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El Romanticismo europeo y las letras españolas del XIX

José María Ferri Coll

Enrique Rubio Cremades





Lo que entendemos por modernidad artística fue un proceso que se generó en la fecunda dialéctica de interrelación entre el racionalismo ilustrado del siglo XVIII y la combativa proclama de la libertad impulsada por el descubrimiento de la imaginación creadora. Tanto la palabra romanticismo como el desarrollo del gran movimiento cultural al que esta palabra designa vivieron una compleja y prolongada historia en la que el término, de procedencia latina, sirvió para denominar desde mediados del siglo XVII a varias modalidades literarias o fenómenos culturales que se manifestaron en los más variados lugares de la Europa occidental. La identificación del «romanticismo» con una innovadora concepción de la actividad literaria tuvo lugar en la Alemania de fines del XVIII y sus usuarios la sintieron como producida en el ámbito de la literatura, aunque el marbete romanticismo serviría también para nombrar fenómenos de la más variada naturaleza hasta hoy día; casi simultáneamente se vivió en la Inglaterra coetánea un despliegue integrador de aspectos muy característicos de la sensibilidad de la Ilustración y de la nueva visión del arte liberado de todas las trabas. No se hizo esperar la extensión del nuevo fenómeno a los otros países europeos -Francia e Italia fundamentalmente- y su prolongación en el primer tercio del XIX, al modo de una onda concéntrica, fue llegando a las áreas extremas del mundo occidental: Norteamérica y América hispana en un flanco y países eslavos en el otro.

Como es sabido, la cronología del romanticismo se solapó con el cambio político del Antiguo Régimen hacia la moderna sociedad democrática e industrial y tuvo una estrecha dependencia de las zozobrantes circunstancias de la Revolución francesa, de las guerras del Imperio y la posterior restauración contrarrevolucionaria, del mismo modo que su difusión fue coetánea de la aplicación de los adelantos tecnológicos derivados de la ciencia positivista, visibles muy especialmente en los medios empleados para la comunicación humana. El cambio económico y social, los desplazamientos de grandes contingentes de población y la rapidez con la que los medios escritos podían llegar a los más distantes lugares, explican la universalización del romanticismo, al menos en el mundo occidental.

A propósito de esta conjunción de circunstancias históricas, el crítico danés Georg Brandes defendió, a mediados del XIX, la tesis plausible de que la expansión del romanticismo había sido el resultado de una cultura de la emigración que, de modo muy intenso, se practicó en el paso del siglo XVIII al siglo XIX tanto en Europa como en América. Y en este contexto internacional, el romanticismo y los románticos españoles no constituyen una excepción.

Por una parte, para los primeros románticos europeos, la España de la época conformaba el perfil del más genuino romanticismo, al tratarse de una sociedad inmovilizada capaz de reaccionar como un único cuerpo en una lucha militar por la salvación de su Independencia y que además era un país poseedor, en sus tradiciones literarias, de algunos de los mejores modelos de lo que se entendía por «literatura romántica»: un teatro nacional que proyectaba sobre la sociedad de los siglos XVI y XVII la fuerza de la vida misma, una tradición de poesía anónima y popular que se remontaba a la Edad Media y un escritor, como Miguel de Cervantes, que había conseguido troquelar en sus personajes inolvidables una síntesis insuperable entre la ficción y la realidad. La primitiva naturalidad, en fin, de los lejanos espacios transatlánticos aportaba una dosis de exotismo en paralelo a las fantasías de sensualidad que los europeos veían como propias de los países del Oriente próximo.

El mundo hispánico, pues, regalaba estímulos de primera mano al romanticismo internacional, pero a su vez recibía de éste ingredientes fundamentales que condicionaron la cultura española e hispanoamericana del siglo XIX y, por supuesto, el proceso de sus literaturas nacionales. Individuos españoles que, en el traspaso de los siglos XVIII al XIX, viajaron por diversos lugares del planeta y los numerosos grupos de emigrados políticos que, desde 1814, residieron en otros países europeos o americanos fueron los factores imprescindibles en la permeabilidad cultural con que se vivió el romanticismo hispano. Españoles salían de España para regresar años más tarde enriquecidos con el aprendizaje de la nueva literatura romántica y europeos o americanos llegaban a la Península a la búsqueda de la exaltada individualidad caballeresca y cristiana que tantas deudas había contraído con la civilización musulmana. Visto en perspectiva diacrónica, además de estas intercomunicaciones de estos viajes de ida y vuelta, las peculiaridades del romanticismo hispano no se limitaban a los episodios de exaltación bélica o a las pasiones políticas llevadas hasta su ápice. También la curiosidad por las innovaciones de todo tipo que arraigaban en países de otras lenguas y tradiciones encontraron su eco en España y en los países hispánicos: estilos orientalizantes y góticos en las Bellas Artes, modas y modos de comportamiento en la vida cotidiana, confluencia entre los programas de trabajo de escritores, pintores y músicos o la percepción generalizada que tenía el peso de la vida del pueblo en las facultades imaginativas, a vía de ejemplo.

El estudio y la interpretación del romanticismo como movimiento internacional y como fenómeno de índole particular de las diversas lenguas y literaturas ha acumulado una bibliografía impresionante que, en los últimos años, no sólo no ha descendido sino que, en el caso de la literatura española e hispanoamericana, ha enriquecido sus perspectivas con reflexiones de hondo calado. Libros como los dedicados por Isaiah Berlin, David Aram Kaiser, Rafael Argullol o Rüdiger Safranski1 a elucidar aspectos característicos del romanticismo en general o los de Rusell P. Sebold, Michael Iarocci, Philip Silver o Leonardo Romero2 dedicados expresamente al romanticismo español son algunas de las contribuciones recientes a este gran diálogo que es el estudio de un movimiento histórico tan capital como el romanticismo. Sobre las relaciones entre la literatura europea y la española en el siglo XIX también se han publicado trabajos recientes como los recogidos en las Actas del V Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del siglo XIX3, en las que se hallan varias ponencias ceñidas al periodo romántico.

En las páginas que siguen se ofrece al lector una serie de trabajos firmados por investigadores pertenecientes al Centro Internacional de Estudios sobre Romanticismo Hispánico Ermanno Caldera, fundado por el insigne maestro italiano en 1979 y nombrado así en la actualidad en su honor y memoria. Desde 1982, los miembros de la mencionada institución han ido publicando diferentes monografías consagradas al análisis de variados aspectos dignos de estudio, y circunscritos siempre al ámbito del romanticismo. Así han salido de las prensas libros sobre el teatro, el lenguaje, la narrativa, lo lúdico, el costumbrismo, la poesía, las teorías románticas, la literatura de los exiliados, etc.4. Tras abordar todos esos asuntos constreñidos al ámbito de la literatura española e hispanoamericana, se hacía necesario dirigir la mirada a Europa. De ahí que durante los últimos años haya preocupado especialmente a los colaboradores de este volumen la relación habida entre la literatura romántica europea y la española e hispanoamericana a lo largo del siglo XIX, y más específicamente en el lapso de mayor influencia del nuevo movimiento. Sobre la base de que, bajo la etiqueta de romanticismo, se hallan diferentes y complejas manifestaciones artísticas cuya ideación rebasa los límites de los modelos locales y las fronteras de la idiosincrasia nacional, se han realizado los trabajos agavillados en el libro que ahora el lector tiene en sus manos. En éste se ha pretendido favorecer la perspectiva al sumar miradas diferentes que, ya dirigidas a un autor u obra concreta, ya aplicadas a la construcción de un panorama sobre el asunto de estudio, persiguen en última instancia ofrecer un análisis del tema elegido tanto como nuevas vías de acercamiento a éste reservadas a la futura investigación literaria. Somos conscientes, en este sentido, de que este libro no recorre todos los caminos existentes ni agota la materia estudiada. Se trata, eso sí, de una primera aproximación a la que habrán de seguir otras. En efecto, sería menester estudiar la obra de muchos escritores, acercarse a las páginas del sinnúmero de publicaciones periódicas de la época, e interpretar finalmente la difusión del pensamiento estético y las doctrinas políticas vigentes en la Europa de los años más intensamente románticos, magna empresa de la que se dan algunos adelantos en este libro. En la medida en que, como afirmaba Américo Castro, no siempre entendemos bien todo lo que conocemos, esta monografía conjuga la presentación de datos, hechos y estimaciones críticas bien conocidos con otros recién desempolvados o novedosos, con el objeto de que la explicación razonada de todos ellos contribuya a pergeñar una estampa de lo que en la realidad fue un constante trasiego de ideas, motivos y modelos literarios entre escritores nacidos en diferentes partes del continente europeo, que se expresaban en diferentes lenguas, pero que compartían la misma pasión por una idea que, encerrada en una palabra, podría denominarse progreso, sustancia del XIX, centuria que, en el parecer de Eugenio de Ochoa, «lleva el romanticismo en sus alas».





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