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El sayagués

María del Carmen Bobes Naves






ArribaAbajoIntroducción

Se da el nombre de sayagués1 a todo lo relacionado con la región de Sayago2, y, según esto, sería lógico pensar que el dialecto sayagués es el hablado en aquella región zamorana. No obstante, no es así. En lingüística se entiende por sayagués una jerga especial que se pone en boca de los pastores que aparecen en el teatro a partir del Renacimiento.

El estudio de esta lengua ha sido emprendido por varios autores, considerando facetas diversas: históricas, literarias, folklóricas o lingüísticas, en artículos poco extensos. Y aparte de estas obras, que directamente toman por objeto el sayagués, en historias de la literatura o de la lengua, en ediciones críticas de obras de teatro, etc., se alude a la forma especial de hablar de los pastores, dándoles nombre distinto e interpretaciones diversas3.




ArribaAbajoProblemática

La primera cuestión planteada en torno al sayagués se refiere a su propia designación del término, es decir, a su significación: ¿a qué lengua se alude bajo la palabra sayagués? Hay tres posturas fundamentales:

  1. la de los que creen que el dialecto sayagués es simplemente la lengua hablada por los sayagueses y utilizada de una manera circunstancial en la literatura y, que, por tanto, se trata de una lengua viva con cultivo literario.
  2. la de Herrera Gallinato que cree que sayagués es una lengua utilizada por él en unas «Redondillas» premiadas por la Universidad de Salamanca.
  3. la de la mayoría de los críticos que opinan que es una lengua literaria, convencional, formada artificialmente con elementos de diversa procedencia, unos de la lengua viva, otros simples calcos arbitrarios y caprichosos4.

a) La primera teoría es sostenida por Sira Lucía Garrido5 e inicialmente por algunos otros autores. Según la señora Garrido, el lenguaje que usan los pastores de Juan del Encina, Lucas Fernández, etc. responde a un dialecto vivo, el hablado por los pastores de Sayago, de manera que los autores teatrales incorporan a sus obras la figura del pastor y su propia lengua. En palabras textuales de la señora Garrido, esta lengua «a no conservarse viva, bien pudiera creerse jerigonza convencional».

Ante tal afirmación es preciso enfrentarse con el hecho de la complejidad de la lengua literaria sayaguesa, porque al lado de rasgos dialectales, se encuentran creaciones hipocorísticas, latinismos, etc., pero la señora Garrido lo resuelve con una frase: esta lengua presenta elementos tan heterogéneos debido a que Sayago es «la Babilonia de los mercados y ferias» y está entre Portugal, Galicia, Asturias y el País Vasco... de modo que su lengua es un cruce de otras.

Esta teoría se hace insostenible lingüísticamente. El lenguaje sayagués literario no es el lenguaje sayagués vivo. No puede hablarse por otra parte, de una lengua o dialecto sayagués específico. Esta región está situada en el dominio dialectal leonés y, aunque es posible que tenga algunos rasgos locales, de vocabulario y morfología principalmente, que la diferencia del resto del leonés, no constituye un sistema aparte. Viene a coincidir con el habla del campo de Salamanca, León, etc.

Lamano y Beneite6 parece inclinarse hacia la misma opinión que la señora Garrido, pero tomando como base la lengua del campo de Salamanca, no de Sayago. Afirma que «la literatura genuinamente dialectal comienza en las Églogas y Representaciones de Juan de la Encina. En el teatro de este nobilísimo poeta está la fontana pura del dialecto vulgar salmantino».

No obstante, la pureza de la fontana no siempre está asegurada en el nobilísimo poeta y esto por dos razones fundamentales: por exigencias del metro, o en favor de un humor festivo, que a Lamano no le hace mucha gracia: «Cuántas veces no hizo la más grotesca caricatura que imaginarse puede del dialecto...; cuántas veces por lograr fácil efectismo inventó palabras que jamás brotaron de los labios del labriego salmantino...». «Pero no siempre que desfiguró el dialecto vulgar lo hizo soltando la vena del humor festivo, llevado del prurito de hacer caricatura más o menos donairosa, sino que, alguna que otra vez, se vio constreñido, por exigencias de metro y rima».

Empieza a apuntar en estas afirmaciones de Lamano el verdadero carácter del lenguaje de los pastores teatrales: sobre una base dialectal no castellana, se añaden elementos cómicos y elementos literarios, cuya intención no es reproducir exactamente una lengua viva, ni siquiera tener mayor expresividad, sino que pretende caracterizar, como puede hacerlo el traje o parcialmente el decorado, a un tipo dramático determinado: el pastor.

Morel Fatio7 dice que Encina hacía hablar a sus pastores el habla de Salamanca, es decir, la suya propia, y únicamente se aparta de su uso porque quiere ser entendido por un círculo más amplio.

Manuel Cañete afirma que cada pastor usa la lengua del pueblo donde dice que es (uno de la Encina, otro de Magarraz, etc.8).

Todos estos autores, pues, coinciden en la idea de que el sayagués es el traslado de una lengua viva del ámbito leonés, a la literatura, pero que no es difícil demostrar que no es exacto y que las coincidencias con el leonés son sólo parciales.

b) Con ocasión del nacimiento del príncipe Baltasar Carlos, se celebraron fiestas en todas las ciudades españolas y en Salamanca decidieron hacer un concurso poético en lengua sayaguesa.

«La Academia siendo tan ilustre y de tan superior jerarquía quiso humillar su estilo para que a ninguno, por bárbaro que fuese, no llegase la fama de tan dichoso nacimiento... y así mandó celebrar fiestas en lengua seyaguesa que es común a muchas aldeas y lugares cortos de Castilla la Vieja, y dió un gran premio a Manuel Herrera Gallinato por aver usado del idioma con gran, propiedad de su idiotismo»9.



Gallinato había presentado unas «Redondillas» escritas, según él, en auténtica lengua sayaguesa, que no es precisamente la lengua labradora, sino una lengua especial de la región de Sayago: «[...] la lengua naturalmente sayaguesa consta de cuatro lenguas: latina, antigua de las partidas del rey don Alonso, portugués y castellana; verifícase en algunos vocablos, como en este nombre de hijo, que no dice filius, como el latino, ni fijo, como el portugués, ni hijo, como el castellano, sino tomado de todos y huyendo de ellos dice fiyo, usa del ípsilon en vez de la ijota».

Sin embargo, Lamano y Beneite califica la lengua de Gallinato como «fruto de su propia Minerva y no tomado de labios de los labriegos de Castilla». Y Charlotte Stern10 cree, por su parte, que tal lengua corresponde más al leonés del campo de Salamanca que al de Sayago.

El habla de Gallinato conserva la f- inicial: ly > y, en contraste con la solución castellana: conseyo, fiyo, regociyo; cosa que no encontramos en Encina, pero sí en el leonés en general.

c) Queda, pues, la tercera postura, con la que estamos de acuerdo. El sayagués es una lengua convencional utilizada con fines cómico-literarios en el teatro de algunos autores del Renacimiento y de la época áurea.

Se plantea inmediatamente el problema del porqué de esa denominación de sayagués. Y las razones son de diversa índole.

Esta lengua tiene una base de dialecto leonés, aunque según la mayor parte de los autores: Menéndez Pidal11, Ch. Stern12, etc., más del campo de Salamanca que de Sayago.

La Real Academia Española en la edición del Teatro de Juan del Encina13 prefiere la denominación de «lenguaje pastoril», sin aludir a localizaciones geográficas, que parecen en este caso comprometidas.

Dámaso Alonso, por su parte ha observado que los pastores de Lucas Fernández y Encina, cuando aluden a su pueblo nunca dicen que son de Salamanca, sino de pueblos de Salamanca (de «allá cerca de Lledesma», son por ejemplo, los pastores del Auto del Repelón) y, por ello, «evitando el problema, designaremos con el nombre de leonés a esta lengua pastoril de los primeros dramaturgos españoles, pues sus fenómenos claramente la sitúan dentro del gran dominio leonés...»14.

En resumen, los términos en que se nos plantea el problema, son los siguientes: existe en aquel lenguaje literario, convencional, una base dialectal que puede localizarse en el área, leonesa, pero no directamente en Sayago, ¿por qué, entonces, la denominación de sayagués, que es la más extendida, frente a lenguaje pastoril o dialecto leonés?

Dámaso Alonso asegura «la tradición de este nombre (sayagués) para designar la lengua pastoril, al modo, de la empleada por los dos citados salmantinos (Lucas Fernández y Juan del Encina)». Así Timoneda, al publicar en 1567 los Coloquios pastoriles de Lope de Rueda, los considera «espejo y guía de dichos sayagueses y estilo cabañero», y sin embargo los Coloquios no tienen nada de sayagués, ni aún de leonés. La tradición del nombre era, pues bastante antigua para haberse bastardeado aplicándose a todo lo rústico15.

Ch. Stern después de estudiar el uso del adjetivo «sayagués» -en los textos históricos y literarios del renacimiento, llega a la conclusión de que tuvo un valor connotativo de «mal vestido»16.

Covarrubias llama al sayagués «lenguaje bárbaro», y de los habitantes de Sayago dice que «tan zafios como son en el vestir, lo son también en el lenguaje».

Sancho se defiende de las correcciones de don Quijote afirmando que «no hay para que obligar al sayagués a que hable como el toledano» (II, cap. XIX).

Correas define el sayagués como «apodo de grosero y tosco, porque los de Sayago lo son mucho».

De manera que a la vista de todos estos testimonios, podemos concluir que la denominación de sayagués, dada al lenguaje de los pastores, no es necesario interpretarla en sentido geográfico. La nota intensiva de «rústico, zafio» había ido sustituyendo a la significación primera de «natural ó relacionado con Sayago», y ya Timoneda lo usa en este nuevo sentido, y Sancho lo opone a toledano, con un contenido extremamente opuesto (habla rústica/habla cortesana).

Un cambio semántico, por intensificación de valores connotativos, explica, así la denominación de sayagués en referencia a una lengua que no tiene nada o poco, que ver con Sayago. No es necesario pensar, como hace Lihani, que se trata de un nombre equivocado (un misnomer)17.

Llegamos, pues, a la conclusión de que no es precisamente Sayago y su lengua la base del sayagués, sino más bien la lengua del campo de Salamanca. Pero no solamente cuenta este lenguaje convencional con elementos dialectales. Frida Weber de Kurlat18 afirma que el sayagués es una elaboración artística y convencional de los materiales que la constituyen. Paul Tyssier lo describe como «tradition, convention, pastiche»19.

Hay una finalidad -caracterización de un tipo cómico- que sirve de catalizador de los elementos constituyentes. El renacimiento había traído un refinamiento de las costumbres que afectó también a la lengua, la preocupación por hablar bien aparece como una constante en las obras de autores renacentistas; por otra parte la revalorización de las lenguas vulgares supuso la pérdida de un grado en una escala lingüística: si antes los cultos se distinguían por el uso de una lengua de cultura extraña a éstos, el latín, al utilizar el romance para las manifestaciones literarias y científicas, convenía una lengua más tosca que caracterizase a los rústicos, y se habilitó el sayagués en aquellas convencionales escenas de escuderos-estudiantes y pastores.

La valorización de lo pastoril como recurso cómico, la interpreta Lázaro Carreter20 como reacción del genio castellano ante el refinamiento de los pastores de Virgilio, cuyo conocimiento se difundía en las aulas salmantinas. A estos pastores se oponía en la vida real «una contrapartida bufa en los aldeanos del campo charro», de la misma manera que a las serranillas provenzales se oponen las zafias serranas del Arcipreste de Hita.

Por unas especiales circunstancias de cultura se incorpora, pues, un tipo nuevo a la literatura dramática del Renacimiento. Esto no tendría interés para el lingüista, si no fuera por el hecho de que con el personaje se introduce una lengua adecuada y adaptada a su categoría de personaje cómico y rústico.

Los pastores sayagueses responden a un espíritu humanista y su creación es fundamentalmente diversa de la de los pastores medievales, por ejemplo los de Gómez Manrique. Estos son simples personajes típicos, los renacentistas sirven de contrapunto a una sociedad refinada y culta, que se ríe de su ingenuidad e ignorancia.

Así, pues, el deseo de caracterizar a un tipo cómico lleva a la creación de un plano de lengua especial. Se crea un sistema artificial integrado por elementos ordenados a una finalidad específica: literaria y humorística. Para ello se cuenta con dialectalismos leoneses, latinismos arrusticados, creaciones hipocorísticas, deformaciones exigidas por el metro y la rima y formas vulgares de tipo general, que son comunes a la mayor parte de las lenguas, ultracorrecciones, barbarismos, etc.




ArribaAbajoObras literarias con elementos sayagueses

Las obras literarias en que aparece este lenguaje son las siguientes:

Suele señalarse como obra inicial las Coplas de Mingo Revulgo (hacia 1464), seguidas del pasaje conocido como «Villancico de Navidad», de la Vita Christi, de fray Íñigo de Mendoza.

Las obras de Juan del Encina y de Lucas Fernández señalan la plenitud del uso literario de esta lengua, y se constituyen en canon que han de seguir sus imitadores, por ejemplo Gil Vicente, y los dramaturgos de la época de Oro, en cuyas obras aparecen «bobos» rústicos, no criados. García Blanco21 afirma que «perdura en los escritos dramáticos de los siglos XVI y XVII un manifiesto propósito de que sus pastores se expresan en un lenguaje que recuerda al de los dos autores salmantinos». Sobre todo encontramos personajes que se expresan en sayagués en algunas obras de Lope de Vega y Tirso de Molina.

También se suele incluir en la lista de obras con elementos más o menos sayagueses, los tres romances en «estilo aldeano» que compuso Diego Torres de Villarroel.

La lengua sayaguesa no es idéntica en todas estas obras, primero se insinúa con rasgos parciales y una vez que se independizan tales rasgos de la evolución lingüística propia del dialecto de donde habían sido sacado, se repiten una y otra vez, como signo exterior de la rusticidad del usuario y se convierten en verdaderos clichés.

Los primeros historiadores del teatro español (Moratín, Shack, Wolf, Ticknor), parece que no advirtieron lo insólito de esta lengua22: más tarde su interés transcendió del plano de lo literario a lo lingüístico y ha sido estudiada ampliamente, como puede deducirse de la bibliografía que incluimos. Sus caracteres se han ido perfilando sucesivamente, y trataremos de hacer una descripción de ellos.

Como resumen de lo expuesto, podemos señalar que existen tres niveles de lengua sayaguesa:

  1. Sayagués geográfico, que sería una modalidad del leonés general usada en Sayago, que es una lengua viva sin cultivo literario.
  2. Sayagués de Herrera Gallinato, un leonés interpretado con un criterio lingüístico personal y tópico, que no responde en su totalidad a la lengua viva leonesa.
  3. Sayagués literario, que no tiene gran cosa que ver con las anteriores modalidades. El término sayagués no debe interpretarse en su sentido geográfico, sino por su nota intensiva de «rudo, tosco» y se refiere a la lengua de los pastores literarios. No responde a una lengua viva, sino que es una formación convencional, un pastiche conseguido por la suma de rasgos vivos en otras lenguas (leonés, latín más o menos macarrónico, tendencias de la lengua vulgar, etc.), con una finalidad cómica literaria.

A esta tercera modalidad nos referimos en nuestro análisis.




ArribaAbajoDescripción lingüística


ArribaAbajoEl lenguaje

Las Coplas de Mingo Revulgo y el Villancico de Navidad incluido en la Vita Christi, no presentan aún formas decididamente leonesas. Se reducen a poner en boca de los pastores formas vulgares, y la mayor novedad está en el hecho de que el vocabulario responde a campos semánticos frecuentes en el uso pastoril, que no había aún aparecido en la literatura.

No encontramos palatalización de n- o l- iniciales (lugar, le, nunca, no); tampoco superlativos o verbos reforzados con per- (un perheta que aparece en el Villancico, no puede interpretarse como superlativo); no hay casos de rotacismo, únicamente encontramos un groria en el Villancico, junto a una serie de latinismos arrusticados.

Pero sí aparecen formas que han de tener fortuna en la lengua sayaguesa posterior: diversas aspiraciones, etimológicas unas, caprichosas otras, que vienen a indicar que las consonantes aspiradas se interpretaban como índice de rusticidad: hi de Pascual, hi de Juan, hi de Dios; ante el diptongo : huego, huerte, huese (frente a fuiste); una forma extraña Sant Hedro (dos veces) frente a Perico y Pedro, nombres de pastores; y, por análisis del prefijo, perheta.

El imperativo presenta casi siempre reduplicación: oja, oja (mira, mira); torna, tómate; saca, saca de tu seno...

Los presentes so y sto no pueden considerarse, como en textos posteriores formas dialectales o arcaicas, porque aún eran frecuentes en el castellano de la época.

Algunos verbos que el castellano va desechando, pero qué habían tenido cierto uso hasta entonces, aparecen en la lengua de los pastores, por ejemplo: asmar > aestimar (pensar); cuidar > cogitare (pensar); enfotar (formado sobre el sustantivo fe) con el significado de confiar; aparece ya la acepción especial del verbo prometer con el significado de «asegurar», «te prometo que ha dexado» por «te aseguro que ha dejado», incluso en fórmulas de juramentos: prometo a mí! Este uso ha persistido hasta la época actual, y no es raro en la lengua coloquial.

Llama la atención la gran cantidad de juramentos que emplean estos pastores, y la variedad de fórmulas: juro a diez; juro a mí; a la hé; jura Diego; jura mi que juraría... Se usan como simple apoyo lingüístico para caracterizar a los pastores. Por lo general los juramentos no se hacen directamente sobre Dios o los santos, aunque claramente se descubre a quién se refieren: una deformación caprichosa quita gravedad a las imprecaciones, así «juro a diez», «jura Diego», son fórmulas que sustituyen a «juro a Dios». Igual ocurre con los «juro a mi, o jura mi», que no son sino fórmulas interrumpidas. Los juramentos tienen una finalidad exclusivamente expresiva, no significativa, se usan para dar vigor a la frase, pero una inhibición posterior impide completarlos, y se recurre a una sustitución. En realidad al no tener función significativa, para expresiva, con la mitad, basta.

Con un valor afectivo se usan diminutivos frecuentemente; en otras ocasiones responden a una necesidad del metro o de la rima y carecen de valor. En la «Vita Christi» encontramos: aguililla, Minguillo, chiquiello, agudiello, mañananilla, cestilla, mantiquilla, luziello, Turibiello, etc. en los que alterna el sufijo reducido -illo, con la forma anterior -iello, que no creemos deba interpretarse como leonesismo. Un claro sentido afectivo se trasluce en «aldeyuela», aplicado a Belén, y valor despectivo evidente tiene un «mozalvillo» que se encuentra en las Coplas.

Frecuentes también son los aumentativos con valor despectivo: corpanzón, pestorejada.

Las deformaciones de palabras con fines humorísticos son uno de los recursos más típicos de esta habla sayaguesa ya desde los primeros textos: mordiscados (mordidos); regordidos (grandes); escondredijos (escondrijos), descerrúmase (derrúmbase), gorgomillera (garganta).

Mayor deformación aún y con clara finalidad humorística tienen los latinismos. Frida Weber ha estudiado la posible influencia del ambiente universitario de Salamanca en la difusión de algunos latinismos, particularmente de los superlativos con per23, pero sus conclusiones pueden ser válidas únicamente a partir de Juan del Encina y Lucas Fernández. En el «Villancico» y en las «Coplas» encontramos algunos ejemplos claros de una interpretación · rústica del latín, pero generalmente se trata de latín litúrgico; no es la Universidad, sino la Iglesia, la que provee de latín a los pastores. Un pastor del Villancico interpreta «in excelsis Deo» como «indaçielçis deo»; «homanibus varitatis» debe corresponder a «hominibus voluntatis o veritatis»; otras veces hacen una simple adaptación parcial a su vocabulario: et in tierra paz; buena voluntatis; Dios de pietans.

En las Coplas encontramos un estremuloso, que quizá haya que explicarlo como un cultismo, pues tremulare ya había pasado a temblar, como de hecho aparece en el «Villancico» cuando habla el autor: temblando.




ArribaAbajoVocabulario

El campo semántico en que se mueven los pastores es diverso del que suele aparecer en las obras literarias y constituye la mayor novedad en el teatro renacentista. El pastor es trasladado al mundo dramático y se le compone un vocabulario ad hoc, tomado unas veces del propio ambiente de los pastores, otras de deformaciones de palabras ordinarias en la lengua.

Parece que el término más decisivo para considerar a una lengua como pastoral, es quellotrar y sus variantes24. En las Coplas se documenta la forma llotrar y en la Glosa hecha a las Coplas por Juan Martínez de Barros (natural de la villa de Manzanares el Real), en el año 1564, se aclara que «llotrar es una manera rústica de hablar, de la cual usan hombres rústicos y cortos de razones, cuando no se saben dar a entender. En sí no significa cosa alguna, mas entiéndese conforme a aquellos a que se aplica».

En el Villancico aparece ya la forma más corriente aquellotrar, y aquellotrado, con un significado impreciso. Convendría estudiar esta forma relacionándola semánticamente con frases como «me dió un aquel...», en que el uso actual del pronombre de tercera persona es semejante al quillotro sayagués: una especie de comodín, vacío de significación, que toma circunstancialmente la que le conviene al hablante.

Otro término muy utilizado es «revellada», con la significación de «rústico o rebelde». Un pastor opone significativamente «revellada/palaçiega». En las Coplas, la significación más frecuente es «rebelde» (rebelado?).

El vocabulario de «cosas» pastoriles es bastante amplio: cayado, zurrón, gamarrón, çamarra, pelleja, ovejas parideras, un presado (leche cuajada, o preso, como aún se dice en leonés). Instrumentos musicales rústicos son: caramillo, albogues, rabé (o arrabé), cherumbuela, piçarra, el cucharal, etc.

Con Juan del Encina y Lucas Fernández se orienta la lengua sayaguesa hacia una base dialectal del leonés. Estos dos autores, naturales ambos de Salamanca, literaturizan con fines cómicos el habla propia de los campesinos y pastores del campo salmantino y por su labor se acuña definitivamente el sayagués literario. Los autores posteriores se limitan a dar mayor intensidad al uso de algún rasgo determinado, pero sin salirse de los módulos establecidos por ellos. Quizá en Encina y Fernández pueda hablarse aún sin demasiada impropiedad de lengua viva, puesto que los rasgos dialectales que usan pertenecen a su dominio lingüístico natural, pero a partir de ellos, los autores se desprenden de toda comunicación con la lengua viva, real, y se limitan a hacer retoques de la lengua ya usada por los pastores de los dos dramaturgos salmantinos. Y es que, aunque Encina y Lucas Fernández hayan elaborado con fines cómicos literarios los elementos lingüísticos que usaron, por lo menos lo hicieron sobre su propia lengua. Los autores posteriores son, en general, de zona castellana, no leonesa.

La lengua pastoril de las Coplas de Mingo Revulgo y de la Vita Christi estaba hecha sobre una base castellana, la que iniciaron los salmantinos toma por base el leonés. Ambas coinciden en ser pastiche, una lengua convencional; ambas utilizan formas comunes, pero parece bastante más intensa la literaturización del sayagués de Encina y Lucas Fernández que el de los textos anteriores.

Vamos a intentar una somera descripción de los rasgos más sobresalientes, tomando como base las obras que incluimos en la Antología particularmente. Dejamos para una ocasión que ha de venir, el estudio del léxico completo, que nos parece interesante, en relación al uso de los mismos términos en otros textos contemporáneos.




ArribaAbajoFonética

En las vocales es impreciso el timbre de las átonas: razones, rizones; mesma, misma; acorrelado; sengular; joventud.

Hay paragone en Diose, y vose, quizá por razones métricas y en Virgene.

El diptongo au monotonga en aun > on (hay algún aún); y en aunque > onque.

Como leonesismo puede interpretarse priesa.

El diptongo ue se reduce a u: llugo (luego), y ciguñal (cigüeñal).

Por fonética hay supresión de una vocal, generalmente la final de la primera palabra de las dos que se unen: que me ahora llevantado (me ha agora...); calgún (que algún); desta (de esta); ques (que es); quaprendimos (que aprendimos); y en otros casos no es necesario ni que estén las vocales en contacto: son (sino); na (en la).

En las consonantes, el rasgo más sobresaliente es la tendencia a la palatalización de n- y l- iniciales25:

  • ño, ñunca, ñascí, ñovatina, ñantes, ñefas;
  • llugar, Lledesma, llabrancia, llograr, lloco...

incluso se palataliza la l interior por análisis de prefijos: rellatado, deslióme. En el pronombre personal es frecuente la palatalización del dativo: lie, y es rarísima la del acusativo, únicamente contamos con un ejemplo de Lucas Fernández: bien llo sobes rellatar.

La f- inicial se aspira en algunos casos en que el castellano la conserva, por ejemplo, ante el diptongo ue: huera, huerza he (a veces encontramos fe), hucia (en la lengua del Amadís fucia > fiducia); e incluso en el interior de una palabra se puede aspirar por análisis, real, o falso, de prefijos: desenhademos (desenfademos).

La r-, cuando aparece, da lugar a fenómenos de metátesis o de sustitución por l:

  • lr > rl: bulra, bulrasen (dicen los rústicos, pero el Estudiante del Repelón dice: burla); grolia.
  • consonante + l > consonante + r: dobre, praca, empraciar, Labrando, prazer, diabro.

Hay cierta tendencia a sonorizar las consonantes intervocálicas: mandega (manteca), rabaz (rapaz), (un llobo rabaz), que alterna con rapaz.




ArribaAbajoMorfología

Los sustantivos se acogen al sistema del género y buscan formas analógicas. En el Auto del Repelón encontramos «esta hecha», por «este hecho», pero la tendencia se manifiesta abiertamente en los rústicos del teatro de la época de Oro, particularmente en los de Tirso de Molina26.

Los diminutivos en -ina los encontramos ya en Encina: palmadina, ñovatina, pero alternando con otros variados: xerguerito, churumbela, zagalejos. Los aumentativos son casi en -on y su correspondiente plural -ones, suelen tener claro sentido despectivo o insultante y por ello aparecen frecuentemente en sustantivos de significación peyorativa: bobarón, cagajón, comilones, beberrón, mandilones, etc.

Los superlativos utilizan como sufijo normal per-. En el estudio ya citado de Frida Weber sobre estos superlativos con per-, se llega a la conclusión de que se trata de un prefijo que, a pesar de su vitalidad en el latín, ha desaparecido casi por completo de las lenguas romances, y el que aparezca tan profusamente en la lengua sayaguesa usada por Encina y Lucas Fernández se puede interpretar como un caso de cultismo, favorecido por un incipiente, o limitado uso dialectal, «casi diríamos que se trata de un cripto-cultismo, un latinismo disfrazado de dialectalismo rústico»27.

Menéndez Pidal distingue dos usos dialectales del pre-: como superlativo en los adjetivos y como refuerzo de verbos. En ambas funciones lo usan los autores salmantinos: perlabrado, perdañosa, perhundo, perhecho, perentender; y también aparece sustituyendo a otro prefijo: percodar, percanzar28.

El artículo aparece esporádicamente palatalizado en el Auto del Repelón: «por la burra e lla preñez» que quizá no sea más que una errata, pues no vuelve a repetirse.

El pronombre presenta indefinidos especiales: quellotro, en una de sus múltiples acepciones y usos; el hombre, con valor de «uno»; «cómo está el hombre acosado», «está el hombre acá dentro más seguro» (refiriéndose al mismo que habla); un: «un se vengará»; quisquiera, etc.

Personales: illi > lle, palatalización posterior, probablemente y se usa así tanto si va agrupado con lo, como si es único complemento: lle lo digamos; dillelo; decirlle; lle pracerá. A veces va sin palatalizar: debele, e incluso en forma netamente castellana: «habérselo has de pagar», con leísmo y lle > se, evolución extraña al leonés.

Verbos: En el presente persisten las formas sto, do, sos... El pretérito indefinido es el que ofrece mayor variedad: hu, huste, con aspiración de la f; habistes, vistes, con -s desinencial analógica; la tercera persona plural coincide con las actuales leonesas: hizon, hobon, pudon, paroren, repeloren.

En el futuro imperfecto hay metátesis en ternás, tememos. Sus elementos se separan a veces: habérsele has; que me ha él querer llevar.

En el imperfecto de subjuntivo aparecen las dos terminaciones: se y -ra, pero parece más frecuente la -ra: estoviera, trajiera, veniera, dijiera.

El imperativo tiende a la reduplicación, como en los primeros textos, y pierde la desinencia -d: apartá, aballá, dejá...

Como caso raro, anotamos el participio vido (visto), que quizá sea debido a necesidades de la rima (con ido).

Quizá sea forma pasiva «son perdidas», pero no parece claramente definida.




ArribaAbajoSintaxis

La fonética sintáctica explica reducciones de vocales, que ya hemos visto más arriba, y también de desinencias y consonantes finales: tornémolas, por tornémoslas; no vo lo quiero decir (por vos ó bien os).

El uso de la partícula que, se extiende a casos hoy olvidados: p. e., es claramente condicional en «y que tu aquí los hallaras ¿hiciérasme tu dejar?».

La colocación del pronombre personal ante el infinitivo es típica de la construcción sintáctica leonesa: me praz de la traer, me darás en lo hacer...




ArribaLéxico

Es frecuente la formación de sustantivos con -encia que se convirtió en sufijo: sabencia, correncia, pernicortencia, dolencia, formadas indudablemente sobre el modelo de encina y concencia.

Una -i- epentética, propia también del leonés, la encontramos en «llabrancia».

Los días de la semana conservan el genérico «dies» ante el apelativo propio, por ejemplo en dijueves, y no tan claro en la frase «la que di lunes llabrés», el que no se haya palatalizado la l- de lunes hace pensar que debió ser dilunes, pero di también puede interpretarse como una preposición, en leonés actualmente se oye: «llegué de domingo», por «llegué en domingo».

Los términos más característicos del vocabulario sayagués (entrecortido, pernicortencia, apito, pesia, juria, jurio, Dios mantenga, hombre) han sido ya estudiados por Guillet29.

En general el léxico sayagués está integrado por gran variedad de términos vulgares o hipocorísticos, unas veces ocasionales, y otras veces con cierto uso, incluso en castellano:

  • harvar = comer.
  • deprender = aprender.
  • denantes = antes.
  • pesquisar = buscar.
  • cholla = cabeza.
  • las llanas = cabeza (las llanas carmenadas = cabeza rapada).
  • lladrobaz = ladrón (por exigencia de la rima con rabaz).
  • cabo = quepo (tendencia a regularizar la conjugación, propia de lenguaje vulgar o infantil).
  • mamulleras = mejillas (alusión a mamar).
  • dir = ir.

Hay también variedad de términos latinos etimológicos, que se han perdido en castellano, pero que se encuentran en documentos jurídicos y literarios medievales:

  • bullen = se menean.
  • erguecho = erguido, cruce probable entre erguido y derecho.
  • curar = preocuparse (curare).
  • asmar = pensar (aestimare); encontramos en un mismo verso: asmo, pensais, cudas.
  • cudar = pensar (cogitare).
  • pujar = subir (pulleare).
  • hucia = confianza (fiducia).
  • catar = ver (captiare).

También son frecuentes los leonesismos:

  • aballar = bajar (se conserva aún con el significado de apresurarse).
  • recaldar = recaudar.
  • crego = clérigo.
  • allobadar = embrujar, dañar (en relación con llobo > lupu).
  • asbondar = abundar, en leonés actual: abondo = mucho.

Términos provenientes del habla estudiantil, de ambiente de sopones y latín macarrónico: garzones, papillones (galicismos?), pasapanes, comilones, beberrones, mamillones; Sprito Sancto, Verbum caro fatuleras, dutor...

Los juramentos mantienen su prestigio expresivo y amplían su variedad. Encontramos una forma curiosa en el «juro a diona» que dice uno de los pastores, es probablemente un cruce entre Dios y Diana; un san Botín, que no es probable que esté en el santoral, un San Commigo, que tampoco. Una exclamación como «Verbum caro fatuleras», en que una vez más se acude al método de dividir el juramento en dos partes: una primera que ponga de manifiesto su fuerza expresiva, y una terminación arbitraria que desvirtúa la forma exacta, que puede ser irreverente.







 
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