morir? |
|
|
|
|
ANGÉLICA |
|
|
Ya me veis,
Tirsis, triste y melancólica |
|
|
|
ante los desposorios |
|
|
|
que tanto os acongojan. |
|
|
|
Abro al cielo los ojos, |
|
|
|
os miro, |
|
|
|
suspiro... |
|
|
|
¿qué más puedo
decir? |
|
|
|
|
ARGAN.- ¡Demonio! ¿Quién
podía sospechar tales habilidades en mi hija?
|
CLEONTE |
|
|
¡Oh, bella
Filis! |
|
|
|
¿Sería tan
dichoso, |
|
|
|
Tirsis enamorado, |
|
|
|
que hueco hubiera hallado |
|
|
|
en vuestro corazón? |
|
|
|
|
ANGÉLICA |
|
|
A tal punto
llegados, |
|
|
|
defenderme no puedo, |
|
|
|
Tirsis: os idolatro. |
|
|
|
|
CLEONTE |
|
|
¡Oh, frases
de esperanza suma! |
|
|
|
¿Las he oído
bien? |
|
|
|
Repetidlas y cesen ya mis
dudas. |
|
|
|
|
ANGÉLICA.- Te adoro.
|
CLEONTE.- Otra vez, por favor.
|
ANGÉLICA.- Te adoro.
|
CLEONTE.- Repetidlo cien veces, no os
canséis.
|
ANGÉLICA |
|
|
Te adoro,
sí, te adoro, te adoro, |
|
|
|
Tirsis: te adoro. |
|
|
|
|
CLEONTE |
|
|
Dioses y reyes,
que contempláis |
|
|
|
a vuestros pies la tierra, |
|
|
|
¿podríais
comparar |
|
|
|
con mi dicha la vuestra? |
|
|
|
Mas, ¡oh, Filis!, este
éxtasis, |
|
|
|
la idea de un rival |
|
|
|
viene a turbar. |
|
|
|
|
ANGÉLICA |
|
|
Más que a
la muerte mi alma lo detesta |
|
|
|
y, lo mismo que a vos, |
|
|
|
su vista me atormenta. |
|
|
|
|
CLEONTE |
|
|
Pero una
promesa |
|
|
|
paternal os obliga. |
|
|
|
|
ANGÉLICA |
|
|
Antes morir que
consentir, |
|
|
|
antes morir. |
|
|
|
|
ARGAN.- Y ¿qué dice a todo esto el
padre?
|
CLEONTE.- Nada.
|
ARGAN.- ¡Valiente majadero, soportar
tantas impertinencias sin decir palabra!
|
CLEONTE.- ¡Ay, amor mío!
|
ARGAN.- ¡Basta, basta ya!... ¡La tal
comedia es escandalosa! Ese pastor Tisis es un impertinente, y la
pastora Filis, que habla de ese modo delante de su padre, es una
impúdica. A ver esos papeles... ¡Ya, ya!
¿Dónde está aquí la letra que
habéis cantado? Aquí no hay más que
música.
|
CLEONTE.- ¿Pero no sabéis,
señor, que se ha inventado hace poco el medio de escribir
letras con los mismos signos de la música?
|
ARGAN.- Está bien... Para serviros,
señor mío. Hasta la vista. Y maldita la falta que nos
hacía conocer una obra tan impertinente.
|
CLEONTE.- Creí que os
divertiría.
|
ARGAN.- Las majaderías no divierten
nunca... Aquí está ya mi esposa.
|
Escena VI
|
|
BELISA,
ARGAN, ANTONIA, ANGÉLICA, DIAFOIRUS y TOMÁS.
|
ARGAN.- Amor mío, te presento al hijo del
señor Diafoirus.
|
TOMÁS.- (Comienza una
salutación que traía aprendida; pero se le va la
memoria y se corta.) Señora: Con justicia os
han concedido los cielos el nombre que tan claramente luce en
vuestro rostro y que...
|
BELISA.- Encantada de conoceros.
|
TOMÁS.- Que tan claramente puede leerse
en vuestro rostro... puede leerse en vuestro rostro... Vuestra
interrupción, señora, me ha hecho perder el hilo.
|
DIAFOIRUS.- (A su
hijo.) Reserva el discurso para otra
ocasión.
|
ARGAN.- Hubiéramos deseado verte
antes.
|
ANTONIA.- ¡Lo que os habéis
perdido, señora!... ¡El segundo padre, la estatua de
Memnón, la flor llamada heliotropo!...
|
ARGAN.- Vamos, hija mía. Enlaza tu mano a
la del señor y dale tu palabra de esposa.
|
ANGÉLICA.- ¡Padre!
|
ARGAN.- ¡Padre! ¿Qué quiere
decir eso?
|
ANGÉLICA.- Os ruego, por favor, que no
precipitéis las cosas. Concedednos el tiempo necesario para
que nos lleguemos a conocer y para que nazca entre nosotros la
inclinación indispensable en toda unión.
|
TOMÁS.- En mí ya nació,
señorita, y por mi parte no hay nada que aguardar.
|
ANGÉLICA.- Si vos sois tan súbito,
a mí no me sucede lo mismo; y os confieso que vuestros
méritos aún no han logrado hacer una gran
impresión en mi alma.
|
ARGAN.- ¡Bah, bah! Todo esto vendrá
con el matrimonio.
|
ANGÉLICA.- Dadme tiempo, padre
mío, os lo ruego. El matrimonio es una cadena a la que no se
debe ligar nadie violentamente; y si el señor es un hombre
honrado, no debe aceptar por esposa a una mujer que se
uniría a él por la fuerza.
|
TOMÁS.- Nego consequentiam. Señorita, yo puedo
ser un hombre honrado y aceptaros de manos de vuestro padre.
|
ANGÉLICA.- Mal camino para hacerse amar
el de la violencia.
|
TOMÁS.- Señorita, las antiguas
historias nos cuentan que era costumbre raptar de la casa paterna a
la joven con la cual se iba a contraer matrimonio, precisamente
para que no pareciera que se entregaba voluntariamente en brazos de
un hombre.
|
ANGÉLICA.- Los antiguos, señor,
eran los antiguos, y nosotros somos gentes de ahora; de una
época en que no son necesarios esos subterfugios, porque
cuando un marido nos agrada sabemos aproximarnos a él sin
que se nos obligue. Tened, pues, paciencia, y si me amáis,
mis deseos deben ser también vuestros deseos.
|
TOMÁS.- Siempre que no se opongan a las
intenciones de mi amor.
|
ANGÉLICA.- ¿Y qué mayor
prueba de amor que la de someterse a la voluntad de quien se
ama?
|
TOMÁS.- Distingo, señorita: en aquello
que no se refiera a la posesión, concedo; pero en lo que le
concierne, nego.
|
ANTONIA.- ¡Así se razona!
(A ANGÉLICA.) El
señor sale ahora, vivito y coleando, de la escuela, y
siempre tendrá una réplica para quedar encima.
¿A qué viene esa resistencia y por qué
renunciáis a la gloria de uniros con el cuerpo
facultativo?
|
BELISA.- Acaso haya por medio otra
inclinación.
|
ANGÉLICA.- Si la hubiera, sería de
tal naturaleza que la razón y la honestidad podrían
autorizarla.
|
ARGAN.- ¡Por lo visto, yo no soy
más que un monigote!
|
BELISA.- Yo, en tu caso, hijo mío, no la
obligaría a casarse, y... ya sabría yo lo que hacer
con ella.
|
ANGÉLICA.- Comprendo lo que
queréis decir, señora, y conozco vuestras caritativas
intenciones respecto a mí; pero acaso vuestros deseos no se
realicen.
|
BELISA.- Lo creo; las jovencitas de hoy, muy
juiciosas y recatadas, se burlan de la sumisión y obediencia
que se debe a los padres. Eso estaba bien en otros tiempos.
|
ANGÉLICA.- Los deberes de hija tienen un
límite, señora, y no hay razón ni ley que
obligue a obedecer en todo ciegamente.
|
BELISA.- Eso quiere decir que no es que
desdeñes el matrimonio, sino que quieres elegir un marido a
tu gusto.
|
ANGÉLICA.- Y si mi padre no quiere
dármelo, al menos que no me obligue a casarme con quien no
puedo amar.
|
ARGAN.- Perdonad esta escena,
señores.
|
ANGÉLICA.- Cada cual lleva sus
intenciones al casarse. Yo, que no quiero un marido sino para
amarle de veras y hacer de él el objeto de mi vida, tengo
que tomar mis precauciones. Hay quien se casa para libertarse de la
tutela paterna y campar a su gusto; hay también,
señora, quien hace del matrimonio un comercio, y quien se
casa únicamente por los beneficios, enriqueciéndose a
la muerte del marido y pasando, sin escrúpulos, de uno a
otro sin más fin que expoliarlos.
|
BELISA.- Estás muy habladora...
¿Qué es lo que quieres decir con todo ese
discurso?
|
ANGÉLICA.- ¿Qué he de
querer decir más de lo que he dicho?
|
BELISA.- ¡Eres de una estupidez
insoportable!
|
ANGÉLICA.- Si lo que pretendéis es
obligarme a que os conteste una insolencia, os advierto que no lo
vais a lograr.
|
BELISA.- ¡Hay mayor impertinente!
|
ANGÉLICA.- Favor que me
hacéis.
|
BELISA.- Tienes una presunción y un
orgullo tan ridículos que da lástima.
|
ANGÉLICA.- Todo cuanto digáis
será inútil, porque no he de abandonar mi
discreción; y para que no os quede la esperanza de lograrlo,
me voy.
|
ARGAN.- (A ANGÉLICA, que va a
salir.) Escúchame bien: o te casas con el
señor dentro de cuatro días o entras en un convento.
(A BELISA.) No te
sofoques, que ya le ajustaré las cuentas.
|
BELISA.- Siento mucho dejarte, hijo mío,
pero tengo que salir a un asunto que no admite excusas.
Volveré corriendo.
|
ARGAN.- Anda, amor mío; y de camino
pásate por casa del notario y dale prisa para que haga lo
que ya sabes.
|
BELISA.- Adiós, chiquitín.
|
ARGAN.- Adiós, chacha... He aquí
una mujer que me adora hasta lo increíble.
|
DIAFOIRUS.- Con vuestro permiso nos
retiramos.
|
ARGAN.- Antes os ruego que me digáis
cómo estoy.
|
DIAFOIRUS.- (Tomándole el
pulso.) Vamos, Tomás, tómale la otra
mano y veamos si sabes hacer un diagnóstico por el pulso.
Quid
dicis?
|
TOMÁS.- Digo que el pulso del
señor es el pulso de un hombre que no está bueno.
|
DIAFOIRUS.- Bien.
|
TOMÁS.- Que está
duriúsculo, por no decir duro.
|
DIAFOIRUS.- Muy bien.
|
TOMÁS.- Agitado.
|
DIAFOIRUS.- Bien.
|
TOMÁS.- Un poco desigual.
|
DIAFOIRUS.- Óptimo.
|
TOMÁS.- Lo cual produce una intemperancia
en el parénquima esplénico; es decir, en el bazo.
|
DIAFOIRUS.- Muy bien.
|
ARGAN.- No. Purgon dice que mi enfermedad
está en el hígado.
|
DIAFOIRUS.- ¡Claro! Quien dice
parénquima, lo mismo dice hígado que bazo, a causa de
la estrecha simpatía que los une, ya por el vaso breve, por
el pirolo y,
frecuentemente, por los conductos colidocos. Os habrá prescrito,
sin duda, que comáis mucho asado.
|
ARGAN.- No; nada más que cocido.
|
DIAFOIRUS.- Sí..., asado y cocido vienen
a ser lo mismo. Todas las prescripciones están muy atinadas.
No podíais haber caído en mejores manos.
|
ARGAN.- Y decidme, señor:
¿cuántos gramos de sal deben echarse en un huevo?
|
DIAFOIRUS.- Seis, ocho, diez...; siempre
números pares; al revés que en los medicamentos, que
siempre son impares.
|
ARGAN.- Hasta, la vista, señor.
|
Escena VIII
|
|
ARGAN y
LUISA.
|
LUISA.- ¿Qué queréis,
papá?
|
ARGAN.- Ven acá. Acércate. Levanta
los ojos y mírame a la cara. ¿A ver?
|
LUISA.- ¿Qué, papá?
|
ARGAN.- ¿No tienes nada que contarme?
|
LUISA.- Os contaré, para entreteneros, el
cuento de la piel del burro o la fábula del cuervo y la
zorra, que he aprendido hace poco.
|
ARGAN.- No es eso lo que quiero.
|
LUISA.- ¿Qué es entonces?
|
ARGAN.- De sobra sabes tú, granuja, a lo
que me refiero.
|
LUISA.- No sé.
|
ARGAN.- ¿Es ésta tu manera de
obedecerme?
|
LUISA.- ¿En qué?
|
ARGAN.- ¿No te encargué que
vinieras inmediatamente a contarme todo lo que vieras?
|
LUISA.- Sí, papá.
|
ARGAN.- ¿Y lo has hecho?
|
LUISA.- Sí, papá. Cuando he visto
algo, he venido a contároslo.
|
ARGAN.- Y hoy, ¿no has visto nada?
|
LUISA.- No, papá.
|
ARGAN.- ¿No?
|
LUISA.- No, papá.
|
ARGAN.- ¿Seguro?
|
LUISA.- Seguro.
|
ARGAN.- Está bien; yo te haré que
veas algo. (Coge unas disciplinas.)
|
LUISA.- ¡Papá, papá!
|
ARGAN.- ¡Farsante!... ¿No quieres
decirme que has visto a un hombre en la alcoba de tu hermana?
|
LUISA.- ¡Papá!
|
ARGAN.- Yo te enseñaré a
mentir.
|
LUISA.- (Echándose a los
pies de su padre.) Perdón, papá,
perdón. Mi hermana me rogó que no os dijera nada;
pero yo os lo contaré todo.
|
ARGAN.- Primero te tengo que azotar por haberme
mentido; después, ya veremos.
|
LUISA.- ¡Perdón, papá!
|
ARGAN.- No.
|
LUISA.- ¡No me azotes, papaíto!
|
ARGAN.- Ahora lo verás.
|
LUISA.- ¡Por Dios, papá!
|
ARGAN.- (Sujetándola para
zurrarle.) ¡Vamos, vamos!
|
LUISA.- ¡Me habéis herido!...
¡Me muero! (Cae, haciéndose la
muerta.)
|
ARGAN.- ¿Qué es esto?...
¡Luisa!... ¡Luisa!... ¡Dios mío!
¡Luisa, hija mía!... ¡Ah, desventurado, que
acabas de matar a tu hija! ¿Qué has hecho, miserable?
¡Malditas disciplinas!... ¡Hija mía, Luisa!
|
LUISA.- No lloréis, papá, que no
estoy muerta del todo.
|
ARGAN.- ¡Hay mayor trapacería!...
Te perdono por esta vez, pero me has de contar lo que has
visto.
|
LUISA.- Sí, papá.
|
ARGAN.- Mucho ojo conmigo, porque este
meñique lo sabe todo, y si mientes me lo
advertirá.
|
LUISA.- Pero no le digáis a mi hermana
que yo os lo he contado.
|
ARGAN.- No.
|
LUISA.- Pues estando yo en el cuarto de
Angélica ha llegado un hombre.
|
ARGAN.- ¿Y qué?
|
LUISA.- Le pregunté qué deseaba y
me dijo que era el maestro de canto.
|
ARGAN.- ¡Huy, huy, huy! ¡Ya hemos
cogido la hebra!... ¿Qué más?
|
LUISA.- A poco ha venido mi hermana.
|
ARGAN.- ¿Y qué?
|
LUISA.- Angélica le ha dicho:
«¡Salid, salid, salid de aquí! ¡Por Dios,
salid, salid o causaréis mi
desesperación!».
|
ARGAN.- Sigue.
|
LUISA.- Él no quería
marcharse.
|
ARGAN.- ¿Qué le decía?
|
LUISA.- ¡Yo no sé cuántas
cosas!
|
ARGAN.- ¿Y qué más?
|
LUISA.- Seguía hablando: que por
aquí, que por allá; que la amaba y que era la
criatura más bella del mundo.
|
ARGAN.- ¿Y qué más?
|
LUISA.- Que se puso de rodillas.
|
ARGAN.- ¿Y después?
|
LUISA.- Que le besó las manos.
|
ARGAN.- ¿Y después?
|
LUISA.- Que viendo llegar a mi madrastra,
huyó.
|
ARGAN.- ¿Y nada más?
|
LUISA.- Nada más, papá.
|
ARGAN.- Mi meñique quiere decirme algo.
(Se mete el dedo en el oído.)
Aguarda... ¡Sí, sí! Lo ves: dice que has visto
algo más y no quieres contármelo.
|
LUISA.- ¡Pues es un embustero vuestro
meñique!
|
ARGAN.- ¡Cuidado!
|
LUISA.- No le hagáis caso, que miente; os
lo aseguro.
|
ARGAN.- Bien, bien; ya veremos. Márchate
y ten mucho ojo... ¡Cuántos quebraderos de cabeza! No
le dejan a uno tiempo ni para pensar en sus enfermedades...
¡No puedo más!
|
|
(Se deja caer en un sillón.)
|