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El Romanticismo y los románticos en la Real Academia Española

Ana Mª Freire López

U. N. E. D., Madrid

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Esta comunicación es fruto de una antigua curiosidad, que me llevó a aplicar una lente de aumento para observar con detalle y a cámara lenta el proceso de incorporación al Diccionario de la Real Academia de los términos Romanticismo y romántico. Como todos sabemos, estos dos artículos aparecieron por vez primera en la décima edición del Diccionario, la de 1852, en la que, también por primera vez, intervino la generación romántica.

Era y soy consciente de que alguno puede tacharme de ingenua por concederle credibilidad al Diccionario pero, aun contando con ello, pudo más mi curiosidad, y decidí llevar adelante la reconstrucción de aquella pequeña historia1, aunque las conclusiones no hayan llegado tan lejos como mis expectativas, debido a las carencias con que me hallé en el archivo de la Academia. Expondré, pues, los resultados de mis pesquisas.

Los antecedentes

En virtud del Real Decreto de 25 de febrero de 1847, la Real Academia Española experimentó una serie de modificaciones que redundarían en su mejora. El Real Decreto, que fue publicado en la Gaceta de Madrid del domingo 28 de febrero, afectaba por igual a las Reales Academias Española y de la Historia, y respondía a una propuesta de Mariano Roca de Togores, marqués de Molíns, entonces Ministro de Comercio, Instrucción y Obras públicas, y miembro, además, de las dos Reales Academias mencionadas2.

El primer artículo del Real Decreto disponía que la Real Academia Española constaría en adelante de 36 individuos de número, en lugar de 24, y que se suprimían las categorías de Supernumerarios y Honorarios, existentes hasta entonces, reservándose esta última para los extranjeros a los que a partir de ese momento se les concediera tal distinción. Por el artículo segundo, los Supernumerarios y Honorarios que lo fueran en la fecha de este decreto pasarían automáticamente a ser de —122→ número y, si aún quedasen vacantes, se procedería a cubrirlas de la forma acostumbrada, que por aquel entonces era a través de una solicitud personal del candidato, justificada con un memorial en el que exponía sus méritos.

A partir de la entrada en vigor del Real Decreto, según el artículo tercero, las vacantes que se produjeran tendrían que ser cubiertas en el plazo de dos meses, y no como hasta entonces, que llegaban a acumularse varias plazas incluso durante años.3

Los románticos en la Academia

Fue gracias a este decreto como la mayor parte de los escritores de la generación romántica ingresó en la Real Academia Española, ya para ocupar puestos vacantes, ya para los de nueva creación4. Con fecha 25 de febrero de 1847, ascendían a miembros de número trece nuevos académicos.

Las cuatro vacantes que había fueron cubiertas por Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, Manuel López Cepero, Félix Torres Amat y Patricio de la Escosura, que ocuparían respectivamente los sillones L, D, T y G.

Las letras minúsculas, de nueva creación, se otorgarían a Juan de la Pezuela, conde de Cheste (a), Joaquín Francisco Pacheco (b), el duque de Rivas (c), Agustín Durán (d), Mesonero Romanos (e), Antonio Alcalá Galiano (f), el marqués de Pidal (g), Eugenio de Ochoa (h) y Antonio María Segovia (i). El 18 de marzo eran elegidos para ocupar, respectivamente, las tres restantes -j, k, l- Alejandro Oliván, Nicomedes Pastor Díaz y Juan Eugenio Hartzenbusch.

Al año siguiente ingresaban otros tres autores que, como la mayoría de los mencionados, estaban vinculados al movimiento romántico: Juan Donoso Cortés, José Joaquín de Mora y José Zorrilla, si bien éste fue dado de baja, porque pasado el tiempo prescrito no había tomado posesión5. Muy pocos autores de obras románticos formaban parte de la Academia antes de 1847. Antonio Gil de Zárate era académico de número desde 1841. El ambiguo Martínez de la Rosa, pero al fin y al cabo autor de La conjuración de Venecia, no solo era académico de número desde 1821, sino que después de haber sido Secretario —123→ de la institución durante seis años, era Director desde 1839, y lo sería hasta su muerte en 1862.

De los románticos creadores, o de los que tuvieron un papel destacado en los debates del Romanticismo, faltaban Böhl de Faber, que había muerto en 1836; Larra, al año siguiente; y Espronceda, en 1842. Enrique Gil y Carrasco, a quien Picoche considera uno de los principales teóricos del Romanticismo español6, se encontraba fuera de España, y fallecería en Berlín en 1846. Pero, si hubieran vivido lo suficiente, no cabe duda de que hubieran ocupado un sillón de la Academia, junto a sus compañeros de generación. García Gutiérrez, el ultimo romántico elegido académico, tomaría posesión en 1862 de la vacante producida por la muerte de Gil de Zárate.

De modo que entre 1847 y 1848 ingresan como Numerarios en la Academia la mayor parte de los escritores de la generación romántica, y cabría esperar que, con ellos, el Romanticismo7.

Las actas de las sesiones académicas, que entonces solía redactar Juan Nicasio Gallego, como Secretario, son poco explícitas en cuanto al contenido de las discusiones, que sin duda tuvieron que existir a la hora de incorporar nuevos términos al Diccionario o de revisar los existentes, y que tanta luz arrojarían para conocer sus puntos de vista.

En cuanto a los discursos de ingreso de los años 1847 y 1848 que fueron publicados, ninguno de ellos aborda directamente aspectos teóricos del movimiento romántico. El artículo cuarto del Real Decreto de 25 de febrero establecía que, después de la promoción inmediata de los Supernumerarios y Honorarios a miembros de número con esa fecha, en lo sucesivo el acto de recepción de los nuevos académicos habría de ser público, y el académico entrante debería leer un discurso, que sería contestado por el presidente u otro académico designado por éste. Los temas elegidos por Hartzenbusch y Nicomedes Pastor Díaz, que tomaron posesión, con Alejandro Oliván, el 7 de noviembre de 1847, fueron, respectivamente, Carácter por lo que se distinguen las obras de D. Juan de Ruiz de Alarcón y Mendoza y Hasta que punto la participación en los negocios públicos de los que cultivan las letras puede ser causa de decadencia en la literatura de una edad. De alguna manera en ambos, si no de modo directo, está presente el ideario romántico, pero sería inadecuado decir que teorizan sobre el movimiento. Elige Hartzenbusch —124→ a Ruiz de Alarcón, porque lo considera el dramaturgo más filósofo y, más correcto, y el más original de su tiempo, después de Lope y Calderón. Confiesa su admiración por Calderón y por la nueva fórmula dramática de Lope tan propia del modo de ser español como impropia de nuestro carácter fue siempre la tragedia, aunque existan raras excepciones. Más explícito es cuando referirse a los aspectos formales del teatro de Ruiz de Alarcón, afirma que "el precepto de una acción sola en un lugar y un día, utilísimo para muchos asuntos escénicos, no es aplicable a todos: nuestros poetas antiguos lo desatendieron mil veces con poca necesidad: mil veces también obraron juiciosamente en desatenderlo." Por su parte, el discurso de Pastor Díaz está empapado de la idea romántica del genio peculiar de cada pueblo o nación. Pero ni en el de Donoso Cortés, leído el 16 de abril de 1848, que versaba Sobre la Biblia y el pueblo de Dios, ni en el de José Joaquín de Mora, que el 10 de diciembre de ese año hablaba de El ciego prurito de innovación y de mudanza en el lenguaje, pueden adivinarse preocupaciones románticas, aunque este último apelara a Augusto Guillermo Schlegel como autoridad en apoyo de sus propias tesis8.

Tendrían que pasar bastantes años para que el Romanticismo fuera asunto de un discurso de ingreso en la Real Academia: el de Antonio Cánovas del Castillo -y por tanto ya no de un romántico-, leído el 3 de noviembre de 1867. El tema era La libertad en las artes, cuando el Romanticismo se veía ya como algo perteneciente al pasado: "Ha sonado ya para el Romanticismo la hora de la historia y de la crítica", decía, valorándolo como "un favorable accidente, con sus extravíos y todo; y en su conjunto como una revolución, no menos que justa, oportuna"9.

El Romanticismo en el Diccionario académico

Pero volvamos a 1847, cuando la Academia, recién renovada, se disponía a organizarse y a emprender los trabajos de su competencia. Según las Actas de las sesiones ordinarias, en la del jueves 11 de marzo "se leyó el Real Decreto de S. M. sobre la reforma de la Academia". El jueves siguiente "se dio cuenta de los memoriales de los Sres. Oliván, Pastor Díaz y Hartzenbusch, solicitando el honor de ser admitidos individuos de esta Academia y habiéndose procedido a la votación por bolas, resultaron aprobados por unanimidad y por el orden con que van nombrados." El 25 de marzo "se leyó la lista de los Sres. Académicos —125→ según el decreto de 25 de febrero, y se acordó que se considerasen todos Numerarios desde este día." El 9 de diciembre se acordaba variar los Estatutos de la Academia a tenor del Real Decreto de 25 de febrero, lo que ya se había llevado a cabo el 3 de febrero de 1848. Y, en consecuencia, en la junta del 2 de junio de este año "se dio cuenta del nombramiento de Sres. académicos por el Sr. Director para formar las comisiones permanentes previstas en los Estatutos".

La comisión primera, la "Del Diccionario, en orden a las reformas y alteraciones que convenga hacer en su redacción", estaría formada por José de la Revilla, Eugenio de Ochoa y Juan Eugenio Hartzenbusch. A partir de ese momento comenzaron los trabajos para preparar la edición que saldría en 1852, y es fácil seguir la pista al futuro Diccionario, tanto en los aspectos materiales como en los de contenido, a través de las Actas de las reuniones que los académicos celebraban cada jueves, lo mismo que en la actualidad. En julio, Bretón de los Herreros, al que se le había encomendado tratar con la Imprenta Nacional de la nueva edición del Diccionario, informaba de los resultados de sus gestiones, y en sesiones sucesivas se irían revisando y aprobando los artículos del nuevo Diccionario y las correcciones propuestas por los académicos10.

En lo que hace a nuestro caso, las palabras romántico, ca y Romanticismo debieron de aprobarse el 22 de abril de 1852, habida cuenta que en la sesión anterior se revisaron los artículos hasta rollizo, y en ésta llegaron hasta sobreabundante, y que en esta etapa venían revisando los artículos por orden alfabético11.

La costumbre de archivar las papeletas con las distintas propuestas de los académicos para los artículos del Diccionario no comenzó hasta la duodécima edición, la de 1884, por lo que no es posible reconstruir las discusiones que sin duda suscitaron las voces Romanticismo y romántico, ca, hasta que los académicos llegaron a consensuar unas definiciones muy simples, que con toda seguridad evitaban los matices en que pudieran no estar de acuerdo. Rezaban así:

ROMANTICISMO. m. Escuela y sistema literarios, que proceden de las ideas y gusto de la edad media, en contraposición a los que se derivan de la antigüedad clásica.

ROMÁNTICO, CA. ad. Novelesco. // Lo perteneciente al romanticismo12, y el que lo profesa.


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Hay que reconocer que para ser la definición dada por los miembros de la generación romántica resulta bastante decepcionante y pobre, a pesar de lo que encierra.

La definición académica daba la razón a Böhl de Faber, cuando Böhl ya no estaba, y al Romanticismo de la primera hora. Se la daba a Durán, que se había expresado en este sentido en su celebre discurso de 1828, considerado una avanzadilla del Romanticismo. También coincidía con las ideas de Donoso, tanto en el discurso en el Colegio de Humanidades de Cáceres, en 1829, como en sus artículos de 1838 sobre "El clasicismo y el romanticismo". Y Gil de Zarate ya se había pronunciado en este sentido en su Manual de Literatura de 1842.

En fin, era, en 1852, la idea del primer Romanticismo, antes del retorno de los exiliados. Mora, antes antirromántico, antimedieval y anticalderoniano, que se encontraba entre ellos y ahora era académico, no tuvo que cambiar de parecer, porque ya en la época de Londres había modificado las opiniones que años atrás le habían enfrentado con Böhl de Faber.

De un modo u otro, todos los académicos del Diccionario de 1852 suscribieron la escueta definición, a pesar de que en momentos muy anteriores hubieran sostenido posturas encontradas. El mismo Alcalá Galiano, que había apoyado a Mora en su enfrentamiento con Böhl de Faber, había escrito en su exilio en Francia el famoso prólogo a El moro expósito, de Ángel de Saavedra, en donde es patente su coincidencia con la línea de pensamiento encabezada por Böhl de Faber.

La undécima edición del Diccionario, la de 1869, en la que intervinieron todavía Antonio María Segovia, Eugenio de Ochoa, Hartzenbusch y García Gutiérrez, mantuvo inalteradas estas definiciones.

Los primeros matices se introdujeron en la edición de 1884, la duodecima, cuando ya el Romanticismo era agua pasada y ningún romántico se sentaba en la Academia13:

Romanticismo. (De romántico.) m. Carácter de la literatura informada por el espíritu y gusto de la civilización cristiana, a diferencia del de la literatura grecorromana en la antigüedad gentílica. // Sistema de los escritores que no se ajustan en sus producciones a las reglas y preceptos observados en las obras que se tienen por clásicas y forman autoridad.

Romántico, ca. (De romance, novela.) adj. Perteneciente al romanticismo, o que participa de sus calidades. // Dícese del escritor que da a sus obras —127→ el carácter del romanticismo. U. t. c. s. // Partidario del romanticismo. U. t. c. s. // Novelesco.

Definiciones que se repitieron exactamente en las ediciones de 1899 y 1914, decimotercera y decimocuarta respectivamente, con la única variante que supone la sustitución de Romancesco en lugar de Novelesco en la ultima acepción del adjetivo.

En 1884 el Romanticismo ya no es una escuela sino el peculiar caracter de una literatura, y las "ideas y gusto de la edad media, en contraposición a los que se derivan de la antigüedad clásica" han cedido su puesto al "espíritu y gusto de la civilización cristiana, a diferencia del de la literatura grecorromana en la antigüedad gentílica", añadiendo la connotación religiosa que subyace a ambas culturas o civilizaciones. El modo de entender el Romanticismo es, en sustancia, el que se remonta a los primeros debates entre Mora y Böhl de Faber. Así lo había expresado Alcalá Galiano en 184714, cuando presentaba a la literatura del siglo XIX como descubridora, gracias a Alemania, de los orígenes de la civilización europea en la edad media cristiana frente a la civilización pagana grecolatina. Más tarde, Valera, hablando "Del Romanticismo en España y de Espronceda"15, señalaría también en el Romanticismo temprano, el alemán, el de los Schlegel, el componente medieval y cristiano.

En 1925, en la decimoquinta edición del Diccionario, cambian de nuevo las definiciones:

ROMANTICISMO. (De romántico.) m. Escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX, extremadamente individualista y que prescindía de las reglas o preceptos tenidos por clásicos; en muchas de sus obras se conforma al espíritu y gusto de la civilización cristiana, a diferencia del de la literatura grecorromana en la antigüedad gentílica.// 2. Propensión a lo sentimental, generoso y fantástico.

ROMÁNTICO, CA. (Quizá del fr. romantique, del ant. romant, romance.) adj. Perteneciente al romanticismo o que participa de sus calidades.// 2. Dícese del escritor que da a sus obras el caracter del romanticismo. U. t. c. s.// 3. Partidario del romanticismo. U. t. c. s.// 4. Sentimental, generoso, fantástico.


La primera acepción de Romanticismo se mantendrá en las ediciones de 1936 y 1939 (decimosexta), 1947 (decimoséptima), 1956 (decimaoctava), 1970 (decimanovena)16, hasta que en la vigésima edición, en 1984, desaparece la segunda parte de la definición, y —128→ con ella toda connotación cultural o religiosa, quedando reducida a:

romanticismo. (De romantico.) m. Escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX, extremadamente individualista y que prescindía de las reglas o preceptos tenidos por clásicos.// 2. Época de la cultura occidental en que prevaleció tal escuela literaria.// 3. Calidad de romántico, sentimental.


Y así continúa en la actualidad, sin más diferencias que la de la mayúscula inicial, y "cualidad" en lugar de "calidad".

En cuanto a romantico, ca, la definición de 1925 se repetirá hasta 1984, con dos variantes: la sustitución de "(Quizá del fr. romantique del ant. romant, romance)" por "(Del fr. romantique)" desde 1956, y de "fantástico" por "soñador", en 1970. En 1984 la definición -obsérvese que ya no se habla sólo de lo literario- es la siguiente:

romantico, ca. (Del fr. romantique.) adj. Perteneciente al romanticismo o que participa de sus peculiaridades en cualquiera de sus manifestaciones culturales o sociales. U. t. c. s.// 2. Dícese del escritor que da a sus obras el carácter del romanticismo. U. t. c. s.// 3. Partidario del romanticismo. U. t. c. s.// 4. Sentimental, generoso y soñador.


A la vista de la trayectoria de los artículos Romanticismo y romantico, ca en el Diccionario de la Academia, parece necesario volver hoy sobre lo que los románticos dijeron de sí mismos. Como ya observaba el marqués de Molins en su "Reseña histórica de la Academia Española", de 1861, la institución ha sido, en cada momento histórico, fiel reflejo de la tendencia intelectual, moral y política de los hombres que la han compuesto. Es un hecho que los primeros sucesores de los románticos en los sillones académicos matizaron o explicitaron, sin alterar su espíritu, la definición que estos hicieron del movimiento en el que militaban. Como también lo es que, desde entonces, la formulación se ha ido modificando, hasta resultar tan distante y tan distinta de la que dieron los románticos que justifica plenamente la revisión en que nos ocupamos en este congreso.