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251

Para los casos (bastante excepcionales en el teatro del Siglo de Oro) de disfraz mujeril del galán protagonista, personaje «serio» y no cómico, puede verse Canavaggio 1979. No hace falta recordar que con mucha más frecuencia se daba el caso inverso, de la mujer disfrazada de hombre; en este caso, la transgresión a la norma se debe a la voluntad de respetar el mito clásico.

 

252

Es la lectura de Hesse y McCrary 1956.

 

253

Retoma las ideas de Hesse-McCrary, pero comparando la trayectoria de Aquiles a la del salvaje, Madrigal 1983.

 

254

Por ejemplo, el Don Manuel de Escarmientos para el cuerdo, Gonzalo Pizarro, padre de Francisco Pizarro en Todo es dar en una cosa, y -ejemplo máximo- el Don Juan de El burlador de Sevilla, cuyo parentesco con otros galanes inconstantes del teatro del mercedario puede ser una prueba más de la paternidad tirsiana de la comedia.

 

255

Lo afirma Madrigal 1983: 25.

 

256

Véase lo dicho por Zugasti 1993: 21.

 

257

Todos estos motivos derivarían de la tradición novelesca que se había formado alrededor de la figura del joven Roldán, y de otras elaboraciones fabulosas de historias de héroes, sobre todo en ámbito italiano, a través de una novela de Giraldi Cinthio y de una refundición de la materia carolingia titulada I reali di Francia (Venecia 1629). Véase al respecto Maurel 1971: 144-146.

 

258

En III, 11 Francisco Pizarro se enfrenta con su padre por no haber cumplido éste la deuda de honor que tenía con su madre. La situación es bastante parecida a la que se teatraliza en III, 14 en El hijo de los leones. Sin embargo, antes y después de la escena citada, Tirso nos muestra al padre y al hijo mientras se enfrentan juntos con unos enemigos de Gonzalo Pizarro, y juntos se disculpan ante la reina Isabel. A las palabras ásperas de Francisco no corresponden por lo tanto, como en Leonido, las acciones: el joven no desenvaina la espada contra su padre, sino en su ayuda.

 

259

Se trata de un motivo extraño a la tradición mítico-folklórica del salvaje, explotado también por Lope, por ejemplo en Barlaam y Josafat y Lo que ha de ser, y por Calderón, por ejemplo en La vida es sueño y La fiera, el rayo y la piedra.

 

260

Parece claro, para la introducción de este motivo, el influjo de la lectura de las crónicas de Indias, que subrayaban el efecto de desconcierto y miedo y maravilla provocado en los indígenas americanos por los caballos de los españoles. También Lope explota este motivo en El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, cuando en el segundo acto uno de los indios refiere a sus compañeros el extraño aspecto de los recién llegados: «Uno vi entre ellos, Dulcán, / tan alto, que juraría / que de este monte excedía / los pinos que en él están; / él traía dos cabezas, y la una a la mitad / del cuerpo» (Lope de Vega, El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, ed. de J. Lemartinel y Ch. Minguet, Lille, Presses Universitaires de Lille, 1980, p. 26a). Sigue una descripción del caballo, muy cómica por lo extrañada.

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