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«Confieso que me enamoro, / hermosa mujer, de ti, / y que no me llego a ti / por no perderte el decoro. / Si como a Dios no te adoro, / es porque sé que es efeto / divino de su perfeto / pincel la hermosura tuya, / y así como a imagen suya / te reverencio y respeto» (p. 226a).

 

172

El comentario de Faquín es representativo: «Por Dios, que lo tengo a mucho; / que para cortés galán / me pareció muy peludo» (p. 226b).

 

173

«Yo, ¡triste! que imaginaba, / luego que el Rey me pusiese / en el estado que él dice, / por lo mucho que me quiere, / casarme contigo...» (p. 231a).

 

174

Nótese que al príncipe Lisardo se le presenta en la comedia como un soldado valiente y siempre victorioso, pero bastante cruel. En I, 10, contando el éxito de su campaña militar contra la rebelde Atenas, no tiene reparos en hablar de su crueldad y en mofarse de la cultura de los atenienses: «Contarte por extenso el grave estrago / era contar del mar olas y arenas; / fue toda la ciudad de sangre un lago, / que anegaba del muro las almenas. / Ansí la vana presunción deshago / de tus rebeldes, atrevida Atenas, / ansí derribo tu soberbia loca, / que a ser Nerón sangriento me provoca. / Pero agradece la piedad que impetras, / rendida a mi valor, y di que sabes / menos las fuertes armas que las letras» (p. 222 a-b).

 

175

Nótese que la tiranía de los reyes, en las comedias de los dramaturgos citados, se ejercía sobre todo a nivel de las relaciones amorosas. Véanse al respecto los datos y las reflexiones que se encuentran en Arata 1989: 49-85 («Le metamorfosi del mondo palatino»).

 

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La falta en el rey «de su dignidad justiciera» es lo que Juan Oleza ve como uno de los rasgos definitorios de un grupo de comedias del primer Lope de Vega (Las burlas de amor, El nacimiento de Ursón y Valentín, El príncipe inocente, Los donaires de Matico) que él define como «palatinas». Véase Oleza 1981: 268-69.

 

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El comentario de Fileno al respecto es esclarecedor y, por cierto, nada casual, ya que nos recuerda los ejemplos de gratitud sacados del mundo animal que se aducían en la primera escena del tercer acto de El animal de Hungría: «(¡qué ejemplo / para ingratos, que en ofensas / restituyen beneficios / y satisfacen las deudas!)» (p. 221b).

 

178

«Serví al Rey de Alejandría / [...] / Quitóme el premio la envidia. / No conoces esta fiera; / allá se cría en las cortes, / no por los montes y selvas» (p. 221b).

 

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La trillada comparación con el mar como imagen de inestabilidad la trae a colación Faquín cuando su amo decide volver a la selva, pero no es obviamente una novedad en la imagen de la ciudad/Corte: «Deja la ciudad confusa, / donde hacer y decir mal / es todo el trato y caudal / que entre los hombres se usa. / Es casa con muchos dueños, / mar de engaños y temores, / donde los peces mayores / se engullen a los pequeños» (p. 230c). Es posible conectar esta imagen con las escenas primera y tercera de la comedia, cuando Tebandro se queja de haber perdido todas sus riquezas en un naufragio, y cuando Fenisa refiere que su primer encuentro con el príncipe Lisardo tuvo lugar en la playa del mar, donde «huyendo de las ondas que volaban [...] olas de amor sus brazos imitaban» (p. 219b). Y no puede ser una casualidad que también las últimas escenas de la comedia -como las primeras- tengan lugar en la playa de Alejandría, frente al mar del que llega la princesa de Tebas, prometida de Lisardo, que acabará casándose con Leonido (como la prometida de Clodoveo, en Ursón y Valentín, acababa casándose con Valentín).

 

180

La edición de Cotarelo lee «rueda».

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