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La comicidad que caracteriza en El hijo de los leones a los personajes campesinos tiende, en la mayoría de los casos, a rebajarlos. Comprobamos otra vez que la «alabanza de aldea» no implica necesariamente la «alabanza de los aldeanos». Entre los motivos cómicos que caracterizan a los villanos encontramos el miedo (I, 6), la incorrección del lenguaje (I, 11; II, 4 y 7), la glotonería (II, 12).
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Véase por ejemplo lo que dice -sin ningún enfado y con alegría- el gracioso Carrillo en el II acto de Los porceles de Murcia (1599-1608), a propósito de su condición de bastardo por culpa del comportamiento poco ortodoxo de su madre y del cura de la aldea (Lope de Vega, Los porceles de Murcia, ed. de M. Menéndez Pelayo, Madrid, Atlas, 1968, Obras de Lope de Vega tomo 24, BAE 215, p. 443a).
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El único personaje que, además de Leonido y Fenisa, se ve asignada una escena monologal, por lo demás muy corta, es Faquín. Como ya en El animal de Hungría, el breve monólogo de un personaje que pertenece a un estamento inferior al de los personajes principales, enuncia una de las claves ideológicas moralizantes de la obra. Llorente, en El animal de Hungría, establecía la primera comparación entre la «fiera» de los montes y la «fiera» de la corte, la traidora Faustina; Faquín, en estos nueve versos, insiste en la inoportunidad de los cambios estamentales, que afectan la estabilidad personal y social: «No sé quién me persuadió / que viniese a la ciudad, / dejando la soledad / que el ser que tengo me dio. / Este es el Rey. ¿Qué es aquesto? / ¿Quién de mis rústicos bueyes / entre los sagrados reyes / mi tosco sayal ha puesto?» (p. 229b).
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Quizás haya que ver en esta diferencia la sutil captación, por parte de Lope, de la relación entre identidad sexual (masculina o femenina) y capacidades de uso del lenguaje, que los lingüistas modernos teorizan y que la experiencia popular ha condensado desde siempre en los lugares comunes sobre la locuacidad de las mujeres... (véanse al respecto las consideraciones de López García - Morant 1991).
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Véanse al respecto las observaciones de Samonà 1964.
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Minos había sojuzgado Atenas, imponiendo a la ciudad un tributo sangriento: cada nueve años los atenienses tenían que enviar a Creta siete doncellas y siete jóvenes para que el Minotauro los devorara. Antes de llegar a Atenas, Minos conquistó la ciudad de Megara, gracias a la hija del rey de esta ciudad que, enamorada de Minos, mató a traición a su padre. Ésta debe de ser la leyenda a la que aluden los versos citados, que constituyen un buen ejemplo de «concepto por disparidad» o «concepto por desemejanza», según las definiciones de B. Gracián en su Agudeza y arte de ingenio (discursos 13 y 16).
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Oleza 1981: 266 (a propósito del esquema narrativo básico de las comedias palatinas). Para la importancia, en el teatro del siglo XVII, del juego de los equívocos que nacen de la ocultación de la identidad, véase lo dicho por Díez Borque 1988: 74. En la misma dirección van las observaciones de Marín 1958: 21, acerca de la predilección barroca por «el equilibrio inestable», que llega a la unidad y al orden a través de la multiplicidad y del desorden.
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Morley y Bruerton 1940: 515 no se pronuncian acerca de las dudas sobre la autoría de Lope, y alegan trabajos de estudiosos que defienden la paternidad lopesca de esta comedia.
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Como Las mocedades de Bernardo del Carpio, esta comedia no fue publicada en ninguna de las Partes de Lope. Sin embargo, Morley y Bruerton 1940: 412-13, afirman que «la versificación tiene todas las características de ser auténtica».
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Quizás también habría que incluir en este grupo de comedias El bien nacido encubierto, comedia manuscrita atribuida a Lope de Vega, sin duda obra temprana aunque no tenemos datos ciertos para atribuirla con seguridad al Fénix de los ingenios. La comedia, según el argumento que nos cuenta con toda clase de detalles Blecua 1991, también teatraliza las aventuras de un joven que es hijo de un duque y una campesina rica, y que se cría entre villanos pero con aspiraciones a ser noble, ignorando su verdadera identidad.